El libro de las mil noches y una noche; t.6

By J. C. Mardrus

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Title: El libro de las mil noches y una noche; t.6

Author: J. C. Mardrus

Contributor: Enrique Gómez Carrillo

Editor: Vicente Blasco Ibáñez

Translator: Vicente Blasco Ibáñez

Release date: July 14, 2024 [eBook #74041]

Language: Spanish

Original publication: Valencia: Editorial Prometeo, 1916

Credits: Chuck Greif, Dianna Adair and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive)


*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK EL LIBRO DE LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE; T.6 ***





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                               CÉLEBRES

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                                   ]

                 Director literario: V. Blasco Ibáñez

                            [Illustration:

                               EL LIBRO

                                DE LAS

                        MIL NOCHES Y UNA NOCHE
                                   ]


      ES PROPIEDAD. DERECHOS EXCLUSIVOS DE TRADUCCIÓN AL ESPAÑOL.

                            [Illustration]




                            [Illustration:

                               EL LIBRO

                           DE LAS MIL NOCHES

                              Y UNA NOCHE

             TRADUCCIÓN DIRECTA Y LITERAL DEL ÁRABE POR EL
                         DOCTOR J. C. MARDRUS
               Versión española de VICENTE BLASCO IBAÑEZ
                     PRÓLOGO DE E. GÓMEZ CARRILLO

                              TOMO SEXTO

             Historia encantadora de los animales y de las
         aves.--De Alí ben-Bekar y la bella Schamsennahar.--De
                   Kamaralzamán y la princesa Budur
                  la luna más bella entre las lunas.

                               PROMETEO
                       Germanías, 33.--VALENCIA
                         (Published in Spain)
                                   ]




                            [Illustration]

                              A MI AMIGO

                              ANDRÉS GIDE

                               J. C. M.

[Illustration]

[Illustration]




[Illustration]




HISTORIA ENCANTADORA

DE LOS ANIMALES Y DE LAS AVES

Cuento de la oca, el pavo real y la pava real


[Illustration]

He llegado á saber ¡oh rey afortunado! que había en la antigüedad del
tiempo y en lo pasado de la edad y del momento un pavo real muy
aficionado á recorrer en compañía de su esposa las orillas del mar y á
pasearse por una selva que allí había, toda llena de arroyos y poblada
por el canto de las aves. Durante el día, el pavo y la pava buscaban
tranquilamente su alimento, y al llegar la noche se encaramaban á lo
alto del árbol más frondoso, para no tentar los deseos de algún vecino
que fuese poco escrupuloso en su admiración hacia la hermosura de la
pava. Y eran felices de este modo, bendiciendo al Bienhechor, que les
dejaba vivir en la paz y la dulzura.

Pero un día el pavo real invitó á su esposa para que le acompañase á una
isla que se veía desde la playa, y de este modo podrían cambiar de aires
y de perspectivas. La pava le contestó oyendo y obedeciendo, echaron á
volar los dos, y llegaron á la isla.

Aquella isla estaba cubierta de árboles cargados de frutas y regada por
multitud de arroyos. El pavo y su esposa quedaron extraordinariamente
encantados de su paseo por aquella frescura, y permanecieron allí algún
tiempo para probar todas las frutas y beber aquella agua tan dulce y tan
fina.

Cuando se disponían á regresar á su casa, vieron venir hacia ellos una
oca, que batía las alas llena de espanto. Y temblándole todas sus
plumas, fué á pedirles ayuda y protección. El pavo real y su esposa la
recibieron muy cordialmente, y la pava, hablándole con toda su
afabilidad, le dijo: «¡Sé bien venida entre nosotros! ¡Aquí encontrarás
el calor de la familia y cuanto necesites!» Entonces la oca empezó á
tranquilizarse, y el pavo, muy convencido de que la historia de la oca
sería una historia verdaderamente asombrosa, le preguntó: «¿Qué te ha
ocurrido y cuál es la causa de tu espanto?» Y respondió la oca: «Aún
estoy enferma de lo que acaba de sucederme y del terror horrible que me
inspira Ibn-Adán. ¡Alah nos guarde y nos libre de Ibn-Adán!» Y el pavo,
muy afligido, dijo: «¡Cálmate, mi buena oca, cálmate!» Y preguntó la
pava: «¿Cómo es posible que ese Ibn-Adán logre llegar hasta esta isla?
Desde la playa no puede saltar. Y no hay medio de atravesar de otro modo
tanto espacio de agua.» Entonces exclamó la oca: «¡Bendito sea el que os
ha puesto en mi camino para calmar mis terrores y devolver la paz á mi
corazón!» Y la pava dijo: «¡Oh hermana mía! Cuéntanos ahora el motivo de
ese terror que te inspira Ibn-Adán, y no calles nada de tu historia, que
ha de ser muy interesante.» Y la oca contó lo que sigue:

     «Sabe, ¡oh pavo real lleno de gloria, y tú, dulce pava, la más
     hospitalaria entre todas las pavas! que habito en esta isla desde
     mi niñez, y he vivido siempre en ella sin ningún contratiempo y sin
     que nada agobiase mi alma ni molestara mi vista. Pero anoche,
     cuando estaba durmiendo con la cabeza debajo del ala, vi que se me
     aparecía en sueños ese Ibn-Adán, que quiso entablar conversación
     conmigo. Iba á contestarle, pero oí una voz que me gritaba:
     ¡Cuidado, ten mucho cuidado! ¡Desconfía de Ibn-Adán y de la dulzura
     de sus palabras, pues ocultan sus perfidias! ¡Y no olvides lo que
     dijo el poeta:

    _¡Te da á gustar la dulzura que hay en la punta de su_
    _lengua, para sorprenderte de improviso como el zorro!_

»Porque sabe, pobre oca, que Ibn-Adán posee tal grado de astucia,
     que logra atraer á los habitantes del seno de las aguas y á los
     monstruos más feroces del mar, y puede derribar como una masa desde
     lo más alto de los aires las águilas que se ciernen tranquilas,
     sólo con tirarles un puñado de barro. En fin, es tan pérfido, que
     siendo tan débil, sabe vencer al elefante y utilizarlo como siervo
     suyo y arrancarle los colmillos para hacer con ellos sus armas.
     ¡Ah, pobre oca, huye en seguida!»

»Entonces me desperté llena de espanto, y huí sin mirar atrás,
     alargando el cuello y desplegando las alas. Seguí corriendo hasta
     que las fuerzas me abandonaron. Luego, como había llegado al pie de
     una montaña, me oculté detrás de una roca. Y mi corazón latía de
     miedo y de cansancio, presa del temor que me inspiraba Ibn-Adán. Y
     como no había comido ni bebido, me atormentaban el hambre y la sed.
     Pero no sabía qué hacer ni me atrevía á moverme, cuando divisé
     enfrente de mí, á la entrada de una caverna, un león rojo, de
     mirada dulce, que inspiraba confianza y simpatía. Y aquel león, que
     era muy joven, denotó una gran satisfacción al verme, encantado de
     mi timidez, pues mi aspecto le había seducido. Así es que me llamó
     de este modo: «¡Oh chiquita gentil, acércate y ven á conversar
     conmigo un rato!» Y yo, muy agradecida á su invitación, me aproximé
     á él humildemente. Y él me dijo: «¿Cómo te llamas y de qué raza
     eres?» Y le contesté: «¡Me llaman oca y soy de la raza de las
     aves!» Y me dijo: «¿Por qué estás tan temblorosa?» Entonces le
     conté cuanto había visto y cuanto había oído en sueños. Y se
     asombró muchísimo, y exclamó: «¡Yo también he tenido un sueño
     análogo, y al contárselo á mi padre me ha puesto sobre aviso contra
     Ibn-Adán, diciéndome que desconfiara de sus ardides y perfidias!
     Pero hasta ahora no me he encontrado con ese Ibn-Adán.»

»Al oir estas palabras, aumentó mi espanto, y dije apresuradamente
     al león: «No vacilemos en hacer lo que más nos conviene. Ha llegado
     el momento de acabar con esa plaga, y á ti solo ¡oh hijo del sultán
     de los animales! te corresponde la gloria de matar á Ibn-Adán, pues
     haciéndolo así se acrecentará tu fama á los ojos de todas las
     criaturas del cielo, del agua y de la tierra.» Y seguí lisonjeando
     al león, hasta que le decidí á ponerse en busca de nuestro enemigo.

»Salió entonces de la caverna, y me dijo que le siguiese. Y yo iba
     detrás de él. Y el león avanzaba arrogante, haciendo restallar la
     cola sobre el lomo. Así caminamos, marchando yo detrás de él y sin
     poder apenas seguirle, hasta que vimos á lo lejos una gran
     polvareda, y al disiparse apareció un burro en pelo, sin albarda ni
     ronzal, que brincaba, coceaba, se echaba al suelo y se revolcaba en
     el polvo, con las cuatro patas al aire.

»Al ver esto, mi amigo el león se quedó muy asombrado, pues sus
     padres casi no le habían permitido hasta entonces salir de la
     caverna. Y el león llamó al burro: «¡Eh, tú, ven por aquí!» Y el
     otro se apresuró á obedecerle. Y el león le dijo: «¿Por qué obras
     así, animal loco? ¿De qué especie de animales eres?» Y contestó el
     otro: «¡Oh mi señor! Soy el borrico tu esclavo, de la especie de
     los borricos.» Y el león preguntó: «Pero ¿por qué corrías hacia
     aquí?» Y el burro respondió: «¡Oh hijo del sultán de los animales!
     Venía huyendo de Ibn-Adán.» Entonces el joven león se echó á reir,
     y dijo: «¿Cómo con esa alzada tan respetable y esas anchuras temes
     á Ibn-Adán?» Y el borrico, meneando la cola, denotando penetración,
     dijo: «¡Oh hijo del sultán! Ya veo que no conoces á ese maldito. Si
     le temo no es porque desee mi muerte, pues sus intenciones son
     peores. Mi terror proviene del mal trato que me haría sufrir. Sabe
     que hace que le sirva de cabalgadura, y para ello me pone en el
     lomo una cosa que llama la albarda; después me aprieta la barriga
     con otra cosa que llama la cincha, y debajo del rabo me pone un
     anillo cuyo nombre he olvidado, pero que hiere cruelmente mis
     partes delicadas. Por último, me mete en la boca un pedazo de
     hierro que me ensangrienta la lengua y el paladar, y que llama
     bocado. Entonces me monta, y para hacerme andar más aprisa, me pica
     en el cuello y en el trasero con un aguijón. Y si el cansancio me
     hace retrasar la marcha, lanza contra mí las más espantosas
     maldiciones y las más horribles palabras, que me hacen estremecer,
     á pesar de ser un borrico, pues me llama delante de todo el mundo
     ¡alcahuete! ¡hijo de zorra! ¡hijo de bardaje! ¡el culo de tu
     hermana!, y qué sé yo qué otras cosas más. Y si por desgracia me
     peo, para desahogarme algo el pecho, entonces su furor ya no conoce
     límites, y vale más, por consideración á ti, ¡oh hijo de mi sultán!
     que no repita todo lo que me hace y me dice en semejantes
     circunstancias. Así es que no me entrego á tales desahogos más que
     cuando sé que está muy lejos y tengo la seguridad de hallarme solo.
     ¡Pero hay más! Cuando yo llegue á viejo, me venderá á cualquier
     aguador, que, poniéndome sobre el lomo un baste de madera, me
     cargará de pesados pellejos y enormes cántaros de agua, hasta que,
     no pudiendo más con los malos tratos y privaciones, reviente
     míseramente. ¡Y entonces echarán mi esqueleto á los perros que
     vagan por los vertederos! ¡Y tal es la suerte que me reserva
     Ibn-Adán! ¿Habrá entre todas las criaturas quien sea más
     desgraciado que yo? Responde, ¡oh buena y tierna oca!»

»Entonces ¡oh señores míos! sentí un estremecimiento de horror y de
     piedad, y en el límite de la emoción, del espanto y del temblor,
     exclamé: «¡Oh mi señor león! Verdaderamente el burro es muy
     desgraciado. ¡Porque yo, sólo con oirle, me muero de lástima!» Y el
     joven león, viendo al borrico dispuesto á largarse, le dijo: «¡Pero
     no tengas prisa, compañero! ¡Quédate otro poco, porque realmente me
     interesas! ¡Y me gustaría que me sirvieses de guía para llegar
     hasta Ibn-Adán!» El burro contestó: «¡Lo siento, señor mío, pero
     prefiero poner entre ambos la distancia de una buena jornada de
     camino, pues le he dejado ayer cuando se dirigía hacia este lugar!
     Y ahora busco un sitio seguro para resguardarme de sus perfidias y
     de su astucia. Además, con licencia tuya, ahora que estoy
     convencido de que no me oye, quiero desahogarme á gusto y gozar de
     la vida.» Y dichas estas palabras, el burro lanzó un prolongado
     rebuzno, al que siguieron trescientos pedos magníficos, que disparó
     coceando. Se revolcó después sobre la hierba durante un buen rato,
     y al fin se levantó. Entonces, como viese una polvareda que se
     levantaba á lo lejos, enderezó una oreja, luego la otra, miró
     fijamente, y volviendo la grupa echó á correr y desapareció.

»Una vez disipada la polvareda, apareció un caballo negro, con la
     frente marcada por una mancha blanca como un dracma de plata,
     hermoso, altivo, reluciente, y con las patas adornadas de una
     corona de pelos blancos. Venía hacia nosotros relinchando de un
     modo muy arrogante. Y cuando vió á mi amigo el joven león, se
     detuvo en honor suyo, y quiso retirarse discretamente. Pero el
     león, encantado de su elegancia y seducido por su aspecto, le dijo:
     «¿Quién eres, hermoso animal? ¿Por qué corres de ese modo, como si
     algo te inquietase en esta inmensa soledad?» El otro contestó: «¡Oh
     rey de los animales! ¡Soy un caballo entre los caballos! ¡Y huyo
     para evitar la proximidad de Ibn-Adán!»

»El león, al oir estas palabras, llegó al límite del asombro, y
     dijo al caballo: «No hables de ese modo, ¡oh caballo! pues en
     realidad es vergonzoso que sientas miedo hacia Ibn-Adán, siendo
     fuerte como eres, y estando dotado de esa robustez y esas alturas,
     y pudiendo con una sola coz hacerle pasar de la vida á la muerte.
     ¡Mírame! No soy tan grande como tú, y sin embargo, he prometido á
     esta oca gentil librarla para siempre de sus terrores matando á
     Ibn-Adán y devorándolo por completo. Entonces podré tener el gusto
     de llevar nuevamente á esta pobre oca á su casa y al seno de su
     familia.»

»Cuando el caballo oyó estas palabras de mi amigo, le miró con
     sonrisa triste, y le dijo: «Arroja lejos de ti esos pensamientos,
     ¡oh hijo del sultán de los animales! y no te hagas ilusiones acerca
     de mi fuerza, y mi alzada, y mi velocidad, pues todo eso es
     insignificante para la astucia de Ibn-Adán. Y sabe que cuando estoy
     en sus manos, logra domarme á su gusto, pues me pone en las patas
     trabones de cáñamo y de crín, y me ata por la cabeza á un poste en
     lo más alto de una pared, y de ese modo no puedo moverme ni
     echarme. ¡Pero hay más! Cuando quiere montarme, me coloca sobre el
     lomo una cosa que llama silla, me oprime el vientre con dos cinchas
     muy duras que me mortifican, y me mete en la boca un pedazo de
     acero, del cual tira mediante unas correas, con las que me dirige
     por donde le place. Y montado en mí, me pincha y me perfora los
     costados con las puntas de unas espuelas, y me ensangrienta todo el
     cuerpo. ¡Pero no acaba ahí! Cuando soy viejo, y mi lomo ya no es
     bastante flexible y resistente, ni mis músculos pueden llevarle
     todo lo aprisa que él quisiera, me vende á algún molinero, que me
     hace rodar día y noche la piedra del molino, hasta que sobreviene
     mi completa decrepitud. ¡Entonces me entrega al desollador, que me
     degüella, y me despelleja, y vende mi piel á los curtidores y mi
     crin á los fabricantes de cribas, tamices y cedazos! ¡Y tal es la
     suerte que me espera con ese Ibn-Adán!»

»Entonces el joven león, muy emocionado con lo que acababa de oir,
     dijo al caballo: «Veo que es preciso desembarazar á la creación de
     ese malhadado ser á quien todos llaman Ibn-Adán. Di, amigo mío:
     ¿cuándo y dónde has visto á Ibn-Adán?» El caballo dijo: «Huí de él
     hacia el mediodía. ¡Y ahora me persigue, corriendo tras de mí!»

»Y apenas acababa de decir estas palabras, se alzó una gran
     polvareda que le inspiró un terror inmenso, y sin darle tiempo para
     disculparse huyó á todo galope. Y vimos en medio de la polvareda
     aparecer y venir hacia nosotros, á paso largo, un camello muy
     asustado que llegaba alargando el cuello y mugiendo
     desesperadamente.

»Al ver á este animal tan grande y tan desmesuradamente colosal, el
     león se figuró que debía de ser Ibn-Adán y nadie más que él, y sin
     consultarme, se arrojó contra el camello, é iba á dar un salto y á
     estrangularlo, cuando le grité con toda mi voz: «¡Oh hijo del
     sultán, detente! ¡No es Ibn-Adán, sino un pobre camello, el más
     inofensivo de los animales! ¡Y seguramente huye también de
     Ibn-Adán!» Entonces el joven león se detuvo muy pasmado, y
     preguntó al camello: «¿Pero de veras temes también á ese ser
     llamado Ibn-Adán, ¡oh animal prodigioso!? ¿Para qué te sirven tus
     pies enormes si no puedes aplastarle con ellos?» Y el camello
     levantó lentamente la cabeza, y con la mirada extraviada como en
     una pesadilla, repuso tristemente: «¡Oh hijo del sultán! Mira las
     ventanas de mi nariz. ¡Todavía están agujereadas y hendidas por el
     anillo de crin que me puso Ibn-Adán para domarme y dirigirme, y á
     este anillo que aquí ves estaba sujeta una cuerda que Ibn-Adán
     confiaba al más pequeño de sus hijos, el cual, montado en un
     borriquillo, podía guiarme á su gusto, á mí y á todo un tropel de
     camellos colocados en fila! ¡Mira mi lomo! ¡Todavía conserva las
     heridas causadas por los fardos con que me carga desde hace siglos!
     ¡Mira mis patas! ¡Están callosas y molidas por las largas carreras
     y los forzados viajes á través de la arena y de las piedras! ¡Pero
     hay más! ¡Sabe que cuando me hago viejo, después de tantas noches
     sin dormir y tantos días sin descanso, explota mi pobre piel y mis
     huesos viejos, vendiéndome á un carnicero que revende mi carne á
     los pobres, y mi cuero en las tenerías, y mi pelo á los que hilan y
     tejen! ¡Y he aquí el trato que me hace sufrir Ibn-Adán!»

»Oídas estas palabras del camello, el joven león sintió un furor
     sin límites, y rugió, arañó el suelo con las garras, y después dijo
     al camello: «¡Apresúrate á decirme en dónde has dejado á Ibn-Adán!»
     Y el camello respondió: «Viene buscándome, y no tardará en
     presentarse. Así, pues, ¡oh hijo del sultán! déjame huir á otros
     países, los más lejos á que pueda escaparme. ¡Pues ni las soledades
     del desierto ni las tierras más remotas servirían para librarme de
     su persecución!» Entonces el león le dijo: «¡Oh buen camello!
     Aguarda un poco, y verás cómo derribo á Ibn-Adán, y trituro sus
     huesos, y me bebo su sangre.» Pero el camello, estremecido por el
     espanto, contestó: «Dispénsame, ¡oh hijo del sultán! Prefiero huir,
     porque ya lo dijo el poeta:

    _¡Si bajo la misma tienda que te alberga y en tu mismo país llega
        á habitar un rostro desagradable,_
    _Sólo una determinación has de tomar: déjale tu tienda y tu país y
        apresúrate á marcharte!_»

»Y después de recitar esta estrofa tan acertada, el buen camello
     besó la tierra entre las manos del león, se levantó, y le vimos
     huir, tambaleándose en lontananza.

»Apenas había desaparecido, se presentó un vejete de aspecto muy
     débil y de piel arrugada, llevando á cuestas un canasto con
     herramientas de carpintero, y sobre la cabeza ocho tablas grandes.

»Al verle, ¡oh señores míos! no tuve fuerzas ni para avisar á mi
     joven amigo, y caí como muerta al suelo. En cambio, el joven león,
     muy divertido con el aspecto de aquel vejete tan raro, se le acercó
     para examinarlo más de cerca. Y el carpintero se postró entonces
     delante de él, y le dijo sonriendo, con acento muy humilde: «¡Oh
     poderoso rey, lleno de gloria, que ocupas el primer puesto en la
     creación! ¡Te deseo horas muy felices, y ruego á Alah que te
     ensalce más todavía en el respeto del universo, acrecentando tus
     fuerzas y virtudes! ¡Yo soy un desgraciado que viene á pedirte
     ayuda y protección en las desdichas que le persiguen por parte de
     un gran enemigo!» Y se puso á llorar, á gemir y á lamentarse.

»Entonces el joven león, muy conmovido con las lágrimas y el
     aspecto tan desdichado de aquel hombre, suavizó la voz y le dijo:
     «¿Quién te persigue de esa manera? ¿Y quién eres tú, el más
     elocuente de los animales que conozco, y el más cortés, aunque seas
     el más feo de todos?» El otro respondió: «¡Oh señor de los
     animales! Pertenezco á la especie de los carpinteros, y mi opresor
     es Ibn-Adán. ¡Ah, señor león! ¡Alah te guarde de las perfidias de
     Ibn-Adán! ¡Todos los días, desde que amanece, me hace trabajar para
     su provecho y nunca me paga; así es que, muriéndome de hambre, he
     renunciado á trabajar para él, y he huído de las ciudades que
     habita!»

»Al oir estas palabras, el león sintió un furor enorme; rugió,
     brincó, resolló, echó espuma y sus ojo lanzaron chispas; y exclamó:
     «Pero ¿dónde está ese Ibn-Adán? Quiero triturarlo con mis dientes,
     y vengar á todas sus víctimas.» El hombre respondió: «No tardará en
     presentarse, pues me viene persiguiendo, enfurecido por no tener
     quien le haga la casa.» El león dijo: «Pero tú, ¡oh animal
     carpintero! que andas á pasos tan cortos y que vas tan inseguro
     sobre dos patas, ¿hacia dónde te diriges?» Y contestó el
     carpintero: «Voy á buscar al visir de tu padre, al señor leopardo,
     que me ha llamado por medio de un emisario suyo para que le
     construya una cabaña sólida en que pueda albergarse y defenderse
     contra los ataques de Ibn-Adán, pues quiere prevenirse desde que se
     ha esparcido el rumor de la próxima llegada de Ibn-Adán á estos
     parajes. ¡Y por eso me ves cargado con estas tablas y estas
     herramientas!»

»Cuando el joven león oyó estas palabras, tuvo envidia al leopardo,
     y dijo al carpintero: «¡Por vida mía! ¡Extremada audacia sería por
     parte del visir de mi padre pretender que se ejecuten sus encargos
     antes que los nuestros! ¡Vas á detenerte aquí, levantando para mi
     defensa esa cabaña! ¡En cuanto al señor visir, que se aguarde!»
     Pero el carpintero, haciendo como que se marchaba, contestó: «¡Oh
     hijo del sultán! Te prometo volver en cuanto acabe la cabaña del
     leopardo, porque temo mucho sus iras. ¡Y entonces te construiré, no
     una cabaña, sino un palacio!» Pero el león no quiso hacerle caso, y
     hasta se enfureció, y se arrojó sobre el carpintero para asustarle,
     y á manera de chanza le apoyó una pata en el pecho. Y sólo con
     aquella caricia, el hombrecillo perdió el equilibrio, y fué al
     suelo con sus tablas y herramientas. Y el león se echó á reir al
     ver el terror y la facha aturdida de aquel pobre hombre. Y éste,
     aunque muy mortificado por dentro, no lo dió á entender y hasta
     comenzó á sonreir, y humilde y cobardemente empezó su trabajo.

»Tomó, pues, las medidas del león en todas direcciones, y en pocos
     instantes construyó un cajón sólidamente armado, al cual sólo dejó
     una abertura angosta; y clavó en el interior grandes clavos cuyas
     puntas estaban vueltas hacia dentro, de adelante hacia atrás; y
     dejó á trechos unos agujeros no muy grandes. Hecho esto, invitó
     respetuosamente al león á tomar posesión de su propiedad. Pero el
     león vaciló al principio, y dijo al hombre: «¡La verdad es que eso
     me parece muy estrecho, y no sé cómo podré penetrar ahí!» Y el
     vejete repuso: «¡Bájate y entra arrastrándote, pues una vez dentro
     te encontrarás muy á gusto!» Entonces el león se agachó, y su
     cuerpo flexible se deslizó en el interior, sin dejar fuera más que
     la cola. Pero el vejete se apresuró á enrollar aquella cola y
     meterla rápidamente con lo demás, y en un abrir y cerrar de ojos
     tapó la abertura y la clavó con solidez.

»Entonces el león intentó moverse y retroceder, pero las puntas
     aceradas de los clavos le penetraron en la carne y le pincharon por
     todos lados. Y se puso á rugir de dolor, y exclamó: «¡Oh
     carpintero! ¿Qué viene á ser esta casa tan angosta que has
     construído, y estas puntas que me hieren cruelmente?»

»Oídas estas palabras, el hombre lanzó un grito de triunfo, y
     empezó á saltar y á reir, y dijo al león: «¡Son las puntas de
     Ibn-Adán! ¡Oh perro del desierto! Así aprenderás á tu costa que
     yo, Ibn-Adán, á pesar de mi fealdad, de mi cobardía y mi debilidad,
     puedo triunfar de la fuerza y de la belleza.»

»Y dichas estas espantosas palabras, el miserable encendió una
     antorcha, hacinó leña en torno del cajón y le prendió fuego. Y yo,
     más paralizada que nunca de terror, vi á mi pobre amigo arder vivo,
     muriendo con la muerte más cruel. Y el maldito Ibn-Adán, sin
     haberme visto, porque estaba sentada en el suelo, se alejó
     triunfante.

»Entonces, pasado bastante tiempo, me pude levantar, y me alejé con
     el alma llena de espanto. Y así pude llegar hasta aquí, donde el
     Destino hizo que os encontrara, ¡oh señores míos de alma
     compasiva!»

Cuando el pavo real y la pava hubieron oído el relato de la oca...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

     [Illustration:

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 147.ª NOCHE_
    ]

     Ella dijo:

...Cuando el pavo real y la pava hubieron oído el relato de la oca, se
conmovieron hasta el límite de la emoción, y la pava dijo á la oca:
«¡Hermana, aquí estamos seguros; permanece con nosotros todo el tiempo
que quieras, hasta que Alah te devuelva la paz del corazón, único bien
estimable después de la salud! ¡Quédate, pues, y compartirás nuestra
suerte, buena ó mala!» Pero la oca dijo: «¡Tengo mucho miedo, mucho
miedo!» La pava repuso: «¡Pues no debes tenerlo! ¡Queriendo librarte de
la suerte que está escrita, tientas al Destino! ¡Éste es el más fuerte!
¡Y lo que en nuestra frente está escrito tiene que suceder! ¡No hay
deuda que no se pague! ¡De modo que si se nos ha fijado un fin, no hay
fuerza que pueda anularlo! ¡Pero lo que más ha de consolarte es la
convicción de que ninguna alma puede morir sin haber agotado los bienes
que le debe el Justo Retribuidor!»

Y mientras departían de esta suerte, crujieron las ramas á su alrededor,
y se oyó un ruido de pasos que turbó de tal modo á la pobre oca, que
tendió frenéticamente las alas, y se tiró al mar, gritando: «¡Tened
cuidado, tened cuidado! ¡Aunque todo destino haya de cumplirse!»

Pero aquello era una falsa alarma, pues entre las ramas apareció la
cabeza de un lindo corzo de ojos húmedos. Y la pava real gritó á la oca:
«¡Hermana mía, no te asustes así! ¡Vuelve en seguida! ¡Tenemos un nuevo
huésped! ¡Es un lindo corzo, de la raza de los animales, así como tú
eres de la de las aves! ¡Y no come carne sangrienta, sino hierba y
plantas! ¡Ven y ahuyenta tu inquietud, pues nada extenúa el cuerpo y
agota el alma como el temor y la zozobra!»

Entonces volvió la oca meneando las alas, y el corzo, después de las
zalemas de costumbre, les dijo: «¡Esta es la primera vez que vengo por
aquí, y nunca he visto tierra más fértil, ni plantas y hierbas más
frescas y tentadoras! ¡Permitidme, pues, que os acompañe y que disfrute
con vosotros de los beneficios del Creador!» Y los tres le contestaron:
«¡Sobre nuestras cabezas y nuestros ojos, ¡oh corzo lleno de cortesía!
¡Aquí encontrarás bienestar, amor de familia y todo género de
felicidades!» Y todos se pusieron á comer, á beber y á gozar de aquel
clima tan suave durante largo espacio de tiempo. Pero nunca dejaron de
rezar sus oraciones por la mañana y por la tarde, excepto la oca, que,
segura ya de la paz, olvidaba sus deberes para con el Distribuidor de la
tranquilidad constante.

¡No tardó en pagar con la vida aquella ingratitud hacia Alah!

Una mañana, un barco desarbolado fué arrojado á la costa; sus
tripulantes abordaron á la isla, y al ver el grupo formado por el pavo
real, su esposa, la oca y el corzo, se acercaron rápidamente. Entonces
los dos pavos reales volaron á lo lejos, ocultándose en las copas de los
árboles más frondosos, el corzo saltó, y en unos cuantos brincos se puso
fuera de alcance. Sólo la oca se quedó allí, pues aunque intentó correr,
la cercaron en seguida y la cogieron, comiéndosela en la primera comida
que hicieron en la isla.

En cuanto al pavo y la pava real, antes de dejar la isla para regresar á
su bosque, fueron ocultamente á enterarse de la suerte de la oca; y la
vieron en el momento que la degollaban. Entonces buscaron por todas
partes á su amigo el corzo, y después de mutuas zalemas y felicitaciones
por haber escapado del peligro, enteraron al corzo del infortunio de la
pobre oca. Y los tres lloraron mucho en recuerdo suyo, y la pava dijo:
«¡Era muy dulce, y modesta, y gentil!» Y el corzo exclamó: «¡Verdad es!
¡Pero á última hora descuidaba sus deberes para con Alah, y olvidaba
darle las gracias por sus beneficios!» Entonces dijo el pavo real: «¡Oh
hija de mi tío, y tú, corzo piadoso, oremos!» Y los tres besaron la
tierra entre las manos de Alah, y exclamaron:

     _¡Bendito sea el Justo, el Retribuidor, el Dueño Soberano del
     Poder, el Omnisciente, el Altísimo!_

     _¡Gloria al Creador de todos los seres, al Vigilante de cada uno de
     los seres, al Retribuidor de cada cual según sus méritos y
     capacidades!_

     _¡Alabado sea Aquel que ha desplegado los cielos, y los ha
     redondeado, y los ha iluminado; Aquel que ha tendido la tierra á
     cada lado de los mares, y la ha vestido y adornado con toda su
     belleza!_

     Entonces, después de haber contado esta historia, Schahrazada se
     calló un momento. Y el rey Schahriar exclamó: «¡Qué admirable es
     esa oración, y qué bien dotados están esos animales! Pero ¡oh
     Schahrazada! ¿no sabes algo más respecto á ellos?» Y Schahrazada
     dijo: «¡Oh rey lleno de generosidad! Eso no es nada comparado con
     lo que podría contarte.» Y el rey preguntó: «Pues ¿qué esperas para
     seguir?» Schahrazada dijo: «Antes de continuar la historia de los
     animales, quiero contarte ¡oh rey! otra historia que confirmará las
     conclusiones de ésta, es decir, lo agradable que es la oración para
     el Señor.» Y el rey Schahriar dijo: «¡Ciertamente, puedes
     contarla!»

     Entonces Schahrazada dijo:




[Illustration]

[Illustration]

El pastor y la joven


Cuentan que en una montaña de entre las montañas del país musulmán había
un pastor dotado de una gran cordura y de una fe constante. Este pastor
llevaba una vida pacífica y retirada, contentándose con su suerte, y
viviendo con la leche y la lana, productos de su rebaño. Y este pastor
tenía tanta dulzura y reunía tantas bendiciones, que las bestias feroces
nunca atacaban á su rebaño, pues tanto le respetaban, que al verlo de
lejos le saludaban con sus gritos y aullidos. Este pastor siguió
viviendo así largo tiempo, sin interesarle, para su mayor dicha y
tranquilidad, nada de lo que pasaba en las ciudades del universo.

Pero un día Alah el Altísimo quiso probar el grado de su cordura y el
valor real de sus virtudes, y no encontró tentación más fuerte que
enviarle la beldad de la mujer. Encargó, pues, á uno de sus ángeles que
se disfrazase de mujer y no escatimara ninguno de los artificios
femeniles para hacer pecar al santo pastor.

Y un día en que el pastor, hallándose enfermo, estaba tendido en su
gruta y glorificaba en su alma al Creador, vió entrar de pronto en su
albergue, risueña y gentil, á una joven de ojos negros, á quien se podía
tomar también por un muchacho. Y al entrar se perfumó la gruta y el
pastor sintió que se estremecía su carne de viejo. Pero frunció el ceño
y se hizo un ovillo en su rincón, y dijo á la intrusa: «¿Qué vienes á
hacer aquí, ¡oh mujer desconocida!? ¡Ni te he llamado, ni me haces
ninguna falta!» La joven se acercó entonces, se sentó junto al viejo, y
le dijo: «¡Mírame! ¡Todavía no soy mujer, sino virgen, y vengo á
ofrecerme á ti, sencillamente por gusto y por lo que he sabido de tu
virtud!» Pero el anciano exclamó: «¡Oh tentadora del infierno, aléjate!
¡Déjame entregarme á la adoración de Aquel que no muere!» Entonces la
joven movió lentamente las flexibilidades de su cintura, miró al viejo,
que trataba de retroceder, y suspiró: «¡Dime! ¿Por qué no me quieres?
¡Te traigo un alma sumisa y un cuerpo á punto de derretirse de deseo!
¡Mira si mi pecho no es más blanco que la leche de tus ovejas! ¡Y si mi
desnudez no es más fresca que el agua de la sierra! Toca mi cabellera,
¡oh pastor! ¡Es más sedosa que el vello del cordero al salir del vientre
de su madre! ¡Mis caderas son finas y resbaladizas, y apenas se dibujan
en mi primera eflorescencia! ¡Y mis senos, que comienzan á hincharse, se
estremecerían sólo con que los rozara ligeramente tu mano! ¡Ven! ¡Mis
labios, que siento vibrar, se derretirán en tu boca! ¡Mis dientes tienen
mordiscos que infunden vida á los viejos moribundos! ¡Ven, que mi miel
está pronta á caer gota á gota de todos los poros de mi cuerpo! ¡Ven!»

Pero el viejo, aunque le temblaban todos los pelos de la barba, exclamó:
«¡Huye, ¡oh demonio! ó te echaré de aquí con este garrote!»

Entonces la joven celestial le echó frenéticamente los brazos al cuello
y le murmuró al oído: «¡Soy un fruto exquisito; cómelo y curarás!
¿Conoces el perfume del jazmín?... ¡Te parecería muy basto si olieras mi
virginidad!»

Pero el anciano exclamó: «¡El perfume de la plegaria es el único que
perdura! ¡Fuera de aquí, miserable seductora!» Y la rechazó con ambos
brazos.

Entonces la joven se levantó, se quitó rápidamente la ropa y se quedó
erguida, toda desnuda, blanca, sólo bañada en las oleadas de sus
cabellos. Y su mudo llamamiento, en la soledad de aquella gruta, era más
terrible que todos los gritos del delirio. Y el viejo no pudo dejar de
gemir, y para no ver ya á aquella azucena viviente, se cubrió la cabeza
con su manto, y exclamó: «¡Vete, vete, ¡oh mujer de ojos traicioneros!
¡Desde el principio del mundo eres la causa de nuestras calamidades!
¡Perdiste á los hombres de las edades primeras, y siembras la discordia
entre los hijos del mundo! ¡El que te escucha renuncia para siempre á
los goces infinitos, que sólo podrán disfrutar aquellos que te expulsan
de su vida!» Y el viejo ocultó más la cabeza entre los pliegues del
manto.

Pero la joven repuso: «¿Qué dices de los antiguos? ¡Los más sabios entre
ellos me adoraron, y me cantaron los más severos! ¡Y mi belleza no les
hizo desviarse del camino recto, sino que iluminó sus pasos y constituyó
la delicia de su vida! ¡La verdadera cordura ¡oh pastor! es olvidarlo
todo en mi seno! ¡Vuelve á la sabiduría! ¡Estoy dispuesta á abrirme á ti
y á llenarte de la verdadera sabiduría!» Entonces el viejo se volvió del
todo hacia la pared, y exclamó: «¡Atrás, engendro de malicia! ¡Te
abomino y te rechazo! ¡A cuántos hombres buenos has hecho traición, y á
cuántos malvados has protegido! ¡Tu hermosura es falsa! ¡En cambio, al
que sabe orar se le aparece una belleza que nunca podrán ver los que te
miran! ¡Atrás!»

Oídas estas palabras, la joven exclamó: «¡Oh pastor santo! ¡Bebe la
leche de tus ovejas, y vístete con su lana, y reza al Señor en la
soledad y en la paz de tu corazón!» Y la visión desapareció.

Entonces, desde todos los puntos de la montaña acudieron hacia el pastor
las alimañas silvestres, que besaron la tierra entre sus manos para
pedirle su bendición.

     En este momento de su narración, Schahrazada se detuvo, y el rey
     Schahriar, entristecido, le dijo: «¡Oh Schahrazada! El ejemplo del
     pastor me da verdaderamente en qué pensar. ¡Y no sé si lo mejor
     para mí sería retirarme á una gruta, y huir para siempre de las
     preocupaciones de mi reino, y no tener más ocupación que apacentar
     ovejas! ¡Pero antes quiero oir cómo continúa la Historia de los
     Animales y las Aves!»

     [Illustration:

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 148.ª NOCHE_
    ]

     Schahrazada dijo:




[Illustration]

[Illustration]

Cuento de la tortuga y el martín pescador


Se cuenta en uno de mis libros antiguos, ¡oh rey afortunado! que un
martín pescador estaba un día á orillas de un río y observaba
atentamente, alargando el pescuezo, la corriente del agua. Pues tal era
el oficio que le permitía ganarse la vida y alimentar á sus hijos, y lo
ejercía sin pereza, desempeñando honradamente su profesión.

Y mientras vigilaba de tal modo el menor remolino y la ondulación más
leve, vió deslizarse por delante de él, y detenerse contra la peña en
que estaba observando, un cuerpo muerto de la raza humana. Entonces lo
examinó, y viendo que tenía heridas de importancia en todos sus miembros
y rastros de lanzazos y sablazos, pensó para sí: «¡Debe ser algún
bandido al cual han hecho expiar sus fechorías!» Después levantó las
alas y saludó al Retribuidor, diciendo: «¡Bendito sea Aquel que hace
servir á los malos después de muertos para el bienestar de sus buenos
servidores!» Y se dispuso á precipitarse sobre el cuerpo para arrancarle
algunos pedazos y llevárselos á sus crías, y comérselos con ellas. Pero
en seguida vió que el cielo se oscurecía por encima de él con una nube
de grandes aves de rapiña, como buitres y gavilanes, que empezaron á dar
vueltas en grandes círculos, acercándose cada vez más.

Al ver aquello, el martín pescador se sintió sobrecogido del temor de
que lo devorasen aquellos lobos del aire, y se apresuró á largarse á
todo vuelo lejos de allí. Y pasadas muchas horas se detuvo en la copa de
un árbol que se hallaba en medio del río, hacia su desembocadura, y
aguardó allí á que la corriente arrastrara hasta aquel sitio el cuerpo
flotante. Y muy entristecido, se puso á pensar en las vicisitudes y en
la inconstancia de la suerte. Y se decía: «He aquí que me veo obligado á
alejarme de mi país y de la orilla que me vió nacer, y en la cual están
mis hijos y mi esposa. ¡Ah, cuán vano es el mundo! ¡Y cuánto más vano
todavía el que se deja engañar por sus exterioridades, y confiando en la
buena suerte vive al día, sin ocuparse del mañana! ¡Si yo hubiese sido
más prudente habría hacinado provisiones para los días de necesidad como
el de hoy, y los lobos del aire no me habrían asustado al haber venido á
disputarme mis ganancias! ¡Pero el sabio nos aconseja la paciencia en
tales trances! ¡Tengámosla, pues!»

Y mientras recapacitaba de esta manera, vió á una tortuga que, saliendo
del agua y nadando lentamente, avanzaba hacia el árbol en que él se
encontraba. Y la tortuga levantó la cabeza, le vió en el árbol, y en
seguida le deseó la paz, y le dijo: «¿Cómo es ¡oh pescador! que has
desertado del ribazo en que generalmente te hallabas?» El pájaro
respondió:

    «_¡Si bajo la misma tienda que te alberga y en tu mismo país llega
        á habitar un rostro desagradable,_
»_Sólo una determinación has de tomar: déjale tu tienda y tu país y
        apresúrate á marcharte!_

«Y yo ¡oh buena tortuga! he visto mi ribazo dispuesto á ser invadido por
los lobos del aire, y para que no me impresionaran de mala manera sus
caras desagradables, he preferido dejarlo todo y marcharme, hasta que
Alah quiera compadecerse de mi suerte.»

Cuando la tortuga oyó estas palabras, dijo al martín pescador: «Desde el
momento en que es así, aquí me tienes entre tus manos, dispuesta á
servirte con toda mi abnegación y á hacerte compañía en tu abandono é
indigencia, pues ya sé lo desdichado que es el extranjero lejos de su
país y de los suyos, y cuán dulce es para él hallar afecto y solicitud
entre los desconocidos. Y yo, aunque sólo te conozco de vista, seré para
ti una compañera atenta y cordial.»

Entonces el martín pescador dijo: «¡Oh tortuga de buen corazón, que eres
dura por fuera y dulce por dentro! ¡Comprendo que voy á llorar de
emoción ante la sinceridad de tu oferta! ¡Cuántas gracias te doy! ¡Y
cuán razonables son tus palabras acerca de la hospitalidad que se ha de
conceder á los extranjeros y la amistad que se ha de otorgar á las
personas en el infortunio! Porque, verdaderamente, ¿qué sería la vida
sin amigos, y sin las conversaciones con los amigos, y sin las risas y
canciones con los amigos? ¡El sabio es el que sabe encontrar amigos
conforme á su temperamento, pues no se puede considerar amigos á los
seres con quienes hay que tratar por razón del oficio, como yo trataba
con los martín pescadores de mi especie, que me envidiaban por mis
pescas y mis hallazgos! Así es que ahora deben estar muy contentos con
mi ausencia esos tristes compañeros, que sólo saben hablar de su pesca
y de sus mezquinos intereses, pero nunca piensan en elevar sus almas
hacia el Dador. Siempre están con el pico vuelto hacia la tierra. ¡Y
tienen alas, pero no las utilizan! Por eso la mayoría de ellos no
podrían volar aunque quisieran. No pueden hacer más que sumergirse, y á
veces se quedan en el fondo del agua.»

Al oir estas palabras, la tortuga, que escuchaba silenciosa, exclamó:
«¡Oh martín pescador, baja para que te abrace!» Y el martín pescador
bajó del árbol, y la tortuga le besó entre los ojos, y le dijo:
«Verdaderamente, ¡oh hermano mío! no has nacido para vivir en comunidad
con las aves de tu raza, que están completamente desprovistas de
sutileza y no poseen modales exquisitos. Quédate conmigo, y nuestra vida
será agradable en este rincón de la tierra perdido en medio del agua, á
la sombra de este árbol y entre el rumor de las olas.» Pero el martín
pescador dijo: «¡Oh hermana tortuga! Te doy las gracias. Pero ¿y los
niños? ¿y mi esposa?» La tortuga respondió: «¡Alah es grande y
misericordioso! Nos ayudará á transportarlos hasta aquí, y pasaremos
días tranquilos y libres de toda zozobra.» Al oirla, el martín pescador
dijo: «¡Oh tortuga! Demos juntos gracias al Óptimo, que ha permitido que
nos reuniéramos.» Y exclamaron:

     _¡Loor á Nuestro Señor! ¡Da riquezas á unos y pobreza á otros! ¡Sus
     designios son sabios y bien calculados!_

     _¡Loor á Nuestro Señor! ¡Cuántos pobres son ricos en sonrisas!
     ¡Cuántos ricos son pobres de alegría!_

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente. Entonces el rey Schahriar dijo:
     «¡Oh Schahrazada! Tus palabras alejan de mí los feroces
     pensamientos. ¡Quisiera saber si conoces historias de lobos, por
     ejemplo, ó de animales montaraces!» Y contestó Schahrazada:
     «¡Precisamente son las historias que mejor conozco!» Entonces el
     rey Schahriar dijo: «¡Apresúrate, pues, á contarlas!» Y Schahrazada
     prometió contarlas en la noche venidera.

     [Illustration:

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 149.ª NOCHE_
    ]

     Schahrazada dijo:




[Illustration]

[Illustration]

Cuento del lobo y el zorro


Sabe ¡oh rey afortunado! que el zorro, cansado de las continuas iras de
su señor el lobo, y de su constante ferocidad, y de sus intrusiones en
los últimos derechos que al zorro le quedaban, se sentó un día en el
tronco de un árbol y se puso á reflexionar. Después dió un brinco lleno
de alegría, porque se le había ocurrido una idea que le parecía la
solución. Y en seguida corrió en busca del lobo, hallándole al fin con
el pelo todo erizado, el hocico contraído y de muy mal humor. Desde lo
más lejos que pudo divisarle, besó la tierra, llegó humildemente ante
él, y aguardó con los ojos bajos que le interrogase. El lobo gritó:
«¿Qué te pasa, hijo de perro?» Y el zorro dijo: «Perdona ¡oh señor! mi
osadía, pero tengo una idea que exponerte y un ruego que dirigirte, si
tienes á bien otorgarme una audiencia.» El lobo gritó: «¡Ahorra
palabras, y en cuanto acabes, márchate en seguida, ó te romperé los
huesos!» Entonces el zorro dijo: «He notado ¡oh señor! que desde hace
algún tiempo Ibn-Adán nos hace una guerra incesante. ¡Por todo el bosque
no se ven más que trampas y lazos de todas clases! Como sigamos así,
llegará á ser inhabitable el bosque. ¿Qué te parecería de una alianza
entre todos los lobos y todos los zorros para oponerse en masa á los
ataques de Ibn-Adán y prohibirle que se acercase á nuestro territorio?»

Al oir estas palabras, el lobo exclamó: «¡Digo que eres muy osado
pretendiendo mi alianza y mi amistad, falso, enclenque y miserable
zorro! ¡Ahí tienes, por tu insolencia!» Y le sacudió una patada que le
tumbó en el suelo, medio muerto.

El zorro se levantó renqueando, pero se guardó muy bien de mostrar
ningún resentimiento; al contrario, revistió el aspecto más sonriente y
contrito, y dijo al lobo: «¡Señor, perdona á tu esclavo su falta de
tacto y su escaso trato social! ¡Reconozco mis faltas, que son muy
grandes! ¡Si no las hubiese advertido, ese golpe tan terrible como
merecido que me acabas de dirigir, y que bastaría por sí solo para matar
á un elefante, me las habría mostrado sobradamente!» El lobo, algo
calmado por la actitud del zorro, le dijo: «¡Así aprenderás para otra
vez á no meterte en lo que no te importa!» El zorro contestó: «¡Cuánta
razón tienes! Ya lo dijo el sabio: «No hables ni cuentes nada hasta que
te lo pidan, y no contestes nunca antes que te pregunten. Y no te
olvides de atender solamente lo que pueda interesarte. Pero sobre todo,
guárdate bien de prodigar consejos á quienes no hayan de comprenderlos,
y no los des tampoco á los malos, que te tomarían ojeriza por el bien
que quisieras hacerles.»

Tales eran las palabras que el zorro decía al lobo, pero por dentro
pensaba: «¡Ya me tocará la vez, y este lobo me pagará la deuda hasta lo
último, porque la arrogancia, la provocación, la insolencia y el orgullo
necio tienen al fin y al cabo su castigo! Humillémonos, pues, hasta que
seamos poderosos.» Después el zorro dijo: «¡Oh mi señor lobo! Ya sabes
que la equidad es la virtud de los poderosos, y la bondad y la dulzura
de modales los dones y el ornamento de los fuertes. El mismo Alah
perdona al culpable arrepentido. Ahora bien; mi crimen es enorme, ya lo
sé, pero mi arrepentimiento no es menor, pues ese golpe doloroso que has
tenido la bondad de darme me ha estropeado el cuerpo, pero me ha
remediado el alma, y esto es para mí un gran motivo de júbilo. Ya lo
dijo el sabio: «El castigo que te impone la mano de tu maestro tendrá al
principio cierta amargura, pero después te sabrá más dulce que la miel
clarificada.»

Entonces el lobo dijo al zorro: «Acepto tus disculpas y perdono tu mal
paso y la molestia que me has ocasionado obligándome á asestarte ese
golpe, pero tienes que ponerte de rodillas, con la cabeza en el polvo.»
Y el zorro, sin vacilar, se arrodilló y adoró al lobo, diciéndole:
«¡Alah te haga triunfar y consolide tu dominio!» Entonces el lobo dijo:
«Bueno está. Ahora marcha delante de mí y sírveme de batidor. Y si ves
algo de caza, ven á advertírmelo en seguida.» El zorro respondió oyendo
y obedeciendo, y se apresuró á marchar delante.

Pero al llegar á un terreno plantado de viñas, no tardó en observar algo
que le pareció sospechoso, pues tenía todo el aspecto de una trampa, y
para evitarlo dió un gran rodeo, diciendo para sí: «¡El que anda sin
mirar los agujeros que hay á su paso, está destinado á caer en ellos!
Además, mi experiencia de las asechanzas de Ibn-Adán ha de ponerme
siempre en guardia. Por ejemplo, si viera una figura de zorro en una
viña, en vez de acercarme echaría á correr, ¡pues sería seguramente un
cebo puesto allí por la perfidia de Ibn-Adán! ¡Y ahora me sorprende en
este viñedo algo que no me parece de buena ley! Veamos lo que es, pero
con prudencia, porque la prudencia es la mitad de la valentía.» Y
después de razonar así, el zorro empezó á avanzar poco á poco,
retrocediendo de cuando en cuando y olfateando á cada paso. Se
arrastraba y aguzaba las orejas, avanzaba y retrocedía cautelosamente, y
así acabó por llegar hasta el mismo límite de aquel lugar tan
sospechoso. Y bien hizo, pues pudo ver que era un hoyo hondo, cubierto
de débiles ramajes disimulados con tierra. Al verlo, exclamó: «¡Loor á
Alah, que me ha dotado de la admirable virtud de la prudencia y de estos
buenos ojos que me permiten ver tan claramente!» Después, pensando que
el lobo caería allí de cabeza, se puso á bailar de alegría, como si se
hubiera emborrachado con todas las uvas de la viña. Y entonó este canto:

     _¡Lobo! ¡Lobo feroz! ¡Tu fosa está abierta, y la tierra dispuesta á
     cegarla!_

     _¡Lobo maldito! ¡Rondador de mozas, tragón de muchachos: en
     adelante te comerás los excrementos que mi culo hará llover dentro
     del hoyo, encima de tus hocicos!_

Y en seguida desanduvo lo andado, y fué á buscar al lobo, al cual dijo:
«¡Te anuncio una buena nueva! ¡Tu fortuna es grande, y las dichas
llueven sobre ti, sin que se cansen! ¡Sea continua la alegría en tu
casa, y también los goces!» El lobo exclamó: «¿Qué me anuncias? ¿Y á qué
vienen esas exageraciones?» El zorro dijo: «La viña está hermosa hoy.
¡Todo es júbilo, pues el amo del viñedo ha fallecido, y está tendido en
medio del campo, debajo de unas ramas que lo cubren!» El lobo gritó: «¿A
qué aguardas entonces, alcahuete vil, para llevarme allí? ¡Anda!» Y el
zorro se apresuró á guiarle hasta el centro del viñedo, y mostrándole el
sitio consabido, le dijo: «¡Allí es!» Entonces el lobo lanzó un aullido,
y de un brinco saltó hacia las ramas, que cedieron á su peso. Y el lobo
rodó hasta el fondo del hoyo. Cuando el zorro vio caer á su enemigo, se
sintió tan alegre, que antes de correr al hoyo para deleitarse con su
triunfo, se puso á brincar, y en el límite de la alegría, recitó para sí
estas estrofas:

     _¡Alégrate, alma mía! ¡Todos mis deseos se han cumplido; el Destino
     me sonríe!_

     _¡La arrogancia, la supremacía y toda la gloria de la autoridad,
     serán mías en el bosque!_

     _¡Mías las viñas hermosas y las cacerías espléndidas, la grasa de
     los gansos, los muslos de los patos, la pechuga de las gallinas y
     la cabeza roja de los gallos!_

Y dando brincos llegó al borde del hoyo, palpitante el corazón. ¡Y cuál
no sería su júbilo al ver al lobo llorando por su caída y lamentándose
de su perdición irremediable! Entonces el zorro se puso también á llorar
y gemir, y el lobo levantó la cabeza y le vió llorar, y le dijo: «¡Oh
compañero zorro, qué bueno eres al llorar así conmigo! ¡Ya sé que
algunas veces fuí injusto contigo! Pero por favor, déjate ahora de
lágrimas y corre á avisar á mi esposa y á mis hijos, enterándoles del
peligro en que estoy y de la muerte que me amenaza.» Entonces el zorro
le dijo: «¡Ah, malvado! ¿Eres tan estúpido que supones que derramo estas
lágrimas por ti? ¡Desengáñate, miserable! ¡Si lloro, es porque hasta
ahora pudieras vivir sin contratiempo, y si me lamento tan amargamente,
es porque esta calamidad no te haya ocurrido antes! ¡Muere, pues,
maldito! ¡Te prometo mearme en tu tumba, y bailar con todos los zorros
sobre la tierra que te cubra!»

Oídas estas palabras, el lobo pensó: «¡No es ésta ocasión de amenazas,
pues es el único que me puede sacar de aquí!» Y le dijo: «¡Oh compañero!
Hace un instante me jurabas fidelidad y me dabas pruebas de la mayor
sumisión. ¿A qué viene este cambio? Reconozco que te he tratado algo
bruscamente; pero no me guardes rencor, y recuerda lo que dijo el poeta:

     _¡Siembra generosamente los granos de tu bondad, hasta en los
     terrenos que te parezcan estériles! ¡Tarde ó temprano, el sembrador
     recogerá los frutos de su grano, superando á sus esperanzas!_»

Pero el zorro le dijo burlonamente: «¡Oh el más insensato de todos los
lobos y de todas las alimañas! ¿Has olvidado lo odioso de tu conducta?
¿Por qué no practicaste este consejo tan sabio del poeta:

     _¡No oprimas, porque toda opresión produce la venganza, y toda
     injusticia la represalia!_

     _¡Porque si duermes después de la injusticia, el oprimido no duerme
     más que con un ojo, y con el otro te acecha sin cesar! ¡Y el ojo de
     Alah no se cierra nunca!?_

»¡Y tú me has oprimido bastante tiempo para que ahora tenga derecho á
regocijarme con tus desgracias y me deleite con tu humillación!»
Entonces el lobo dijo: «¡Oh zorro prudente de ideas fértiles y de
ingenio inventivo! Eres superior á tus palabras, y seguramente no las
piensas, pues las dices en broma. ¡Y en verdad, el caso no es para ello!
Te ruego que cojas una soga cualquiera y trates de atar una punta á un
árbol para alargarme la otra punta, y yo treparé por ese medio, y saldré
de este hoyo.» Pero el zorro se echó á reir, y le dijo: «¡Poco á poco,
¡oh lobo! poco á poco! ¡Primero saldrá tu alma y después tu cuerpo! ¡Y
las piedras y guijarros con que van á apedrearte realizarán
perfectamente esa separación! ¡Oh animal grosero, de ideas premiosas y
de escaso ingenio! Comparo tu suerte con la del HALCÓN Y LA PERDIZ.»

Al oir estas palabras, el lobo exclamó: «¡No entiendo muy bien lo que
quieres decirme con eso!»

Entonces el zorro dijo al lobo:

     «Sabe ¡oh lobo! que un día fuí á comer algunos granos de uva á una
     viña. Mientras estaba allí, á la sombra del follaje, vi
     precipitarse desde lo alto de los aires un gran halcón sobre una
     perdiz. Pero la perdiz logró librarse de las garras del halcón, y
     corrió rápidamente á meterse en su escondrijo. Entonces el halcón,
     que la había perseguido sin poder alcanzarla, se detuvo delante del
     agujero que servía de entrada al albergue y gritó á la perdiz:
     «¡Loquita que huyes de mí! ¿Ignoras lo mucho que te quiero? El
     único motivo que me impulsó á cogerte fué el saber que estás
     hambrienta, y quería darte el grano que he juntado para ti. ¡Ven,
     pues, perdicita gentil, sal de tu albergue sin temor y ven á comer
     el grano! ¡Y ojalá te sea muy gustoso, y se alivie tu corazón,
     perdiz de mis ojos y de mi alma!» Cuando la perdiz oyó este
     lenguaje, salió confiada de su escondite; pero en seguida el halcón
     se lanzó sobre ella, le clavó las terribles garras en las carnes, y
     de un picotazo la despanzurró. Y la perdiz, antes de morir, dijo:
     «¡Oh maldito traidor! ¡Permita Alah que mi carne se convierta en
     veneno dentro de tu vientre!» Y murió. En cuanto al halcón, la
     devoró en un abrir y cerrar de ojos, pero en seguida le vino el
     castigo por la voluntad de Alah; pues apenas llegó la perdiz al
     vientre del traidor, cuando éste vió que se le caían todas las
     plumas, como por efecto de una llama interior, y cayó inanimado al
     suelo.»

     «Y tú ¡oh lobo!--prosiguió el zorro--has caído en ese hoyo por
     haberme dado muy mala vida y haber humillado mi alma hasta el
     límite de la humillación.»

Entonces el lobo dijo al zorro: «¡Oh compañero, ayúdame! Da de lado
todos esos ejemplos que me citas, y olvidemos lo pasado. ¡Bien castigado
estoy, pues heme aquí en un hoyo, en el cual he caído á riesgo de
romperme una pata ó estropearme los ojos! ¡Trataremos de salir de este
mal paso, pues no ignoras que la amistad más firme es la que nace
después de una desgracia, y que el amigo verdadero está más cerca del
corazón que un hermano! ¡Ayúdame á salir de aquí, y seré para ti el
mejor de los amigos y el más cuerdo de los consejeros!»

Pero el zorro se echó á reir con más ganas, y dijo al lobo: «¡Veo que
ignoras las PALABRAS DE LOS SABIOS!» Y el lobo, pasmado, le preguntó:
«¿Qué palabras y á qué sabios te refieres?» Y el zorro dijo:

«Los sabios ¡oh lobo maldito! nos enseñan que la gente como tú, la gente
que tiene la máscara de la fealdad, el aspecto grosero y el cuerpo mal
formado, tiene también el alma tosca y desprovista de sutileza. ¡Y cuán
verdadero es esto en lo que te concierne! Lo que me has dicho acerca de
la amistad es muy exacto; pero ¡cómo te equivocas al quererlo aplicar á
tu alma de traidor! Porque ¡oh estúpido lobo! si realmente fueses tan
fértil en juiciosos consejos, ¿cómo no darías con el medio de salir de
ahí? Y si eres de veras tan poderoso como dices, ¡trata de salvar tu
alma de una muerte segura! ¿No recuerdas la HISTORIA DEL MÉDICO?» «Pero
¿qué médico es ése?», gritó el lobo. Y el zorro dijo:

     «Había un aldeano que padecía un gran tumor en la mano derecha. Y
     aquello le impedía trabajar. Y cansado ya de intentar varias
     curaciones, mandó llamar á un hombre al cual se creía versado en
     las ciencias médicas. El sabio fué á casa del enfermo, con una
     venda en un ojo. Y el enfermo le preguntó: «¿Qué tienes en ese ojo,
     ¡oh médico!?» Éste contestó: «Un tumor que no me deja ver.»
     Entonces el enfermo exclamó: «¿Tienes ese tumor y no lo curas? ¿Y
     ahora vienes para curar el mío? ¡Vuelve la espalda, y enséñame la
     anchura de tus hombros!»

«Y tú, ¡oh lobo de maldición! antes de pensar en darme consejos y
enseñarme ardides, sé lo bastante listo para librarte de ese hoyo y
guardarte de lo que te va á llover encima. Y si no, quédate para siempre
en donde estás.»

Entonces el lobo se echó á llorar, y antes de desesperarse por completo,
dijo al zorro: «¡Oh compañero! Te ruego que me saques de aquí,
acercándote por ejemplo al borde del hoyo y alargándome la punta del
rabo. Y me agarraré á ella y saldré del agujero. Y entonces, prometo
ante Alah arrepentirme de todas mis ferocidades pasadas, y me limaré las
garras, y me romperé los dientes, para no sentir la tentación de atacar
á mis vecinos. Después me pondré la ropa tosca de los ascetas y me
retiraré á la soledad para hacer penitencia, sin comer más que hierba ni
beber más que agua.» Pero el zorro, lejos de enternecerse, dijo al lobo:
«¿Y desde cuándo se puede cambiar tan fácilmente de naturaleza? Lobo
eres, y lobo seguirás siendo, y no he de ser yo quien crea en tu
arrepentimiento. ¡Y además, muy candoroso tendría yo que ser para
confiarte mi cola! Quiero verte morir, porque los sabios han dicho: «¡La
muerte del malo es un beneficio para la humanidad, pues purifica la
tierra!...»

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

     [Illustration:

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 150.ª NOCHE_
    ]

     Ella dijo:

«...¡La muerte del malo es un beneficio para la humanidad, pues purifica
la tierra!»

Al oir estas palabras, el lobo, lleno de rabia y desesperación, se
mordió una pata; pero dulcificando más la voz, dijo: «¡Oh zorro! La raza
á que perteneces es famosa entre todos los animales de la tierra, por
sus exquisitos modales, su elocuencia, su sutileza y la dulzura de su
temperamento. ¡Termina, pues, este juego, y recuerda las tradiciones de
tu familia!» Pero el zorro, al oir estas palabras, se echó á reir con
tanta gana, que se desmayó. No tardó en volver en sí, y dijo al lobo:
«Ya veo, ¡oh maravilloso bruto! que tu educación está completamente por
hacer. Pero no tengo tiempo para dedicarme á semejante tarea, y me
contentaré, antes de que revientes, con hacer penetrar en tus oídos
algunas de las palabras de los sabios. ¡Sabe, pues, que todo tiene
remedio, menos la muerte; que todo puede corromperse, menos el diamante;
y por último, que se puede uno librar de todo, menos del Destino!

»En cuanto á ti, me has hablado hace un momento, según creo, de
recompensarme al salir del hoyo y de otorgarme tu amistad. Sospecho que
te pareces á aquella SERPIENTE cuya historia no debes conocer, dada tu
ignorancia.» Y como el lobo confesase que la desconocía, el zorro dijo:

     «Sabe ¡oh lobo! que hubo una vez una serpiente que había logrado
     escaparse de manos de un titiritero. Y esta serpiente, no
     acostumbrada á caminar por haber estado tanto tiempo enrollada en
     un saco, se arrastraba penosamente por el suelo, y seguramente
     habría sido aplastada, si un transeunte caritativo no la hubiera
     visto, y creyéndola enferma, movido de piedad, la cogió y le dio
     calor. Y lo primero que hizo la serpiente al recobrar la vida fué
     buscar el sitio más delicado del cuerpo de su salvador y clavar en
     él su diente cargado de veneno. Y el hombre cayó muerto
     inmediatamente. Ya lo dijo el poeta:

     _¡Desconfía y procura huir cuando la víbora se enrosque
     mimosamente! ¡Va á estirarse, y su veneno entrará en tu carne con
     la muerte!_

»Y también ¡oh lobo! hay estos versos admirables, que vienen muy bien al
caso:

     _¡Cuando un niño haya sido cariñoso contigo y tú le trates mal, no
     te asombre que te guarde rencor en el fondo del hígado, ni de que
     se vengue algún día cuando tenga pelos en el brazo!_

»Y yo, maldito lobo, para dar comienzo á tu castigo y hacerte probar
anticipadamente las delicias que te aguardan en el fondo de ese hoyo,
mientras llega la ocasión de regar tu tumba como he dicho, he aquí lo
que te ofrezco: ¡levanta la cabeza, amigo!»

Y el zorro, volviéndose de espaldas, se apoyó con las patas de atrás en
el borde del hoyo, é hizo llover sobre el hocico del lobo lo suficiente
para ungirle y perfumarle hasta sus últimos momentos.

Y hecho esto, se subió á lo más alto de la escarpa, y empezó á chillar
llamando á los amos y á los guardas, que no tardaron en acudir. Y cuando
se acercaron, se ocultó el zorro, pero lo bastante cerca para ver las
piedras enormes que aquéllos tiraban al hoyo y oir los aullidos de
agonía de su enemigo el lobo.

     Al llegar á este punto, Schahrazada se detuvo un momento para beber
     un vaso de sorbete que le alargaba la pequeña Doniazada. El rey
     Schahriar exclamó: «¡Ardía en impaciencia por saber la muerte del
     lobo! ¡Ahora que ya ocurrió, quisiera oirte contar algo sobre la
     ingenua é irreflexiva confianza y sus consecuencias!» Y Schahrazada
     dijo: «¡Escucho y obedezco!»




[Illustration]

[Illustration]

Cuento del ratón y la comadreja


Había una mujer cuyo oficio no era otro que descortezar sésamo. Y un día
le llevaron una medida de sésamo de primera calidad, diciéndole: «El
médico ha mandado á un enfermo que se alimente exclusivamente con
sésamo. Y te lo traemos para que lo limpies y lo mondes con cuidado.» La
mujer lo cogió, puso en seguida manos á la obra, y al acabar el día lo
había limpiado y mondado completamente. ¡Y daba gusto ver aquel sésamo
tan blanco! Así es que una comadreja que andaba por allí se vió
tentadísima, y llegada la noche, se dedicó á transportarlo desde la
bandeja en que estaba á su madriguera. Y tan bien lo hizo, que por la
mañana no quedaba en la bandeja más que una cantidad muy pequeña de
sésamo.

Y oculta la comadreja, pudo juzgar el asombro y la ira de la mondadora
al ver aquella bandeja casi limpia del contenido. Y la oyó exclamar:
«¡Ah, si pudiera dar con el ladrón! ¡No pueden ser más que esos malditos
ratones que infestan la casa desde que se murió el gato! ¡Como pillase á
uno, le haría pagar las culpas de todos los otros!»

Cuando la comadreja oyó estas palabras, se dijo: «Es necesario, para
resguardarme de la venganza de esta mujer, tener que confirmar sus
sospechas, en cuanto atañe á los ratones. ¡Si no, puede que la tomara
conmigo y me rompiera los huesos!» Y en seguida fué á buscar al ratón, y
le dijo: «¡Oh hermano! ¡Todo vecino se debe á su vecino! ¡No hay nada
tan antipático como un vecino egoísta que no guarda atención alguna á
los que viven á su lado y no les envía nada de los platos exquisitos que
las hembras de la casa han guisado, ni de los dulces y pasteles
preparados en las grandes festividades!» Y el ratón contestó: «¡Cuán
verdad es todo eso, buena amiga! ¡Por eso, aunque haga pocos días que
estés aquí, me congratulo tanto de las buenas intenciones que
manifiestas! ¡Plegué á Alah que todos los vecinos sean tan buenos y tan
simpáticos como tú! Pero ¿qué tienes que anunciarme?» La comadreja dijo:
«La buena mujer que vive en esta casa ha recibido una medida de sésamo
fresco muy apetitoso. Se lo han comido hasta hartarse entre ella y sus
hijos, y sólo han dejado un puñado. Por eso vengo á avisártelo; prefiero
mil veces que lo aproveches tú, á que se lo coman los glotones de sus
parientes.»

Oídas estas palabras, el ratón se alegró tanto, que empezó á dar brincos
y á mover la cola. Y sin tomarse tiempo para reflexionar, ni advertir el
aspecto hipócrita de la comadreja, ni fijarse en la mujer que acechaba,
ni preguntarse siquiera qué móvil podía impulsar á la comadreja á
semejante acto de generosidad, corrió locamente y se precipitó en medio
de la bandeja, en donde brillaba el sésamo esplendente y mondado. Y se
llenó glotonamente la boca. Pero en aquel instante salió la mujer de
detrás de la puerta, y de un palo hendió la cabeza del ratón.

¡Y así el pobre ratón, por su imprudente confianza, pagó con la vida las
culpas ajenas!

     Al oir estas palabras, el rey Schahriar exclamó: «¡Oh Schahrazada!
     ¡Qué lección de prudencia hay en ese cuento! ¡Si lo hubiera sabido
     antes, me habría guardado muy bien de poner una confianza sin
     límites en mi esposa, aquella libertina á quien maté con mis
     propias manos, y no hubiese creído en los miserables eunucos negros
     que ayudaron á la traidora! ¿Sabes por ventura alguna historia
     referente á la fiel amistad?»

     Y Schahrazada dijo:




[Illustration]

[Illustration]

Cuento del cuervo y del gato de Algalia


He llegado á saber que un cuervo y un gato de Algalia habían trabado una
firme amistad y se pasaban las horas retozando y jugando á varios
juegos. Y un día que hablaban de cosas realmente interesantes, pues no
hacían caso de lo que pasaba á su alrededor, fueron devueltos á la
realidad por el rugido espantoso de un tigre, que resonaba en el
bosque.

Inmediatamente, el cuervo, que estaba en el tronco de un árbol al lado
de su amigo, se apresuró á ganar las ramas altas. En cuanto al gato, de
espantado no sabía dónde ocultarse, pues ignoraba el sitio de donde
acababa de salir el rugido del tigre. En tal perplejidad, dijo al
cuervo: «¿Qué haré, amigo mío? Dime si puedes indicarme algún medio, ó
si puedes prestarme algún socorro eficaz.» El cuervo respondió: «¿Qué no
haría yo por ti, buen amigo? Estoy dispuesto á afrontarlo todo para
sacarte de apuros; pero antes de acudir en tu socorro, déjame recordarte
lo que dijo el poeta:

     _¡La verdadera amistad es la que nos impulsa á arrojarnos al
     peligro para salvar al objeto amado, arriesgándonos á sucumbir!_

     _¡Es la que nos hace abandonar bienes, padres y familia para ayudar
     al hermano de nuestra amistad!_»

En seguida el cuervo se apresuró á volar hacia un rebaño que pasaba por
allí, guardado por enormes perros, más imponentes que leones. Y se fué
derecho á uno de los perros, se precipitó sobre su cabeza y le dió un
fuerte picotazo. Después se lanzó sobre otro perro é hizo lo mismo; y
habiendo excitado así á todos los perros, echó á volar á una altura
suficiente para que le fueran persiguiendo, pero sin que le alcanzaran
sus dientes. Y graznaba á toda voz, como para mofarse de ellos. De modo
que los perros le fueron siguiendo cada vez más furiosos, hasta que los
atrajo hacia el centro del bosque. Y cuando los ladridos hubieron
resonado en todo el bosque, el cuervo supuso que el tigre, espantado,
había debido huir; entonces el cuervo se remontó cuanto pudo, y
habiéndolo perdido de vista los perros, regresaron al rebaño. El cuervo
fué á buscar á su amigo el gato, al cual había salvado de aquel peligro,
y vivió con él en paz y felicidad.

     Y ahora deseo contarte, ¡oh rey afortunado!--prosiguió
     Schahrazada--la HISTORIA DEL CUERVO Y EL ZORRO.




[Illustration]

[Illustration]

Cuento del cuervo el zorro


Se cuenta que un zorro viejo, cuya conciencia estaba cargada de no pocas
fechorías, se había retirado al fondo de un monte abundante en caza,
llevándose consigo á su esposa. Y siguió haciendo tanto destrozo, que
acabó por despoblar completamente la montaña, y para no morirse de
hambre, empezó por comerse á sus propios hijos y estrangular una noche
traidoramente á su esposa, á la cual devoró en un momento. Y hecho ésto,
no le quedó nada á que hincar el cliente.

Era demasiado viejo para cambiar de residencia, y no era bastante ágil
para cazar liebres y coger al vuelo las perdices. Mientras estaba
absorto en estas ideas, que le ennegrecían el mundo delante del hocico,
vió posarse en la copa de un árbol á un cuervo que parecía muy cansado.
Y en seguida pensó: «¡Si pudiera hacerme amigo de ese cuervo, sería mi
felicidad! ¡Tiene buenas alas que le permiten hacer lo que no pueden mis
patas baldadas! ¡Así, me traería el alimento, y además me haría compañía
en esta soledad que empieza á serme tan pesada!» Y pensado y hecho:
avanzó hasta el pie del árbol en que estaba posado el cuervo, y después
de las zalemas acostumbradas, le dijo: «¡Oh mi vecino! No ignoras que
todo buen musulmán tiene dos méritos para su vecino. El de ser musulmán
y el de ser su vecino. Reconozco en ti esos dos méritos, y me siento
conmovido por la atracción invencible de tu gentileza y por las buenas
disposiciones de amistad fraternal que te supongo. Y tú, ¡oh buen
cuervo! ¿qué sientes hacia mí?»

Al oir estas palabras el cuervo se echó á reir de tan buena gana, que le
faltó poco para caerse del árbol. Después dijo: «¡No puedo ocultarte que
es muy grande mi sorpresa! ¿De cuándo acá, ¡oh zorro! esa amistad
insólita? ¿Y cómo ha entrado la sinceridad en tu corazón, cuando sólo
estuvo en la punta de tu lengua? ¿Desde cuándo dos razas tan distintas
pueden fundirse tan perfectamente, siendo tú de la raza de los animales
y yo de la raza de las aves? Y sobre todo, ¡oh zorro! ya que eres tan
elocuente, ¿sabrías decirme desde cuándo los de tu raza han dejado de
ser de los que comen y los de mi raza los comidos? ¿Te asombras? ¡Pues
ciertamente no hay por qué! ¡Vamos, zorro, viejo malicioso, vuelve á
guardar todas esas hermosas palabras en tu alforja, y dispénsame de una
amistad respecto á la cual no me has dado pruebas!»

Entonces el zorro exclamó: «¡Oh cuervo juicioso, cuán perfectamente
razonas! Pero sabe que nada es imposible para Aquel que formó los
corazones de sus criaturas, y ha engendrado en el mío ese generoso
sentimiento hacia ti. Y para demostrarte que individuos de distinta raza
pueden estar de acuerdo, y para darte las pruebas que con tanta razón me
reclamas, no encuentro nada mejor que contarte la historia que he
llegado á saber, la historia de la pulga y el ratón, si es que quieres
escucharla.»

El cuervo repuso: «Puesto que hablas de pruebas, dispuesto estoy á oir
esa HISTORIA DE LA PULGA Y EL RATÓN, que desconozco.» Y el zorro la
narró de este modo:

     «¡Oh amigo, lleno de gentileza! Los sabios versados en los libros
     antiguos y modernos nos cuentan que una pulga y un ratón fueron á
     vivir en la casa de un rico mercader, cada cual en el lugar que fué
     más de su agrado.

»Ahora bien; cierta noche, la pulga, harta de chupar la sangre
     agria del gato de la casa, saltó á la cama donde estaba tendida la
     esposa del mercader, se deslizó entre la ropa, se escurrió por
     debajo de la camisa para llegar á los muslos, y desde allí brincó
     hasta el pliegue de la ingle, precisamente en el sitio más
     delicado. Y notó realmente que aquel sitio era muy delicado, muy
     suave, muy blanco y liso á pedir de boca. No tenía ni arrugas ni
     pelos indiscretos. Al contrario, ¡oh cuervo amigo! al contrario. Y
     fué el caso que la pulga se encasilló en aquel paraje y se puso á
     chupar la deliciosa sangre de la mujer hasta llegar á la hartura.
     Sin embargo, puso tan poca discreción en su trabajo, que la mujer
     se despertó al sentir la picadura, y llevó la mano velozmente al
     sitio picado, y habría aplastado á la pulga si ésta no se hubiese
     escurrido diestramente por el calzón, corriendo á través de los
     innumerables pliegues de esa prenda especial de la mujer, y
     saltando desde allí al suelo para refugiarse en el primer agujero
     que encontró. ¡Esto en cuanto á la pulga!

»En cuanto á la mujer, como lanzase un alarido de dolor que hizo
     acudir á todas las esclavas, advertidas éstas de la causa del
     sufrir de su señora, se apresuraron á remangarse los brazos y á
     buscar la pulga entre las ropas. Dos esclavas se encargaron de las
     faldas, otra de la camisa, y otras del amplio calzón, cuyos
     pliegues examinaron escrupulosamente uno tras otro. Entretanto, la
     mujer se hallaba completamente en cueros, y á la luz de los
     candelabros se registraba la parte delantera mientras que la
     esclava favorita le inspeccionaba minuciosamente la trasera. Pero
     ya te puedes figurar, ¡oh cuervo! que no encontraron nada. ¡Y esto
     es todo en cuanto á la mujer!»

El cuervo exclamó: «Pero á todo eso, ¿en dónde están las pruebas de que
me hablabas?» El zorro repuso: «¡Precisamente vamos á ello!» Y prosiguió
de esta manera:

     «He aquí que el agujero en que se había refugiado la pulga era la
     madriguera del ratón...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 151.ª NOCHE_

Ella dijo:

»...He aquí que el agujero en que se había refugiado la pulga era la
madriguera del ratón; de modo que cuando el ratón vió entrar á la pulga
en su casa se indignó extraordinariamente, y le dijo: «¿Qué vienes á
hacer aquí, ¡oh pulga! ya que no eres de mi especie ni de mi esencia?
¿Qué buscas aquí, ¡oh parásito! del cual sólo se puede esperar algo
desagradable?» Y la pulga contestó: «¡Oh ratón hospitalario entre los
ratones! Sabe que si he invadido tan indiscretamente tu domicilio, ha
sido contra mi voluntad, pues lo he hecho para librarme de la muerte con
que me amenazaba la dueña de esta casa. ¡Y todo por un poco de sangre
que le he chupado! ¡Verdad es que era de primera calidad, suave, tibia y
de maravillosa digestión! Vengo, pues, á ti, confiada en tu bondad, para
rogarte que me tengas en tu casa hasta que haya pasado el peligro. Lejos
de atormentarte y obligarte á huir de tu domicilio, te demostraré una
gratitud tan señalada, que darás las gracias á Alah por haberme admitido
en tu compañía.» Entonces, convencido el ratón por el acento sincero de
la pulga, dijo: «Si realmente es así, ¡oh pulga! puedes compartir mi
albergue y vivir aquí tranquila. Serás mi compañera en la próspera y en
la adversa fortuna. Y en cuanto á la sangre bebida en el muslo de la
mujer, no te apures. Digiérela gozosamente en la paz de tu corazón y con
delicia. Cada cual encuentra su alimento donde puede, y nada hay en ello
de reprensible; y si Alah nos ha dado la vida, no ha sido para que nos
dejemos morir de hambre ni de sed. Y á este propósito, he aquí los
versos que oí recitar un día por las calles á un santón:

     _¡Nada tengo en la tierra que me sujete: ni muebles, ni esposa que
     me gruña, ni casa! ¡Oh corazón mío, cuán libre estás!_

     _¡Un pedazo de pan, un sorbo de agua y un poco de sal bastan para
     mi alimento, pues estoy completamente solo! ¡Un raído ropón me
     sirve de traje, y aún me sobra!_

     _¡Tomo el pan donde lo encuentro, y acato el Destino conforme
     viene! ¡Nada me pueden quitar! ¡Lo que cojo á los demás para vivir,
     es lo que les sobra! ¡Corazón mío, cuán libre estás!_»

»Cuando la pulga oyó este discurso del ratón, se sintió muy conmovida, y
lo dijo: «¡Oh ratón, hermano mío, qué vida tan deliciosa vamos á pasar
juntos! ¡Alah apresure el momento en que pueda agradecer tus bondades!»

»Y el tal momento no tardó en llegar. Efectivamente, la misma noche, el
ratón, que había ido á dar una vuelta por la casa del mercader, oyó un
rumor metálico, y sorprendió al mercader que contaba uno por uno los
numerosos dinares guardados en un saquito, y cuando hubo echado la
cuenta, los escondió bajo la almohada, se tumbó en la cama, y se durmió.

»Entonces el ratón fué á buscar á la pulga, le contó lo que acababa de
ver, y le dijo: «Ha llegado la ocasión de que me ayudes á transportar
esos dinares de oro desde la cama del mercader hasta mi albergue.» Al
oir estas palabras, la pulga estuvo á punto de desmayarse de emoción,
por lo exorbitante que le pareció todo aquello, y exclamó con tristeza:
«No debes pensar en eso, ¡oh ratón! ¿Cómo he de llevar yo á cuestas un
dinar, cuando mil pulgas juntas no podrían ni siquiera moverlo? En
cambio puedo ayudarte de otro modo, pues tan pulga como me ves, me
encargo de sacar al mercader de su habitación ahuyentándole de la casa;
y entonces serás el amo del terreno, y sin apresurarte y á tu gusto
podrás transportar los dinares á tu madriguera.» El ratón exclamó:
«¡Eres en verdad una pulga excelente, y no había caído en ello hasta
ahora! Mi madriguera es lo suficientemente grande para encerrar todo el
oro, y he abierto setenta puertas para poder salir en el caso de que
quisieran emparedarme en ella. ¡Date prisa á ejecutar lo que me has
ofrecido!»

»Entonces la pulga, dando brincos, saltó á la cama en que dormía el
mercader, fué rectamente hacia las posaderas, y en ellas le picó como
nunca había picado pulga alguna en trasero humano. El mercader, al
sentir la picadura y el agudísimo dolor que le produjo, se levantó
rápidamente, llevándose la mano al honroso sitio, del cual ya se había
apresurado á alejarse la pulga. Y el mercader empezó á lanzar mil
maldiciones, que resonaban en el vacío de la casa silenciosa. Después de
dar mil vueltas, trató de volverse á dormir. ¡Pero no contaba con su
enemigo! En vista de que el mercader se empeñaba en seguir acostado, la
pulga volvió á la carga más enfurecida que antes, y esta vez le picó con
todas sus fuerzas en el sensible lugar que se llama el perineo.

«Entonces el mercader, sobresaltado y rugiendo, rechazó las mantas y
las ropas, y bajó corriendo al lugar donde estaba el pozo, y allí se
remojó insistentemente con agua fría, á fin de calmar el escozor. Y ya
no quiso volver á su alcoba, sino que se echó en un banco del patio para
pasar el resto de la noche.

»De esta suerte el ratón pudo transportar á su madriguera sin ninguna
dificultad todo el oro del comerciante, y cuando amaneció ya no quedaba
un dinar en el saco.

»Y de este modo supo agradecer la pulga la hospitalidad del ratón,
recompensándole con creces.

       *       *       *       *       *

»Y tú, amigo cuervo--prosiguió el zorro--, espero que pronto verás mi
abnegación en cambio del pacto de amistad que sellemos.»

Pero el cuervo dijo: «Verdaderamente, ¡oh mi señor zorro! tu historia no
me ha convencido ni mucho menos. Al cabo y al fin, cada cual puede
libremente hacer ó dejar de hacer el bien, sobre todo cuando este bien
amenaza convertirse en causa de varias calamidades. Y este es el caso
presente. Hace mucho tiempo que eres famoso por tus perfidias y por el
incumplimiento de la palabra empeñada. ¿Cómo ha de inspirarme ninguna
confianza un ser como tú, de mala fe, y que ha sabido últimamente
traicionar y hacer perecer á su primo el lobo? Porque ¡oh traidor entre
los traidores! estoy bien enterado de esa fechoría tuya, cuyo relato es
sabido de toda la gente animal. ¡De modo que si te prestaste á
sacrificar á uno que si no era de tu especie era de tu raza, si lo has
traicionado después de tratarle como amigo tanto tiempo y de adularle de
mil maneras, es seguro que para ti será un juego la perdición de
cualquier otro animal que sea de raza diferente de la tuya! Esto me
recuerda una historia muy aplicable al caso.» El zorro preguntó: «¿Qué
historia?» Y el cuervo dijo: «¡La del buitre!» Entonces exclamó el
zorro: «No conozco nada de esa HISTORIA DEL BUITRE. ¡Cuéntamela!» Y el
cuervo habló de este modo:

     «Había un buitre cuya tiranía sobrepasaba todos los límites
     conocidos. No se sabía de ave alguna, ni chica ni grande, que
     estuviese libre de sus vejaciones. Había sembrado el terror entre
     todos los lobos del aire y de la tierra, y de tal modo se le temía,
     que las alimañas más feroces, al verle llegar, soltaban lo que
     tuvieran y huían espantadas de su pico formidable y de sus plumas
     erizadas. Pero llegó un tiempo en que los años, acumulados sobre su
     cabeza, se la desplumaron del todo, le gastaron las garras y le
     hicieron caer á pedazos las quijadas amenazadoras. La intemperie
     ayudó también á dejarle el cuerpo baldado y las alas sin virtud.
     Entonces se convirtió en tal objeto de lástima, que sus antiguos
     enemigos no quisieron devolverle sus tiranías y sólo le trataron
     con desprecio. Y para comer tenía que contentarse con las sobras
     que dejaban las aves y los animales.

»Y he aquí ¡oh zorro! que tú has perdido ahora tus fuerzas, pero te
queda aún la alevosía. Quieres, viejo é imposibilitado como estás,
aliarte conmigo, que, gracias á la bondad del Hacedor, conservo intacto
el empuje de mis alas, lo agudo de mi vista y lo acerado de mi pico. ¡No
quieras hacer conmigo lo que hizo EL GORRIÓN!» Pero el zorro, lleno de
asombro, preguntó: «¿De qué gorrión hablas?» Y el cuervo dijo:

     «He llegado á saber que un gorrión habitaba un prado, en el cual
     pacía con un rebaño de corderos. Rayaba la tierra con el pico,
     siguiendo á los carneros, cuando de pronto vió que un águila enorme
     se precipitaba sobre un corderillo, se lo llevaba en las garras y
     desaparecía con él á lo lejos. El gorrión, sintiéndose acometido de
     una extrema arrogancia, extendió las alas poseído de vanidad, y
     dijo para sí: «También yo sé volar, y por tanto, podré arrebatar un
     carnero de los más grandes.» Inmediatamente eligió el carnero más
     gordo que pudo hallar entre todos: tenía una lana abundante y
     añeja, y por debajo del vientre, empapada con los orines de por la
     noche, no era más que una masa pegajosa y putrefacta. El gorrión se
     lanzó sobre el lomo del carnero, y quiso llevárselo. Pero al primer
     impulso, las patas se le quedaron enredadas en las vedijas de lana,
     y entonces él fué el que quedó prisionero. Acudió el pastor, se
     apoderó de él, le arrancó las plumas de las alas, y atándole una
     pata con un bramante, se lo dio á sus hijos para que jugasen con
     él, y les dijo: «¡Mirad bien este pájaro! Ha querido, por desgracia
     suya, habérselas con quien es más fuerte que él, y por eso ha sido
     castigado con la esclavitud.»

»Y tú ¡oh zorro inválido! quieres ahora compararte conmigo, pues tienes
la audacia de proponerme tu alianza. ¡Vamos, viejo taimado, vuelve las
espaldas en seguida!» Comprendió el zorro entonces que era inútil querer
engañar á un individuo tan listo como el cuervo. Y dominado por la
rabia, empezó á rechinar tan de recio las mandíbulas, que se rompió un
diente. Y el cuervo, burlonamente, dijo: «¡Siento de veras que te hayas
roto un diente por mi negativa!» Pero el zorro le miró con un respeto
sin límites, y le dijo: «No es por tu negativa por lo que me he roto el
diente, sino por la vergüenza de haber dado con uno más listo que yo.»

Y dichas estas palabras, el zorro se apresuró á largarse para ir á
esconderse.

     Y tal es ¡oh rey afortunado!--prosiguió Schahrazada--la historia
     del zorro y el cuervo. Acaso haya sido poco larga; pero ahora me
     propongo, si Alah me otorga vida hasta mañana, y tienes gusto en
     ello, contarte la HISTORIA DE LA BELLA SCHAMSENNAHAR CON EL
     PRÍNCIPE ALÍ BEN-BEKAR.

     Y el rey Schahriar exclamó: «¡Oh Schahrazada! No creas que me hayan
     aburrido las historias de los animales y las aves, ni que me hayan
     parecido largas, pues me han encantado. ¡Y si supieras otras, me
     agradaría oirlas, aunque sólo fuese por lo que me podrían
     aprovechar! Y ya que me anuncias una historia que por el título me
     parece completamente admirable, estoy dispuesto á oirla.»

     En aquel momento Schahrazada vió aparecer la mañana, y rogó al rey
     que aguardara hasta el día siguiente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 152.ª NOCHE_

     Ella dijo:

[Illustration]

[Illustration]




[Illustration]




HISTORIA DE ALÍ BEN-BEKAR Y LA BELLA SCHAMSENNAHAR


[Illustration]

He llegado á saber ¡oh rey afortunado! que había en Bagdad, durante el
reinado que transcurrió del califa Harún Al-Rachid, un joven mercader,
muy bien formado y muy rico, que se llamaba Abalhassan ben-Taher. Era
seguramente el más hermoso y afable y el más ricamente vestido de todos
los mercaderes del Gran Zoco. Así es que había sido elegido por el jefe
de los eunucos de palacio para proveer á las favoritas de todas las
cosas, telas ó pedrería que pudieran necesitar. Y tales damas se atenían
ciegamente á su buen gusto y sobre todo á su discreción, muchas veces
puesta á prueba en los encargos que le hacían. Nunca dejaba de servir
toda clase de refrescos á los eunucos que iban á hacerle los encargos,
ni olvidaba obsequiarles con un regalo adecuado al puesto que ocupaban
cerca de sus dueñas. Así es que el joven Abalhassan era adorado de todas
las mujeres y de todos los esclavos de palacio, y de tal modo le
apreciaban, que el mismo califa acabó por notarlo. Y apenas le vió, le
apreció también por sus buenos modales y su hermosura agradable y
sencilla. Le dió libre entrada en el palacio á todas horas del día ó de
la noche; y como el joven Abalhassan unía á sus cualidades el don del
canto y la poesía, el califa, que no encontraba quien superase la
hermosa voz y bella dicción de este poeta, le mandaba con frecuencia
acompañarle á comer, á fin de que improvisase versos de perfecto ritmo.

De suerte que la tienda de Abalhassan era la más conocida de cuantos
jóvenes había en Bagdad, hijos de emires ó notables, y asimismo la
conocían las mujeres de nobles dignatarios y chambelanes.

Uno de los más asiduos concurrentes á la tienda era un joven que se
había hecho muy amigo de Abalhassan, por lo hermoso y atrayente que era.
Se llamaba Alí ben-Bekar, y descendía de los antiguos reyes de Persia.
Su apostura encantaba, sus mejillas estaban sonrosadas y frescas, las
cejas perfectamente trazadas, la dentadura sonriente y el habla
deliciosa.

Un día que el príncipe Alí ben-Bekar estaba sentado en la tienda al lado
de su amigo Abalhassan ben-Taher y ambos conversaban y reían, vieron
llegar á diez muchachas, hermosas como lunas, y escoltando á una joven
montada en una mula que llevaba jaeces de brocado y estribos de oro.
Esta joven iba tapada con un izar de seda de color de rosa, sujeto á la
cintura con un cinturón bordado de oro de cinco dedos de ancho,
incrustado de grandes perlas y pedrería. Su rostro lo cubría un velillo
transparente, y sus ojos irradiaban espléndidos á través del velillo. La
piel de sus manos era tan suave como la misma seda, y sus dedos,
cargados de diamantes, parecían así más bien formados. Su talle y sus
formas podían adivinarse como maravillosas, á pesar de lo poco que de
ellas se podía ver.

Cuando la comitiva llegó á la puerta de la tienda descabalgó la joven
apoyándose en los hombros de las esclavas. Entró en la tienda, deseó la
paz á Abalhassan, que le devolvió el saludo con el más profundo respeto
y se apresuró á arreglar los almohadones y el diván para invitarla á
sentarse. Después se retiró unos pocos pasos para esperar sus órdenes. Y
la joven se puso á elegir pausadamente unas telas de fondo de oro,
algunos objetos de orfebrería y varios frascos de esencia de rosas. Y
como no temía que la molestasen en casa de Abalhassan, se levantó un
momento el velillo de la cara, y brilló sin ningún obstáculo toda su
belleza.

Apenas el joven príncipe Alí ben-Bekar vió aquel semblante tan hermoso,
quedó pasmado de admiración, y una pasión inmensa se encendió en el
fondo de su hígado. Después, discretamente, hizo ademán de alejarse, y
entonces la hermosa joven, que se había fijado en él y también se había
sentido conmovida, dijo á Abalhassan con una voz admirable: «No quiero
ser causante de que se vayan tus parroquianos. ¡Invita á ese joven á
quedarse!» Y sonrió admirablemente.

Al oir estas palabras, el príncipe Alí ben-Bekar llegó al límite de la
alegría, y no queriendo ser menos galante, dijo á la joven: «Por Alah,
¡oh señora mía! si me alejaba no era sólo por temor de ser importuno,
sino porque al verte pensé en estos versos del poeta:

     _¡Oh tú que miras al sol! ¿No ves que habita en alturas que ninguna
     mirada humana podrá medir?_

     _¿Piensas poder alcanzarlo sin alas, ó crees ¡oh candoroso! que va
     á bajar hasta ti?_»

Cuando la joven oyó esta estrofa, recitada con amargo tono, quedó
impresionada por el sentimiento que en ella había, y le sedujo el
aspecto de su enamorado. Le dirigió sonriente una larga mirada, hizo una
seña al mercader para que se acercase, y le preguntó á media voz:
«Abalhassan, ¿quién es ese joven, y de dónde viene?» El otro contestó:
«Es el príncipe Alí ben-Bekar, descendiente de los reyes de Persia. Es
tan noble como hermoso. Y es mi mejor amigo.» La joven repuso:
«Verdaderamente gentil. Y no te asombre ¡oh Abalhassan! que poco después
de marcharme veas llegar á una de mis esclavas, para invitaros á los dos
á venir á verme.

Porque quisiera demostrarle que hay en Bagdad palacios más hermosos,
mujeres más bellas y almas más expertas que en la corte de los reyes de
Persia.» Y Abalhassan, que necesitaba poco para entender las cosas, se
inclinó y dijo: «¡Sobre mi cabeza y sobre mis ojos!»

Entonces la joven se echó de nuevo el velillo á la cara y salió, dejando
en pos de sí el sutil perfume de la ropa guardada entre jazmín y
sándalo.

Y Alí ben-Bekar, después de salir la joven, permaneció un buen rato sin
saber lo que decía, hasta el punto de que Abalhassan tuvo que advertirle
que los parroquianos notaban su agitación y empezaban á extrañarla. Y
Alí ben-Bekar respondió: «¡Oh Ben-Taher! ¿Cómo no he de estar agitado,
si el alma quiere escapárseme del cuerpo para unirse á esa luna que ha
rendido mi corazón y lo ha hecho entregarse sin consultar á la razón?»
Después añadió: «¡Oh Ben-Taher! ¡Por favor! ¿Quién es esa joven á la
cual pareces conocer? ¡Apresúrate á decírmelo!» Y Abalhassan respondió:
«¡Es la favorita predilecta del Emir de los Creyentes! ¡Se llama
Schamsennahar![A]. El califa la trata con consideraciones que apenas se
otorgan á la misma Sett Zobeida, su legítima esposa. Tiene un palacio
propio, en el que manda como dueña absoluta, sin que la vigilen los
eunucos, pues el califa tiene en ella una confianza ilimitada. Y lleva
razón al obrar de este modo, pues siendo la más hermosa de todas las
mujeres de palacio, es la que da menos que hablar con guiños de ojos á
los esclavos y eunucos.»

Apenas acababa Abalhassan de dar estas explicaciones á su amigo Alí
ben-Bekar, cuando entró una esclava jovencita, que, aproximándose á
Abalhassan, le dijo al oído: «Mi señora Schamsennahar os llama á ti y á
tu amigo.» Y en seguida Abalhassan se levantó, hizo seña á Alí
ben-Bekar, y después de cerrar la puerta de la tienda siguieron á la
esclava, que los guió al palacio de Harún Al-Rachid.

Y entonces el príncipe Alí se creyó transportado á la misma morada de
los genios, donde todas las cosas son tan bellas que la lengua del
hombre criaría pelos antes de poder describirlas. Pero la esclava, sin
darles tiempo á expresar su encanto, dió unas palmadas, y en seguida
apareció una negra cargada con una gran bandeja cubierta de manjares y
frutas, y la colocó en un taburete. Sólo el perfume que exhalaban era ya
un admirable bálsamo para la nariz y el corazón. La esclava se puso á
servirlos con extremada consideración, y cuando estuvieron ahitos, les
presentó una jofaina y una vasija de oro llena de agua perfumada para
que se lavasen las manos; luego les presentó un jarro maravilloso
incrustado de rubíes y diamantes y lleno de agua de rosas, les echó en
una y en otra mano para la barba y el rostro, y después les llevó
perfume de áloe en una cazoleta de oro, y les perfumó el traje, según
costumbre. Y hecho esto, abrió una puerta y les rogó que la siguieran.
Y los introdujo en un salón de una arquitectura deslumbrante.

Hallábase coronado por una cúpula sostenida por ochenta columnas del
mármol más transparente y más puro; las bases y capiteles estaban
esculpidos con arte exquisito y adornados con aves de oro y animales de
cuatro pies. Y la cúpula tenía pintados sobre fondo de oro unos dibujos
de líneas coloreadas y como vivientes, que representaban los mismos
adornos que los de la gran alfombra que cubría la sala. En los espacios
que quedaban entre las columnas había grandes jarrones con flores, ó
sencillamente unas grandes ánforas, hermosas con su propia belleza y su
carne de jaspe, ágata ó cristal. Y aquella sala daba á un jardín, cuya
entrada reproducía, con guijarros de colores, los mismos dibujos de la
alfombra; de modo que la cúpula, el salón y el jardín se continuaban
bajo el cielo tranquilo y azul.

Y mientras el príncipe Alí ben-Bekar y Abalhassan admiraban esta
delicada combinación, vieron sentadas en corro, con los pechos
turgentes, los ojos negros y las mejillas sonrosadas, diez muchachas que
tenían cada una en la mano un instrumento de cuerda...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 153.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...diez muchachas que tenían cada una en la mano un instrumento de
cuerda.

Y á una señal de la esclava favorita, aquellas jóvenes tocaron á un
tiempo un preludio dulcísimo. Y el príncipe Alí, cuyo corazón estaba
lleno del recuerdo de Schamsennahar, sintió que los ojos se le llenaban
de lágrimas. Y dijo á su amigo Abalhassan: «¡Ah, hermano mío, cuán
conmovida siento mi alma! ¡Esos acordes me hablan en un lenguaje que la
hace llorar, sin saber á punto fijo por qué!» Abalhassan dijo: «¡Mi
joven señor, tranquiliza tu alma y presta toda tu atención á este
concierto, que promete ser admirable, gracias á la hermosa
Schamsennahar, que seguramente llegará pronto!»

Y en efecto, apenas Abalhassan había pronunciado estas palabras, cuando
las diez mujeres se levantaron á la vez, y unas pulsando las cuerdas, y
agitando otras rítmicamente sus panderetillas, entonaron este canto:

     _¡Azul, nos miras con sonrisa de felicidad! ¡Y he aquí que la luna
     levanta sus lienzos de nube, para velarse confusa! ¡Y el sol, sol
     vencedor, huye también y no brilla ya!_

Y el coro se detuvo aguardando la respuesta, que cantó una de las diez
jóvenes:

     _¡He aquí nuestra luna que avanza! ¡Y viene porque el sol nos ha
     visitado, un sol juvenil y principesco, que ha venido á rendir
     tributo á Schamsennahar!_

Entonces el príncipe Alí, que representaba á aquel sol, miró á la parte
opuesta, y vió acercarse doce negras jóvenes, que llevaban en hombros un
trono de plata maciza cubierto con un dosel de terciopelo, y en el cual
estaba sentada una joven tapada con un gran velo de seda que flotaba por
delante del trono. Y aquellas negras llevaban el pecho desnudo y las
piernas desnudas; y una faja de seda y oro, ajustada á la cintura, hacía
resaltar las opulentas nalgas de las cargadoras. Y cuando llegaron
adonde estaban las cantarinas, dejaron suavemente en el suelo el trono
de plata y retrocedieron hasta debajo de los árboles.

Entonces una mano apartó el velo de seda, y brillaron unos ojos en un
rostro de luna: era Schamsennahar. Llevaba un gran manto azul en fondo
de oro, constelado de perlas, diamantes y rubíes, todo ello de una
calidad y un precio incalculables. Apartadas las cortinas del trono,
Schamsennahar se despojó completamente del velo de seda, y miró
sonriendo al príncipe Alí, é inclinó levemente la cabeza. Y el príncipe
Alí, suspirando, la miró, y con el lenguaje mudo de los ojos se dijeron
en pocos instantes más cosas de las que hubieran podido decirse en mucho
tiempo.

Schamsennahar pudo por fin separar sus miradas de los ojos de Alí
ben-Bekar, para mandar á sus doncellas que cantaran. Entonces una de
ellas se apresuró á templar el laúd, y cantó:

     _¡Oh Destino! Cuando dos amantes, atraídos entre sí, se encuentran
     dignos el uno del otro y se unen en un beso, ¿quién tiene la culpa
     más que tú?_

     _Y la amante dice: ¡Oh corazón mío, dame otro beso! ¡Te lo
     devolveré con el mismo calor que tenga el tuyo! ¡Y si quisieras que
     tuviera más calor, cuán fácil me sería complacerte!_

Entonces Schamsennahar y Alí ben-Bekar suspiraron; y otra joven cantó,
obedeciendo á una seña de la hermosa favorita:

     _¡Oh muy amado! ¡Luz que ilumina el espacio en que están las
     flores, como los ojos del muy amado!_

     _¡Oh carne que filtras la bebida de mis labios! ¡oh carne tan dulce
     para mis labios!_

     _¡Oh muy amado! Cuando te encontré, la Belleza me detuvo para
     decirme entusiasmada_:

     _¡Helo aquí! ¡Ha sido modelado por dedos divinos! ¡Es una caricia,
     es como un bordado magnífico!_

Al oir estos versos, el príncipe Alí ben-Bekar y la hermosa
Schamsennahar se miraron largo rato; pero ya una tercera cantarina
decía:

     _¡Las horas dichosas ¡oh jóvenes! corren como el agua, rápidas como
     el agua! ¡Creedme, enamorados, no aguardéis más!_

     _¡Aprovechad la dicha! ¡Sus promesas son fugaces! ¡Aprovechad la
     belleza de vuestros años y el momento que os une!_

Cuando la cantarina hubo acabado su estrofa, el príncipe Alí exhaló un
prolongado suspiro, y sin poder reprimir por más tiempo su emoción,
rompió en sollozos. Schamsennahar, que no estaba menos conmovida, se
echó á llorar también, y no pudiendo sobreponerse á su pasión, se
levantó del trono y se dirigió hacia la puerta de la sala.
Inmediatamente Alí ben-Bekar corrió en la misma dirección, y al llegar
detrás del cortinaje que cubría la puerta se encontró con su amada. Fué
tan grande su emoción al besarse y tan intenso su delirio, que se
desmayaron uno en brazos de otro, y seguramente se habrían caído al
suelo si no los hubiesen sostenido las doncellas que habían seguido á
cierta distancia á su ama. Las esclavas se apresuraron á llevarlos á un
diván, donde les hicieron volver en sí á fuerza de rociarlos con agua de
rosas y con perfumes vivificantes.

Y Schamsennahar, al volver en si, sonrió dichosa al ver á su amigo Alí
ben-Bekar; pero como no viese á Abalhassan ben-Taher, preguntó
ansiosamente por él. Y Abalhassan, por discreción, se había retirado de
allí temiendo las consecuencias desagradables que pudiese tener aquella
aventura si llegaba á divulgarse por el palacio. Pero en cuanto se
enteró de que la favorita preguntaba por él, avanzó respetuosamente y se
inclinó ante ella. Y Schamsennahar dijo: «¡Oh Abalhassan! ¿cómo podré
agradecerte tus buenos oficios? ¡Gracias á ti he conocido lo más digno
de ser amado que hay entre las criaturas, y he gozado unos instantes
incomparables en que el alma se llena de felicidad! ¡Sabe ¡oh Ben-Taher!
que Schamsennahar no será ingrata!» Y Abalhassan se inclinó
profundamente ante la favorita, pidiendo á Alah que le concediese todos
los deseos que pudiera sentir su alma.

Entonces Schamsennahar se volvió hacia su amigo Alí ben-Bekar, y le
dijo: «¡Oh mi señor! ¡ya no dudo de tu cariño, aunque el mío supere á
todo lo que puedas sentir hacia mí! Pero ¡ay! el Destino es muy cruel al
tenerme sujeta á este palacio y no serme posible dar entera satisfacción
á mi ternura.» Alí ben-Bekar contestó: «¡Oh mi señora! ¡tu amor ha
penetrado en mí de tal suerte, que forma parte de mi alma, hasta el
punto de que después de mi muerte seguirá unido á ella! ¡Cuán
desdichados somos al no podernos amar libremente!» Y dicho esto, las
lágrimas inundaron como una lluvia las mejillas del príncipe Alí y las
de Schamsennahar. Pero Abalhassan se acercó á ellos discretamente, y
les dijo: «¡Por Alah! ¡No entiendo nada de ese llanto, ahora que estáis
juntos! ¿Qué sería si estuvierais separados? El momento no es para estar
tristes, sino para alegraros y pasar el tiempo agradablemente.»

Y la bella Schamsennahar, al oir estas palabras de Abalhassan, cuyos
consejos estimaba en mucho, se secó las lágrimas é hizo seña á una de
sus esclavas, que salió en seguida, volviendo después con varias criadas
que llevaban grandes bandejas de plata con toda clase de viandas de
aspecto tentador. Y colocadas las bandejas en la alfombra entre Alí
ben-Bekar y Schamsennahar, se alejaron las criadas y permanecieron
inmóviles junto á la puerta.

Entonces Schamsennahar invitó á Abalhassan á sentarse con ellos frente á
los platos de oro cincelado, donde aparecían las frutas redondas y
maduras y los sabrosos pasteles. Y con sus propias manos, la favorita se
puso á servirles de cada plato, y colocaba los bocados en los labios de
su amigo Alí ben-Bekar. Cuando hubieron comido, apresuráronse los
criados á llevarse las fuentes de oro, y les presentaron un jarro de oro
fino en una palangana de plata cincelada, y se lavaron las manos con el
agua perfumada que les echaron. Después se sentaron de nuevo, y las
esclavas negras les ofrecieron copas de ágata de varios colores llenas
de un vino exquisito, que alegraba los ojos y ensanchaba el alma. Lo
bebieron lentamente mirándose largo rato, y vacías ya las copas,
Schamsennahar despidió á todas las esclavas, quedando solamente las
cantarinas y tañedoras de instrumentos.

Entonces, teniendo deseos de cantar, la favorita mandó á una de las
esclavas que preludiase el tono, y la esclava templó su laúd, y cantó
dulcemente:

     _¡Alma mía, cómo te agotas! ¡Las manos del amor te agitaron en
     todos sentidos, arrojando á todos los vientos tu misterio!_

     _¡Alma mía! ¡Te guardaba delicadamente en mi pecho, y te escapas
     para correr hacia el que te hace sufrir!_

     _¡Corred, lágrimas mías! ¡Os escapáis de mis párpados para correr
     hacia el cruel! ¡Lágrimas mías, también vosotras estáis enamoradas
     de mi muy amado!_

Entonces Schamsennahar alargó el brazo, llenó una copa, bebió de ella, y
luego se la ofreció al príncipe Alí, que bebió también, poniendo los
labios en el mismo sitio que habían tocado los labios de su amiga...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 154.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...que bebió también, poniendo los labios en el mismo sitio que habían
tocado los labios de su amiga, mientras las cuerdas de los instrumentos
se estremecían amorosamente bajo los dedos de las tañedoras. Y
Schamsennahar hizo otra seña á una de las cantarinas para que cantase
algo. Y la esclava cantó:

     _¡Mis mejillas están regadas incesantemente por el licor de mis
     ojos!_

     _¡La copa en que pongo mis labios se llena con mis lágrimas más que
     con el vino del copero!_

     _¡Por Alah! ¡oh corazón mío, bebe de este licor! ¡Te infundirá mi
     alma, que se escapa de mis ojos!_

En este momento Schamsennahar se sintió dominada completamente por las
notas conmovedoras de las canciones, y cogiendo un laúd de manos de una
de las esclavas entornó los ojos, y con toda el alma cantó estas
estrofas admirables:

     _¡Oh luz de mis ojos! ¡oh hermosura de la gacela joven! ¡Si te
     alejas, me muero; si te acercas, me embriago! ¡Vivo ardiendo, y
     gozando me extingo!_

     _¡La olorosa brisa nació del soplo de tu aliento; de tu aliento,
     que embalsama las noches del desierto y las tibias noches bajo las
     palmeras admirables!_

     _¡Oh brisa que estás enamorada de su contacto amado! ¡Tengo celos
     de ese beso que robas en el lunar de su barbilla y en el hoyuelo de
     sus mejillas! ¡Porque tu caricia es tan intensa, que toda su carne
     se estremece!_

     _¡Jazmines de su vientre bajo el ligerísimo vestido, jazmines de su
     piel suave y blanca como una piedra de luna!_

     _¡Saliva de su boca que amo, capullo de sus labios sonrosados! ¡Ah,
     las mejillas húmedas y los ojos cerrados después de los abrazos de
     amor!_

     _¡Oh corazón mío! ¡Te extravías en los deliciosos repliegues de una
     carne de pedrería! ¡Ten cuidado! ¡El amor te acecha, y sus flechas
     están preparadas!_

Cuando Alí ben-Bekar y Abalhassan ben-Taher oyeron este canto de
Schamsennahar, se sintieron transportados por el éxtasis; después se
estremecieron de placer, y exclamaron: «¡Oh Alah, oh Alah!» Y rieron y
lloraron al mismo tiempo. El príncipe Alí, en el límite de la emoción,
cogió un laúd y se lo dió á Abalhassan, rogándole que le acompañase,
pues iba á cantar. Y cerró los ojos, y con la cabeza inclinada y apoyada
en la mano, cantó á media voz al estilo de su país:

     _¡Escucha, oh copero!_

     _¡Es tan hermoso mi amor, que si yo fuese el dueño de todas las
     ciudades, se las daría en seguida, por tocar una sola vez con mis
     labios el lunar de su mejilla ingrata!_

     _¡Su rostro es tan bello, que hasta el lunar le sobra! ¡Porque
     tiene tal belleza propia, que ni las rosas ni el terciopelo de un
     vello juvenil le añadirían nuevo encanto!_

Y lo dijo el príncipe Alí ben-Bekar con una voz admirable. Y cuando se
extinguía aquel canto, la esclava favorita acudió trémula y asustada y
dijo á Schamsennahar: «¡Oh mi señora! Massrur, Afif y otros eunucos
están á la puerta y solicitan hablar contigo.»

Al oir estas palabras se alarmaron el príncipe Alí, Abalhassan y todas
las esclavas, y hasta temblaron por su vida. Pero Schamsennahar, la
única que conservaba la calma, sonrió tranquilamente y dijo á todos:
«¡No temáis! ¡Y dejadme á mi!» Después ordenó á su confidente: «Procura
entretener á Massrur, á Afif y á los demás, diciéndoles que nos den
tiempo para recibirlos con arreglo á su categoría.» Y mandó á las
esclavas que cerraran todas las puertas y corrieran cuidadosamente las
cortinas. Hecho esto, invitó al príncipe y á Abalhassan á que no se
moviesen de allí y que nada temieran. Después salió con sus esclavas por
la puerta que daba al jardín, mandándola cerrar detrás de ella, y fué á
sentarse en el trono que había dispuesto que pusieran bajo la sombra de
los árboles. Ordenó á una de las esclavas jóvenes que le diera masaje y
á las otras que se apartaran más lejos, mientras enviaba á una esclava
negra para que abriese la puerta y diese entrada á Massrur y á los otros
que habían llegado con él.

Entonces Massrur, Afif y veinte eunucos avanzaron desde lejos encorvados
hasta tierra, con la espada desnuda en la mano y el talle ceñido por el
ancho cinturón, y saludaron á la favorita con las mayores muestras de
respeto. Y Schamsennahar dijo: «¡Oh Massrur! ¡Alah haga que seas
portador de buenas nuevas!» Y Massrur contestó: «¡Inschala! ¡oh mi
señora!» Y acercándose al trono de la favorita, prosiguió: «El Emir de
los Creyentes te envía su saludo de paz y te dice que desea
ardientemente verte. Y te hace saber que este día se le ha anunciado
como lleno de alegría y bendito entre todos; y quiere acabarlo junto á
ti, para que sea admirable del todo. Pero antes quisiera saber si
prefieres ir á su palacio ó recibirle en tu casa, aquí mismo.»

Oídas estas palabras, incorporóse Schamsennahar, se prosternó y besó la
tierra en señal de que consideraba como una orden el deseo del califa, y
contestó: «¡Soy la esclava sumisa y dichosa del Emir de los Creyentes!
Te ruego, pues, ¡oh Massrur! que digas á nuestro amo lo feliz que soy al
recibirle, y que su venida iluminará este palacio.»

Entonces el jefe de los eunucos y su séquito se apresuraron á retirarse,
y Schamsennahar corrió en seguida al salón en que se hallaba su
enamorado, y con lágrimas en los ojos le estrechó contra su pecho, y le
besó tiernamente, lo mismo que él á ella; y luego le expresó su pena por
despedirse de él antes de lo que esperaba. Y ambos se echaron á llorar
uno en brazos de otro. Y el príncipe Alí pudo por fin decir a su amada:
«¡Oh mi señora! ¡por favor, déjame estrecharte y sentirte junto á mí y
gozar de tu contacto adorable, ya que está próximo el momento de la
separación fatal! ¡Conservaré en mi carne este contacto amado y en mi
alma su recuerdo! ¡Será un consuelo en la ausencia y endulzará mi
tristeza!» Ella contestó: «¡Oh Alí! ¡Por Alah! ¡A mí sola me alcanza la
tristeza, pues que me quedo sola en este palacio, sin más que tu
recuerdo! ¡Tú tendrás los zocos para distraerte y las jóvenes de la
calle! ¡Sus gracias y sus ojos alargados te harán olvidar á esta
desconsolada Schamsennahar, tu enamorada! ¡El tintineo de los brazaletes
de cristal de esas jóvenes disiparán hasta las huellas de mi imagen ante
tus ojos! ¡Oh amado mío! ¿Cómo podré resistir los estallidos de mi
dolor, ni reprimir los gritos de mi garganta reemplazándolos con las
canciones que me pida el Emir de los Creyentes? ¿Cómo podrá articular mi
lengua las palabras armoniosas? ¿Con qué sonrisa le podré recibir,
cuando eres tú solo el que puedes aliviar mi alma? ¿Qué miradas tan
ansiosas no he de fijar en el sitio que ocupaste junto á mí, ¡oh Alí!? Y
sobre todo, ¿cómo podré, sin que me cueste la vida, llevar á mis labios
la copa que me ofrezca el Emir de los Creyentes? ¡Estoy segura de que,
al beberla, una ponzoña implacable correrá por mis venas! Y entonces,
¡cuán ligera me será la muerte, oh amado mío!»

En este momento, cuando Abalhassan ben-Taher se disponía á consolarlos,
apareció la esclava confidente para avisar á su ama que se acercaba el
califa. Y Schamsennahar, arrasados los ojos en lágrimas, no tuvo tiempo
más que para dar el último beso á su amado, y dijo á la confidente:
«Llévalos á la galería que da al Tigris, y cuando la noche esté bien
oscura, hazlos salir diestramente por la parte del río.» Y dichas estas
palabras, Schamsennahar reprimió los sollozos que la ahogaban, para
correr al encuentro del califa, que avanzaba por el lado opuesto.

Por su parte, la esclava guió al príncipe Alí y á Abalhassan hacia la
galería consabida, y se retiró después de haber cerrado cuidadosamente
la puerta. Y los dos jóvenes se hallaron en la mayor oscuridad; pero á
los pocos momentos, á través de las ventanas caladas entró una gran
claridad y pudieron distinguir una comitiva formada por cien jóvenes
eunucos que llevaban en las manos antorchas encendidas; y tras de estos
cien eunucos seguían otros cien eunucos viejos que llevaban en la mano
un alfanje desnudo; y por último, á veinte pasos de ellos avanzaba,
magnifico, precedido del jefe de los eunucos y rodeado por veinte
esclavas jóvenes, blancas como la luna, el califa Harún Al-Rachid.

El califa iba precedido por Massrur, llevando á la derecha á Afif,
segundo jefe de los eunucos, y á la izquierda al otro segundo jefe,
Wassif. ¡Y era, en verdad, arrogante y hermoso por sí mismo y por todo
el resplandor que hacia él proyectaban las antorchas de los esclavos y
las pedrerías de las damas! Y así avanzó al son de los instrumentos que
tañían las esclavas, y así llegó hasta Schamsennahar, que se había
prosternado á sus pies. El emir se apresuró á ayudarla á levantarse,
tendiéndole una mano, que ella se llevó á los labios. Después,
contentísimo por volverla á ver, le dijo: «¡Oh Schamsennahar! Las
atenciones de mi reino me impedían tiempo ha descansar mi vista en tu
rostro. Pero Alah me ha otorgado esta noche bendita para regocijar
completamente mis ojos con tus encantos.» Después fué á sentarse en el
trono de plata, mientras la favorita se sentaba frente á él, y las otras
veinte mujeres formaban un círculo alrededor de ellos en asientos
colocados á igual distancia unos de otros. Las tañedoras de instrumentos
y las cantarinas formaron otro grupo cercano á la favorita, mientras los
eunucos, jóvenes y viejos, se alejaban, según costumbre, hasta llegar
junto á los árboles, teniendo siempre las antorchas encendidas,
alumbrando desde lejos, á fin de que el califa pudiera deleitarse
cómodamente con el fresco de la noche.

El emir hizo una seña á las cantarinas, é inmediatamente una de ellas,
acompañada por las demás, entonó estas estrofas, que el califa prefería
entre todas las que cantaba, por la belleza de su ritmo y la rica
melodía de los finales:

     _¡Oh niño! ¡el rocío enamorado de la mañana humedece las flores
     entreabiertas, y una brisa del Edén balancea sus tallos! ¡Pero tus
     ojos...!_

     _¡Tus ojos son el límpido manantial que ha de apagar largamente la
     sed que siente el cáliz de mis labios! ¡Y tu boca...!_

     _¡Tu boca ¡oh joven amigo! es la colmena de perlas donde fluye una
     miel envidiada por las abejas!_

Y cantadas estas maravillosas estrofas con voz apasionada, la cantarina
se calló. Y Schamsennahar hizo seña á su favorita, que sabía el amor que
le había inspirado el príncipe Alí; y la esclava cantó estos versos, que
se aplicaban perfectamente á los sentimientos de su señora:

     _¡Cuando la joven beduína encuentra en su camino á un hermoso
     jinete, sus mejillas se ponen tan rojas como la flor del laurel que
     crece en Arabia!_

     _¡Oh joven aventurera! ¡Apaga ese fuego que enciende tus colores!
     ¡Preserva á tu alma de una pasión que la consumiría! ¡Sigue
     tranquila en tu desierto, pues el hacer sufrir de amor es don de
     los jinetes hermosos!_

Cuando la bella Schamsennahar oyó estos versos, sintió una emoción tan
viva, que se echó hacia atrás y cayó desvanecida en brazos de las
mujeres que habían acudido en su auxilio.

Y al verlo el príncipe Alí, que miraba la escena tras la ventana, se
sintió sobrecogido de un dolor tan intenso...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 155.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...se sintió sobrecogido de un dolor tan intenso, que cayó también
desmayado en brazos de su amigo Abalhassan ben-Taher. Entonces
Abalhassan se alarmó mucho por causa del lugar en que se hallaban, y
cuando buscaba un poco de agua entre aquella oscuridad para rociarle la
cara á su amigo, vió abrirse una de las puertas de la galería, y
apareció la esclava confidente de Shamsennahar, que dijo con voz llena
de susto: «¡Voy á haceros salir, pues se ha armado un alboroto y me temo
que haya llegado nuestro día fatal! ¡Seguidme, ó démonos por muertos!»
Pero Abalhassan repuso: «¡Oh caritativa joven! Advierte el estado en que
se halla mi amigo. ¡Acércate y mira!»

Cuando la esclava vió al príncipe Alí desmayado sobre la alfombra,
corrió á una mesa en que se hallaban varios frascos, cogió uno que
contenía agua de flores, y refrescó el rostro del joven, que no tardó
en recobrar el sentido. Entonces Abalhassan lo cogió por los hombros, y
la joven por los pies, y entre los dos lo transportaron fuera de la
galería, hasta el pie del palacio, á la orilla del Tigris. Lo dejaron en
un banco, dió unas palmadas la joven, y en seguida apareció por el río
una barca con un solo remero, que se apresuró á atracar. Y sin
pronunciar palabra alguna, á una seña de la esclava cogió en brazos al
príncipe Alí y lo llevó á la embarcación, donde se apresuró á saltar
Abalhassan. En cuanto á la esclava, se excusó por no poder acompañarlos
más lejos, y con voz muy triste les deseó la paz, regresando en seguida
al palacio.

Cuando la barca llegó á la otra orilla, Alí ben-Bekar, ya completamente
repuesto merced á la frescura del agua y de la brisa, pudo desembarcar,
sostenido por su amigo. Pero pronto tuvo que sentarse en una piedra,
porque sentía que se le iba el alma. Y Abalhassan, no sabiendo ya cómo
salir del apuro, lo dijo: «¡Oh amigo mío! Cobra ánimo y tranquiliza tu
alma, porque realmente este sitio nada tiene de seguro y estas orillas
están infestadas de bandidos y malhechores. ¡Un poco de aliento nada
más, y estaremos seguros, cerca de aquí, en casa de uno de mis amigos
que vive junto á esa luz que ves!» Después le dijo: «¡En nombre de
Alah!» Y ayudó á su amigo á levantarse, y emprendió con él lentamente el
camino de la casa consabida, á cuya puerta no tardó en llegar. Entonces,
á pesar de lo intempestivo de la hora, llamó á aquella puerta, y en
seguida alguien fué á abrir; y apenas se dió á conocer Abalhassan, fué
recibido inmediatamente con gran cordialidad, lo mismo que su amigo. Y
pretextó un motivo cualquiera para explicar su llegada á hora tan
irregular. Y en aquella casa, donde la hospitalidad se practicó según
sus más admirables preceptos, pasaron el resto de la noche, sin que se
les importunara con preguntas indiscretas. Y ambos, por su parte,
sufrían: Abalhassan porque no estaba acostumbrado á dormir fuera de casa
y le preocupaban las inquietudes de su familia, y el príncipe Alí porque
tenía delante de los ojos la imagen de Schamsennahar, pálida y desmayada
de dolor en brazos de sus doncellas, á los pies del califa.

De modo que en cuanto amaneció se despidieron de su huésped y marcharon
á la ciudad, y no obstante la dificultad con que andaba Alí ben-Bekar,
no tardaron en llegar á la calle en que estaban sus casas. Pero como la
primera á que llegaron era la de Abalhassan, éste invitó á su amigo á
descansar en su casa, no queriendo dejarle solo en estado tan
lamentable. Y dijo á su servidumbre que le prepararan la mejor
habitación y tendieran en el suelo los magníficos colchones que se
conservaban bien enrollados en las alacenas para aquellos casos. Y el
príncipe Alí, tan cansado como si hubiera andado días enteros, sólo tuvo
fuerzas para dejarse caer en los colchones, y pudo por fin dormir
algunas horas. Al despertar hizo sus abluciones, cumplió sus deberes del
rezo y se vistió, dispuesto á salir, pero Abalhassan le detuvo: «¡Oh mi
dueño! ¡es preferible que pases el día y la noche en esta casa, y así
podré acompañarte y distraer tus penas!» Y le obligó á quedarse. Llegada
la noche, Abalhassan, después de haber pasado el día departiendo con su
amigo, mandó llamar á las cantarinas más afamadas de Bagdad; pero nada
pudo distraer á Alí ben-Bekar de sus tristes pensamientos, pues al
contrario, las cantarinas sólo consiguieron exasperar su mal y su dolor.
Y pasó una noche más mala que las otras; y por la mañana había empeorado
de tal modo, que su amigo Abalhassan ya no le quiso detener más.
Decidióse, pues, á acompañarle hasta su casa, después de haberle ayudado
á montar en una mula que los esclavos del príncipe habían traído de la
cuadra. Y cuando lo hubo entregado á su servidumbre y estuvo seguro de
que por lo pronto ya no necesitaba su presencia, se despidió de él con
palabras consoladoras, prometiéndole volver lo antes posible. Después
salió de casa y se dirigió al zoco, donde volvió á abrir la tienda, que
había estado cerrada todo aquel tiempo.

Y apenas había acabado de arreglar la tienda y se había sentado para
aguardar á los parroquianos, vio llegar...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 156.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...y se había sentado para aguardar á los parroquianos, vió llegar á la
joven esclava confidente de Schamsennahar. Ésta le deseó la paz, y
Abalhassan le devolvió el saludo, y notó que su aspecto era muy triste y
preocupado, y que el corazón le debía de latir más de prisa que de
costumbre. Y le dijo: «¡Cuánto celebro que hayas venido, ¡oh caritativa
joven! ¡Te ruego que me enteres del estado de tu señora!» Ella contestó:
«¡Te suplico que empieces por darme noticias del príncipe Alí, al cual
tuve que dejar de aquella manera!» Y Abalhassan le refirió todo lo que
había visto del dolor de su amigo. Y cuando hubo acabado, la confidente
se puso todavía más triste de lo que estaba, y lanzó grandes suspiros, y
con voz conmovida dijo á Abalhassan: «¡Cuán grande es nuestra desdicha!
¡Sabe ¡oh Ben-Taher! que el estado de mi pobre señora es más lamentable
todavía! Pero voy á contarte lo que ocurrió desde que saliste con tu
amigo, cuando mi señora cayó desmayada á los pies del califa, que, muy
afligido, no supo á qué atribuir tan súbito accidente. ¡Helo aquí!

»Cuando os dejé bajo la custodia del barquero, volví muy inquieta junto
á Schamsennahar, á la cual encontré todavía desmayada y muy pálida,
cayéndole las lágrimas gota á gota por entre su cabellera suelta. El
Emir de los Creyentes, en el límite de la aflicción, estaba sentado
junto á ella, y á pesar de los cuidados que le prodigaba, no conseguía
que recobrase el sentido. Y todas nosotras sentíamos una desolación
inmensa; y á las ansiosas preguntas que el califa nos dirigía para saber
la causa de aquel mal tan súbito, no contestábamos más que con lágrimas
y echándonos al suelo para besar la tierra entre sus manos, pero sin
revelarle el secreto. Y esta angustia inexpresable se prolongó hasta
medianoche. Entonces, á fuerza de refrescarle las sienes con agua de
rosas y agua de flores y de hacerle aire con los abanicos, tuvimos por
fin la alegría de verla volver de su desmayo poco á poco. Pero en
seguida rompió en un torrente de lágrimas, con inmenso asombro del
califa, que acabó por llorar lo mismo que ella. ¡Y todo aquello era muy
triste y muy extraordinario!

»Y cuando el califa vió que podía dirigir la palabra á su favorita, le
dijo: «¡Schamsennahar, luz de mis ojos, dime la causa de tu mal para que
pueda consolarte! ¡Mira cómo tu estado me hace sufrir!» Entonces
Schamsennahar hizo un esfuerzo para besar los pies del califa, que no se
lo permitió, pues le cogió las manos y siguió interrogándola con
dulzura. Entonces ella le dijo: «¡Oh Emir de los Creyentes! El mal que
padezco es pasajero. Lo causan ciertas cosas que he comido durante el
día y que me han sentado mal.» Y el califa preguntó: «¿Pero qué has
comido, ¡oh Schamsennahar!?» Ella dijo: «¡Dos limones ácidos, seis
manzanas agrias, un gran trozo de kenafa; y además, como tenía mucha
hambre, un plato de alfónsigos salados, granos de calabacín y garbanzos
confitados con azúcar y recién salidos del horno!» Entonces el califa
exclamó: «¡Oh imprudente Schamsennahar! ¡Me asombras de veras! ¡No dudo
de que esas cosas sean infinitamente apetecibles y deliciosas, pero de
todos modos, debes moderarte un poco, é impedir que tu alma se precipite
desconsideradamente sobre lo que le gusta! ¡Por Alah! ¡No te vuelvas á
ver en ese estado!» Y el califa, que generalmente es tan escaso de
palabras y caricias para las demás mujeres, siguió hablando á su
favorita con muchos miramientos, y la veló hasta por la mañana. Pero al
ver que su estado no mejoraba mucho, mandó llamar á todos los médicos
del palacio y de la ciudad, que, como era natural, estuvieron muy lejos
de adivinar la verdadera enfermedad que padecía mi ama, y cuya
agravación era debida á lo cohibida que estaba en presencia del emir. Y
los tales sabios prescribieron una receta tan complicada, que á pesar de
mi buena voluntad ¡oh Ben-Taher! no puedo repetirte una palabra de ella.

»Finalmente, el califa, seguido de los médicos y de todos los demás,
acabó por retirarse, y entonces pude acercarme á mi ama, y le cubrí de
besos las manos, y le dije tales palabras de consuelo, asegurándole que
corría de mi cuenta hacerle ver de nuevo al príncipe Alí ben-Bekar, que
acabó por dejar que la cuidara. Le di á beber un vaso de agua fresca con
agua de flores, que le sentó muy bien. Y olvidándose de sí misma, me
mandó que corriese á tu casa para saber de su amado, cuyo gran dolor le
referí minuciosamente.»

Oídas estas palabras, Abalhassan ben-Taher exclamó: «¡Oh joven! ¡ahora
que ya nada me queda que decirte acerca del estado de nuestro amigo,
apresúrate á volver junto á tu ama, transmítele mis saludos de paz, y
dile que he experimentado mucha pena al saber lo que le ha ocurrido, y
dile también que no dejo de reconocer que ha sido una prueba muy dura,
pero que la exhorto á la paciencia, y sobre todo á la más estricta
reserva en palabras, por temor de que las cosas acaben por llegar á
oídos del califa! ¡Y mañana volverás á mi tienda, y si Alah quiere, las
noticias que nos transmitiremos serán más consoladoras!»

Entonces la joven le dió expresivas gracias por sus palabras y por todas
sus atenciones, y le dejó. Y Abalhassan se pasó el resto del día en la
tienda, pero la cerró más temprano que de costumbre para correr á casa
de su amigo Ben-Bekar...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 157.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...para correr á casa de su amigo Ben-Bekar. Y llamó á la puerta, que el
portero vino á abrir, y al entrar encontró á su amigo rodeado de un gran
círculo de médicos de todas clases, y de parientes y amigos. Y unos le
tomaban el pulso, otros le prescribían cada cual un remedio
completamente distinto, y las viejas porfiaban echando á los médicos
miradas de reojo, de tal modo, que el joven sentía que se le oprimía el
alma de impaciencia; y sin fuerzas ya para no ver ni oir nada, metió la
cabeza debajo de las mantas, tapándose las orejas con ambas manos.

Pero en aquel momento Abalhassan avanzó hacia su cabecera, y le dijo
sonriendo: «¡La paz sea contigo!» El joven contestó: «¡Y contigo la paz
y los beneficios de Alah con sus bendiciones! ¡Plegue á Alah que seas
portador de noticias tan blancas como tu cara, ¡oh amigo mío!» Entonces
Abalhassan, que no quería hablar delante de todos aquellos visitantes,
se contentó con guiñar un ojo; y cuando se marchó toda la gente abrazó á
su amigo y le contó todo lo que le había dicho la esclava. Y añadió:
«¡Puedes estar seguro ¡oh hermano mío! de que mi alma entera te
pertenece! ¡Y no descansaré hasta haberte devuelto la tranquilidad del
corazón!» Y tanto le conmovió el proceder de su amigo, que lloró con
toda su alma, y dijo: «¡Te ruego que completes tus bondades pasando
conmigo esta noche, para que yo pueda conversar contigo y distraer los
pensamientos que me atormentan!» Y Ben-Taher accedió á su deseo, y se
quedó con él recitándole poemas de amor. Versos dedicados al amigo y
versos referentes á la muy amada. Y he aquí, entre otros mil, los versos
en honor de la amada:

     _¡Atravesó con el acero de su mirada la visera de mi casco, y ató
     para siempre mi alma á la flexibilidad de su cintura!_

     _¡Completamente blanca se aparece á mis ojos con el grano de
     almizcle que adorna el alcanfor de su barba!_

     _¡Si tiembla, súbitamente asustada, el coral de sus mejillas toma
     la palidez de las perlas ó el mate del azúcar cande._

     _¡Si suspira apesarada, apoyando la mano en el pecho desnudo, ¡oh
     ojos míos! contad el espectáculo que veis!_

     _¡Vemos--dicen mis ojos--un hermoso lago, del cual brotan cinco
     cañas cuya punta está adornada con coral de rosas!_

     _¡Oh guerrero! ¡no creas que tu alfanje bien templado pueda
     guardarte de sus hermosos párpados!_

     _¡No tiene lanza para atravesarte, pero has de temer á su cintura
     recta! ¡Haría de ti, en un momento, el más humilde de sus
     esclavos!_

Y estos otros:

     _¡Su cuerpo es un ramo de oro; sus pechos, dos copas redondas y
     transparentes que reposan boca abajo! ¡Sus labios de granada están
     perfumados con su aliento!_

Pero entonces Abalhassan, al ver á su amigo excesivamente impresionado
con estos versos, dijo: «¡Oh Alí! ¡voy á cantarte aquellas estrofas que
tanto gustabas de recitar á mi lado en el zoco! ¡Ojalá deposite un
bálsamo en tu herida! Escucha, pues, amigo mío, estas palabras
maravillosas del poeta:

     _¡El oro de la copa es admirable bajo el rubí de ese vino, ¡oh
     copero!_

     _¡Dispersa todas las penas del pasado sin pensar en el mañana, toma
     esa copa en que se bebe el olvido y embriágame completamente!_

     _¡Tú solo has nacido para comprenderme! ¡Ven! ¡Te revelaré los
     secretos de un corazón que se oculta receloso!_

     _¡Pero apresúrate! ¡Escánciame ese origen de alegría, ese licor de
     olvido! ¡Sírvemelo, niño de mejillas más suaves que el beso de las
     vírgenes!»_

Al oir este canto, el príncipe Alí se sintió en tal estado de pesadumbre
por los recuerdos que le acudían á la memoria, que se echó á llorar. Y
Abalhassan no supo qué decirle para calmarle, y se pasó también toda
aquella noche á su cabecera velándole, sin pegar los ojos ni un momento.
Por la mañana se decidió á marcharse, para abrir la tienda, que tanto
había descuidado en aquel tiempo. Y estuvo allí hasta la noche. Pero
cuando se disponía á irse y acababa de encerrar las telas, vió llegar,
toda cubierta con un velo, á la joven esclava de Schamsennahar, que,
después de las zalemas de costumbre, le dijo: «¡Mi ama os envía á ti y á
Ben-Bekar sus saludos de paz, y me encarga que venga á saber de su
salud!» El otro contestó: «¡Oh joven esclava! ¡No me preguntes por su
salud, pues mi respuesta sería muy triste! ¡No duerme, ni come, ni bebe!
¡Los versos son lo único que le consuela! ¡Si vieras lo pálido de su
rostro!» La esclava dijo: «¡Qué desgracia tan grande ha caído sobre
nosotros! Mi ama también está muy enferma, y me ha entregado para él
esta carta que llevo oculta en el pelo. Y me ha encargado que no vuelva
sin la respuesta. ¿Quieres acompañarme á casa de tu amigo, pues yo no sé
dónde vive?» Abalhassan dijo: «¡Escucho y obedezco!» Y se apresuró á
cerrar la tienda y echó á andar, marchando diez pasos delante de la
confidente, que le seguía...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 158.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...diez pasos delante de la confidente, que le seguía. Y cuando llegaron
á la casa de Ben-Bekar, dijo á la joven, invitándola á sentarse en la
alfombra de la entrada: «Aguárdame aquí unos momentos. Voy á enterarme
de si hay gente extraña.» Y entró en casa de Ben-Bekar y le guiñó el
ojo. Ben-Bekar entendió la seña, y dijo á los que le rodeaban: «¡Con
vuestro permiso! ¡Me duele el vientre!» Y comprendiendo lo que quería
decir, se retiraron después de las zalemas, dejándole solo con
Abalhassan. Y en cuanto se fueron, Abalhassan corrió á buscar á la
esclava, y la presentó á su amigo. Y éste, sólo con ver á la que le
recordaba á Schamsennahar, se sintió mucho más animado, y dijo: «¡Oh
deliciosa emisaria! ¡Bendita seas!» La joven se inclinó dándole las
gracias y le entregó la carta de Schamsennahar. Ben-Bekar la cogió, se
la llevó á los labios y á la frente, y como estaba demasiado débil para
poder leer, se la entregó á Abalhassan, que encontró en ella, escritos
por la mano de la favorita, unos versos en que se narraban, en los
términos más conmovedores, todas sus penas de amor. Y como Abalhassan
supuso que la tal lectura agravaría el estado de su amigo, se limitó á
resumir la carta en algunas frases, y añadió: «¡Voy ahora á encargarme
de la respuesta, y tú la firmarás!» Y así se hizo. Ben-Bekar quiso que
el sentido de la respuesta expresara lo siguiente: «¡Si el amor no
conociese para nada el dolor, los amantes no experimentarían tanta
delicia al escribirse!» Y antes de despedirse, encargó á la esclava que
contase á su señora el dolor en que le había encontrado. Después le
entregó la respuesta, regándola con lágrimas, y la confidente se
conmovió tanto que también se echó á llorar, y por fin se retiró
deseándole la paz del corazón. Y Abalhassan salió también para acompañar
á la esclava, y no la dejó hasta llegar á la tienda, en donde se
despidió de la confidente, y se volvió á su casa.

Y al llegar á ella, se puso á reflexionar por primera vez acerca de la
situación, y sentándose en el diván, se habló de este modo:

«¡Oh Abalhassan! ¡ya ves que la cosa empieza á ponerse muy grave! ¿Qué
sucedería si el califa llegara á enterarse de este asunto? ¿Qué
sucedería? ¡Realmente quiero tanto á Ben-Bekar, que estoy dispuesto á
sacarme un ojo para dárselo! ¡Pero piensa, Abalhassan, que tienes
familia, madre, hermanas y hermanos! ¡Cuánto infortunio puedes
originarles con tu imprudencia! ¡Esto no puede durar así! ¡Mañana mismo
iré á buscar á Ben-Bekar, y trataré de disuadirle de un amor que puede
tener consecuencias tan deplorables! ¡Y si no me hace caso, Alah me
inspirará la conducta que haya de seguir!» Y al otro día, Abalhassan,
con el pecho oprimido por sus pensamientos, fué en busca de su amigo
Ben-Bekar, le deseó la paz y le dijo: «¿Cómo te encuentras, Alí?» Y él
respondió: «¡Peor que nunca!» Y Abalhassan le dijo: «¡En mi vida he oído
hablar de una aventura parecida á la tuya, ni conocido un enamorado más
raro que tú! ¡Sabes que Schamsennahar te quiere tanto como tú á ella, y
á pesar de esta seguridad, tu estado se agrava cada día! ¿Qué pasaría si
tu amada no compartiera tu afecto y fuera como la mayor parte de las
mujeres, que aman sobre todas las cosas el engaño y la intriga? ¡Pero
ante todo, ¡oh Alí! piensa en las desgracias que caerían sobre nuestras
cabezas si de esta intriga se enterase el califa! ¡Y nada tiene de
improbable que así ocurra, pues las idas y venidas de la confidente
despertarán la atención de los eunucos y la curiosidad de las esclavas;
y entonces sólo Alah podrá saber el límite de nuestras calamidades!
¡Créeme, Alí; con persistir en este amor sin salida, te expones á
perderte á ti mismo, y además á Schamsennahar! ¡Y no hablo de mí, que en
un abrir y cerrar de ojos quedaría borrado de entre los vivos, lo mismo
que toda mi familia!»

Pero Ben-Bekar, dando las gracias á su amigo por el consejo, le declaró
que su voluntad no le pertenecía, á pesar de todas las desdichas que
pudieran sobrevenirle.

Entonces Abalhassan, viendo que todas las palabras serían baldías, se
despidió de su amigo, y presa de grandes preocupaciones sobre el
porvenir, emprendió el camino de su casa.

Entre los amigos que visitaban á Abalhassan figuraba un joven joyero muy
amable, llamado Amín, cuya discreción había podido apreciar en muchas
ocasiones. Y justamente fué á visitarle el joyero cuando Abalhassan,
apoyado en unos almohadones, estaba lleno de perplejidad. Y después de
las zalemas de costumbre, se sentó á su lado en el diván, y como era el
único que estaba algo al corriente de aquella intriga amorosa, le
preguntó: «¡Oh Abalhassan! ¿cómo van los amores de Alí ben-Bekar y
Schamsennahar?» Abalhassan contestó: «¡Oh Amín! ¡ténganos Alah en su
misericordia! ¡Temo que nada bueno me presagien!...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 159.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»...¡Temo que nada bueno me presagien! Y como sé que eres hombre de fiar
y un buen amigo, quiero revelarte el proyecto que tengo pensado, para
librar á mi familia y á mí mismo de este trance peligroso.» Y el joven
joyero dijo: «¡Puedes hablar con toda confianza, ¡oh Abalhassan!
¡Encontrarás en mí un hermano dispuesto á toda abnegación para
servirte!» Y Abalhassan dijo: «Tengo pensado ¡oh Amín! cobrar lo que me
deben, pagar mis deudas, vender con rebaja mis mercancías, realizar todo
cuanto pueda, y marcharme muy lejos, por ejemplo, á Bassra, donde
aguardaré los acontecimientos. Porque ¡oh Amín! esta situación se va
haciendo intolerable, y no puedo vivir desde que me asedia el temor de
que me denuncien como cómplice de toda esta intriga amorosa. ¡Es muy
probable que acabe por saberlo todo el califa!»

Al oir estas palabras, contestó el joven joyero: «Verdaderamente, ¡oh
Abalhassan! tu resolución es muy cuerda, y la única que un hombre
avisado puede concebir á poco que reflexione. ¡Alah te muestre el mejor
camino para salir de este mal paso! ¡Y si mi auxilio puede decidirte á
partir, heme aquí pronto á ocupar tu puesto y á servir á tu amigo
Ben-Bekar con mis ojos!» Abalhassan dijo: «Pero ¿cómo te las vas á
componer si no conoces á Alí ben-Bekar, ni estás en relaciones con el
palacio ni con Schamsennahar?» Amín respondió: «En cuanto al palacio, ya
he tenido ocasión de vender allí alhajas, precisamente por mediación de
la joven confidente de Schamsennahar. Y respecto á Alí ben-Bekar, nada
me será tan fácil como conocerle é inspirarle confianza. Tranquilízate,
pues, y si quieres marcharte, no te preocupes de lo demás, ¡que Alah,
como dueño de todas las puertas, sabe abrir cuando le place todas las
entradas.» Y dichas estas palabras, el joyero Amín se despidió de
Abalhassan, y se fué por su camino...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 160.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...se despidió de Abalhassan, y se fué por su camino.

Y he aquí que á los tres días se dispuso á visitarle, pero encontró la
casa completamente vacía. Entonces preguntó á los vecinos, y le
contestaron: «Se ha ido á Bassra, pero nos ha dicho que su ausencia será
corta, pues apenas cobre el dinero que le deben unos parroquianos
volverá á Bagdad.» Comprendió entonces que Abalhassan había acabado por
ceder á sus terrores, y había creído más prudente desaparecer, por si la
aventura amorosa llegaba á oídos del califa. Y he aquí que al principio
no supo Amín qué era lo más conveniente, hasta que al fin se dirigió
hacia la casa de Ben-Bekar. Allí rogó á uno de los esclavos que le
llevase á presencia de su señor, y el esclavo le hizo entrar en el salón
en donde estaba Ben-Bekar tendido en unos almohadones y muy pálido. Le
deseó la paz, y Ben-Bekar le devolvió el saludo. Entonces le dijo: «¡Oh
mi señor! Aunque mis ojos no hayan tenido el gusto de conocerte hasta
ahora, vengo en primer lugar á pedirte perdón por no haber venido antes
á saber de tu salud. Y después he de enterarte de una cosa que te será
desagradable, pero también traigo el remedio que te lo hará olvidar
todo.» Y Ben-Bekar, trémulo de emoción, le preguntó: «¡Por Alah! ¿Qué
cosas más desagradables pueden sorprenderme ahora?» Y el joven joyero
dijo: «Sabe ¡oh mi señor! que he sido el confidente de tu amigo
Abalhassan, y que nunca me ocultaba cuanto le ocurría. Y he aquí que
hace tres días, Abalhassan, quien generalmente venía á verme todas las
noches, ha desaparecido. Y como sé que eres amigo suyo, vengo á
preguntarte si sabes dónde está y por qué se ha marchado sin decir nada
á sus amigos.»

Al oir estas palabras, el pobre Ben-Bekar llegó al límite más extremo de
la palidez, de tal modo, que por poco pierde el conocimiento. Al fin
pudo decir: «Pues también para mí es nueva la noticia. Ignoraba que se
hubiera marchado Ben-Taher. Pero si enviase á uno de mis esclavos á
preguntar por él, acaso supiéramos la verdad.» Entonces ordenó á un
esclavo: «Ve á casa de Abalhassan ben-Taher y pregunta si está de viaje.
Y en este caso, que te digan adonde se marchó.» El esclavo salió en
busca de noticias, y volvió al cabo de un rato, y dijo á su amo: «Los
vecinos me han contado que Abalhassan se ha marchado á Bassra. En
aquella calle he encontrado á una joven que también preguntaba por
Abalhassan, y me ha dicho: «¿Eres de la servidumbre del príncipe
Ben-Bekar?» Y al contestarle afirmativamente, dijo que tenía que
comunicarte una cosa, y me ha acompañado hasta aquí.» Entonces Ben-Bekar
exclamó: «¡Que entre en seguida!»

Y á los pocos momentos entró la joven, y Ben-Bekar conoció á la
confidente de Schamsennahar. La esclava se acercó, y después de las
acostumbradas zalemas, le dijo al oído algunas palabras, que le
iluminaron y le ensombrecieron el semblante sucesivamente.

Entonces el joven joyero creyó oportuno pronunciar algunas palabras, y
dijo: «¡Oh mi señor, y tú, joven esclava! Sabed que Abalhassan, antes de
partir, me ha revelado cuanto sabía, y me ha expresado todo su terror al
pensar que el asunto pudiese llegar á descubrirlo el califa. Pero yo,
que no tengo mujer, ni hijos, ni familia, estoy dispuesto con toda el
alma á reemplazarle junto á vosotros, pues me han conmovido
profundamente los pormenores que me ha referido acerca de vuestros
amores desgraciados. Si aceptáis mis servicios, juro por nuestro Santo
Profeta (¡sean con Él la plegaria y la paz!) que os seré tan fiel como
mi amigo Ben-Taher, pero más firme y constante. Y aunque no aceptarais
mi ofrecimiento, no temáis que no sepa callar el secreto que se me ha
confiado...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 161.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»...el secreto que se me ha confiado. Al contrario, si mis palabras han
podido convenceros, no hay sacrificio al cual no esté dispuesto para
seros grato, pues emplearé todos los medios que pueda para
proporcionaros la satisfacción que deseáis, y hasta os ofrezco mi casa
para que recibáis en ella ¡oh mi señor! á la hermosa Schamsennahar.»

Cuando el joven joyero hubo dicho estas palabras, el príncipe Alí sintió
tal alegría que notó que las fuerzas le reanimaban el alma, é
incorporándose besó al joyero, y le dijo: «¡Alah te ha enviado, ¡oh
Amín! ¡Por eso me confío á ti enteramente y sólo espero mi salvación de
tus manos!» Volvió á repetirle las gracias, y se despidió de él llorando
de alegría.

Entonces el joyero se retiró con la joven. La condujo á su casa, y le
dijo que en lo sucesivo allí tendrían sus entrevistas los dos, lo mismo
que la que proyectaba entre el príncipe Alí y Schamsennahar. Y la joven,
después de haber aprendido el camino de la casa, no quiso diferir por
más tiempo el enterar á su ama de lo ocurrido. Prometió, pues, al
joyero volver al día siguiente con la contestación de Schamsennahar.

Y efectivamente, al otro día llegó á casa de Amín, y le dijo: «¡Oh Amín!
Mi señora ha llegado al límite de la alegría al saber lo bien dispuesto
que estás en nuestro favor. Y me encarga que venga en tu busca para
llevarte á sus aposentos de palacio, donde quiere darte personalmente
las gracias por tu espontánea generosidad y por tu interés hacia unas
personas cuyos designios nada te obligaba á proteger.»

El joyero, al oir estas palabras, en vez de demostrar prisa por
satisfacer el deseo de la favorita, se sintió sobrecogido de un gran
temblor, se puso muy pálido, y acabó por decir á la joven: «¡Oh hermana
mía! Ya veo que ni Schamsennahar ni tú habéis pensado bien el paso que
me pedís. Olvidáis que soy un hombre del vulgo y que carezco de la
amistad que poseía Abalhassan con los eunucos de palacio. Yo no conozco
para nada las costumbres de esas gentes. ¿Cómo he de atreverme á marchar
á palacio, cuando me asombraba el oir los relatos de las visitas de
Abalhassan? ¡Me falta valor para desafiar ese peligro! Pero puedes
decirle á tu ama que mi casa es el sitio más á propósito para las
entrevistas; y que si se digna venir, podremos conversar á gusto, sin
riesgo alguno.» Pero como la joven le instase para que la siguiera y
hasta le había decidido á levantarse, le sobrecogió de pronto tal
temblor, que se le doblaban las piernas. Y entonces la esclava tuvo que
ayudarle para que se sentase de nuevo, y le dió á beber un vaso de agua
fresca, á fin de que se tranquilizase.

Y cuando vió que era imprudente insistir, la esclava dijo: «Tienes
razón. Mucho mejor es, en interés de todos, decidir á Schamsennahar á
que venga aquí. Voy á intentarlo, y seguramente la traeré. ¡Aguárdanos
sin moverte para nada!»

Y como lo había previsto, en cuanto la confidente manifestó á la
favorita la imposibilidad en que se encontraba el joyero de ir á
palacio, Schamsennahar se levantó, y envolviéndose en su gran velo de
seda, siguió á su esclava, olvidando la debilidad que hasta entonces la
había paralizado en los almohadones. La confidente fué la primera que
entró en la casa para enterarse de si su señora se expondría á que la
viesen los esclavos ó gente extraña, y preguntó á Amín: «¿Habrás echado
fuera á los criados?» Y él contestó: «Vivo solo aquí, con una negra
vieja que me arregla la casa.» Ella dijo: «¡De todos modos, hay que
evitar que entre aquí ahora!» Y ella misma fué cerrando todas las
puertas, y corrió después á buscar á la favorita.

Schamsennahar entró, y á su paso las salas y corredores se llenaban
milagrosamente con el perfume de sus vestidos. Y sin decir palabra ni
mirar en derredor, fué á sentarse en el diván, y se apoyó en los cojines
que el joven joyero se apresuraba á colocar detrás de ella. Y así
permaneció inmóvil, durante un buen rato, muy débil y sin poder apenas
respirar. Por fin, cuando hubo descansado de aquella larga caminata,
pudo levantarse el velillo y despojarse del manto. Y el joven joyero,
deslumbrado, creyó que el mismo sol había entrado en su casa.
Schamsennahar le miró un instante y le preguntó al oído á la esclava:
«¿Éste es el joven de quien me has hablado?» Y cuando la esclava le
contestó afirmativamente, la favorita dirigió un expresivo saludo al
joyero. Y éste contestó: «¡Loado sea Alah! ¡Plegue á Alah guardarte y
conservarte como el perfume en el oro!» Ella le preguntó: «¿Eres casado
ó soltero?» Él contestó: «¡Por Alah! ¡Soltero, oh mi señora! Y no tengo
padre, ni madre, ni pariente alguno. De modo que no tendré más ocupación
que consagrarme á servirte, y tus menores deseos los pondré sobre mi
cabeza y sobre mis ojos...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 162.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»...y tus menores deseos los pondré sobre mi cabeza y sobre mis ojos.
Sabe, además, que pongo por completo á tu disposición, para tus
entrevistas con Ben-Bekar, una casa que me pertenece, en donde nadie
habita, y que está situada enfrente de esta en que vivo. ¡Voy á
amueblarla en seguida, para que os reciba dignamente y no os falte
nada!» Entonces Schamsennahar le dió expresivas gracias, y le dijo:
«¡Por Alah! ¡Mi destino es muy dichoso por haber tenido la suerte de
encontrar un amigo tan adicto como tú! ¡Ahora me explico lo que vale la
ayuda de un amigo desinteresado, y cuán delicioso es encontrar el oasis
del reposo después del desierto de la tristeza! Cree que sabré
demostrarte un día que conozco el precio de la amistad. ¡Mira á mi
confidente, oh Amín! ¡Es joven, dulce y exquisita; pues te aseguro que á
pesar de cuanto he de sentir separarme de ella, te la regalaré para que
te haga pasar noches de luz y días de frescura!» Y Amín miró á la joven
y le pareció que era muy agradable, en efecto, y que, además de ojos
perfectamente hermosos, tenía nalgas absolutamente maravillosas.

Schamsennahar prosiguió: «¡Tengo en ella una seguridad ilimitada! ¡No
temas confiarle cuanto te diga el príncipe Alí! ¡Y quiérela, porque
tiene cualidades que refrescan el corazón!» Y Schamsennahar, dichas
estas cosas al joyero, se retiró seguida de su confidente, que se
despidió de su nuevo amigo con una sonrisa.

Cuando se hubieron alejado, el joyero Amín corrió á su tienda y sacó
todos los jarrones, todas las copas cinceladas y todas las tazas de
plata, y las llevó á la casa donde habían de verse los amantes. Después
visitó á sus conocidos, y á unos les pidió prestadas alfombras, á otros
almohadones de seda y á otros vajilla y bandejas. Y de esta suerte acabó
por amueblar magníficamente la casa.

Después de ordenarlo todo, y cuando se hubo sentado un momento para
contemplarlo, vió entrar á su amiga la joven confidente de
Schamsennahar. Ésta se le acercó meneando gentilmente las caderas, y le
dijo después de las zalemas: «¡Oh Amín! Mi ama te envía su saludo de
paz, y te repite las gracias, y te dice que ya está consolada del todo.
Me encarga además que avises á su amante de que el califa ha marchado
del palacio y que ella podrá venir aquí esta noche. Avisa, pues, al
príncipe Alí, y estoy segura de que esta noticia acabará de
restablecerle y le devolverá las fuerzas y la salud.» Dichas estas
palabras, la joven se sacó del seno una bolsa llena de dinares y se la
alargó á Amín, diciéndole: «Mi ama te ruega que gastes todo lo que sea
necesario, sin escatimar nada.» Pero Amín rechazó la bolsa, diciendo:
«¿Valgo tan poco á los ojos de tu dueña, ¡oh joven esclava! que quiere
recompensarme con ese oro? Dile que Amín está pagado de sobra con el oro
de sus palabras y la mirada de sus ojos.» Entonces la joven se guardó la
bolsa, muy satisfecha por el desinterés demostrado por Amín, y corrió á
contárselo á Schamsennahar y á avisarla de que todo estaba preparado.
Después la ayudó á bañarse, peinarse, perfumarse y vestirse con sus
mejores ropas.

Por su parte, el joyero Amín fué á avisar al príncipe Alí ben-Bekar,
después de haber colocado flores frescas en los jarrones y llenado las
bandejas con manjares de todas clases, pasteles, dulces y bebidas, y
colocando ordenadamente junto á la pared los laúdes, guitarras y demás
instrumentos. Entró en casa del príncipe Alí, á quien encontró más
animado con la esperanza que había infundido en su corazón. Y la alegría
del joven fué muy grande al saber que dentro de poco iba á ver á la
amada, causante de sus lágrimas y de su dicha. Y desaparecieron todas
sus penas y pesares, y su rostro se iluminó en seguida, adquiriendo
mayor gentileza y más simpática dulzura.

Y por su parte, Amín le ayudó á vestirse el traje más magnífico, y
después, sintiéndose tan fuerte como si nunca hubiera estado á las
puertas de la tumba, emprendió con el joyero el camino de la casa.
Cuando entraron en ella, Amín se apresuró á invitar al príncipe á
sentarse, y le colocó detrás de la espalda unos almohadones muy blandos,
y á su lado, á derecha é izquierda, unas hermosas vasijas de cristal
llenas de flores, y le puso entre los dedos una rosa. Y ambos,
departiendo tranquilamente, aguardaron la llegada de la favorita.

Apenas habían transcurrido unos instantes, llamaron á la puerta, y Amín
corrió á abrir, y volvió en el acto seguido de dos mujeres, una de las
cuales iba completamente envuelta en un tupido izar de seda negra...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 163.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...dos mujeres, una de las cuales iba completamente envuelta en un
tupido izar de seda negra. Y era la hora del llamamiento á la oración,
en los alminares, al ponerse el sol. Y cuando fuera la voz extática de
los muecines invocaba las bendiciones de Alah sobre la tierra,
Schamsennahar se levantó el velo ante los ojos de Ben-Bekar.

Y al verse ambos amantes, cayeron desvanecidos, y tardaron como una hora
en reponerse. Cuando por fin abrieron los ojos, se miraron silenciosa y
largamente, sin llegar á poder expresar de otro modo su pasión. Y cuando
tuvieron bastante dominio de sí mismos para poder hablar, se dijeron
palabras tan dulces, que la esclava y el joven Amín no pudieron menos de
llorar en su rincón.

Pero no tardó el joyero Amín en suponer que era hora de servir á sus
huéspedes, y ayudado por la esclava, se apresuró á llevarles en primer
lugar los perfumes agradables, que los prepararon para probar las
viandas, las frutas y las bebidas, que eran abundantes y de primera
calidad. Después Amín les echó agua en las manos y les ofreció las
toallas de flecos de seda. Y entonces, completamente repuestos de su
emoción, pudieron empezar á disfrutar realmente de la dicha de verse
reunidos. Y Schamsennahar dijo á la esclava: «¡Dame ese laúd, para que
cante la pasión inmensa que grita dentro de mi alma!» Y la confidente le
presentó el laúd, que Schamsennahar se puso sobre las rodillas, y
después de haberlo templado rápidamente, preludió una melodía. Y el
instrumento, manejado por sus dedos, sollozaba y reía, como si hablase
su alma, extasiando á todos. Y con la mirada perdida en los ojos de su
amigo, Schamsennahar cantó:

     _¡Oh cuerpo mío de enamorada, te has hecho diáfano al esperar al
     muy amado! ¡Pero ya está aquí! ¡El ardor de mis mejillas, bajo las
     lágrimas, se endulza con la brisa de su llegada!_

     _¡Oh noche bendita al lado de mi amigo, das á mi corazón más
     dulzura que todas las noches de mi destino!_

     _¡Oh noche que aguardaba! ¡Mi muy amado me enlaza con su brazo
     derecho, y yo, con el izquierdo, le envuelvo alegre!_

     _¡Le envuelvo, y con mis labios aspiro el vino de su boca, mientras
     sus labios me vacían por completo! ¡Así me apodero de la colmena y
     de toda la miel!_

Cuando oyeron este canto, sintieron los tres un goce tan grande, que
gritaron desde el fondo de su pecho: «¡Yz leil! ¡Ya salam! ¡Estas son
las palabras deliciosas!»

Después el joyero Amín, suponiendo que su presencia ya no era necesaria,
y en el colmo del placer al ver á los dos amantes uno en brazos de otro,
se decidió á dejarlos solos en la casa para no exponerse á molestarlos,
y se retiró discretamente. Emprendió el camino de su casa, y con el
ánimo completamente tranquilo se acostó pensando en la felicidad de sus
amigos. Y durmió hasta por la mañana.

Pero al despertarse vió delante de él á su esclava negra, con la cara
trastornada por el espanto. Y cuando abría la boca para preguntarle lo
que le había pasado, la negra le señaló con silencioso ademán á un
vecino que estaba á la puerta aguardando que despertase.

El vecino se acercó á una señal de Amín, y después de saludarle le dijo:
«¡Oh mi vecino, vengo á consolarte por la espantosa desgracia que ha
caído esta noche sobre tu casa!» El joyero exclamó: «¡Por Alah! ¿De qué
desgracia hablas?» Y el hombre dijo: «Puesto que no te has enterado
todavía, sabe que esta noche, apenas habías vuelto á tu casa, unos
ladrones cuya primera hazaña no debe de ser ésta, y que probablemente te
habrían visto la víspera trasladar á tu segunda casa cosas preciosas,
han aguardado que salieras para precipitarse dentro de la casa, donde no
pensaban encontrar á nadie; pero vieron á unos huéspedes que habías
alojado allí esta noche, y probablemente los habrán matado y hecho
desaparecer, pues no se ha podido dar con sus huellas. En cuanto á la
casa, los ladrones la han saqueado por completo, sin dejar ni una estera
ni un almohadón. ¡Y está ahora más limpia y vacía que nunca!»

Al oir esto, el joven Amín levantó los brazos lleno de amargura: «¡Qué
desgracia tan grande! ¡Mis bienes y todos los objetos que me habían
prestado los amigos se han perdido sin remisión! ¡Pero esto no vale nada
comparado con la pérdida de mis huéspedes!» Y enloquecido, descalzo y en
camisa, corrió á su segunda casa, seguido de cerca por el vecino, que
trataba de consolarle. ¡Y vió, efectivamente, que las habitaciones
resonaban como casa vacía! Entonces se desplomó llorando, prorrumpiendo
en suspiros, y luego exclamó: «¿Y qué haré ahora, vecino?» El vecino
contestó...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 164.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...El vecino contestó: «Creo, Amín, que el mejor partido es tomar la
desgracia con paciencia, y aguardar la captura de los ladrones, que
tarde ó temprano serán habidos, pues los guardias del gobernador andan
buscándolos no sólo por este robo, sino por otras fechorías que han
perpetrado hace poco tiempo.» Y el pobre joyero exclamó: «¡Oh Abalhassan
ben-Taher, prudente varón! ¡Qué buena idea tuviste al retirarte
tranquilamente á Bassra! ¡Pero lo que está escrito ha de ocurrir!» Y
Amín volvió á emprender tristemente el camino de su casa, en medio del
gentío, que había averiguado toda la historia y se compadecía de él al
verle pasar.

Y al llegar á la puerta de su casa, el joyero Amín vió en el vestíbulo á
un hombre que no conocía y le aguardaba. Y el hombre, al verle, se
levantó y le deseó la paz, y Amín le devolvió el saludo. Entonces el
hombre le dijo: «Tengo que decirte algunas palabras secretas, que sólo
debemos oir los dos.» Y Amín quiso llevarle á su aposento, pero el
hombre le dijo: «Vale más que estemos completamente solos; conque
vámonos á tu segunda casa.» Y Amín, pasmado, le preguntó: «Pero ¿cómo es
que no te conozco, y tú me conoces á mí y sabes que tengo dos casas?» El
desconocido se sonrió y dijo: «Ya te lo explicaré todo. ¡Y si Alah
quiere, contribuiré á consolarte!» Entonces Amín salió con el
desconocido, y llegó á la segunda casa; pero su acompañante hizo
observar á Amín que los ladrones habían echado la puerta abajo, y por
consiguiente no se podía estar allí libre de indiscretos. Después le
dijo: «¡Sígueme y te llevaré á un sitio que conozco!»

Entonces el hombre echó á andar, y Amín fué detrás de él, siguiéndole de
una calle á otra calle, de un zoco á otro zoco, de una puerta á otra
puerta, hasta el anochecer. Después, como hubieran llegado hasta el
Tigris, el hombre desconocido dijo: «¡Indudablemente estaremos más
seguros en la otra orilla!» Y en seguida se les acercó un barquero,
salido no se sabe de dónde, y antes de que Amín pudiera enterarse,
estaba ya con el otro en la barca, y tras unos vigorosos golpes de remo
se vieron en la orilla opuesta. El desconocido ayudó á Amín á saltar á
tierra cogiéndole de la mano, lo guió á través de unas calles angostas,
y el joyero, muy intranquilo, pensaba: «¡En mi vida he puesto aquí los
pies! ¿Qué aventura será esta aventura?»

Llegaron ante una puerta, toda de hierro, y el desconocido, sacando del
cinturón una enorme llave enmohecida, la metió en la cerradura, que
rechinó terriblemente, y la puerta se abrió. El desconocido entró con el
joyero y después cerró la puerta. Y se hundieron por un corredor, que
había que recorrer andando á gatas; y al final del corredor encontraron
una sala que estaba alumbrada por una sola lámpara colgada en el centro.
Y alrededor de aquella lámpara vió Amín sentados é inmóviles á diez
hombres vestidos de igual manera, y de caras tan parecidas é idénticas,
que creíase ver un solo rostro repetido diez veces en espejos.

Al verlos, Amín, que estaba ya rendido por lo que había andado desde por
la mañana, se sintió completamente desvanecido, y cayó al suelo.
Entonces el hombre que lo había traído le roció con un poco de agua, y
de tal modo lo reanimó. Después, como ya estaba puesta la mesa, los diez
hombres iguales se dispusieron á comer, no sin haber invitado á Amín á
compartir su cena, todos con la misma voz. Y Amín, viendo que los diez
comían de los mismos platos, dijo para si: «¡Si esto estuviera
envenenado no lo comerían!» Y á pesar de su terror, se acercó y comió
hasta saciarse, como hambriento que estaba desde por la mañana.

Terminada la comida, la misma voz una y décuple le preguntó: «¿Nos
conoces?» Él contestó: «¡No, por Alah!» Los diez le dijeron: «Somos los
ladrones que esta noche pasada hemos saqueado tu casa y hemos raptado á
tus huéspedes, al joven y á la muchacha que cantaba. ¡Pero,
desgraciadamente, la criada logró salvarse huyendo por la azotea!»
Entonces Amín exclamó: «¡Por Alah sobre todos vosotros! ¡Señores míos,
por favor, indicadme el lugar en que se encuentran mis dos huéspedes! ¡Y
confortad mi alma atormentada, hombres generosos que habéis saciado mi
hambre! ¡Y Alah os deje gozar en paz de cuanto me habéis quitado!
¡Dejadme ver á mis amigos! Entonces los ladrones alargaron el brazo,
todos al mismo tiempo, hacia una puerta cerrada, y le dijeron: «¡No
temas ya por su suerte! ¡Más seguros están con nosotros que en casa del
gobernador, y tú, por supuesto, lo mismo! ¡Sabe, efectivamente, que no
te hemos traído aquí más que para que nos digas la verdad acerca de
estos dos jóvenes, cuyo hermoso aspecto y noble actitud nos han pasmado
tanto que no nos hemos atrevido á interrogarles apenas hemos adivinado
con quién teníamos que habérnoslas!»

Entonces el joyero Amín se tranquilizó mucho, y no pensó más que en
granjearse todas las simpatías de los ladrones, y les dijo: «¡Oh señores
míos, bien claro veo ahora que si la compasión y la urbanidad llegaran á
desaparecer de la tierra, se encontrarían intactas en vuestra casa! ¡Y
no menos claro veo asimismo que cuando se trata con personas tan de fiar
y tan generosas como vosotros, el mejor medio y el más seguro para
captarse su confianza es no ocultarles nada de la verdad! ¡Escuchad,
pues, mi historia y la suya, pues es asombrosa hasta el último límite de
todos los asombros!»

Y el joyero Amín contó á los ladrones toda la historia de Schamsennahar
y Alí ben-Bekar, y sus relaciones con ellos, sin olvidar un detalle,
desde el principio hasta el fin. Pero no es necesario repetirla.

Cuando los ladrones hubieron oído la extraña historia, quedaron, en
efecto, extremadamente asombrados, y exclamaron: «¡Verdaderamente, es un
gran honor para nuestra casa albergar en este momento á la bella
Schamsennahar y al príncipe Alí ben-Bekar! Pero ¡oh joyero! ¿de veras no
te burlas de nosotros? ¿Son realmente ellos?» Y Amín exclamó: «¡Por
Alah, ¡oh señores míos! ellos son, absolutamente, con sus propios
ojos!» Entonces los ladrones se levantaron como un solo hombre, y
abrieron la puerta consabida, ó hicieron salir al príncipe Alí y á
Schamsennahar, disculpándose mil veces, y diciéndoles: «¡Os suplicamos
que nos perdonéis lo inconveniente de nuestra conducta, pues en realidad
no podíamos suponer que íbamos á capturar personas de vuestra categoría
en casa del joyero!» Después se volvieron hacia Amín y le dijeron: «¡Y á
ti te devolveremos en seguida los objetos preciosos que te hemos
arrebatado, y sentimos mucho no poder devolverte también los muebles,
porque los hemos dispersado, haciendo que los vendan en varios sitios y
en pública subasta!»

       *       *       *       *       *

«Y la verdad es que se apresuraron á devolverme los objetos preciosos
envueltos en un paquete grande; y yo, olvidándolo todo, no dejé de
darles mil gracias por su generosidad[B]. Entonces nos dijeron á los
tres: «Ahora ya no queremos teneros más aquí, como no deseéis honrarnos
con vuestra presencia entre nosotros.» Y en seguida se pusieron á
nuestra disposición, haciéndonos prometer únicamente no delatarlos y
olvidar los desagradables ratos pasados.

»Nos llevaron, pues, á la orilla del río, y todavía no pensábamos en
comunicarnos nuestras inquietudes, pues el temor aún nos tenía sin
aliento, y nos inclinábamos á creer que todos aquellos sucesos ocurrían
en sueños. Después, con grandes señales de respeto, los diez nos
ayudaron á meternos en su barca, y se pusieron todos á remar con tal
vigor, que en un abrir y cerrar de ojos llegamos á la otra orilla. Pero
apenas habíamos desembarcado, ¡cuál no sería nuestro terror al vernos
cercados de pronto en redondo por los guardias del gobernador, y
capturados inmediatamente! Los ladrones, como se habían quedado en la
barca, tuvieron tiempo de ponerse fuera de su alcance á fuerza de remos.

»Entonces el jefe de los guardias se nos acercó, y nos preguntó con voz
amenazadora: «¿Quiénes sois y de dónde venís?» Sobrecogidos de miedo,
nos quedamos mudos, lo cual acrecentó aún más la desconfianza del jefe
de los guardias, que nos dijo: «¡Me vais á contestar categóricamente, ó
en el acto os mando atar de pies y manos, y se os llevarán mis hombres!
¡Decidme, pues, en donde vivís, en qué calle y en qué barrio!» Entonces,
queriendo salvar á toda costa la situación, comprendí que debía hablar,
y respondí: «¡Oh señor! Somos músicos, y esta mujer es cantora de
oficio. Esta noche estábamos en una fiesta que reclamaba nuestro
concurso en la casa de esas personas que nos han traído hasta aquí. Pero
no podemos deciros el nombre de esas personas, pues en nuestro oficio no
solemos enterarnos de tales pormenores, y nos basta sólo con que nos
paguen bien.» Y el jefe de los guardias me miró severamente, y me dijo:
«¡No tenéis mucha traza de cantantes, y me parecéis muy aterrados é
inquietos para ser personas que acaban de salir de una fiesta! Y vuestra
compañera, con tan buenas alhajas, tampoco tiene trazas de almea. ¡Hola!
¡Guardias, apoderaos de esta gente y llevadla en seguida á la cárcel!»

»Al oir estas palabras, Schamsennahar se decidió á intervenir
personalmente, y acercándose al jefe de los guardias, le llamó aparte y
le dijo al oído algunas palabras, que le hicieron tal efecto, que
retrocedió unos pasos y se inclinó hasta el suelo balbuciendo fórmulas
respetuosísimas de homenaje. Y en seguida dió orden á su gente de que
acercara dos embarcaciones, y ayudó á Schamsennahar á entrar en una,
mientras me introducía en otra con el príncipe Ben-Bekar. Después mandó
á los barqueros que nos llevaran adonde les mandáramos ir. Y en seguida
cada barca siguió diferente dirección: Schamsennahar hacia su palacio, y
nosotros hacia nuestro barrio.

»En cuanto á nosotros, apenas habíamos llegado á casa del príncipe,
cuando le vi, sin fuerzas ya y extenuado por tan continuas emociones,
desplomarse sin conocimiento en brazos de sus servidores y de las
mujeres de la casa...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 165.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»...sin conocimiento en brazos de sus servidores y de las mujeres de la
casa. Porque, según me dió á entender por el camino, después de lo que
había pasado, perdía toda esperanza de tener otra entrevista con su
amiga Schamsennahar.

»Entonces, mientras las mujeres y los servidores se ocupaban en hacer
volver al príncipe de su desmayo, su familia se figuró que yo debía de
ser el causante de todas aquellas desgracias que no entendían, y quiso
obligarme á darle toda clase de pormenores. Pero yo me guardé muy bien
de explicarles nada, y les dije: «¡Buena gente, lo que le ocurre al
príncipe es tan extraordinario, que él es el único que os lo puede
contar!» Y afortunadamente para mí, el príncipe recobró el conocimiento
en aquel instante, y sus parientes ya no se atrevieron á insistir en el
interrogatorio delante de él. Y yo, temiendo nuevas preguntas y ya algo
tranquilo respecto al estado de Ben-Bekar, cogí mi paquete y me fui á
toda prisa hacia mi casa.

»Al llegar encontré á la negra que daba gritos agudísimos y desesperados
y se abofeteaba, y todos los vecinos la rodeaban para consolarla de mi
perdición, que se creía segura. Así es que al verme, la esclava se echó
corriendo á mis pies, y quiso también someterme á un nuevo
interrogatorio. Pero yo puse término á todo esto diciéndole que por lo
pronto no tenía más que ganas de dormir; y me dejé caer, extenuado, en
los colchones, y poniendo la cara en la almohada dormí hasta el otro
día.

»Entonces la negra se me acercó y me hizo preguntas, y yo le dije: «Dame
un buen tazón lleno.» Me lo trajo, me lo bebí de un sorbo, y como la
negra insistía, le dije: «¡Ha sucedido lo que ha sucedido!» Entonces se
fué. Y yo me volví á dormir, y aquella vez no me desperté hasta pasados
dos días y dos noches.

»Y cuando pude incorporarme, me dije: «¡La verdad es que tengo que ir á
tomar un baño al hammam!» Y fuí en seguida, aunque seguía muy preocupado
con la situación de Ben-Bekar y Schamsennahar, de quienes nadie me había
traído noticias. Fuí, pues, al hammam, en donde tomé mi baño, y me
dirigí en seguida hacia mi tienda; y cuando sacaba la llave del bolsillo
para abrir la puerta, una mano me tocó en el hombro y una voz me dijo:
«¡Ya Amín!» Entonces me volví, y conocí á mi joven amiga, la confidente
de Schamsennahar.

»Pero en vez de alegrarme al verla, sentí un miedo atroz de que me
vieran los vecinos en conversación con ella, pues todos sabían que era
la confidente de la favorita. Me apresuré á meterme la llave en el
bolsillo, y sin volver la cara eché á correr, completamente
enloquecido, sin hacer caso de las voces de la joven, que corría detrás
de mí rogándome que me parara. Y así llegué hasta la puerta de una
mezquita solitaria, me precipité dentro, después de haber dejado á la
puerta las babuchas, me dirigí hacia el rincón más oscuro y adopté en
seguida la actitud de la oración. Entonces, más que nunca, pensé en lo
grande que había sido la cordura de mi antiguo amigo Abalhassan
ben-Taher, que había huído de todas aquellas complicaciones, retirándose
tranquilamente á Bassra. Y pensé para mis adentros: «¡Como Alah me saque
sano y salvo, hago voto de no volverme á meter en semejantes trances, ni
á hacer tales papeles!»

»Apenas estaba en aquel rincón oscuro, cuando se me unió...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 166.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»Apenas estaba en aquel rincón oscuro, cuando se me unió la confidente,
y ya entonces me decidí á hablar con ella, puesto que no teníamos
testigos. Empezó por preguntarme: «¿Cómo estás, amigo Amín?» Le
contesté: «Perfectamente de salud. ¡Pero prefiero la muerte á esta
constante inquietud en que vivimos!»

»Ella prosiguió: «¿Qué dirías si conocieras el estado en que se halla mi
pobre señora? ¡Ah! ¡Ya rabbí! ¡Me desmayo sólo con recordar el momento
en que la vi regresar á palacio! Yo pude llegar antes, huyendo de azotea
en azotea, y tirándome al suelo desde la última casa. ¡Si la hubieras
visto llegar! ¿Quién habría podido creer que aquella cara tan pálida
como la de un cadáver desenterrado era la de Schamsennahar, la luminosa?
Así es que al verla rompí en sollozos, echándome á sus pies y
besándoselos. Ella me mandó entregar al barquero mil dinares de oro por
su trabajo, y después le abandonaron las fuerzas y cayó desmayada en
nuestros brazos. La llevamos á la cama, y empecé á rociarle el rostro
con agua de flores; le sequé los ojos, le lavé pies y manos, y la mudé
de ropa. Entonces tuve la alegría de verla volver en sí, y le di en
seguida un sorbete de rosa, le hice oler jazmines, y le dije: «¡Oh mi
señora, por Alah sobre ti! ¿Adónde iremos á parar si seguimos así?» Ella
contestó: «¡Oh mi fiel confidente! ¡Ya no hay en la tierra nada que me
invite á la vida! Pero antes de morir quiero tener noticias de mi amado.
¡Ve, pues, á buscar al joyero Amín, y llévale estas bolsas llenas de
oro, y ruégale que las acepte en compensación de los daños y perjuicios
que le ha causado nuestra aventura!»

»Y la confidente me alargó un paquete muy pesado que llevaba, y que
debía de contener más de cinco mil dinares de oro, de lo cual,
efectivamente, pude cerciorarme más adelante. Después prosiguió:
«¡Schamsennahar me ha encargado además que te pida, como última súplica,
que nos des noticias, sean buenas ó malas, del príncipe Alí!»

»No pude negarle lo que me pedía como un favor, y á pesar de mi firme
resolución de no meterme más en aquella aventura peligrosa, le dije que
aquella noche en mi casa le facilitaría noticias sobre el príncipe. Y
después de rogar á la joven que fuese á mi tienda para dejar el paquete,
salí de la mezquita y me dirigí á casa del príncipe Alí ben-Bekar.

»Y allí me enteré de que todos, mujeres y servidores, me estaban
aguardando hacía tres días, y no sabían cómo hacer para tranquilizar al
príncipe Alí, que me reclamaba sin cesar, exhalando hondos suspiros. Y
le encontré con los ojos casi apagados, y con más aspecto de muerto que
de vivo. Entonces me acerqué á él con lágrimas en los ojos, y le
estreché contra mi pecho...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 167.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»...y le estreché contra mi pecho, y le dije muchas cosas para
consolarle un poco, pero no lo pude conseguir, y me dijo: «¡Oh Amín,
como sé que mi alma va á escaparse, deseo antes de morir dejarte una
muestra de gratitud!» Y ordenó á sus esclavos: «¡Traed tal y cual cosa!»
Y en seguida los esclavos se apresuraron á traer toda clase de objetos
preciosos, vasijas de oro y plata, alhajas de mucho valor. Y me dijo:
«¡Te ruego que aceptes esto en sustitución de lo que te han robado!» Y
mandó á los esclavos que lo transportaran todo á mi casa. En seguida
dijo: «¡Sabe, amigo mío, que en este mundo todas las cosas tienen un
fin! ¡Desdichado de quien no alcanza su fin en el amor, pues no le queda
más que la muerte! Y si no fuera por mi respeto á la ley del Profeta
(¡sea con Él la paz!), ya habría yo apresurado el momento de esa muerte,
que comprendo que se aproxima. ¡Si supieras los sufrimientos que se
ocultan debajo de mis costillas! ¡No creo que exista hombre que haya
sufrido tantos dolores como los que llenan mi corazón!»

»Entonces le dije que la confidente me aguardaba en casa para saber
noticias suyas, enviada con tal objeto por Schamsennahar. Y fuí en
busca de la joven para contarle la desesperación del príncipe, y que
presentía su fin, y dejaría la tierra sin más pesar que el de verse
separado de su amada.

»A los pocos momentos de llegar á mi casa vi entrar á la confidente
llena de emoción y de trastorno, y de sus ojos brotaban abundantes
lágrimas. Y yo, cada vez más alarmado, le pregunté: «¡Por Alah! ¿Qué
pasa ahora? ¿Puede haber algo peor que lo que nos ha ocurrido?» Ella me
contestó temblando: «¡Ya nos ha caído encima lo que tanto temíamos!
¡Estamos perdidos sin remedio, desde el primero hasta el último! El
califa se ha enterado de todo, y he aquí lo ocurrido. A consecuencia de
la indiscreción de una de sus esclavas, el jefe de los eunucos entró en
sospechas, y empezó á interrogar una por una á todas las doncellas de
Schamsennahar. Y á pesar de sus negativas, dió con la pista y lo
descubrió todo. Enteró inmediatamente al califa, que mandó llamar á la
favorita, ordenando que la acompañaran, contra su costumbre, veinte
eunucos de palacio. ¡De modo que todas estamos en el límite del espanto!
¡Y yo he podido zafarme un momento para avisarte del peligro que nos
amenaza! ¡Ve, pues, á prevenir al príncipe para que tome las
precauciones necesarias!»

»Y dicho esto, la joven regresó corriendo á palacio.

»Entonces el mundo se ennegreció ante mis ojos, y exclamé: «¡No hay
poder ni fuerza más que en Alah el Altísimo y Omnipotente!» ¿Qué otra
cosa podía decir frente al Destino? Resolví volver á casa del príncipe,
aunque hacía pocos momentos que lo había dejado; y sin darle tiempo á
pedirme ninguna explicación, le grité: «¡Oh Alí, no tienes más remedio
que seguirme, ó te espera la muerte más ignominiosa! ¡El califa lo sabe
todo, y á estas horas habrá ordenado prenderte! ¡Alejémonos, sin perder
momento, y traspongamos las fronteras de nuestro país, fuera del alcance
de quienes te buscan!» Y en seguida, en nombre del príncipe, mandé á los
esclavos que cargaran tres camellos con los objetos más valiosos y con
víveres suficientes para el camino. Ayudé al príncipe á montar en otro
camello, en el cual también monté yo detrás de él. Y en cuanto el
príncipe se despidió de su madre, nos pusimos en camino, tomando el del
desierto...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 168.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»...nos pusimos en camino, tomando el del desierto.

»Pero toda cosa que está escrita debe ocurrir; los destinos, bajo un
cielo ú otro, han de cumplirse. Y efectivamente, nuestras desdichas
habían de continuarse, porque huyendo de un peligro, nos arrojábamos á
otro mayor todavía.

»He aquí que al anochecer, mientras íbamos por el desierto y
encaminándonos hacia un oasis, cuyo alminar sobresalía entre las
palmeras, vimos surgir de pronto, á nuestra izquierda, una cuadrilla de
bandoleros, que en un momento nos cercaron. Y como sabíamos muy bien que
el único medio para salvar la vida era no intentar resistencia alguna,
nos dejamos desarmar y despojar. Los bandidos nos quitaron las bestias
con toda la carga, y hasta nos arrebataron la ropa que llevábamos
encima, sin dejarnos más que la camisa. Hecho lo cual se alejaron, sin
ocuparse más de nuestra suerte.

»Mi pobre amigo el príncipe no era más que una cosa entre mis manos,
pues le habían aniquilado por completo tantas emociones repetidas. De
todos modos, le pude ayudar á arrastrarse poco á poco hasta la mezquita
que había en el oasis, y entramos allí para pasar la noche. El príncipe
se arrojó al suelo y me dijo: «¡Aquí voy á morir, ya que Schamsennahar
no debe de estar viva á estas horas!»

»En la mezquita estaba rezando un jeque, que al acabar sus devociones
nos miró un instante, se nos acercó, y nos dijo con bondad: «¡Oh
jóvenes! ¿sin duda sois forasteros y venís á pasar la noche aquí?» Le
contesté: «¡Oh jeque, somos unos forasteros á quienes los bandidos del
desierto acaban de despojar por completo, sin dejarnos más bienes que
la camisa que llevamos encima!»

»Al oir estas palabras, el jeque nos manifestó mucha compasión, y nos
dijo: «¡Oh jóvenes, aguardad unos momentos, y seré con vosotros!» Salió,
para volver en seguida acompañado de un muchacho que llevaba un paquete.
El jeque sacó de allí unos trajes, y nos rogó que nos los pusiéramos, y
después dijo: «Venid á mi casa, donde estaréis mejor que en esta
mezquita, pues debéis de tener hambre y sed.» Y nos obligó á acompañarle
á su casa, á la cual no llegó el príncipe más que para tenderse sin
aliento en una alfombra. Y entonces, á lo lejos, como si viniera con la
brisa que soplaba por el oasis á través de las palmeras, se dejó oir la
voz de alguna pobre que cantaba plañideramente estos versos tristes:

     _¡Lloraba yo al ver aproximarse el fin de mi juventud! ¡Pero sequé
     pronto aquellas lágrimas, para no llorar más que la separación de
     mi amigo!_

     _¡Si el momento de la muerte le parece amargo á mi alma, no es
     porque sea duro dejar una vida de amarguras, sino por irse lejos de
     los ojos del amigo!_

     _¡Ah! ¡Si yo hubiera sabido que el momento de la despedida estaba
     tan próximo, y que me vería privado para siempre de mi amigo, me
     habría llevado, como provisión para el camino, algo del contacto de
     sus ojos adorados!_

»Apenas Alí ben-Bekar había empezado á oir aquel canto, levantó la
cabeza y se puso á escuchar como fuera de sí. Y cuando la voz se
extinguió le vimos volver á caer de pronto, exhalando un hondo suspiro.
Había expirado...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 169.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»...le vimos volver á caer de pronto, exhalando un hondo suspiro. Había
expirado.

»Al ver aquello, el jeque y yo rompimos á llorar, y nos pasamos así toda
la noche; y le conté entre lágrimas esta triste historia. Y al llegar la
mañana le confié el cadáver hasta que la familia, avisada por mí, fuera
á buscarlo. Me despedí de aquel hombre tan bueno, y me dirigí
rápidamente á Bagdad, aprovechando la salida de una caravana que allá se
dirigía. Y en cuanto llegué, corrí á casa del príncipe, sin mudarme
siquiera de ropa, y me presenté á su madre.

»Cuando la madre de Ben-Bekar me vió llegar solo, sin su hijo, y observó
mi tristeza, empezó á temblar, y yo le dije: «¡Oh venerable madre de
Alí, Alah es el que manda, y la criatura tiene que someterse! Cuando se
dirige á un alma el escrito de llamada, el alma tiene que presentarse
sin demora delante de su amo.»

»Al oir esto, la madre de Alí exhaló un gran grito, y cayendo de bruces
al suelo, exclamó: «¡Qué horror! ¿Habrá muerto mi hijo?»

»Yo bajé los ojos, sin poder pronunciar una palabra. Y vi cómo la pobre
madre, ahogada por los sollozos, se desmayaba. Y me puse á llorar todas
las lágrimas de mi corazón, mientras las mujeres llenaban la casa con
sus lamentos.

»Cuando por fin pudo oirme la madre de Alí, le conté los pormenores de
la muerte, y le dije: «¡Reconozca Alah lo grande de tus méritos ¡oh
madre de Alí! y te remunere con sus beneficios y su misericordia!»
Entonces ella me preguntó: «¿Pero no ha dejado ningún encargo para que
me lo transmitieras?» Yo contesté: «Me dijo que, si moría, era su mayor
deseo que lo transportaran á Bagdad.» La madre del príncipe volvió á
romper en llanto, desgarrándose los vestidos, y dijo que inmediatamente
iría con una caravana para recoger el cadáver de su hijo.

»Y dejándola entregada á sus preparativos de marcha, regresé á mi
domicilio, pensando: «¡Oh príncipe Alí, desventurado amante! ¡Qué
lástima que tu juventud haya sido segada en su más hermosa floración!»

»Y al llegar á mi casa, cuando eché mano al bolsillo para sacar la
llave, me tocaron en el brazo; me volví, y vi á la confidente de
Schamsennahar vestida de luto y con cara muy triste. Quise escaparme,
pero la joven me obligó á entrar en casa con ella. Y sin hablarnos,
rompimos á llorar uno y otro. Después le dije: «¿Ya sabrás la
desgracia?» Ella respondió: «¿A cuál te refieres, Amín?» Yo le dije:
«¡La muerte del príncipe Alí!» Y al verla llorar de nuevo comprendí que
nada sabía, y la enteré en medio de grandes sollozos.

»Después ella me preguntó: «¿Y tú, conoces mi desgracia?» Yo exclamé:
«¿Habrá perecido Schamsennahar por orden del califa?» Ella contestó:
«Schamsennahar ha muerto, pero no como supones. ¡Oh desventurada señora
mía!» Y rompió á llorar, hasta que por fin me dijo: «¡Escúchame, Amín!

       *       *       *       *       *

»Cuando Schamsennahar llegó acompañada por los veinte eunucos á
presencia del califa, éste despidió á todo el mundo, se acercó á ella,
la mandó sentar junto á él, y con voz llena de bondad le dijo: «¡Oh
Schamsennahar! Tienes enemigos en palacio, y estos enemigos han querido
calumniarte deformando tus actos y presentándomelos bajo un aspecto
indigno de ti y de mí. Sabe que te quiero más que nunca, y para probarlo
ante todo el palacio, he dado órdenes de que se aumente tu tren de casa,
y el número de tus esclavas, y los gastos tuyos. ¡Te ruego, por tanto,
que abandones esa aflicción que me aflige también á mí! ¡Y para
distraerte, voy á llamar á las cantarinas de palacio, y disponer que
traigan bandejas cargadas de frutas y bebidas!»

»Inmediatamente entraron las tañedoras de instrumentos y las cantarinas.
Los esclavos vinieron cargados con grandes bandejas repletas de
apetitoso contenido. Y cuando todo estuvo dispuesto, el califa, sentado
al lado de Schamsennahar, que á pesar de tanta bondad se sentía cada vez
más débil, mandó á las cantarinas que empezaran. Y una de ellas, al son
de los laúdes, pulsados por los dedos de sus compañeras, prorrumpió en
este canto:

     _¡Oh lágrimas, hacéis traición á los secretos de mi alma, no
     dejando que guarde para mí sola un dolor cultivado en silencio!_

     _¡He perdido al amigo amado por mi corazón!..._

»Y he aquí que antes de terminarse la estrofa, Schamsennahar exhaló un
gran suspiro y cayó de espaldas. El califa, afectadísimo, se inclinó
hacia ella rápidamente, creyéndola desmayada, ¡pero la levantó muerta!

»Entonces tiró la copa que tenía en la mano, derribó las bandejas, y
mientras dábamos gritos espantosos nos mandó salir á todas, ordenando
que rompiéramos las guitarras y los laúdes de la fiesta. Yo fuí la única
á quien permitió la permanencia en el salón. El emir se colocó á
Schamsennahar en las rodillas, y así estuvo llorando toda la noche,
mandándome que no dejase entrar á nadie.

A la mañana siguiente confió el cuerpo á las plañideras y lavadoras, y
mandó que se le hicieran funerales de mujer legítima, y todavía más
grandiosos. Después se encerró en sus habitaciones, y desde entonces no
se le ha vuelto á ver en el salón de justicia.»

       *       *       *       *       *

»Por mi parte, lloré con la joven la muerte de Schamsennahar, y ambos
nos pusimos de acuerdo para que Alí ben-Bekar fuese enterrado al lado de
Schamsennahar. Y aguardamos el regreso de la madre, y cuando regresó,
tributamos al cadáver del príncipe unos fastuosos funerales, y logramos
que se le sepultara al lado de la tumba de Schamsennahar.

»Y desde entonces yo y la joven confidente, que llegó á ser mi esposa,
visitamos las dos tumbas, para llorar por los amantes, de quienes
habíamos sido tan amigos.»

     Y tal es, ¡oh rey afortunado!--prosiguió Schahrazada--la historia
     conmovedora de Schamsennahar, favorita del califa Harún Al-Rachid.

En esto la pequeña Doniazada, no pudiendo reprimirse por más tiempo,
prorrumpió en sollozos, hundiendo la cabeza en la alfombra. Y el rey
Schahriar exclamó: «¡Oh Schahrazada! ¡esa historia me ha entristecido
mucho!»

Entonces Schahrazada dijo: «¡Oh rey! ¡Si te he contado esa historia, tan
diferente de las otras, ha sido más que nada por los versos admirables
que contiene, y sobre todo, para disponerte mejor á la alegría que ha de
causarte la que me propongo contar ahora, si tienes á bien permitirlo!»
Y el rey Schahriar contestó: «¡Oh Schahrazada! ¡hazme olvidar esta
tristeza, y hazme saber el título de esa historia que me prometes!» Y
Schahrazada dijo: «Es la HISTORIA MÁGICA DE LA PRINCESA BUDUR, LA LUNA
MÁS BELLA ENTRE TODAS LAS LUNAS.»

Y la pequeña Doniazada, levantando la cabeza, exclamó: «¡Oh mi hermana
Schahrazada! ¡cuánta sería tu bondad si la empezaras en el acto!» Pero
Schahrazada dijo: «¡De todo corazón, y como homenaje debido á este rey
bien portado y de buenos modales! Pero no será hasta la noche próxima.»
Y como veía aparecer la mañana, Schahrazada, discretamente, se calló.

[Illustration]




[Illustration]




Historia de Kamaralzamán y la princesa Budur, la luna más bella entre
todas las lunas


_CUANDO LLEGÓ
LA 170.ª NOCHE_

[Illustration]

     La pequeña Doniazada, que ya no podía resistir más su impaciencia,
     se levantó de la alfombra en que estaba acurrucada, y dijo á
     Schahrazada: «¡Oh hermana mía, te ruego que nos cuentes la historia
     prometida, cuyo título solo ya me estremece de placer y emoción!»

     Y Schahrazada sonrió á su hermana, y le dijo: «Aguardo, para
     empezar, la venia del rey.»

     Entonces el rey Schahriar, que aquella noche se había dado prisa á
     hacer su cosa con Schahrazada, por el mucho ardor con que deseaba
     la tal historia, dijo:

     «¡Oh Schahrazada, cuando quieras puedes empezar la historia mágica
     que, según tu promesa, me ha de gustar tanto!»

     Y al punto Schahrazada contó la historia siguiente:

He llegado á saber ¡oh rey afortunado! que hubo durante la antigüedad
del tiempo, en el país de Khaledán, un rey llamado Schahramán, dueño de
poderosos ejércitos y de riquezas considerables. Pero este rey, aunque
era extremadamente dichoso y tenía setenta favoritas, sin contar sus
cuatro mujeres legítimas, sufría en el alma por su esterilidad en cuanto
á descendencia, pues había llegado á edad avanzada, y sus huesos y su
médula empezaban á adelgazar, y Alah no le dotaba de un hijo que pudiera
sucederle en el trono del reino.

Un día se decidió á poner al gran visir al corriente de sus ocultas
penas, y habiéndole mandado llamar, le dijo: «¡Oh mi visir, ya no sé á
qué atribuir esta esterilidad que me hace padecer enormemente!» Y el
gran visir reflexionó durante una hora, al cabo de la cual levantó la
cabeza y dijo al rey: «¡Oh rey, verdaderamente es ésta una cuestión muy
delicada, y sólo la puede resolver Alah Todopoderoso! Créeme que,
después de haber reflexionado bien, no doy más que con una solución.» Y
el rey le preguntó: «¿Y cuál es?» El visir contestó: «¡Hela aquí! Esta
noche, antes de entrar en el harén, cuida de cumplir escrupulosamente
los deberes ordenados por el rito; haz tus abluciones con fervor y
somete por medio de la oración tu voluntad á la de Alah el Bienhechor.
¡Y de esa manera, tu unión con una esposa escogida será fertilizada por
la bendición!»

Al oir estas palabras de su visir, el rey exclamó: «¡Oh visir de
prudente palabra, acabas de indicarme un remedio admirable!» Y dió
expresivas gracias al visir por el consejo, y le regaló un ropón de
honor. Llegada ya la noche, entró en el departamento de las mujeres, no
sin haber cumplido minuciosamente los deberes del rito, y eligió á la
más joven de sus mujeres, á la que tenía las caderas más suntuosas, que
era una virgen de raza, y se introdujo en ella aquella noche. Y la
fecundó en el mismo instante y hora. Y al cabo de nueve meses, día por
día, parió la joven un varón, en medio de festejos y al son de flautas,
pífanos y címbalos.

Y el niño que acababa de nacer resultó tan hermoso, y tan semejante era
á una luna, que su padre, maravillado, le puso por nombre
Kamaralzamán[C].

¡Y en verdad que aquel niño era la más bella de las cosas creadas! Hubo
de comprobarse especialmente cuando llegó á la adolescencia, y la
belleza esparció sobre sus quince años todas las flores que encantan la
vista de los humanos. Con la edad, sus perfecciones habían llegado á su
límite; sus ojos se habían hecho más mágicos que los de los ángeles
Harut y Marut; sus miradas, más seductoras que las de Taghut, y sus
mejillas, más agradables que las anémonas. En cuanto á su cintura, se
había hecho más flexible que la caña del bambú, y más fina que una hebra
de seda. Pero en cuanto á sus nalgas, eran tan pesadas, que podían
tomarse por una montana de arena en movimiento, y los ruiseñores se
ponían á cantar al verlas.

Así, nada tenía de extraño que su cintura delicadísima se quejara unas
veces del peso enorme que la seguía, y que otras, cansada del poso, se
enojase con las nalgas.

A todo esto, conservaba tanta frescura como las rosas y era tan
delicioso como la brisa de la tarde. Y precisamente los poetas de su
época trataron de expresar de un modo cadencioso la belleza que les
pasmaba, y le cantaron en versos numerosos, como los siguientes, entre
otros mil:

     _Cuando los humanos le ven, exclaman: ¡Mis ojos pueden leer estas
     palabras que la belleza ha trazado sobre su frente! «¡Afirmo que es
     el único hermoso!_»

     _¡Cornalinas son sus labios al sonreir; su saliva es miel
     derretida; sus dientes, un collar de perlas; sus cabellos se
     enroscan junto á sus sienes en rizos negros, como los escorpiones
     que muerden el corazón de los enamorados!_

     _¡De una recortadura de sus uñas se hizo el cuarto de la luna!
     ¡Pero su grupa fastuosa que tiembla, los hoyuelos de sus nalgas y
     la flexibilidad de su cintura, superan á toda expresión!_

Mucho quería el rey Schahramán á su hijo, hasta tal punto, que no podía
separarse de él un momento. Y como tenía que disipar con exceso sus
cualidades y su hermosura, deseaba en extremo no morirse sin verle
casado, y disfrutar así de su posteridad. Y un día que le preocupaba más
que de costumbre tal idea, se la manifestó á su gran visir, que le dijo:
«¡La idea es excelente! Porque el matrimonio suaviza el humor.» Entonces
el rey Schahramán dijo al jefe de los eunucos: «¡Ve pronto á decir á mi
hijo Kamaralzamán que venga á hablar conmigo!» Y en cuanto el eunuco le
transmitió la orden, Kamaralzamán se presentó á su padre, y después de
haberle deseado la paz respetuosamente, besó la tierra entre sus manos,
con los ojos bajos y en modesta actitud, como cuadra á un hijo sumiso
para su padre...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGO
LA 171.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...con los ojos bajos y en modesta actitud, como cuadra á un hijo sumiso
para su padre.

Entonces el rey Schahramán le dijo: «¡Oh hijo mío Kamaralzamán, mucho
desearía no morirme sin verte casado, para alegrarme contigo y
ensancharme el corazón con tu boda!»

Al oir estas palabras de su padre, Kamaralzamán cambió de color, y
contestó con voz alterada: «Sabe ¡oh padre! que en realidad no siento
inclinación alguna al matrimonio, y mi alma no tiene afecto á las
mujeres. Pues además de la aversión instintiva que les tengo, he leído
en los libros de los sabios tantos ejemplos de sus maldades y perfidias,
que llegué á preferir la muerte á su proximidad. Y por otra parte, ¡oh
padre mío! escucha lo que á tal respecto dicen nuestros más estimados
poetas:

     _¡Desdichado aquel á quien el Destino dota de una mujer! ¡Está
     perdido, aunque para encerrarse edifique mil fortalezas de piedras
     unidas con garfios de acero! ¡Como cañas las sacudirían los ardides
     de esas criaturas!_

     _¡Ah! ¡Desgraciado de ese hombre! ¡La perfidia posee ojos hermosos,
     alargados con khol negro, y bellas trenzas abundantes, pero le hará
     pasar por la garganta tantos pesares, que le cortarán la
     respiración!_

»Otro dice:

     _¡Me interrogáis acerca de esas criaturas que llamáis mujeres!
     ¡Sabéis que estoy versado en el conocimiento de sus fechorías, y
     gastado por toda la experiencia que he adquirido!_

     _¿Qué os diré, ¡oh jóvenes!?... ¡Huid de ellas! ¡Ya veis que mi
     cabeza ha encanecido! ¡Ya podréis adivinar cuáles fueron los
     resultados de su amor!_

»Y ha dicho otro:

     _¡Hasta la virgen que se llama nueva, no es más que un cadáver que
     ni los buitres querrían!_

     _¡De noche crees poseerla, porque ha cuchicheado junto á ti
     mimosamente secretos que no lo son! ¡Qué error! ¡Mañana
     pertenecerán á otro sus muslos y sus partes mejor guardadas!_

     _¡Créeme ¡oh amigo mío! que es una posada abierta para todo el que
     llega! ¡Penetra en ella si quieres; pero al día siguiente sal y
     vete sin volver la cabeza! ¡Deja para otros el sitio que á su vez
     habrán de abandonar, si conocen la cordura!_

»¡De modo, ¡oh padre! que aunque haya de apenarte mucho, no vacilaré en
suicidarme si me quieres obligar á que me case!»

Cuando el rey Schahramán oyó estas palabras de su hijo, quedó en extremo
confuso y afligido, y la luz se convirtió en tinieblas ante sus ojos.
Pero como quería excesivamente á su hijo y deseaba no ocasionarle penas,
se contentó con decirle: «Kamaralzamán, no he de insistir sobre un
asunto que, por lo que veo, no te agrada. Pero como todavía eres joven,
tienes tiempo para reflexionar, así como para pensar en la alegría que
me produciría el verte casado y con hijos.»

Y aquel día no volvió á hablarle del asunto, sino que le mimó y le hizo
buenos regalos, y procedió del mismo modo con él durante un año.

Pero pasado el año, lo mandó llamar, como la primera vez, y le dijo:
«¿Recuerdas, Kamaralzamán, mi ruego, y has reflexionado sobre lo que te
pedí y sobre la felicidad que me causaría que te casaras?» Entonces
Kamaralzamán se prosternó delante del rey, su padre, y le dijo: «¡Oh
padre mío! ¿Cómo olvidar tus consejos, ni dejar de obedecerte, cuando el
mismo Alah me ordena el respeto y la sumisión? Pero por lo que afecta al
matrimonio, he reflexionado todo este tiempo, y estoy más resuelto que
nunca á no contraerlo, y más que nunca los libros de antiguos y modernos
me enseñan á evitar las mujeres á toda costa, pues son taimadas, necias
y repugnantes. ¡Líbreme Alah de ellas, aunque sea preciso que me mate!»

Oídas estas palabras, el rey Schahramán comprendió que sería
contraproducente todavía insistir más ú obligar á la obediencia á aquel
hijo querido. Pero su pesar fué tan grande, que se levantó desolado y
mandó llamar aparte al gran visir, á quien dijo: «¡Oh mi visir! ¡qué
locos son los padres que desean tener hijos! ¡Sólo dan penas y
decepciones! He aquí que Kamaralzamán está más resuelto aún que el año
pasado á huir de las mujeres y del matrimonio. ¡Qué desdicha la mía, oh
mi visir! ¿Y cómo la remediaremos?»

Entonces el visir inclinó la frente y recapacitó largo rato. Y luego
levantó la cabeza y dijo al rey: «¡Oh rey del siglo! He aquí el remedio
que vamos á emplear: ten paciencia un año más, y entonces, en vez de
hablarle de eso en secreto, reune á todos los emires, visires y grandes
de la corte, así como á todos los oficiales de palacio, y delante de
todos ellos declárale tu resolución de casarle sin demora. Y entonces no
se atreverá á desobedecerte ante la respetable asamblea, y te contestará
oyendo y sometiéndose...»

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGO
LA 172.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»...y te contestará oyendo y sometiéndose.»

Tanto satisfizo al rey este discurso del visir, que exclamó: «¡Por Alah!
¡Es una idea realizable!» Y demostró su alegría ofreciendo al visir uno
de los más bellos ropones de honor. Después de lo cual tuvo paciencia el
tiempo indicado, y mandó reunir entonces la asamblea, ordenando que
asistiese á ella su hijo Kamaralzamán. Y el joven entró en la sala,
iluminándola con su presencia. ¡Y qué lunar en su barbilla! ¡Y qué
perfume ¡ya Alah! cuando pasaba! Y cuando se vió delante de su padre,
besó tres veces la tierra entre sus manos, y se quedó de pie aguardando
que su padre le dirigiera la palabra. El rey le dijo: «¡Oh hijo mío!
Sabe que te mandé asistir á esta asamblea sólo para expresarte mi
resolución de casarte con una princesa digna de tu categoría, y
alegrarme así con mi posteridad antes de fallecer.»

Cuando Kamaralzamán oyó estas palabras de su padre, sintióse de
improviso atacado por una especie de locura, que le dictó cierta
respuesta tan poco respetuosa, que todos los circunstantes bajaron los
ojos, cohibidos, y el rey quedó mortificado hasta el límite extremo de
la mortificación; y como estaba obligado á poner coto á tamaña
insolencia en público, gritó á su hijo con voz terrible: «¡Ahora verás
lo que cuesta á los hijos desobedecer á sus padres y no guardarles la
consideración debida!» E inmediatamente mandó á los guardias que ataran
á Kamaralzamán los brazos á la espalda y le encerraran en la torre vieja
de la ruinosa ciudadela contigua al palacio. Lo cual se ejecutó
inmediatamente. Y uno de los guardias se quedó á la puerta para vigilar
al príncipe y acudir á su llamamiento en caso de necesidad.

Cuando Kamaralzamán se vió encerrado de aquel modo, se entristeció
mucho, y dijo para sí: «Acaso más me habría valido obedecer á mi padre y
casarme contra mi gusto para complacerle. ¡Siquiera así habría evitado
darle tal pena y que me encerraran en esta especie de calabozo, en lo
más alto de esta torre vieja! ¡Ah, malditas mujeres, hasta de mi
infortunio sois la principal causa!» Esto en cuanto á Kamaralzamán.

Pero respecto á Schahramán, se retiró á sus aposentos, y al pensar que
su hijo, al cual quería tanto, estaba en aquel momento solo, triste y
encerrado, y quizá desesperado, empezó á lamentarse y á llorar. Porque
su cariño al hijo era grandísimo y le hacía olvidar la insolencia de que
en público se había hecho reo. Y se enfureció mucho contra el visir, que
fué quien le instigó á reunir la asamblea, por lo que le mandó llamar y
le dijo: «¡Tú eres el mayor culpable! ¡A no ser por tu malhadado
consejo, no me habría visto obligado á ser riguroso con mi hijo! ¡Vamos,
habla! ¿Qué tienes que contestarme? Y dime cómo nos conduciremos en lo
sucesivo. ¡Porque yo no puedo acostumbrarme á la idea del castigo que á
estas horas está sufriendo todavía mi hijo, la llama de mi corazón!»
Entonces el visir le dijo: «¡Oh rey, ten paciencia, dejándole sólo
quince días encerrado, y verás cómo se apresura á someterse á tu deseo!»
El rey dijo: «¿Estás bien seguro?» El visir dijo: «¡Ciertamente!»
Entonces el rey exhaló varios suspiros, y fué á tenderse en la cama, y
pasó una noche de insomnio, por lo mucho que penaba su corazón á causa
de aquel único hijo que era su mayor alegría. Y durmió menos, porque
estaba acostumbrado á que su hijo durmiera á su lado, en la misma cama,
y á ponerle su propio brazo por almohada, velándole así personalmente
el sueño. De modo que aquella noche, por más vueltas y revueltas que dió
en todos sentidos, no pudo cerrar los ojos. Eso en cuanto al rey
Schahramán.

Y volvamos al príncipe Kamaralzamán. Al caer la noche, el esclavo
encargado de guardar la puerta entró con un candelabro encendido, que
dejó á los pies del lecho, pues había cuidado de arreglar en aquella
habitación una cama bien acondicionada para el hijo del rey; y
verificado esto, se retiró. Entonces Kamaralzamán se levantó, hizo sus
abluciones, recitó algunos capítulos del Korán, y pensó en desnudarse
para pasar la noche. Se quitó, pues, toda la ropa, sin dejar puesta más
que la camisa encima del cuerpo, y se puso á la cabeza un pañuelo de
seda azul. Y más que nunca parecía así tan hermoso como la luna de la
noche 14.ª Se tendió entonces en la cama, y aunque desconsolado con la
idea de haber enojado á su padre, no tardó en dormirse profundamente.

Pero no sabía, ni podía figurárselo, lo que le iba á ocurrir aquella
noche, en aquella torre vieja, frecuentada por los genios del aire y de
la tierra.

En efecto...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGO
LA 173.ª NOCHE[D]_

     Ella dijo:

...En efecto, la torre en que se había encerrado á Kamaralzamán estaba
abandonada de muchos años atrás y databa del tiempo de los antiguos
romanos; y al pie de la torre había un pozo, también antiquísimo y de
construcción romana. Y aquel pozo era precisamente el que servía de
habitación á una efrita joven, llamada Maimuna.

La efrita Maimuna, de la posteridad de Eblis, era hija del poderoso
efrit Domriatt, jefe principal de los genios subterráneos. Maimuna era
una efrita muy agradable, creyente, sumisa, ilustre entre todas las
hijas de los genios por sus propias virtudes y las de su ascendencia,
famosa en las regiones de lo desconocido.

Sobre las doce de aquella noche, la efrita Maimuna salió del pozo, según
solía, á tomar el fresco, y voló ligera hacia los estados del cielo,
para dirigirse desde allí al lugar hacia el cual se sintiera atraída. Y
al pasar por cerca de la techumbre de la torre, se asombró de ver luz en
un sitio en que desde hacía largos años nunca había visto nada. Dijo,
pues, para sí: «¡Seguramente que esa luz está ahí por algo! ¡He de
entrar dentro á ver lo que es!» Entonces dió un rodeo y penetró en la
torre, y vió al esclavo echado á la puerta; pero sin pararse, pasó por
encima y entró en la habitación. Y cuál no fué su encantadora sorpresa
al ver al joven que estaba echado medio desnudo en la cama. Empezó por
pararse de puntillas, y para verle mejor, se acercó sigilosamente,
después de haberse bajado las alas, que le molestaban un tanto en
aquella habitación tan angosta. Y levantó por completo la colcha que
tapaba la cara del joven, y la dejó estupefacta su hermosura. Y estuvo
sin respirar una hora, por temor á despertarle antes de haber podido
admirar á su gusto todas las delicadezas que le formaban. Porque en
verdad, el encanto que se desprendía de toda su persona, el color
delicado de sus mejillas, la tibieza de sus párpados de pestañas llenas
de sombra pálida y larguísimas, la curva adorable de sus cejas, todo
ello, incluso el olor embriagador de su piel y los reflejos dulces de su
cuerpo, hubieron de emocionar á la gentil Maimuna, que en toda su vida
de excursiones á través de la tierra habitable había visto semejante
belleza. Ciertamente, bien se le podían aplicar estos versos del poeta:

     _¡Al contacto de mis labios vi que se ennegrecían sus pupilas, que
     son mi locura, y se sonrojaban sus mejillas, que son toda mi alma!_

     _Y exclamé: ¡Oh corazón mío! Di á los que se atreven á motejar tu
     pasión: ¡Oh censores, enseñadme un objeto tan hermoso como mi muy
     amado!_

Y cuando la efrita Maimuna, hija del efrit Domriatt, sació bien sus ojos
con aquel espectáculo maravilloso, alabó á Alah exclamando: «¡Bendito
sea el Creador que modela la perfección!» Después pensó: «¿Y cómo los
padres de este adolescente pueden separarse de él para encerrarle solo
en esta torre derruída? ¿No temerán los maleficios de los genios malos
de mi raza que habitan en los escombros y en los lugares desiertos? Pero
¡por Alah! ya que ellos no hacen caso de su hijo, juro otorgarle mi
protección y defenderle contra todo efrit que, atraído por sus encantos,
quiera abusar de él.» Después se inclinó sobre Kamaralzamán y le besó en
los labios con gran delicadeza, y en los párpados, y en ambas mejillas,
volviendo á taparle con la colcha, sin despertarle, y abrió las alas,
volando por la alta ventana hacia el cielo.

Pero al llegar á la región media para tomar el fresco, y cuando se
cernía tranquilamente, pensando en el joven dormido, de pronto, y nada
lejos, oyó un ruido de precipitado batir de alas que la hizo volverse
hacia aquella parte. Y vió que el autor del ruido era el efrit Dahnasch,
genio de mala especie, uno de los rebeldes que no acatan ni reconocen
la supremacía de Soleimán ben-Daúd. Y este Dahnasch era hijo de
Schamhurasch, el más rápido de los genios en las carreras aéreas.

Cuando Maimuna vió al malo de Dahnasch, temió que el bribón vislumbrase
la claridad de la torre y perpetrase allí cualquier fechoría, por lo que
se arrojó sobre él con un ímpetu semejante al del gavilán, é iba á
alcanzarle y agredirle, cuando Dahnasch le hizo seña de que se rendía á
discreción, y le dijo temblando de miedo: «¡Oh poderosa Maimuna, hija
del rey de los genios! ¡te conjuro, por el Nombre Augusto y por el
talismán sagrado del sello de Soleimán, á que no uses de tu poder para
hacerme daño! Y por mi parte te prometo no hacer nada reprensible.»
Entonces Maimuna dijo á Dahnasch, hijo de Schamhurasch: «¡Así sea! Me
avengo á perdonarte. ¡Pero apresúrate á decirme de dónde vienes á estas
horas, qué haces ahí y adónde piensas ir! ¡Y sobre todo, sé verídico en
tus palabras, ¡oh Dahnasch! pues si no, estoy dispuesta á arrancarte las
plumas de las alas con mis manos, á desollarte y á romperte los huesos,
para precipitarte después como una masa! ¡No creas poder librarte con
una mentira, oh Dahnasch!» Entonces el efrit dijo: «¡Oh mi dueña
Maimuna! ¡sabe que en este momento me has encontrado muy á propósito
para oir cualquier cosa completamente extraordinaria! ¡Pero prométeme
siquiera dejarme ir en paz si satisfago tu deseo y darme un
salvoconducto que en adelante me resguarde de la mala voluntad de todos
los genios, mis enemigos del aire, del mar y la tierra, ya que eres la
hija del rey de todos nosotros, Domriatt el formidable!» Así habló el
efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.

Entonces Maimuna, hija de Domriatt, dijo: «Te lo prometo por la gema
grabada con el sello de Soleimán ben-Daúd (¡sobre entrambos la oración y
la paz!). Pero habla, por fin, pues presiento que tu aventura es muy
extraña.» Entonces el efrit Dahnasch acortó la carrera, giró sobre sí
mismo, y fué á colocarse al lado de Maimuna. Después contó del modo
siguiente su aventura:

       *       *       *       *       *

«Sabe ¡oh gloriosa Maimuna! que vengo en este momento del fondo de un
interior lejano, de los extremos de la China, país en que reina el Gran
Ghayur, señor de El-Buhur y de El-Kussur, en donde se yerguen en
derredor numerosas torres y se encuentra su corte, sus mujeres con sus
adornos y sus guardias en las encrucijadas y en todo el contorno. ¡Y
allí han visto mis ojos la cosa más hermosa de todos mis viajes y mis
jiras, su hija única, El-Sett Budur!

»Y como le es imposible á mi lengua, aun exponiéndose á criar pelo, el
pintarte la belleza de esa princesa, me contentaré con enumerarte
sencillamente sus cualidades de un modo aproximado. Escucha, pues, ¡oh
Maimuna!

»Te hablaré de su cabellera. Luego te describiré su rostro. Luego sus
mejillas, sus labios, su saliva, su lengua, su garganta, sus pechos, su
vientre, sus caderas, sus nalgas, su centro, sus muslos, y por fin sus
pies, ¡oh Maimuna!

»¡Bismilah!

»¡Oh su cabellera, señora mía! ¡Es tan oscura, que resulta más negra que
la separación de los amigos! ¡Y cuando se reparte en tres trenzas que
descienden hasta sus pies, creo ver tres noches á un tiempo!

»¡Y su rostro! ¡Es tan blanco como el día en que se encuentran los
amigos! ¡Si lo miro en el momento de brillar la luna llena, veo dos
lunas á la vez!

»¡Sus mejillas están formadas por una anémona dividida en dos corolas;
sus pómulos parecen la misma púrpura de los vinos, y su nariz es más
recta y más fina que una hoja de acero escogido!

»¡Sus labios son ágata coloreada y coral; su lengua--cuando la
mueve--segrega la elocuencia; y su saliva es más deseable que el zumo de
las uvas; apaga la sed más abrasadora! ¡Tal es su boca!

»¡Pero su seno! ¡Bendito sea el Creador! ¡Es una seducción viviente!
¡Sostiene dos pechos gemelos del marfil más puro, redondos, y que caben
en los cinco dedos de la mano!

»¡Su vientre tiene hoyuelos llenos de sombra y colocados con tanta
armonía como los caracteres árabes en el sello de un escriba copto de
Egipto! ¡Y este vientre da nacimiento á una cintura elástica ¡ya Alah! y
formada!... Pero ¡y sus nalgas!

»¡Sus nalgas! ¡oh, oh! ¡me estremezco! ¡Son una masa tan pesada, que
obligan á su ama á sentarse cuando se levanta y á levantarse cuando se
acuesta! Verdaderamente, ¡oh dueña mía! no puedo darte idea de ellas más
que recurriendo á estos versos del poeta:

     _¡Tiene un trasero enorme y fastuoso, que necesitaría una cintura
     menos frágil que aquella de que está suspendido!_

     _¡Es, para ella y para mí, origen de tortura incesantes y de
     alboroto, pues_

     _A ella la obliga á sentarse cuando se levanta, y á mí, cuando
     pienso en él, me pone el zib siempre erguido!_

»¡Tal es su trasero! Y de él se desprenden dos muslos gloriosos, de
mármol blanco, sólidos, unidos en lo alto por una corona. Después vienen
las piernas y los pies gentiles, y tan pequeños, que me asombra cómo
pueden sostener tantos pesos superpuestos.

»En cuanto á su centro, ¡oh Maimuna! á decir verdad, desespero de poder
hablarte de él como corresponde, pues es definitivo y absoluto. Por
ahora sólo esto mi lengua puede revelarte, pues ni siquiera con ademanes
me sería posible hacerte apreciar todas sus suntuosidades.

»Y así es, poco más ó menos, ¡oh Maimuna! la adolescente princesa
El-Sett Budur, hija del rey Ghayur...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 179.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»...Y así es, poco más ó menos, ¡oh Maimuna! la adolescente princesa
El-Sett Budur, hija del rey Ghayur.

»Pero también he de decirte, ¡oh Maimuna! que el rey Ghayur amaba en
extremo á su hija El-Sett-Budur, cuyas perfecciones acabo de enumerarte
sencillamente, y la quería con afecto tan vivo, que su placer era
ingeniarse para darle cada día una distracción nueva. Pero como pasado
cierto tiempo ya se le agotaron toda clase de diversiones, pensó en
darle goces diferentes, construyendo para ella palacios maravillosos.
Empezó la serie por la edificación de siete, cada cual de estilo
distinto y de diversa materia preciosa. Así, pues, mandó construir el
primero todo de cristal, el segundo de alabastro diáfano, el tercero de
porcelana, el cuarto de mosaicos de pedrería, el quinto de plata, el
sexto de oro y el séptimo sólo de perlas y diamantes. Y el rey Ghayur no
dejó de mandar que cada palacio se adornase de la manera más adecuada al
estilo de su construcción; reunió en ellos todos los atractivos que
pudieran hacer su uso todavía más encantador, cuidando, por ejemplo, y
sobre todo, de la belleza de sus estanques y jardines. Y para distraer á
su hija Budur la hizo habitar en estos palacios, pero sólo un año en
cada uno, á fin de que no tuviera tiempo de cansarse y el placer
sucediera sin fatiga al placer.

»¡Es natural que, en medio de tantas cosas bellas, la belleza de la
joven se afinara, y llegara por último al estado supremo que hubo de
encantarme!

»De tal modo, que no te pasmarás, ¡oh Maimuna! si te digo que todos los
reyes vecinos á los Estados del rey Ghayur deseaban ardientemente
casarse con la joven de fastuoso trasero. Pero he de apresurarme, no
obstante, á tranquilizarte respecto á su virginidad, pues hasta ahora
rechazó con horror las proposiciones que su padre le transmitiera, y
contentóse con responderle cada vez: «¡Soy mi propia reina y mi única
dueña! ¿Cómo he de soportar que un hombre roce un cuerpo que tolera
apenas el contacto de la seda?»

»Y el rey Ghayur, que habría preferido la muerte á contrariar á Budur,
no encontraba nada que replicar, y se veía forzado á no atender las
peticiones de los reyes vecinos suyos y de los príncipes que con tal fin
iban á su reino desde los países más remotos. Y un día que un rey joven,
más bello y poderoso que los demás, se presentó después de haber enviado
muchos regalos preparatorios, el rey Ghayur habló de él á Budur, que,
indignada esta vez, estalló en reconvenciones, y exclamó: «¡Ya veo que
no me queda más que un medio de acabar con este tormento continuo! ¡Voy
á coger ese alfanje que veo ahí, y clavármelo de punta en el corazón
para que me salga por la espalda! ¡Por Alah! ¡No tengo otro recurso!» Y
como se disponía de veras á emplear tal violencia consigo misma, el rey
Ghayur se asustó de tal modo, que sacó la lengua, y sacudió la mano, y
puso los ojos en blanco; y después se apresuró á confiar á Budur á diez
viejas muy listas y llenas de experiencia, una de las cuales fué la
propia nodriza de Budur. Y desde entonces las diez viejas no la dejan un
momento y vigilan sucesivamente á la puerta de su habitación.

»Y he aquí ¡oh mi señora Maimuna! el estado actual de las cosas. Y yo no
ceso, ciertamente, de ir todas las noches á contemplar la belleza de la
princesa y á ensancharme los sentidos viendo sus esplendores. Y puedes
creer que no me faltan tentaciones de cabalgarla y deleitarme con su
trasero; pero pienso que sería una lástima atentar, á disgusto de la
propietaria, contra una suntuosidad tan bien guardada. Sin embargo, ¡oh
Maimuna! disfruto algo de ella durante su sueño; la beso, por ejemplo,
entre los dos ojos, suavemente, aunque se me pasan ganas muy grandes de
hacerlo con fuerza; pero desconfío de mí mismo, sabiendo que no podré
contenerme si empiezo, y prefiero abstenerme del todo por temor de
estropear á la joven.

»Te conjuro, pues, ¡oh Maimuna! á que vengas conmigo á ver á mi amiga
Budur, cuya belleza te encantará, sin duda alguna, y cuyas perfecciones
te garantizo que han de entusiasmarte. ¡Vamos ¡oh Maimuna! al país del
rey Ghayur para admirar á El-Sett Budur!»

       *       *       *       *       *

Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 180.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...Así habló el efrit Dahnasch, hijo del rápido Schamhurasch.

Cuando la joven efrita Maimuna hubo oído esta historia, en vez de
contestar, se rió burlonamente, dió un aletazo en el vientre al efrit, y
escupiéndole en la cara, le dijo: «¡Qué estúpido estás con tu muchacha
meona! ¡Y verdaderamente me pregunto cómo te has atrevido á hablarme de
ella, cuando debes saber que no podría soportar por un momento la
comparación con el hermoso adolescente á quien amo!» Y el efrit exclamó,
limpiándose la cara: «Pero ¡oh mi señora! ignoro en absoluto la
existencia de tu joven amigo, y con perdón tuyo, no deseo más que
verlo, aunque me cuesta mucho trabajo creer que pueda igualar á la
hermosura de mi princesa.» Entonces Maimuna le gritó: «¿Quieres callar,
maldito? Te repito que mi amigo es tan hermoso, que si le vieras, aunque
fuese en sueños, te daría un ataque de epilepsia y babearías como un
camello.» Y Dahnasch preguntó: «Pero ¿dónde está y quién puede ser?»
Maimuna dijo: «¡Oh bribón! Sabe que está en el mismo caso que tu
princesa, y le han encerrado en la torre vieja á cuyo pie tengo mi
morada subterránea. Pero no te forjes la ilusión de que vas á verle sin
mí, pues ya conozco tus torpezas, y no te confiaría ni siquiera la
custodia del culo de un santón. No obstante, me avengo á consentir en
enseñártelo, para saber tu parecer, advirtiéndote que como tengas la
audacia de mentir, hablando contra la realidad de lo que vas á ver, te
arranco los ojos y te convierto en el más mísero de los genios. Además,
me pagarás una buena apuesta si mi amigo resulta más bello que tu
princesa; y para ser justa, me comprometo á pagar yo en el caso
contrario.» Y Dahnasch exclamó: «¡Acepto la condición! Ven, pues,
conmigo á ver á El-Sett Budur al país de su padre el rey Ghayur.» Pero
Maimuna dijo: «Acabaremos más pronto yendo á la torre, que está ahí á
nuestros pies, para empezar por juzgar la hermosura de mi amigo, y luego
compararemos.» Entonces Dahnasch respondió: «¡Escucho y obedezco!» Y
ambos bajaron en línea recta desde lo alto de los aires hasta la
techumbre de la torre, y penetraron por la ventana en el aposento de
Kamaralzamán.

Entonces Maimuna dijo al efrit Dahnasch: «¡No te muevas! ¡Y sobre todo,
sé correcto!» Después se acercó al joven dormido, y levantó la sábana
que en aquel momento le cubría. Y se volvió hacia Dahnasch y le dijo:
«¡Mira, oh maldito! ¡Y ten cuidado con no caerte todo lo largo que
eres!» Y Dahnasch alargó la cabeza, y retrocedió estupefacto; luego
estiró de nuevo el cuello é inspeccionó largo rato la cara y el cuerpo
del hermoso joven, al cabo de lo cual movió la cabeza y dijo: «¡Oh mi
señora Maimuna! ¡ya veo que tienes mucha disculpa al pensar que tu amigo
es de belleza incomparable, pues en verdad que nunca he visto tantas
perfecciones en un cuerpo de adolescente, y eso que sabes que conozco á
los más bellos de los hijos de los hombres; pero ¡oh Maimuna! el molde
que le fabricó no se ha roto sin producir antes una muestra femenil, que
es precisamente la princesa Budur!»

Al oir estas palabras, Maimuna se lanzó sobre Dahnasch y le dió un
aletazo en la cabeza, que le rompió un cuerno, y le gritó: «¡Oh tú, el
más vil de los genios! Ve inmediatamente al palacio de Sett Budur, en
ese país del rey Ghayur, y trae á la princesa desde allá hasta aquí,
pues no quiero molestarme en acompañarte á casa de esa chiquilla; en
cuanto la hayas traído, la acostaremos al lado de mi joven amigo, y
compararemos con nuestros propios ojos. ¡Y vuelve pronto, Dahnasch, ó te
despedazo el cuerpo y te echo como pasto á las hienas y á los cuervos!»
Entonces el efrit Dahnasch recogió el cuerno del suelo y se marchó con
aire lamentable, rascándose el trasero. Después atravesó el espacio como
una saeta, y no tardó en volver, pasada una hora, con su carga á
cuestas.

Y la princesa, dormida en hombros de Dahnasch, no tenía puesta más que
la camisa, y su cuerpo palpitaba en su blancura. Y en las amplias mangas
de la camisa estaban bordados estos versos, que se entrelazaban
agradablemente:

     _¡Tres cosas le impiden otorgar á los humanos una mirada que diga
     «Sí»: el temor á lo desconocido, el horror á lo conocido, y su
     hermosura!_

Entonces Maimuna dijo á Dahnasch: «¡Me parece que debiste entretenerte
por el camino con esta joven, pues te has retrasado, y á un buen efrit
no le hace falta gastar una hora en ir del país de Khaledán á lo último
de la China y volver por el camino más recto! ¡Bueno! Apresúrate á
tender á esa muchacha al lado de mi amigo, para que hagamos nuestro
examen.» Y el efrit Dahnasch, con infinitas precauciones, colocó
suavemente en la cama á la princesa y le quitó la camisa.

Verdaderamente, la princesa era muy bella y tal como la había descrito
el efrit Dahnasch. Y Maimuna pudo observar que el parecido entre los dos
jóvenes era tan perfecto, que se les hubiera tomado por dos gemelos, y
solamente diferían en el centro; pero tenían la misma cara de luna, la
misma cintura delicada y las mismas nalgas redondas y llenas de
opulencia; y también pudo darse cuenta de que si la joven carecía en el
centro de lo que adornaba al adolescente, lo sustituía ventajosamente
con dos breves pechos maravillosos que denotaban su sexo suculento.

Dijo, pues, á Dahnasch: «Veo que se puede vacilar un momento acerca de
la preferencia debida á uno ú otra de nuestros amigos. ¡Pero hay que ser
ciego ó insensato como tú, para no reconocer que entre dos jóvenes de
igual belleza, siendo uno varón y otra hembra, el varón es superior á la
hembra! ¿Qué dices á eso, maldito?» Pero Dahnasch contestó: «¡Por mi
parte, sé lo que sé, y veo lo que veo, y el tiempo no me haría creer lo
contrario de lo que mis ojos han visto! Pero ¡oh mi señora! ¡si tuvieras
empeño en que mintiese, mentiría para darte gusto!»

Cuando la efrita Maimuna oyó estas palabras, se echó á reir, y
comprendiendo que no podría nunca ponerse de acuerdo con el testarudo
Dahnasch sólo por medio de un examen, le dijo: «Acaso haya un medio de
averiguar cuál de nosotros dos tiene razón, y es recurrir á nuestra
inspiración. El que diga los mejores versos en loor de su preferido,
será quien esté en lo cierto. ¿Estás conforme? ¿O no eres capaz de esa
habilidad, propia sólo de los seres delicados?» Pero el efrit Dahnasch
exclamó: «¡Eso es precisamente, señora mía, lo que quería proponerte!
Pues mi padre Schamhurasch me enseñó las reglas de la construcción
poética y el arte de los versos ligeros de ritmo perfecto. Pero sea tuya
la prioridad, ¡oh encantadora Maimuna!»

Entonces Maimuna se acercó á Kamaralzamán dormido, é inclinándose hacia
sus labios, se los besó suavemente; después le acarició la frente, y con
la mano en su cabellera, dijo, mirándole:

     _¡Oh cuerpo claro, al que las ramas han dado su flexibilidad y los
     jazmines su fragancia! ¿Qué cuerpo de virgen vale lo que tu olor?_

     _Ojos en que el diamante puso su luz y la noche sus estrellas, ¿qué
     ojos de mujer alcanzarán tu fuego?_

     _Beso de tu boca, más dulce que la miel aromática, ¿qué beso
     femenil logrará tu frescura?_

     _¡Oh! ¡Acariciar tu cabellera y estremecerse con toda mi carne
     sobre tu carne, y luego ver salir las estrellas en tus ojos!_

Cuando el efrit Dahnasch oyó estos versos de Maimuna, se extasió hasta
el límite del éxtasis, y después se convulsionó hasta el límite de la
convulsión, tanto por rendir homenaje al talento de la efrita como para
expresar la emoción que le habían causado ritmos tan afinados; pero no
tardó en acercarse á su vez á su amiga Budur, para inclinarse hacia sus
pechos desnudos y depositar en ellos una caricia; é inspirado por sus
encantos, dijo, mirándola:

     _¡Los arrayanes de Damasco ¡oh joven! me exaltan el alma cuando
     sonríen; pero tu belleza...!_

     _¡Las rosas de Bagdad, alimentadas con claror de luna y rocío, me
     embriagan el alma cuando sonríen; pero tus labios desnudos...!_

     _¡Cuando sonríen tus labios desnudos y tu belleza florida, ¡oh
     amada mía! me vuelven loco! ¡ Y desaparece todo lo demás!_

No bien Maimuna oyó oda tan deliciosa, sorprendióse en gran manera al
encontrar...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 182.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...sorprendióse en gran manera al encontrar en Dahnasch tanto talento
unido á tanta fealdad; como, aunque mujer, estaba dotada de cierta dosis
de buen juicio, no dejó de felicitar á Dahnasch, que se ensanchó en
extremo. Y le dijo: «¡Verdaderamente, ¡oh Dahnasch! tienes un alma
bastante delicada dentro de esa armazón que habitas; pero no creas que
vences en el arte de los versos, ni Sett Budur vence tampoco en
hermosura á Kamaralzamán!» Y Dahnasch, sofocado, exclamó: «¿Lo crees
así de veras?» Ella dijo: «¡Seguramente!» Él dijo: «¡No lo creo!» Ella
dijo: «¡Toma!» Y de un aletazo le hinchó un ojo. Él dijo: «¡Eso no
prueba nada!» Ella dijo: «¡Bueno! ¡Mírame el trasero!» Él dijo: «¡Está
bastante flaco!»

Al oir estas palabras, Maimuna, doblemente irritada, quiso precipitarse
sobre Dahnasch y estropearle alguna parte de su individuo; pero
Dahnasch, que lo había previsto, de pronto se convirtió en pulga y se
refugió sigilosamente en la cama debajo de los dos jóvenes; y como
Maimuna temía despertarlos, se vió obligada, para resolver aquel caso, á
jurar á Dahnasch que ya no le haría más daño; y Dahnasch, oído el
juramento, recobró su forma, pero se mantuvo en guardia. Entonces
Maimuna le dijo: «Oye, Dahnasch: no encuentro más medio para terminar
esta disputa que recurrir al arbitraje de un tercero.» Él dijo: «Me
avengo á ello.»

Entonces Maimuna dió con el pie en el suelo, que se entreabrió, dando
salida á un efrit espantoso, inmensamente horrible. En la cabeza tenía
seis cuernos, cada uno de cuatro mil cuatrocientos ochenta codos de
longitud; ostentaba tres rabos ahorquillados no menos extensos. Uno de
sus brazos tenía cinco mil quinientos cincuenta y cinco codos de largo,
y el otro medio codo nada más; era cojo y jorobado, y sus ojos estaban
colocados en el centro de la cara y en sentido longitudinal; las manos,
más anchas que calderos, acababan en garras de león; las piernas,
rematadas con cascos, le hacían renquear; y su zib, cuarenta veces más
gordo que el de un elefante, daba la vuelta por la espalda y surgía
triunfador. Se llamaba Kaschkasch ben-Fakhrasch ben-Atrasch, de la
posteridad de Eblis Abú-Hanfasch.

Y cuando la tierra se volvió á cerrar, el efrit Kaschkasch distinguió á
Maimuna, y en seguida besó la tierra entre sus manos, quedándose delante
de ella humildemente con los brazos cruzados, y le preguntó: «¡Oh mi
dueña Maimuna, hija de nuestro rey Domriatt! Soy el esclavo que aguarda
tus órdenes.» Ella dijo: «Quiero, Kaschkasch, que seas juez en la
disputa que ha surgido entre ese maldito Dahnasch y yo. Ocurre tal y
cuál cosa. Te corresponde ser imparcial, y después de echar una mirada á
ese lecho, decirnos quién te parece más hermoso, si mi amigo ó esa
joven.»

Entonces Kaschkasch se volvió hacia la cama en que ambos jóvenes dormían
tranquilos y desnudos, y al verlos, fué tal su emoción, que se agarró
con la mano izquierda la herramienta que se le erguía por encima de la
cabeza, y se puso á bailar, cogido con la mano derecha al triple rabo
ahorquillado. Después de lo cual dijo á Maimuna y á Dahnasch: «¡Por
Alah! Bien mirado, me parecen iguales en belleza y diferentes sólo en el
sexo. Pero de todos modos, sé de un medio único que puede dirimir la
contienda.» Ellos dijeron: «¡Date prisa á comunicárnoslo!» Él contestó:
«Dejadme primero cantar algo en honor á esa joven, que me alborota en
extremo.» Maimuna dijo: «Poco tiempo hay para eso. ¡Como no quieras
decirnos algunos versos acerca de ese hermoso adolescente!» Y Kaschkasch
dijo: «Acaso resulte algo extraordinario.» Ella contestó: «Canta de
todas maneras, siempre que los versos sean bien medidos y breves.»
Entonces Kaschkasch cantó estos versos oscuros y complicados:

     _¡Adolescente, me recuerdas que al consagrarse á un amor único, el
     cuidado y la zozobra ahogarían el fervor! ¡Sé prudente, corazón
     mío!_

     _¡Gusta el azúcar de los besos en el labio virginal; pero para que
     el porvenir sea propicio, no dejes que se enmohezca la puerta de
     salida! ¡El sabor á sal es delicioso en los labios menos fáciles!_

Entonces Maimuna dijo: «No quiero tratar de entender. ¡Pero dinos pronto
el medio para saber quién acierta!» Y el efrit Kaschkasch dijo: «Mi
opinión es que el único medio que se ha de emplear consiste en
despertarlos sucesivamente, mientras nosotros tres permanecemos
invisibles. Y acordemos que aquel de los dos que manifieste amor más
ardiente hacia el otro y demuestre más pasión en sus ademanes y actitud,
será ciertamente el menos hermoso, pues se reconocerá subyugado por los
encantos de su compañero.»

Oídas estas palabras del efrit Kaschkasch...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 183.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...Oídas estas palabras del efrit Kaschkasch, Maimuna exclamó:
«¡Admirable idea!» Y Dahnasch también exclamó: «¡Me parece muy bien!» E
inmediatamente se convirtió otra vez en pulga, pero esta vez para picar
en el cuello al hermoso Kamaralzamán.

Al sentir tal picadura, que fué terrible, Kamaralzamán se despertó con
sobresalto y se llevó la mano rápidamente al sitio picado; pero nada
pudo coger, pues el veloz Dahnasch, que se había vengado algo en la piel
del adolescente de todas las afrentas de Maimuna, soportadas en
silencio, pronto recobró su forma de efrit invisible para ser testigo de
lo que iba á suceder. Y en verdad que fué muy notable lo que sucedió.

En efecto, Kamaralzamán, todavía soñoliento, dejó caer la mano que no
había podido cazar la pulga, y la mano fué precisamente á tocar el muslo
desnudo de la joven. Aquella sensación le hizo abrir los ojos, é
inmediatamente los volvió á cerrar, deslumbrado y conmovido. Y sintió
junto á él aquel cuerpo más tierno que la manteca y aquel aliento más
grato que el perfume del almizcle. De modo, que su sorpresa fué
extremada, pero no desprovista de atractivos, y acabó por levantar la
cabeza y contemplar la incomparable belleza de la desconocida que dormía
á su lado.

Apoyó, pues, el codo en las almohadas, y olvidándose en un momento de la
aversión que experimentó por el otro sexo hasta entonces, empezó á
detallar con miradas de deleite las perfecciones de la joven. Primero la
comparó mentalmente con una hermosa ciudadela coronada por una cúpula,
después con una perla, luego con una rosa, ya que de primera intención
no podía establecer comparaciones muy exactas, porque siempre se había
negado á mirar á las mujeres, y era muy ignorante en cuanto á sus formas
y sus gracias. Pero no tardó en comprender que su última comparación era
la más precisa, y la más cierta la penúltima; y en cuanto á la primera,
pronto le hizo sonreir.

De modo que Kamaralzamán se inclinó hacia la rosa, y vió que el perfume
de su carne era tan delicioso, que pasó la nariz por toda su superficie.
Y le agradó tanto aquello, que dijo para sí: «¡Voy á tocarla para
enterarme!» Y paseó los dedos por todos los contornos de la perla, y
comprobó que aquel contacto le abrasaba el cuerpo y provocaba
movimientos y latidos en diversas partes de su individuo, de tal modo,
que experimentó violento deseo de dar libre carrera á aquel instinto
natural tan espontáneo. Y exclamó: «¡Todo sucede mediante la voluntad de
Alah!» Y se dispuso á la copulación.

Cogió, pues, á la joven, pensando: «¡Cuánto me asombra que esté sin
calzón!» Y le dió vueltas y más vueltas, y la palpó, y después dijo,
maravillado: «¡Ya Alah! ¡Qué trasero tan gordo!» Luego le acarició el
vientre, y dijo: «¡Es una maravilla de ternura!» Después le tentó los
pechos, y los cogió, y al llenarse las dos manos, sintió tal
estremecimiento voluptuoso, que exclamó: «¡Por Alah! ¡No tengo más
remedio que despertarla para hacer bien las cosas! Pero ¿cómo no se ha
despertado en el tiempo que llevo tocándola?

Y lo que impedía despertarse á la joven era la voluntad del efrit
Dahnasch, que la había sumido en aquel sueño tan pesado para facilitar
la acción de Kamaralzamán.

Y Kamaralzamán puso sus labios en los de la princesa y le dió un
prolongado beso; y como no se despertaba, le dió el segundo, y el
tercero, sin que ella manifestara percatarse. Entonces empezó á
hablarle, diciendo: «¡Oh corazón mío! ¡Ojos míos! ¡Hígado mío!
¡Despiértate! ¡Soy Kamaralzamán!» Pero la joven no hizo el menor
movimiento.

Entonces Kamaralzamán, al ver lo inútil de sus llamamientos, dijo para
sí: «¡Por Alah! ¡Ya no puedo aguardar más! ¡Todo me impulsa á entrar en
ella! ¡Veré si lo puedo lograr mientras duerme!» Y se tendió encima de
la joven.

A todo esto, Maimuna, y Dahnasch, y Kaschkasch miraban. Y Maimuna
empezaba á alarmarse y se apresuraba ya, en caso de consumarse el acto,
á decir que aquello no valía.

Kamaralzamán se tendió, pues, encima de la joven, que dormía boca
arriba...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 184.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...Kamaralzamán se tendió, pues, encima de la joven, que dormía boca
arriba, sin otra vestidura que su cabellera suelta, y la enlazó con sus
brazos; é iba á practicar el primer ensayo de lo que pensaba hacer,
cuando de pronto se estremeció, desenlazóse, y pensó, meneando la
cabeza: «Seguramente es el rey, mi padre, quien ha mandado traer á esta
joven á mi cama para experimentar conmigo el efecto del contacto de las
mujeres; y ahora debe estar detrás de esa pared con los ojos aplicados á
algún agujero para ver si esto sale bien. Y mañana entrará aquí y me
dirá: «¡Kamaralzamán, decías que te inspiraban horror el matrimonio y
las mujeres! Pues ¿qué has hecho esta noche con una joven? ¡Ah,
Kamaralzamán! ¡quieres fornicar secretamente, pero te niegas á casarte,
aunque sepas lo feliz que me haría ver mi descendencia asegurada y mi
trono transmitido á mis hijos!» Y entonces me considerarán falso y
embustero. Más vale que me abstenga esta noche de fornicar, á pesar de
la mucha gana que tengo, y aguardar á mañana; y entonces pediré á mi
padre que me case con esta bella adolescente. ¡Y así él se pondrá
contento, y yo podré usar á gusto ese cuerpo bendito!»

Y en el acto, con gran alegría de Maimuna, que había empezado á sentir
terribles inquietudes, y con gran disgusto de Dahnasch, que en cambio
había pensado que el príncipe copularía y se puso á bailar de gusto,
Kamaralzamán se inclinó otra vez hacia Sett Budur, y después de haberla
besado en la boca, le quitó del dedo meñique una sortija adornada con un
hermoso diamante, y se la puso en su propio dedo meñique, para denotar
que desde aquel momento diputaba á la joven por esposa; y luego de haber
puesto en el dedo de la joven su propia sortija, le volvió la espalda,
aunque con gran pesar, y no tardó en tornar á dormirse.

Maimuna, al ver aquello, se entusiasmó, y Dahnasch quedó muy confuso;
pero no tardó en decir á Maimuna: «¡Esto no es más que la mitad de la
prueba; ahora te toca á ti!»

Entonces Maimuna se convirtió en seguida en pulga, y saltó al muslo de
Sett Budur; y de allí subió al ombligo, retrocediendo después como unos
cuatro dedos, y se paró precisamente en la cumbre del montecillo que
domina el valle de las rosas; y allí, con una sola picadura, en la cual
puso todos sus celos y su venganza, hizo saltar de dolor á la joven, que
abrió los ojos y se incorporó á escape, llevándose las dos manos á la
delantera. Y en seguida lanzó un grito de terror y asombro al ver junto
á ella al joven tendido de costado. Pero á la primera mirada que le
dirigió, no tardó en pasar del espanto á la admiración, y de la
admiración al placer, y del placer á un desahogo de alegría que pronto
hubo de llegar al delirio.

Efectivamente; al primer susto, dijo para sí: «¡Desventurada Budur, hete
aquí comprometida para siempre! ¡En tu cama hay un extraño á quien no
viste nunca! ¡Qué audacia la suya! ¡Ah! ¡Voy á llamar á los eunucos,
para que acudan y le arrojen por la ventana al río! Y sin embargo, ¡oh
Budur! ¿quién sabe si éste será el marido que tu padre escogió para ti?
Mírale, ¡oh Budur! antes de acudir á la violencia.»

Y entonces fué cuando Budur dirigió al joven una mirada, y con aquel
rápido examen quedó deslumbrada por su gentileza, y exclamó: «¡Oh
corazón mío! ¡Qué hermoso es!» Y desde aquel mismo instante quedó tan
por completo cautivada, que se inclinó hacia aquella boca que sonreía en
sueños y le dió un beso en los labios, exclamando: «¡Qué dulce es! ¡Por
Alah! ¡A éste sí que le quiero como esposo! ¿Por qué ha tardado tanto mi
padre en traérmelo?» Después cogió temblando la mano del joven y la
conservó entre las suyas, y le habló afablemente para despertarle,
diciendo: «¡Gentil amigo! ¡Oh luz de mis ojos! ¡Oh alma mía! ¡Levántate,
levántate! ¡Ven á besarme, querido mío, ven, ven! ¡Por mi vida sobre ti!
¡Despierta!»

Pero como Kamaralzamán, á causa del encanto á que le había sometido la
vengativa Maimuna, no hacía un movimiento indicador de que se
despertara, la hermosa Budur supuso que era por culpa de ella, que no le
llamaba con bastante ardor. Y sin preocuparse de que la miraran ó no,
entreabrió la camisa de seda que al principio se había apresurado á
echarse encima, y se deslizó lo más cerca posible del joven, y le rodeó
con sus brazos, y juntó los muslos con los suyos, y le dijo
frenéticamente al oído: «¡Toma! ¡Poséeme toda! ¡Verás cuán obediente y
amable soy! ¡He aquí los narcisos de mis pechos y el vergel de mi
vientre, que es muy suave, mira! ¡He aquí mi ombligo, que gusta de la
caricia delicada; ven á disfrutar de él! ¡Después saborearás las
primicias de la fruta que poseo! ¡La noche no será bastante larga para
nuestros juegos! ¡Y gozaremos hasta que sea de día!...»

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 185.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»...¡Y gozaremos hasta que sea de día!»

Pero como Kamaralzamán, cada vez más sumido en el sueño, seguía sin
contestar, la hermosa Budur creyó por un momento que era una ficción de
aquél para sorprenderla más, y medio riéndose, le dijo: «¡Vamos, vamos,
gentil amigo, no seas tan falso! ¿Es que mi padre te ha dado esas
lecciones de malicia para vencer mi orgullo? ¡Inútil trabajo, en verdad!
¡Pues tu belleza, por sí sola, ¡oh joven gamo esbelto y encantador! me
ha convertido en la más sumisa de las esclavas de amor!»

Pero como Kamaralzamán seguía inmóvil, Sett Budur, cada vez más
subyugada, añadió: «¡Oh señor de la belleza, mira! ¡Yo también paso por
hermosa; á mi alrededor todo vive admirando mis encantos fríos y
serenos! ¡Tú fuiste el único que ha logrado encender el deseo en la
mirada tranquila de Budur! ¿Por qué no te despiertas, adorable joven?
¿Por qué no te despiertas, di? ¡Heme aquí! ¡Me siento morir!»

Y la joven escondió la cabeza debajo del brazo del príncipe, y le mordió
mimosamente en el cuello y en una oreja, pero sin resultado. Después,
como ya no podía resistir á la llama encendida en ella por vez primera,
empezó á rebuscar con la mano por entre las piernas y los muslos del
joven, y los encontró tan lisos y redondos, que no pudo evitar que la
mano resbalase por su superficie. Entonces, como por casualidad,
encontró por el camino y entre ellos un objeto tan nuevo para ella, que
lo miró con los ojos muy abiertos, y vió que entre sus manos cambiaba de
forma á cada momento. Al principio se asustó mucho; pero rápidamente
comprendió su uso particular; pues así como el deseo es mucho más
intenso en las mujeres que en los hombres, su inteligencia es también
más veloz para apreciar las relaciones entre los órganos encantadores.
Lo cogió, pues, á mano llena, y mientras besaba los labios del joven con
ardor, sucedió lo que sucedió.

Tras de lo cual, Sett Budur cubrió de besos á su amigo dormido, sin
dejar un sitio en que no pusiera los labios. Después, algo calmada, le
cogió las manos y se las besó una tras otra en la palma; luego le
levantó y se lo puso en el regazo, y le rodeó el cuello con los brazos,
y así enlazados, cuerpo contra cuerpo, mezclando sus alientos, se durmió
sonriendo.

¡Esto fué todo! ¡Y en tanto los tres genios seguían invisibles, sin
perder un ademán! Consumada la cosa tan pronto, Maimuna traspuso el
límite del júbilo, Dahnasch reconoció sin dificultad que Budur había
llegado mucho más allá en las manifestaciones de su ardor y le había
hecho perder la apuesta. Pero Maimuna, segura ya de la victoria, fué
magnánima, y dijo á Dahnasch: «En cuanto á la apuesta que me debes, te
la perdono, ¡oh maldito! Y hasta voy á darte un salvoconducto, que en
adelante te asegurará la tranquilidad. ¡Pero cuida de no abusar de él,
ni vuelvas á faltar á la corrección!»

Después de lo cual la joven efrita se volvió hacia Kaschkasch, y le dijo
afablemente: «¡Kaschkasch, te doy mil gracias por tu consejo! ¡Y te
nombro jefe de mis emisarios, y de mi cuenta corre que mi padre Domriatt
apruebe mi decisión!» Luego añadió: «¡Ahora, avanzad ambos y coged á esa
joven, y transportadla pronto al palacio de su padre Ghayur, señor de
El-Buhur y El-Kussur! ¡Vistos los rápidos progresos que acaba de hacer
delante de mis ojos, le otorgo mi amistad y tengo ya completa confianza
en su porvenir! ¡Ya veréis cómo realiza grandes cosas!» Y los dos genios
respondieron: «¡Inschalah!» Y después...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 186.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...Y los dos genios respondieron: «¡Inschalah!» Y después se acercaron
al lecho, cogieron á la joven, que se echaron á cuestas, y volaron con
ella hasta el palacio del rey Ghayur, al cual no tardaron en llegar, y
la depositaron con delicadeza en su cama, para irse en seguida cada cual
por un lado.

En cuanto á Maimuna, se volvió á su pozo, después de haber depositado un
beso en los ojos de su amigo.

Eso en cuanto á los tres.

Pero en cuanto á Kamaralzamán, por la mañana despertó del sueño con el
cerebro todavía turbado por su aventura nocturna. Y se volvió hacia la
derecha y hacia la izquierda; pero, como era natural, sin encontrar á la
joven. Entonces dijo para sí: «¡Bien adiviné que era mi padre el que
había preparado todo esto para probarme, é impulsarme al matrimonio! De
modo que he hecho bien en aguardar para pedirle el consentimiento, como
buen hijo.» Después llamó al esclavo echado á la puerta, gritándole:
«¡Eh, tumbón, levántate!» Y el esclavo se levantó sobresaltado, y medio
dormido aún se apresuró á llevar á su amo el jarro y la palangana. Y
Kamaralzamán cogió la jofaina y el jarro, y se fué al retrete á hacer
sus necesidades, verificando luego sus abluciones con cuidado, y volvió
para cumplir su rezo de la mañana, y comió un bocado, y leyó un
versículo del Korán. Después, tranquilamente, y como de pasada, preguntó
al esclavo: «Sauab, ¿adonde llevaste á la muchacha de esta noche?» El
esclavo, estupefacto, exclamó: «¿Qué muchacha, ¡oh amo Kamaralzamán!?»
Éste dijo levantando la voz: «¡Te ordeno, bribón, que me respondas sin
rodeos! ¿Dónde está la joven que ha pasado la noche conmigo en la cama?»
El esclavo contestó: «¡Por Alah! ¡Oh señor, no he visto ni muchacha ni
muchacho! ¡Y además, nadie ha podido entrar aquí, estando yo echado
delante de la puerta!» Kamaralzamán gritó: «¡Eunuco malhadado, también
tú te atreves á contrariarme y á disgustarme! ¡Ah maldito, te han
enseñado ardides y mentiras! ¡Por última vez te intimo á que me digas la
verdad!» Entonces el esclavo levantó los brazos al cielo, y exclamó:
«¡Alah es el único grande! ¡Oh amo Kamaralzamán, no entiendo una palabra
de lo que me preguntas!»

Entonces Kamaralzamán le gritó: «¡Acércate, maldito!» Y habiéndose
acercado el eunuco, lo agarró del cuello y lo tiró al suelo, y le pateó
con tanta furia, que el eunuco soltó un cuesco. Entonces Kamaralzamán
siguió dándole patadas y puñetazos, hasta que le dejó medio muerto. Y
como el eunuco por toda explicación lanzaba gritos inarticulados,
Kamaralzamán le dijo: «¡Aguarda un poco!» Y corrió á buscar la soga
gorda de cáñamo que servía para sacar el agua del pozo, se la pasó al
esclavo por debajo de los sobacos, la ató fuertemente, y le arrastró
hacia el orificio del pozo, descolgándole hasta que le sumergió del todo
en el agua.

Y como era en invierno, y el agua estaba muy desagradable, y corría un
viento muy frío, el eunuco empezó á estornudar y pedir perdón. Pero
Kamaralzamán le zambulló varias veces, gritando cada vez: «¡No saldrás
hasta que confieses la verdad! ¡Si no, te ahogo!» Entonces el eunuco
pensó: «¡Seguramente lo hará como lo dice!» Y después gritó: «¡Amo
Kamaralzamán, sácame de aquí y te diré la verdad!» Entonces el príncipe
lo sacó, y le vió que temblaba como caña al viento, y castañeteaba los
dientes de frío y miedo, y presentaba un aspecto asqueroso chorreando
agua y sangrando por la nariz.

El eunuco, al sentirse momentáneamente fuera de peligro, no perdió un
instante, y dijo al príncipe: «¡Permíteme que vaya primero á mudarme de
ropa y á limpiarme las narices!» Y Kamaralzamán le dijo: «¡Vete, pero no
pierdas tiempo! ¡Y vuelve pronto á darme noticias!» Y el eunuco salió
corriendo, y se fué á palacio á buscar al padre de Kamaralzamán.

Y en aquel momento el rey Schahramán conversaba con su gran visir,
diciendo: «¡Oh visir mío! ¡he pasado muy mala noche, por lo inquieto que
está mi corazón respecto á mi hijo Kamaralzamán! ¡Y temo mucho de que le
haya ocurrido alguna desgracia en esa torre vieja, tan mal acondicionada
para un joven tan delicado como mi hijo!» Pero el visir le contestó:
«¡Tranquilízate! ¡Por Alah! ¡Nada ha de sucederle allí! ¡Así se domará
su arrogancia y se reducirá su orgullo!»

Y en el acto se presentó el eunuco en el estado en que le habían puesto,
y cayó á los pies del rey, y exclamó: «¡Oh señor nuestro y sultán! ¡La
desventura ha entrado en tu casa! ¡Mi amo Kamaralzamán acaba de
despertarse completamente loco! ¡Y para darte una prueba de su locura,
sabe que me dijo tal y cuál cosa, y me hizo tal y cuál otra! ¡Y yo ¡por
Alah! no he visto entrar en el aposento del príncipe muchacha ni
muchacho!»

Oídas tales palabras, el rey Schahramán ya no tuvo duda de sus
presentimientos, y gritó á su visir: «¡Maldición! ¡Tuya es la culpa, ¡oh
visir de perros! ¡Tú me sugeriste la idea calamitosa de encerrar á mi
hijo, á la llama de mi corazón! ¡Ah, hijo de perro! ¡levántate y corre
pronto á ver lo que pasa, y vuelve aquí á darme cuenta de ello
inmediatamente!

En seguida salió el gran visir, acompañado del eunuco, y se dirigió á la
torre, pidiendo pormenores, que el esclavo le dió, y bien alarmantes.
Así es que el visir no entró en la habitación sin precauciones
infinitas, metiendo poco á poco primero la cabeza y después el cuerpo.
¡Y cuál no fué su sorpresa al ver á Kamaralzamán sentado tranquilamente
en la cama y leyendo con atención el Korán!...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 187.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...Kamaralzamán sentado tranquilamente en la cama y leyendo con atención
el Korán! Se acercó á él, y después de la zalema más respetuosa, se
sentó en el suelo cerca del lecho, y le dijo: «¡Cómo nos ha alarmado
este eunuco de betún! ¡Figúrate que este hijo de zorra se presentó
trastornado y con facha de perro sarnoso á asustarnos, contándonos cosas
que sería indecente repetir delante de ti! ¡Turbó nuestra quietud de tal
manera, que estoy alborotado todavía!» Y Kamaralzamán dijo:
«¡Verdaderamente, no os habrá molestado más de lo que me ha molestado á
mí hace poco! ¡Pero ¡oh visir de mi padre! me alegraría mucho saber lo
que os pudo contar!» El visir contestó: «¡Alah preserve tu juventud!
¡Alah robustezca tu entendimiento! ¡Aleje de ti las acciones no
mesuradas y libre á tu lengua de las palabras sin sal! ¡Este hijo de
bardaje afirma que te has vuelto loco de repente, y le has hablado de
una joven que pasó la noche contigo, y que luego te acaloraste con otras
insensateces semejantes, y que has acabado por molerle á golpes y
echarle al pozo! ¡Oh Kamaralzamán! ¿No es verdad que todo se reduce á
una osadía de ese negro podrido?»

Oídas tales palabras, Kamaralzamán se sonrió con aire de superioridad, y
dijo al visir: «¡Por Alah! ¿Has acabado con las chanzas, viejo sucio, ó
quieres también enterarte de si el agua del pozo sirve para el hammam?
¡Te advierto que si ahora mismo no me dices lo que mi padre y tú habéis
hecho con mi amante, la joven de hermosos ojos negros y mejillas frescas
y sonrosadas, me pagarás tus astucias más caras que el eunuco!»
Entonces, sobrecogido otra vez el visir por una inquietud sin límites,
se levantó andando hacia atrás, y dijo: «¡El nombre de Alah sobre ti y
alrededor de ti! ¡Ya Kamaralzamán! ¿por qué hablas de esa manera? ¡Si es
que has soñado eso á consecuencia de una mala digestión, apresúrate por
favor á disipar el sueño! ¡Ya Kamaralzamán, esta conversación no es
razonable!»

Al oir tales palabras, el joven exclamó: «¡Para demostrarte ¡oh jeque de
maldición! que no he visto á la joven con las orejas, sino con este ojo
y este otro, y que no he palpado y olido las rosas de su cuerpo con los
ojos, sino con estos dedos y esta nariz, toma!» Y le dió un cabezazo en
el vientre que lo tiró al suelo, y después le agarró las barbas, que
llevaba muy largas, y se las enrolló alrededor de la muñeca, y seguro de
que no podía escaparse, empezó á darle recios golpes todo el tiempo que
se lo permitieron sus fuerzas.

El desdichado gran visir, viendo que perdía las barbas pelo á pelo, y
que también el alma estaba á punto de despedirse, se dijo para sí:
«¡Ahora tengo que mentir! ¡Es el único medio de librarme de las manos
de este loco!» Por lo tanto, le dijo: «¡Oh mi señor! ¡Te ruego que me
perdones por haberte engañado! La culpa es de tu padre, que me encargó
mucho, so pena de horca inmediata, que no te revelara todavía el sitio
en que se ha depositado á la joven consabida. Pero si quieres soltarme,
voy á escape á suplicar al rey tu padre que te saque de esta torre, y le
daré cuenta de tu deseo de casarte con la joven. ¡Lo cual le alegrará
hasta el límite de la alegría!»

Al oir estas palabras, Kamaralzamán le soltó y le dijo: «¡En tal caso,
ve pronto á avisar á mi padre, y vuelve á traerme inmediatamente la
contestación!»

En cuanto el visir se vió libre, se precipitó fuera del aposento,
cuidando de cerrar la puerta con doble vuelta de llave, y corrió, fuera
de sí y con la ropa hecha pedazos, á la sala del trono.

Al ver el rey Schahramán á su visir en aquel estado lamentable, le dijo:
«¡Te hallo muy abatido y sin turbante! ¡Y pareces muy mortificado! ¡Bien
se ve que ha debido de ocurrirte algo desagradable!» El visir respondió:
«¡Lo que me pasa es menos desagradable que lo que le sucede á tu hijo,
¡oh rey!» Éste preguntó: «Pues entonces, ¿qué es?» El visir dijo: «¡No
cabe duda de que está completamente loco!»

A estas palabras, el rey vió que la luz se convertía en tinieblas
delante de sus ojos, y dijo: «¡Alah me asista! ¡Dime pronto los
caracteres de la locura que ataca á mi hijo!» Y el visir contestó:
«¡Escucho y obedezco!» Y refirió al rey todos los pormenores de la
escena, sin olvidar cómo escapó de manos de Kamaralzamán.

Entonces el rey se encolerizó en extremo, y gritó: «¡Oh el más
calamitoso de los visires! ¡Esta noticia que me anuncias vale tu cabeza!
¡Por Alah! ¡Si es realmente ese el estado de mi hijo, te mandaré
crucificar encima del minarete más alto, para enseñarte á no darme
consejos tan detestables como los que fueron la primera causa de esta
desdicha!» Y se precipitó hacia la torre, y seguido del visir penetró en
la habitación de Kamaralzamán.

Cuando Kamaralzamán vió entrar á su padre, se levantó rápidamente en
honor suyo, y saltó de la cama, y se quedó respetuosamente delante de
él, cruzado de brazos, después de haberle besado la mano, á fuer de buen
hijo. Y el rey, contentísimo al ver á su hijo tan pacífico, le echó los
brazos con ternura alrededor del cuello y le besó entre los dos ojos,
llorando de alegría.

Tras de lo cual le hizo sentarse junto á él, encima de la cama, y se
volvió indignado hacia el visir, y le dijo: «¡Ya ves cómo eres el último
de los últimos entre los visires! ¿Cómo osaste venir á contarme que mi
hijo estaba de esta ó la otra manera, llenando de espanto mi corazón y
haciéndome añicos el hígado?» Luego añadió: «¡Además, vas á oir con tus
propios oídos las respuestas llenas de sentido común que me dará mi
amado hijo!» Miró entonces paternalmente al joven, y le preguntó:

«Kamaralzamán, ¿sabes qué día es hoy?» El otro respondió: «¡Seguramente!
Es sábado.» El rey dirigió una mirada llena de ira y triunfo al visir
aterrado, y le dijo: «Lo oyes, ¿verdad?» Después prosiguió:

«Y mañana, Kamaralzamán, ¿qué día será? ¿Lo sabes?» El príncipe
contestó: «¡Sí, por cierto!...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGO
LA 188.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»...¡Sí, por cierto! Será domingo, y después lunes, luego martes,
miércoles, jueves, y finalmente viernes, día santo.» Y el rey, en el
colmo de la dicha, exclamó: «¡Oh hijo mío! ¡oh Kamaralzamán! ¡lejos de
ti todo mal agüero! Pero dime también cómo se llama en árabe el mes en
que estamos.» El príncipe respondió. «Se llama en árabe mes de
Zul-Kiidat. Después viene el mes de Zul-Hidjat, luego vendrá Moharram,
seguido de Safar, de Rabialaual, de Rabialthaní, de Gamadialuala, de
Gamadialthania, de Ragab, de Schaaban, de Ramadán, y por fin, de
Schaual.»

Entonces el rey llegó al límite extremo de la alegría, y tranquilizado
ya acerca del estado de su hijo, se volvió hacia el visir y le escupió
en la cara, diciéndole: «¡Aquí no hay más loco que tú, viejo visir
malhadado!» Y el visir meneó la cabeza y quiso contestar; pero se calló,
y se dijo: «¡Aguardemos al final!»

Y el rey dijo en seguida á su hijo: «¡Hijo mío, figúrate que este jeque
y ese eunuco de betún han ido á contarme tales y cuáles palabras que les
habías dicho respecto á una supuesta joven que había pasado la noche
contigo! ¡Diles en la cara que han mentido!»

Al oir estas palabras, Kamaralzamán se sonrió amargamente, y dijo al
rey: «¡Oh padre mío! ¡sabe que en verdad ya no tengo ni ganas ni
paciencia para soportar más tiempo esa broma que me parece ha durado
bastante! ¡Por favor, ahórrame tal mortificación, y no digas más palabra
de ello, pues noto que se me han secado mucho los humores con todo lo
que me has hecho pasar! Sin embargo, ¡oh padre mío! sabe que ahora estoy
bien resuelto á no desobedecerte más, y que consiento en casarme con la
hermosa joven que has tenido á bien mandarme esta noche para que me
acompañara en la cama. La he encontrado perfectamente deseable, y sólo
con verla se me ha puesto toda la sangre en movimiento.»

Al oir estas palabras de su hijo, el rey exclamó: «¡El nombre de Alah
sobre ti y alrededor de ti, ¡oh hijo mío! ¡Él te guarde de los
maleficios y la locura! ¡Ah, hijo mío! ¿Qué pesadilla has tenido para
usar semejante lenguaje? ¿Qué manjares pesados comiste anoche para que
la digestión ejerciera un influjo tan funesto en tu cerebro? ¡Por favor,
hijo mío, tranquilízate! ¡No volveré en mi vida á contrariarte! ¡Y
malditos sean el casamiento, y la hora del casamiento, y cuantos me
vuelvan á hablar de casamiento!»

Entonces Kamaralzamán dijo á su padre: «¡Tus palabras sobre mi cabeza,
¡oh padre mío! ¡Pero júrame antes con el gran juramento que no te has
enterado de mi aventura de esta noche con la hermosa joven que, como te
probaré, dejó en mí más de una huella de la acción compartida!» Y el rey
Schahramán exclamó: «¡Te lo juro por la verdad del santo nombre de Alah,
dios de Muza y de Ibrahim, que envió á Mohammad entre las criaturas como
prenda de paz y salvación! ¡Amín!» Y Kamaralzamán repitió: «¡Amín!» Pero
le dijo á su padre: «¿Qué dirías ahora si te diera pruebas de que la
joven ha pasado por mis brazos?» El rey dijo: «¡Te escucho!» Y
Kamaralzamán prosiguió:

«Si alguien ¡oh padre mío! te dijera: «La noche pasada me desperté
sobresaltado y vi delante de mí á uno dispuesto á luchar conmigo de un
modo sangriento. Entonces yo, aunque sin querer atravesarle, hice
inconscientemente un movimiento que impulsó á mi espada hacia su vientre
desnudo. Y por la mañana me desperté y vi que mi espada estaba, en
efecto, teñida de sangre y espuma.» ¿Qué dirías ¡oh padre mío! al que
después de hablarte así, te enseñara la espada ensangrentada?» El rey
dijo: «Le diría que la sangre sola, sin el cuerpo del adversario, no era
más que media prueba.»

Entonces Kamaralzamán dijo: «¡Oh padre mío! Yo también, esta mañana, al
despertarme, me encontré el bajo vientre cubierto de sangre; la
palangana, que está todavía en el retrete, te lo demostrará. Pero como
prueba más convincente todavía, he aquí la sortija de la adolescente. En
cuanto á mi sortija, ha desaparecido, como ves.»

Al oir aquello, el rey corrió al retrete y vió que, efectivamente, la
palangana consabida contenía...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 191.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...el rey corrió al retrete y vió que, efectivamente, la palangana
consabida contenía una cantidad enorme de sangre, y dijo para sí: «¡Este
es un indicio de que la contrincante tiene una salud maravillosa y una
expansión leal y franca!» Y pensó también: «¡Advierto con certeza en
todo esto la mano del visir!» Después volvió apresuradamente junto á
Kamaralzamán, exclamando: «¡Veamos ahora la sortija!» Y la cogió, y le
dió vueltas y más vueltas, y luego se la devolvió á Kamaralzamán,
diciendo: «Es una prueba que me confunde por completo.» Y permaneció una
hora sin decir palabra. Después se lanzó de pronto sobre el visir, y le
gritó: «¡Tú eres el que ha armado toda esta intriga, viejo alcahuete!»
Pero el visir cayó á los pies del rey, y juró, por el Libro Noble y por
la Fe, que no se había metido en nada de aquello. Y el eunuco hizo el
mismo juramento.

Entonces el rey, que cada vez lo entendía menos, dijo á su hijo: «¡Sólo
Alah puede aclarar este misterio!» Pero Kamaralzamán, muy conmovido,
replicó: «¡Oh padre mío! ¡te suplico que hagas pesquisas y gestiones
para devolverme á la deliciosa joven cuyo recuerdo me alborota el alma,
y te conjuro á que tengas compasión de mí y hagas que se la encuentre, ó
moriré!» El rey se echó á llorar, y dijo á su hijo: «¡Ya Kamaralzamán!
¡sólo Alah es grande, y sólo él conoce lo desconocido! ¡A nosotros no
nos queda sino afligirnos ambos: tú por ese amor sin esperanza, y yo por
tu propia aflicción y por mi impotencia para remediarla!»

En seguida el rey, muy desconsolado, cogió de la mano á su hijo y se lo
llevó desde la torre hasta el palacio, en donde se encerró con él. Y se
negó á ocuparse en los asuntos de su reino para quedarse llorando con
Kamaralzamán, que se había metido en la cama lleno de desesperación por
amar á una joven desconocida que, luego de tan señaladas pruebas de
amor, había desaparecido.

Después el rey, para verse más libre aún de las cosas y gente de palacio
y no ocuparse más que en cuidar á su hijo, á quien tanto quería, mandó
edificar en medio del mar un palacio, unido sólo á la tierra por una
escollera de veinte codos de anchura, y lo hizo amueblar para su uso y
el de su hijo. Y ambos lo habitaban solos, lejos del mundo y de las
preocupaciones, para no pensar más que en su desgracia. Y á fin de
consolarse un tanto, Kamaralzamán no encontraba nada como la lectura de
buenos libros acerca del amor y el recitar versos de los poetas
inspirados, como los siguientes entre otros mil:

     _¡Oh guerrera hábil en el combate de las rosas! ¡La sangre delicada
     de los trofeos que adornan tu frente triunfal tiñe de púrpura tu
     profunda cabellera, y el vergel natal de todas sus flores se
     inclina para besar tus pies infantiles!_

     _¡Tan suave es ¡oh princesa! tu cuerpo sobrenatural, que el aire,
     encantado, se aromatiza al tocarlo; y si la brisa curiosa penetrase
     debajo de tu túnica, en ella se eternizaría!_

     _¡Tan bella es tu cintura, ¡oh hurí! que el collar de tu garganta
     desnuda se queja de no ser tu cinturón! ¡Pero tus piernas sutiles,
     cuyos tobillos están cercados de cascabeles, hacen crujir de
     envidia á las pulseras de tus muñecas!_

Todo eso en cuanto á Kamaralzamán y á su padre el rey Schahramán.

       *       *       *       *       *

Vamos ahora con la princesa Budur. Cuando los dos genios la dejaron en
su lecho del palacio de su padre el rey Ghayur, casi había transcurrido
la noche. A las tres horas apareció la aurora, y Budur se despertó.
Sonreía todavía á su amado y se desperezaba de gusto, en ese momento
delicioso de semisueño al lado del amante, á quien creía junto á ella. Y
al alargar los brazos vagamente para rodearle el cuello antes de abrir
los ojos, no cogió más que el vacío. Entonces se despertó del todo y ya
no vió al hermoso adolescente, al cual había amado aquella noche. Y le
tembló el corazón hasta casi perder el juicio, exhalando un grito agudo,
que hizo acudir á las diez mujeres encargadas de su custodia, y entre
ellas á su nodriza. Rodearon ansiosas el lecho, y la nodriza le preguntó
con acento asustado: «¿Qué ocurre, ¡oh mi señora!?...»

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 193.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...con acento asustado: «¿Qué ocurre, ¡oh mi señora!?» Budur exclamó:
«¡Me lo preguntas como si no lo supieras, mujer llena de astucia! ¡Dime
en seguida lo que ha sido del joven adorable que esta noche ha dormido
en mis brazos, y al cual amo con todas mis fuerzas!» La nodriza,
escandalizada hasta el límite extremo, alargó el pescuezo para entender
mejor, y dijo: «¡Oh princesa, líbrete Alah de todas las cosas
inconvenientes! ¡Esas palabras no son de las que tú acostumbras á decir!
¡Por favor, explícate más, y si es broma que gastas con nosotras, date
prisa á decírnoslo!» Budur se incorporó á medias en la cama, y le gritó
amenazadora: «¡Malhadada nodriza, te mando que me digas en seguida dónde
está el hermoso joven á quien he entregado esta noche por voluntad
propia mi cuerpo, mi corazón y mi virginidad!»

Al oir estas palabras, á la nodriza le pareció que el mundo entero se
achicaba ante sus ojos; dióse de golpes y se tiró al suelo, lo mismo que
las otras diez viejas; y todas empezaron á gritar desaforadamente: «¡Qué
negra mañana! ¡Qué enormidad! ¡Oh nuestra perdición!»

Pero la nodriza, sin dejar de lamentarse, preguntó: «¡Ya Sett Budur!
¡Por Alah! ¡Recobra la razón y no digas más cosas tan poco dignas de tu
nobleza!» Pero Budur le gritó: «¿Quieres callar, vieja maldita, y
decirme de una vez lo que habéis hecho entre todas de mi amante, el de
los ojos negros, cejas arqueadas y levantadas en los extremos, el que
pasó toda la noche conmigo hasta por la mañana, y que tenía debajo del
ombligo una cosa que no tengo yo?»

Cuando la nodriza y las otras diez mujeres oyeron semejantes palabras,
levantaron los brazos al cielo y exclamaron: «¡Oh confusión! ¡Oh señora
nuestra, libre te veas de la locura, y de las asechanzas malignas, y del
mal de ojo! ¡Verdaderamente, traspasas esta mañana los límites de la
chanza!» Y la nodriza, golpeándose el pecho, dijo: «¡Oh mi dueña Budur!
¿qué lenguaje es ese? ¡Si semejantes bromas llegaran á oídos del rey,
nos dejaría sin alma al momento! ¡Y ningún poder nos libraría de su
coraje!» Pero Sett Budur, con los labios trémulos, gritó: «¡Por última
vez te pregunto si quieres ó no decirme dónde se encuentra el hermoso
joven cuyas huellas tengo todavía en el cuerpo!» Y Budur hizo ademán de
entreabrirse la camisa.

Al ver aquello, todas las mujeres se tiraron al suelo de bruces, y
exclamaron: «¡Qué lástima de joven, que se ha vuelto loca!» Pero estas
palabras enfurecieron de tal manera á Budur, que descolgó de la pared
una espada y se precipitó sobre las mujeres para atravesarlas.
Enloquecidas entonces, se echaron fuera, atropellándose y aullando, y
llegaron en desorden y demudados los semblantes al aposento del rey. Y
la nodriza, con lágrimas en los ojos, le enteró de lo que acababa de
decir Sett Budur, y añadió: «¡A todas nos habría matado ó herido si no
huyéramos!» Y el rey exclamó: «¡Qué enormidad! Pero ¿viste si realmente
ha perdido lo que ha perdido?» La nodriza se tapó la cara con las manos,
y dijo llorando: «¡Lo he visto! ¡Había mucha sangre!» Entonces el rey
dijo: «¡Eso es una completa enormidad!» Y aunque en aquel momento
estuviera descalzo y con el turbante de noche en la cabeza, se precipitó
en la habitación de Budur.

El rey miró á su hija con aspecto muy severo, y le dijo: «¿Es verdad,
Budur, que esta noche has dormido con uno, y llevas encima todavía las
huellas de su paso? ¿Y has perdido lo que has perdido?» Ella respondió:
«¡Sí, por cierto, ¡oh padre mío! pues tú fuiste quien tal quiso, y á fe
que escogiste perfectamente al joven; tan hermoso era, que ardo en
deseos de saber por qué luego me lo quitaste! Además, he aquí su
sortija, que me ha dado después de coger la mía.»

Entonces el rey, padre de Budur, que ya había creído á su hija medio
loca, dijo para sí: «¡Ha llegado al límite de la locura!» Y le dijo:
«Budur, ¿quieres decirme de una vez lo que significa esa conducta
extraña y tan poco digna de tu posición?» Entonces Budur ya no pudo
contenerse, y se rasgó la camisa de abajo arriba, y se puso a sollozar,
dándose de bofetadas.

Al ver aquello, el rey ordenó á los eunucos y á las viejas que le
sujetaran las manos para que no se hiciera daño, y en caso de
reincidencia, que la encadenaran y le pusieran al cuello una argolla de
hierro, y la ataran á la ventana de su habitación.

Luego el rey Ghayur, desesperado, se retiró á sus aposentos, pensando en
los medios que utilizaría para obtener la curación de aquella locura que
suponía en su hija. Pues, á pesar de todo, seguía queriéndola con tanto
cariño como antes y no podía acostumbrarse á la idea de que se hubiese
vuelto loca para siempre.

Reunió, pues, en su palacio á todos los sabios de su reino, médicos,
astrólogos, magos, hombres versados en libros antiguos, y drogueros, y
les dijo á todos: «Mi hija El-Sett Budur está en tal y cuál estado. Se
la daré por esposa á aquel de vosotros que la cure, y le nombraré
heredero de mi trono cuando yo muera. Pero al que habiendo entrado en el
aposento de mi hija no haya logrado curarla, se le cortará la cabeza.»

Después mandó pregonar lo mismo por toda la ciudad, y envió correos á
todos sus Estados para promulgarlo.

Y se presentaron muchos médicos, sabios, astrólogos, magos y drogueros;
pero una hora más tarde se veían encima de la puerta del palacio sus
cabezas cortadas. Y en poco tiempo se juntaron cuarenta cabezas de
médicos y otros mercaderes de drogas, colocadas simétricamente á lo
largo de la fachada del palacio. Entonces los otros pensaron: «¡Mala
señal! ¡La enfermedad debe ser incurable!» Y nadie se atrevía á
presentarse, para no exponerse á que le cortaran la cabeza. Esto en
cuanto á los médicos y al castigo que se les aplicó en tal caso.

Pero en cuanto á Budur, tenía un hermano de leche, hijo de su nodriza,
llamado Marzauán. Y Marzauán, aunque musulmán ortodoxo y buen creyente,
había estudiado la magia y la brujería, los libros de los indios y los
egipcios, los caracteres talismánicos y la ciencia de las estrellas; y
después, como ya no tenía nada que aprender en los libros, se había
dedicado á viajar, y había recorrido las comarcas más remotas,
consultando á los hombres más duchos en las ciencias secretas, y de este
modo se había empapado en todos los conocimientos humanos. Y entonces
púsose en camino para regresar á su país, al que había llegado con buena
salud.

Y lo primero que vió Marzauán al entrar en la ciudad fueron las cuarenta
cabezas cortadas de los médicos, colgadas encima de la puerta del
palacio. Y al preguntar á los transeuntes, le explicaron toda la
historia y la ignorancia notoria de los médicos justamente ejecutados...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 194.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...la ignorancia notoria de los médicos justamente ejecutados.

Entonces Marzauán entró en casa de su madre, y después de las efusiones
del regreso, le pidió pormenores sobre la cuestión; y su madre le confió
lo que había sabido, que entristeció mucho á Marzauán, porque se había
criado con Budur y la quería con cariño mayor del que suelen
experimentar los hermanos por las hermanas. Reflexionó durante una hora,
y después levantó la cabeza y le dijo á su madre: «¿Podrías hacerme
entrar en su aposento secretamente, para que trate de ver si conozco el
origen de su mal y si tiene remedio ó no?» Y su madre le dijo: «Difícil
es, ¡oh Marzauán! De todos modos, ya que lo deseas, apresúrate á
vestirte de mujer y á seguirme.» Y Marzauán se preparó inmediatamente, y
disfrazado de mujer, siguió á su madre al palacio.

Cuando llegaron á la puerta del aposento, el eunuco de guardia quiso
prohibir la entrada á la mujer que no conocía, pero la vieja le deslizó
en la mano un buen regalo, y le dijo: «¡Oh jefe del palacio! ¡la
princesa Budur, que está tan enferma, me ha expresado el deseo de ver á
ésta, mi hija, que es su hermana de leche! ¡Déjanos pasar, pues, ¡oh
padre de la cortesía!» Y el eunuco, tan lisonjeado por estas palabras
como satisfecho por el regalo, respondió: «¡Entrad pronto, pero no os
entretengáis!» Y entraron ambos.

Cuando Marzauán llegó á presencia de la princesa, se levantó el velo que
le cubría el rostro, se sentó en el suelo, y sacó de debajo de la ropa
un astrolabio, libros de hechicería y una vela; y se disponía á sacar el
horóscopo de Budur antes de interrogarla, cuando de pronto la joven se
arrojó á su cuello y le besó con ternura, pues le había reconocido en
seguida. Luego le dijo: «¿Cómo, hermano Marzauán, crees también en mi
locura, como todos los demás? ¡Ah! ¡Desengáñate, Marzauán! ¿No sabes lo
que dijo el poeta? Oye estas palabras, y reflexiona después sobre su
alcance:

     _Han dicho_: «_¡Está loca! ¡Oh juventud perdida!_»

     _Yo les digo_: «_¡Dichosos los locos! ¡Gozan más de la vida, y en
     eso se diferencian de la muchedumbre vulgar que se ríe de sus
     acciones!_»

     _Y les digo también_: «_¡Mi locura no tiene más que un remedio, y
     es el regreso de mi amigo!_»

Cuando Marzauán oyó estos versos, comprendió en seguida que Budur estaba
sencillamente enamorada y que esta era toda su enfermedad. Y le dijo:
«El hombre sagaz sólo necesita una seña para enterarse. Apresúrate á
contarme tu historia, y si Alah quiere, seré para ti causa de consuelo y
el mediador para tu salvación.» Entonces Budur le refirió minuciosamente
toda la aventura, que no ganaría nada con que la repitiéramos. Y
prorrumpió en llanto, diciendo: «¿He aquí mi triste suerte, ¡oh
Marzauán! y ya no vivo más que llorando noche y día, y apenas los versos
de amor que recito consiguen refrescar un poco la quemadura de mi
hígado!»

Oídas estas palabras, Marzauán bajó la cabeza para reflexionar, y
durante una hora se sumió en sus pensamientos. Después levantó la
cabeza, y dijo á la desolada Budur: «¡Por Alah! Veo claro que tu
historia es exacta de todo punto; pero en verdad que resulta difícil de
entender. Sin embargo, tengo esperanza de curar tu corazón dándote la
satisfacción que deseas. Pero ¡por Alah! procura aguantar con paciencia
hasta mi regreso. ¡Y estate bien segura de que el día en que de nuevo me
veas junto á ti, será aquel en que te habré traído de la mano á tu
amante!» Y dicho esto, Marzauán se retiró bruscamente de la habitación
de la princesa, su hermana de leche, y el mismo día se fué de la ciudad
del rey Ghayur.

Fuera ya de las murallas, Marzauán viajó durante un mes entero de ciudad
en ciudad y de isla en isla, y por todas partes no oía á la gente hablar
en todas sus conversaciones más que de la historia extraña de Sett
Budur. Pero al cabo del mes de viaje, Marzauán llegó á una gran ciudad,
situada á orillas del mar, y que se llamaba Tarab, y dejó de oir á la
gente hablar de Sett Budur; pero en cambio no se ocupaban más que de la
historia sorprendente de un príncipe, hijo del rey de aquella comarca,
que se llamaba Kamaralzamán. Y Marzauán hizo que le contaran los
pormenores de aquella aventura, y los encontró tan semejantes en todos
sus puntos á los que ya sabía de Sett Budur, que se enteró con exactitud
del lugar en que se encontraba aquel hijo del rey. Se le dijo que tal
sitio estaba muy lejos, y que á él llevaban dos caminos: uno por tierra
y otro por mar; por tierra se tardaba seis meses en llegar al país de
Khaledán, en el cual encontrábase Kamaralzamán; por mar no se tardaba
más que un mes. Entonces Marzauán, sin vacilar, escogió la vía marítima,
embarcándose en un buque que salía precisamente para las islas del reino
de Khaledán.

La nave en que se había embarcado Marzauán tuvo viento favorable durante
toda la travesía; pero el mismo día que llegó á la vista de la capital
del reino, una tempestad formidable levantó las olas del mar y proyectó
al aire la nave, que giró sobre sí misma y zozobró sin remedio en un
peñasco tajado. Pero Marzauán, entre otras cualidades, tenía la de saber
nadar á la perfección, y de todos los pasajeros fué el único que pudo
salvarse agarrándose al palo mayor que había caído al mar. Y la fuerza
de la corriente le arrastró precisamente hacia la lengua de tierra en
que estaba edificado el palacio que habitaba Kamaralzamán con su padre.

Y quiso el Destino que en aquel momento el gran visir, que había ido á
dar cuenta al rey del estado del reino, estuviera mirando por la ventana
que daba al mar, y al ver á aquel joven que arribaba de tal manera,
mandó á los esclavos que fuesen á socorrerle y se lo trajeran, no sin
haberle proporcionado ropa para mudarse y darle de beber un vaso de
sorbete para calmar su espíritu.

A los pocos momentos, Marzauán entró en la sala en que estaba el visir.
Y como era bien formado y de aspecto gentil, agradó en seguida al gran
visir, que se puso á interrogarle, y pronto se dió cuenta de lo extenso
de sus conocimientos y de su cordura. Y dijo para sí: «¡Seguramente debe
de estar versado en la medicina!» Y le dijo: «¡Alah te ha guiado hasta
aquí para curar á un enfermo á quien quiere mucho su padre...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 196.ª NOCHE_

     Ella dijo:

«...á un enfermo á quien quiere mucho su padre, y que para todos
nosotros es causa de aflicción continua!» Y Marzauán le preguntó: «¿A
qué enfermo te refieres?» El otro contestó: «Al príncipe Kamaralzamán,
hijo de nuestro rey Schahramán, que habita aquí mismo.»

Oídas estas palabras, Marzauán dijo para sí: «¡El Destino me favorece
más de lo que yo esperaba!» Después preguntó al visir: «¿Y cuál es la
enfermedad que padece el hijo del rey?» El visir dijo: «Yo creo
sencillamente que está loco. ¡Pero su padre afirma que le han hecho mal
de ojo ó algo parecido, y se halla á punto de creer una historia extraña
que su hijo le ha contado!» Y el visir contó á Marzauán la historia
entera desde su origen.

Cuando Marzauán oyó el relato, llegó al límite de la alegría, pues ya no
dudó de que el príncipe Kamaralzamán fuera el joven que había pasado la
famosa noche con Sett Budur, dejando á su amada un recuerdo tan vivo.
Pero se guardó muy bien de explicárselo al gran visir, y sólo le dijo:
«¡Estoy seguro de que viendo al joven daré antes con el tratamiento
indicado, y gracias al cual le curaré, si Alah quiere!» Y el visir le
llevó sin tardanza al aposento de Kamaralzamán.

Y lo primero que llamó la atención de Marzauán al mirar al príncipe fué
su parecido extraordinario con Sett Budur. Y tan estupefacto se quedó,
que no pudo por menos de exclamar: «¡Ya Alah! ¡Bendito sea Aquel que
crea bellezas tan semejantes, dándoles los mismos atributos ó iguales
perfecciones!»

Al oir estas palabras, Kamaralzamán, que hallábase tendido
lánguidamente en el lecho y con los ojos medio cerrados, los abrió por
completo y aguzó el oído. Pero Marzauán, aprovechando aquella atención
del príncipe, improvisaba ya los siguientes versos, para darle á
entender de una manera embozada lo que ni el rey Schahramán ni el gran
visir podían comprender:

     _¡Trataré de cantar los méritos de una beldad, causante de mis
     padecimientos, para hacer revivir el recuerdo de sus antiguos
     encantos!_

     _Me dicen_: «_¡Oh tú, el herido por la flecha de amor, levántate!
     ¡He aquí la copa llena, y la guitarra para alegrarte!_»

     _Yo les digo_: «_¿Cómo podré alegrarme si amo? ¿Hay mayor alegría
     que la del amor y la de padecer por amor?_

»_¡Amo tanto á mi amiga, que me encela hasta la camisa que toca sus
     caderas cuando la camisa se ciñe demasiado á sus caderas hermosas,
     benditas y suaves!_

»_¡Amo tanto á mi amiga, que tengo celos de la copa que toca sus
     labios gentiles cuando la copa roza durante mucho tiempo sus
     labios, creados para el beso!_

»_¡No me censuréis por amarla tan apasionadamente; bastante padezco
     con mi propio amor!_

»_¡Ah, si supierais sus méritos! ¡Tan seductora es como José en
     casa de Faraón, tan melodiosa como David delante de Saúl, tan
     modesta como María, madre de Cristo!_

»_¡Y yo me veo tan triste como Jacob apartado de su hijo, tan
     desdichado como Jonás en la ballena, tan probado como Job entre la
     paja, tan decaído como Adán perseguido por el ángel!_

»_¡Ay! ¡Nada me curará, á no ser el regreso de la amiga!_»

Cuando Kamaralzamán oyó estos versos, notó como si penetrase en él una
gran frescura que le apaciguara el alma, é hizo seña á su padre para que
invitara al joven á sentarse cerca de él y los dejaran solos. Y
encantado el rey al ver que su hijo interesábase por algo, se apresuró á
invitar á Marzauán á sentarse cerca de Kamaralzamán, y salió de la sala
después de haber guiñado el ojo al visir para indicarle que le siguiera.

Entonces Marzauán se inclinó al oído del príncipe y le dijo: «Alah me ha
guiado hasta aquí para servir de mediador entre tú y la que amas. Y á
fin de convencerte, escucha.» Y dió á Kamaralzamán tales pormenores de
la noche pasada con la joven, que no era posible la duda. Y añadió: «Y
esa joven se llama Budur, y es hija del rey Ghayur, señor de El-Buhur y
El-Kussur. Y es mi hermana de leche.»

Al oir estas palabras, Kamaralzamán se sintió tan aliviado de su
languidez, que notó cómo las fuerzas daban á su alma nueva vida; y se
levantó de la cama, y cogió del brazo a Marzauán y le dijo: «¡Voy á irme
en seguida contigo al país del rey Ghayur!» Pero Marzauán le dijo: «Está
algo lejos, y primero has de recobrar las fuerzas por completo. Después
iremos juntos allá, y tú solo curarás á Sett Budur...»

     En este momento de su narración, Schahrazada vio aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 199.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»...y tú solo curarás á Sett Budur.»

A todo esto, el rey, impulsado por la curiosidad, volvió á la sala y vió
el rostro radiante de su hijo. Entonces, con la alegría, se le atascó en
la garganta el aliento; y la alegría llegó al delirio cuando oyó que su
hijo le decía: «¡Voy á vestirme al momento para ir al hammam!»

En seguida el rey se echó al cuello de Marzauán y le besó, sin pensar
siquiera en preguntarle de qué receta ó remedio se había servido para
obtener en tan poco tiempo tan buen resultado. Y luego de colmar á
Marzauán de regalos y honores, mandó iluminar toda la ciudad en señal de
alegría, distribuyó prodigiosa cantidad de ropones de honor y obsequios
á sus dignatarios y á toda la servidumbre de palacio, y mandó abrir
todas las cárceles y poner en libertad á los presos. Y de aquella manera
toda la ciudad y todo el reino se llenaron de contento y dicha.

Cuando á Marzauán le pareció que la salud del príncipe estaba
completamente restablecida, le llamó aparte y le dijo: «¡Llegó el
momento de partir, ya que no puedes aguardar más! ¡Haz, pues, tus
preparativos, y vámonos!» El príncipe respondió: ¡Pero mi padre no me
dejará marchar, porque me quiere tanto, que nunca se decidirá á
separarse de mí! ¡Ya Alah! ¡Cuál será entonces mi desolación!
¡Seguramente tendré una grave recaída!» Pero Marzauán contestó: «Ya he
previsto esa dificultad, y me las arreglaré de modo que no haya retraso;
verás qué ardid he discurrido para lograrlo. Dirás al rey que tienes
gana de respirar el aire libre en una cacería de algunos días conmigo,
porque te notas oprimido el pecho desde que no sales de casa. ¡Y
seguramente el rey no te negará el permiso!»

Al oir estas palabras, Kamaralzamán se alegró en extremo, y fué en el
acto á pedir la venia á su padre, quien, efectivamente, para no
afligirle, no se atrevió á negarse. Pero le dijo: «¡Sólo por una noche!
¡Pues una ausencia muy prolongada me mataría de pena!» Después el rey
mandó preparar para su hijo y Marzauán dos magníficos caballos y otros
seis de repuesto, y un dromedario para los bagajes, y un camello cargado
de víveres y odres con agua.

Tras de lo cual, el rey abrazó á su hijo Kamaralzamán y á Marzauán;
llorando les encargó recíproco cuidado, y después de la despedida más
conmovedora, les dejó alejarse de la ciudad con todo su séquito.

Fuera ya de las murallas, los dos camaradas fingieron cazar todo el día
para engañar á los palafreneros y conductores, y al oscurecer armaron
las tiendas y comieron, bebieron y durmieron hasta medianoche. Entonces
Marzauán despertó sigilosamente á Kamaralzamán, y le dijo: «¡Tenemos que
aprovechar el sueño de esta gente para marcharnos!» Cada cual montó en
uno de los caballos de refresco, y se pusieron en camino sin llamar la
atención.

Así anduvieron á buen paso hasta el nacimiento del alba. En aquel
momento Marzauán paró el caballo y dijo al príncipe: «¡Párate también y
apéate!» Y cuando se apeó, le dijo: «¡Quítate pronto la camisa y los
calzones!» Y Kamaralzamán, sin replicar, se despojó de los calzones y la
camisa. Y Marzauán le dijo: «¡Ahora dámelos y aguarda un poco!» Y cogió
las dos prendas y se fué hasta un sitio en que el camino formaba una
encrucijada. Entonces cogió un caballo que había tenido la precaución de
llevarse detrás, y lo metió en el centro de un bosque que se extendía
hasta allí, y lo degolló, y tiñó con su sangre la camisa y los calzones.
Después de lo cual volvió al sitio en que el camino se dividía y tiró
las prendas entre el polvo del camino. Luego volvió hacia Kamaralzamán,
que lo aguardaba sin moverse, y que le preguntó: «Quisiera saber tus
proyectos.» El otro contestó: «Empecemos por tomar un bocado.» Comieron
y bebieron, y Marzauán dijo entonces al príncipe: «¡Verás! Cuando el rey
advierta que transcurren dos días y no regresas, y cuando los
conductores le digan que hemos partido á medianoche, mandará en seguida
en nuestra busca á gente, que no dejará de ver en la encrucijada tu
camisa y tus calzones ensangrentados, y dentro de los cuales he tenido,
además, la precaución de meter algunos pedazos de carne de caballo y dos
huesos rotos. Y así nadie dudará de que una fiera te ha devorado y de
que yo he huído lleno de terror.» Luego añadió: «Indudablemente esa
noticia será un golpe terrible para tu padre; pero en cambio, ¡cuál no
será después su júbilo cuando sepa que vives y estás casado con Sett
Budur!» Kamaralzamán nada tuvo que replicar á esto, y dijo: «¡Oh
Marzauán, tu ocurrencia es excelente y tu estratagema ingeniosa! Pero
¿cómo nos arreglaremos para los gastos?» Marzauán respondió: «¡No te
preocupe eso! He traído conmigo las más hermosas pedrerías, de las
cuales la peor vale más de doscientos mil dinares.»

Y así siguieron viajando durante bastante tiempo, hasta que por fin
avistaron la ciudad del rey Ghayur. Entonces echaron á todo galope los
caballos, y franquearon los muros, y entraron por la puerta principal de
las caravanas.

Kamaralzamán quiso ir en seguida á palacio; pero Marzauán le dijo que
tuviera otro poco de paciencia, y le llevó al khan en donde paraban los
ricos extranjeros, y allí estuvieron tres días completos para descansar
bien de las fatigas del viaje. Y Marzauán aprovechó el tiempo en mandar
fabricar para uso del príncipe un artilugio completo de astrólogo, todo
de oro y materias preciosas; y luego le llevó al hammam, y después del
baño le vistió con un traje de astrólogo, y habiéndole comunicado las
instrucciones necesarias, le guió hasta el pie del palacio del rey, y le
dejó para ir á avisar á su madre la nodriza, á fin de que ésta
advirtiera á la princesa Budur.

En cuanto á Kamaralzamán, llegó hasta el pórtico del palacio...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 200.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...llegó hasta el pórtico del palacio, y ante la muchedumbre hacinada en
la plaza y los guardias y porteros, clamó en alta voz:

     _¡Soy el astrólogo ilustre, el mágico digno de memoria!_

     _¡Soy la cuerda que levanta los velos más espesos y la llave que
     abre armarios y cajones!_

     _¡Soy la pluma que traza caracteres en los amuletos y en los libros
     de hechicería!_

     _¡Soy la mano que extiende la arena adivinatoria y extrae la
     curación del fondo de los tinteros!_

     _¡Soy el que da sus virtudes á los talismanes y por medio de la
     palabra alcanza todas las victorias!_

     _¡Desvío hacia los emuntorios todas las enfermedades; no utilizo
     inflamatorios, ni vomitorios, ni estornudatorios, ni infusorios, ni
     vejigatorios!_

     _¡No uso oraciones, jaculatorias, ni palabras evocadoras, ni
     fórmulas propiciatorias, y así obtengo curas rápidas y
     meritísimas!_

     _¡Soy el mágico notorio, digno de recordación; acudid á mí todos!
     ¡No pido propina, ni óbolo remunerador, pues todo lo hago por la
     gloria!_

Cuando los habitantes de la ciudad, los guardias y los porteros oyeron
la proclama, se quedaron estupefactos; pues desde la ejecución
sumarísima de los cuarenta médicos, creían que tal raza se había
extinguido, tanto más cuanto que no habían vuelto á ver médicos ni
magos.

Así es que todos rodearon al joven astrólogo, y al ver su hermosura, y
su tez fresquísima, y sus demás perfecciones, quedaron encantados y
desconsolados al mismo tiempo, porque temieron que sufriera igual suerte
que sus antecesores. Y los que estaban más cerca del carro cubierto de
terciopelo, en el cual se le veía de pie, le suplicaron que se alejase
del palacio, y le dijeron: «Señor mago, ¡por Alah! ¿no sabes lo que te
espera si recorres mucho estos lugares? El rey te mandará para que
pruebes tu ciencia con su hija. ¡Desdichado! ¡Sufrirás entonces la
suerte de todos esos cuyas cabezas cortadas cuelgan precisamente encima
de ti!»

Pero á tales conjuros, respondía Kamaralzamán gritando más alto:

     _¡Soy el mago ilustre, digno de recordación! ¡No uso jeringas ni
     fumigaciones! ¡Oh vosotros todos, venid á verme!_

Entonces todos los circunstantes, aunque convencidos de la ciencia del
astrólogo, seguían temiendo que fracasara contra aquella enfermedad sin
remedio.

De modo que se pusieron muy tristes, diciéndose unos á otros: «¡Qué
lástima de juventud!»

A todo esto, el rey, al oir el tumulto en la plaza y al ver el gentío
que rodeaba al astrólogo, dijo al visir: «¡Ve pronto á buscar á ese
hombre!» Y el visir ejecutó inmediatamente la orden.

Cuando Kamaralzamán llegó á la sala del trono, besó la tierra entre las
manos del rey, y empezó por dirigirle este ditirambo:

     _En ti están reunidas las ocho cualidades que obligan á inclinar la
     frente al más sabio_:

     _La ciencia, la fuerza, el poderío, la generosidad, la elocuencia,
     la sagacidad, la fortuna y la victoria._

Encantado quedó el rey Ghayur cuando hubo oído tales alabanzas, y miró
atentamente al astrólogo. Y era tal la hermosura de éste, que el rey
cerró los ojos un momento, luego los volvió á abrir, y le dijo:
«¡Siéntate á mi lado!» Después le dijo: «¡Mira, hijo mío, mejor estarías
sin ese traje de médico! ¡Y mucho me alegraría de casarte con mi hija si
consiguieras curarla! ¡Pero dudo de que lo logres! ¡Y como he jurado que
nadie conservaría la vida después de haber visto la cara de la princesa,
á no ser que la alcanzara por esposa, me vería obligado, muy contra mi
gusto, á hacerte sufrir la misma suerte que á los cuarenta que te han
precedido! ¡Contesta, pues! ¿Te allanas á las condiciones impuestas?»

Oídas estas palabras, Kamaralzamán dijo: «¡Oh rey afortunado! ¡vengo
desde muy lejos á este país próspero para ejercer mi arte y no para
callar! ¡Sé lo que arriesgo, pero no retrocederé!» Entonces el rey dijo
al jefe de los eunucos: «¡Ya que insiste, guíale á la habitación de la
princesa!»

Entonces ambos fueron al aposento de la princesa, y el eunuco, al ver
que el joven apresuraba el paso, le dijo: «¡Infeliz! ¿Crees de veras que
llegarás á ser yerno del rey?» Kamaralzamán dijo: «¡Así lo espero! Y
además, estoy tan seguro de ganar, que sin moverme de aquí puedo curar á
la princesa, demostrando á toda la tierra mi habilidad y mi sabiduría.»
Oídas estas palabras, el eunuco, en el colmo del asombro, le dijo:
«¡Cómo! ¿Puedes curarla sin verla? ¡Gran mérito el tuyo si es así!»
Kamaralzamán dijo: «Aunque el deseo de ver á la princesa, que ha de ser
mi esposa, me mueva á penetrar inmediatamente en su aposento, prefiero
obtener su curación quedándome detrás del cortinaje de su cuarto.» El
eunuco dijo: «¡Más sorprendente será la cosa!»

Entonces Kamaralzamán se sentó en el suelo, detrás del cortinaje del
cuarto de Sett Budur, sacó del cinturón un pedazo de papel y recado de
escribir, y redactó la siguiente carta...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 204.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...sacó del cinturón un pedazo de papel y recado de escribir, y redactó
la siguiente carta:

     «ESTOS RENGLONES SON DE MANO DE KAMARALZAMÁN, HIJO DEL SULTÁN
     SCHAHRAMÁN, REY DE LAS TIERRAS Y DE LOS OCÉANOS EN LOS PAÍSES
     MUSULMANES DE LAS ISLAS DE KHALEDÁN,

»A SETT BUDUR, HIJA DEL REY GHAYUR, SEÑOR DE EL-BUHUR Y EL-KUSSUR,
     PARA EXPRESARLE SUS PENAS DE AMOR.


»Si hubiera de decirte ¡oh princesa! todo lo abrasado que está este
     corazón que heriste, no habría en la tierra cañas bastante duras
     para trazar sobre el papel afirmación tan osada. Pero sabe ¡oh
     adorable! que si se agotara la tinta, mi sangre no se agotaría, y
     con su color hubiera de expresarte mi interna llama, esta llama que
     me consume desde la noche mágica en que se me apareciste en sueños
     y me cautivaste para siempre.

»Dentro de este pliego va la sortija que te pertenecía. Te la mando
     como prueba cierta de que yo soy el quemado por tus ojos, el
     amarillo como azafrán, el hirviente como volcán, el sacudido por
     las desventuras y el huracán, que grita hacia ti _Amán_, firmando
     con su nombre, KAMARALZAMÁN.

»Habito en la ciudad en el gran khan.»

Escrita ya la carta, Kamaralzamán la dobló, metiendo en ella
diestramente la sortija; la cerró, y luego entregósela al eunuco, que
fué inmediatamente á dársela á Sett Budur, diciéndole: «Ahí detrás de la
cortina ¡oh mi señora! hay un joven astrólogo tan temerario, que
pretende curar á la gente sin verla. He aquí, por cierto, lo que para ti
me entregó.»

Pero apenas abrió la carta la princesa Budur, cuando reconoció la
sortija, y dió un grito agudo; y después, enloquecida, atropelló al
eunuco y corrió á levantar la cortina, y á la primera ojeada reconoció
también en el joven astrólogo al hermoso adolescente á quien se había
entregado toda durante su sueño. Y tal fué su alegría, que entonces sí
que le faltó poco para volverse loca de veras. Echóse al cuello de su
amante, y ambos se besaron como dos palomos separados durante mucho
tiempo.

Al ver aquello, el eunuco fué á escape á avisar al rey lo que acababa de
ocurrir, diciéndole: «Ese astrólogo joven es el más sabio de todos los
astrólogos. Acaba de curar á tu hija sin verla siquiera, quedándose
detrás del cortinaje.» Y el rey exclamó: «¿Es verdad eso que me
cuentas?» El eunuco dijo: «¡Oh señor mío, puedes ir á comprobarlo con
tus propios ojos!»

Entonces el rey se dirigió inmediatamente al cuarto de su hija, y vió
que, en efecto, era una realidad lo dicho. Y se regocijó tanto, que besó
á su hija entre los dos ojos, porque la quería mucho, y besó también á
Kamaralzamán, y después le preguntó de qué tierra era. Kamaralzamán le
contestó: «De las islas de Khaledán, y soy el propio hijo del rey
Schahramán.» Y refirió al rey Ghayur toda su historia con Sett Budur.

Cuando la oyó, exclamó el rey: «¡Por Alah! Esta historia es tan pasmosa
y maravillosa, que si se escribiera con agujas en el ángulo interior del
ojo, sería motivo de asombro para quienes la leyeran con atención.» E
inmediatamente la mandó escribir en los anales por los escribas más
hábiles de palacio, para que se transmitiera de siglo en siglo á todas
las generaciones futuras.

En el acto mandó llamar al kadí y á los testigos, para que se extendiera
sin demora el contrato de matrimonio de Sett Budur con Kamaralzamán. Y
mandó adornar é iluminar la ciudad siete noches y siete días; y se
comió, y se bebió, y se disfrutó; y Kamaralzamán y Sett Budur llegaron
al colmo de sus anhelos, y se amaron recíprocamente durante mucho tiempo
entre fiestas, bendiciendo á Alah el Bienhechor.

Pero una noche, después de cierto festín al cual habían sido invitados
los principales personajes de las islas exteriores é interiores, y
cuando Kamaralzamán había disfrutado de manera todavía más grata que la
acostumbrada de las suntuosidades de su esposa, tuvo, dormido ya, un
sueño en el cual vió á su padre, el rey Schahramán, que se le aparecía
con la cara bañada en llanto, y le decía tristemente: «¿Cómo me
abandonas así, ya Kamaralzamán? ¡Mira! ¡Voy á morir de dolor!»

Entonces Kamaralzamán se despertó sobresaltado, y despertó también á su
esposa, y empezó á exhalar hondos suspiros. Y Sett Budur, ansiosa, le
preguntó: «¿Qué te pasa, ojos míos? Si te duele el vientre, te haré en
seguida un cocimiento de anís é hinojo. Y si te duele la cabeza, te
pondré en la frente paños de vinagre. Y si has comido demasiado por la
noche, te colocaré encima del estómago un panecillo caliente envuelto en
una servilleta, y te daré á beber un poco de agua de rosas mezclada con
jugo de otras flores...»

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 206.ª NOCHE_

     Ella dijo:

»...y te daré á beber un poco de agua de rosas mezclada con jugo de
otras flores.» Kamaralzamán contestó: «Tenemos que marcharnos mañana ¡oh
Budur! á mi país, cuyo rey, mi padre, está enfermo. Acaba de
aparecérseme en sueños, y me aguarda allá llorando.» Budur contestó:
«¡Escucho y obedezco!» Y aunque todavía era de noche, se levantó en
seguida y fué en busca de su padre, el rey Ghayur, que estaba en el
harén, y á quien con el eunuco mandó recado de que tenía que hablarle.

El rey Ghayur, al ver aparecer la cabeza del eunuco á aquellas horas, se
quedó estupefacto, y le dijo: «¿Qué desastre vienes á anunciarme, ¡oh
cara de alquitrán!?» El eunuco contestó: «La princesa Budur desea hablar
contigo.» Él contestó: «Aguarda que me ponga el turbante.» Después de lo
cual salió, y dijo á Budur: «Hija mía, ¿qué clase de pimienta has
tragado, para estar en movimiento á estas horas?» Ella contestó: «¡Oh
padre mío! Vengo á pedirte permiso para salir al amanecer hacia el país
de Khaledán, reino del padre de mi esposo Kamaralzamán.» El rey dijo:
«No me opongo, con tal de que vuelvas pasado un año.» Ella dijo: «¡Si,
por cierto!» Y dió gracias á su padre por el permiso, besándole la mano,
y llamó á Kamaralzamán, que también le dió las gracias.

Y al amanecer del día siguiente estaban hechos los preparativos,
enjaezados los caballos y cargados los dromedarios y camellos. Entonces
el rey Ghayur se despidió de su hija Budur y la recomendó mucho á su
esposo, y les regaló numerosos presentes de oro y diamantes, y los
acompañó durante algún tiempo. Tras de lo cual regresó á la ciudad, no
sin haberles encargado, llorando, que se cuidaran mucho, y les dejó
seguir su camino.

Entonces Kamaralzamán y Sett Budur, después del llanto de la despedida,
no pensaron más que en la alegría de ver al rey Schahramán. Y viajaron
el primer día, y el segundo, y el tercero, y así sucesivamente hasta el
día trigésimo. Llegaron entonces á un prado muy agradable, que les gustó
hasta el punto de que mandaron armar el campamento allí para descansar
un día ó dos. Y no bien estuvo dispuesta y armada junto á una palmera la
tienda de Sett Budur, cansada ésta, entró en seguida en ella, tomó un
bocado y no tardó en dormirse.

Cuando Kamaralzamán acabó de dar órdenes y de mandar armar las otras
tiendas mucho más lejos, para que él y Budur pudieran disfrutar del
silencio y la soledad, penetró á su vez en la tienda, y vió dormida á su
joven esposa. Y al verla se acordó de la primera noche milagrosa pasada
con ella en la torre.

Porque en aquel momento Sett Budur aparecía tendida en la alfombra de la
tienda, colocada la cabeza en un almohadón de seda escarlata. No tenía
encima más que una camisa de color claro, de gasa fina, y el ancho
calzón de tela de Mosul. Y de cuando en cuando la brisa entreabría hasta
el ombligo la ligera camisa, y todo el hermoso vientre surgía blanco
como la nieve, ostentando en los sitios delicados hoyuelos lo bastante
anchos para contener cada uno una onza de nuez moscada.

Y Kamaralzamán, encantado, no pudo dejar de recordar estos versos
deliciosos del poeta:

     _¡Cuando duermes en la púrpura, tu rostro claro es como la aurora,
     y tus ojos como los cielos marinos!_

     _¡Cuando tu cuerpo, vestido de narcisos y rosas, se yergue ó se
     alarga flexible, no lo igualaría la palmera que crece en Arabia!_

     _¡Cuando tu fina cabellera, en la cual arden las pedrerías, cae
     maciza ó se despliega leve, no hay seda que valga lo que su tejido
     natural!_

Después recordó asimismo este poema admirable, que acabó de llevarle al
límite del éxtasis:

     _¡Durmiente! ¡Magnífica es la hora en que las palmas abiertas beben
     la claridad! ¡Mediodía sin aliento! ¡Un zángano de oro aspira una
     rosa desfallecida! ¡Sueñas! ¡Sonríes! ¡No te muevas!_

     _¡No te muevas! ¡Tu delicada piel dorada colorea con sus reflejos
     la gasa diáfana; y los rayos del sol, vencedores de las palmas, te
     penetran, ¡oh diamante! y al atravesarte te iluminan! ¡Ah! ¡No te
     muevas!_

     _¡No te muevas! ¡Deja respirar así á tus senos, que se alzan y
     descienden como las olas del mar! ¡Oh! ¡Tus senos nevados! ¡Quiero
     aspirarlos como la espuma marina y la sal blanca! ¡Ah! ¡Deja
     respirar á tus senos!_

     _¡Deja respirar á tus senos! ¡El arroyo risueño reprime sus risas;
     el zángano interrumpe su zumbido en la flor; y mi mirada quema las
     dos uvas color granate de tus pechos! ¡Oh! ¡Deja que mis ojos
     ardan!_

     _¡Deja que mis ojos ardan! ¡Pero que mi corazón se ensanche bajo
     las palmas afortunadas, con tu cuerpo macerado en las rosas y el
     sándalo, con todo el beneficio de la soledad y la frescura del
     silencio!_

Después de haber recitado estos versos, Kamaralzamán sintió ardiente
deseo de su esposa dormida, de la cual no podía cansarse, así como el
sabor fresco del agua pura es siempre delicioso para el paladar del
sediento. Inclinóse, pues, hacia ella, y le desató el cordón de seda que
le sujetaba el calzón; y alargaba ya la mano hacia la sombra cálida de
los muslos, cuando notó que un cuerpecillo duro le rodaba por entre los
dedos. Lo cogió, y vió que era una cornalina atada á una hebra de seda
precisamente encima del valle de las rosas. Y Kamaralzamán quedó muy
asombrado, y dijo para sí: «¡Si esta cornalina no tuviera virtudes
extraordinarias y no fuera un objeto muy querido para Budur, no la
habría conservado con tanto esmero, ni la habría ocultado precisamente
en el sitio más precioso de su cuerpo! ¡Será para no separarse de ella!
¡Sin duda le ha debido dar esta piedra su hermano Marzauán para
preservarla del mal de ojo y los abortos!»

Luego Kamaralzamán, sin proseguir las caricias empezadas, sintió tal
tentación de examinar mejor la piedra, que desató la seda que la
sujetaba, la sacó, y salió de la tienda para mirarla á la luz. Y vió que
la cornalina, tallada en cuatro facetas, estaba grabada con caracteres
talismánicos y figuras desconocidas. Y al colocársela á la altura de los
ojos para examinar mejor sus pormenores, un ave grande se precipitó de
pronto desde lo alto de los aires, y en un giro rápido como el
relámpago, se la arrancó de la mano...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 207.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...y en un giro rápido como el relámpago, se la arrancó de la mano.
Después fué á posarse, algo más lejos, en la copa de un árbol alto, y le
miró inmóvil y burlona, sujetando con el pico el talismán.

Ante aquel desastroso accidente la estupefacción de Kamaralzamán fué tan
honda, que abrió la boca y estuvo largo rato sin poder moverse, pues á
su vista pasó todo el dolor con que presentía afligida á Budur al saber
la pérdida de una cosa que indudablemente debía estimar mucho. Así es
que Kamaralzamán, repuesto de su sorpresa, no vaciló un instante. Cogió
una piedra y corrió hacia el árbol en que se había posado el ave. Llegó
á la distancia necesaria para tirarle la piedra al ladrón, y ya
levantaba la mano apuntándole, cuando el ave saltó del árbol y fué á
posarse en otro algo más lejano. Entonces Kamaralzamán la persiguió, y
el ave voló y fué al tercer árbol. Y Kamaralzamán dijo para sí: «¡Ha
debido ver que llevo una piedra en la mano! Voy á tirarla para que
comprenda que no quiero hacerle daño.» Y tiró la piedra á lo lejos.

Cuando el ave vió que Kamaralzamán tiraba la piedra, saltó al suelo,
pero manteniéndose de todos modos á cierta distancia. Y Kamaralzamán
pensó: «¡Ahí me está esperando!» Y se acercó á ella con rapidez, pero al
ir á tocarla con la mano, el ave saltó algo más lejos. Y Kamaralzamán
saltó detrás de ella. Y el ave saltó y Kamaralzamán saltó, y el ave
saltó y Kamaralzamán saltó, y así sucesivamente, horas y horas, de valle
en valle y de collado en collado, hasta que anocheció. Entonces
Kamaralzamán exclamó: «¡No hay más recurso que en Alah Todopoderoso!» Y
se paró, sin aliento. Y el ave también se paró, pero algo más lejos, en
la cima de un montecillo.

En aquel momento, Kamaralzamán notó humedad en la frente, más de
desesperación que de cansancio, y pensó que tal vez haría mejor en
regresar al campamento. Pero dijo para sí: «Mi amada Budur sería capaz
de morirse de pena si le anunciase la pérdida irremediable de este
talismán, de virtudes desconocidas para mí, pero que para ella deben ser
esenciales. Y además, si me volviera ahora que la niebla es tan densa,
me expondría á extraviarme ó á que me atacasen las alimañas nocturnas.»
Sumido entonces en pensamientos tan desconsoladores, no sabía qué
resolución tomar, y se tendió en el suelo, llegando al límite del
aniquilamiento. Pero no dejó de observar al ave, cuyos ojos brillaban de
una manera extraña en la oscuridad; y cada vez que hacía un ademán ó se
levantaba pensando sorprenderla, el ave sacudía las alas y daba un
chillido como para avisarle que le veía. De modo que Kamaralzamán,
vencido por la fatiga y la emoción, se dejó dominar del sueño hasta por
la mañana. Y en cuanto despertó, decidió pillar á todo trance al ave
ladrona, y empezó á perseguirla; y se repitió la misma carrera, con
igual resultado que en la víspera. Y Kamaralzamán, cuando anocheció,
empezó á golpearse, exclamando: «¡La perseguiré mientras me quede un
hálito de vida!» Y recogió algunas plantas y hierbas, conformándose con
alimentarse de ellas. Y se durmió, acechando al ave, y acechado también
por los ojos que brillaban en la oscuridad.

Y al día siguiente se reprodujo la misma persecución, y así continuaron
hasta el décimo día, desde por la mañana hasta por la noche; pero al
amanecer el undécimo día, atraído sin cesar por el vuelo del ave,
Kamaralzamán llegó á las puertas de una ciudad situada junto al mar.
Entonces se paró el ave, dejó la cornalina talismánica en el suelo,
delante de él, lanzó tres gritos que significaban «Kamaralzamán», volvió
á coger la cornalina con el pico, se elevó por el aire, siguió subiendo
y alejándose, y desapareció por encima del mar.

Al ver aquello, Kamaralzamán se sintió presa de una ira tal, que se tiró
al suelo de bruces, y lloró durante largo rato, sacudido por los
sollozos.

Pasadas algunas horas en tal estado de angustia, se decidió á
levantarse, y fué hasta el arroyo que corría cerca de allí para lavarse
las manos y la cara y hacer sus abluciones; después se encaminó á la
ciudad, pensando en el dolor de su amada Budur y en todas las
suposiciones que estaría haciendo sobre su desaparición y la del
talismán. Y se recitaba poemas acerca de la separación y las penas de
amor, como el siguiente, entre otros mil:

     _Para no escuchar á los envidiosos que me censuraban y me decían:
     ¡Sufres porque amas á un ser demasiado hermoso! ¡Quien es tan
     hermoso como ese ser, se antepone á todo amor!_

     _Para no escucharlos, me he tapado todas las aberturas de los
     oídos, y les he dicho: ¡Lo he escogido entre mil, es verdad!
     ¡Cuando el Destino nos tiene en su poder, perdemos la vista y
     hacemos la elección entre tinieblas!_

Después Kamaralzamán traspuso las puertas y entró en la ciudad. Empezó á
andar por las calles, sin que ninguno de los numerosos habitantes con
quienes se cruzaba le mirara con afabilidad, como acostumbran á hacer
los musulmanes con los extranjeros. Siguió, pues, su camino, y llegó de
tal modo á la puerta opuesta de la ciudad, por la cual se salía para ir
á los jardines.

Como encontró abierta la puerta de un jardín más grande que los demás,
entró en él, y vió que se le acercaba el jardinero, que fué el primero
que le saludó, según la fórmula de los musulmanes. Y Kamaralzamán
correspondió á sus deseos de paz, y respiró á gusto oyendo hablar en
árabe. Y después del cambio de zalemas, Kamaralzamán preguntó al viejo:
«Pero ¿por qué tienen unas caras tan hurañas y unas maneras tan frías,
tan heladas y tan poco hospitalarias todos esos habitantes?» El buen
anciano contestó: «¡Bendito sea Alah, hijo mío, por haberte sacado sin
detrimento de sus manos! Los que habitan en esta ciudad son invasores
procedentes de los países negros de Occidente; llegaron un día por mar,
desembarcando de improviso, y mataron á todos los musulmanes que vivían
en nuestra ciudad. Adoran cosas extraordinarias é incomprensibles;
hablan en un lenguaje oscuro y bárbaro, y comen cosas podridas que
huelen mal, como el queso corrompido y la caza pasada; y no se lavan
nunca, porque al nacer, unos hombres muy feos y vestidos de negro les
riegan el cráneo con agua, y esta ablución, acompañada por ademanes
extraños, les dispensa de cualquiera otra ablución durante el resto de
sus días. De modo que esta gente, para no sentir nunca la tentación de
lavarse, empezaron por destruir todo hammam y toda fuente pública, y en
el lugar que ocupaban edificaron tiendas servidas por zorras, que venden
como bebida un líquido amarillo con espuma, que debe ser de orines
fermentados, ó cosa peor todavía. En cuanto á sus mujeres, ¡oh hijo mío!
son la calamidad más abominable. Tampoco se lavan, lo mismo que los
hombres; pero en cambio se blanquean la cara con cal apagada y
cascarones de huevo pulverizados; además, tampoco llevan paño ni
pantalón que las libre por abajo del polvo del camino; así es que
resulta pestilente acercarse á ellas, y todo el fuego del infierno no
bastaría á limpiarlas. He aquí, hijo mío, entre qué gente acabo una
existencia que me costó gran trabajo salvar del desastre. ¡Pues aquí
donde me ves, soy el único musulmán que queda vivo! ¡Pero demos gracias
al Altísimo, que nos hizo nacer con creencias tan puras como el cielo
del cual proceden!»

Dichas estas palabras, el jardinero se figuró, por el aspecto cansado
del joven, que debía de tener hambre; le llevó á su modesta casa, al
fondo del jardín, y con sus propias manos le dio de comer y beber.
Después de lo cual le interrogó discretamente por la causa de su
llegada...

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]

_PERO CUANDO LLEGÓ
LA 208.ª NOCHE_

     Ella dijo:

...por la causa de su llegada.

Kamaralzamán, lleno de agradecimiento á la bondad del jardinero, no le
ocultó nada de su historia, y acabó su relato prorrumpiendo en llanto.

El viejo hizo cuanto pudo por consolarle, y le dijo: «Hijo mío, la
princesa Budur te habrá precedido seguramente en el reino de tu padre,
el país de Khaledán. Aquí en mi casa encontrarás buena acogida, asilo y
reposo, hasta que algún día Alah envíe una nave que pueda transportarte
á la isla más cerca de aquí, que se llama la isla de Ébano. Y entonces,
como de la isla de Ébano hasta el país de Khaledán la distancia no es
muy grande, encontrarás muchos barcos para llegar á él. De modo que
desde hoy iré diariamente al puerto hasta que encuentre un mercader que
consienta en hacer contigo el viaje á la isla de Ébano, pues para
encontrar uno que quisiera ir al país de Khaledán, habría que aguardar
años y años.»

Y el jardinero no dejó de hacerlo como había dicho; pero pasaron días y
meses sin que pudiese encontrar un barco que saliera para la isla de
Ébano.

Esto en cuanto á Kamaralzamán.

       *       *       *       *       *

Pero respecto á Sett Budur, le ocurrieron cosas tan maravillosas y
sorprendentes, ¡oh rey afortunado! que me apresuro á hablarte de ella.
¡Verás!

Efectivamente, en cuanto Sett Budur se despertó, su primer movimiento
fué abrir los brazos para estrechar entre ellos á Kamaralzamán. Y su
asombro fué grande al no encontrarle á su lado, y extraordinaria su
sorpresa al enterarse de que el calzón se le había desatado y el cordón
de seda había desaparecido con la cornalina talismánica. Pero creyó que
Kamaralzamán, que todavía no la había visto, la habría sacado afuera
para mirarla mejor. Y aguardó pacientemente.

Cuando, pasado un buen rato, vió que Kamaralzamán no volvía, empezó á
alarmarse mucho, y pronto apoderóse de ella una aflicción inconcebible.
Y cuando llegó la noche sin que hubiera regresado Kamaralzamán, ya no
supo qué pensar de aquella desaparición, pero dijo para sí: «¡Ya Alah!
¿Qué cosa tan extraordinaria habrá podido obligar á Kamaralzamán á
alejarse, cuando no puede pasar una hora apartado de mí? Pero ¿por qué
se habrá llevado el talismán? ¡Ah! ¡Maldito talismán! ¡tú eres la causa
de nuestra desdicha! ¡Y á ti, maldito Marzauán, confúndate Alah por
haberme regalado una cosa tan funesta!»

Pero cuando Sett Budur vió que pasados dos días no regresaba su esposo,
en vez de aturdirse, como lo habría hecho cualquier mujer en tales
circunstancias, encontró dentro de la desgracia una firmeza de la cual
no suelen estar provistas las personas de su sexo. Nada quiso decir á
nadie respecto á su desaparición, por temor á que sus esclavas la
traicionasen ó la sirvieran mal; ocultó su dolor dentro del alma, y
prohibió á la doncella que la acompañaba que dijera palabra de ello.
Después, como sabía que se parecía perfectamente á Kamaralzamán,
abandonó en seguida su traje de mujer, cogió de un cajón la ropa de
Kamaralzamán, y empezó á vestírsela.

Lo primero que se puso fué un hermoso ropón rayado, bien ajustado á la
cintura, y que dejaba el cuello al aire; se ciñó un cinturón de
filigrana de oro, en el cual colocó un puñal con mango de jade
incrustado de rubíes; envolvióse la cabeza en un pañuelo de seda de
muchos colores, que se apretó á la frente con una triple cuerda de pelo
sedoso de camello joven, y hechos tales preparativos, cogió un látigo,
cimbreó la cintura, y mandó á su esclava que se vistiera con la ropa que
Budur acababa de quitarse, y que anduviera detrás de ella. De tal modo,
todo el mundo, al ver á la doncella, podía decir: «¡Es Sett Budur!»
Salió entonces de la tienda, y dió la señal de marcha.

Sett Budur, disfrazada de Kamaralzamán, se puso á viajar, seguida por su
escolta, durante días y noches, hasta que llegó á una ciudad situada á
orillas del mar. Entonces mandó armar las tiendas á las puertas de la
plaza, y preguntó: «¿Cuál es esta ciudad?» Y le contestaron: «Es la
capital de la isla de Ébano.» Preguntó otra vez: «¿Cuál es su rey?» Y
contestaron: «Se llama el rey Armanos.» Volvió á preguntar: «¿Tiene
hijos?» Y le contestaron: «Tiene sólo una hija, la virgen más hermosa
del reino, y su nombre es Hayat-Alnefus...»[E].

     En este momento de su narración, Schahrazada vió aparecer la
     mañana, y se calló discretamente.

[Illustration]




[Illustration]




ÍNDICE


                                                               Páginas

HISTORIA ENCANTADORA DE LOS ANIMALES Y DE
LAS AVES                                                          9-66

Empieza en la 146.ª noche y termina en la 151.ª, y contiene:

CUENTO DE LA OCA, EL PAVO REAL Y LA PAVA REAL                     9-27

EL PASTOR Y LA JOVEN                                             28-32

CUENTO DE LA TORTUGA Y EL MARTÍN PESCADOR                        32-37

CUENTO DEL LOBO Y EL ZORRO                                       37-50

Se encuentra intercalado:

EL CUENTO DEL HALCÓN Y LA PERDIZ                                 44-45

CUENTO DEL RATÓN Y LA COMADREJA                                  51-53

CUENTO DEL CUERVO Y EL GATO DE ALGALIA                           53-55

CUENTO DEL CUERVO Y EL ZORRO                                     55-66

Comprende intercalado:

LA PULGA Y EL RATÓN                                              57-63

EL BUITRE                                                           64

EL GORRIÓN                                                       65-66

HISTORIA DE ALÍ BEN-BEKAR Y LA BELLA SCHAMSENNAHAR              69-143

Empieza en la 152.ª noche y termina al final de la 169.ª

HISTORIA DE KAMARALZAMÁN Y LA PRINCESA BUDUR,
LA LUNA MÁS BELLA ENTRE TODAS LAS
LUNAS                                                          145-240

Comprende en este tomo desde la 170.ª noche hasta la 208.ª


NOTAS:

[A] Sol de un día hermoso.

[B] Obsérvese que desde este momento el joyero es quien hace el relato,
sin transición.

[C] La Luna del Siglo.

[D] Como las noches anteriores ocupan cada una pocos renglones en el
texto árabe, he suprimido las indicaciones de su orden numérico para no
interrumpir el relato con demasiada frecuencia. Lo mismo procederé en
adelante, siempre que se presente el mismo caso.--_N. del T._

[E] Vida de las Almas.








*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK EL LIBRO DE LAS MIL NOCHES Y UNA NOCHE; T.6 ***


    

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1.F.4. Except for the limited right of replacement or refund set forth
in paragraph 1.F.3, this work is provided to you ‘AS-IS’, WITH NO
OTHER WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT
LIMITED TO WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE.

1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied
warranties or the exclusion or limitation of certain types of
damages. If any disclaimer or limitation set forth in this agreement
violates the law of the state applicable to this agreement, the
agreement shall be interpreted to make the maximum disclaimer or
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remaining provisions.

1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the
trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone
providing copies of Project Gutenberg™ electronic works in
accordance with this agreement, and any volunteers associated with the
production, promotion and distribution of Project Gutenberg™
electronic works, harmless from all liability, costs and expenses,
including legal fees, that arise directly or indirectly from any of
the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this
or any Project Gutenberg™ work, (b) alteration, modification, or
additions or deletions to any Project Gutenberg™ work, and (c) any
Defect you cause.

Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg™

Project Gutenberg™ is synonymous with the free distribution of
electronic works in formats readable by the widest variety of
computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It
exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations
from people in all walks of life.

Volunteers and financial support to provide volunteers with the
assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg™’s
goals and ensuring that the Project Gutenberg™ collection will
remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
and permanent future for Project Gutenberg™ and future
generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary
Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org.

Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation

The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit
501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
Revenue Service. The Foundation’s EIN or federal tax identification
number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
U.S. federal laws and your state’s laws.

The Foundation’s business office is located at 809 North 1500 West,
Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up
to date contact information can be found at the Foundation’s website
and official page at www.gutenberg.org/contact

Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg
Literary Archive Foundation

Project Gutenberg™ depends upon and cannot survive without widespread
public support and donations to carry out its mission of
increasing the number of public domain and licensed works that can be
freely distributed in machine-readable form accessible by the widest
array of equipment including outdated equipment. Many small donations
($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
status with the IRS.

The Foundation is committed to complying with the laws regulating
charities and charitable donations in all 50 states of the United
States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
with these requirements. We do not solicit donations in locations
where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state
visit www.gutenberg.org/donate.

While we cannot and do not solicit contributions from states where we
have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
against accepting unsolicited donations from donors in such states who
approach us with offers to donate.

International donations are gratefully accepted, but we cannot make
any statements concerning tax treatment of donations received from
outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.

Please check the Project Gutenberg web pages for current donation
methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
ways including checks, online payments and credit card donations. To
donate, please visit: www.gutenberg.org/donate.

Section 5. General Information About Project Gutenberg™ electronic works

Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
Gutenberg™ concept of a library of electronic works that could be
freely shared with anyone. For forty years, he produced and
distributed Project Gutenberg™ eBooks with only a loose network of
volunteer support.

Project Gutenberg™ eBooks are often created from several printed
editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper
edition.

Most people start at our website which has the main PG search
facility: www.gutenberg.org.

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including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
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