Traidor, inconfeso y martir : Drama histórico en tres actos y en verso

By Zorrilla

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Title: Traidor, inconfeso y martir
        Drama histórico en tres actos y en verso

Author: José Zorrilla

Release date: May 12, 2025 [eBook #76073]

Language: Spanish

Original publication: Madrid: R. Velasco, Impresor, Marqués de Santa Ana, 11, dup.º, 1917

Credits: Ramón Pajares Box. (This book was produced from images generously made available by The Internet Archive / University of North Carolina at Chapel Hill.)


*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK TRAIDOR, INCONFESO Y MARTIR ***


NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han
    convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos.

  * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
    las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.

  * Las abreviaturas y los nombres de los personajes han sido expandidos
    para mayor facilidad de lectura.

  * Los leísmos y laísmos que no afectan a la rima han sido corregidos.

  * Las páginas en blanco han sido eliminadas.




TRAIDOR, INCONFESO Y MÁRTIR




Los comisionados y representantes de la _Sociedad de Autores Españoles_
son los encargados exclusivamente de conceder o negar el permiso de
representación y del cobro de los derechos de propiedad.

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pour tous les pays, y compris la Suède, la Norvège et la Hôllande.

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  TRAIDOR, INCONFESO Y MÁRTIR

  DRAMA HISTÓRICO
  en tres actos y en verso
  _escrito expresamente_
  PARA EL BENEFICIO DE DOÑA MATILDE DÍEZ

  POR
  DON JOSÉ ZORRILLA


  OCTAVA EDICIÓN


  MADRID
  R. Velasco, Impresor, Marqués de Santa Ana, 11, dup.º
  TELÉFONO, NÚMERO 551
  1917




REPARTO


  PERSONAJES                  ACTORES

  DOÑA AURORA                 Doña Matilde Díez.
  GABRIEL ESPINOSA            Don Julián Romea.
  DON RODRIGO DE SANTILLANA,
  alcalde de casa y corte     Don Antonio Barroso.
  DON CÉSAR DE SANTILLANA,
  capitán de jinetes del
  primer tercio de Flandes    Don Florencio Romea.
  ARBUÉS                      Don Patricio Sobrado.
  BURGOA Y NAO D’ANDRADE
  EL MARQUÉS DE TAVIRA
  EL DOCTOR N.
  UN ESCRIBANO
  UN ALGUACIL
  UN CRIADO DE BURGOA
  _Alguaciles, soldados y criados_


La escena en los dos primeros actos, pasa en una posada de Valladolid,
y en el tercero en Medina del Campo, en el año 1594 de N. S. J. C.




ACTO PRIMERO


Antesala de una posada de Valladolid. Puerta en el fondo, que da al
exterior. Dos a la izquierda, que dan al interior. Ventana a la derecha.


ESCENA PRIMERA

BURGOA, que aparece; un CRIADO, que sale por el fondo.

CRIADO

    Señor amo.

BURGOA

    ¿Qué hay?

CRIADO

    Un hombre.

BURGOA

    ¿Qué quiere?

CRIADO

    Veros.

BURGOA

    Que pase.

CRIADO

    Entrad aquí, seor hidalgo.


ESCENA II

BURGOA y el MARQUÉS, embozado.

MARQUÉS

    Buenas noches.

BURGOA

    Dios le guarde.

MARQUÉS

    ¿Eres tú el huésped?

BURGOA

    Yo soy.

MARQUÉS

    ¿Luis Burgoa?

BURGOA

    Y Nao d’Andrade.

MARQUÉS

    ¿Portugués?

BURGOA

                Lo canta el nombre:
    De Alfontes en el Algarbe.

MARQUÉS

    Paisanos somos.

BURGOA

                    ¿Sois vos
    también?...

MARQUÉS

    Escúchame y cállate.

BURGOA

    Callo y escucho.

MARQUÉS

                     Esta noche
    vendrá a pedirte hospedaje
    en esta posada un hombre,
    cuyas señas voy a darte
    para que no le equivoques.
    Edad, cuarenta años; traje
    negro, cabello rapado,
    barba crecida, semblante
    pálido, mirada de águila,
    sonrisa triste, andar grave.

BURGOA

    Con tantas señas, señor,
    que le equivoque no es fácil.

MARQUÉS

    Aún faltan más; una dama
    en su compañía trae
    de apenas diecisiete años,
    y haciendo veces de paje,
    viene sirviéndoles a ambos
    un veterano de Flandes,
    en quien, por más que se afana
    por tosco labriego en darse,
    se revelan a la legua
    las costumbres militares.
    Lo mismo sea sentirles
    a tus puertas acercarse,
    con luz y sombrero en mano
    saldrás hasta los umbrales:
    mandarás de sus caballos
    cuidar, y sus equipajes
    subir a los aposentos
    mejores que puedas darles.
    Les servirás a su antojo
    los más sabrosos manjares,
    y los vinos más añejos,
    y entretanto que ocuparen
    cuarto en tu posada, en ella
    no recibirás a nadie.
    Yo toda entera la alquilo
    para ellos. Ahí va parte
    del gasto que hacerte puedan;
    cuando esa suma se acabe,
    te rellenaré esa bolsa:
    lo que sobre, para gajes
    del huésped y de los mozos.
    Adiós, y silencio, Andrade.

BURGOA

    Un momento, caballero,
    ¿Y si ese hombre preguntare
    quién paga su gasto?

MARQUÉS

                          Nada
    digas.

BURGOA

           ¿Y si se obstinase
    en saberlo?

MARQUÉS

                Guardarás
    silencio, y la cuenta al darme,
    tu silencio y sus porfías
    pondrás como cantidades
    en guarismos, y yo solo
    veré las sumas totales.
    Pero ten cuenta, Burgoa:
    porque el oro que aquí ganes
    crecerá con tu prudencia
    y te se irá con tu sangre;
    porque indiscreciones de oro
    con hierro es bien que se atajen,
    y fortuna que se canta
    siempre se la lleva el aire.

BURGOA

    Señor...

MARQUÉS

             Adiós, que no quiero
    que aquí si llegan me hallen.
    (_Vase_).


ESCENA III

BURGOA; después DON CÉSAR

BURGOA

    ¡Aventura más extraña!
    alguna apuesta, algún lance
    de amor: pero ¿qué me importa
    a mí? Lo que es indudable
    es que el bolsillo está lleno
    de doblillas; ¿para gajes
    las que sobren? ¡Bah! lo menos
    ciento por veinte. Adelante.

DON CÉSAR

    (_Saliendo_).
    Buenas noches.

BURGOA

    ¿Qué se ofrece?

DON CÉSAR

    Hablar con el dueño.

BURGOA

                         Habladle.

DON CÉSAR

    ¿Eres tú?

BURGOA

              Yo mismo.

DON CÉSAR
                        ¿Estamos
    solos?

BURGOA

           Sí.

DON CÉSAR

               Atento estame.
    Tres personas a tu puerta
    vendrán muy pronto a apearse;
    un hombre galán, de pálido
    rostro y de noble talante,
    una dama tan hermosa
    como pintan a los ángeles,
    y un escudero que tiene
    mezcla de asistente y paje.
    Dale lo mejor que tengas,
    como a príncipes regálales:
    lo que no poseas, cómpralo,
    y en el precio no repares.
    Ahí tienes doscientos pesos
    en oro: cuando los gastes
    en su servicio, me pides
    más, y si sobran, por gajes
    te los embolsas, con ceros
    sumas y cuentas cabales.

BURGOA

    Caballero, perdonad:
    pero habéis llegado tarde.

DON CÉSAR

    No te entiendo.

BURGOA

                    Un embozado
    que salía cuando entrabais
    os ha ganado la mano;
    y para esos personajes
    por quien os interesáis,
    con palabras semejantes
    a las vuestras ha alquilado
    y pagado el hospedaje
    de mi casa con el oro
    de este bolsillo: miradle.

DON CÉSAR

    ¿Y quién es ese embozado?

BURGOA

    No le conozco.

DON CÉSAR

                   ¿Su traje,
    su porte, ni sus palabras
    indicios no pueden darte
    de quién sea?

BURGOA

                  No, señor
    militar; ni su semblante
    vi jamás, ni haber oído
    recuerdo en ninguna parte
    su voz.

DON CÉSAR

    ¿Es joven o viejo?

BURGOA

    ¿No le habéis visto?

DON CÉSAR

                         En la calle
    estaba ya cuando yo
    llegaba a tu puerta, y casi
    no puse atención en él.

BURGOA

    Es un señor respetable,
    de barba gris, noble y rico.

DON CÉSAR

    ¿Noble y rico? ¿De qué sabes
    que lo es si no le conoces?

BURGOA

    Dan en él lo muy bastante
    a conocer la riqueza,
    su oro y modo de darle,
    y la nobleza, además,
    de su tono y de sus frases,
    el aroma que se exhala
    de su valona y sus guantes.

DON CÉSAR

    Pues, señor, ¡cómo ha de ser!
    Dijiste bien, llego tarde.
    Réstame, pues, solamente
    mis ofertas reiterarte:
    emplea ese oro a gusto
    de quien lo da, y lo que falte
    yo lo abono: y a otra cosa,
    que el tiempo vuela. Melquiades,
    acomoda los caballos
    en la cuadra.

BURGOA

                  Dispensadme,
    capitán; no puede ser.

DON CÉSAR

    ¿Por qué?

BURGOA

             Porque no hay vacante
    un solo pesebre en ella.

DON CÉSAR

    Pues en ese caso dame
    un cuarto a mí y una cama,
    y que se vaya Melquiades
    con los caballos.

BURGOA

                      Tampoco
    puedo serviros.

DON CÉSAR

                    ¡Bergante!
    ¿Intentas burlas conmigo?

BURGOA

    ¡Dios me libre de burlarme
    de tan gallardo mancebo!
    Mas tengo orden terminante
    de aquel embozado incógnito
    de no recibir a nadie
    por esta noche en mi casa,
    más que a ellos. Excusadme,
    pues, capitán.

DON CÉSAR

    (_Se sienta_).
                   Pues entonces
    dame un bocado que el hambre
    me satisfaga y un trago
    que me remoje las fauces.

BURGOA

    Señor, todo está comprado,
    y nos cansamos en balde.
    Pues que por esos viajeros
    os interesáis, dejadles
    libre la casa, y no hagáis
    que yo a mi palabra falte.

DON CÉSAR

    El caso es que a mí me importa
    en esta casa quedarme
    por esta noche, y es fuerza
    que me quede.

BURGOA

                  Pues en grave
    compromiso me ponéis
    si os quedáis, y por mi parte
    por cuantos medios me ocurran
    estoy dispuesto a evitarle.

DON CÉSAR

    ¿De modo que te propones
    en la plazuela plantarme
    en una noche como esta,
    con frío tal, oro y hambre?

BURGOA

    Sí, señor.

DON CÉSAR

               ¿Sin más razones?

BURGOA

    Os llevo dadas bastantes.

DON CÉSAR

    Pues señor, lo siento mucho;
    mas fuerza es que te se alcance,
    pues no eres tonto, que cuando
    muestro empeño semejante
    en hospedarme en tu casa,
    no vine para marcharme
    de ella otra vez despedido
    como un buhonero errante.

BURGOA

    Pues mirad cómo ha de ser.

DON CÉSAR

    Así: toma, y lee si sabes.
    (_Le da un papel_).

BURGOA

    ¿Y qué es esto?

DON CÉSAR

                    Lee.

BURGOA

    (_Leyendo_).
                         «Dará
    Luis Burgoa Nao d’Andrade
    alojamiento en su casa
    número dos de la calle
    de la Antigua, al capitán
    del primer tercio de Flandes
    don César de Santillana,
    con seis jinetes».

DON CÉSAR

                        Cabales.
    Burgoa, en nombre del rey
    vas a ofrecerme de balde
    lo que por oro me niegas.

BURGOA

    La boleta haré que os cambien
    a cualquier costa.

DON CÉSAR

                       Será
    trabajo inútil; es tarde.

BURGOA

    No importa, tengo dineros
    y muy buenas amistades
    hoy en el Ayuntamiento.

DON CÉSAR

    Pues Burgoa, no las canses
    inútilmente esta noche;
    porque a más de que es mi padre
    juez de la chancillería,
    y de casa y corte alcalde,
    tengo seis hombres
    y un escudero, incapaces
    de obedecer otras órdenes
    que las que yo quiera darles,
    que del umbral de la puerta
    no permitirán que pases.
    Conque cede a mis razones,
    que son a fe terminantes,
    y dame luz, cena y cuarto,
    que con ese personaje
    misterioso, seré yo
    solamente el responsable
    de todo, en nombre del rey.

BURGOA

    Callo al rey.

DON CÉSAR

                  Y muy bien haces,
    que contra el rey nadie es cuerdo
    en oponerse. Melquiades,
    toma luz y desensilla
    a Bayardo: a acomodarme
    voy en algún cuarto bajo,
    para que cuando llegaren
    esos huéspedes, en casa
    ya pagada no me hallen.

BURGOA

    Capitán, pues no hay remedio,
    yo os ruego, con la más grande
    humildad, que os alojéis
    en una sala que cae
    al huerto que tengo a espalda
    de la casa.

DON CÉSAR

                Que me place
    te digo el alojamiento.
    Vamos allá.

BURGOA

    (_Los dos a la puerta_).
                Hacia esta parte
    y en el fin del corredor
    veréis una puerta grande
    que da sobre esta escalera:
    tomad el farol que arde
    en el descanso; bajadla,
    y Andrés os dará la llave
    de vuestro cuarto, y decidle
    que a vuestras gentes os llame.
    Yo os enviaré buena cena
    y fuego.

DON CÉSAR

             Dios te lo pague.
    (_Vase_).


ESCENA IV

BURGOA; después DON RODRIGO

BURGOA

    Santillana y capitán,
    y de los tercios de Flandes
    y con la boleta en regla
    y espada de gavilanes,
    ¿quién le resiste? El incógnito
    se hará cargo del percance,
    y tendrá su compañía
    que sufrir y resignarse.
    Contra el rey nadie es valiente.

DON RODRIGO

    (_Entrando_).
    ¡Ah de esta casa!

BURGOA

                      Adelante.

DON RODRIGO

    ¿Sois el dueño de ella?

BURGOA

                            Soy
    Luis Burgoa.

DON RODRIGO

    Dios le guarde.

BURGOA

    Mil gracias; lo mismo digo.
    ¿Qué se ofrece?

DON RODRIGO

                    Que oiga y calle.
    Esta noche a esta posada
    vendrá un viejo a apearse
    con una dama encubierta
    y un escudero; hospedadles
    con mucho agrado y servidles
    sin dudar cuanto demanden:
    su gasto corre por cuenta
    del rey, y desde el instante
    en que vuestra casa ocupen,
    de ellos, de sus equipajes
    y cuanto les pertenezca,
    seréis vos el responsable.
    Dejaréis entrar a todos
    los que por él preguntaren:
    a todos, quienquier que fueren;
    mas no dejaréis a nadie
    volver a salir. Abajo
    tenéis unos militares
    alojados, y las órdenes
    competentes voy a darles
    para que os presten auxilio,
    y en caso de apuro guarden
    las puertas. Conque silencio
    y adiós; volveré más tarde.

BURGOA

    Señor, vuestra autoridad,
    sea cual fuere, excusadme
    que os pregunte a quién la honra
    tengo de hablar.

DON RODRIGO

                     Al alcalde
    Rodrigo de Santillana.

BURGOA

    ¡Jesucristo!

DON RODRIGO

                 Dios le guarde.


ESCENA V

BURGOA

    ¡Dios nos asista! Con un
    Santillana era bastante
    para su mal; pero ¿juntos
    el capitán y el alcalde
    pisándoles los talones?
    Ya, ya están frescos los tales
    viajeros. Los Santillanas...
    Raza de réprobos; aves
    de mal agüero; golillas
    todos; búhos de las cárceles
    y de las horcas, que solo
    pronosticar pueden males.
    Santillanas..., ¡fuego en ellos
    y en quien a casa los trae!
    No hay portugués que no tenga
    con ellos cuentas. Mas baste,
    que Dios dirá. Gente llega.
    ¡Andrés!

    (_Al ir a entrar por el fondo, sale Arbués de viaje, enlodado_).


ESCENA VI

BURGOA y ARBUÉS

ARBUÉS

             No hay que incomodarse,
    patrón; somos gente llana
    mis amos y yo, y a nadie
    gustamos de dar que hacer.
    ¿Hay aposentos capaces,
    limpios y con buenas camas
    para una dama, su padre,
    su escudero y dos criados?

BURGOA

    Sí, señor, los hay; y tales
    que no habrá en palacio muchos
    que en lo limpio les alcancen.

ARBUÉS

    Pues poned en uno luces
    para la dama.

BURGOA

                  Que bajen;
    voy a mandar por los trastos
    que traigáis.

ARBUÉS

                  Que no se cansen
    vuestros mozos; ya los nuestros
    suben con los equipajes.
    (_Suben los mozos con baúles_).
    ¿Dónde los pondrán?

BURGOA

                        Allí,
    en esos cuartos.

ARBUÉS

    (_A los mozos_).
                     Llevadles,
    pues.

BURGOA

          ¿Y la dama?

ARBUÉS
                      Se está
    despidiendo de su padre.

BURGOA

    ¿Pues qué, no se queda en casa
    con ella?

ARBUÉS

              Sí, mas tiene antes
    que entregar unos breviarios
    a un primo suyo que es fraile
    en San Pablo, y tardará
    tal vez, mas no hay que esperarle.

BURGOA

    Marta, Ginés, a esa dama
    alumbrad.
    (_Sale doña Aurora_).

ARBUÉS

              Ya llegan tarde,
    patrón.

BURGOA

            ¡Qué! ¿Sin aguardar
    que la sirvan?...

ARBUÉS

                      Si es más ágil
    que un lancero, y nunca se anda
    con cumplimientos.


ESCENA VII

ARBUÉS, BURGOA y DOÑA AURORA

BURGOA

    (_Aparte_).
                   (Buen talle,
    garboso andar, y ¡qué hermosa!
    Dijo bien cuando a los ángeles
    la comparó el capitán).

DOÑA AURORA

    ¿Sois el huésped?

BURGOA

                      Ordenadme,
    señora; yo soy.

DOÑA AURORA

                    ¿Hay fuego
    en mi aposento?

BURGOA

                     Y bujía,
    y puede vueseñoría
    disponer de él desde luego
    y de toda mi posada.
    Os mandaré a mi mujer
    que os sirva.

DOÑA AURORA

                  No es menester;
    yo me sirvo sola, y nada
    necesito. ¿Arbués?

ARBUÉS

                       Señora.

DOÑA AURORA

    Cuando vuelva, aunque sea tarde,
    me avisarás.

ARBUÉS

                 A la hora
    en que llegue.

DOÑA AURORA

    (_A Burgoa_).
                   Dios os guarde.

BURGOA

    ¿Tomaréis un refrigerio,
    un tentempié, para abrigo
    del estómago?

DOÑA AURORA

                  ¿No os digo
    que nada quiero?
    (_Vase por la izquierda_).

BURGOA

                     ¡Qué imperio!


ESCENA VIII

ARBUÉS y BURGOA

BURGOA

    ¿Y vos no cenáis?

ARBUÉS

                      Poco ha
    que comimos y costumbre
    no tenemos.

BURGOA

                A la lumbre
    podéis venir, que la habrá
    buena en el hogar.

ARBUÉS

                       No tengo
    frío; podéis sin reparos
    cuando queráis acostaros;
    porque mi amo, os lo prevengo,
    de que le sirva no gusta
    nadie más que yo, que sé
    sus mañas.

BURGOA

               Tenéis a fe
    buen trabajo.

ARBUÉS

                  ¡Bah! Se ajusta
    cada cual al que le toca
    en esta vida: yo estoy
    a su servicio y le doy
    cumplimiento..., y punto en boca,
    que tengo sueño. Dejad
    la llave a mano y a abrir
    bajaré, cuando venir
    le sienta; que echen, mandad,
    pienso a los caballos, yo
    de este sillón haré lecho.

BURGOA

    ¿Dormiréis ahí?

ARBUÉS

                    ¿Pues no?
    Es costumbre y ya estoy hecho.

BURGOA

    Pues para cuando me acueste
    ahí queda la llave, y vos
    os gobernaréis.

ARBUÉS

                    Adiós,
    pues.

BURGOA

          Descansad. (¡Mala peste
    me coja si yo me acuesto
    sin ver a ese hombre quedar
    dentro de casa!).
    (_Vase_).

ARBUÉS

                      Cerrar
    no está demás.
    (_Cierra la puerta del fondo_).


ESCENA IX

ARBUÉS; después DON CÉSAR

ARBUÉS

                   En mi puesto
    heme ya.
    (_Se sienta en el sillón y llaman a la puerta del fondo_).
             Han llamado.

DON CÉSAR

    (_Dentro_).
                          ¿Arbués?

ARBUÉS

    ¿Por mi nombre? ¿Quién será?

DON CÉSAR

    Alférez Arbués.

ARBUÉS

                    ¿Quién va?

DON CÉSAR

    Abre a un amigo.

ARBUÉS

                     ¿Quién es?

DON CÉSAR

    El capitán Santillana.

ARBUÉS

    ¿Don César?

DON CÉSAR

                Sí, date prisa,
    Arbués, que nos interesa.

ARBUÉS

    (_Abre_).
    ¡Válame la soberana
    Virgen! ¡Vos, mi capitán!

DON CÉSAR

    No malgastemos, Arbués,
    nuestro tiempo.

ARBUÉS

                    Hablad: ¿qué hay, pues?

DON CÉSAR

    Las bocacalles están
    tomadas alrededor
    y conmigo hay seis soldados
    en esta casa apostados.

ARBUÉS

    ¿Y qué?

DON CÉSAR

            Que es a tu señor
    a quien buscan. Si Gabriel
    los umbrales de ella pasa,
    Arbués, dentro de esta casa
    todos sois presos con él.

ARBUÉS

    No os dé pena, capitán;
    mi amo, que lo sabe todo,
    de hacer encontrará modo
    inútil todo ese afán.

DON CÉSAR

    El asunto no es materia
    de chanzas; en la partida
    sé yo que le va la vida.

ARBUÉS

    ¡Diablo!

DON CÉSAR

             La cuestión es seria.
    Registrarán su equipaje
    y hasta la misma persona;
    y si razón no le abona
    terminante, aquí su viaje
    concluye, porque al misterio
    de su vida dar alcance
    quiere el rey.

ARBUÉS

                   ¿El rey?

DON CÉSAR

                            El lance
    ves que no puede más serio
    ser. Mi padre, don Rodrigo,
    me ha encomendado su guarda,
    diciéndome que le aguarda
    pronto y ejemplar castigo.
    Hasta ahora, a lo que creo,
    de sus poderes abusa
    la justicia, pues le acusa
    a ciegas su buen deseo.
    Mas he oído una expresión,
    que, a probarse con certeza,
    le va a costar la cabeza,
    sea impostura o ambición.
    Óyeme ahora. El destino,
    por su bien o por mi mal,
    me une a su sino fatal
    y me arroja en su camino.
    Instinto y veneración
    por él en mi pecho ruegan,
    y por Aurora me ciegan
    cariño y adoración.
    En el nombre de la ley
    a espiarle a Madrigal
    me enviaron, y cumplí mal
    con las órdenes del rey.
    Desde Madrigal os sigo.

ARBUÉS

    Lo sabíamos.

DON CÉSAR

                 Tiempo es
    de que sepamos, Arbués,
    a qué atenernos. Conmigo
    es preciso que Gabriel
    hable esta noche. Es forzoso
    que este arcano misterioso
    penetre a la par con él.
    Hay de un misterio tremendo
    en su existencia la duda;
    siempre me tendrá en su ayuda,
    mas que se explique pretendo.
    Yo quiero de cualquier modo
    salvarle; quiero que a prueba
    ponga mi fe y que me deba
    su porvenir, en fin, todo
    quiero comprenderlo, y sea
    quien fuere, noble o villano,
    vil traidor o soberano
    coronado, que en mí vea
    un fiel amigo, un apoyo
    presto a dividir con él
    desde el sitial de un dosel,
    hasta de la tumba el hoyo.

ARBUÉS

    Que os ciega amor bien se ve.

DON CÉSAR

    Arbués, si su amor merezco
    y si mi mano la ofrezco...

ARBUÉS

    No la admitirá.

DON CÉSAR

                    ¿Por qué?

ARBUÉS

    Porque es Espinosa un hombre
    que no quiere que se una
    ni hombre alguno a su fortuna,
    ni nombre alguno a su nombre.

DON CÉSAR

    Yo los males que le afligen
    acepto y sus opiniones,
    sin pedir de ellas razones.
    Y si ocultarme su origen
    les importa, nunca el nombre
    preguntaré de mi esposa;
    sea honrada y cariñosa,
    y nada habrá que me asombre.

ARBUÉS

    Estáis loco, capitán.
    ¿Queréis con un pastelero
    emparentar?

DON CÉSAR

                Arbués, quiero
    salir de una vez de afán.
    Te he dicho que mi destino
    me lleva tras de Gabriel.

ARBUÉS

    Pues es fuerza que huyáis de él;
    echad por otro camino.

DON CÉSAR

    ¡Arbués!

ARBUÉS

             Yo sé lo que digo.
    Vuestro ayo fui; soy ya viejo
    y daros puedo un consejo;
    tomadle que es de un amigo.
    Cumplid vuestra obligación
    sin tropezar con Gabriel,
    y el misterio que hay en él
    dejad en su corazón.
    Para vuestro amor, de roca
    será su alma, y recelo
    que no os dará ni consuelo
    ni satisfacción su boca.

DON CÉSAR

    Pues qué, ¿hace ese hombre un agravio
    impunemente?

ARBUÉS

                 Lo que hace
    no sé, mas no satisface
    jamás.

DON CÉSAR

           Pues bien, si su labio
    satisfacción no me da,
    yo le haré que hable sin gana
    con mi acero.

ARBUÉS

                  Santillana,
    en silencio os matará.

DON CÉSAR

    ¿A mí?

ARBUÉS

           Tal creo en conciencia.

DON CÉSAR

    ¿Tiene algún filtro Gabriel?

ARBUÉS

    No; mas acaso con él
    pelea la omnipotencia.
    Don César, tened a raya
    vuestra locura y tomad
    mi consejo: abandonad
    la senda por donde él vaya.

DON CÉSAR

    No puedo.

ARBUÉS

              Una indiscreción
    muy sandia sé que cometo;
    mas voy a ser indiscreto,
    porque tengo os obligación.

DON CÉSAR

    Habla, habla.

ARBUÉS

                  Ese Gabriel
    Espinosa, el pastelero,
    tiene más de caballero
    de lo que aparenta él.
    Tres años ha que le sigo
    de su favor obligado,
    que honra y vida me ha salvado,
    y más que dueño es mi amigo.

DON CÉSAR

    ¿Pero quién es?

ARBUÉS

                    Voy a ello.
    Quién es... ¡sábenlo él y Dios!
    Cuanto sé yo de él vais vos
    a saber, mas bajo sello
    guardadlo siempre.

DON CÉSAR

                       Concluye.

ARBUÉS

    Escuchad, pues, lo que sé,
    y vos veréis de él a fe
    si en pro o en contra os arguye.
    Él sabe todas las leyes,
    cuenta todas las historias,
    los desastres y las glorias
    de los europeos reyes.
    Él conoce los blasones
    como un rey de armas; él mide
    las noblezas; él decide
    sobre razas y opiniones;
    y tales fuerzas alcanza,
    que con precisión certera
    monta un potro a la carrera
    y hace astillas una lanza
    en el aire.

DON CÉSAR

                ¡Jesucristo!
    Eso se cuenta también
    de don...
    (_Arbués le tapa la boca con la mano_).

ARBUÉS

              No digáis de quién;
    de él yo lo cuento, y lo he visto.
    Y en fin, os diré un secreto:
    ¿Conocíais a Quiñones,
    el teniente de dragones?

DON CÉSAR

    Sí.

ARBUÉS

        Sabéis que era el respeto
    de los diestros en la esgrima,
    porque jamás estocada
    le hirió, mientras que su espada
    veinte muertes le echó encima.

DON CÉSAR

    Sí.

ARBUÉS

        No ignoraréis que muerto
    en Madrigal se le halló;
    pues bien, Gabriel le mató
    riñendo.

DON CÉSAR

             ¿Cierto?

ARBUÉS

                      Tan cierto,
    capitán, como es de noche.
    De Gabriel en la hostería
    con el alférez comía
    yo una tarde, cuando un coche
    paró a sus puertas, y de él
    un embozando bajando
    se entró hasta allí preguntando
    si estaba en casa Gabriel.
    Salió este; y el forastero,
    que ser mostraba en su porte
    un gran señor de la corte,
    llevó la mano al sombrero
    al ir a hablarle; Quiñones,
    de quien sabéis la insolencia,
    con aquella impertinencia
    peculiar de los matones,
    dijo: «¡Hola! ¿Esas tenemos?».
    Mas no bien le oyó Gabriel,
    cuando, viniéndose a él,
    le asió por los dos extremos
    del collarín del coleto,
    diciendo: «¡Hola, seor espía!
    ¡Yo os haré, por vida mía,
    que me guardéis el secreto!».
    Y con muñeca de hierro,
    zarandeándole de un lado
    a otro, le echó derribado
    bajo el banco como a un perro.
    El teniente, puesto apenas
    en pie, echó mano al acero
    yéndose hacia el pastelero,
    quien con miradas serenas
    y voz grave e imperiosa
    nos dijo: «Echémonos fuera»;
    y echamos por la escalera
    los tres en pos de Espinosa.
    Detrás de unos paredones
    que hay debajo del camino,
    parose; fue su padrino
    el otro, y yo el de Quiñones.
    Capitán, juro a mi honor
    que no he visto tal destreza
    jamás, ni tanta firmeza,
    serenidad y valor.
    Era un maestro el teniente;
    pero a las cuatro paradas
    tenía tres estocadas;
    rugía de ira, y valiente
    atacaba; mas escrito
    debió estar: tendiose a fondo
    Gabriel, y cayó redondo
    Quiñones sin dar un grito.

DON CÉSAR

    ¿Y Espinosa?

ARBUÉS

                 Ni un rasguño
    sacó; en silencio su espada
    limpió, que estaba manchada
    de sangre hasta el mismo puño,
    y envainándola con calma,
    nos dijo: «Quede lo hecho
    sepultado en nuestro pecho,
    y que Dios perdone su alma».
    Y volviéndose a entrar
    otra vez en la hostería,
    no ha vuelto desde aquel día
    a Quiñones a mentar.
    Ahora, señor Santillana,
    pues sabéis que hondo cariño
    os cobré desde muy niño,
    y os guardo afición cristiana,
    creed a un amigo viejo:
    por delante de Gabriel
    pasad sin topar con él;
    y agradecedme el consejo.

DON CÉSAR

    Es tarde, y retroceder
    no quiero. Resuelto a todo
    vengo, y de uno u otro modo
    esta noche le he de ver.

ARBUÉS

    Yo no os lo puedo impedir;
    pero hacéis mal, os lo advierto.

DON CÉSAR

    Más quiero por él ser muerto
    que sin Aurora vivir.

ARBUÉS

    Allá os las hayáis.

DOÑA AURORA

    (_Dentro_).
                        ¡Arbués!

ARBUÉS

    Pronto, marchaos; es ella.

DOÑA AURORA

    (_Dentro_).
    ¡Arbués!
    (_Arbués quiere obligar a don César a irse_).

DON CÉSAR

             Déjame la huella
    besar de sus castos pies.

ARBUÉS

    ¡Capitán!


ESCENA X

DOÑA AURORA, DON CÉSAR y ARBUÉS

DOÑA AURORA

    (_Saliendo_).
              Oyendo estoy
    a Arbués hablar ha una hora.
    ¿Es mi padre?

DON CÉSAR

                  No, señora.

DOÑA AURORA

    ¡El capitán!

DON CÉSAR

                 Sí, yo soy.

ARBUÉS

    Ver al señor pretendía.
    Le dije que ausente estaba;
    insistía él, porfiaba
    yo, y por eso se oía
    hablar aquí, doña Aurora.

DOÑA AURORA

    Anduviste descortés
    con el capitán, Arbués.

ARBUÉS

    Vuestro padre...

DOÑA AURORA

                     Sin demora
    me debiste de avisar
    de su llegada, y al punto
    saliera yo.

DON CÉSAR

                Sea asunto
    concluido: él atajar
    debió mi prudente paso.

DOÑA AURORA

    Si vos salís en su abono
    yo su falta le perdono.
    (_A Arbués, que se va_).
    Sal.


ESCENA XI

DON CÉSAR y DOÑA AURORA

DOÑA AURORA

         ¿Puedo saber acaso
    la causa que aquí os obliga
    a presentaros ahora?

DON CÉSAR

    Es un secreto, señora;
    perdonad que no os lo diga.
    Confiarlo solo debo
    a vuestro padre.

DOÑA AURORA

    (_Retirándose_).
                     En tal caso...

DON CÉSAR

    (_Deteniéndola_).
    Aguardad.

DOÑA AURORA

              Decid.

DON CÉSAR

                     Acaso
    vais a enojaros.

DOÑA AURORA

                     Me atrevo
    a esperar de vuestro honor,
    que no me osará decir
    nada que no pueda oír
    sin peligro o sin rubor.

DON CÉSAR

    Nada, señora, ¡yo os juro
    por la honra en que nací,
    que nada oiréis de mí
    que no sea noble y puro!

DOÑA AURORA

    Hablad, pues.

DON CÉSAR

                  Que fui, sospecho,
    torpe por demás, señora,
    si no habéis visto hasta ahora
    el arcano de mi pecho.

DOÑA AURORA

    ¿Cómo queréis que comprenda
    secretos que en él guardáis,
    si no me los reveláis?

DON CÉSAR

    Si en los ojos una venda
    de indiferencia y rigor
    no os hubiérais puesto, Aurora,
    me ahorrarais hacer ahora
    la relación del amor.

DOÑA AURORA

    ¿Conque amáis?

DON CÉSAR

                   Con frenesí.

DOÑA AURORA

    ¿Pues y a quién?

DON CÉSAR

                     A un ángel.

DOÑA AURORA

                                 ¡Oh!
    ¿Y os paga?

DON CÉSAR

                Creo que no.

DOÑA AURORA

    ¿Lo sabe?

DON CÉSAR

              Creo que sí.

DOÑA AURORA

    ¿Se lo habéis dicho?

DON CÉSAR

                         Jamás.

DOÑA AURORA

    ¿Por qué?

DON CÉSAR

              Porque es mi pasión,
    más que amor, veneración;
    idolatría quizás.
    Es un amor que no tiene
    en su vil naturaleza
    un átomo de impureza;
    amor que del cielo viene.
    Es un innato cariño
    tan casto como profundo,
    tan puro como el armiño,
    tan inmenso como el mundo.
    Sin otro bien, ni otro dueño,
    ni más afán, ni más guía
    en la tierra, noche y día
    con él vivo, con él sueño.
    Un amor sublime, santo;
    mas tan tirano, tan fiero,
    que sus fuerzas considero
    a mis solas con espanto;
    porque no hay ley, no hay deber
    que pueda mi corazón
    al poder de mi pasión
    con ventajas oponer.
    Si la que amo me dijera:
    «Sé traidor, véndete esclavo»,
    mi fe llevando hasta el cabo
    me infamara y me vendiera.

DOÑA AURORA

    ¡Jesús, qué amor tan horrendo!
    ¿Dónde adquirido lo habéis?

DON CÉSAR

    ¿Os reís?

DOÑA AURORA

              ¿Pues qué queréis
    si os estáis contradiciendo?

DON CÉSAR

    ¿Dó está la contradicción?

DOÑA AURORA

    ¡Pues ahí es nada! ¿Un cariño
    tan puro como el armiño,
    una sagrada pasión,
    de cuyo infernal poder
    creéis que os llegue a obligar
    vuestro rey abandonar,
    la libertad a vender?

DON CÉSAR

    Sin vacilar un momento.

DOÑA AURORA

    ¿Porque una mujer os ame
    consentís en ser infame,
    traidor y esclavo?

DON CÉSAR

                       Consiento.

DOÑA AURORA

    Haceos un poco atrás.

DON CÉSAR

    ¿Por qué?

DOÑA AURORA

              Esa pasión que tanto
    ponderáis, más que amor santo,
    es amor de Satanás.

DON CÉSAR

    ¡Infeliz del corazón
    que tal amor no comprende!

DOÑA AURORA

    Más lo es en el que se enciende
    la llama de tal pasión.

DON CÉSAR

    ¡No os mofarais de ella así
    si la comprendierais, no!

DOÑA AURORA

    ¿Y quién os dice que yo
    no guardo ese amor en mí?

DON CÉSAR

    (_Sorprendido_).
    ¡Vos!

DOÑA AURORA

          Don César, solo Dios
    amor tan ciego merece.

DON CÉSAR

    Amor es Dios, y enloquece.

DOÑA AURORA

    Y loco estáis.

DON CÉSAR

    (_Se arrodilla_).
                   ¡Ah! Por vos.

DOÑA AURORA

    ¡Insensato!

DON CÉSAR

                Por vos, sí;
    yo os amo, Aurora, os adoro.

DOÑA AURORA

    ¿Pues creéis que yo lo ignoro?

DON CÉSAR

    ¡Cielos!
    (_Álzase del suelo, acercándose a Aurora_).

DOÑA AURORA

    (_Apartándose_).
             No lleguéis a mí.

DON CÉSAR

    ¿Me rechazáis?

DOÑA AURORA

                   ¡A fe mía!
    Yo acepto vuestro respeto,
    mas no quiero ser objeto
    de una torpe idolatría.
    No soy más que una mujer,
    y del Criador hechura;
    solo como criatura
    estimada quiero ser.

DON CÉSAR

    Esas palabras, Aurora,
    que una esperanza me dan...

DOÑA AURORA

    Si tal creéis, capitán,
    olvidadlas desde ahora.

DON CÉSAR

    Me confundís, y no sé
    unir con vuestra bondad
    vuestro rigor.

DOÑA AURORA

                   En verdad
    que yo tampoco sabré
    tal arcano descifraros.
    Lo que sí os sabré decir
    es que no puedo admitir
    vuestro amor; mas sin reparos
    mi amistad toda os ofrezco,
    Creedme: Dios me es testigo
    de que os quiero por amigo,
    mas por galán, no os merezco.

DON CÉSAR

    ¡Cómo!

DOÑA AURORA

           Os lo diré mejor,
    y no me guardéis encono:
    vuestra amistad ambiciono,
    vuestra pasión me da horror.

DON CÉSAR

    Me asombráis.

DOÑA AURORA

                  Es un arcano
    que penetrar no podemos;
    galán, jamás nos veremos;
    amigo, aquí está mi mano.
    (_Doña Aurora le tiende la mano_).

DON CÉSAR

    ¡Ah! Os entiendo. Compasión
    os causó mi amor, y ahora
    burlaos os plugo, Aurora,
    con mi pobre corazón.
    Mas esta mano que estrecho
    sobre él, y que llevo al labio...
    (_Va a besar la mano; doña Aurora se lo impide_).

DOÑA AURORA

    La boca le hará un agravio;
    no la levantéis del pecho.

DON CÉSAR

    Ese tono...

DOÑA AURORA

                Es harto serio.

DON CÉSAR

    No os comprendo. Si es capricho
    de vuestro humor...

DOÑA AURORA

                        Ya os lo he dicho,
    capitán: es un misterio
    que yo no entiendo tampoco.

DON CÉSAR

    Pues yo lo penetraré.

DOÑA AURORA

    ¿Cómo?

DON CÉSAR

           A vuestro padre haré
    que me lo explique.

DOÑA AURORA

                        Estáis loco.

DON CÉSAR

    En eso parar espero
    con vuestras contradicciones.

DOÑA AURORA

    Pues oídme unas razones
    terminantes, caballero.

DON CÉSAR

    Hablad.

DOÑA AURORA

            Me habéis ponderado
    vuestra acendrada pasión,
    y vais en mi corazón
    a saber lo que hay guardado.
    Hay un amor casto, ciego,
    de mi pecho en la guarida,
    tan largo como mi vida,
    tan ardiente como el fuego.
    Amor de goces tan suaves,
    tan exento de dolores,
    como el olor de las flores,
    como el cantar de las aves.
    Este amor es un cariño
    tan ajeno de impureza,
    como el que a tener empieza
    naciendo a su madre el niño.
    Hoguera es de inmenso ardor;
    mas de su llama tranquila
    no se extingue ni vacila
    el constante resplandor.
    En el duelo, en la ventura,
    en la inquietud y en la calma
    siempre en el fondo del alma
    como una estrella fulgura;
    y brilla su claridad
    en su centro solitario
    cual lámpara en un santuario,
    cual faro en la tempestad.

DON CÉSAR

    ¿Amáis?

DOÑA AURORA

            Amo a un noble ser
    de quien ignoro hasta el nombre;
    le amo todo cuanto a un hombre
    puede amar una mujer.
    Le amo desde que le vi;
    le amo con toda mi fe,
    y al sepulcro bajaré
    con su amor dentro de mí.
    Con él sueño, con él vivo;
    lo que él desea, apetezco;
    lo que aborrece, aborrezco;
    y mi corazón cautivo
    de su sola voluntad,
    a ella no más obedece;
    él me dice: «Ama, aborrece»,
    y amo y odio sin piedad.
    Me dijo: «De ese mancebo
    serás amiga.» Y yo os digo
    que vos sois mi único amigo,
    porque él lo quiere, y yo debo
    quererlo; y si él me dijera:
    «Véndete, esclava», ¡por Dios
    os juro que, como vos
    por mí, por él me vendiera!
    Ya mi secreto sabéis.
    Respetad de él, comedido,
    lo que no hayáis comprendido;
    y si no os satisfacéis
    con las razones que os dan,
    haced cuenta, en conclusión,
    que nací sin corazón.
    Buenas noches, capitán.

DON CÉSAR

    Esperad.

DOÑA AURORA

             Ni un solo instante;
    el alma leal que abrigo
    franca está para el amigo
    y muerta para el amante.
    (_Vase por la izquierda, cerrando la puerta_).

ESCENA XII

DON CÉSAR

    ¡Ama a un hombre, cuyo nombre
    no conoce! Fascinada
    está su alma, enamorada
    por él. ¿Y quién es ese hombre?
    Un año hace que los sigo
    y a nadie he visto jamás
    llegar. ¡Un enigma más
    de los que llevan consigo!
    Con él sueña, con él vive,
    lo que él desea apetece;
    él manda, y ella obedece
    y ser de su ser recibe.
    ¡Oh! Sí: lo expresaban bien
    sus ojos, su voz, su gesto.
    Sí, encierra un amor funesto
    su corazón. Pero ¿a quién?
    ¡Ama a un hombre misterioso
    de quien hasta el nombre ignora!
    ¿Ama y no a mí? ¡La traidora!
    ¡Sandio de mí! Estoy celoso.
    Celoso, y tal vez acecha
    la muerte aquí a ese Gabriel
    de Espinosa. ¡Cielos! ¿Si él?...
    ¡Él!... ¡Estúpida sospecha!
    Su padre... ¿Y si no lo es?
    ¿Si el misterio y soledad
    que guardan de liviandad
    fuera un velo infame? Arbués.


ESCENA XIII

DON CÉSAR y ARBUÉS

ARBUÉS

    Aquí estoy.

DON CÉSAR

                Pronto, responde:
    Aurora a otro hombre ama.
    ¿Quién es? Di. ¿Cómo se llama?
    ¿Adónde está ahora? ¿Adónde
    le vio? ¿Cuándo?

ARBUÉS

                     Capitán,
    ya os previne que acercaros
    a nosotros era echaros
    en un abismo de afán;
    y ya lo veis; un instante
    nada más que habéis hablado
    con ella, os ha trastornado
    corazón, juicio y semblante.

DON CÉSAR

    La amo, Arbués, y estoy celoso.
    Dime por tu vida, Arbués.
    ¿Sabes bien si Gabriel es
    su padre?

ARBUÉS

              ¡Pues es chistoso!

DON CÉSAR

    ¡Ay! de la duda la hiel
    me emponzoña el corazón.

ARBUÉS

    Pues no perdáis la ocasión
    de consultarla con él.

DON CÉSAR

    ¿Llega?

ARBUÉS

            Le siento venir.

DON CÉSAR

    ¿Cómo?

ARBUÉS

           Acostumbra a silbar
    recio.

DON CÉSAR

           ¿Y silbó?
    (_Llaman: aldabonada_).

ARBUÉS

                     De llamar
    acaban.

DON CÉSAR

            Ve, pues, a abrir.
    (_Vase Arbués por el fondo llevando la llave_).
    Es forzoso: le hablaré;
    la vida en ello le va.
    Si se obstina..., mas no a fe,
    primero le salvaré
    y Dios amanecerá.


ESCENA XIV

DON CÉSAR, ARBUÉS y GABRIEL embozado

GABRIEL

    ¡Hola, señor capitán!

DON CÉSAR

    Os aguardaba.

GABRIEL

                  ¿Qué hay, pues?

DON CÉSAR

    Solos.

GABRIEL

           Déjanos, Arbués.


ESCENA XV

DON CÉSAR y GABRIEL

GABRIEL

    Podéis hablar.

DON CÉSAR

                   Tal vez van
    mis palabras a causaros
    extrañeza.

GABRIEL

               No lo espero.

DON CÉSAR

    Muy claro con vos ser quiero.

GABRIEL

    Pues no os andéis con reparos.
    Con cuanta más claridad
    habléis, vos, a mi entender
    os debo yo comprender
    con mayor facilidad.

DON CÉSAR

    Yo soy...

GABRIEL

    (_Interrumpiéndole_).
              Os conozco bien:
    adelante.

DON CÉSAR

              En Madrigal
    me acantoné de orden real...

GABRIEL

    Para guardarme; también
    lo sé: adelante.

DON CÉSAR

                     Hoy en pos
    de vuestros pasos...

GABRIEL

                         Venís
    por lo mismo; me decís
    cosas que sé como vos.

DON CÉSAR

    Pues bien: lo que según creo
    ignoráis vos todavía,
    os diré.

GABRIEL

             ¡Por vida mía,
    capitán, que yo deseo
    que algo nuevo me digáis!

DON CÉSAR

    Pues oíd.

GABRIEL

              Estoy atento.

DON CÉSAR

    La casa en este momento
    está cercada, y estáis
    preso en ella.

GABRIEL

                   Ya lo sé.

DON CÉSAR

    ¿Conque sabiéndolo ya
    entrasteis?

GABRIEL

                Pues claro está.

DON CÉSAR

    ¿Por voluntad?

GABRIEL

                   Ya se ve.

DON CÉSAR

    ¿Luego confiáis?...

GABRIEL

                        En Dios
    primero, y después en mí.

DON CÉSAR

    ¿Sabéis que os acusan?

GABRIEL

                           Sí.

DON CÉSAR

    ¿De un delito?...

GABRIEL

    (_Interrumpiéndole_).
                      No, de dos.

DON CÉSAR

    ¿Sabéis cuáles?

GABRIEL

                    Sí por cierto.

DON CÉSAR

    Pues a lo que se murmura,
    cualquiera de ellos...

GABRIEL

                           Segura
    trae mi sentencia: soy muerto.

DON CÉSAR

    ¿Con ella os chanceáis?

GABRIEL

                            Sí tal.

DON CÉSAR

    ¿Podréis probar?...

GABRIEL

                        Una cosa.

DON CÉSAR

    ¿Que sois?...

GABRIEL

    (_Interrumpiéndole_).
                  Gabriel Espinosa,
    pastelero en Madrigal.

DON CÉSAR

    Podrán dudarlo tal vez.

GABRIEL

    ¿Por qué?

DON CÉSAR

              Porque lo desmiente
    vuestro gentil continente,
    y es muy receloso el juez.

GABRIEL

    Dios me hizo así, y en mi mano
    no está cambiar de figura.

DON CÉSAR

    Diz que andáis con mucha holgura
    para ser solo un villano.

GABRIEL

    Soy rico.

DON CÉSAR

              Querrán papeles
    que os acrediten de tal.

GABRIEL

    Resmas tengo en Madrigal
    de los de envolver pasteles.

DON CÉSAR

    ¿Hay algunos con pinturas?

GABRIEL

    Mil.

DON CÉSAR

         ¿Son estampas de santos?

GABRIEL

    Hay de todo.

DON CÉSAR

                 ¿Y entre tantos,
    hay conocidas figuras?

GABRIEL

    ¿Echáis menos, capitán,
    alguna?

DON CÉSAR

            No; mas ha un rato
    que el juez buscaba un retrato
    fiel del rey don Sebastián.

GABRIEL

    Siento no tener ninguno.

DON CÉSAR

    Pues creo que el juez pretende
    deteneros, porque entiende
    que lleváis sobre vos uno.

GABRIEL

    ¿Qué habría en que le llevara,
    para que en mí se encarnicen
    los golillas?

DON CÉSAR

    (_Mirándole atentamente_).
                  Es que dicen
    que le lleváis en la cara.

GABRIEL

    Ni es tan deforme la mía,
    ni osara yo andar por cierto
    con la cara que un rey muerto
    usaba cuando vivía.

DON CÉSAR

    Pues la justicia cree ver
    en vos semejanza tal
    con él, que de vos muy mal
    sospecha.

GABRIEL

              ¡Cómo ha de ser!
    (_Un momento de pausa_).

DON CÉSAR

    Yo os cobré afecto: fiad
    vuestro secreto de mí,
    y al depositarlo aquí
    lo echáis en la eternidad.

GABRIEL

    Mozo, si tuviera un día
    que fiar algo a algún hombre,
    creed, os juro a mi nombre,
    que de vos lo fiaría.

DON CÉSAR

    Fiadme ese nombre, pues.

GABRIEL

    Gabriel: lo acabáis de oír.

DON CÉSAR

    ¡Os obstináis en morir!

GABRIEL

    Ley de los que nacen es.

DON CÉSAR

    ¡No me entendéis!

GABRIEL
                      ¡Vive Dios!
    Ni vos me entendéis tampoco
    a mí.

DON CÉSAR

          Pareceisme loco.

GABRIEL

    Y a mí mentecato vos.
    Porque a la verdad, mancebo,
    grima me da contemplaros,
    así el seso devanaros
    por decirme algo de nuevo.
    Tras de tanto ir y venir,
    ¿no habéis echado de ver
    que yo no quiero entender
    lo que me queréis decir?
    ¿Os figuráis que viví
    entre el pueblo catorce años,
    sin percibir los extraños
    cuentos que corren de mí?
    ¿Pensáis que es esta la vez
    primera que en mí repara
    el vulgo, y que cara a cara
    me veo yo con un juez?
    Venid acá, pobre niño.
    ¿Pensáis que no conocí
    que en vos germinó hacia mí
    un simpático cariño?
    Yo como en un libro leo
    claro en vuestro corazón,
    y bien de vuestra afición
    la causa escondida veo.
    Sé que a mí os atrae un nudo
    cuyo mágico poder,
    os hace ante mí poner
    vuestro pecho por escudo.
    Pero su atracción oculta
    resistid; porque os advierto
    que ese nudo con un muerto
    os estrecha y os sepulta.
    Resistid; porque un ser soy
    que infesto el lugar que habito,
    que cuanto toco marchito
    y asolo por donde voy.

DON CÉSAR

    ¿Qué me importa? El horror mismo
    del misterio que hay en vos
    de sí me arrebata en pos,
    y ciego voy a su abismo.

GABRIEL

    ¡Mancebo!

DON CÉSAR

              Con vos iré
    por doquiera que vayáis.
    Oídme, y cuando sepáis
    mi secreto...

GABRIEL

                  Ya lo sé.

DON CÉSAR

    ¿Qué sabéis?

GABRIEL

                 Cuanto ha pasado
    por vuestro pecho hasta ahora.
    No ignoro nada: de Aurora
    sé que estáis enamorado.
    Sé que por ella me habláis,
    y que tras ella venís,
    y que por ella vivís,
    y que con ella soñáis.
    ¿Creéis que en vuestro semblante
    no he conocido al entrar
    que la acababais de hablar?
    Y en vuestro mustio talante,
    ¿creéis que no entiendo acaso
    que el amor de vuestro pecho
    al declararla, no ha hecho
    de vuestras palabras caso?

DON CÉSAR

    ¡Caballero!

GABRIEL

                ¡Qué demonio!
    De todo estoy enterado,
    hasta de que habéis pensado
    pedírmela en matrimonio.

DON CÉSAR

    Sí, que mi amor...

GABRIEL

    (_Interrumpiéndole_).
                       Sé que es grande,
    profundo, honesto y leal:
    pero es un amor fatal,
    imposible.

DON CÉSAR

               Que os demande
    por qué dejad.

GABRIEL

                   Lo primero,
    porque si mal no me fundo,
    no os quiere ella: lo segundo,
    porque yo tampoco quiero.

DON CÉSAR

    ¡Me escarnecéis!

GABRIEL

                     ¡No, por Dios!
    ¿Y a qué viene el enojaros?
    ¿No queréis que hablemos claro?
    Pues claro os hablo yo a vos.

DON CÉSAR

    ¡Ea, pues! Claros hablemos,
    y sepamos de una vez
    a qué atenernos.

GABRIEL

                     ¡Pardiez!
    No alcéis la voz, que podemos
    a las gentes de la casa
    despertar, y creer pueden
    cosas que aquí no suceden,
    capitán.

DON CÉSAR

             Lo que aquí pasa
    es que quiero penetrar
    el misterio que os rodea
    y que es fuerza que así sea;
    porque no he de tolerar
    en calma, como un villano,
    que tan sin razón los dos,
    despreciéis mi amistad vos
    y vuestra hija mi mano.
    Confieso que el alma mía
    del punto en que os llegó a ver,
    por vos comenzó a tener
    misteriosa simpatía.
    Confieso, sí, que amo a Aurora
    con amor tan delirante
    que no hay acción que me espante
    por ella; mas me devora
    a par con el del amor,
    el fuego de un justo enojo,
    y no quiero a vuestro antojo
    ceder sin razón mejor.
    Soy noble, y cuando os ofrezco
    mi raza unir con la vuestra,
    que me deis más noble muestra
    de lo que valéis merezco;
    porque si no, con derecho
    tendré por cosa segura,
    lo que de vos se murmura
    y lo que yo me sospecho.

GABRIEL

    ¿Y qué es lo que sospecháis?

DON CÉSAR

    Que sois...

GABRIEL

                ¿Quién?

DON CÉSAR

                        Un impostor,
    y que desecháis mi amor...

GABRIEL

    ¿Por qué?

DON CÉSAR

              Porque vos la amáis.

GABRIEL

    ¡Desdichado!

DON CÉSAR

                 Una de dos:
    satisfacedme al momento,
    o sepulcro este aposento
    es para mí o para vos.

GABRIEL

    Niño, dándoles gran precio
    la mayor satisfacción
    que debo a tu protección
    y a tu amor, es el desprecio.
    Ve, pues, si te satisface
    la de que no los admito,
    porque el amor no me place,
    y el favor no necesito.

DON CÉSAR

    ¿Eso a mí?

GABRIEL

               Y antes que te abra
    sepulcro, entiende que puedo
    abismarte con un dedo
    como con una palabra.

DON CÉSAR

    Decídmela.

GABRIEL

               No la esperes.

DON CÉSAR

    Pues bien, quiero en mi despecho
    ser o muerto o satisfecho.
    (_Don César desenvaina su espada, yendo contra Gabriel. Este
    desenvaina la suya, poniéndose en guardia, en cuyo punto aparece
    Aurora_).

GABRIEL

    Sea, pues que tú lo quieres.


ESCENA XVI

GABRIEL, DON CÉSAR y DOÑA AURORA; después DON RODRIGO

DOÑA AURORA

    ¡Teneos!

DON CÉSAR

             Todo es en balde.
    (_La puerta del fondo se abre de repente y sale don Rodrigo, detrás
    del cual se ven cuatro soldados con mosquetes en la parte exterior
    de la puerta. Gabriel baja su espada, dando un paso atrás con tal
    rapidez que el juez no pueda tener tiempo de apercibirse de que
    estaba en guardia_).

DON RODRIGO

    En nombre del rey.

GABRIEL

                       ¿Qué es eso?

DON RODRIGO

    Gabriel Espinosa, preso
    sed.

GABRIEL

         Lo estoy, señor alcalde.

DON RODRIGO

    ¿Cómo?

GABRIEL

           Ese mozo, sintiendo
    que aún en vela andaba yo,
    por esa ventana entró,
    que me fugara temiendo:
    hallándome en pie y armado,
    darme a prisión me intimaba,
    y mi espada le entregaba
    cuando vos habéis entrado.

DON RODRIGO

    Vuestras armas y equipaje
    quedan embargados.
    (_A don César_).
                       De él
    y ellas te encargo. Gabriel
    Espinosa, vuestro viaje
    no os es dado continuar
    hasta que duda no quede
    de quién sois.

GABRIEL

                    Su merced puede
    cuando guste comenzar
    sus indagaciones.

DON RODRIGO

                      Luego
    interrogar me es preciso
    testigos; mas, ya os lo aviso,
    preso estáis.
    (_A don César_).
                  Con él te entrego
    aquella mujer.

GABRIEL

                   Señora
    se dice, alcalde: esta dama
    noble es cual vos, y se llama,
    por buen nombre, doña Aurora.

DON RODRIGO

    Si es dama y noble, después
    lo sabremos.

GABRIEL

                 ¡Quiera Dios
    que no os pese luego a vos
    saberlo!

DON RODRIGO

             Excesiva es
    vuestra arrogancia.

GABRIEL

                        No tanta
    como tener con vos puedo.

DON RODRIGO

    Nadie a mí me infunde miedo.

GABRIEL

    Pues a mí nadie me espanta.
    Conque adelante.

DON RODRIGO

                     Adelante.
    Vos a ese cuarto, señora,
    y vos dad la espada ahora
    al capitán.

GABRIEL

                Al instante.
    (_Alargando la espada sin soltarla_).
    Ahí la tenéis, y os suplico,
    joven, que si no os enoja,
    me la guardéis, que es la hoja
    buena y el puño muy rico.
    (_Gabriel entrega su espada a don César, quien, al mirarla, exclama
    asombrado_):

DON CÉSAR

    ¡Jesús!

GABRIEL

            Ved con atención
    su primor.

DON CÉSAR

               ¡Corona real
    tiene el pomo!

GABRIEL

                   Y el tazón
    las armas de Portugal.

DON RODRIGO

    ¡Hola! Pondréis a mi alcance
    cómo hubisteis esa espada.

GABRIEL

    Dadlo por cosa alcanzada:
    la compré en Cintra de lance.

DON RODRIGO

    (_Acercándose y viendo la espada que tiene don César_).
    ¡Prenda regia!

GABRIEL

                   ¡Por San Juan!
    Ya lo creo; como que es
    prenda de un rey portugués:
    fue del rey don Sebastián.

DON RODRIGO

    (_A don César, aparte_).
    (César, guárdale, por Dios;
    porque si se huye, perdemos
    la cabeza ambos a dos).

DON CÉSAR

    (Ya lo sé.)
    (_Vase don Rodrigo por la puerta del fondo_).


ESCENA XVII

GABRIEL y DON CÉSAR.

(_Don César va a acercarse a Gabriel con precipitación, este le
contiene con un gesto_).

GABRIEL

                No hagáis extremos,
    que os perdéis.

DON CÉSAR

                    ¿Pero sois vos?...

GABRIEL

    ¿Quién?

DON CÉSAR

            Él.

GABRIEL

                Porfiado estás.

DON CÉSAR

    Pero...

GABRIEL

            ¿Y si fuese quizás?

DON CÉSAR

    Muriera por vos, señor.

GABRIEL

    Dormir un poco es mejor.
    Dejad a Dios lo demás.
    (_Vase por la izquierda, dejando a don César estupefacto_).


FIN DEL ACTO PRIMERO




NOTA

Las escenas quinta, sexta, séptima, décima y undécima de este acto
segundo no hubieran podido ser terminadas por mí sin el eficaz auxilio
de mi amigo don José María Díaz, que me ha ayudado a escribirlas,
sacándome generosamente del atolladero en que me tenían metido las
dificultades de su desempeño. Las variaciones, inversiones y adiciones
que después han sufrido, las han dejado tales, que ni el señor Díaz ni
yo seríamos probablemente capaces de distinguir en ellas los versos que
a cada cual pertenecen; yo no debo, sin embargo, apropiarme la parte
que no me corresponde de estas escenas; y si por ventura nuestra el
público las aplaude, el señor Díaz tiene derecho a sus aplausos; lo que
se complace en decir públicamente su mejor amigo,

  JOSÉ ZORRILLA




ACTO SEGUNDO

La misma decoración del acto primero


ESCENA PRIMERA

DON CÉSAR. Aparece sentado y meditabundo.

DON CÉSAR

    Dijo bien; no pertenece
    a la tierra el ser de ese hombre.
    ¡Me fascina, me enloquece!
    ¡Que en derredor de su nombre
    gira el mundo me parece!
    Sí; de cuanto le rodea
    es el eje, el punto fijo,
    todo lo demás voltea
    en torno suyo. Me dijo
    que iba a dormir, pero vela;
    no he cesado de sentir
    sus pasos, por más cautela
    que puso al ir y venir
    por su aposento. Recela
    que le sorprendan; previene
    cauto el porvenir, y pienso
    que entre su equipaje tiene
    objetos que le conviene
    no mostrar. ¿Es él? ¡Inmenso
    riesgo corre!... ¿Y si no es?
    ¡Ay de mí! Siempre es de Aurora
    padre, hermano..., algo... A través
    doy con todo; me devora
    la impaciencia... Llamo, pues.
    (_Llama a la puerta por donde se fue Gabriel en la última escena
    del acto primero_).


ESCENA II

DON CÉSAR y GABRIEL

GABRIEL

    ¿Qué me queréis?

DON CÉSAR

                     Advertiros
    de que mi padre el alcalde
    vendrá pronto.

GABRIEL

                   Será en balde.

DON CÉSAR

    No lo será el preveniros,
    que toda la noche ha estado
    declaraciones oyendo
    de gentes que ha ido prendiendo.

GABRIEL

    Pues el tiempo ha malgastado.

DON CÉSAR

    Vuestra situación es grave.

GABRIEL

    Lo sé.

DON CÉSAR

           Quizás un proceso...

GABRIEL

    Vuestro padre anda ya en eso.

DON CÉSAR

    ¿Culpado saldréis?

GABRIEL

                       ¿Quién sabe?

DON CÉSAR

    Mi padre es hombre tenaz.

GABRIEL

    ¡Pues a buena parte viene!

DON CÉSAR

    Es que tal vez os condene.

GABRIEL

    Cumplo la pena y en paz.

DON CÉSAR

    Mas si antes que vuelva él
    hacer prevención alguna
    os importa...

GABRIEL

                  ¿A mí? Ninguna.

DON CÉSAR

    ¡Señor!

GABRIEL

            Llamadme Gabriel.

DON CÉSAR

    Vos lo dijisteis: secreto
    nos liga un nudo a los dos,
    y siento a un tiempo por vos
    inclinación y respeto.
    Quisiera una prueba hallar
    irrecusable que daros
    de mi fe para obligaros
    sin recelo a confiar
    en mí.

GABRIEL

           ¡Vaya! ¡Estáis chistoso,
    por Dios. En este aposento
    queríais hace un momento
    atravesarme furioso,
    ¿y ahora mi confianza
    conquistaros pretendéis
    con ofertas? Ya sabéis
    que la razón se me alcanza
    de esa simpatía oculta
    que me tenéis; y a respeto
    muéveos solo mi secreto,
    que vuestra aprensión abulta
    tanto que seguís mi viaje
    vos, y a atajarle se arroja
    el juez, porque se os antoja
    que soy un gran personaje.

DON CÉSAR

    Las apariencias están
    por ahora en contra vuestra.

GABRIEL

    Pues la verdad se demuestra
    con la verdad, capitán.

DON CÉSAR

    Pues bien; antes que un proceso
    entable el juez contra vos,
    valiera más, ¡vive Dios!...

GABRIEL

    ¿Que me diera por confeso
    yo mismo? ¿Que haciendo justo
    del juez el empeño, diera
    por supuesto que yo era
    _no sé quién_, y por dar gusto
    él al rey, y diversión
    al populacho, me ahorcara
    y Aurora por vos quedara?
    ¿Es esa vuestra cuestión?

DON CÉSAR

    No así abuséis imprudente
    de ese misterioso influjo
    que a respeto me redujo
    para con vos, e insolente
    mi lealtad y mi amor
    ultrajéis. Esta es sincera,
    y mi pasión verdadera,
    señor.

GABRIEL

           ¡Dale con señor!
    Vos sois noble y yo villano,
    vos sois gentil caballero
    y yo humilde pastelero;
    decid Gabriel liso y llano.

DON CÉSAR

    Me vais a desesperar.

GABRIEL

    Y vos me vais a aburrir.

DON CÉSAR

    ¡Vos obstinado en fingir!

GABRIEL

    ¡Vos empeñado en hablar!

DON CÉSAR

    ¿Pronto a todo, fascinado
    que estoy, por vos no miráis?

GABRIEL

    ¿Y os mando yo que tengáis
    de mi porvenir cuidado?

DON CÉSAR

    Una palabra tan solo.

GABRIEL

    ¿Vais a volver a lo mismo?

DON CÉSAR

    De esperanza en este abismo
    dadme un rayo.

GABRIEL

                   ¿Cuál?

DON CÉSAR

                          Sin dolo,
    prometedme responder
    a una pregunta.

GABRIEL

                    Si puedo,
    responderé.

DON CÉSAR

                No hayáis miedo
    que os pueda comprometer
    la respuesta. ¿Sois de Aurora
    padre?

GABRIEL

           No conoció más
    que a mí por padre jamás.

DON CÉSAR

    ¡Oh! ¡No lo sois!

GABRIEL

                      En buen hora
    que no lo soy os diré;
    mas de este arcano la llave
    tengo solo.

DON CÉSAR

                ¿Ella no sabe?...

GABRIEL

    Nunca se lo revelé.

DON CÉSAR

    ¿Y la amáis?

GABRIEL

                 Mucho; quizás
    mucho más de lo que debo.

DON CÉSAR

    ¿Conque la guardáis?...

GABRIEL

                            ¡Mancebo!

DON CÉSAR

    Sí, para vuestra...

GABRIEL

                        Jamás.
    Pero tened desde aquí
    y para siempre entendido,
    que es mujer que no ha nacido
    para vos ni para mí.

DON CÉSAR

    ¡Cielos!

GABRIEL

             De toda esperanza
    despedíos.

DON CÉSAR

               ¿Ofrecida
    está a Dios?

GABRIEL

                 No. Está elegida
    para prenda de venganza.

DON CÉSAR

    ¿Vuestra?

GABRIEL

              Yo no voy en pos
    de venganzas.

DON CÉSAR

                  ¿Es quizás
    de su familia?

GABRIEL

                   De más
    arriba.

DON CÉSAR

            ¡Del rey!

GABRIEL

                      De Dios.

DON CÉSAR

    (¡Imposible atar un cabo!
    ¡Su ser parece que abarca
    con la altivez del monarca
    la abnegación del esclavo!).


ESCENA III

DON CÉSAR, GABRIEL y un ALGUACIL

ALGUACIL

    Su señoría el alcalde
    don Rodrigo.

DON CÉSAR

                 En el momento
    volved a vuestro aposento.

GABRIEL

    La entrevista será en balde.


ESCENA IV

DON CÉSAR y DON RODRIGO

DON RODRIGO

    ¿Seguros ambos?

DON CÉSAR

                    Seguros,
    señor.

DON RODRIGO

           Todo lo recelo
    de él, que es audaz.

DON CÉSAR

                         Sin embargo,
    no temáis ningún extremo.

DON RODRIGO

    ¿Le has hablado?

DON CÉSAR

                     Sí, un instante.


DON RODRIGO

    ¿Y qué dice? ¿Muestra miedo
    de la justicia?

DON CÉSAR

                    Ninguno.

DON RODRIGO

    ¿Bravea, eh?

DON CÉSAR

                 Nada de eso;
    tranquilo está, tal vez tiene
    de justificarse medios.

DON RODRIGO

    Imposible: en contra suya
    tengo datos manifiestos.

DON CÉSAR

    ¿Sabéis ya?...

DON RODRIGO

                   Nada. Hilo a hilo
    voy la madeja cogiendo.
    Parece que hay en la vida
    de ese hombre tales enredos
    que, solo a fuerza de maña
    y paciencia, deshacerlos
    es posible. Mas no es
    lo que me trae más inquieto
    lo intrincado del negocio,
    que el laberinto estoy hecho
    a recorrer de las leyes.
    Acósame el alma empero
    una agitación, que no
    sé distinguir con acierto,
    si es afán o repugnancia,
    si es duda o presentimiento.
    Hay un punto de la historia
    de ese hombre, cuyo misterio
    del tiempo de mi mayor
    pesar me trae un recuerdo.

DON CÉSAR

    ¿De cuándo?

DON RODRIGO

                Tú no lo sabes;
    eras aún pequeñuelo.
    Luego, estas causas políticas
    de Portugal me trajeron
    siempre desgracias. Parece
    que el destino, con empeño
    fatal para mí, me pone
    portugueses siempre en medio
    de mi camino. Seis años
    anduve por aquel reino,
    en comisión especial,
    los rebeldes persiguiendo,
    y como todos conspiran
    contra el rey y su gobierno,
    yo soy allí detestado.

DON CÉSAR

    ¿Fuisteis quizá muy severo?

DON RODRIGO

    Fui de Felipe segundo
    leal servidor. Tan terco
    como ellos en resistirse,
    fui yo en desplomar sobre ellos
    todo el rigor de las leyes,
    y a fe que no me arrepiento.
    Rebeldes eran: cumplí
    con mi obligación; mas tengo
    todavía que volverles
    cierta partida, y si puedo,
    quedarán tan bien pagados
    como yo bien satisfecho.
    Mas las horas vuelan, César,
    déjame aquí con el preso.
    Guarda esa puerta por fuera,
    y si llamo, acude presto.


ESCENA V

DON RODRIGO DE SANTILLANA

DON RODRIGO

    Las diligencias primeras
    terminaron, y el proceso
    está entablado. ¡Malditos
    portugueses!... ¡Qué de enredos!
    Dieciséis, y gente toda
    de probidad, de respeto
    y hasta de ciencia, declaran
    que en el fondo de su pecho
    existe la convicción
    de que el trágico suceso
    es falso, y que están seguros
    de que en África no ha muerto.
    Unos en Cintra le han visto,
    y en Cintra fue donde él mesmo
    dijo que compró su espada.
    Otros cruzando le vieron
    el Tajo una tarde: el fraile
    dice que en su monasterio
    le rezó él mismo una misa
    antes del alba, y a esto
    para obligarle, del Papa
    le mostró bula, y que cierto
    está de que él era: y todos
    afirman con juramento
    que fueron a Madrigal
    y que le reconocieron.
    Ahora bien, señor alcalde,
    pise su merced con tiento,
    que es la tierra escurridiza.
    O es él, o no: en los decretos
    de Dios todo cabe, y todo
    cabe en los humanos yerros.
    Si en verdad es él, alcalde,
    no será en verdad muy cuerdo
    ahorcarle sin dar al rey
    de todo aviso primero.
    Si es un impostor..., también
    le avisaré, y a lo menos
    si se yerra, entre los dos
    el error compartiremos.


ESCENA VI

DON RODRIGO y GABRIEL

DON RODRIGO

    ¡Hidalgo!

GABRIEL

              Más alto pico.

DON RODRIGO

    ¿Caballero?

GABRIEL

                Todavía
    más alto.

DON RODRIGO

              Su señoría
    me excuse si no le aplico
    su título verdadero:
    mas hablemos un instante,
    y de hoy para en adelante
    no erraré en él: porque espero
    que aquí, y a solas los dos,
    me diréis la jerarquía
    que ocupáis.

GABRIEL

                 Su señoría
    espera bien, pues por Dios,
    que sabiendo yo quién es,
    debo de hablar sin reparo.

DON RODRIGO

    Eso quiero, que habléis claro.

GABRIEL

    Ya veréis.

DON RODRIGO

               Decidme, pues,
    señor Gabriel.
    (_Don Rodrigo va a sentarse a la mesa_).

GABRIEL

                   Un momento
    señor don Rodrigo.

DON RODRIGO

                       ¿Qué?

GABRIEL

    ¿Vais a sentaros?

DON RODRIGO

    (_Se sienta_).
                      Sí a fe.
    (_Gabriel trae con mucha calma una silla, y la coloca frente a la
    mesa de don Rodrigo_).
    ¿Qué hacéis?

GABRIEL

                 Lo mismo; me siento.

DON RODRIGO

    Yo soy alcalde de corte.

GABRIEL

    Sí; mas no sabéis quién soy
    yo, y si mal o bien estoy
    sentado ante vos.

DON RODRIGO

                      ¿Del porte
    audaz que usáis conmigo,
    buenas razones supongo
    que me daréis?

GABRIEL

                   Me propongo
    hacerlo así.

DON RODRIGO

                 Pues prosigo.

GABRIEL

    Seguid.

DON RODRIGO

            La duda primera
    que al escucharos me asalta
    es la de que nombre os falta
    digno de vuestra alta esfera.

GABRIEL

    Lo tengo.

DON RODRIGO

              Pues no lo sé.

GABRIEL

    Gabriel Espinosa.

DON RODRIGO

                      ¿Un tal
    pastelero en Madrigal?

GABRIEL

    Sí.

DON RODRIGO

        Pues poneos en pie,
    señor pastelero.
    (_Gabriel se levanta_).
                     Así:
    ante el juez solo se sienta
    quien altos títulos cuenta.

GABRIEL

    Como me sucede a mí.
    (_Se vuelve a sentar_).

DON RODRIGO

    (_Aparte_).
    (Ir le tengo de dejar
    por donde quiera, y a ver).

GABRIEL

    (_Aparte_).
    (Pienso que mi proceder
    le empieza a desconcertar).

DON RODRIGO

    ¿Pues cómo oficio tan bajo
    siendo tan alto elegís?

GABRIEL

    Por vivir, cual vos vivís
    de la ley, de mi trabajo.

DON RODRIGO

    Mas mi toga y aranceles
    no deshonran.

GABRIEL

                  No a fe mía;
    pero yo hacer no sabía
    otra cosa que pasteles.

DON RODRIGO

    (No es lerdo el señor Gabriel).

GABRIEL

    (Astuto es el don Rodrigo).

DON RODRIGO

    (Por aquí nada consigo,
    pero yo daré con él
    en tierra al fin). ¡Caballero!

GABRIEL

    Mandad.

DON RODRIGO

            Una relación
    que os llamará la atención
    contaros quisiera.

GABRIEL

                       Espero
    que será por lo galana,
    lo discreta y lo curiosa,
    la invención más ingeniosa
    del señor de Santillana.

DON RODRIGO

    Pues oíd. Buen capitán,
    más que rey, de fe tesoro,
    allá en las playas del moro
    murió el rey don Sebastián.
    ¿Supongo que de una historia
    tan pública oísteis algo?

GABRIEL

    ¡Si viérais qué poco valgo
    en esto de la memoria!

DON RODRIGO

    En vuestro horno no me extraña
    que estéis de noticias falto.

GABRIEL

    Sé que a su muerte, de un salto
    pasó Portugal a España.

DON RODRIGO

    Justo: más hoy los noveles
    vasallos, por sacudir
    sus leyes, dan en decir
    a los pueblos a ellas fieles
    que ha sido una usurpación,
    y pregonan de concierto
    del rey en África muerto
    la fausta resurrección.

GABRIEL

    ¡Oiga! No está mal pensado.

DON RODRIGO

    No, mas la dificultad
    era el dar en realidad
    con el rey resucitado.
    Buscósele con esmero,
    y hallose por toda cosa
    un tal Gabriel Espinosa,
    en Madrigal pastelero.

GABRIEL

    Vamos, ya caigo; el error
    de esta semejanza mía
    hizo a vuestra señoría
    creer que soy...

DON RODRIGO

    (_Interrumpiéndole_).
                     Un impostor.

GABRIEL

    ¿Quién lo dice?

DON RODRIGO

                    Yo lo digo,
    y el rey Felipe y el mundo
    entero.

GABRIEL

            Pues miente el mundo
    y el rey, y vos, don Rodrigo.

DON RODRIGO

    Inútil es vuestra audacia:
    testigos tengo allá fuera
    que os acusan por doquiera
    por impostor.

GABRIEL

                  ¡Vaya en gracia!
    Mas permitid que os arguya:
    para llamarme impostor,
    esa impostura, señor,
    ha de ser mía y no suya.
    ¿Y dónde hay hombre capaz
    de jurar que he dicho yo
    que era el rey?

DON RODRIGO

                    Vos mismo, no.

GABRIEL

    Entonces dejadme en paz.
    Si yo me parezco a un rey,
    y el vulgo por rey me tiene,
    citar al vulgo os conviene,
    pero no a mí, ante la ley.

DON RODRIGO

    ¡Espinosa!

GABRIEL

               Don Rodrigo,
    aunque en leyes sois muy ducho,
    os falta que aprender mucho
    para habéroslas conmigo.
    ¿Cree, buen juez, vuestra altiveza,
    que a ser yo el que habéis pensado
    estaríais vos sentado
    y cubierta la cabeza?
    (_Don Rodrigo se levanta y se descubre conforme va hablando
    Gabriel_).
    Rodrigo de Santillana,
    a ser yo el que habéis creído,
    hubiérais vos ya salido,
    ¡vive Dios!, por la ventana.

DON RODRIGO

    (Por quien soy, que me ha turbado.
    ¿Si contarán con razón
    lo de la resurrección?).

GABRIEL

    (¡Pobre juez!).

DON RODRIGO

                    (No habría osado
    palabras tan arrogantes
    decir.) Señor... Si en mal hora...

GABRIEL

    Ni tan bajo como ahora,
    ni tan alto como antes.

DON RODRIGO

    (Tanta majestad me asombra).
    Gabriel, quienquier que seáis,
    manda en mí el rey que digáis
    quién sois, en fin.

GABRIEL

                        Una sombra;
    y porque acabemos, voy,
    y afanes para excusaros,
    señor Santillana, a daros
    cuenta exacta de quién soy.
    Nací donde quiso Dios;
    si de noble raza, bien
    se demuestra en mí; de quién
    me importa callar, y a vos
    saber de mí no os importa;
    prestadme, empero, atención,
    pues va a ser mi relación,
    cuanto complicada, corta.
    Apenas cumplí la edad
    que se llama juventud,
    con loca solicitud,
    con ciega temeridad,
    abandoné mis hogares,
    y en más remoto hemisferio,
    dueño del mayor imperio,
    pirata fui de los mares.
    En ellos, profundo osario
    de cien bajeles, guerrero
    alcé mi estandarte fiero
    de Asia y Europa corsario,
    y amontoné más tesoros
    que guarda el mar en su centro
    y arenas quemadas dentro
    de sus desiertos los moros.
    Ebrio con tanta riqueza,
    dejé mi gente y la mar,
    queriendo en tierra ostentar
    mi valor y mi grandeza,
    y con el nombre supuesto
    de marqués de Mari-Alba,
    al lado del duque de Alba
    gané en sus glorias un puesto
    y en la cabeza esta herida
    (_La muestra_);
    bien es que al que me la abrió,
    con mi espada le abrí yo
    las puertas de la otra vida.

DON RODRIGO

    No os daría poca pena
    después.

GABRIEL

             ¡Fue un fatal desliz!...

DON RODRIGO

    (_Mirándole a la frente_).
    No es mala la cicatriz.

GABRIEL

    La cuchillada fue buena.
    No me tendió, sin embargo;
    el furor me mantenía,
    y combatí todavía
    hasta caer, tiempo largo.
    Mas, harto al fin del oficio
    de lidiar en tierra firme,
    licencia para salirme
    por entonces del servicio
    al duque de Alba pedí;
    diómela el duque cortés,
    y vedla.
    (_Le da un papel_).

DON RODRIGO

             Su firma es:
    para el marqués...

GABRIEL

                       Para mí.
    Di, pues, vuelta hacia la corte,
    sirviéndome mucho en ella,
    primero mi buena estrella,
    después mi lujoso porte.
    Por ese tiempo, de vos
    nadie hablaba todavía,
    y a mí el rey me recibía
    con grande amistad.

DON RODRIGO

                        (¡Gran Dios,
    entonces fue cuando vino
    el monarca portugués
    a Castilla! ¿Será, pues,
    este hombre?). ¿Quién previno
    más festejos a usarced?

GABRIEL

    No hay por qué ocultarlo al fin;
    el conde de Medellín
    con tantos me hizo merced
    que corresponder no supe,
    como era mi obligación.

DON RODRIGO

    ¿Y os tuvo tal atención
    en Madrid?

GABRIEL

               No, en Guadalupe.

DON RODRIGO

    ¿En ese pueblo?

GABRIEL

                    Sí tal.

DON RODRIGO

    No recuerdo que de allí...

GABRIEL

    Al rey de España en él vi
    junto al rey de Portugal.
    Después..., abrid, Santillana,
    un paréntesis aquí,
    y poned en él de mí
    cuanto mal os diere gana.
    Básteos saber, don Rodrigo,
    que perdí mi oro y mi gloria
    sin que una buena memoria
    me quedara, ni un amigo.
    Por tierra extranjera anduve
    errante, como un bandido,
    y el pan que en ella he comido
    que mendigármelo tuve.
    Mas el desengaño, al fin,
    ¿qué ánimo feroz no doma?
    Llegué arrepentido a Roma
    remando en un bergartín.
    Visité a Su Santidad;
    confesión le hice de todo,
    y el Santo Padre halló modo
    de absolverme en su piedad,
    dándome por penitencia
    de los pecados sin cuento
    que abrasan mi pensamiento
    y me abruman la conciencia,
    que emprendiera el viaje entero
    del Santo Sepulcro a pie.

DON RODRIGO

    ¿Y lo hicisteis?

GABRIEL

                     Por la fe
    lo juro de caballero.
    Y aun fue más: Su Santidad
    me ordenó que renunciara
    mi jerarquía y que echara
    mi nombre en la eternidad.
    He aquí por qué no os lo digo.
    Penitente le arrojé
    dentro de ella, y le olvidé
    para siempre, don Rodrigo.

DON RODRIGO

    ¡Interesante proemio!
    Y a ser tan cierto...

GABRIEL

                          Lo es tanto,
    que tengo del Padre Santo
    por testimonio y por premio
    esta bula. Me conviene
    que la leáis.
    (_Le da otro papel_).

DON RODRIGO

                  Os la tomo.
    No está vuestro nombre.

GABRIEL

                            ¿Y cómo,
    si a quien se dio no lo tiene?

DON RODRIGO

    Proseguid.

GABRIEL

               Mi protector,
    el Papa, en sus santos juicios,
    utilizar mis servicios
    imaginó, y fiador
    constituyéndose mío,
    me envió a un poderoso Estado,
    que al verme tan bien fiado
    fió un bajel a mi brío.
    Venecia fue nuevamente
    del corsario protectora;
    ved de tan noble señora,
    don Rodrigo, la patente.
    (_Le da otro papel_).
    Volví al mar; del africano
    las costas guardando anduve,
    y en un combate que tuve
    los dos dedos de esta mano
    perdí; mas su nave, hundida,
    cogí a mi enemigo preso.
    La mano llevo por eso
    siempre en el guante metida.
    El rumbo a Venecia di
    contento, cuando topé
    con un barco de no sé
    qué argelino, resolví
    abordarle, y por despojo
    de esta sangrienta jornada,
    rescaté una desgraciada
    niña, a quien con noble arrojo
    defendía un pobre anciano,
    y a quien, según esperaba,
    iba a vender por esclava
    el argelino inhumano.

DON RODRIGO

    ¿Y esa niña es doña Aurora?

GABRIEL

    Que pasa por hija mía.

DON RODRIGO

    ¿Familia, pues, no tenía?

GABRIEL

    Y tiene.

DON RODRIGO

             ¿Por qué hasta ahora
    no se la habéis vos devuelto?

GABRIEL

    Necesito presentar
    documentos que probar
    puedan que es ella, y resuelto
    estoy conmigo a guardarla
    mientras tanto.

DON RODRIGO

                    ¿Y dónde están
    los documentos?

GABRIEL

                    Vendrán
    muy pronto; porque entregarla
    mucho a su padre me importa.

DON RODRIGO

    Pensáis que él os dé...

GABRIEL

                            Al contrario:
    las riquezas del corsario
    son para ella.

DON RODRIGO

                   Porción corta
    no será.

GABRIEL

             ¡No habrá, a fe mía,
    quien competirla pretenda!
    Millones tiene en hacienda,
    millones en pedrería.

DON RODRIGO

    ¿Dónde?

GABRIEL

            En Venecia.

DON RODRIGO

                        ¿Estarán
    en el poder?...

GABRIEL

                    Del Estado;
    es ahijada del Senado
    serenísimo, y tendrán
    que devolvérsela salva
    sus parientes a Venecia,
    rica y libre, cual la precia
    el marqués de Mari-Alba.
    Ya nuestra historia sabéis.
    A qué vine a Madrigal
    y a qué voy a Portugal,
    indagadlo si podéis.
    Ni sabréis de mí otra cosa,
    ni nadie más de mí sabe.
    Solo Dios tiene la llave
    del corazón de Espinosa;
    y si más de lo que digo
    saber importa a la ley,
    llevadme a Madrid, el rey
    me conoce, don Rodrigo.

DON RODRIGO

    (Su altivez en confusión
    me pone, y su majestad
    me asombra. ¿Será verdad
    lo de la resurrección?
    Si miente, lo hace con tal
    aplomo y con tanta fe,
    que a poco más le daré
    por el rey de Portugal.
    Mas no ha de quedar por mí.
    Yo he de apurar este arcano;
    no dirán que de un villano
    impostor juguete fui).

(_Llama don Rodrigo y habla en secreto con un alguacil, que se vuelve a
marchar_).

GABRIEL

    (¿Secretos con el ministro
    de justicia? Estoy al cabo:
    tenemos careo; alabo
    por sorprendente el registro).


ESCENA VII

DON RODRIGO, GABRIEL y el MARQUÉS DE TAVIRA.

(_Gabriel se aparta a un lado, y, sentándose, se mantiene en toda esta
escena dando la espalda al marqués_).

DON RODRIGO

    Señor marqués, perdonad
    si cumpliendo obligaciones
    de juez...

MARQUÉS

               Vuestras atenciones
    os agradezco, en verdad;
    pero advertid que mañana
    quiero dejar a Castilla,
    y que el mesón de una villa
    no es el lugar, Santillana,
    que me conviene; os prevengo
    que hombre soy muy principal
    y de todo Portugal
    la sangre más limpia tengo.

GABRIEL

    (_Aparte_).
    (Si mi mente no delira,
    por Dios, que está en mi presencia
    la hinchada magnificencia
    del buen marqués de Tavira.)

DON RODRIGO

    No os he de faltar en nada;
    mas quiero que me digáis
    sin doblez cuanto sepáis
    de aquella fatal jornada
    de África; corre el rumor
    por ahí de que no es cierto
    que don Sebastián ha muerto;
    y aun hay algún impostor
    que usurpa su augusto nombre.

GABRIEL

    (_Mirándole_).
    (Y el gesto y el ademán.
    ¡Pobre rey don Sebastián
    si en manos cae de ese hombre!)

DON RODRIGO

    Conque decid, ¿es verdad
    que en África el rey murió?
    Que allá estuvisteis sé yo
    con toda seguridad.
    Hablad, marqués de Tavira,
    vuestra nobleza es notoria.
    No echéis en su ejecutoria
    el borrón de una mentira.

MARQUÉS

    Inexperto capitán,
    de mi edad en el vigor
    esclavo fue mi valor
    de mi rey don Sebastián.
    Juntos un mismo bajel
    a tierras del africano
    nos llevó; como un hermano
    al combate fui con él.
    Un mar de sangre corrió.
    Pero al partirse la suerte
    solo el baldón y la muerte
    a nosotros nos tocó.

GABRIEL

    (No sé por qué la memoria
    de este lance me enternece
    y me irrita; no parece
    sino que cuentan mi historia).

MARQUÉS

    El rey, que escudo y celada
    tiró para más grandeza
    de valor, en la cabeza
    recibió una cuchillada
    tal, que la frente serena
    le rajó hasta la nariz.

DON RODRIGO

    (_A Gabriel_).
    ¡No es mala esa cicatriz!

GABRIEL

    La cuchillada fue buena.

DON RODRIGO

    (_Al marqués_).
    Seguid.

MARQUÉS

            El rey, nuevo Marte
    de tan sangrienta jornada,
    continuó, rota la espada
    defendiendo su estandarte,
    hasta que el filo fatal
    de un yatagán africano,
    segó de su izquierda mano
    dos dedos.

DON RODRIGO

    (_A Gabriel_).
               Si no oí mal,
    me habéis dicho...

GABRIEL

    (_Con calma y sin volverse_).
                       Que perdí
    dos dedos en un combate
    naval.

DON RODRIGO

           Marqués, el remate
    de la batalla.

MARQUÉS

                   Caí
    bajo un hachazo a los pies
    de mi rey..., y no viví más;
    perdí el sentido.

DON RODRIGO

                      Quizás
    al recobrarlo después...

MARQUÉS

    Ya no le hallé; con la luna
    tomé del mar el camino,
    maltratado peregrino,
    caballero sin fortuna,
    llevando en el corazón
    el recuerdo de una hazaña
    que será, no para España,
    para su rey, un baldón.

DON RODRIGO

    ¡Señor marqués de Tavira!
    Esa frase infamatoria...

MARQUÉS

    No tendrá mi ejecutoria
    el borrón de una mentira.

DON RODRIGO

    Conque, en fin, ¿el rey murió?

MARQUÉS

    No lo sé, ¡por vida mía!
    Si lo supiera os diría,
    señor alcalde, que no.

DON RODRIGO

    (_Al Marqués, llevándole aparte_).
    ¿Buena memoria tenéis?

MARQUÉS

    Buena.

DON RODRIGO

           ¿Y vista?

MARQUÉS

                     Perspicaz.

DON RODRIGO

    Si vive y le veis, ¿capaz
    de conocerle seréis?

MARQUÉS

    ¡Si vive habéis dicho!

DON RODRIGO

                            Sí.

MARQUÉS

    ¿Tenéis, pues, noticias de él?

DON RODRIGO

    ¿Recibisteis un papel
    anónimo?

MARQUÉS

             Recibí
    uno ayer.

DON RODRIGO

              ¿Y qué os decía?

MARQUÉS

    Las señas de un personaje
    me daban, que iba de viaje
    y aquí a hospedarse vendría.
    Mandábanme a un comerciante
    que me daría dinero
    para pagar del viajero
    el gasto, y que en el instante
    fuera a cobrarlo y corriera
    con el pago, y tras el tal
    viajero hacia Portugal
    la vuelta sin falta diera.

DON RODRIGO

    ¿Y cobrasteis?

MARQUÉS

                   Sí cobré.

DON RODRIGO

    ¿Y pagasteis?

MARQUÉS

                  ¿Pues cobrado
    por mí, no fuera pagado?

DON RODRIGO

    Perdonad; ¿e iréis?

MARQUÉS

                        Iré.

DON RODRIGO

    ¿Luego sabéis de quién es
    el anónimo?

MARQUÉS

                Aunque no
    lo sé, jamás me engañó
    en uno.

DON RODRIGO

            ¿Os ha escrito, pues,
    otros?

MARQUÉS

           Varios.

DON RODRIGO

                   Sobre asuntos...

MARQUÉS

    Secretos.

DON RODRIGO

              Mas ¿ciertos?

MARQUÉS

                            Sí.
    Siempre que salieron vi
    ciertos en todos sus puntos.

GABRIEL

    (_Aparte_).
    (¡Con famosos servidores
    cuenta el rey don Sebastián!
    ¡Pobres reyes! ¡Siempre dan
    con tontos o con traidores!).

MARQUÉS

    Si he concluido, no es cosa
    de estarme aquí sin provecho.

DON RODRIGO

    Perdonadme que aún insista;
    mas ya que memoria y vista
    tenéis, de ese hombre en acecho
    estad, y del rey en nombre
    os mando decir, marqués,
    si le conocéis, quién es.

GABRIEL

    (_Aparte_).
    (Santillana es todo un hombre).

MARQUÉS

    (_Aparte_).
    (¿Qué diablos de juego es este?
    ¡Posición más engorrosa!).

DON RODRIGO

    (_A Gabriel_).
    Señor Gabriel Espinosa,
    permitid que os manifieste
    que habéis descortés andado
    con el marqués de Tavira,
    que está mirándoos con ira.

GABRIEL

    ¿Se lo habéis vos ordenado?

DON RODRIGO

    Ved que son los portugueses
    quisquillosos; despedidle
    al menos; vamos, decidle
    cuatro palabras corteses.

GABRIEL

    Voy, pues que vos lo queréis.

DON RODRIGO

    (Yo apuraré la mentira).

GABRIEL

    ¿Señor marqués de Tavira?

MARQUÉS

    ¡Jesucristo!

GABRIEL

                 ¿Qué tenéis?

MARQUÉS

    ¡Señor!... ¿Sois vos?... ¿Aún vivís?

GABRIEL

    ¡Si vivo! ¿Pues no lo veis?
    ¡Pero qué diablos decís!

MARQUÉS

    ¡Ese gesto, ese ademán,
    esa voz, ese semblante
    que no olvidé ni un instante!
    (_Cae de rodillas_).
    Es el rey don Sebastián.

GABRIEL

    ¡Imbécil! A ser de cierto
    don Sebastián, ¿no reparas
    que antes que me delataras
    a mis pies te hubiera muerto?

MARQUÉS

    ¡Jesús!

GABRIEL

            Señor Santillana,
    ¿que sé, daréis por supuesto,
    que sois vos quien me ha dispuesto
    una farsa tan villana?

DON RODRIGO

    ¡Yo! ¡Farsa!... ¿Y con qué interés?

GABRIEL

    Salta a los ojos: es fuerza
    que ya la opinión se tuerza
    del buen pueblo portugués.
    Interesa a un impostor
    ahorcar porque más en él
    no espere, y soy yo, Gabriel,
    el que os parece mejor.
    Ya veis que os he comprendido.
    Vos y ese hombre los traidores
    sois aquí y los impostores;
    con él estáis convenido.

DON RODRIGO

    ¡Yo!

GABRIEL

         Traedme otro marqués
    como ese; aunque sean doce.
    Ni ese sandio me conoce,
    ni es noble ni portugués.

(_Gabriel se mete desenfadadamente en su cuarto, dejando estupefactos
al marqués y a don Rodrigo_).


ESCENA VIII

DON RODRIGO y el MARQUÉS DE TAVIRA

DON RODRIGO

    Ese hombre me va a volver
    el juicio a mí. ¡Por mi vida
    que está buena la salida!
    No me queda más que ver.
    Mas me pone en confusión
    su aplomo, su majestad
    y su audacia... ¿Habrá verdad
    en esta resurrección?

MARQUÉS

    Sandio dijo..., sandio soy,
    mas contenerme no pude.

DON RODRIGO

    ¿Es él?

MARQUÉS

            No habrá quien lo dude.

DON RODRIGO

    ¿Estáis seguro?

MARQUÉS

                    Lo estoy.

DON RODRIGO

    ¿Engañado no os habrán
    vuestro error y su apariencia?

MARQUÉS

    No.

DON RODRIGO

         ¿Jurárais en conciencia?

MARQUÉS

    Que es el rey don Sebastián.

DON RODRIGO

    (_Llamando_).
    El capitán Santillana.


ESCENA IX

DON RODRIGO, el MARQUÉS y DON CÉSAR

DON RODRIGO

    Ruégoos que me perdonéis,
    señor marqués, mas me obliga
    mi deber a hacer que el viaje
    suspendáis.

MARQUÉS

                (Ya no podría
    continuarlo: ya le he visto
    y a verle nada más iba).

DON RODRIGO

    (_Aparte a don César_).
    Escucha, César.

DON CÉSAR

                    Decid.

DON RODRIGO

    Antes de que apunte el día
    deben de partir los presos.

DON CÉSAR

    ¿Adónde van?

DON RODRIGO

                 A Medina
    del Campo.

DON CÉSAR

               ¿Pues qué razones
    hay?

DON RODRIGO

         Dos: aquí la atrevida
    audacia de algunos pocos
    que mucho a Gabriel estiman,
    pudiera hacer un arresto
    y burlar a la justicia.

DON CÉSAR

    ¿Sabéis, pues?...

DON RODRIGO

                      Yo no sé nada.
    La situación se complica
    de tal modo, que no hay ciencia
    ni sagacidad que sirvan
    para dominarla. Doña
    Ana de Austria, sobrina
    del rey y abadesa ahora
    de las monjas agustinas
    de Madrigal, y otras muchas
    personas como ellas dignas
    de respeto, es menester
    que declaren. En la villa
    de Madrigal peligroso
    fuera instalarme; en Medina
    hay cárcel segura, estoy
    casi a la distancia misma
    de aquí que de Madrigal,
    y hay algunas compañías
    de arcabuceros.

DON CÉSAR

                    ¿Pues tantas
    precauciones son precisas?

DON RODRIGO

    Todas son pocas tratándose
    de una cabeza proscrita,
    que puede hacer la desgracia
    de toda una monarquía.
    Tú le escoltarás, y luego
    partirás a toda prisa
    a la corte, para el rey
    con una consulta mía.
    Voy a mandar las literas
    traer, y estar prevenida
    la escolta que has de llevar.
    César, la más exquisita
    vigilancia ten: con ellos
    vas guardando nuestras vidas.
    Adiós. Seguidme si os place,
    señor marqués de Tavira.


ESCENA X

DON CÉSAR; después DOÑA AURORA

(_Don César aguarda a que se vayan don Rodrigo y el marqués, escucha un
momento a la puerta del fondo y va a abrir la primera de la izquierda,
donde está el cuarto de doña Aurora, llamándola con precaución_).

DON CÉSAR

    ¿Aurora?... ¿Aurora?... Cerráronla
    en la cámara vecina,
    sin duda porque no oyera
    lo que en esta sucedía.
    (_Entra y vuelve a salir con doña Aurora_).
    Venid, Aurora.

DOÑA AURORA

                   ¿Qué pasa,
    capitán, que así os obliga
    a llamar?
    (_Don César cierra la puerta del fondo_).
              ¿A qué cerráis
    las puertas con tanta prisa?

DON CÉSAR

    ¡Aurora, Aurora! Esta casa
    es ya una cárcel sombría
    para vosotros.

DOÑA AURORA

                   ¡Dios mío!
    ¿Qué decís?

DON CÉSAR

                De la justicia
    en poder estáis. Gabriel
    con pertinacia inaudita
    se obstina en callar, e inútil
    todo es con él. Ni le obligan
    las ofertas, ni le mueven
    los ruegos, ni le dominan
    las amenazas. Impávido
    hacia el abismo camina
    con el semblante sereno
    y en los labios la sonrisa,
    cual si pudiera de un soplo
    disipar la enfurecida
    tempestad en que sin rumbo
    va la nave de su vida.

DOÑA AURORA

    Capitán, es inflexible;
    sus acciones son siempre hijas
    de una decisión resuelta
    y de una convicción íntima,
    y no cede.

DON CÉSAR

               Pues os lleva
    esa condición altiva
    hoy, antes que raye el alba,
    a la cárcel de Medina
    bajo mi custodia.

DOÑA AURORA

                      ¿Entonces?

DON CÉSAR

    Ya os he dicho que no había
    ley ni deber que valiera
    para mí lo que una mínima
    insinuación vuestra. Habladle
    vos, que sois su amor, su hija;
    habladle y decidle: «Huyamos;
    don César nos facilita
    la fuga, huyamos...», y huid,
    Aurora. Y ya que mi vida,
    por un tenebroso arcano
    que vuestro padre no explica,
    está, ¡ay de mí!, para siempre
    de la vuestra dividida,
    huid, y al menos debédmela
    aunque pierda yo la mía.
    Huid. Nada hay que me espante:
    seré traidor, si es precisa
    la traición para salvaros.

DOÑA AURORA

    Dios hará que tal mancilla
    sobre vuestro honor no caiga.
    (_Mira por el hueco de la cerradura del cuarto de Gabriel_).
    Él va a salir... ¡Que me asista
    rogad al cielo!... Y dejadme
    con él.
    (_Vase don César, cerrando la puerta_).
            Trae embebida
    su alma en los pensamientos
    de hiel que le martirizan.

(_Sale Gabriel sombrío, los brazos cruzados, sin ver a Aurora, que se
ha retirado a un lado, y habla consigo mismo_).


ESCENA XI

DOÑA AURORA y GABRIEL

GABRIEL

    A él solo, sí, desenredar le toca
    la peligrosa red que se me tiende;
    solo el rey puede descoser mi boca;
    él solo; si me salva o si me vende,
    él con Dios se verá: no es cuenta mía.
    Yo acepto mi fortuna, tal cual sea
    la que el cielo me dé; mas vendrá un día
    en que todo mortal con Dios se vea,
    y en aquel día en que de Dios espero
    temblar ante el semblante soberano,
    yo, de cetro en lugar, tener prefiero
    una palma de mártir en la mano.

DOÑA AURORA

    ¿Ni una mirada para mí?

GABRIEL

                             Mi Aurora,
    único sol que en mi sombría frente
    disipa con la luz de una sonrisa
    las nubes del pesar que la ennegrecen,
    perdóname si en reflexiones tristes
    abismado ante ti pasé sin verte.
    Mas, ¿por qué el llanto tu mirada enturbia?
    ¿Por qué la agitación que te conmueve?
    ¿Qué te asusta, mi bien?

DOÑA AURORA

                             Riesgos traidores
    te acechan por doquier, tal vez la muerte.
    ¿Y te admira, señor, de que mi llanto
    copioso y triste mis mejillas riegue?

GABRIEL

    Te engañas.

DOÑA AURORA

                Tú, la misteriosa nube
    que impenetrable tu existencia envuelve,
    es fuerza que hoy ante la ley se rasgue
    de un juez, terror de cuantos nobles seres
    asilo hallaron, nacimiento o nombre
    de Tajo y Miño en las riberas fértiles.

GABRIEL

    ¿Quién te lo ha dicho?

DOÑA AURORA

                           Yo lo sé.

GABRIEL

                                     Pregunto
    quién te lo ha dicho.

DOÑA AURORA

                          El capitán, que tiene
    más de leal, de noble y generoso
    que tú de franco con quien más te quiere.

GABRIEL

    ¡Aurora!

DOÑA AURORA

             No receles que mis labios
    dejen salir palabras imprudentes,
    que a impulso de un amor desatinado
    compliquen más la situación presente.

GABRIEL

    ¿De don César, al fin, desventurada,
    al fuego dio tu corazón albergue?

DOÑA AURORA

    El corazón entero es de otro hombre
    y me son los demás indiferentes.
    Ni te hablara yo de él en esta hora,
    que habrá de ser para los dos solemne.
    Yo quiero al capitán porque tú mismo
    me viniste a decir: «Aurora, quiérele»;
    mas yo le quiero porque tú lo mandas,
    porque quiero no más lo que tú quieres.

GABRIEL

    Quiérele, Aurora, porque ya es acaso
    el solo amigo que tu padre tiene.

DOÑA AURORA

    ¡Mi padre, sí, mi cariñoso padre!...
    ¿No es este el nombre que emplear conviene
    en esta situación?

GABRIEL

                       Silencio, Aurora;
    que es el encanto de mi vida advierte
    ese nombre feliz.

DOÑA AURORA

                      Pero ese nombre,
    dímelo de una vez, ¿te pertenece?

GABRIEL

    ¿Quién te lo hizo dudar? ¿Quién te lo dijo?

DOÑA AURORA

    La que a tu lado y con placer mil veces
    y acaso en busca de la paz perdida
    veló tu sueño y sorprendió inocente
    tu secreto.

GABRIEL

                ¡Gran Dios! ¿y nada dije
    de mi vida anterior? ¿De otros placeres,
    de otros tiempos, en fin?

DOÑA AURORA

                              Nada dijiste,
    nada, señor; mas aunque dicho hubieres
    en el pecho de Aurora lo enterraras,
    que en ti a sufrir como a callar aprende.

GABRIEL

    (¡Miserable de mí! Porque el misterio
    que intentan aclarar oculto quede
    siempre en mi corazón, ¿será preciso
    que yo mismo la lengua me cercene?).

(_Gabriel escucha desde aquí como distraído en sombrías reflexiones_).

DOÑA AURORA

    ¡Padre!

GABRIEL

            Explícate, Aurora.

DOÑA AURORA

                               Oye: al impulso
    de una curiosidad impertinente,
    o de otro sentimiento inexplicable
    que en mí se agita y que en mi alma enciende
    la misteriosa luz de una esperanza
    lejana, incierta, misteriosa, débil,
    cedí, señor, y en la callada noche
    mi lecho abandoné..., porque a mi mente
    mil visiones de amor se amontonaron
    en confuso tropel, puras y alegres
    como las olas que la mar en calma
    sobre sus lomos incansable mece;
    como las aves que en el árbol saltan
    trinando al son de la escondida fuente.

GABRIEL

    Prosigue, Aurora.

DOÑA AURORA

                      Abandoné mi lecho,
    y al tuyo me acerqué, como quien teme
    ser sorprendido en criminal intento
    por un extraño que a su lado duerme.
    Tu faz un punto contemplé, y mi labio
    un ósculo filial posó en tu frente.
    ¿Me oyes, Gabriel?

GABRIEL

                       Prosigue, Aurora mía,
    tu voz la voz de un ángel me parece.

DOÑA AURORA

    Al contacto sutil del labio mío
    sonreíste, señor; y tu voz débil
    oí que el nombre mío murmuraba
    entre esos ayes conque el mal divierte
    de una pasión el que vivió en el mundo
    secretos hondos ocultando siempre;
    y entonces supe por la lengua misma
    que hablar en sueños indiscreta suele,
    que si es la tuya misterioso arcano,
    espesa sombra mi existencia envuelve.

GABRIEL

    ¿Y entonces?

DOÑA AURORA

                 Me aparté ruborizada
    de quien mi padre no es; sentí más fuerte
    latir mi corazón; sentí otra sangre
    circular por mis venas más ardiente;
    sentí en presencia del mayor cariño
    mi cariño filial desvanecerse,
    y al apartarme de tu lecho trémula
    un ósculo de amor grabé en tu frente.

GABRIEL

    No lo digas jamás, Aurora mía.
    Jamás a nadie tu pasión reveles.
    Quema los labios que en mi frente seca
    pusiste; quema el corazón rebelde
    que el cariño filial de sí arrojando,
    dio a mi cariño en su lugar albergue.


DOÑA AURORA

    Es ya tarde, Gabriel, mi amor es hijo
    de tu callado amor.

GABRIEL

                        Tú lo mereces;
    tú eres la sola flor que brotar hizo
    en mi camino Dios... Dios, que al ponerme
    sobre la tierra, me alfombró de espinas
    la senda que mis pies recorrer deben;
    pero yo no merezco tu amor santo;
    yo soy un árbol cuyo tronco estéril
    despojado de vida por el rayo,
    ya ni sombra, ni flor, ni aroma tiene.

DOÑA AURORA

    No, no: tú eres un árbol cuya sombra
    cobijó mi niñez: cuyo ámbar bebe
    mi pobre corazón, de quien tú solo
    sombra, delicia y alimento eres.
    Dios me entregó a tus brazos en mi infancia,
    porque Dios quiso que en tu pecho ardiente
    brotase, para encanto de tu vida,
    de esta pasión correspondida el germen.

GABRIEL

    Tienes razón, Aurora, reconozco
    en tu amor la piedad omnipotente.
    Tienes razón, Aurora, Dios del cielo
    te envía..., un ángel de los cielos eres.

DOÑA AURORA

    Escúchame, Gabriel.

GABRIEL

                        Habla.

DOÑA AURORA

                               En el nombre
    de esa pasión que en nuestras almas hierve,
    desaparezcan hoy esos misterios
    que nuestras dos historias oscurecen.

GABRIEL

    Imposible.

DOÑA AURORA

               No temas que me espante,
    Gabriel, ni me arrepienta, conociéndote,
    de haberte amado nunca.

GABRIEL

    Es imposible.

DOÑA AURORA

    Habla. Dime quién soy, dime quién eres.
    Si eres villano y en tus venas viles
    la sangre impura y maldecida tienes
    de raza hebrea o de morisca tribu,
    yo te amaré, Gabriel; si reales puedes
    ostentar de tu estirpe en el escudo
    coronados y espléndidos cuarteles,
    yo te amaré, Gabriel; si eres acaso
    criminal fugitivo y por mí temes
    de un patíbulo infame la deshonra,
    yo te amaré, Gabriel; llama si quieres
    a un sacerdote, y que con lazo eterno
    anude nuestras almas; y no pienses
    que el deshonor de criminal memoria
    me humille. Te amo con amor tan fuerte,
    que oraré mientras viva en tu sepulcro,
    orgullosa del nombre que me dejes.

GABRIEL

    ¡Calla, Aurora, deliras!

DOÑA AURORA

                             Un momento,
    Gabriel, óyeme aún, no te impacientes.
    Si eres un impostor, un ambicioso,
    cogido al fin entre sus propias redes,
    huyamos; tienes ocasión y tiempo.
    Sí, nuestra fuga el capitán protege,
    huyamos, nuestro amor y nuestra infamia
    arrastrando a remoto continente.

GABRIEL

    ¡Aurora!

DOÑA AURORA

             Hoy a la cárcel de Medina
    rayando el alba trasladarnos deben,
    y el capitán que en nuestra guarda parte...

GABRIEL

    Silencio, Aurora. ¿Deshonrarle quieres
    para salvarte tú? ¿Sabes que si huyo
    cuando en su guardia el infeliz me lleve,
    morirá en mi lugar, y que al fugarme
    me doy por criminal siendo inocente?
    Yo no huiré jamás; ni sé, ni quiero,
    ni nací para huir: ya muchas veces
    la he visto cara a cara, y en el pecho,
    no por la espalda, me herirá la muerte.

DOÑA AURORA

    Hiéranos a los dos un mismo golpe.

GABRIEL

    Tú no debes morir; aún que hacer tienes
    sobre la tierra.

DOÑA AURORA

                     ¿Qué, sin ti?

GABRIEL

                                   Llorarme.

DOÑA AURORA

    ¿Me lo mandas?

GABRIEL

                   Yo, no: Dios. Obedece.
    Dios me pone en los labios un candado,
    no lo intentes romper. Pura, inocente,
    noble eres tú; si a deshonrada tumba
    mi silencio me lleva, Dios lo quiere.
    Inclina, Aurora, la cabeza humilde
    bajo la voluntad omnipotente,
    y ora en mi tumba sin vergüenza, Aurora.
    Mártir me quiere Dios, y obedecerle
    es fuerza. Vive; y si te dice el mundo
    que he sido un impostor, el mundo miente.
    Yo no he dicho jamás que era el que buscan,
    y a morir me enviarán sin conocerme.
    Ora en mi tumba sin vergüenza, y ora
    mientras los hombres libertad te dejen;
    y si te culpan como a mí, en silencio,
    digna siempre de mí, como yo muere.

DOÑA AURORA

    ¿Tú me lo mandas? Obedezco: sea,
    Gabriel; digna de ti quiero ser siempre.


ESCENA XII

DOÑA AURORA, GABRIEL, DON CÉSAR

DON CÉSAR

    Don Rodrigo sube.

GABRIEL

    (_A don César_).
                      Oíd
    antes. Si en algo apreciáis
    a Aurora, ved cómo enviáis
    ese papel a Madrid.
    (_Gabriel da una carta a don César, que la toma rápidamente_).

DON CÉSAR

    Sabéis que mi fe la aprecia
    en más que en mi mismo honor.
    Yo lo llevaré.

GABRIEL

                   Al señor
    embajador de Venecia.


ESCENA XIII

DICHOS, un ALGUACIL, después DON RODRIGO

ALGUACIL

    (_Entrando_).
    Su señoría.

GABRIEL

                Aguardamos
    sus órdenes.

DON RODRIGO

    (_Entrando_).
                 Os espera
    allá abajo una litera,
    señor Gabriel.

(_Gabriel, tomando de la mano a doña Aurora y dirigiéndose a la puerta,
dice_):

GABRIEL

                   Pues partamos.

DON RODRIGO

    ¿Ni inquirís adónde vais
    ni tomáis vuestro equipaje?

GABRIEL

    Vos que disponéis mi viaje
    sabréis cómo me lleváis.

DON RODRIGO

    Conmigo.

GABRIEL

             Pues ya tardamos.

DON RODRIGO

    Vuestros cofres van con sellos.

GABRIEL

    Haced lo que os plazca de ellos.

DON RODRIGO

    Pues cuando gustéis.

GABRIEL

                         Pues vamos.

(_Vanse delante Gabriel con doña Aurora, luego don Rodrigo y don
César_).


FIN DEL ACTO SEGUNDO




ACTO TERCERO

Sala de juicio en la cárcel de Madrigal; decoración ochavada; puerta
en el fondo, balcón a la derecha; al mismo lado, en la segunda caja,
puerta del calabozo de Gabriel; puerta a la izquierda de otros
calabozos; mesa con papeles, plumas, etc.


ESCENA PRIMERA

DON RODRIGO y el ESCRIBANO sentados a la mesa. GABRIEL, al otro lado,
en un sillón, reclinado tranquilamente y como ajeno a lo que pasa a su
alrededor.

ESCRIBANO

    Señor, no duerme.

DON RODRIGO

                      ¡Y qué mal
    halláis en que esté despierto!

ESCRIBANO

    Que escucha.

DON RODRIGO

                 Es un hombre muerto;
    que escuche o no, ya es igual.
    Seguid leyendo.

ESCRIBANO

    (_Tomando un papel de la mesa_).
                    Un oficio
    del doctor don Juan de Llanos.

DON RODRIGO

    ¿Qué dice?

ESCRIBANO

               Que siendo vanos
    interrogatorio y juicio,
    mandó dar a fray Miguel
    el día cinco tormento.

DON RODRIGO

    ¿Y qué dijo?

ESCRIBANO

                 Que era invento
    suyo lo de que Gabriel
    fuese el rey de Portugal,
    y que le movió a este engaño
    el intento de hacer daño
    al rey don Felipe.

DON RODRIGO

                       Mal
    salió. Leed.

ESCRIBANO

    (_Otro papel_).
                 Petición
    de la nominada Aurora.

DON RODRIGO

    ¿Y qué pide esa señora?

ESCRIBANO

    Ver a su padre.

DON RODRIGO

                    Ocasión
    llegará de que le vea
    cuando ya esté confirmada
    su sentencia, y no haya nada
    que temer de que así sea.

ESCRIBANO

    (_Otro papel_).
    Novena solicitud
    del preso llamado Arbués.

DON RODRIGO

    ¿Qué solicita?

ESCRIBANO

                   Que pues
    vivirá poco, en virtud
    de haberle dado tormento,
    se quisiera despedir
    de su amo antes de morir.

DON RODRIGO

    No ha lugar, hasta el momento
    de la real confirmación
    de su sentencia, si vive.

ESCRIBANO

    (_Otro papel_).
    Una carta que os escribe
    un anónimo.

DON RODRIGO

                Cuestión
    diaria: amenazas, fieros
    contra mí y contra los jueces;
    juramentos y sandeces
    de rebeldes o embusteros.
    Adelante.

ESCRIBANO

    (_Una carta_).
              Para el juez
    don Rodrigo Santillana;
    carta que hoy por la mañana
    llegó de Madrid.

DON RODRIGO

                     ¡Pardiez!
    ¿Y así os estabais con ella?
    Dadme acá.

ESCRIBANO

               Tomad, señor.

DON RODRIGO

    De César.
    (_Leyendo_).
              «Del portador
    mañana sobre la huella
    partiré; media jornada
    ante mí llegará a esa;
    ni puedo darme más priesa,
    ni hasta hoy el rey hizo nada».
    ¡Gracias a Dios que tocamos
    con el fin de ese proceso!
    Llevaos vos todo eso,
    escribano.

ESCRIBANO

    ¿Os esperamos?

DON RODRIGO

    Afuera; y si algún correo
    de la corte de Madrid
    llega, que suba decid
    al punto.

ESCRIBANO

              Está bien.

    (_Vase el Escribano_).


ESCENA II

GABRIEL y DON RODRIGO

DON RODRIGO

    (_Aparte_).
                         (Deseo
    salir de este laberinto
    de una vez, y de ese hombre
    a quien no hay nada que asombre...
    Me repugna por instinto
    su faz sombría, su calma
    imperturbable, su irónica
    conversación, su sardónica
    sonrisa eterna en el alma
    me infunde honda inquietud;
    no me acusa la conciencia
    de nada; di la sentencia
    con severa rectitud,
    conforme a ley; mas presiento
    que hay en todo esto un arcano
    que sondar pretendo en vano,
    y deja sin complemento
    la obra de la justicia.
    Exhala ese hombre satánico
    no sé qué de frío y pánico...
    creo que me maleficia.
    En fin, poco resta ya.
    Si el rey la sentencia envía
    firmada, el último día
    es hoy que calor le da).
    ¿Dormís, señor Espinosa?

GABRIEL

    Casi, casi, señor juez.

DON RODRIGO

    ¿Cansado estáis?

GABRIEL

                     ¡Psé!

DON RODRIGO

                           ¿Tal vez
    sufrís dolor?

GABRIEL

                  Poca cosa.

DON RODRIGO

    Aquí estaréis menos mal
    que en la torre.

GABRIEL

                     Así, así.

DON RODRIGO

    Que apreciarais más creí
    mi caridad.

GABRIEL

                Me es igual.

DON RODRIGO

    ¿Tal vez me guardéis rencor
    por la cuestión?

GABRIEL

                     ¡Brava pena,
    por Dios!

DON RODRIGO

    La prueba fue buena.

GABRIEL

    Pudo haber sido mejor.

DON RODRIGO

    Confieso que fue cruel
    el tormento.

GABRIEL

                 Pero inútil.

DON RODRIGO

    ¿Lo creéis prueba tan fútil?

GABRIEL

    Ya lo veis.

DON RODRIGO

                Volver a él
    podemos aún.

GABRIEL

                 Volvierais
    a ver lo que visteis ya.

DON RODRIGO

    La segunda vez quizá
    vuestro silencio rompierais.

GABRIEL

    Sería inútil fatiga;
    y ahora que hablamos de esto:
    de hoy para entonces protesto
    contra todo cuanto diga,
    y ya podéis calcular
    que si en negar doy después
    lo dicho, el tormento es
    cuento de nunca acabar.

DON RODRIGO

    ¡Por Dios que sois hombre fuerte,
    y gastáis bizarro humor!

GABRIEL

    Soy terco y sufro el dolor;
    soldado soy, y a la muerte
    voy como iba a la pelea.
    Más despacio o más aprisa
    hallarla es cosa precisa,
    mas temerla es cosa fea.

DON RODRIGO

    Vuestra fortaleza envidio;
    mas noto en vos ha un momento
    tristeza y decaimiento.
    ¿Qué tenéis?

GABRIEL

                 Que me fastidio.

DON RODRIGO

    ¡Que os fastidiáis!

GABRIEL

                        Sí, ¡a fe mía!
    Tres meses ha que aquí estoy,
    y lo mismo hacemos hoy
    que hicimos el primer día.
    «Traed ante mí a Gabriel».
    Vuelta vos a preguntar,
    vuelta yo a no contestar.
    «Al calabozo con él».
    Vuelve a amanecer el día,
    y vuelta a sacar al preso,
    y vuelta a leer el proceso,
    y vuelta a nuestra porfía.
    «Hablad, señor Espinosa».
    «No quiero, señor alcalde».
    «Que habéis de hablar». «Que es en balde».
    Y siempre la misma cosa.
    No hubo más que la semana
    en que me disteis tormento
    que variara..., y ya me siento
    casi bueno, Santillana.

DON RODRIGO

    Me amedrenta, ¡vive Dios!,
    vuestra eterna sangre fría.

GABRIEL

    También me amedrentaría
    a mí si fuera que vos.

DON RODRIGO

    Vuestra osada impavidez
    cada día toma creces.

GABRIEL

    Sí; parecemos a veces
    el reo vos y yo el juez.

DON RODRIGO

    Es que a veces hallo en vos
    un misterio que me espanta.

GABRIEL

    Es que tal vez se levanta
    tras mí la sombra de Dios.

    (_Pausa_).

DON RODRIGO

    Yo creo, señor Gabriel,
    que no es Dios, es Satanás
    quien de vos está detrás
    y os dejáis llevar por él.
    ¿A qué hombre de sano seso
    no hartarán vuestras pesadas
    continuas balandronadas
    que llenan vuestro proceso?
    ¿Qué son, pues, vuestras preñeces
    y siniestras reticencias?

GABRIEL

    Tembladlas si son sentencias;
    reídlas si son sandeces.

DON RODRIGO

    Pues bien, hablad de una vez;
    si ese secreto fatal
    existe en vos, hacéis mal
    de ocultarlo a vuestro juez.
    Si sois quien juzgan, decid:
    «Yo soy...», probadlo y mañana...

GABRIEL

    (_Variando de tono_).
    ¿Cuándo vendrá, Santillana,
    el capitán de Madrid?

DON RODRIGO

    Hoy mismo.

GABRIEL

               ¡Gallardo mozo!
    ¿Le queréis mucho?

DON RODRIGO

                       ¡Pues no,
    si es mi hijo!

GABRIEL

                   También yo
    le quiero bien, y me gozo
    con su vista. ¿No tenéis
    más hijos que él?

DON RODRIGO

                      Nada más.

GABRIEL

    ¿Ni los tuvisteis jamás?

DON RODRIGO

    Las preguntas que me hacéis,
    Espinosa...

GABRIEL

                Son sencillas.

DON RODRIGO

    No sé qué se me figura
    que hay en ellas...

GABRIEL

                        ¿Por ventura
    os pregunto maravillas?
    Tenéis un hijo mancebo,
    y si hubisteis os pregunto
    más que él: no hay en el asunto
    de mi cuestión nada nuevo.

DON RODRIGO

    ¡Jamás podré conseguir
    arrancar de vuestra faz
    ese sarcasmo tenaz!
    ¿Qué me tenéis que decir?
    Acabemos, Espinosa.
    Esa burlona altivez
    que excita en mí alguna vez
    una duda misteriosa,
    ¿qué significa? Parece
    que no os habéis convencido
    de que juzgado habéis sido,
    de que ya no os pertenece
    vuestra acotada existencia,
    y de que según la ley,
    no falta sino que el rey
    confirme vuestra sentencia.
    ¡Parece que en vuestro pecho
    hay una firme esperanza
    que os da audacia y confianza
    contra esa ley!

GABRIEL

                    Es un hecho.

DON RODRIGO

    ¿Creéis que no firmará
    el rey?

GABRIEL

            Esa es cuenta suya:
    Dios por sus obras le arguya.
    ¿Le habéis vos escrito ya
    que pido verle?

DON RODRIGO

                    Y respuesta
    aguardo; ¿mas si apeláis
    al rey en vano?

GABRIEL

                    Me ahorcáis,
    y se concluyó la fiesta.

(_Don Rodrigo mira a Gabriel con asombro; Gabriel permanece sereno_).

DON RODRIGO

    Sospéchome que estáis loco.

GABRIEL

    Tal vez.

DON RODRIGO

             Aunque más bien creo
    que es otro vuestro deseo.

GABRIEL

    ¿Cuál creéis?

DON RODRIGO

                  Ir poco a poco
    dilatando la sentencia,
    dando a entender que aún hay más
    que esperar de vos.

GABRIEL

                        Quizás.

DON RODRIGO

    Pues os protesto en conciencia
    que hoy tendrá fin vuestro afán;
    si el rey no manda otra cosa,
    morís hoy por Espinosa
    o por rey don Sebastián.
    Basta ya de dilaciones,
    harto estoy de toleraros,
    y me es ya en mengua trataros
    con tales contemplaciones.
    Vos sois un villano artero,
    un taimado embaucador
    que esperáis suerte mejor
    dándoos por un caballero.
    ¡Un necio, que aguarda en vano
    negándose a confesar,
    que nunca le han de matar
    como a un infame pagano
    sin confesión! Mas caéis
    en un miserable error:
    si no queréis confesor,
    sin confesor moriréis.
    Y no tenéis que cansaros,
    no me habéis de aventajar;
    si os obstináis en callar,
    yo me obstinaré en ahorcaros.
    ¿Ahora os reís?

GABRIEL

    (_Riéndose_).
                    ¡Sí, por Dios!
    Y no he muerto ya de hastío,
    porque, como ahora, me río
    mil veces.

DON RODRIGO

               ¿De qué?

GABRIEL

                        De vos.

DON RODRIGO

    ¿De mí? En vuestra audacia loca
    os olvidáis, a mi ver,
    que os puedo mandar poner
    una mordaza en la boca.

GABRIEL

    Verme mudo os diera pena;
    de que es, estoy persuadido,
    mi voz para vuestro oído
    el cantar de la sirena.
    ¡Mordaza! De vuestros fieros
    a pesar, si lo procuro
    de veras, estoy seguro,
    señor juez, de adormeceros.
    Ya me parece, ¡pardiez!,
    que comenzáis a turbaros
    y no he hecho más que miraros.
    Os voy a decir, buen juez,
    lo que pasa en vuestro pecho:
    a fuerza de ir y volver
    sobre quién soy, de mi ser
    un fantasma os habéis hecho.
    Ser superior me imagina
    vuestra razón exaltada,
    y mi voz y mi mirada
    os deslumbra y os fascina.
    Todo se os vuelven antojos;
    si os miro fijo a la cara,
    os turbáis como si echara
    fuego o sangre por los ojos.
    Si en paz llevando mi suerte
    alejo de mí el pesar,
    creéis que voy a evitar
    con algún filtro la muerte.
    Si de vuestros hijos hablo
    y por ellos os pregunto,
    no parece sino asunto
    de vendérselos al diablo.
    Si levanto un poco más
    estando solos la voz,
    cual de una bestia feroz
    teméis, y os echáis atrás.
    Y si al hablarme con saña
    vos, os hablo con violencia,
    os dobláis en mi presencia
    como ante el viento la caña.
    Tan hondo y siniestro influjo
    he adquirido sobre vos,
    que, ¡no os lo demande Dios!,
    me estáis suponiendo brujo.
    No parece, Santillana,
    sino que sabéis que puedo
    haceros temblar de miedo
    cuando me diere la gana.
    ¿Y no es verdad, don Rodrigo,
    no es verdad que mi semblante
    os está siempre delante,
    que andáis, que soñáis conmigo?
    ¿No es verdad que se os alcanza
    que tendrá alguna razón
    al mostrar mi corazón
    tan osada confianza?
    ¿No es verdad que todo cabe
    en hombres, y que, tal vez,
    en vuestra vida de juez,
    hay algún secreto grave
    que creéis hundido vos
    en la eternidad oscura,
    y que teméis por ventura
    que me lo revele Dios?
    ¿No es verdad que cuando a solas
    hablo con vos, don Rodrigo,
    va vuestra alma en lo que os digo
    como nave entre las olas,
    esperando de un momento
    a otro verse sumergida
    por la mar embravecida
    de mi airado pensamiento?
    ¿No es verdad que habéis cruzado
    una vez el Portugal,
    y cerca de Setubal,
    en mitad de un despoblado,
    un monasterio habéis visto
    cuya sagrada vivienda
    fue teatro de una horrenda
    profanación?

DON RODRIGO

                 ¡Jesucristo!

GABRIEL

    ¿No es verdad que cuando clavo
    mis ojos en vuestro rostro
    os hielo el alma y os postro
    a mis pies como un esclavo?
    De rodillas, Santillana,
    vuestra vida está en la mía,
    viviréis más que yo un día:
    si yo muero hoy, vos mañana.

DON RODRIGO

    ¡Dios me valga!

    (_Don Rodrigo se arrodilla_).

GABRIEL

                    ¡Calla! ¿Y vos
    lo tomáis como os lo digo?
    Si esto es farsa, don Rodrigo,
    serenaos, ¡vive Dios!

DON RODRIGO

    ¿Conque es decir?...

GABRIEL

                         Que divierto
    mi fastidio, Santillana.

DON RODRIGO

    (_Furioso_).
    No haréis lo mismo mañana.

GABRIEL

    (_Con calma_).
    Ahorcándome hoy, no por cierto.


ESCENA III

DICHOS y el ALGUACIL

ALGUACIL

    Su merced, el capitán
    Santillana.

GABRIEL

                ¡Que nos cae
    del cielo!

DON RODRIGO

               Y que el fallo trae
    del rey.

GABRIEL

             Fin de nuestro afán.


ESCENA IV

DON RODRIGO, GABRIEL y DON CÉSAR

DON RODRIGO

    ¿Traes tú los despachos?

DON CÉSAR

                             Sí.
    Mas ¿que tenéis, padre?

DON RODRIGO

                            Nada.
    ¿Traes la sentencia aprobada?

DON CÉSAR

    Sí.

DON RODRIGO

        ¿Dónde está?

DON CÉSAR

    (_Dándole un papel_).
                     Vedla aquí.

    (_Don Rodrigo toma, abre y lee el pliego que le da don César,
    y dice llamando_):

DON RODRIGO

    ¡Hola!
    (_Entran algunos alguaciles y el Escribano_).
           Cúmplase la ley.
    Avisad al confesor
    y al verdugo ejecutor
    de las justicias del rey.
    Escribano, evacuad vos
    la postrera diligencia,
    intimadle la sentencia
    y que se encomiende a Dios.

DON CÉSAR

    Señor...

DON RODRIGO

    ¡Silencio! Leed.

ESCRIBANO

    (_Empezando a leer_).
    Vista y fallada...

DON RODRIGO

    (_Interrumpiéndole_).
                       Adelante:
    la aprobación es bastante,
    fórmulas a un lado haced.

ESCRIBANO

    (_Leyendo_).

    «Y en atención a que en los cofres de dicho Gabriel Espinosa han
    sido halladas muchas prendas y joyas de valor, pertenecientes
    a la persona de nuestro difunto sobrino don Sebastián, rey de
    Portugal, sin que haya podido probar Espinosa la legitimidad de
    su adquisición y posesión; y en atención a que el marqués de
    Tavira y fray Miguel de los Santos y otros señores castellanos y
    portugueses han declarado, unos en juicio y otros en tormento,
    que le tienen y han tenido desde que le vieran por el rey don
    Sebastián, y habiéndose probado que muchos nobles portugueses le
    han visitado en Madrigal para reconocerle, y que en su nombre se
    han escrito cartas, contraído empréstitos y armado gentes para
    concitar a la rebelión a los pueblos en favor suyo; y teniendo
    en cuenta que dicho Gabriel Espinosa no ha negado nunca ser él
    el mismo rey don Sebastián, antes ha contribuido a hacer creer
    a los incautos que lo es efectivamente, no declarando jamás
    quién sea en realidad, dándose ya por una persona ya por otra,
    y aparentando el gesto, las acciones y las señales exteriores,
    que a su parecer pueden convenir mejor con los recuerdos y las
    pinturas que de don Sebastián se conservan entre los que en vida
    le conocieron; y considerando, en fin, que el cuerpo de dicho
    rey fue por nos rescatado del poder de Muley Mahamet y traído de
    África al monasterio de Belén, donde yace sepultado; aprobamos y
    confirmamos la sentencia contra él dada, y le declaramos impostor
    infame, traidor a su rey, y usurpador del nombre del rey don
    Sebastián. Por cuyas razones le condenamos a ser arrastrado,
    y ahorcado y descuartizado, y puesta su cabeza en una lanza a
    una de las salidas del pueblo de Madrigal, en donde vivió, para
    desengaño de incautos y escarmiento de traidores. — Yo el rey».

GABRIEL

    (_Con ira_).
    ¿Traidor yo, impostor, infame?
    ¿Muerte a mí con tal afrenta?
    (_Serenándose_).
    Que Dios me lo tome en cuenta
    cuando a su juicio me llame.
    (_Al Escribano_):
    ¿Tenéisme más que leer?

ESCRIBANO

    Nada más.

GABRIEL

              Pues despachemos
    y tiempo no malgastemos.
    Sea lo que haya de ser.

DON CÉSAR

    (¡Indomable corazón!)

DON RODRIGO

    (¡Incomprensible fiereza!
    Ni aun inclinó la cabeza
    para oír la intimación).

GABRIEL

    Alcalde, estáis demudado,
    trémulo..., ¡por vida mía!
    Cualquiera imaginaría
    que erais vos el sentenciado.

DON RODRIGO

    (_Airado_).
    Pronto lo viera. Tenéis
    de vida tres cuartos de hora.

GABRIEL

    Son las cinco y cuarto ahora.

DON RODRIGO

    Encerradle.

GABRIEL

    (_A don Rodrigo_).
                Hasta las seis.

DON RODRIGO

    Despejad.

(_Llevan a Gabriel a su encierro, y vanse el Escribano y los alguaciles
por el fondo_).


ESCENA V

DON RODRIGO y DON CÉSAR

DON CÉSAR

              ¿Padre, qué es esto?

DON RODRIGO

    Que es fuerza que ese hombre muera.

DON CÉSAR

    Dadle un día.

DON RODRIGO

                  Ni siquiera
    una hora.

DON CÉSAR

              Que dispuesto
    muera al menos cual cristiano.

DON RODRIGO

    Muera, y sea como fuere.

DON CÉSAR

    ¡Sin confesión!

DON RODRIGO

                    No la quiere;
    es un hereje, un pagano.

DON CÉSAR

    Padre, estáis ciego de ira.

DON RODRIGO

    Ira es lo que aparento,
    ira, César; pero miento,
    es terror lo que me inspira
    ese hombre de Satanás.
    Y yo, ¡imbécil!, que le daba
    tormento porque no hablaba;
    no, no: que no hable jamás,
    que le lleven al cadalso
    con una mordaza puesta;
    que no hable con nadie; en esta
    hora cuanto diga es falso.

DON CÉSAR

    Padre, sospecho, ¡ay de mí!,
    que se os desvanece el juicio.

DON RODRIGO

    Es obra de un maleficio.

DON CÉSAR

    ¿Os maleficiaron?

DON RODRIGO

                      Sí.

DON CÉSAR

    ¡Superstición!

DON RODRIGO

                   Ya lo ves.
    Gabriel me malefició,
    y él ha de morir o yo.
    Ya firmó el rey: muera, pues.

DON CÉSAR

    ¡Padre!

DON RODRIGO

            ¡César..., hijo mío!

DON CÉSAR

    ¡Estáis delirando!

DON RODRIGO

                       ¿Alguno
    me escuchó acaso?

DON CÉSAR

                      Ninguno.

DON RODRIGO

    (De mí propio desconfío).

DON CÉSAR

    Padre, algún mal os acosa;
    tembláis..., estáis demudado.

DON RODRIGO

    Algún vértigo; he velado
    tantas noches de Espinosa
    con el proceso maldito,
    me ha dado tanto que hacer,
    que en mí no estoy hasta ver
    que de en medio me lo quito.
    Mas no fue nada, pasó
    ya, César. Veamos, pues,
    los despachos de la corte.

DON CÉSAR

    Tomad: aquí los tenéis.

DON RODRIGO

    Esta es la consulta mía,
    esta la aprobación es
    del consejo; esta la carta
    de su majestad el rey;
    ¿y este otro pliego sellado,
    de quién es?

DON CÉSAR

                 ¡Yo no lo sé!
    me fue entregado en palacio
    con todos ellos.

DON RODRIGO

                     ¿Por quién?

DON CÉSAR

    Por el rey mismo.

DON RODRIGO

                      A ver: ábrele.

DON CÉSAR

    Una real orden.

DON RODRIGO

                    Pues lee.

DON CÉSAR

    (_Leyendo_).

    «En nombre del rey. — Por la presente, pondréis en libertad
    en la hora en que la recibiereis, y sobreseyendo en su causa,
    si hubiereis procedido a formarla contra ella, a doña Aurora
    Espinosa, detenida y a vuestras órdenes en la cárcel de Madrigal;
    dejando disponer libremente de sí misma a dicha doña Aurora,
    como fuere su voluntad. — Madrid, etcétera. — A don Rodrigo
    Santillana».

DON RODRIGO

    ¿En libertad? No comprendo
    tal orden del rey.

DON CÉSAR

                       Y está
    bien terminante.

DON RODRIGO

                     Y será
    cumplida. Sigue leyendo.

DON CÉSAR

    Otro pliego para mí.

DON RODRIGO

    Rompe la nema y aparta
    la cubierta. ¿Qué hay?

DON CÉSAR

                           Aquí
    viene un papel y otra carta.

DON RODRIGO

    Lee.

DON CÉSAR

         Dice el papel así:

    (_Lee_).

    «En nombre del rey. — Otorgamos licencia para dejar el servicio
    de Su Majestad, temporal o absolutamente, como más le conviniere,
    al capitán del primer tercio de Flandes don César de Santillana».

DON RODRIGO

    ¿Y para qué?

DON CÉSAR

                 ¿Qué sé yo?

DON RODRIGO

    ¿Tú no la has pedido?

DON CÉSAR

                          No.

DON RODRIGO

    Sigue. (¿Qué es esto? ¡Ay de mí!).

DON CÉSAR

    (_Lee_).

    «Y ordenamos al dicho capitán don César, por ser así del agrado
    de Su Majestad, conducir con todo honor y escoltar con toda
    seguridad, durante su viaje por tierras de sus dominios y mares
    guardados por su real marina, a doña Aurora de Espinosa, hasta
    ponerla sana y salva en Estados de Venecia, por cuyo embajador ha
    sido reclamada, como hija adoptiva de la República Serenísima».

DON RODRIGO

    ¡Ira de Dios! Todo ahora
    lo comprendo.

DON CÉSAR

                  ¿Qué es, señor,
    lo que comprendéis?

DON RODRIGO

                        Tu amor,
    ¡desventurado!, a esa Aurora.

DON CÉSAR

    Es cierto: un amor profundo;
    mas no os traiga con cuidado,
    que es el más desesperado
    que hubo jamás en el mundo.

DON RODRIGO

    ¿Lo ves? ¡Ah! También a ti
    te han maleficiado; pero
    responde, César. Yo quiero
    saberlo ya todo; di.
    Tú con ella en connivencia,
    huir con seguridad
    queriendo, su libertad
    conseguiste y tu licencia.

DON CÉSAR

    No, a fe mía.

DON RODRIGO

                  Sí, arrastrado
    por sus sortilegios has
    trabajado en contra mía
    con temeridad impía
    y en favor suyo.

DON CÉSAR

                     Jamás.
    Que tuve siempre, confieso,
    simpatía misteriosa
    e interés por Espinosa,
    pero no obré en su proceso.
    Amé a Aurora, la amo aún;
    mas mi pasión despechada
    es imposible, y no hay nada
    entre los dos de común.
    Mientras viva la amaré;
    pero este amor solitario
    de mi pecho en el santuario
    solo yo conservaré.

DON RODRIGO

    ¡Otro misterio!

DON CÉSAR

                    Tremendo
    sin duda, padre; mas puede
    conmigo, y mi brío cede
    a su poder.

DON RODRIGO

                No lo entiendo.

DON CÉSAR

    Ni yo sé decir más de él
    sino que Aurora, señor,
    no nació para mi amor.

DON RODRIGO

    ¿Quién te ha dicho eso?

DON CÉSAR

                            Gabriel.

DON RODRIGO

    ¡Infeliz! Es su manceba.

DON CÉSAR

    Quien tal os dijo ha mentido,
    señor.

DON RODRIGO

           Ella misma ha sido.

DON CÉSAR

    ¿Ella?

DON RODRIGO

           En la primera prueba
    del tormento.

DON CÉSAR

                  ¡Cielo santo!
    ¿La habéis puesto en el tormento?

DON RODRIGO

    Es débil, y habló al momento.

DON CÉSAR

    ¡Me paralizo de espanto!
    ¿Qué abismo es este de males
    que por doquier nos circunda?
    ¡Qué trama esta tan fecunda
    de misterios!

DON RODRIGO

                  Los fatales
    hilos de esa negra trama
    tan solo puede romper
    la muerte, y hoy ha de ser.
    Que mueran él y su dama.

DON CÉSAR

    ¡Imposible! Mintió.

DON RODRIGO

                        ¿Quién?

DON CÉSAR

    Ella: no puede tampoco
    ser de Gabriel.

DON RODRIGO

                    ¿Quieres loco
    volverme?

DON CÉSAR

              No. Sé muy bien
    lo que digo: esa mujer
    es prenda de una venganza.
    Solo con esa esperanza
    la conserva en su poder.

DON RODRIGO

    ¿Ella de venganza prenda
    y en su poder? ¡Dios me asista!
    De este arcano ante mi vista
    se aclara la sima horrenda.
    ¡Hola!
    (_Toca la campanilla y entra un alguacil_).
           En libertad a Aurora
    poned al punto, y aquí
    traedla. Escucha, ¡ay de mí!,
    escucha, César, ahora
    un secreto horrible: ese hombre,
    que no es nada y que lo es todo,
    de quien de saber no hay modo
    religión, patria ni nombre;
    ese hombre, a quien nada espanta,
    cuya altivez nadie doma,
    penitente humilde en Roma,
    peregrino en Tierra Santa,
    soldado en Flandes, marqués
    en Madrid, corso en Venecia,
    que alma y vida menosprecia
    como al polvo de sus pies;
    a quien no rinde el tormento,
    y cuyo espíritu fuerte
    ve a un paso de sí la muerte
    y se sonríe contento,
    no es criatura, es fantasma;
    no es vivo, es aparición,
    quimera, ensueño, visión,
    más que de terror me pasma.
    Es un hombre de otra edad:
    un hombre que estando muerto
    halló su sepulcro abierto
    y huyó de la eternidad
    mis pasos para seguir;
    es la sombra de otro ser
    que sale a la tierra a ver
    nuestra sepultura abrir.

DON CÉSAR

    ¡Ay de mí! El continuo afán
    del proceso de Gabriel
    os hizo concebir de él
    esas quimeras que están
    trastornándoos la razón.

DON RODRIGO

    Dices bien..., sí..., no comprendas
    jamás las causas horrendas
    de mi ruin superstición.


ESCENA VI

DON RODRIGO, DON CÉSAR y DOÑA AURORA

DOÑA AURORA

    ¡Libre!.. Jamás esperé
    que nos olvidara Dios;
    (_A don César_)
    ni de haber fiado en vos
    jamás me arrepentiré,
    pues duda no queda en mí
    de a quién debo, capitán,
    la libertad que me dan
    cuando os vuelvo a ver aquí.

DON RODRIGO

    Despeja. Escuchad, Aurora.

DOÑA AURORA

    ¿Por qué le mandáis salir?

DON RODRIGO

    Porque nadie debe oír
    nuestras palabras ahora.

DOÑA AURORA

    ¡Dios mío! ¿Qué extraño afán
    os agita? ¿Es, por ventura,
    mi libertad impostura?
    ¡Ah! No os vayáis, capitán;
    quiere volverme tal vez
    al tormento.

DON RODRIGO

                 Oíd, os digo.
    Sois libre, y yo vuestro amigo.

DOÑA AURORA

    ¿Cabe entre el reo y el juez
    amistad? ¿Entre el verdugo
    y la víctima? Jamás
    os conoceré por más
    que por juez.

DON RODRIGO

                  ¡A Dios no plugo
    que fuese de otra manera!
    Mas acaso desde ahora
    variéis de opinión, Aurora.

    (_Vuelve a don César, que permanece en pie junto a la puerta_).

    ¿Qué esperáis vos? Idos fuera.

    (_Vase don César_).


ESCENA VII

DON RODRIGO y DOÑA AURORA

DON RODRIGO

    Nada receléis de mí,
    pobre niña: en libertad
    estáis: vuestra voluntad
    no tendrá ya coto aquí.
    Serenaos, pues; oídme,
    Aurora, y por cuanto améis
    ruégoos que me contestéis
    la verdad.

DOÑA AURORA

               Pues bien, decidme
    vos en conciencia primero:
    ¿mi libertad se me dio
    con la de Gabriel? Si no
    es así, yo no la quiero.

DON RODRIGO

    Solo depende de vos
    la libertad; si un secreto
    me aclaráis vos, os prometo
    la libertad de los dos.

DOÑA AURORA

    ¿Es mío solo el secreto
    que me pedís?

DON RODRIGO

                  Sí, en verdad.

DOÑA AURORA

    ¿Y vale la libertad
    de Gabriel?

DON RODRIGO

                Me comprometo
    a dársela.

DOÑA AURORA

               Preguntad.

DON RODRIGO

    ¿Qué tiempo hará que de Gabriel al lado
    vivís?

DOÑA AURORA

           Desde muy niña.

DON RODRIGO

                           ¿Y qué memoria
    de vuestra infancia conserváis?

DOÑA AURORA

                                    Apenas
    una vaga memoria me ha quedado
    de aquellas horas al pesar ajenas.

DON RODRIGO

    No espero yo que recordéis la historia
    de vuestra infancia, cuya edad se olvida
    pronto, y muy fácilmente con las penas
    o los placeres de la inquieta vida;
    mas del lugar en donde habéis nacido,
    donde pasasteis los primeros años,
    tendréis alguna idea.

DOÑA AURORA

                          Muy confusa;
    tal, que puedo decir que la he perdido
    mezclándola después con mil extraños
    recuerdos posteriores.

DON RODRIGO

                           ¿De manera
    que imposible os será, pues lo rehúsa
    vuestra memoria ya, la más ligera
    noticia dar de vuestra edad primera?

DOÑA AURORA

    Tan imposible, no. ¿Quién en su mente
    a un recuerdo infantil no da guarida?
    ¿Quién no vuelve los ojos tiernamente
    hacia las puertas de oro de la vida?
    ¿Quién no recuerda en ocasión alguna
    el pobre hogar o la lujosa estancia,
    cuya techumbre guareció en su infancia
    el dulce sueño que gozó en la cuna?

DON RODRIGO

    ¿Vos recordáis ese lugar?

DOÑA AURORA

                              Sin duda;
    mas no por la virtud de mi memoria
    sola, tan fiel en esa edad no cabe
    tenerla: sé de mi infantil historia
    lo que fui recordando con ayuda
    de la voz de Gabriel, que es quien la sabe.

DON RODRIGO

    ¿Gabriel la sabe?

DOÑA AURORA

                      Sí.

DON RODRIGO

                          ¿Y os la ha contado?

DOÑA AURORA

    Incompleta.

DON RODRIGO

                (También la habrá engañado).
    Mas yo quiero saber solo la idea
    que hayáis vos en la mente conservado.

DOÑA AURORA

    Tengo, aunque muy confuso, algún recuerdo.

DON RODRIGO

    ¿De qué?

DOÑA AURORA

             De mil objetos.

DON RODRIGO

                             Aunque sea
    en confusión, decídmelos.

DOÑA AURORA

                              Me acuerdo
    de una ribera donde yo cogía
    yerbezuelas y conchas; del rugiente
    mar, que sus ondas sin cesar mecía;
    de un monasterio triste y solitario
    fundado al pie de un monte; y vagamente
    me acuerdo de la iglesia, con su coro
    enverjado, sus techos con pinturas,
    su altar lleno de flores, su sagrario
    iluminado con mecheros de oro;
    y me acuerdo también, porque me daban
    miedo, de las inmóviles figuras
    de mármol que tendidas reposaban
    encima de sus anchas sepulturas.

DON RODRIGO

    ¿Qué monasterio era ese?

DOÑA AURORA

                             Era un convento
    de monjas.

DON RODRIGO

               ¿Qué país?

DOÑA AURORA

                          No lo he sabido
    nunca.

DON RODRIGO

           ¿Jamás Gabriel os ha contado
    lo que hacíais allí? ¿Quién conducido
    os había a aquel claustro?

DOÑA AURORA

                               No ha querido
    decírmelo jamás; sé que aposento
    tenía allí mi madre, y que he pasado
    los tres primeros años de mi vida
    allí.

DON RODRIGO

          ¿Con ella?

DOÑA AURORA

                     Sí.

DON RODRIGO

                         ¿De vuestra madre,
    os ha hablado Gabriel?

DOÑA AURORA

                           Mil y mil veces.

DON RODRIGO

    ¿La recuerda a menudo?

DOÑA AURORA

                           No la olvida
    jamás, y sé que en sus nocturnas preces
    la reza como a mártir.

DON RODRIGO

                           ¿Sabéis de ella
    la historia, el nombre, la familia?

DOÑA AURORA

                                        Nada.
    Sé que fue un día festejada y bella,
    y luego escarnecida y ultrajada.
    Sé que el relato de su triste historia
    es una horrible e infernal leyenda
    que conserva Gabriel en su memoria,
    de expiación y de venganza prenda.

DON RODRIGO

    ¿Y qué es lo que sabéis de este relato
    vos?

DOÑA AURORA

         Yo, nada tal vez, y acaso todo;
    porque sus hechos sé, mas nunca supe
    ni las personas, ni el lugar, ni el modo.

DON RODRIGO

    Pero en fin, ¿qué sabéis de vuestra madre?

DOÑA AURORA

    Sé que era noble dama; que vivía
    en la corte de un rey a quien la unía
    una amistad profunda y verdadera;
    que era para aquel rey casi una hermana,
    pues juntos cuando niños se criaron,
    y fraternal amor constantemente
    uno a otro los dos se conservaron.
    Sé que era cuanto rica, generosa;
    y que el encanto de las gentes era
    por su virtud y ciencia prodigiosa;
    que el vulgo la quería,
    la corte la admiraba
    y con ella secretos no tenía
    el rey, que como hermana la trataba.

DON RODRIGO

    ¿Mas ese rey?...

DOÑA AURORA

                     Murió.

DON RODRIGO

                            ¿Cómo?

DOÑA AURORA

                                   En la guerra,
    y concluyó con él su dinastía,
    y otro rey vino a gobernar su tierra,
    y a otras manos pasó su monarquía.

DON RODRIGO

    ¿Y vuestra madre entonces?...

DOÑA AURORA

                                  Fue mirada
    como enemiga del monarca nuevo,
    y al fin de algunos meses acusada
    de traición; por diabólica su ciencia
    tomaron, y la dieron por culpada,
    diciendo que hizo creer que el rey vivía
    no sé a quién, a favor de un sortilegio,
    mostrando a sus conjuros evocada
    la aparición de su fantasma regio.

DON RODRIGO

    ¿Y después?

DOÑA AURORA

                ¡Oh! Después..., eso es lo horrible
    de la historia, señor. Se apoderaron
    de ella, de su palacio, de su hacienda,
    los vendieron, sus armas infamaron,
    y ocupó un extranjero su vivienda,
    y su nombre y su raza se olvidaron.

DON RODRIGO

    ¿Y ella?

DOÑA AURORA

             Como las hojas del otoño
    despareció de encima de la tierra,
    y en ella más los hombres no pensaron
    solo pensando en libertad y guerra.

DON RODRIGO

    ¿Pero vos?

DOÑA AURORA

               No lo sé... Sé que mi madre
    pobre, triste, ofendida y no vengada,
    en aquel solitario monasterio
    tejía su existencia desdichada,
    y yo existía ya, bajo el misterio
    de aquellas santas bóvedas velada.

DON RODRIGO

    ¿Y luego?

DOÑA AURORA

              No sé más.

DON RODRIGO

                         ¿Gabriel no os dijo
    nada de vuestro padre?

DOÑA AURORA

                           Le tenía
    siempre por padre a él, y él me quería
    más que el padre mejor quiere a su hijo.

DON RODRIGO

    ¿Pero cómo supisteis?...

DOÑA AURORA

                             En su sueño
    sorprendí su secreto: y como me era
    necesario su amor de una manera
    u otra, el amor filial hallé pequeño,
    y del amor de la mujer y el niño
    formé para Gabriel solo un cariño.

DON RODRIGO

    ¿Pero al saber que vuestro padre no era,
    no preguntasteis vos?

DOÑA AURORA

                          Quién era el mío.

DON RODRIGO

    ¿Y qué dijo Gabriel?

DOÑA AURORA

                         Que él lo sabía:
    mas que de él a acordarme no volviera,
    porque mi amor filial no merecía.

DON RODRIGO

    Siempre merece un padre...

DOÑA AURORA

                               No lo ha sido
    jamás el mío para mí.

DON RODRIGO

                          ¡Aurora!

DOÑA AURORA

    ¿Creéis que una razón me fue bastante
    para echar su memoria en el olvido?
    ¡Insistí, porfié, lloré y ahora
    sé que nunca mi amor ha merecido!
    Sé que me echó a la vida despojada
    de su nombre, y sin pan y sin abrigo.
    Sé que dejó a mi madre deshonrada
    en medio de la tierra abandonada
    para llorar y perecer conmigo.

DON RODRIGO

    ¿Y creéis a Gabriel?

DOÑA AURORA

                         ¿Que si le creo?
    Es la verdad del cielo descendida;
    su palabra es mi fe, y en esta vida
    por su fe juzgo, por sus ojos veo.

DON RODRIGO

    ¿Nunca os dijo Gabriel nada en abono
    de vuestro padre?

DOÑA AURORA

                      Nada; y si lo hubiera,
    yo sé bien que Gabriel me lo dijera.

DON RODRIGO

    ¿Es decir?...

DOÑA AURORA

                  Que es mi padre y le perdono,
    como amor exigir de mí no quiera.
    Mi madre, que al dolor ha sucumbido,
    de Dios le aguarda ante el excelso trono.
    Yo, a quien solo dio el ser, nada le pido;
    pero como él nos olvidó, le olvido,
    como él me abandonó, yo le abandono.

DON RODRIGO

    ¿Vive, pues?

DOÑA AURORA

                 No lo sé.

DON RODRIGO

                           ¿Mas si viviera?

DOÑA AURORA

    Como él no me buscó, no le buscara.

DON RODRIGO

    ¿Y si una vez en la vital carrera
    con él os encontrarais?

DOÑA AURORA

                            Le mirara
    sin ira, mas la espalda le volviera.

DON RODRIGO

    ¿Y si al veros partir él os llamara?

DOÑA AURORA

    De su paterna voz no hiciera caso.

DON RODRIGO

    ¿Y si llorando el mísero os siguiera?

DOÑA AURORA


    Apresurara, sin volverme, el paso.

DON RODRIGO

    Pero, ¿y si os alcanzara y os asiera
    de los vestidos él?

DOÑA AURORA

                        Los rasgaría
    dejándole en la mano los pedazos.

DON RODRIGO

    ¿Y si os tendiera sus paternos brazos?

DOÑA AURORA

    Su abrazo paternal rechazaría.

DON RODRIGO

    ¿Por qué?

DOÑA AURORA

              Porque mi padre todavía
    no ha ido a orar sobre la tumba oscura
    de mi madre, y Gabriel me dijo un día
    que al querer abrazarnos se abriría
    entre mi padre y yo su sepultura.

DON RODRIGO

    ¡Fatal superstición!

DOÑA AURORA

                         Tal es la mía.

DON RODRIGO

    Tal es la ira de Dios. Es un misterio
    impenetrable. Satanás me ciega
    sin duda, y nunca a comprenderle llega
    mi corazón ansioso.

DOÑA AURORA

                        He respondido
    a cuanto preguntarme habéis querido.
    Señor, a vos os toca.

DON RODRIGO

                          ¡Sí, a fe mía!
    Vais a ver a Gabriel. (¡Oh!, sí; yo quiero
    apurar este cáliz de agonía.)
    (_Abre la puerta que da al encierro de Gabriel, mientras Aurora
    dice_):

DOÑA AURORA

    Libres al fin... Para Gabriel ahora
    libre será mi corazón entero.


ESCENA VIII

DOÑA AURORA, DON RODRIGO y GABRIEL

DON RODRIGO

    (_A Gabriel_).
    Espinosa.

GABRIEL

              Heme aquí.

DOÑA AURORA

    (_Viendo a Gabriel_).
                         ¡Gabriel!

GABRIEL

    (_Abrazándola_).
                                   ¡Aurora!
    ¡Infeliz! ¿Quién aquí te ha conducido?

DOÑA AURORA

    La libertad, Gabriel, libres estamos,
    y cual juntos aquí nos han traído,
    juntos espero que de aquí partamos.

GABRIEL

    (_Pidiendo explicación de estas palabras de doña Aurora_).
    ¡Santillana!

DON RODRIGO

    (_Dándole la orden de libertad_).
                 Leed.

DOÑA AURORA

                       ¿Ves?

GABRIEL

                             (Lo comprendo
    todo. La agitación de don Rodrigo,
    de mi Aurora infeliz la fe tranquila...
    ¡He aquí el instante para mí tremendo!
    La hora del martirio y del castigo.
    Señor, Señor..., mi espíritu vacila;
    sostenedme hasta al fin... ¡sed vos conmigo!)

DOÑA AURORA

    ¿Qué te agita, Gabriel?... Tu faz sombría,
    tu palidez...

GABRIEL

                  Un poco conmovido
    estoy; y es natural, Aurora mía.
    Y también vos estáis descolorido,
    Santillana...

DON RODRIGO

                  Espinosa, concluyamos.
    Yo os llamé...

GABRIEL

                   No os canséis: el por qué entiendo.
    ¿A solas con Aurora habéis hablado?

DON RODRIGO

    La historia de su madre me ha contado.

GABRIEL

    Solo para que a vos os la contara
    se la he contado yo.

DON RODRIGO

                         Toda pretendo
    saberla, pues.

GABRIEL

                   ¡Curiosidad avara!

DON RODRIGO

    Pero que vos satisfaréis.

GABRIEL

                              Sin duda;
    mas puédeos ser satisfacción muy cara;
    porque os advierto, juez, que he observado
    que mis satisfacciones y respuestas,
    por más que yo riendo os las he dado,
    han sido siempre para vos funestas.

DON RODRIGO

    Hablad..., hablad.

GABRIEL

                      ¡Si os empeñáis en eso!
    Mas después de tres meses de proceso
    no sé cómo no estáis escarmentado
    de interrogarme ya.

DON RODRIGO

                        ¡Siempre lo mismo!
    Acabemos, Gabriel.

GABRIEL

                       Sí, concluyamos;
    hora es de penetrar en este abismo.

DON RODRIGO

    Descender quiero a él.

GABRIEL

                           Y yo os prometo
    que lo haréis: el momento es oportuno.

DON RODRIGO

    Decid, pues.

GABRIEL

                 Esperad, que este secreto
    os pertenece a tres y falta uno.
    Llamad al capitán, que con vos debe
    penetrarle también.

DON RODRIGO

    (_Llama y sale un alguacil_).
                        ¡Hola! Don César.

DOÑA AURORA

    ¿Qué tienes, Gabriel mío? En tu semblante,
    en tus palabras y ademanes noto
    siniestra agitación.

GABRIEL

                         Aurora mía,
    tu corazón amante
    por mí no tenga la inquietud más leve;
    a mis pesares Dios hoy pondrá coto,
    y ambos tendremos libertad en breve.
    ¿Tú no te olvidarás desde este día
    de tu Gabriel?

DOÑA AURORA

                   Jamás. ¿Eso preguntas?
    Juntas caminarán nuestras dos vidas,
    nuestras almas a Dios subirán juntas.

GABRIEL

    Sí, ni la muerte las podrá un instante
    mantener una de otra divididas.

DOÑA AURORA

    ¡Dios! ¿A qué mientas la muerte ahora?

DON RODRIGO

    Ya está aquí el capitán.

GABRIEL

                             Silencio, Aurora.


ESCENA IX

DOÑA AURORA, DON RODRIGO, GABRIEL y DON CÉSAR

GABRIEL

    ¡Hola! Sed, capitán, muy bien venido.
    Voy muy pronto a emprender un largo viaje
    y un encargo dejaros he querido...

DON CÉSAR

    ¡Un viaje!

GABRIEL

               Sí, estoy libre; me parece
    que el portador de la orden habéis sido.

DON CÉSAR

    (¡Ay de mí! La infeliz aún nada sabe).

GABRIEL

    Decidme, capitán, ¿me habéis traído
    un pliego de Madrid?

DON CÉSAR

                         Tomadle.

GABRIEL

                                  Bueno;
    guardadle por ahora. En esa carta
    de un gran misterio encontraréis la llave.
    (_A don Rodrigo_).
    Vos sois algo curioso, y no me fío
    de vos: sois padre y juez; os la confío,
    capitán, solo a vos. Cuando yo parta,
    dádsela a vuestro padre y que la lea.
    ¿Me entendéis? Cuando parta: que no sea
    ni un solo minuto antes.

DON CÉSAR

                             Os lo juro.

GABRIEL

    Vuestra palabra sola es buen seguro.
    Además, por si acaso no volvemos
    a vernos, pues yo parto con Aurora
    del mundo terrenal a otros extremos,
    quiero un regalo haceros, en memoria
    de nuestro buen encuentro en esta vida,
    que os será complemento de mi historia
    y prenda de amistad y despedida.
    (_Gabriel saca del pecho un relicario que lleva al cuello con una
    cadena_).

DON RODRIGO

    (Esa calma satánica me aterra).

DOÑA AURORA

    (Tiemblo no sé por qué).

DON CÉSAR

                             (No es ser humano
    quien así se despide de la tierra).

GABRIEL

    Tomad. Es, capitán, un amuleto
    sagrado; don del Papa. Un relicario
    que un _lignum crucis_ venerando encierra
    y guarda como el pliego otro secreto.
    Con el respeto mismo que a un sagrario
    contempladlo, y lo mismo que la carta
    se lo daréis al juez... cuando yo parta.
    (_A don Rodrigo_).
    Abridlo solo vos: es mi conciencia,
    y Dios solo con vos sondarla debe;
    en ella echad una ojeada breve
    y reconoceréis la omnipotencia.
    ¡Mas si un soplo hay en vos de fe cristiana,
    esperad a que muera, Santillana!
    ¡Ea! Ya que se acerca mi partida,
    escuchad, señor juez, el cuento extraño
    que queríais saber, y por mi vida
    que oiréis una historia divertida.

DON RODRIGO

    (Yo tiemblo).

GABRIEL

                  Oídme, pues. La escena pasa
    no importa el día, la estación ni el año,
    de noche, en Setubal, y en una casa.

DON RODRIGO

    (¡Cielos!).

GABRIEL

                Temblando estáis si no me engaño,
    Santillana.

DON RODRIGO

                Seguid.

GABRIEL

                        En hora buena.
    En una alcoba cómoda, alumbrada
    por una lamparilla perfumada
    con asiático aroma, bien ajena
    el alma de inquietud y bien guardado
    por leales domésticos, el dueño
    de aquella rica estancia descuidado
    yacía en brazos de agradable sueño.
    Era un hombre harto noble y poderoso
    para que no tuviera por asilo
    muy seguro su casa, y al reposo
    se entregaba en su cámara tranquilo.
    Una noche creyó sobresaltado,
    a pesar de lo doble de la alfombra,
    pasos del lecho percibir al lado.
    Abrió los ojos y miró espantado
    trazarse en la pared movible sombra:
    volvió la faz, y con la faz de seda
    se tropezó de un hombre enmascarado.
    ¡Frío quedó como el cadáver queda!
    «Levantaos», le dijo con acento
    imperioso el incógnito; y vistiose
    la bata que él le daba. «A ese aposento
    salid». Obedeció y enfrente hallose
    de dos hombres plantados a la puerta,
    una dama como ellos encubierta
    y un sacerdote pálido, y tenaces
    sintió pesar sobre su frente yerta
    las miradas ardientes y voraces
    lanzadas a su frente descubierta
    a través de los negros antifaces.
    Entonces de estos hombres el primero,
    de la sombría dama el velo alzando,
    «¿La conocéis?», le dijo, y él, temblando,
    «Sí», respondió. «Pues bien, sed caballero»,
    repuso el disfrazado; y avanzando
    el grave sacerdote se dispuso
    a unirle con la dama en matrimonio,
    mientras el de la máscara se puso
    a escribir en silencio el testimonio.
    El despertado resistirse quiso;
    pero su daga el disfrazado al pecho
    le presentó y ceder le fue preciso;
    firmó, y el matrimonio quedó hecho.
    Partió la dama y los demás con ella.
    Mas quedose el primer enmascarado,
    y dijo gravemente al despertado:
    «Tenéis una mujer ilustre y bella,
    gracias a mí y a vuestra buena estrella,
    que os hizo viudo para ser casado;
    le quitasteis la honra, y habéis dado
    nombre a sus hijos; mas seguid su huella
    y morís, ¡os lo juro!, asesinado».
    Dijo así el de la máscara, y partiose
    con los demás; y de la casa el dueño
    enmedio de la cámara quedose
    dudando si era realidad o sueño.

DON RODRIGO

    Tremenda realidad.

GABRIEL

    (_Apartándole a un lado_).
                       Sí, don Rodrigo;
    la dama, doña Inés; vos, el casado.

DON RODRIGO

    ¿Y vos, señor?

GABRIEL

                   El hombre enmascarado.

DON RODRIGO

    Tal vez Dios permitió...

GABRIEL

                             Lo habéis soñado.

DON RODRIGO

    ¿Y si el sueño es verdad?

GABRIEL

                              Silencio, digo.
    Que ellos no os oigan, que la faz no os vean;
    sueño o verdad, que sepultados sean
    con vos el sueño, la verdad conmigo.

DON RODRIGO

    Pero mi alma concibe en este punto
    que ese arcano fatal guardar podría
    una verdad.

GABRIEL

                Os dije que era asunto
    concluido. Escuchadme: si yo fuera
    el rey don Sebastián, morir debía
    por la quietud del reino, y mi alma entera
    ser mártir a ser rey preferiría.
    Si soy un impostor, y perjudico
    con mi existencia la quietud de España,
    debo morir también; debo una hazaña
    de mi impostura hacer, y sacrifico
    mi vida a sostener esta patraña
    que mi historia desde hoy hará famosa.
    ¿Me comprendéis?

DON RODRIGO

                     Señor, yo no me atrevo,
    dudando...

GABRIEL

               Ahogad la duda: morir debo,
    si no por Sebastián, por Espinosa;
    y deben sepultarse, don Rodrigo,
    con vos el sueño, la verdad conmigo.
    No lo olvidéis.

    (_Vuelven al centro de la escena_).

DOÑA AURORA

                    ¿No sigues tu leyenda,
    Gabriel? No está acabada.

GABRIEL

                              No por cierto;
    para leer su conclusión horrenda
    de vuestros ojos quitará una venda
    el juez cuando haya el relicario abierto.


ESCENA X

  GABRIEL, DOÑA AURORA, DON RODRIGO, DON CÉSAR, el DOCTOR N. y
  ALGUACILES. A la parte exterior de la puerta, soldados. Después, el
  Verdugo

ALGUACIL

    Las seis.

GABRIEL

              Partamos, pues.

DOÑA AURORA

                              ¡Virgen María!
    Gabriel, ¿qué es esto?

GABRIEL

                           Mi destino, Aurora.

DOÑA AURORA

    ¡Tu destino!... ¡Mi mente se extravía!

ALGUACIL

    (_Anunciando_).
    El verdugo del rey.
    (_Se presenta el Verdugo con el dogal en la mano_).

DOÑA AURORA

                        ¡Dios mío! ¡Ahora
    lo comprendo!... ¡Ay de mí!...
    (_Se desmaya en los brazos de don César, que la coloca en el
    sillón_).

DON CÉSAR

                                   ¡Mísera!

GABRIEL

                                            El día
    concluye. Vamos, pues me faltaría
    valor para dejarla si volviera
    en sí. Pronto, marchemos.

DOCTOR

    (_A Gabriel, poniéndose a su lado_).
                              Vos, conmigo.

GABRIEL

    Es inútil.

DOCTOR

               Mirad.

GABRIEL

                      Todo es en vano.

DOCTOR

    ¿Sin confesión iréis?

GABRIEL

                          Ha que os lo digo
    cuatro semanas ya.

DOCTOR

                       ¿No sois cristiano?

GABRIEL

    Porque lo soy, si a confesarme accedo,
    os tendré que decir lo que no puedo.
    Velad por ella, capitán; se encierra
    en ella sola cuanto amé en la tierra.

DON RODRIGO

    Señor...

GABRIEL

             No os fatiguéis; empresa es vana.
    Llegó, rey o impostor, mi último día
    y moriré cual debo, Santillana.
    Si impostor, con impávida osadía,
    y si rey, con fiereza soberana.

    (_Vase, y todos tras él_).


ESCENA ÚLTIMA

DON RODRIGO, DOÑA AURORA y DON CÉSAR

DON RODRIGO

    A concebir mi mente no se atreve
    de la verdad el espantoso arcano.
    Por ser y por no ser perecer debe,
    sí; pero no mi desdichada mano
    a ciegas al patíbulo le lleve.
    César, dame esa joya.

DON CÉSAR

                          Cuando muera.

DON RODRIGO

    Sepamos antes la verdad entera,
    César.

DON CÉSAR

           Padre, excusad vana porfía;
    con su secreto perecer quería
    y he de cumplir su voluntad postrera.

DON RODRIGO

    ¡César!

DON CÉSAR

            Se lo juré.

DOÑA AURORA

    (_Volviendo en sí_).
                        ¡Ay! ¿Quién hablaba
    aquí? ¿Sois vos, don César? ¡Qué terrible
    pesadilla!

DON CÉSAR

    (_Aparte_).
               (¡Infeliz!).

DOÑA AURORA

                            Sí, yo soñaba
    sin duda... ¡Eran quimeras! Mas ¡qué horrible
    sospecha! Ese silencio..., esa tristeza...
    ¿Qué sucede? ¡Ay de mí! Los pensamientos
    no acierto a combinar en mi cabeza.
    ¿Y Gabriel? Aquí estaba unos momentos
    hace. ¿Y Gabriel? Decid: ¿dónde está ahora?
    ¿Dónde está? Yo he soñado que venían
    por él. Mas ¡qué rumor!...

(_Ruido de voces dentro; doña Aurora se abalanza a la ventana, que
abre, a pesar de don César que intenta impedírselo_).

DON CÉSAR

                               Tened, Aurora;
    tened, no os asoméis.

DOÑA AURORA

                          ¡Ah! Me querían
    engañar.
    (_Se asoma_).
             Allí va. Luces, soldados,
    gente... ¡Ay! Yo veo, pero no concibo
    lo que veo... Me envuelve el pensamiento
    una niebla, un vapor calenturiento,
    y no sé comprender lo que percibo.
    Allí va. ¿Pero dónde se lo llevan
    sin mí? Se paran... ¡El afán me ahoga!
    ¿Qué palos son aquellos que se elevan
    allí? ¿Quién es aquel que con él sube?
    ¿Qué le ponen al cuello?... Es una soga.
    ¡Dios mío! Rasga la sangrienta nube
    que me ofusca la mente... Un sacerdote.
    ¡Ah! Le van a matar... ¡Desventurados,
    deteneos!... ¡Gabriel!... ¡Y yo, insensata,
    que lo miraba estúpida! Malvados,
    tened... Las manos sin oírme le ata.
    (_Volviéndose de repente a don Rodrigo_).
    Pero vos, ¡miserable!, que sois hombre,
    venid..., gritad..., gritad..., alma cobarde,
    conmigo... ¡Deteneos! Santillana,
    gritad, a mí no me oyen, ¡en el nombre
    de Dios! Gritad..., le quitan la escalera...
    Gritad.

DON RODRIGO

            Sí, que se salve aunque yo muera.
    (_Se acerca a la ventana y grita_).
    ¡En el nombre del rey!...

DOÑA AURORA

                              ¡Ay, es ya tarde!
    (_Cayendo de rodillas junto a la ventana_).

DON CÉSAR

    (_Dando el relicario a don Rodrigo_).
    ¡Tomad: sepamos la verdad postrera!

    (_Don Rodrigo toma y abre con ansia el pliego y el relicario que le
    da don César. El relicario contiene un papel y un retrato envuelto:
    el pliego varios papeles. Lo primero que lee don Rodrigo es el papel
    del relicario: después registra con ansia los papeles del pliego,
    y después desenvuelve el retrato; todo con la mayor agitación y
    ansiedad. Doña Aurora permanece unos momentos de rodillas y se
    acerca después al grupo que forman don Rodrigo y don César_).

DON RODRIGO

    (_Leyendo_).
    «En nombre de Dios. Quienquier que fueres,
    juez, sacerdote o asesino, pena
    de excomunión después que lo leyeres,
    arroja al fuego este papel. El muerto
    ha sido el rey don Sebastián».

DOÑA AURORA

                                   ¡A buena
    hora lo ves, imbécil asesino!

DON RODRIGO

    (_Registrando el pliego_).
    Mi firma. Una escritura..., mi contrato
    de boda...
    (_Desenvuelve el retrato_).
               Y esta, doña Inés Aldino.

DOÑA AURORA

    (_Quitándoselo_).
    ¡Mientes! Es de mi madre ese retrato.

DON RODRIGO

    (_Tendiéndole los brazos_).
    ¡Hija mía!

DOÑA AURORA

    (_Rechazándole_).
               ¿Tu hija?... Eso tan solo
    me faltaba. ¡Hija tuya! Alucinarme
    quieres con ese nombre; mas el dolo
    miserable comprendo. No lo intentes.
    Tú no has podido la existencia darme.
    Mientes, viejo feroz; dime que mientes.
    Tú para que su muerte te perdone
    me llamas hija tuya; mas te engañas.
    Nada hay en mí que tu maldad abone;
    para ti solo hay odio en mis entrañas.

DON RODRIGO

    (_De rodillas_).
    ¡Hija mía!

DOÑA AURORA

               ¡Otra vez! No me lo digas,
    no me lo expliques; comprender no quiero
    que el ser infame que en tu seno abrigas
    me pudo dar el ser. Muerta primero.

DON RODRIGO

    (_Asiéndola del vestido_).
    ¡Calla, hija mía!

DOÑA AURORA

                      Suelta, no me sigas.

DON RODRIGO

    ¡Huyes de mí!

DOÑA AURORA

                  Por siempre.

DON RODRIGO

                               ¿Me abandonas?

DOÑA AURORA

    Como a mi madre tú.

DON RODRIGO

                        ¿Nada en mi abono
    te dice el corazón? Que me perdonas
    dime.

DOÑA AURORA

          Mi madre, contra ti, ante el trono
    de Dios, venganza pide.

DON RODRIGO

                            ¡Horrendo encono!

DOÑA AURORA

    Si eres mi padre tú, ¿por qué te extrañas
    del infernal rencor que arde en mis venas?
    La que tiene tu sangre en sus entrañas,
    solo puede tener sangre de hienas.
    Suéltame, pues, de tu sangrienta mano.
    Mi padre era Gabriel, y su asesino
    y el de mi madre, tú.

DON RODRIGO

                          Pero el destino
    te une hoy a mí.

DOÑA AURORA

    (_Desprendiéndose de él_).
                     Lo intentarás en vano.
    Muerta mejor que a tu existencia unida.
    Reniego, huyo de ti; mi ser olvida
    y el nombre de hija que tan mal empleas;
    y ¡ojalá que infeliz como ellos seas!,
    y ¡ojalá en mi lugar, fiero homicida,
    de mi madre y Gabriel, junto a ti veas
    la doble aparición toda tu vida!

(_Don Rodrigo cae desplomado. Doña Aurora se va por la puerta del
fondo. Don César la sigue tristemente. Cae el telón_).


FIN DEL DRAMA





*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK TRAIDOR, INCONFESO Y MARTIR ***


    

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