The Project Gutenberg EBook of Los favores del mundo, by Juan Ruiz de Alarcón This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this eBook or online at www.gutenberg.org Title: Los favores del mundo Author: Juan Ruiz de Alarcón Release Date: June 14, 2006 [EBook #18580] Language: Spanish *** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS FAVORES DEL MUNDO *** Produced by Chuck Greif, Stan Goodman, Miranda van de Heijning, and the Online Distributed Proofreaders Europe team at http://dp.rastko.net DON JUAN RUIZ DE ALARCON LOS FAVORES DEL MUNDO Edición de Pedro Henríquez Ureña CULTURA MEXICO, 1922 TOMO XIV. No. 4 PRELIMINAR Dan Juan Ruiz de Alarcón nació en 1580 u 81 y murió en Madrid en 1639. Vivió su país natal hasta los veinte años; de 1600 a 1608 estuvo en España; regresó a México, y estuvo aquí otros seis años. En 1615 se le halla de nuevo en España, ya cerca de los treinta y cinco de su edad; y allí reside durante los veinticuatro que le restan de vida. Se dedicó dar producciones al teatro probablemente unos dos lustros. Publicó dos volúmenes de comedias, uno (_Primera parte_, que contiene ocho) en 1628 y otro (_Segunda parte_, que contiene doce) en 1634. Hay, publicadas separadamente, otras cuatro obras suyas; se le atribuyen, como colaborador o como autor, con poco fundamento las más veces, hasta otras diez obras. Con esta breve labor, sin embargo, entra a formar, con Lope, Calderón y Tirso, el cuarteto clásico del drama español. El texto que se da aquí de _Los favores del mundo_ (obra cuyo asunto es una leyenda en que figura un antecesor del dramaturgo) está rigorosamente cotejado con el de la _Primera parte_ de las comedias de Alarcón, 1628. Se ha modernizado la puntuación y la ortografía, excepto en los casos en que la modernización implicaría cambiar la forma de las palabras: así, se ha conservado _vitoria_ en vez de _victoria_, agora en vez de _ahora_ (las más veces), _efeto_ en vez de _efecto_ (y en una ocasión, al contrario, _respecto_ en vez de _respeto_), _pensaldo_ por _pensadlo, dalle_ por _darle, vos intentastes_ o _vos guardastes_ en vez de _intentasteis_ o _guardasteis_. Como las indicaciones de escenas y otras acotaciones que se introdujeron al reimprimirse las comedias en el siglo XIX tienen utilidad para el lector moderno, se las ha conservado, pero entre corchetes []: todo lo que está entre corchetes, pues, es lo que no figura en la edición de 1628. Las acotaciones entre paréntesis (), en cambio, sí pertenecen a la edición primitiva. P. H. U. EL MEXICANISMO DE ALARCON En el teatro español de los siglos de oro, artificioso pero rico y brillante, Don Juan Ruiz de Alarcón manifestó personalidad singular. Entróse como aprendiz por los caminos que abrió Lope, y lo mismo ensaya la tragedia grandilocuente (en _El Anticristo_) que la comedia extravagante (en _La cueva de Salamanca_). Quiere, pues, conocer todos los recursos del mecanismo y medir sus propias fuerzas; día llega en que se da cuenta de sus capacidades reales, y entonces cultiva y perfecciona su huerto cerrado. No es rico en dones de poeta: carece por completo de virtud lírica; versifica con limpieza (salvo en los endecasílabos) y a veces con elegancia. No es audaz y pródigo como su maestro y enemigo, Lope, como sus amigos y rivales: es discreto (como mexicano), escribe poco, pule mucho, y se propone dar a sus comedias significación y sentido claros. No modifica, en apariencia, la fórmula del teatro español (por eso superficialmente no se le distingue entre sus émulos, y puede suponérsele tan español como ellos); pero internamente su fórmula es otra. El mundo de la comedia de Alarcón es, en lo exterior, el mismo mundo de la escuela de Lope: galanes nobles que pretenden, contra otros de su categoría, o más altos (frecuentemente príncipes), a damas vigiladas, no por madres que jamás existen, sino por padres, hermanos o tíos; enredos e intrigas de amor; conflictos de honor por el decoro femenino o la emulación de los caballeros; amor irreflexivo en el hombre, afición variable en la mujer; solución, la que salga, distribuyéndose matrimonios aun innecesarios o inconvenientes. Pero este mundo, que en la obra de los dramaturgos peninsulares vive y se agita vertiginosamente anudando y reanudando conflictos como en compleja danza de figuras, en Alarcón se mueve con menos rapidez: su marcha, su desarrollo son más mesurados y más calculados, sometidos a una lógica más estricta (salvo los desenlaces). Ya señaló en él Hartzenbusch "la brevedad de los diálogos, el cuidado constante de evitar repeticiones, y la manera singular y rápida de cortar a veces los actos" (y las escenas). No se excede, si se le juzga comparativamente, en los enredos; mucho menos en las palabras; reduce los monólogos, las digresiones, los arranques líricos, las largas pláticas y disputas llenas de brillantes juegos de ingenio. Sólo los relatos suelen ser largos, por excesivo deseo de explicación, de lógica dramática. Sobre el ímpetu y la prodigalidad del español europeo que creó y divulgó el mecanismo de la _comedia_ se ha impuesto, como fuerza moderadora, la prudente sobriedad, la discreción del mexicano. Y son también de mexicano los dones de observación. La observación maliciosa y aguda, hecha con espíritu satírico, no es privilegio de ningún pueblo; pero, si bien el español la expresa con abundancia y desgarro (¿y qué mejor ejemplo, en las letras, que las inacabables diatribas de Quevedo?), el mexicano la guarda socarronamente para lanzarla, bajo concisa fórmula, en oportunidad inesperada. Las observaciones breves, las réplicas imprevistas, las fórmulas epigramáticas, abundan en Alarcón, y constituyen uno de los atractivos de su teatro. Y bastaría comparar, para este argumento, los enconados ataques que le dirigieron Quevedo mismo, y Lope, y Góngora, y otros ingenios eminentes,--si en esta ocasión mezquinos--, con las sobrias respuestas de Alarcón, por vía alusiva, en sus comedias, particularmente aquella, no ya satírica sino amarga, de _Los pechos priviligiados_ (acto III, escena III): Culpa a aquel que, de su alma olvidando los defetos, graceja con apodar lo que otro tiene en el cuerpo. La observación de los caracteres y las costumbres es el recurso fundamental y constante de Alarcón, mientras en sus émulos es incidental: y nótese que digo la observación, no la reproducción espontánea de las costumbres ni la libre creación de los caracteres, en que no les vence. Este propósito de observación incesante se subordina a otro más alto: el fin moral, el deseo de dar a una verdad ética aspecto convincente de realidad artística. Alarcón crea, dentro del antiguo teatro español, la especie, en éste solitaria, sin antecedentes calificados ni sucesión inmediata, de la _comedia de costumbres_. No sólo la crea para España, sino también para Francia: imitándolo, traduciéndolo, no sólo a una lengua diversa, sino a un sistema artístico diverso, Corneille introduce en Francia, con _Le menteur_, la alta comedia, que iba a ser en manos de Moliere labor fina y profunda. Esa comedia, al extender su imperio por todo el siglo XVIII, vuelve a entrar en España, para alcanzar nuevo apogeo, un tanto pálido, con Don Leandro Fernández de Moratín y su escuela, en la cual figura, significativamente, otro mexicano de discreta personalidad artística: Don Manuel Eduardo de Gorostiza. Pero la nacionalidad no explica por completo al hombre. Las dotes de observador en nuestro dramaturgo, que coinciden con las de su pueblo, no son todo su caudal artístico: lo superior en él es la trasmutación de elementos morales en elementos estéticos, dón rara vez concedido a los creadores. Alarcón es singular, por eso, no sólo en la literatura española, sino en la literatura universal. Su nacionalidad no nos da la razón de su poder supremo; sólo su vida nos ayuda a comprender cómo se desarrolló. En un hombre de alto espíritu, como el suyo, la desgracia aguza la sensibilidad y estimula el pensar; y cuando la desgracia es perpetua e indestructible, la hiperestesia espiritual lleva fatalmente a una actitud y a un concepto de la vida hondamente definidos y tal vez excesivos. Ejemplo claro el de Leopardi. En el caso de Alarcón, orgulloso y discreto, observador y reflexivo, la dura experiencia social le llevó a formar un código de ética práctica cuyos preceptos reaparecen a cada paso en las comedias. No es una ética que esté en franco desacuerdo con la de los hidalgos de entonces, pero sí señala rumbos particulares, que a veces importan modificaciones. Piensa que vale más (usaré las expresiones clásicas) _lo que se es_ que _lo que se tiene_ o _lo que se representa_. Vale más la virtud que el talento y ambos más que loa títulos de nobleza; pero éstos valen más que los favores del poderoso, y más, mucho más, que el dinero. Ya se ve: Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza vivió mucho tiempo con escasa fortuna, y sólo en la madurez alcanzó la posición económica apetecida. En cambio, sus títulos de nobleza eran excelentes, como que descendía de los Alarcones de Cuenca, ennoblecidos en la Edad Media, y de la ilustrísima casa de los Mendoza. Alarcón nos dice en todos los tonos y en todas las comedias--o punto menos--la incomparable nobleza de su estirpe: debilidad que le conocieron en su época y que le censura en su rebuscado y venenoso estilo Cristóbal Suárez de Figueroa. El honor--¡desde luego! El honor debe ser cuidadosa preocupación de todo hombre y de toda mujer; y debe oponerse como principio superior a toda categoría social, aunque sea la realeza. Las nociones morales no pueden ser derogadas por ningún hombre, aunque sea rey, ni por motivo alguno, aunque sea la pasión legítima: el amor, o la defensa personal, o el castigo por deber familiar, supervivencia de moral antehistórica. Entre las virtudes ¡qué alta es la piedad! Alarcón llega a pronunciarse contra el duelo, y, sobre todo, contra el deseo de matar. Además, le son particularmente caras las virtudes que pueden llamarse lógicas: la sinceridad, la lealtad, la gratitud, así como la regla práctica que debe complementarlas: la discreción. Y por último, hay una virtud de tercer orden que estimaba en mucho: la cortesía. Proverbial era la cortesía de Nueva España precisamente en los tiempos de nuestro dramaturgo: "cortés como un indio mexicano", dice en el _Marcos de Obregón_ Vicente Espinel. Poco antes, el médico español Juan de Cárdenas celebraba la urbanidad de México comparándola con el trato del peninsular recién llegado a América. A fines del siglo XVII decía el Venerable Palafox, al hablar de las _Virtudes del Indio_: "La cortesía es grandísima." Y en el siglo XIX ¿no fué la cortesía uno de los rasgos que mejor observaron los sagaces ojos de Madame Calderón de la Barca? Alarcón mismo fué sin duda muy cortés: Quevedo, con su irrefrenable maledicencia, lo llamaba "mosca y zalamero." Y en sus comedias, se nota una abundancia de expresiones de cortesía y amabilidad que contrasta con la usual omisión de ellas en los dramaturgos peninsulares. Grande cosa--piensa Alarcón--es el amor; ¿pero es posible alcanzarlo? La mujer es voluble, inconstante, falsa; se enamora del buen talle, o del pomposo titulo, o--cosa peor--del dinero. Sobre todo la abominable, la mezquina mujer de Madrid, que vive soñando con que la obsequien en las tiendas de plateros. La amistad le parece afecto más desinteresado, más firme, más seguro. Y ¡cómo no había de ser así su personal experiencia! El interés que brinda este conjunto de conceptos sobre la vida humana es que se les ve aparecer constantemente como motivos de acción, como estímulos de conducta. No hay en Alarcón tesis que se planteen y desarrollen, silogísticamente, como en ciertos dramas del siglo XIX; no surgen tampoco bruscamente, con ocasión de conflictos excepcionales, como en _García del Castañar_ o _El Alcalde de Zalamea_: pues el teatro de los españoles europeos, fuera de los casos extraordinarios, se contenta con normas convencionales, en las que no se paran largas mientes. No: las ideas morales de este que fué "moralista entre hombres de imaginación" (según Hartzenbusch) circulan libre y normalmente, y se incorporan al tejido de la comedia, sin pesar sobre ella ni convertirla en disertación metódica. Por lo común, aparecen bajo forma breve, concisa, como incidentes del diálogo; o bien se encarnan en un ejemplo, tanto más convincente cuanto que no es un tipo unilateral: tales, el Don García de _La verdad sospechosa_ y el Don Mendo de _Las paredes oyen_ (ejemplos _a contrario_) o el Garci-Ruiz de Alarcón de _Los favores del Mundo_ y el Marqués Don Fadrique de _Ganar amigos_. El don de crear personajes es el tercero de los grandes dones de Alarcón. Para desarrollarlo, le valió de mucho el amplio movimiento del teatro español, cuya libertad cinematográfica (semejante a la del inglés _isabelino_) permitía mostrar a los personajes en todas las situaciones interesantes para la acción, cualesquiera que fuesen el lugar y el tiempo; y así, bajo el principio de unidad lógica que impone a sus caracteres, gozan éstos de extenso margen para manifestarse como seres capaces de aficiones diversas. No sólo son individualidades con vida amplia, sino que su creador los trata con simpatía: a las mujeres, no tanto (oponiéndose en esto a su compañero ocasional, Tirso); a los protagonistas masculinos sí, aun a los viciosos. Por momentos diríase que en _La verdad sospechosa_ Alarcón está de parte de Don García, y hasta esperamos que prorrumpa en un elogio de la mentira, como después lo harían Mark Twain u Oscar Wilde. Y ¿qué personaje hay, en todo el teatro español, de tan curiosa fisonomía como _Don Domingo de Don Blas_, apologista de la conducta lógica y de la vida sencilla y cómoda, sin cuidado del qué dirán; paradójico en apariencia pero profundamente humano; personaje digno de la literatura inglesa, en opinión de Wolf; digno de Bernard Shaw, puede afirmarse hoy? Pero, además, en el mundo alarconiano se dulcifica la vida turbulenta, de perpetua lucha e intriga, que reina en el drama de Lope o de Tirso, así como la vida de la colonia era mucho más tranquila que la de su metrópoli: se está más en la casa que en la calle: no siempre hay desafíos; hay más discreción y tolerancia en la conducta; las relaciones humanas son más fáciles, y los afectos, especialmente la amistad, se manifiestan de modo más normal e íntimo, con menos aparato de conflicto, de excepción y de prueba. El propósito moral y el temperamento meditativo de Alarcón iluminan con pálida luz y tiñen de gris melancólico este mundo estético, dibujado con líneas claras y firmes, más regular y más sereno que el de los dramaturgos españoles, pero sin sus riquezas de color y forma. Todas estas cualidades, que en parte se derivan de su propio genio, original e irreducible, en parte de su experiencia de la vida, y en parte de su nacionalidad y educación mexicanas, todas ellas, colocadas dentro del marco de la tradición literaria española, hacen de Alarcón, como magistralmente dijo Menéndez y Pelayo, "_el clásico de un teatro romántico_, sin quebrantar la fórmula de aquel teatro ni amenguar los derechos de la imaginación en aras de una preceptiva estrecha o de un dogmatismo ético"; dramaturgo que encontró "por instinto o por estudio aquel punto cuasi imperceptible en que la emoción moral llega a ser fuente de emoción estética, y, sin aparato pedagógico, a la vez que conmueve el alma y enciende la fantasía, adoctrina el entendimiento como en escuela de virtud, generosidad y cortesía." Hay en su obra ensayos que no pertenecen al tipo de comedia que desarrolló y perfeccionó. De ellos, el mas importante es _El tejedor de Segovia_, brillante drama novelesco, de extravagante asunto romántico, pero a través del cual se descubre la musa propia de Alarcón, predicando contra la matanza y definiendo la suprema nobleza. Ni debe olvidarse _El Anticristo_, tragedia religiosa inferior a las de Calderón y Tirso; de argumento a ratos monstruoso; pero donde sobresale, por sus actitudes hieráticas, la figura de Sofía, y donde se encuentran pasajes de los más elocuentes de su autor, de los que más se acercan al tono lírico: así el que comienza: "Babilonia, Babilonia"... * * * * * Tiene la comedia dos grandes tradiciones, que suelen llamarse, recortando el sentido de las palabras, romántica y clásica, o poética y realista. Ambas reconocen como base necesaria la creación de vida estética, de personajes activos y situaciones ingeniosas; pero la primera se entrega desinteresadamente a la imaginación, a la alegría de vivir, a las emociones amables, al deseo de ideales sencillos, y confina a veces con el idilio y con la utopía, como en _Las aves_ de Aristófanes y _La tempestad_ de Shakespeare: la segunda quiere ser espejo de la vida social y crítica en acción de las costumbres, se ciñe a la observación exacta de hábitos y caracteres, y a menudo se aproxima a la tarea del moralista psicólogo, como Teofrasto o Montaigne. De la primera han gustado genios mayores: Aristófanes y Shakespeare, Lope y Tirso. Los representantes de la segunda son artistas limitados, pero admirables señores de su dominio, cultores delicados y perfectos. De su tradición es patriarca Menandro: a ella pertenecen Plauto y Terencio, Ben Jonson, Moliere y su numerosa secuela. Alarcón es su representante de genio en la literatura española,--muy por encima de Moratín y su grupo,--y México debe contar como blasón propio haber dado bases, con elementos de carácter nacional, a la constitución de esa personalidad singular y egregia. PEDRO HENRIQUEZ UREÑA (_Don Juan Ruiz de Alarcón_, conferencia de 1913). * * * * * EL MEXICO DE ALARCON Hacia 1581 nació--en la ciudad de México--Don Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza. Por su padre, Pedro Ruiz de Alarcón, descendía de una noble familia de Cuenca, y por su madre, doña Leonor de Mendoza, estaba emparentado con lo más ilustre de España. Su abuelo materno, Hernando de Mendoza, se había establecido en la Nueva España, tal vez buscando la protección del primer virrey, el benemérito Don Antonio de Mendoza, que era su pariente. A la nobleza de su nombre en España, unía la familia el título de ser una de las más antiguas de la colonia. Don Pedro, el padre del poeta, figura como minero del Real de Taxco, población del actual Estado de Guerrero, al Sur de la ciudad de México, que los viejos libros describen como famosa por sus ricos metales, y "siempre apreciable por la benignidad de su temperamento, por lo sereno y apacible de su cielo, por la bondad de sus aguas"[1]. Decaída de su antiguo esplendor hacia fines del siglo XVIII, conserva todavía hermosos templos y casas señoriales que se destacan sobre el paisaje de líneas puras y el dibujo fino de la serranía[2]. Los conquistadores habían acudido a Taxco atraídos por la fama de que sus minas pagaban al emperador Moctezuma el vasallaje en ladrillos de oro. [Nota 1: José Antonio Jiménez y Frías, _El Fénix de los mineros ricos de la América_. México, 1779.] [Nota 2:--A. Peñafiel, _Ciudades coloniales y capitales de la República mexicana, Estado de Guerrero_, México, 1908.--_La arquitectura en México, Iglesias_, por Genaro García y Antonio Cortés. México. 1914.] La ciudad de México,--en cuya Universidad comienza Alarcón sus estudios por 1592,--fundada según las líneas de la villa española, tenía ya, a fines del siglo XVI, un carácter propio, impuesto por las condiciones sociales en que se desarrolló la Conquista. La raza triunfante vivía de la raza postrada, y todo criollo, por el hecho mismo de serlo, estaba acostumbrado a portarse como señor. Pronto la sociedad cobra un tinte de reposada aristocracia, que contrasta vivamente con el ímpetu aventurero del español recién venido. Mientras las Indias son para el peninsular algo como un revuelto paraíso de lucro y de placer, el nativo de ellas las tiene por tierra de natural nobleza. Don Juan heredaba, pues, con su nombre, las preocupaciones de una nobleza añeja y legitima, y el orgullo delicado del criollo español bien quisto, pariente y amigo de virreyes. Siempre le había de envanecer este timbre, y más tarde, había de atraerle las burlas de los desenfrenados ingenios de Madrid. Por toda su obra se nota el rastro que dejó en su espíritu el trato de la sociedad colonial y el recuerdo de su vida aristocrática. Para los tiempos de Alarcón--y aun medio siglo antes, cuando la describe Francisco Cervantes de Salazar en _sus Diálogos latinos_--ya tenía la ciudad de México ese aspecto monumental que, en continuada tradición, había de hacer de ella la más hermosa ciudad del Nuevo Mundo. Más tarde, como todos los mexicanos saben, Alejandro de Humboldt la llamaría _la ciudad de los palacios_[3]. A través de su comba lente de poeta, Bernardo de Valbuena nos la hace ver en 1603 revestida de extraordinaria belleza. [Nota 3: V. sobre la arquitectura de México la obra de Sylvester Baxter, _Spanish-Colonial Architecture in Mexico_. Boston, 1901, y la utilísima de Federico E. Mariscal, _La patria y la arquitectura nacional_, México, 1915.] La Universidad de México fué fundada a mediados del siglo XVI, con todos los privilegios y pompas de la salmantina; y ampliando poco a poco su plan, llegó a ser una buena copia da su modelo. En tiempos de Alarcón, conquistada la parte mejor de la tierra, la carrera de las letras comenzaba a ser más deseable que las de las armas para los hijos de buena familia que aspiraban a los cargos del Estado. De España habían ido a servir a la nueva Universidad varones tan doctos como el mismo Cervantes de Salazar, el jurista Bartolomé Frías de Albornoz, celebrado por el Brocense, y el filósofo aristotélico Fray Alonso de la Veracruz, grande amigo de Fray Luis de León. Y ya las amplias posibilidades de la vida mexicana habían atraído a poetas y literatos como Gutierre de Cetina, Juan de la Cueva, Eugenio Salazar de Alarcón, sin contar la multitud de cronistas que acudían a relatar las que entonces se llamaban "hazañas de la Iglesia". Poco después, durante la juventud de Alarcón, fueron a México Luis de Belmonte, Diego Mejía, Mateo Alemán. Y buen testimonio de la cultura propia de México dan los poetas como Francisco de Terrazas y Antonio de Saavedra Guzmán. Beristáin, en su _Bibliografía_ (1816-21), cita más de cien literatos sólo en el siglo XVI, y Fernán González de Eslava, en uno de sus _Coloquios espirituales_ (1610) hace decir a Doña Murmuración desenfadadamente que "hay más poetas que estiércol". González de Eslava--no se sabe si de extracción española--es ya un poeta de educación mexicana, como asimismo lo fué Bernardo de Valbuena. La imprenta, cuya actividad comenzara desde 1539, había ya tenido tiempo de hacer cerca de doscientas publicaciones para fines del siglo [4]. [Nota 4:--J. García Icazbalceta, _Bibliografía Mexicana del siglo XVI_, México, 1886, y José Toribio Medina, _La Imprenta en México_, Santiago de Chile, 1907-12.] El teatro, finalmente, inaugurado por los misioneros para objetos de catequismo, se desarrolló de tal manera, que ya por 1597 tenía edificio propio en la _casa de comedias_ de don Francisco de León. Poco después, al decir de Valbuena, hubo "fiesta y comedias nuevas cada día"[5]. [Nota 5: J. García Icazbalceta, prólogo de los _Coloquios Espirituales y Sacramentales_, de Fernán González de Eslava, México, 1887; Luis González Obregón, _México Viejo_, 1521-1821, México, 1900; diversas ediciones de autos mexicanos hechas por F. del Paso y Troncoso; y F. A, de Icaza, _Orígenes del teatro en México_, Boletín de la Real Academia Española, 1915, II, 57-76.] Así pues, cuando don Juan Ruiz de Alarcón--acabados en aquella Universidad los estudios de Artes y casi todos los de Cánones,--se embarcó para la vieja España en 1600, con ánimo de continuar su carrera en la famosa Salamanca, había ya vivido en un ambiente de sello inconfundible y propio los veinte primeros años de la vida, que es cuando se labran para siempre los rasgos de toda psicología normal. ALFONSO REYES (Prólogo a la edición Calleja de _Páginas escogidas de Alarcón_, Madrid, 1918). * * * * * LA OBRA DE ALARCON Representa la obra de Alarcón una mesurada protesta contra Lope, dentro, sin embargo, de las grandes líneas que éste impuso al teatro español. A veces sigue muy de cerca al maestro, pero en otras logra manifestar su temperamento de moralista práctico de un modo más independiente. Y, en uno y otro caso, da una nota sobria, y le distingue una desconfianza general de los convencionalismos acostumbrados, un apego a las cosas de valor cotidiano, que es de una profunda modernidad, y hasta una escasez de vuelos líricos, provechosamente compensada por ese tono "conversable y discreto" tan adecuado para el teatro. Nota Pedro Henríquez Ureña que es Alarcón un temperamento en sordina, preciosa anomalía de un siglo ruidoso; y Menéndez Pelayo escribe: "Su gloria principal será siempre la de haber sido el clásico de un teatro romántico, sin quebrantar la fórmula de aquel teatro ni amenguar los derechos de la imaginación en aras de una preceptiva estrecha o de un dogmatismo ético; la de haber encontrado, por instinto o por estudio, aquel punto cuasi imperceptible en que la emoción moral llega a ser fuente de emoción estética..." Complejísima debió ser la elaboración de esta psicología refinada. Un claro sentimiento de la dignidad humana parece ser su último fondo, y a medida que del yo íntimo avanzamos hacia sus manifestaciones sociales y estéticas, vamos encontrando, como otras tantas atmósferas espirituales, un viril amor de la sinceridad, que nunca desciende a la crudeza; un gran entusiasmo por la razón, que quisiera instaurar sobre la tierra el régimen de la inteligencia, y siempre dedicado a mostrarnos el desconcierto de las existencias que gravitan fuera de esta ley superior; cierto orgullo caballeresco del nombre y la prosapia, por afición al mayor decoro de la vida, como una nueva dignidad que sirve de máscara a la dignidad interior; el gusto de la cortesía y el cultivo de las buenas formas, freno perpetuo de la brutalidad, que hace vivir a los hombres en un delicado sobresalto; el disgusto de la rutina y los convencionalismos de su arte, pero sin consentirse--por el culto de la moderación--estallidos revolucionarios; una elegancia epigramática en sus palabras, y en sus retratos un objetivismo discreto; una actitud de cavilación ante la vida, ocasionada tal vez por su desgracia y defectos personales, y hasta por cierta condición de extranjero, que todos se encargaban de recordarle; finalmente, una apelación a todas las fuerzas organizadoras de que el hombre dispone, una fe perenne en la armonía, un ansia de mayor cordialidad humana, que imponen a su vida y a su obra un sello de candidez. Entre la revuelta jauría literaria, burlado y herido, Ruiz de Alarcón no se convence de que la naturaleza humana sea fundamentalmente mala, y busca por todos los medios una convicción externa, objetiva. Satisfecho de su fama poética, reclama, con decente naturalidad, su parte en las comodidades del mundo, y entonces aspira a ser un buen ministro. Dudamos de que haya sido feliz; nada sabemos de su hogar, e ignoramos quién era Angela Cervantes. Pero ¡noble amor el de la fama! Él cuida al poeta como un verdadero demonio familiar y, descontando las penalidades presentes, le permite proyectar a través del tiempo la imagen más pura de sí mismo, y la más feliz. El arte es también desquite de la vida, y bienaventurado el que puede alzar la estatua de su alma con los despojos de esta realidad que todos los días nos asalta. _Una mesurada protesta contra Lope_.--No sólo por su posición crítica ante algunas convenciones del teatro, como la conducta de sus graciosos, que--dice Barry--, a pesar de Lope y de la antigüedad, no son siempre bribones, ni siempre se casan necesariamente al tiempo que sus amos[6]. De esta rutina, que da por momentos a la comedia cierto aire de danza ritual, a través de las situaciones simétricas y contrarias de amos y criados, ya se burlaba Quevedo en la "Premática" inserta en _El Buscón_; también Tirso de Molina censura la intimidad inverosímil entre el amo y el criado[7]. Ni siquiera pararon siempre en casamiento las comedias de Alarcón, aunque no sea único en esto. No era su teatro un teatro de fantasía y diversión como el de Tirso, sino de realismo y pintura de caracteres. Pero nada de esto le es privativo, aunque todo ello concurra a darle relieve distinto. Sino que en Lope, en el tipo fundamental de la comedia española, la invención lo es todo, y aquella ráfaga avasalladora de acción deshace hasta la psicología, y si no arrasa también la ética (yo creo que muchas veces la arrasa), es porque el sentido moral se salva prendido provisionalmente a las nociones mecánicas del "honor". Alarcón, en cambio, procura que su acción tenga una verdad interna y, como no puede menos de valerse de convenciones, hace disertar a sus personajes--tal sucede en _La verdad sospechosa_--, para que se demuestren a sí mismos, por decirlo así, la verosimilitud de la acción en que están comprometidos; y, de tiempo en tiempo, pone en sus labios resúmenes de los episodios que nos permitan apreciar su sentido. Por eso decía Barry que se propone desarrollar una sola intriga, huyendo de la confusión de asuntos, y que "no sin cierta dificultad" la lleva a término. Esto paga a la debilidad de los recursos dramáticos de su tiempo. Algo de aquel disgusto por lo convencional que su "Don Domingo de don Blas" lleva a las cosas de la vida, anima a Alarcón en la esfera del arte. Y _La verdad sospechosa_, su obra más característica, verdadero compendio de su teatro, ¿no podría también interpretarse como una ironía inconsciente de los procedimientos teatrales en boga? Su final es frío y desconsolador: Corneille no se atrevió a conservarlo en su adaptación francesa (_Le Menteur_), anulando el sentido que la comedia tiene hoy para nosotros. Como en un cuento del humorista norteamericano Mark Twain, la acción procede de una en otra mixtificación, hasta que el héroe tropieza contra un verdadero muro infranqueable. Lo ordinario es que en el teatro español los héroes se abran paso de cualquier modo; pero en _La verdad sospechosa_--si no para Alarcón, sí para sus lectores modernos--las leyes del orden, las fuerzas de la razón se vengan: "La mano doy, pues es fuerza", dice Don García, y éste es el resultado más lógico de su trama de embustes. [Nota 6: _Los favores del mundo_, acto II, escenas 1 y 2, y _La Verdad sospechosa_.] [Nota 7: _Amar por señas_, acto I, escena I.] ALFONSO REYES (Prólogo a la edición de _La verdad sospechosa_ y _Las paredes oyen_ en los Clásicos Castellanos de La Lectura, Madrid, 1918) * * * * * ALARCON EL CORCOVADO Entre las fisonomías literarias españolas que el tiempo y la investigación erudita han ido aclarando y definiendo, pocas más afortunadas que la de Don Juan Ruiz de Alarcón. De una parte, ha contribuído a ello su relativa sobriedad en el producir. Sólo veintitantas comedias tenemos de su mano. Ante la inagotable vena de otros contemporáneos suyos, de Tirso, por ejemplo, para no hablar de Lope, a quien nadie quizá leyó nunca por entero, esta continencia de Alarcón es ya, por sí sola, harto característica. De otra parte, el hecho de haber nacido en el mundo colonial le ha valido a Alarcón buen número de aficionados y devotos en las nuevas generaciones de aquellos países, que hoy entran con marcha segura en los nuevos métodos históricoliterarios, ganosas de escudriñar cuanto haya de grande y de bello en su pasado próximo. Después del trabajo respetable de Don Luis Fernández Guerra, ya anticuado, y de las aportaciones de Pérez Pastor y Rodríguez Marín,--sin contar algunas sugestiones de Menéndez y Pelayo, felicísimas y muy luminosas, con estar hechas de pasada,--los estudios alarconianos han tomado nuevo impulso en América, merced a las rebuscas eruditas de Don Nicolás Rangel, y sobre todo a la honda labor de Don Pedro Henríquez Ureña. Ahora en Madrid salen simultáneamente dos volúmenes de Alarcón, uno con dos comedias, en la colección de _Clásicos castellanos_, y otro de _Páginas escogidas_, en la _Biblioteca Calleja_, ambos por diligencia de Don Alfonso Reyes, que los ha ilustrado con importante labor crítica en prólogos y anotaciones. Resumen estos libros todo lo hecho hasta aquí en el estudio de Alarcón, tanto en investigaciones documentales como en interpretación estética; hay, además, en ellos cuanto podría esperarse, conocidas la seriedad y cultura del literato que los ha dado a la imprenta. La ciencia literaria, la seguridad del gusto, la novedad expositiva, tan rica en alusiones y puntos de vista, con que los papeles críticos que avaloran la fidelidad de los textos están trazados, son dignos de incondicional encomio. A estos libros tendrá que acudir en adelante todo el que se interese por el autor de _La verdad sospechosa_. Podemos ver aquí cómo es Alarcón. Las burlas de que fué objeto por parte de sus contemporáneos han llegado hasta nosotros, más todavía que sus comedias, casi nunca representadas en tiempos recientes. Son éstas, al lado de las de Lope, ruidosas, gallardas, empenachadas, o de la insinuante agudeza de las de Tirso, modelos de reposo y de discreción; en ellas la razón se impone y la fantasía se somete. Acaso la poesía también: es raro, en Alarcón, el transporte lírico, tan frecuente en los dramáticos de su tiempo. Las escasas obras no teatrales que de él nos quedan son versos de circunstancias, sin mérito alguno. Es el hombre de teatro, sin cariño por las demás formas literarias; y aun sus comedias parece que las consideró como _virtuosos efectos de la necesidad_, para entretener la espera de los cargos que pretendía. Logrados sus anhelos, casi se aparta del teatro. Desde 1626 ya es persona importante: relator interino primero, propietario después, en el Consejo de Indias. Cuando publica sus comedias, en 1628 y en 1634, la vida literaria es cosa pasada para él. Los epigramas que le dispararon sus émulos, reunidos en antología, pueden caracterizar el Parnaso de los comienzos del siglo XVII. Con _La que adelante y atrás--gémina concha te viste_, se retrata en vocabulario e inversión Don Luis de Góngora. ¿Quién sino Quevedo podría decir: _Don Talegas--por una y por otra parte_? Tantas alusiones a su desdichada figura, aunque él procurase pararlas con alfilerazos y donaires, habían de amargarle la vida. Hasta en sus finos modales y atildada cortesía encontraban reparo los ingenios de la corte; les parecerían--y en eso la corte no ha tenido tiempo de variar en tres siglos--marca segura de inferioridad provinciana. El pobre corcovado, zaherido a todas horas y en todas partes, repetiría más de una vez, para sus adentros, aquella redondilla que escribió en _Las paredes oyen_: En el hombre no has de ver la hermosura o gentileza: su hermosura es la nobleza; su gentileza, el saber. De noble y bien nacido blasonó siempre Alarcón; el tono moderado y severo de moralista, que le señala y distingue entre todos los dramáticos de su época, casa muy bien con tales aspiraciones, desesperadamente abrazadas, a la falta de otros ideales, que huían de su figurilla contrahecha. Esa redondilla, que si fuera de Lope se nos había de antojar afectada y pegadiza, en Alarcón asume plena virtud representativa y vale por una confesión. ENRIQUE DÍEZ-CANEDO (_Divagaciones literarias_, Madrid, 1922). LOS FAVORES DEL MUNDO Comedia en tres actos. PERSONAS: GARCI-RUIZ DE ALARCON. DON JUAN DE LUNA. EL PRINCIPE DON ENRIQUE. DON DIEGO, viejo, tío de Anarda. EL CONDE MAURICIO. LEONARDO, su criado. HERNANDO, gracioso. GERARDO, paje del Príncipe. ANARDA, dama. JULIA, dama. INÉS, criada de Anarda. BUITRAGO, escudero. DOS PAJES. [CRIADOS.] [La escena es en Madrid.] ACTO PRIMERO [_Llano al pie del parque de Madrid_.] [ESCENA PRIMERA] [Salen GARCIA y HERNANDO, de color.] HERNANDO. ¡Lindo lugar! GARCIA. El mejor; todos, con él, son aldeas. HERNANDO. Seis años ha que rodeas aqueste globo inferior, y no ví en su redondez hermosura tan extraña. GARCIA. Es corte del rey de España, que es decillo de una vez. HERNANDO. ¡Hermosas casas! GARCIA. Lucidas; no tan fuertes como bellas. HERNANDO. Aquí, las mujeres y ellas son en eso parecidas. GARCIA. Que edifiquen al revés mayor novedad me ha hecho; que primero hacen el techo, y las paredes después. HERNANDO. Lo mismo, señor, verás en la mujer, que adereza, al vestirse, la cabeza primero que lo demás. GARCIA. Bizarras las damas son. HERNANDO. Diestras, pudieras decir en la herida del pedir, que es su primera intención. Cífrase, si has advertido, en la de mejor sujeto, toda la gala en el peto, toda la gracia en el pido. Tanto la intención cruel sólo a este fin enderezan, que si el "Padre nuestro" rezan, es porque piden con él. Hoy a la mozuela roja que en nuestra esquina verás, dije al pasar: ¿Cómo estás? y respondió: Para aloja. GARCIA. Con todo, siento afición de Madrid en tí. HERNANDO. Y me hicieras merced, si aquí fenecieras esta peregrinación; que molerán a un diamante seis años de caminar de un lugar a otro lugar, hecho caballero andante. GARCIA. Hernando, estoy agraviado, y según leyes de honor, debo hallar a mi ofensor; no basta haberlo buscado. Mas no pienses que me canso, que hasta llegar a matalle, de suerte estoy, que el buscalle tengo solo por descanso. No a mitigarme es bastante tiempo, cansancio ni enojos; que siempre tengo en los ojos aquel afrentoso guante. ¡Ah, cielos! ¿en qué lugar escondeis un hombre así? ¡Cielos, o matadme a mí, o dejádmelo matar! Yo, que en la africana tierra tantos moros he vencido; yo, que por mi espada he sido el asombro de la guerra; yo, que en tan diversas partes fijé, a pesar del pagano y el hereje, con mi mano católicos estandartes, ¿he de vivir agraviado tantos años, cielo? ¿Es bien que esté deshonrado quien tantas honras os ha dado? HERNANDO. Por Dios te pido, señor, que no te aflijas así; que yo espero en Dios que aquí has de restaurar tu honor. Si las señas no han mentido, Don Juan en Madrid está; sufre lo menos, pues ya lo más, señor, has sufrido. Deja esa pena inhumana, no pienses en tu contrario. GARCIA. Es pedir al cuartanario que no piense en la cuartana. HERNANDO. Diviértete, considera cómo está en caniculares, con ser pobre, Manzanares, tan honrada su ribera, que dél dijo una señora, cuyo saber he envidiado, que es, por lo pobre y honrado, hidalgo de los de agora. Bien puede aliviar tus males ver ese parque, abundoso de conejo temeroso, blanco de tiros reales. GARCIA. Detente. ¿No es mi enemigo el que miro? HERNANDO. ¿Don Juan? GARCIA. Sí, el que viene hablando allí, con aquel coche... HERNANDO. Yo digo que me parece Don Juan, pero no puedo afirmallo. GARCIA. Ya ves que importa no errallo. Pues tan divertidos van, al descuido has de acercarte, y con cuidado mirar si es él, que yo quiero estar escondido en esta parte hasta que vuelvas. Advierte que certificado quedes; despacio mirarlo puedes, que él no podrá conocerte. HERNANDO. El coche paró; una dama sale; él sirve de escudero. GARCIA. Acaba, vete. HERNANDO. El cochero me dirá cómo se llama. (_Vase._) (Salen Anarda y Julia con mantos, y don Juan.) [_Vase Hernando, García se esconde a un lado, y por el opuesto salen Anarda, Julia y Don Juan._] [ESCENA II] [ANARDA y JULIA con mantos; DON JUAN.--GARCIA, oculto] JUAN. El Príncipe, mi señor, que deste parque en la cuesta dando está con la ballesta lición y envidia al amor, como vuestro coche vio, contento y alborotado, a daros este recado, bella Anarda, me envió. Miraldo en aquel repecho, sobre el hombro la ballesta, la mira en el blanco puesta, que sigue tan sin provecho. ANARDA. Al parque, Don Juan, subiera, no dando que murmurar; mas está todo el lugar de ese río en la ribera. Perdón me ha de dar su Alteza, y porque pueda advertir que nace en mí el no subir de honor, y no de esquiveza, aquí me quiero asentar, (_Siéntanse las damas, Don Juan se arrodilla_.) donde el Príncipe me vea, que ver lo que se desea, algo tiene de gozar; y vos, que con él priváis, estaos aquí, porque arguya que esta fortaleza es suya, pues por alcaide quedáis. JULIA. [_Hablando aparte con Anarda_.] Parece que se mitiga tu acostumbrado rigor. ANARDA. A esto me obliga el temor, ya que el amor no me obliga. ¿De rodillas? [_A Don Juan_.] JUAN. Tus despojos adoro. ANARDA. Mucho te humillas. JUAN. ¿No pondré yo las rodillas donde el Príncipe los ojos? Y cuando no a tu deidad tal veneración le diera, a tu prima se la hiciera, pues adoro su beldad. (_Sale Hernando_.) [ESCENA III] [HERNANDO.--ANARDA, JULIA, DON JUAN, GARCIA.] GARCIA. [_Saliendo al encuentro a Hernando y hablando con él, sin ser vistos de Don Juan ni las damas_.] ¿Es Don Juan? HERNANDO. Sin duda alguna, que yo pregunté al cochero: ¿quién es este caballero? y dijo: Don Juan de Luna. GARCIA. En cas del embajador de Ingalaterra te espero. Con mis joyas y dinero ponte en salvo. HERNANDO. Voy, señor. (Vase.) (_Saca la espada y embiste a Don Juan; él te levanta y la saca_.) GARCIA. Aquí pagará tu vida tu atrevimiento. JUAN. Detente. GARCIA. ¡Ah, Don Juan! aquí no hay gente que la venganza me impida. ANARDA. ¡Qué confusión! JULIA. Prima mía, ¿qué haremos? ANARDA. ¡Oh trance fuerte! JUAN. ¿Veniste a buscar tu muerte? ¿No me conoces, García? GARCIA. Tanto mayores serán, si aquí te venzo, mis glorias, cuanto lo son tus victorias. ANARDA. ¡Vencido cayó Don Juan! (_Vienen a los brazos, cae debajo Don Juan, saca la daga García y levanta a dalle una puñalada_.) GARCIA. Ya llegó el tiempo en que salga de tanta afrenta. ¡Enemigo, este es tu justo castigo! [_Va á darle una puñalada_.] JUAN. ¡Válgame la Virgen! GARCIA. (_Detiene el brazo levantado, y levántase_) Valga; que a tan alta intercesora no puedo ser descortés. JUAN. Déjame besar tus pies. GARCIA. Don Juan, a nuestra Señora, Vírgen. Madre de Dios hombre, de la vida sois deudor; que refrenar mi furor pudiera sólo su nombre. JUAN. Matadme, que más quisiera morir, que haber agraviado a quien la vida me ha dado. GARCIA. Más queda desta manera satisfecha la honra mía; que si ya pude mataros, más he hecho en perdonaros que en daros la muerte haría. Matar pude, vencedor de vos solo; mas así he vencido a vos y a mí, que es la vitoria mayor. Sólo faltó derribar el brazo ya levantado; más fué perdonar airado, que era, pudiendo, matar. ANARDA. [_Ap_.] (De turbada estoy sin mí) Necio, descortés, grosero, si valiente caballero, fuera bien mirar que aquí estaba yo, para dar a ese intento dilación. ¿Faltáraos otra ocasión de poderlo ejecutar? GARCIA. En que os habéis ofendido reparad, señora mía, llamando descortesía lo que ceguedad ha sido. Ciego llegué del furor; que ¿quién, señora, os mirara, que suspenso no quedara o de respeto o de amor? ANARDA. Vanas las lisonjas son, cuando con lo que intentastes de ningún modo guardastes el decoro a mi opinión. ¿Qué dijeran los que están buscando qué murmurar, viendo a mi lado matar un hombre como Don Juan? JUAN. Si advertís, señora mía, perdón merece en su error quien, por tener mucho honor, tuvo poca cortesía. ANARDA. ¡Bueno es disculparlo vos! JUAN. ¿No estoy a hacello obligado, cuando la vida me ha dado? (_Sale un paje_.) [ESCENA IV] [GERARDO.--GARCIA, DON JUAN, ANARDA, JULIA.] GERARDO. Su Alteza llama a los dos. GARCIA. ¿El Príncipe? GERARDO. Veislo allí. JUAN. No tenéis que alborotaros, que presto pienso pagaros lo que habéis hecho por mí. [_A las damas_.] Su Alteza a llamarme envía. ANARDA. Bien es que le obedezcáis. JUAN. Si el coche, Anarda, tomáis, dejaros en él querría. ANARDA. Desde aquí del aire y soto gozar queremos las dos. JUAN. Julia, adiós. JULIA. Don Juan, adiós. (_Vase Don Juan_.) GARCIA. Perdonad este alboroto, si puedo esperar perdón de quien, sólo con mirar, da muerte. ANARDA. De perdonar vos me habéis dado lición. JULIA. ¡Qué bizarro caballero! Las almas lleva tras sí. (_Sale Hernando_.) [ESCENA V] [HERNANDO.--GERARDO, GARCIA, DON JUAN, ANARDA, JULIA.] GARCIA. [_Encontrándose con su criado al retirarse y hablando aparte con él_.] ¿Aquí estás? HERNANDO. Quise de aquí ver el suceso primero. GARCIA. Quédate, y sabe quién son esas mujeres. HERNANDO. ¿Ya estás herido? GARCIA. En ellas verás si es bastante la ocasión. _Vase_ [_García, Hernando se queda en el fondo_.] [ESCENA VI] [ANARDA, JULIA, GERARDO, HERNANDO, _retirado_.] GERARDO El Príncipe, mi señor, que este caso viendo ha estado, os dice que se ha alegrado de tener competidor; que a su privado ha querido, porque os hablaba, ofender; que dueño debe de ser quien cela tan atrevido. ANARDA. Decid, Gerardo, a su Alteza, que mostrárseme penado deste susto que me han dado, fuera más alta fineza que condenarme a liviana con tanta resolución por sólo la información de una conjetura vana. Que ya de Don Juan sabrá cuán otra la causa ha sido, y de haberme así ofendido el yerro conocerá. Y porque entienda que yo no sé a dos favorecer, le suplico haga prender al que mi agravio causó Id con Dios. GERARDO. Quede contigo. (_Vase_.) [ESCENA VII] [ANARDA, JULIA, HERNANDO, _retirado_.] JULIA. Yo pensé que merecía su humildad y cortesía antes premio que castigo. Villana estás, por mi fe, con quien perdón te pidió. (_Ap_. Préndaos Anarda, que yo, forastero, os libraré.) ANARDA. ¡Oh, qué mal me has entendido! ¿Ves este enojo y rigor? pues ardides son que amor ha trazado y ha fingido. JULIA. ¿Quieres al Príncipe ya? ANARDA. Nunca tan necia te ví. Quien vió el forastero, dí, ¿cómo otro dueño querrá? Aquel bizarro ademán con que la espada sacó, el valor con que venció y dió la vida a Don Juan; la gala, la discreción en darme disculpa, el modo, gentileza y talle, todo me ha robado el corazón. JULIA. (_Ap_.) ¡Rabiando estoy de celosa! ANARDA. Y así, por volver a vello, lo aseguro con prendello, de que se irá temerosa, porque forastero es. JULIA. Cuando se apartó de aquí, al oido hablar le ví a aquel mancebo que ves. Él informarte pudiera. ANARDA. Bien dices: hablalle quiero. JULIA.(_Ap_.) Así, ha de ser, forastero, mi contraria mi tercera. ANARDA. ¡Ah caballero! HERNANDO. (_Ap_. ¿Si a mí caballero me llamó? ¿tan buen talle tengo yo?) ¿Es a mí, señora? ANARDA. Sí. HERNANDO. Extrañé la nueva forma, cuando me ví caballero; si bien no soy el primero que en la corte se trasforma. Mas son vanas intenciones cuando con pobreza lidio, que es el dinero el Ovidio de tales trasformaciones. Pero si puedo serviros, dama, sin ser caballero, mandadme. ANARDA. Pediros quiero... HERNANDO. Pues bien podéis despediros. ¿Para pedirme, decid, sólo me llamáis las dos? Animosas sois, por Dios, las mujeres de Madrid. Que pida la que se ve de mí rogada y querida, vaya; mi amor la convida, y pues pido, es bien que dé. Que la mujer que hablo yo en la iglesia, tienda o calle, me pida, vaya; el hablalle ya por ocasión tomó. Mas ¡llamarme, hacerme andar, y luego pedirme! ¿Es cosa el dar tan apetitosa, que he de andar yo para dar? ANARDA. Lo que pediros intento, sólo hablar ha de costaros. HERNANDO. De eso bien me atrevo a daros cuanto os pinte el pensamiento. ANARDA. Oid, pues. HERNANDO. Decid, señora. ANARDA. Que me digáis sólo quiero quién es aquel forastero que al oído os habló agora. HERNANDO. Con que vos, señora mía, antes quién sois me digáis, os lo diré; y no tengáis lo que os pido a grosería; porque sin saber a quién, decir quién es no conviene, puesto que enemigos tiene. ANARDA. ¡Qué cauto sois! HERNANDO. Hago bien; que en la corte es menester con este cuidado andar; que nadie llega a besar sin intento de morder. ANARDA. Si así ha de ser, yo me llamo Doña Lucrecia Chacón. HERNANDO. Garci-Ruiz de Alarcón es el nombre de mi amo. ANARDA. ¿Es caballero? HERNANDO. ¿Tan mal os informa su apellido? La Mancha no lo ha tenido más antiguo y principal. Y sin el nombre, el sujeto os pudiera haber mostrado su calidad. ANARDA. ¿Es casado? HERNANDO. No, sino hombre muy discreto. ANARDA. Déte el cielo buenas nuevas. JULIA. [_Ap. a Anarda_.] Disimula. Loca estás. ANARDA. [_Ap. a Julia_.] ¿Qué quieres? JULIA. [_Ap. a Anarda_.] Pregunta más, sin mostrar el fin que llevas. ANARDA. ¿Es rico? HERNANDO. ¡Gracias a Dios que llegamos al lugar! Si queríades preguntar solo ese punto las dos, ¿qué sirve parola vana y hablar de falso primero? Bien sé que apunta al dinero toda aguja cortesana. ANARDA. Ya no lo quiero saber, por mostrar otros cuidados. HERNANDO. Pues hasta dos mil ducados de renta, deben de ser los que en sus vasallos tiene. ANARDA. ¿A qué vino a este lugar? HERNANDO. Ese es mucho preguntar. ANARDA. Sólo si de espacio viene me decid. HERNANDO. Si no es aquí rémora un nuevo cuidado... ANARDA. ¿Hase acaso enamorado? HERNANDO. (¿Picaisos?) [_Ap_.] Pienso que sí. ANARDA. Malas nuevas te dé Dios. HERNANDO. (Mal disimula quien ama.) [_Ap_.] ANARDA. ¿Puede saberse la dama? HERNANDO. Oso decir que sois vos. ANARDA. Pues, ¿cuándo me ha visto? HERNANDO. Ahora. ANARDA. Y ¿cómo sabéis que aquí se ha enamorado de mí? HERNANDO. Porque sé que os vio, señora. ANARDA. ¿Lisonjas? HERNANDO. Verdades son, de que tengo algún indicio. JULIA. Que viene el conde Mauricio. ANARDA. Pues huyamos la ocasión. [Sale el CONDE Mauricio y LEONARDO. Se quedan en el fondo observando a las damas] [ESCENA VIII] LEONARDO. Lince eres en conocellas. CONDE. Ciega amor y vista da. ¿Cúyo criado será el que está hablando con ellas? ANARDA. Tu nombre... HERNANDO. Hernando es mi nombre. ANARDA. ¿De qué? HERNANDO. Hernando, cerrilmente, que no le sirve al sirviente más que el nombre el sobrenombre. ANARDA. Mucho tu modo me obliga. Gusto me ha dado tu humor. HERNANDO. Eso, hablando a lo señor... [Hablan aparte doña ANARDA y doña JULIA] ANARDA. Dile, Julia, que nos siga, como que sale de ti. JULIA. (Tu mismo fuego me abrasa.) Aparte Ven a saber nuestra casa, que he de hablarte. HERNANDO. Harélo así. [Vanse las damas] ¡Pobretilla! ¿Ya me quieres? Las armas de amor trajimos, que un hombre a matar venimos, y hemos muerto dos mujeres. [Vase HERNANDO] LEONARDO. El coche toman. Huyendo van de ti, señor. CONDE. Cuidado me da, Leonardo, el criado. ¿Ves cómo las va siguiendo? LEONARDO. ¿Qué determinas? CONDE. Saber quién es su dueño y su intento, que amor me forma del viento mil visiones que temer. [Vanse el CONDE y LEONARDO. Salen el PRINCIPE, con gabán y ballesta, GARCIA y don JUAN] [ESCENA IX] GARCIA. Supuesto que obedecer es forzoso a vuestra Alteza, oya a quien ha ejercitado más la espada que la lengua. Garci-Ruiz de Alarcón es mi nombre, en las fronteras berberiscas más temido que conocido en las vuestras. Vasallos tengo en la Mancha, que mis pasados heredan del Zavallos, que a Castilla abrió de Alarcón las puertas. En ciñéndome la espada, fuí a serviros a la guerra; que heredar honra es ventura, y valor es merecella. Callar quiero mis hazañas pues que la fama os las cuenta, y en la tierra las escriben ríos de sangre agarena. Habrá, pues, señor, seis años que en la batalla sangrienta que tuvimos con los Moros en Jerez de la Frontera, militó Don Juan de Luna, de cuyos rayos pudiera el mismo sol envidiar fuego para sus saetas, porque su valiente espada era encendido cometa que a fuego y sangre amenaza la berberisca potencia. Al trabar la escaramuza, con tan animosa fuerza las huestes de África embisten, que las de Castilla afrentan. Desbaratados los nuestros olvidaron su soberbia, y aun volvieron las espaldas; que esto es verdad, si es vergüenza. Yo, despechado de ver tan nunca usada flaqueza, atájelos con la espada, castiguélos con la lengua. O se deba a mis razones, o al valor dellos se deba, corridos los castellanos repararon la carrera, y en nuevo Marte encendidos, revuelven con tal violencia, que más pareció el huir artificio que flaqueza. Vos, señor, al fin vencistes; que son los reyes planetas, y las obras del vasallo se deben a su influencia. Pues como yo fuí la causa de que los nuestros volvieran, por autor de la vitoria todo el campo me celebra: con que en algunos cobardes la envidia tósigo siembra; que la pensión de las dichas es la emulación que engendran. Juntos, pues, los envidiosos, a fabricar mis afrentas, a Don Juan de Luna eligen para el instrumento dellas. Solo en su valor confían, y en la confianza aciertan, pues a lo que él se atrevió, nadie, sin él, se atreviera. Dícenle, para incitallo a la venganza que intentan, que de su espada y valor he hablado mal en su ausencia; que he dicho que las espaldas suyas, fueron las primeras, que vieron los enemigos en la pasada refriega. Uno el agravio denuncia, los otros con él contestan, y él con falsa información justamente me condena. Y estando en corrillo un día con otros soldados, llega determinando Don Juan, diciendo desta manera: --Yo soy Don Juan, cuya Luna, de gloriosos rayos llena, el honor de mis pasados, con ser inmenso, acrecienta; vos habéis dicho de mí que soy cobarde en la guerra, sabiendo que en valentía os venzo, como en nobleza. --¡Mentís en todo!, le dije; mas húbelo dicho apenas, cuando le tiró en un guante a mi honor una saeta; que si bien no me llegó, es por la desdicha nuestra el honor tan delicado, que del intento se quiebra. Saqué a vengarme la espada, y él la suya en su defensa, que de dos humanos Joves dos rayos vibrados eran: y a no impedírnoslo tantos, no digo yo cuál muriera; que con ventura se vence, si con valor se pelea. Al fin, no pude romper muros de espadas opuestas; que aunque el valor las excede, no las igualan las fuerzas. Ausentóseme Don Juan, y yo, en sabiendo quién eran los autores del engaño de que resultó mi ofensa, los dos, de tres, arrojé al mar desde una galera: por las bocas me ofendieron, y entró la muerte por ellas. El tercero se ausentó; y a mí el agravio me lleva buscando a Don Juan de Luna por varios mares y tierras, determinado a matar o morir; y a sus esferas seis vueltas ha dado el sol mientras yo al mundo una vuelta. Supe que estaba en Madrid; vine y vílo en la ribera de Manzanares agora; embestí a vengar mi afrenta; vino a los brazos conmigo, donde al hijo de la tierra en valor y fuerza excede; pero yo al honor de Tebas. La daga y brazo levanto, que ardiente furia gobierna; y él, viendo que ya en el suelo ningún remedio le queda, ¡válgame la Virgen! dice: valga, digo, y la sentencia revoco en el mismo instante que al golpe empezado resta. Este el caso; Don Juan, pues he hablado en su presencia, me puede enmendar agora lo que mi memoria yerra. JUAN. Este, señor, es el caso. PRINCIPE. Garci-Ruiz de Alarcón, claras vuestras obras son; desde el oriente al ocaso da envidia vuestra opinión. Las más ilustres historias en vuestras altas vitorias el _non plus ultra_ han tenido; mas la que hoy ganais, ha sido _plus ultra_ de humanas glorias. Vuestra dicha es tan extraña, que quisiera ¡vive Dios! más haber hecho la hazaña que hoy, García, hicistes vos, que ser Príncipe de España. Porque Alejandro decía (¡ved cuanto lo encarecía!) que más ufano quedaba si un rendido perdonaba, que si un imperio rendía. Que en los pechos valerosos, bastantes por sí a emprender los casos dificultosos, el alcanzar y vencer consiste en ser venturosos; mas en que un hombre perdone, viéndose ya vencedor, a quien le quitó el honor, nada la fortuna pone, todo se debe al valor. Si vos de matar, García, tanta costumbre tenéis, matar ¿que hazaña sería? Vuestra mayor valentía viene a ser que no matéis. En vencer está la gloria, no en matar; que es vil acción seguir la airada pasión, y deslustra la vitoria la villana ejecución. Quien venció, pudo dar muerte; pero quien mató, no es cierto que pudo vencer; que es suerte que le sucede al más fuerte, sin ser vencido, ser muerto. Y así, no os puede negar quien más pretenda morder, que más honra os vino a dar el vencer y no matar, que el matar y no vencer. Dar la muerte al enemigo, de temello es argumento; despreciallo es más castigo, pues que vive a ser testigo contra sí, del vencimiento. La vitoria el matador abrevia, y el que ha sabido perdonar, la hace mayor, pues mientras vive el vencido, venciendo está el vencedor. Y más donde a cobardía no puede la emulación interpretar el perdón. Pues tiene el mundo, García, de vos tal satisfacción, dadme los brazos. GARCIA. Señor, con que a vuestros pies me abaje premiáis mi hazaña mayor. PRINCIPE. Esos pide el vasallaje, y esotros debo al valor. GARCIA. Como rey sabéis honrar. PRINCIPE. Alzad, Alarcón, del suelo, que en el suelo no ha de estar quien ha sabido obligar la misma Reina del cielo. Y que pago considero por libranza suya, a vos las honras que daros quiero; que es el rey un tesorero (_Échale los brazos_) que tiene en la tierra Dios. (_Abrázale_) Libre de ser derribado ahora me juzgo yo; que bien seré sustentado de un brazo a quien, levantado, tal furia no derribó. Y así, en mi casa, García, os quedad; desde este día andemos juntos los dos; que quiero aprender de vos la piedad y valentía. Gentilhombre de mi boca os hago. GARCIA. Dadme esos pies. PRINCIPE. El servirme de vos es para vos merced muy poca, porque es mi propio interés. Y yo no pretendo hacer desto premio o beneficio; porque el cargo ni el oficio, no premia al que ha menester el rey para su servicio. El un hábito escoged de los tres. GARCIA. ¿Cuándo, señor, serviré tanta merced? (_Arrodíllase Don Juan_) PRINCIPE. Aquesto a vuestro valor y no a mí, lo agradeced. Lo mucho que habeis servido, el hábito manifiesta. Pues ¿qué merced habrá sido la que a mí nada me cuesta y vos habéis merecido?-- ¿Por qué estás, Don Juan, así? JUAN. Estas honras que le das a Garci-Ruiz por mí, agradezco. PRINCIPE. Debo más a quien hoy me ha dado a ti. A pagarle me apercibo esta vida con que vivo, en la que hoy, Don Juan, te dió; que eres, amigo, otro yo, y en tí la vida recibo. A todos sabes honrar. [ESCENA X] Sale el paje GERARDO; apártase el PRINCIPE con el paje, y hablan aparte GARCIA y DON JUAN. [GERARDO.--EL PRINCIPE, GARCIA, DON JUAN] PRINCIPE. ¿Qué hay, Gerardo? GERARDO. A vuestra Alteza aparte quisiera hablar. [_Desvíase el Príncipe con el paje, y hablan aparte García y Don Juan_.] JUAN. Merece vuestra nobleza tan soberano lugar. GARCIA. Un deudor en mí tenéis de las honras que hoy recibo. JUAN. Cuando a merced vuestra vivo, nada deberle podéis por ley a vuestro cautivo. Mas donde el sujeto es tal, no tanto estiméis que aplique el ánimo liberal el Príncipe Don Enrique a haceros merced igual; porque en su real persona puso el cielo tal nobleza, benignidad y largueza, que hoy os diera su corona, a tenerla en la cabeza. PRINCIPE. (_Ap_.) Confuso estoy. ¿Qué he de hacer? ¿Al que tanto agora honré tengo al punto de prender? Pues dejar de obedecer a Anarda, ¿cómo podré? ¡Oh fuero de amor injusto! ¿A tan heroico varón hacer tal agravio es justo, por sólo el liviano gusto de una mujer sin razón? Pero prendello, ¿qué importa, si luego le he de soltar, y a mí me viene a librar su prisión liviana y corta de un largo enojo y pesar? Pero tengo por mejor, por mostrarme poco amante sufrir de Anarda el rigor, que dar nota de inconstante a un hombre de tal valor. Mas si la causa le digo, bien disculpará el efeto. No me tendrá por discreto, si aun no empieza a ser mi amigo cuando le fío un secreto. Mas ya sé lo que he de hacer.-- Vedme esta noche, García. GARCIA. Vuestro soy. PRINCIPE. Habéis de ver a mi padre, que poner vuestra persona querría en el estado que cuadre al valor que en vos se ve. GARCIA. Con serviros lo tendré. PRINCIPE. Esta noche de mi padre el hábito alcanzaré. (_Vase_.) JUAN. Ya con él os miro yo; que el rey Don Juan a su Alteza nada jamás le negó; que de su padre heredó el Príncipe la largueza. (_Vase_.) GARCIA. En mar sangriento de cruel venganza, de rabia, de ira y de coraje lleno, corrí tormenta, de esperanza ajeno de llegar en mi estado a ver bonanza. Y un súbito accidente, una mudanza el pecho libra de mortal veneno, y el que en mi agravio a mi furor condeno, en el perdón produce mi esperanza. No la privanza me movió futura; que fortuna en sus obras desiguales no hace de los méritos memoria; mas debo a mi piedad esta ventura; y por lo menos en hazañas tales, de la gentil acción queda la gloria. (_Vase_.) [ESCENA XI] [_Calle en que vive Anarda.--Es de noche_.] Sale HERNANDO, con capa y sombrero viejo; INÉS. HERNANDO. Tu nombre saber deseo. INÉS. Inés. HERNANDO. Decirte podré según en mí no sé qué siento después que te veo. Un poco te quiero, Inés. INÉS. A lo menos no dirás, pues que ya dicho lo has, yo te lo diré después. HERNANDO. La lengua en amor osada es más dichosa y más cuerda; porque la mula que es lerda tarde llega a la posada. Enfermo es quien tiene amor, y es el doctor el amado; pues ¿cómo será curado quien su mal calla al dotor? [ESCENA XII] Salen EL CONDE y LEONARDO, de noche.-- [HERNANDO, INÉS.] LEONARDO. Ocupada está la puerta. CONDE. Reconocer determino. LEONARDO. El celoso desatino tus acciones desconcierta. CONDE. No me repliques. ¿Quién es? INÉS. [_Ap_] (Este es el Conde.) Inés soy, que gozando el fresco estoy. CONDE. No hablo contigo, Inés, sino con aquese hidalgo. INÉS. Un soldado es, que llegó, como a la puerta me vió, a pedir por Dios. HERNANDO. Dad algo para pagar la posada, caballeros, a un soldado desvergonzante y honrado, que trae la pierna colgada y tiene un brazo torcido, por amor de... LEONARDO. Perdonad. HERNANDO. Miren la necesidad con que, por Dios, se lo pido. CONDE. ¿Queréis no ser majadero? HERNANDO. ¿Así a un pobre se responde? (_Ap_. ¿Este es conde? Sí: éste esconde la calidad y el dinero.) (_Vase_.) [ESCENA XIII] [EL CONDE, LEONARDO, INÉS.] CONDE. Hermana Inés, no concierta con el honor desta casa ver, quien a tal hora pasa, hombres hablando a su puerta. INÉS. Un mendigo remendado que por Dios llega a pedir ¿qué puede dar que decir? CONDE. Un tercero, disfrazado de mendigo, busca así la ocasión a su mensaje, y a estas horas el mal traje no se ve, y el hombre sí; y a estar vos, como es razón, encerrada en vuestra casa, al mendigo y al que pasa quitárades la ocasión. INÉS. No sé yo, por vida mía, desde cuándo acá o por dónde le ha tocado, señor Conde, el cargo a vueseñoría de alcaide o de guardadamas desta casa. ¿Qué marido, padre o galán admitido es de alguna de mis amas, para que las guarde así? CONDE. ¡Vive el cielo, que a no ser de aquesta casa y mujer!... LEONARDO. Calla, Inés, ¿estás en ti? ¿Así te atreves al Conde? INÉS. Y al mismo rey me atreviera, si tanta ocasión me diera. Quien por su dueño responde se atreve muy justamente. Pero yo le diré a Anarda que el Conde su puerta guarda, para que el remedio intente. (_Vase_.) [ESCENA XIV] [EL CONDE, LEONARDO.] LEONARDO. Perdido vas. CONDE. Tal estoy de celoso y desdeñado, que ya de desesperado en nuevos intentos doy. Ya que no puedo obligar, vengarme sólo deseo, que estas visiones que veo, la materia me han de dar. El mozo que hoy en el río las habló y siguió después; hallar a la puerta a Inés y hablarme con tanto brío; de Anarda el airado ceño hoy, porque al coche llegué: todo dice, o nada sé, que esta casa tiene dueño. LEONARDO. ¿Eso dudas? CONDE. De inquirirlo y darles pesares trato. LEONARDO. No le saldrá muy barato, si tú dasen perseguirlo, al pobre amante el favor. CONDE. Tenga disgustos al peso que los tengo. LEONARDO. Para eso te hizo Dios tan gran señor; pagúela quien te la hiciere. CONDE. Bien es, para tales hechos, vestir de acero los pechos. LEONARDO. Quien dar pesadumbres quiere ha de vivir con cuidado. CONDE. Vamos por armas, que el día ha de hallarme aquí en espía, Leonardo, hasta ser vengado. (_Vanse_.) [ESCENA XV] Salen GARCIA y HERNANDO, de noche. GARCIA. Prosigue. HERNANDO. Llegóse a mí el dicho conde Mauricio, como ve que sigo el coche, y pregúntame a quién sirvo. Digo que a nadie. Él replica: de dónde soy conocido de aquellas damas que hablaba, y por qué ocasión las sigo. Que ni sigo ni conozco, le respondo y certifico.-- Pues no os tope yo otra vez a vista del coche (dijo), o a palos haré mataros.-- Yo me aparto, y a un mendigo, que limosna entre los coches pidiendo andaba en el río, mi capa y sombrero doy, y estos andrajos le pido, con que, si me ves de día, oso engañarte a tí mismo. Con esto, y con que la noche también ayuda nos hizo, las seguí, y entré en su casa, de que estamos tan vecinos, que es esta que estás mirando, cuyo soberbio edificio avaramente publica los tesoros escondidos. Hablé con ellas; y al fin, la que ser Lucrecia dijo, me dió de tenerte amor, si honestos, claros indicios. Pregunta tu casa, y yo con decilla me despido; de mi humor dicen que gustan, mas yo, que a tu amor lo aplico, me di al disfrazado brindis de "a más ver" por entendido. A Inés, secretaria suya, mandan que salga conmigo hasta dejarme en la calle, cosa bien fuera de estilo, pero no de la intención, que presumo y averiguo que fué, porque yo de Inés me informase en el camino de lo que ellas me negaron: lance de amor conocido. Supe que era el nombre Anarda, y Girón el apellido de la que Doña Lucrecia Chacón nombrarse me dijo. La otra es su prima, Julia su nombre, y un viejo tío es el curador y el Argos destas dos huérfanas Ios; ambas por casar, y tienen dos mayorazgos muy ricos con que puede hacer dichoso cada cual a su marido. Ciertas esperanzas mías dieron con esto en vacío, y a Inés, envuelta en donairos, una flecha de amor tiro. Llegamos así a la puerta, donde con celoso brío se llegó a reconocerme, determinando, Mauricio. Dice que un mendigo soy Inés; yo fínjolo al vivo. Él responde: no hay que daros; yo, a fuer de pobre, porfío. Enfadóse, fuíme, halléte en la posada, salimos, las mercedes me contaste, que hoy el Príncipe te hizo: llegamos aquí, paramos... Con que en breve suma he dicho cuanto he hecho desde el punto que me dejaste en el río. GARCIA. De los favores de Anarda y los celos de Mauricio, me forman los pensamientos un confuso laberinto. Hernando, perdido estoy. No sé qué poder divino tiene Anarda, que en un punto me arrebató los sentidos. Tal estoy, que no me alegran los favores que hoy me hizo Su Alteza; que los de Anarda sólo quiero y sólo estimo. Juzga, pues, cuál me tendrán las licencias de Mauricio; que mucho tiene de dueño quien cela tan atrevido. HERNANDO. Advierte que a una ventana dos personas han salido. [ESCENA XVI] Salen ANARDA e INÉS _a la ventana_. [ANARDA, INÉS, GARCIA, HERNANDO]. ANARDA. Dos son. INÉS. El Conde y Leonardo siguen el intento mismo. ANARDA. ¿Es el Conde? GARCIA. El Conde soy. (_Ap_.) (A mi muerte me apercibo; pero venid, desengaño; que cuanto os temo os estimo.) Aparta; que las verdades [_a Hernando_.] de amor no quieren testigos, y saber estas deseo. HERNANDO. A esa esquina me retiro. (_Vase_) [ESCENA XVII] [GARCIA, ANARDA, INÉS.] ANARDA. Conde, a vuestro atrevimiento y grosera demasía, ni conviene cortesía ni es cordura el sufrimiento. ¿En qué favor fundamento el guardarme así ha tenido? A quien nunca fué admitido pretendiente ni galán, decid: ¿qué leyes le dan las licencias de marido? Si con tanta libertad guardáis mi puerta y mi calle, ¿quién hará al vulgo que calle, o estime mi honestidad? Si bien me queréis, mirad mi fama y reputación que es forzosa obligación que al bien amar corresponde. [ESCENA XVIII] Salen EL CONDE y LEONARDO, armados, y el CONDE escucha a ANARDA. [EL CONDE, LEONARDO, GARCIA, ANARDA, INÉS.] ANARDA. Y si no me queréis, Conde, dejadme en este rincón. [_El Conde escucha a Anarda_] Y si os pretendéis vengar, con eso, de mi desden, sabed que el no querer bien no ofende, ni obliga a amar; que inclinar o no inclinar sólo lo puede el amor. Y si el veros tan señor esfuerza vuestra malicia, el Rey sabe hacer justicia, y yo sé tener valor. [_Retíranse las dos._] (_Vase_) CONDE. (_Ap_.) Huélgome; que no soy yo solamente el desdeñado. GARCIA. (_Ap_.) La vida mi amor ha hallado donde la muerte esperó. CONDE. (_Ap_.) ¡Pobre amante! LEONARDO. [_Hablando aparte con su amo_.] ¿Muere, o no? CONDE. Viva, pues vive penando. [ESCENA XIX] Sale HERNANDO. [HERNANDO, GARCIA, EL CONDE, LEONARDO.] HERNANDO. [_Llegándose a su amo y hablándole aparte_.] ¿Qué tenemos? GARCIA. Vida, Hernando: el Conde muere. HERNANDO. Con esto ¿cenaremos? GARCIA. Vamos presto; que está el Príncipe esperando. (_Vanse_.) [ESCENA XX] [EL CONDE, LEONARDO.] CONDE. Sospecho que no hago bien, Leonardo, en no conocello. Si es mi igual, sacaré dello el consuelo a mi desdén, y a lo menos sabré quién no ha de causarme cuidado. Vamos tras él. LEONARDO. Acosado toro embestimos, señor; que aun sospecho que es peor un amante desdeñado. (_Vanse_.) ACTO SEGUNDO [_Cámara del Príncipe en el Alcázar de Madrid_.] [ESCENA PRIMERA] Salen EL PRINCIPE, GARCIA, DON JUAN, GERARDO y HERNANDO, de noche. PRINCIPE. De lo que el Rey os ha honrado, que me deis gracias no es bien, Alarcón, mas parabien, pues tanto gusto me ha dado. GARCIA. Vuestro soy. PRINCIPE. Decid amigo; mostrarlo puede el efeto, pues mi más alto secreto a declararos me obligo. No me tengáis por liviano por mostraros presto el pecho, porque estoy muy satisfecho que con vos nunca es temprano. Y así, justamente digo que os puedo dar parte dél; que ha mucho que sois fiel, si ha poco que sois amigo. Mas pues quiero daros hoy la llave del alma mía, de mi cámara, García, también con ella os la doy. GARCIA. No sólo no he de poder serviros merced tan alta; mas aun a la lengua falta el modo de agradecer. PRINCIPE. Alzad. JUAN. Los brazos os doy, alegre de que su Alteza honre así vuestra nobleza. GARCIA. Sois amigo, y vuestro soy. JUAN. A Vuestra Alteza, señor, los pies beso agradecido, pues honra tanto al vencido cuanto honrare al vencedor. PRINCIPE. Bien, Don Juan, sabéis mostrar vuestro hidalgo corazón, pues no os causa emulación la competencia en privar. Y con eso ganáis tanto, que en mi gracia os levantáis al paso que os alegráis de lo que a Alarcón levanto. No por su privanza viene mi amor a menos con vos, porque es el rey como Dios, que muchos privados tiene. Y así, cuanto estas acciones muestran en vos más valor, tanto a vuestro vencedor tengo más obligaciones. Que cuando no le pagara la vida que en vos me dió, porque a tal hombre venció, con justa razón le honrara. GARCIA. A la esperanza, señor, vuestros favores exceden. PRINCIPE. Esos criados se queden. JUAN. El Príncipe, mi señor, manda que os quedéis. (_Vase Gerardo_.) GARCIA. [_Hablando aparte con Hernando_.] Hernando, en nuestra calle me aguarda, y mientras no voy, a Anarda te encargo. HERNANDO. ¿Estaré velando? GARCIA. Nunca tan necio has estado. HERNANDO. ¿Y dormir? GARCIA. Dormir de día. [_Vanse el Príncipe, García y Don Juan_.] [ESCENA II] [HERNANDO.] Temprano, por vida mía, en el uso hemos entrado. Alto; somos de palacio; trasnochar, ir a dormir al amanecer, vivir de prisa, y morir de espacio. Si el cielo no lo remedia, la sátira encaja aquí; mas no ha de haber cosa en mí de lacayo de comedia. ¡Cuál a la corte pusiera algún poeta, si el caso y el lacayo en este paso de la comedia tuviera! ¡Cuál pusiera yo a su Alteza! ¡Qué libremente le hablara, y qué poco respetara su poder y su grandeza! ¡Luego me apartara dellos, cuando a graves cosas van él y mi amo y Don Juan! ¡Mal año! por los cabellos de otra parte me trajera, y en todo el caso me hallara, que el Príncipe aun no fiara quizá a los dos, si pudiera. Y estando en lo más famoso, grave, fuerte y apretado, saliera el señor criado con un cuento muy mohoso, o una fábula pueril de la zorra y el león, y la más alta cuestión concluyera un hombre vil. No, no; el criado servir; con el rey la gente grave; aconsejar el que sabe, y el que predica reñir. (_Vase_.) [ESCENA III] [_Calle en que vive Anarda.--Es de noche_.] [EL PRINCIPE, GARCIA, DON JUAN.] PRINCIPE. Pensé que un pecho tan fuerte como el vuestro triunfaría del amor tierno, García. GARCIA. Iguala amor a la muerte. PRINCIPE. Militares embarazos a muchos dél defendieron. GARCIA. Al dios Marte no valieron contra los venéreos lazos. PRINCIPE. ¿No os admirará en efeto deciros que amo, García? GARCIA. No, porque ya lo sabía. PRINCIPE. ¿Cómo? GARCIA. Sé que sois discreto. PRINCIPE. ¡Qué bien sabéis consolar! JUAN. Es su consecuencia clara, puesto que amor se compara a la piedra de amolar, en que el más agudo acero da a sus filos perfección. PRINCIPE. Esta es la calle, Alarcón, en que vive por quien muero. GARCIA. (_Ap_.) ¿Qué es esto? Ya el niño Amor destas sombras se acobarda, y la hermosura de Anarda hace cierto mi temor. PRINCIPE. Esta es la casa. GARCIA. (_Ap_.) ¡Ay de mí! PRINCIPE. Haz la seña. Mas detente; que el recato es conveniente, y pienso que hay gente allí. JUAN. La calle despejaré. PRINCIPE. Tú no; que presumirán, si eres la flecha, Don Juan, que soy yo quien la tiré. Vaya Alarcón. GARCIA. Voy, señor. PRINCIPE. En esta esquina os espero. (_Vanse él [Príncipe] y Don Juan_.) [ESCENA IV] GARCIA. ¿Para qué, fortuna, quiero con tal pensión tu favor? ¿De qué sirve la privanza? Mercedes y honras ¿de qué? Todas te las trocaré a esta perdida esperanza. ¡Cuál iba yo, viento en popa! Fortuna, ya te entendí; que con más ímpetu así la nave en la peña topa. El fin traidor has mostrado con que en levantarme das; que para que sienta más, me has hecho más delicado. Dándome honrosos despojos llegas con rostro de paz, por arrojarme el agraz en las niñas de los ojos. ¿Qué es privanza, qué es honor, qué es la vitoriosa palma, si en lo más vivo del alma ejecutas tu rigor? Hoy la mayor alegría y el mayor pesar me has dado; de dichoso y desdichado soy ejemplo en solo un día Pero quizá Anarda bella no tiene al Príncipe amor. ¿Qué importa? Él es mi señor, y tiene su amor en ella. No tocan a la lealtad las ofensas de quien ama; mas ya su amigo me llama, y me obliga la amistad. ¿De qué sutiles razones, deseo, os queréis valer? ¿Alarcón ha de poner la lealtad en opiniones? Deseo, o morid en mí, o matad conmigo a vos, porque o vos o ambos a dos hemos de morir aquí. Llegad, corazón fiel; venza al amor la lealtad; el paso al cielo allanad a quien os derriba dél. [ESCENA V] Salen HERNANDO, huyendo con la espada en la mano y tras él MAURICIO y LEONARDO. [HERNANDO, EL CONDE, LEONARDO, GARCIA.] HERNANDO. A no ser tantos, yo sé si me causaran temor. GARCIA. ¿Es Hernando? HERNANDO. ¿Es mi señor? GARCIA. ¿Qué ha sido? HERNANDO. Desde que entré en aquesta calle a hacer lo que me has encomendado, los de esa cuadrilla han dado en que me han de conocer. Porque no me descubrí, dieron tras mí a cuchilladas, y mil montantes y espadas llovió el cielo sobre mí. GARCIA. Dos solos diviso yo. HERNANDO. ¿Dos? GARCIA. No más. HERNANDO. Pues no habrá más. GARCIA. ¡Qué trocado, Hernando, estás! ¿Ya tu valor se acabó? HERNANDO. Tanto son dos como mil contra aquel que solo está. GARCIA. ¿Y quién será? HERNANDO. ¿Quién será sino quien hecho alguacil nos reconoció, señor? GARCIA. ¿El conde Mauricio? HERNANDO. El Conde. GARCIA. Aquí, si mal me responde, me conocerá mejor. (_Llégase a él_.) Si acaso algunas mercedes alcanza la cortesía, por ella, hidalgos, querría poder con vuesas mercedes que den lugar por un rato a cierto amante secreto, que debe al alto sujeto de su amor este recato; que él les dejará después toda la noche la calle. CONDE. (_Ap. los dos_.) Este, en la voz y en el talle, es Garci-Ruiz. LEONARDO. Él es. CONDE. ¡Pues a buen puerto ha llegado! Vos pedís bien justa cosa, [_A García_.] pero muy dificultosa; que soy ministro, y mandado de un superior en mi oficio, que de aquí no haga ausencia, para cierta diligencia que importa al real servicio. A mí me pesa por cierto de no poderos servir; pero que no he de impedir vuestros amores, advierto; porque callar os prometo; de más de que es caso llano que de la justicia es vano querer encubrir secreto, que al sol nada se le esconde. HERNANDO. (_Ap_.) [_con su amo_] Él prosigue su artificio. GARCIA. ¿Estás cierto en que es Mauricio? HERNANDO. Digo, señor, que es el Conde. GARCIA. Hidalgo, o seáis justicia y aquí negocios tengáis, o ser ministro finjáis con cautelosa malicia, lo que pido haced, que es justo. CONDE. Que no puedo he dicho ya. GARCIA. Ya en conseguillo me va más reputación que gusto; porque quien llega a pedir lo que no es justo negar, no deja elección al dar, y se obliga a conseguir. CONDE. ¿Qué queréis decir con eso? GARCIA. ¿Aun no lo habéis entendido? Que habéis de hacer lo que os pido, o obligarme a algún exceso. CONDE. No os arriesguéis a un gran daño, por la que, según entiendo, no os quiere. GARCIA. Yo estoy pidiendo lugar y no desengaño. Esto haced, y no os metáis en consejos, ni mostréis que conocido me habéis, porque a mucho me obligáis. CONDE. Que os conozca o no, os prometo que es imposible dejaros la calle sola. GARCIA. ¿En estaros os resolvéis, en efeto? CONDE. Aquí me ha de hallar el día. GARCIA. Pues procedéis tan grosero, podrá con vos el acero lo que no la cortesía. (_Sacan todos las espadas y riñen_.) HERNANDO. ¡Pese a tal! Agora sí me entenderé yo con vos, que nos vemos dos a dos. ¿Broquelicos para mí? CONDE. Herido estoy. GARCIA. Yo me holgara, sin heriros, de obligaros; mas a vos podéis culparos. CONDE. La fuerza me desampara; sin duda es mortal la herida. GARCIA. Que me pesa, sabe Dios.-- [_A Hernando, que riñe con Leonardo_.] Tente.--Yo fuera con vos (_Al Conde_.) cuidando de vuestra vida, a poder faltar de aquí. CONDE. Indicios de noble dáis. GARCIA. Por mucho que lo seáis, con igual pecho os herí. LEONARDO. ¡Ah! ¡pese a quien me parió! (_Vanse Leonardo y el Conde_.) [ESCENA VI] Salen EL PRINCIPE y DON JUAN, alborotados. [EL PRINCIPE, DON JUAN, GARCIA, HERNANDO.] PRINCIPE. En la vida de García se arriesga, Don Juan, la mía. JUAN. ¿No basta que vaya yo? PRINCIPE. No basta; que no sabemos cuántos los contrarios son. JUAN. Yo soy Luna, él Alarcón, que por un millón valemos. Mas pienso que viene aquí. PRINCIPE. ¡García! GARCIA. Señor. PRINCIPE. ¿Qué ha sido? GARCIA. ¿Qué, señor? PRINCIPE. ¿Ese ruido de cuchilladas que oí? GARCIA. Lo que fué, que no fué nada; después, señor, lo diré. Agora, pues que se ve la calle desocupada, logre el tiempo vuestra Alteza. [_Hablando aparte con el criado_.] En casa me espera Hernando. HERNANDO. ¡Vive Dios que estoy temblando! GARCIA. Nunca has mostrado flaqueza sino en la corte. HERNANDO. Señor, tú dices que nada ha sido haber a Mauricio herido, y puedes; que en el amor del Príncipe estás fiado; mas a mí el pesar me ahoga; que sé que siempre la soga quiebra por lo más delgado. GARCIA. De tu temor me averguenzo. HERNANDO. Hay alcalde que de balde, por sólo hacer del alcalde, me pondrá de San Lorenzo. GARCIA. Antes a mí me mataran; que a los ingratos no imito, que animan para el delito, y en la pena desamparan. Véte, y duerme descuidado. (_Entre tanto hace la seña Don Juan_.) HERNANDO. ¿A qué no obliga tu amor? Bien dicen que el buen señor es quien hace buen criado. (_Vase_.) PRINCIPE. ¿Si habrán oído? [ESCENA VII] Sale INÉS, a la ventana. [EL PRINCIPE, GARCIA, DON JUAN, INÉS.] JUAN. Ya están a la ventana. INÉS. ¿Quién es? PRINCIPE. Inés parece. JUAN. ¿Es Inés? INÉS. ¿Quién lo pregunta? JUAN. Don Juan. A Anarda le dí que está su Alteza aguardando aquí. PRINCIPE. Sin esperanza, le dí. _Vase Inés [de la ventana_.] ¡Válgame Dios! ¿si saldrá? Decidme que sí, y con eso no me matará el temor. JUAN. Yo tuviera por mejor prometerte el mal suceso, y así tendrás más colmado, si Anarda sale, el contento; y si no, será el tormento mucho menor, esperado. GARCIA. (_Ap_.) ¡Ah Dios! ¡qué dulce esperanza gané y perdí en sólo un día! ¡qué propia ventura mía en la ligera mudanza! Pero quizá... ¡No hay quizá! "Haced," el Príncipe dijo, "la seña," de que colijo que es dueño de Anarda ya; que amistad hay asentada donde hay seña conocida; y pues tan presto fué oída, bien se ve que fué esperada. [ESCENA VIII] Salen ANARDA y JULIA _a la ventana_. [ANARDA, JULIA, EL PRINCIPE, GARCIA, DON JUAN.] ANARDA. [_Ap. con Julia_.] Yo salgo, esta es la verdad, por el forastero, prima; que su prisión me lastima, si temo su libertad. JULIA. ¡Qué perdida estás! ANARDA. De amor hasta agora no he sabido. JULIA. Tarde, mas bien, te ha cogido. (_Ap_. Sabe Dios que estoy peor.) ANARDA. ¡Ah, caballero! PRINCIPE. Señora, ¿sois Anarda? ANARDA. Anarda soy. PRINCIPE. Perdonad, mi bien, si os doy aqueste disgusto ahora, impidiendo el venturoso sueño que ocupando estaba, por el descanso que os daba en cambio ese cuerpo hermoso; que tanto el susto he sentido, que hoy en el río tuvistes, que hasta ver cómo volvistes, volver en mí no he podido. ¿Cómo estáis? ¿Quitóse ya aquel alboroto? ANARDA. En mí nunca, Príncipe, sentí lo que de entonces acá; que hizo en mí tal impresión el forastero atrevido, que presente lo he tenido siempre en la imaginación. GARCIA. (_Ap_.) ¡Ah Dios, si fuese de amor! ANARDA. Mas lo que me ha sosegado es pensar que aprisionado, como os supliqué, señor, lo tenéis, para que así no se vaya sin pagarme. GARCIA. (_Ap_.) No es este efecto de amarme: ya de mi engaño salí. Cuanto de mí se informó, fué por trazar su venganza, y mi engañosa esperanza a favor lo atribuyó. PRINCIPE. De un yerro que cometí contra vos, hermosa Anarda, mi amor el perdón aguarda. ANARDA. ¿Cómo? PRINCIPE. No os obedecí. ANARDA. ¿Luego sin pena quedó el forastero atrevido? PRINCIPE. Y aun con premio bien debido a las nuevas que me dió. ANARDA. (_Ap_.) ¡Ay de mí! JULIA. (_Ap_.) Perdida soy. ANARDA. ¿Esa es la fe y la fineza que le debí a Vuestra Alteza? Bien desengañada estoy. ¡La primer cosa que pido, en que estribaba mi gusto, y más cuando era tan justo castigar a un atrevido, no he podido merecer! PRINCIPE. Vos lo causastes, por Dios, porque a vos sólo por vos dejara de obedecer; que como ser, entendí vos, causa de aquel exceso, con que tan fuera de seso de pena y celos me ví, quedé de gusto tan loco con saber que me engañé, que para albricias juzgué ser todo mi reino poco. ANARDA. Obedecer es fineza. (_Ap_. Muerta soy, si se ausentó.) Señor, mi tío tosió: perdóneme Vuestra Alteza; que su recato y rigor me prohibe este lugar. PRINCIPE. Primero habéis de escuchar el descargo de mi error; que para que no culpéis del todo mi inobediencia, lo traigo a vuestra presencia a que vos lo castiguéis. ANARDA. ¿Qué decís? PRINCIPE. Que traigo aquí al forastero conmigo, sujeto a vuestro castigo. ANARDA. Aun podré pensar así que habéis mi gusto estimado. GARCIA. En fin ¡qué! ¿perdón no espero de un error de forastero y de un furor de agraviado? PRINCIPE. Perdonad, por vida mía, pues lo conoce, su error. ANARDA. Cuando no al intercesor, a su humildad se debía. PRINCIPE. Pues con eso, dueño mío, obedezco en dejaros. ANARDA. Bien podéis, señor, estaros; que ya no tose mi tío. PRINCIPE. ¿Como es posible que tanto favor haya yo alcanzado? ANARDA. (_Ap_.) La fiesta habéis celebrado; mas habéis errado el santo. GARCIA. (_Ap_.) Que tiene al Príncipe amor, bien claramente se ve. Mas ¡necio yo! ¿qué esperé, si es tal el competidor? PRINCIPE. ¿Cómo, Julia, no me dais el parabién del favor? JULIA. Por no impediros, señor, cuando de Anarda gozáis. JUAN. A lo menos, por no dar con su voz gloria a mi oído. JULIA. Siempre, Don Juan, habéis sido desconfiado en amar. JUAN. Esto tengo de discreto: y a Dios, ingrata, pluguiera que otra causa no tuviera un tan desdichado efeto. GARCIA. (_Ap_.) Los dos aman a las dos; con tal liga y artificio seguro va el edificio. ANARDA. ¿Cómo trajistes con vos al forastero, señor? A quien mañana se irá, ¿tan fácilmente se da noticia de nuestro amor? (_Ap. las dos_. Así le pregunto, prima, del forastero el estado.) JULIA. ¡Qué bien tu intento has guiado! PRINCIPE. No os tengo en tan poca estima, que lo que os ama mi pecho tan fácil le haya fiado. En mi servicio ha quedado; de mi cámara lo he hecho. ANARDA. (_Ap. a ella_.) ¡Ah Julia! dichosa soy. JULIA. Déjame, no me diviertas de Don Juan. (_Ap_. Sin que me adviertas atenta a mi dicha estoy.) GARCIA. Gente viene. PRINCIPE. Anarda, adiós; que miro por vuestra fama. ANARDA. Así obliga quien bien ama. JUAN. Adiós. JULIA. Él vaya con vos. ANARDA. Caballero forastero, de que os quedéis en palacio con el Príncipe, de espacio el parabién daros quiero. GARCIA. Ya con eso lo recibo. (_Vanse las damas_.) [ESCENA IX] [EL PRINCIPE, DON JUAN, GARCIA.] PRINCIPE. Sin duda ha estado, García, en vuestra dicha la mía; que nunca en el pecho esquivo de Anarda, señal de amor, como aquesta noche, ví. GARCIA. (_Ap_.) ¿Mas si fuese para mi, sobre escrito a ti, el favor? PRINCIPE. "Bien podéis, señor, estaros", dijo, queriendo partirme. JUAN. De que paga tu amor firme ha dado indicios bien claros. GARCIA. (_Ap._.) Cuando el Príncipe le dijo que estaba presente yo, gusto de estarse mostró: con justa razón colijo, pues antes irse quería, que yo su rémora he sido. Nueva esperanza ha nacido de la ya ceniza fría. PRINCIPE. Agora podéis contar, Garci-Ruiz, lo que fué aquel ruido. GARCIA. Llegué, pedí que diesen lugar a un amante; no quisieron, por más que rogué importuno; saqué la espada, herí al uno, y con aquello se fueron. PRINCIPE. Mal hicistes: cuando envío, Alarcón, a despejar, es por bien; no ha de costar sangre de vasallo mío. GARCIA. No quiso por bien. PRINCIPE. Dejallo. GARCIA. El gusto vuestro estorbaba. PRINCIPE. Menos mi gusto importaba que la salud de un vasallo. GARCIA. Yo erré por ser obediente. PRINCIPE. Cerca estaba yo; volver y tomar mi parecer. Quien sirve ha de ser prudente. (_Vanse el Príncipe y Don Juan_.) [ESCENA X] [GARCIA.] ¿En servir hay esta vida? ¿Esta gloria en la privanza? ¿En tan ligera mudanza hay tan pesada caída? ¡Que haya sido error en mí lo que fineza juzgué! ¡Cuando la vida arriesgué por agradar, ofendí! ¡Fuerte caso, dura ley, que haya de ser el privado un astrólogo, colgado de los aspectos del rey! Hoy benévolo le ví, y hoy contrario vuelve a estar: ganélo con no matar, y con matar lo perdí. ¿Qué es esto? ¿Pruebas conmigo tus variedades, fortuna? Hoy era Don Juan de Luna mi más odioso enemigo; hoy es ya mi amigo, y hoy yo mismo vida le di; hoy al Conde conocí, y ya su homicida soy. Hoy ví a Anarda, y hoy la amé; hoy creí que era querido, hoy la esperanza he perdido, y hoy a cobrarla torné. Hoy me vió el Príncipe, y hoy me ví al más sublime estado, de su favor levantado, y ya derribado estoy en un infierno profundo de temor y de ansia fiera. Paciencia; desta manera son _los favores del mundo_. (_Vase_.) [_Sala en casa de Anarda_.] [ESCENA XI] Salen DON DIEGO, ANARDA y JULIA. DIEGO. Enemigas: ¿es razón que así la fama perdáis, y la heredada opinión de Pacheco y de Girón en tan vil precio tengáis? ¿Es bien que el Conde, atrevido, me diga en mis propias canas, cuando voy a verle herido, que mis sobrinas livianas la causa del daño han sido? ANARDA. ¿Nosotras? DIEGO. Vosotras, pues. ANARDA. De desangrado delira. DIEGO. Pues si la causa es mentira, por lo menos verdad es el efeto de su ira. Dice que él no conoció ni ha dado ocasión a quien en nuestra calle le hirió; mas al menos sabe bien que desta causa nació. Y así sus deudas conjura, y en nuestra sangre agraviado vengar su herida procura, si tu mano no le cura la que en el alma le has dado. Bien sabes tú que en nobleza nadie le excede en España: de su estado la riqueza es notoria, que acompaña con gala y con gentileza. Ablanda, sobrina, el pecho, sin razón duro y extraño; busca el gusto en el provecho; remedie la mano el daño que el hermoso rostro ha hecho. ANARDA. Ya no puedo, noble tío, a un intento tan injusto dejar de oponer el mío; que es castigar en mi gusto el ajeno desvarío. Si él de mí se enamoró, y yo lo he desengañado, ¿qué ley me obliga al pecado, que no sólo no hice yo, mas antes lo he repugnado? DIEGO. Nunca, sobrina, he creído que al daño diste ocasión; mas tu hermosura lo ha sido, y a mil sin culpa han traído sus gracias su perdición. Que no tienes culpa digo; mas si casarte procuro, no tu inocencia castigo; a estorbar el mal futuro es sólo a lo que te obligo. ANARDA. Señor Don Diego, ¿mi tío da tan cobarde consejo? Bien se ve que el pecho frío al brazo cansado y viejo niega el heredado brío. ¿Morir no será mejor, que no que Mauricio diga, en mengua de vuestro honor, que a sus gustos nos obliga de sus armas el temor? ¿Somos Girones, o no? ¿Hanos el valor faltado? ¿Estoy sin parientes yo? ¿Quién en Castilla a un criado de mi casa se atrevió? Y si en tan justa ocasión no quisieren defender nuestros deudos su opinión, yo basto; que aunque mujer, soy, en efeto, Girón. DIEGO. ¿Estás loca? ¿Qué es aquesto? ¿Piensas que es valor tener ese brío descompuesto? Sólo el proceder honesto es valor en la mujer. Deja ya vanos antojos, y admite este pensamiento, o para acabar enojos, metiéndote en un convento, te quitaré de los ojos. ANARDA. Vos no sois más que mi tío, y ni aun mi padre en razón puede forzar mi albedrío: casamiento y religión han de ser a gusto mío. (_Vase_.) [ESCENA XII] [DON DIEGO, JULIA.] JULIA. Lo que dice Anarda es justo; que sólo en tomar estado es tirano fuero injusto dar a la razón de estado jurisdicción sobre el gusto. (_Aquí baja la voz y habla, como a excusas de Anarda, a Don Diego_.) No es sino mucha razón remediar el mal que viene; mas de la ciega afición que Anarda al Príncipe tiene nace su resolución. Que como Mauricio ya deste amor viene advertido, temerosa Anarda está de que, siendo su marido, de Madrid la sacará; y como liviana intenta, del Príncipe enamorada, hacer a su sangre afrenta, procura verse casada con quien lo ignore o consienta.-- Otros remedios habra; (_Alza la voz_.) que casarse deste modo deshonor nuestro será. (_Baja la voz_.) --Dále cuenta al Rey de todo; que él el casamiento hará. Calla y remedia discreto, pues yo con esta invención te descubro su secreto, sin ponella en ocasión de que me pierda el respeto. Y ella, imaginando así que ayudo sus pensamientos, no se guardará de mí, y de todos sus intentos seré espía para tí. Agora riñe conmigo, para ayudarme a engañalla. DIEGO. (_Alza la voz_.) Si no hiciere lo que digo Anarda, será ausentalla de Madrid, justo castigo. JULIA. Si la razón excedieres, justicia nos hará el Rey. DIEGO. ¿Tú también mi afrenta quieres? JULIA. Quiero lo que es justa ley. DIEGO. ¡Ay de honor puesto en mujer! Pues lo que quiero ha de ser o morir quien lo estorbare. (_Vase_.) JULIA. Un monte querrá mover el que por fuerza intentare reducir una mujer. (_Ap_.) Con esto, Alarcón, procura mi amor de Anarda apartarte; que en alguna coyuntura alcanza el ingenio y arte lo que no amor y ventura. Callando el dolor que siento, disponer mi dicha quiero; que es prudente pensamiento quitar estorbos, primero que descubrir el intento. [ESCENA XIII] Sale ANARDA. [ANARDA y JULIA.] ANARDA. ¿En qué paró, prima mía? JULIA. ¡Pues qué! ¿no nos escuchabas? Que bien a gritos reñía. ANARDA. Tal vez la voz moderabas, y entonces no te entendía. JULIA. Entonces con falso pecho, porque se fíe de mí, de mi lealtad satisfecho Don Diego Girón, de tí murmuraba en tu provecho. Mil defectos le decia de tu extraña condición, y modos, le proponía, con que reducir podría a la suya tu intención. ANARDA. Un ejemplo de amistad miro en ti. JULIA. (_Ap_.) El mejor engaño es con la misma verdad. ANARDA. Ya el remedio deste daño resuelve mi voluntad. JULIA. ¿Cómo? ANARDA. A llamar he enviado el valiente forastero, y de que a tomar estado me resuelvo, dalle quiero para el Príncipe un recado. Que con aquesta ocasión dalle mi amor solicita a mi querido Alarcón los indicios que permita mi honesta reputación. Y tú, quedándote aquí sola con él, le dirás, como que sale de tí y que de su parte estás, el amor que reina en mí. Que pues la ocasión convida, goce della, y a su Alteza en casamiento me pida: y díle tú la firmeza con que tengo defendida del Príncipe y de Mauricio mi honestidad, pues lo sabes; porque a un celoso juicio le ha de obligar el indicio de pretendientes tan graves. JULIA. Yo del Príncipe imagino que tu intento ha de estorbar. ANARDA. Diréle que determino casarme, por allanar a sus gustos el camino; porque de otra suerte intenta los cielos atrás volver; y así es fuerza que consienta en mi intento, por tener fin del mal que le atormenta. Que aunque él es tan poderoso, si a un hombre de tal valor tengo, prima, por esposo, no será dificultoso el defendelle mi honor. JULIA. Tu agudo ingenio bendigo. ANARDA. Todo es cautelas amor. JULIA. (_Ap_.) Y así las uso contigo. No hay enemigo peor que el que trae rostro de amigo. [ESCENA XIV] Sale INÉS. [INÉS, ANARDA, JULIA.] INÉS. El amo de Hernando quiere licencia de verte. ANARDA. Inés, mientras conmigo estuviere, es bien que al balcón estés, por si mi tío viniere. (_Vase Inés_.) JULIA. ¿Iréme? ANARDA. Ponte en lugar donde la plática entiendas; que habiéndome de ayudar, es bien que sepas las sendas por donde has de caminar. JULIA. (_Ap_.) A ejecutar mi intención. ANARDA. Y advierte en el artificio con que en aquesta ocasión, sin ofender mi opinión, le doy de mi amor indicio. (_Vase Julia, y espía desde el dosel_.) [ESCENA XV] Salen GARCI-RUIZ y HERNANDO, de camino. [JULIA, ANARDA, GARCIA, HERNANDO.] GARCIA. Dadme, Anarda, los pies. ANARDA. Poco es la mano a tan valiente y noble caballero. ¿De camino venís? GARCIA. Búscase en vano firmeza en bien del mundo lisonjero, y el que en la voluntad de un nombre humano libra sus dichas, ha de estar primero apercebido para la mudanza, que del favor admita la esperanza. Ayer, ya vos sabéis por qué camino, hallé fácil al cielo la subida ¡Mentirosa amistad de mi destino! ¡Traidora prevención de la caída! La humilde vara en levantado pino fué con súbito aumento convertida, porque del viento airado a la violencia diese efeto mi propia resistencia. Aquel alto lugar que ayer tenía, perdí, señora, anoche; sabe el cielo que por fineza más que culpa mía; que tengo en mi conciencia mi consuelo. Cuando pensé que al mismo sol subía, con todo el edificio dí en el suelo. Erré, mas no pequé; soy castigado; que es con el Rey un yerro gran pecado. Miróme disgustado, reprehendióme severo, y las espaldas volvió esquivo, y entrándose en su cámara, dejóme fuera de ella y de mí, sin alma y vivo. No sé cuál medio en tal extremo tome: a entrar o a estarme en vano me apercibo, como, al que sueña toros, hace el miedo que ni pueda correr ni estarse quedo. Al fin, sin velle a mi posada vuelvo; que es, aunque sin razón, príncipe airado; la noche toda en confusión me envuelvo, sin atreverse el sueño al gran cuidado; y al fin, en ausentarme me resuelvo, y el cuerpo huyendo al peligroso estado y a la inquietud de la ambición sedienta, vivir con mis vasallos y mi renta. Y hoy, cuando a visitaros ya partía, por despedirme, Anarda, y disculparme, llegó un recado vuestro que podría, a ser sol fugitivo, repararme. Viene obediente el que cortés venía: mandadme liberal para obligarme; que da, pidiendo, vuestra gran belleza, y es dejaros servir vuestra largueza. ANARDA. Señor Garci-Ruiz, desdicha grave siempre tocó al mayor merecimiento. Si rodó la fortuna, ¿quién no sabe que sólo en ser mudable tiene asiento? Lo que yo admiro, y en razón no cabe, es sólo vuestro poco sufrimiento; que ¿quién pensara que faltar podía gran fortaleza a grande valentía? A suerte desigual igual semblante es propia acción de pechos valerosos. Animoso emprender, sufrir constante consigue los laureles vitoriosos. No al primero desdén huya el amante; grandes los bienes son dificultosos; poco al Príncipe amáis, oso decillo, pues pretendéis servirle sin sufrillo. GARCIA. ¿Poco es perder la vida por su gusto? ANARDA. Sufrirlo es menos, e impaciente os hallo. GARCIA. Un injusto rigor sufrir no es justo. ANARDA. A ser justo, ¿qué hiciérais en llevallo? Y debéis advertir que si es injusto, ausentaros será justificallo. Ponerse del juez en la presencia es el mejor testigo de inocencia. No os vais, Garci-Ruiz, o por lo menos pensaldo bien primero; que seguirse prueban mil libros de sentencias llenos, presto arrojarse y presto arrepentirse. Ved a su Alteza; que los hombres buenos no se ausentan del Rey sin despedirse. GARCIA. A despedirme dél por vos venía. ANARDA. Yo ¿qué poder del Príncipe tenía? GARCIA. ¡Feliz quien tal ingenio y beldad ama! ANARDA. No, no, lísonjas no, que no os las creo; que yo supe que ayer a cierta dama centellas envió vuestro deseo; y hoy de la ardiente repentina llama, pues queréis ausentaros, libre os veo. ¡Múdase tal varón en un instante, y culpa a la fortuna de inconstante! GARCIA. Al que muda con causa de consejo, no puede darse nombre de liviano. ANARDA. No me satisfagáis, que no me quejo. GARCIA. ¿Tiráis la piedra y escondéis la mano? Dios sabe, si tan alta empresa dejo, que un poder me ha oprimido soberano. ANARDA. Contra amor firme no hay poder bastante. GARCIA. Precióme de leal, si de constante. Si a quien debo lealtad, esa persona quiere, ¿será razón que yo prosiga? ANARDA. En el amor es yerro, y se perdona lo que sin él, traición que se castiga, y el diferente fin la acción abona del vasallo a quien más la ley obliga; que si casarse intenta, nada ofende al señor que gozar sólo pretende. No digo que lo hagáis, que es causa ajena; allá con vos las haya, la ofendida; sólo probaros quiero que la pena tenéis, que os da fortuna, merecida. Pecáis mudable, y por castigo ordena otra mudanza, mal de vos sufrida. O firmeza aprended en vuestro intento, o en ajenas mudanzas sufrimiento. GARCIA. Si como firme os amo... ANARDA. Si pensara que yo de vuestro amor era el objeto, ofendida de vos, no os escuchara, que la mudanza es falta de respeto. Quien una vez conmigo se declara, tal debe estar del amoroso efeto, que por lealtad, honor, premio o castigo, ha de romper hasta casar conmigo. No, bien sé que otra amáis, o lo he creído, que a pensar que era yo, disimulara, por no dar ocasión a que atrevido vuestro pecho su amor me declarara; mas siempre cortesana ley ha sido decir lisonjas y alabar la cara. Si por eso lo hacéis, yo más querría tosca verdad, que falsa cortesía. GARCIA. Si es la verdad grosera, soy grosero. ANARDA. Basta, mirad que el Príncipe me ama. GARCIA. Peco si intento, pero no si os quiero. ANARDA. Amor da intentos como el fuego llama. Decir _amo_ es intento verdadero; que a recíproco amor el amor llama. GARCIA. El fin diverso abona mis acciones. ANARDA. No son para conmigo mis liciones; para con la que amáis os las he dado. Bien sé que otra os ocupa el pensamiento; que a ser yo vuestro amor, dichoso estado le daba la ocasión a vuestro intento; pues para lo que ahora os he llamado, es para que tratéis mi casamiento con el Príncipe vos, si habéis de vello, diréos la causa que me obliga a ello. GARCIA. Por fuerza os he de obedecer, señora. ANARDA. Sabed que está Mauricio, el Conde, herido, y dice que, si bien la mano ignora, sabe que yo la causa dello he sido, y puesto que me iguala y que me adora, me resuelva a admitille por marido, o que contra mi sangre verá España salir todos sus deudos a campaña. Yo aborrezco a Mauricio, y si le amara, esta amenaza que a mi sangre ha hecho, a no dalle la mano me obligara; que no se rinde el gusto a su despecho. En favor de Mauricio se declara mi tío, que procura su provecho; el Príncipe, que tanto amarme jura, muéstrelo en remediar mi desventura; que pues su Alteza no ha de ser mi esposo, y querer mi deshonra es no quererme, es en esta ocasión lance forzoso, buscar quien pueda honrarme y defenderme. Por si resiste el Príncipe amoroso, de vuestra autoridad quise valerme. Vos persuadidle, y advertid, García, que en vuestra voluntad dejo la mía. (_Vase y topa con Julia_.) GARCIA. (_Ap_.) ¡Con cuán honestas señales Anarda en esta ocasión me ha mostrado su afición! ANARDA. Dile tú agora mis males. (_Vase_.) [ESCENA XVI] [JULIA, GARCIA, HERNANDO.] GARCIA. (_Ap_.) ¡Dichoso mil veces yo! HERNANDO. ¿Ya se pasó la tristeza del enojo de su Alteza? GARCIA. Con tal trueque, ¿por qué no? Cuando en tal privanza estoy, ¿qué importa la que he perdido? Haz cuenta que ya marido de la hermosa Anarda soy. HERNANDO. ¿Tan presto? GARCIA. Ella misma ha abierto a mis intentos lugar. HERNANDO. ¿Quién creyera en tanto mar que estaba tan cerca el puerto? JULIA. Caballero forastero... GARCIA. Bella cortesana... JULIA. Oíd, por forastero en Madrid, un consejo daros quiero. No tengáis a poco seso que, sin pedillo, os le doy, porque disculpada estoy con lo que en dalle intereso, Anarda, según he oído, poder de casalla os dió, y a Mauricio os declaró que no quiere por marido. La causa os diré, y así vos de ella colegiréis lo que en esto hacer debéis, y lo que me mueve a mí. Soy su prima, y de su amor secretaria; mas ahora soy a su amistad traidora por ser leal a mi honor. Por su Alteza Anarda muere: y como ya el Conde herido deste amor está advertido, por esposo no le quiere; que a impedir es poderoso la infamia que Anarda intenta, y a quien lo ignore o consienta quiere tener por esposo. De aquí podéis entender lo que me va en no callar, y si vos debéis mirar a quién la dais por mujer. (_Vase_) [ESCENA XVII] [GARCIA, HERNANDO.] GARCIA. ¿Qué es aquesto, cielo eterno? ¿Soy yo aquel que agora fuí? ¿De un paso al cielo subí, y de otro bajé al infierno? Agora tuve delante la gloria por quien suspiro, y en medio en un punto miro mil montañas de diamante. El que a tal nació sujeto, ¿qué perdiera en no nacer? HERNANDO. ¿Qué te ha dicho esta mujer? GARCIA. ¿No te lo ha dicho el efeto? Un desengaño. HERNANDO. Fortuna nos da su retrato en tí. Agora pisar te ví con los mismos pies la luna, y ya en el centro profundo de dolor y rabia fiera. GARCIA. Paciencia; desta manera son _los favores del mundo_. ACTO TERCERO [_La calle frente a la casa de Anarda_.] [ESCENA PRIMERA] DON JUAN, JULIA. JUAN. Su Alteza, que por mandado del Rey a Toledo parte, de Anarda quiere encargarte en esta ausencia el cuidado. JULIA. (_Ap_. Ocasión me da con esto para esforzar mi invención.) En estrecha obligación hoy el Príncipe me ha puesto; que pues de mí se confía, guardarle debo amistad, y el decirle la verdad corre ya por cuenta mía. JUAN. Habla pues. JULIA. Dile que vea que al forastero Alarcón tiene mi prima afición, y ser su esposa desea. Si lo consigue, su Alteza se puede dar por perdido; que da el amor del marido a la mujer fortaleza. No hay qué esperar si se casa con hombre de tal valor y que sabe ya el amor en que el Príncipe se abrasa. Ella dirá que desea casarse por allanar el camino y dar lugar al Príncipe; no lo crea, que es engañoso artificio, y ha de resistir después. JUAN. Pues tu consejo ¿cuál es? JULIA. Que la case con Mauricio, a quien da en aborrecer Anarda, que de ofendido está muy cerca el marido que aborrece la mujer. JUAN. Y Mauricio ¿no es honrado, y a guardar su honor bastante? JULIA. Deste intento está ignorante; nada puede un descuidado. JUAN. ¿Sabes si el Conde querrá? JULIA. Sé que por Anarda muere. JUAN. ¿Pues cómo, de que la quiere el Príncipe, ajeno está? JULIA. Su Alteza es tan recatado que nunca el Conde Mauricio tuvo de su amor indicio; tú solo celos le has dado con tus rondas y paseos. Mas eso no ha de estorballe, pues cesa con declaralle que causo yo tus deseos. JUAN. Si el Conde está sospechoso, ha de pensar que es enredo. JULIA. Pues quitarémosle el miedo con que seas tú mi esposo. JUAN. ¿Qué dices? ¿Tan gran favor he merecido de ti? JULIA. ¿No es tiempo que obren en mí tus méritos y tu amor? JUAN. ¡Dulce fin de tantos daños! JULIA. (_Ap_.) Anarda la mano dé al Conde; que yo sabré usar contigo de engaños. JUAN. Su Alteza, mi bien, me espera. JULIA. ¿Hasme de olvidar, Don Juan? JUAN. Antes, Julia, olvidarán las estrellas su carrera. JULIA. De tu ausencia y mi tristeza ¿cuándo el fin tengo que ver? JUAN. Esta noche he de volver por la posta con su Alteza. (_Vase_) JULIA. (_Ap_. Bien engañado lo envío. Mas ¡ay! ¿si se va Alarcón a Toledo? Una invención remedie el tormento mío.) Don Juan. (_Vuelve Don Juan_.) JUAN. Señora. JULIA. Oye. JUAN. Dí. JULIA. Mira que es inconveniente que Garci-Ruiz se ausente en esta ocasión de aquí, que examinar su intención con cautela es acertado; que si paga, enamorado de mi prima, su afición, tales cosas le diré, que aborrezca a la que estima, y despechada mi prima al Conde la mano dé. JUAN. Dirélo al Príncipe así. Loco voy con tu favor. (_Vase_.) JULIA. ¡En qué laberinto, amor, me voy entrando tras tí! A Don Juan he dicho ahora que está Mauricio ignorante de que es el Príncipe amante de Anarda; y que no lo ignora dije a Don Diego, mi tío. Con sus intenciones varias, y por dos causas contrarias a un mismo efeto los guio. [ESCENA II] Sale DON DIEGO. [JULIA, DON DIEGO.] DIEGO. Ya, Julia querida, he dado cuenta al Rey de nuestro intento, y que el Príncipe al momento de Madrid salga ha mandado. JULIA. ¿Y en lo que a Mauricio toca? DIEGO. Que la mano le dará, o en un convento tendrá justo castigo esa loca. JULIA. Yo haré con tal artificio lo que tu pecho desea, que el mismo Príncipe sea quien la case con Mauricio. DIEGO. De remediar nuestro honor tengo justa confianza en lo que tu ingenio alcanza. JULIA. (_Ap_.) Di en lo que alcanza mi amor. (_Vanse_.) * * * * * [_Cámara del Príncipe._] [ESCENA III] Salen EL PRINCIPE, con botas, y GERARDO, con las espuelas, para ponérselas. [Luego DOS PAJES.] PRINCIPE. Acaba; que me tienes ya cansado. GERARDO. (_Ap_.) En quemar la materia más cercana, al fuego imita un Príncipe enojado. PRINCIPE. Pónlas, acaba. ¡Cuán de buena gana con ellas las entrañas le rompiera al que pena me dió tan inhumana! (_Sale un Paje_.) PAJE. Ya apercebido el carrüaje espera. PRINCIPE. Pues ¿quién te lo pregunta? PAJE. Vuestra Alteza mandó que en siendo tiempo lo dijera. PRINCIPE. No obedecerme fuera más fineza, que el discreto no da, sin ser forzado, nuevas que sabe que han de dar tristeza. (_Sale el Paje 2°_) PAJE 2°. A vuestra Alteza aguarda aderezado el almuerzo, señor. PRINCIPE. Todos entiendo que os habéis a matarme conjurado. Necio, a quien de la vida está partiendo, ¿qué gusto puede darle la comida? Que es, amando, partir, vivir muriendo. Idos de aquí, dejadme; que la vida me sobra, pues me falta la paciencia. ¡Ay antes muerta gloria que nacida! El favor vino anoche, y hoy la ausencia, porque tenga en la misma medicina materia más copiosa la dolencia. PAJE 1°. [_Hablando_] aparte [_con el 2°_] Agora entra Alarcón. PAJE 2°. Él no imagina que está el mar por el cielo. PAJE 1°. ¿Llegar osa? Corre--Faetón--a su fatal ruina. [ESCENA IV] Sale GARCIA. [EL PRINCIPE, GARCIA, GERARDO, y PAJES.] GARCIA. Si acaso vuestra mano poderosa, del justo enojo, de mi error causado, ha envainado la espada rigurosa, merézcala besar quien humillado en cambio dél, señor, la sangre ofrece que en el servicio vuestro ha derramado. PRINCIPE. Alzad, Garci-Ruiz, y si os parece que yo estuve enojado, yerro ha sido; que vuestro amor leal no lo merece. Sabiendo que un vasallo estaba herido por mi causa, aquel justo sentimiento de lastimado fué, no de ofendido. Decir que errastes fué un advertimiento y regla de servirme, no castigo; que sé que no hay pecado sin intento. Graves razones son las que conmigo os dieron de amistad el nudo estrecho; no levemente pierdo un buen amigo. Sabréis de hoy más de mi piadoso pecho la condición; jamás de ajeno daño quiero que nazca mi mayor provecho. GERARDO. (_Ap. con los pajes_.) Ved de quien sirve el claro desengaño; aquí nos anegamos, y en bonanza da al viento aquí esta nave todo el paño. PAJE 1°. ¿Quién creyera tan presto tal mudanza? PAJE 2°. Merécela Alarcón. PAJE 1°. Bueno es ser bueno; mas no el honrado, el venturoso alcanza. (_Vanse los criados_.) [ESCENA V] [EL PRINCIPE, GARCIA.] PRINCIPE. Tratemos de mis males, que estoy lleno de rabia y de dolor, y el pecho mío se enciende en furia de mortal veneno. Hoy de mi Anarda ese caduco tío al Rey de mis intentos se ha quejado; vuestro yerro causó tal desvarío. Mauricio fué el herido; han sospechado que por mi voluntad, y que a Toledo parta al punto, mi padre me ha mandado. ¿Cómo, ausente de Anarda, vivir puedo, si aunque presente estoy, muriendo vivo? GARCIA. Si tu amor firme o tu celoso miedo remedio alcanza de tu mal esquivo posible, huya el dolor, la pena olvida, pues que yo a ejecutallo me apercibo. Lo que mi brazo erró, emiende mi vida; que desde que empezó, por justa herencia, está por tí a perderse apercebida. Para seguirte en esta triste ausencia las espuelas calcé, (_Ap_. Callo mi intento, pues la misma ocasión da la advertencia.) La vida sigue el mismo pensamiento: traza, resuelve, manda; que no siente imposible mi fiel atrevimiento. PRINCIPE. Vuestra lealtad, que al sol resplandeciente su luz opone, alivia mi tormento;[8] y así, mientras de Anarda peno ausente, en prendas quedaréis de mi firmeza, que ser Argos de Anarda es gran ventura, por mirar con cien ojos su belleza. [Nota 8: "Tormento" pone el texto original; pero el sistema de rimas de los tercetos exigiría otra palabra, como "tristeza". Cf. con el final de la pág. 87, donde el sistema de rimas de las quintillas exigiría que el verso dijera: "¡ Ay de amor puesto en mujeres!" en vez de "en mujer."] GARCIA. Premiáis mi amor. (_Ap_. Aquí la suerte dura el resto echó; ¡por cuidadosa guarda quedo yo contra mí de su hermosura!) Un recado, señor, la hermosa Anarda me ha dado para tí. PRINCIPE. ¿Cómo, García, tanto tu lengua en referirlo tarda? GARCIA. Porque no solicita tu alegría; y a no obligar la ley de buen criado, con el silencio más te serviría. PRINCIPE. Habla ya; que el temor me ha atormentado más que la nueva puede. GARCIA. Tu mal siento, si bien en tu valor voy confiado, porque es el toque dél el sufrimiento. [_Hablan en voz baja_.] [ESCENA VI] Salen DON JUAN y GERARDO. [EL PRINCIPE, GARCIA, DON JUAN, GERARDO.] GERARDO. [_Hablando con Don Juan a la puerta de la cámara_.] Como el toro, a quien tiró la vara una diestra mano, arremete al más cercano sin buscar a quien le hirió, su Alteza, con el dolor que esta nueva le ha causado, en nosotros ha vengado los agravios de su amor. Mas en entrando Alarcón, o de amor, o de respecto, serenó el airado aspecto y mudó la condición. JUAN. Bien sabe Garci-Ruiz merecer tanto favor. GERARDO. Merece con el señor quien tiene estrella feliz. PRINCIPE. ¿Que le dé marido yo? GARCIA. Así lo dice. PRINCIPE. ¡Ah García! En mi loco amor confía quien tal recado envió. ¡Ah cielo! ¡Yo le he de dar a la que adoro marido! Cuánto corta en un rendido la espada, quiere probar. ¡Anoche el favor primero, y hoy desengañarme así! GARCIA. (_Ap_.) Que fué el amor para mí, de todo con causa infiero. Pero ¿cómo puedo ¡ay triste! merecer por dulce esposa mujer tan noble y hermosa, y que a un Príncipe resiste? PRINCIPE. ¿Qué haré? GARCIA. En casos de amor nunca supe dar consejo. PRINCIPE. Vos, pues en la corte os dejo, con vuestro seso y valor divertidla de ese intento, encarecedle mi pena, mientras el remedio ordena mi afligido pensamiento. GARCIA. Dos imposibles, señor, me encargas. PRINCIPE. Tal caballero para tales casos quiero. Caballerizo mayor... GARCIA. [_Arrodillándose_.] De Alejandro es Vuestra Alteza envidia. (_Sale Don Juan_.) PRINCIPE. Alzad pues. Don Juan, ¿calláis? JUAN. Callando se dan nuevas que son de tristeza. PRINCIPE. ¿Qué hay de Julia? JUAN. Ya la ví. PRINCIPE. No temáis; que de Alarcón sé ya la resolución de mi Anarda contra mí. Ya sé que se determina a casarse esa cruel. JUAN. (_Aparte al Príncipe_.) ¿Luego ya sabréis que es él a quien Anarda se inclina? PRINCIPE. ¿Quién? JUAN. Repórtate. PRINCIPE. Acabad: que el alma en furor se abrasa. JUAN. Oye, señor, lo que pasa, si Julia dice verdad. (_Hablan los dos en secreto_.) GERARDO De la merced que os ha hecho el Príncipe, alegre os doy un gran parabién. GARCIA. Yo estoy de vuestro amor satisfecho pero podéis persuadiros que nada quedo a deber y cuanto tenga ha de ser, Gerardo, para serviros. GERARDO. Vuestro valor al deseo da seguras esperanzas. GARCIA. (_Ap_.) Tocando estoy las mudanzas de mi suerte, y no las creo. ¿Quién, del infeliz estado en que hoy se vió mi ventura, creyera que a tanta altura hoy me viera levantado? PRINCIPE. ¡Tal maldad! ¡Viven los cielos, que he de hacer!... JUAN. Señor, detente. PRINCIPE. ¿Quieres que el volcán reviente, y el mundo abrasen mis celos? ¡Alarcón! JUAN. Que adviertas, ruego, a su gran valor. PRINCIPE. Salid al momento de Madrid. GARCIA. ¿Para adónde? PRINCIPE. Salid luego, y cuanto más lejos vais, me daré por más servido. GARCIA. Señor... PRINCIPE. Ya estoy ofendido de que partido no hayáis. GARCIA. [_Ap. retirándose_.] ¿Qué es esto, suerte importuna? ¿Así el favor desvanece? ¡Vive el cielo, que parece que está loca la fortuna! ¿Qué le habrá dicho Don Juan? Mas de Don Juan ¿qué recelo, si estas mudanzas del cielo ciertos avisos me dan, haciéndome sin segundo ya en el bien y ya en el daño, del engaño y desengaño de los _favores del mundo_? (_Vase_.) [ESCENA VII] [EL PRINCIPE, DON JUAN, GERARDO.] JUAN. Dame para hablar licencia, ya que Alarcón se ha partido. PRINCIPE. ¿Qué quieres? ¿Dirás que ha sido poco humana mi sentencia, siendo tanta la ocasión? JUAN. Si a eso miro, fué piadosa, señor, pero rigurosa, si miro a tu condición; que desconozco el rigor, en quien es la mansedumbre naturaleza y costumbre. PRINCIPE. ¿Qué no harán celos y amor? Tan otro soy del que fuí, con sus efetos violentos, que extraño mis pensamientos, y no me conozco a mí. JUAN. De que no sientas no trato, donde es tanta la ocasión; mas da un rato a la razón, pues diste al enojo un rato. Confesado me ha tu Alteza que es violento ese accidente: lo violento fácilmente vuelve a su naturaleza. ¿En qué diferencia pones a ti y a un hombre vulgar, si así te dejas llevar del furor de tus pasiones? Cualquiera, señor, es sabio donde no hay dificultad; la mansedumbre y piedad se tocan en el agravio. La fiera borrasca muestra si es el piloto prudente, y el jinete en potro ardiente fuertes pies y mano diestra. Esta es la misma ocasión que debiera desear tu Alteza, para mostrar su piadosa condición, y más donde el condenado ser inocente podría; que hasta agora de García no sabemos si ha pecado. Julia sólo el pensamiento de Anarda me ha referido; pero no que él haya sido cómplice de aqueste intento Y la primera advertencia que Julia en esta ocasión me hizo, fué que Alarcón no te siga en esta ausencia; que cautamente sabrá dél si a tu enemiga estima; y siendo así, de su prima tales cosas le dirá, que la desdeñe injurioso, para que ella, desdeñada, de su amor desesperada, quiera al Conde por esposo Que mientras tenga esperanza de que él su amor corresponde, no hay pensar que verá el Conde en sus rigores mudanza. PRINCIPE. Es agudo pensamiento. JUAN. Con amor y con lealtad te sirve, y la voluntad da fuerza al entendimiento. Demás desto, considera que sabiendo tu afición, no se casará Alarcón, aunque querido la quiera. Y por un leve temor que asegura su nobleza, no ha de pagar mal tu Alteza a un hombre de tal valor. Ni permitas que Alarcón me tenga por falso amigo, pues de lo que hablé contigo vió nacer tu indignación; con que es forzoso entender que ingrato y villano soy, pues quito tu favor hoy a quien vida me dió ayer. Bien temí yo tu castigo cuando te daba el recado; mas la ley de buen criado venció a la de buen amigo. Esto ha de bastar, señor, a que tomes otro acuerdo, si mis servicios no pierdo, si no me engaña tu amor. PRINCIPE. Digo que me has convencido, y de haberlo desterrado estoy, Don Juan, lastimado, cuanto más arrepentido. Abrázame; que es razón dar premio a tu gran nobleza, y por ver esta fineza, estimo aquesta ocasión. JUAN. Por tal dueño poco es dar la sangre, vida y honor. Dame licencia, señor, de que lo vaya a alcanzar. PRINCIPE. Será, Don Juan, darle indicio de liviana condición. JUAN. Fia tu reputación de mi ingenioso artificio. PRINCIPE. Como la ocasión no pueda colegir que esto ha causado, a lo que le he encomendado le dí que en la corte queda. JUAN. ¿Partes luego? PRINCIPE. Ya el rigor de mi airado padre ves. JUAN. Para alcanzarte, a mis pies dará sus alas mi amor. (_Vase_.) [ESCENA VIII] Salen CRIADOS. [EL PRINCIPE, GERARDO, _los dos_ PAJES _y otros_ CRIADOS.] PRINCIPE. ¿Puedo partir? GERARDO. A tu Alteza todo aguarda apercebido. PRINCIPE. ¿Quién duda que estás sentido, Gerardo, de mi aspereza? GERARDO. Sólo tus pesares siento. PRINCIPE. ¡Ah Gerardo! no te espante; que es pluma leve un amante, y celos y amor el viento. Alégrete este rubí, (_Dale una sortija_.) si por mi causa estás triste. Y tú, pues que me sufriste lo que sin razón reñí, (_Da a otro criado otra sortija_.) con este diamante, Otavio, publica tu sufrimiento; y a ti, el arrepentimiento que tengo ya de tu agravio (_Da a otro una cadena_.) te diga aquesa cadena, que me confiesa obligado. PAJE 1°. Aumente el cielo tu estado. GERARDO. Alivie Anarda tu pena. PAJE 1°. A su curso natural el río presto volvió. GERARDO. ¿Quién a Príncipe sirvió tan piadoso y liberal? (_Vanse_.) [_Habitación de García, en Madrid_.] [ESCENA IX] Salen GARCIA y HERNANDO, de camino. GARCIA. ¿Cómo está el Conde? HERNANDO. No es nada. ¡Un piquete siente así! Como es señor, es de vidro, y está su vida en un tris. Tiene en la tabla del brazo una sangría sutil; que la manga de la cota no le llegaba hasta allí. Una vena le rompiste; desangrábase, y así se desmayó; ya está bueno, y ha pedido de vestir. GARCIA. Huélgome. ¿Vienen las postas? HERNANDO. Ya comenzaba a subir el postillón, batanado en el angosto rocín. GARCIA. Mucho tarda a mi deseo. HERNANDO. Esto ¿es irte, o es huir? GARCIA. ¡Fuego de Dios en amores y privanzas de Madrid! HERNANDO. ¿Esos dos polos quisiste con tus dos manos asir? A entrambos pierde de vista el ingenio más sutil, y el que más alcanza, dice que ha de conservarse aquí Ganimedes con embuste, y con dinero Amadís. Andas en cueros por las calles despreciado el dios Machín, y como se ve tan pobre y ciego, ha dado en pedir. En amaneciendo Dios, ya en chinela, ya en chapín, de los nidos salen bandas de busconas a embestir, todas buscando el dinero, no al galán sabio y gentil: quien no tiene es un demonio, y quien tiene, un serafín. Ninguno cumple deseo, si bien lo adviertes, aquí; que el pobre jamás llegó de sus intentos al fin; y el rico, si no desea, ¿cómo lo puede cumplir? Porque antes de desear, alcanza el rico en Madrid. Sin estos inconvenientes, considero yo otros mil, que es un asno el que en la corte con ellos quiere vivir. Un lancero ¿a quién no mata con un cuerpazo hasta allí, dando voces como truenos, que hacen los perros huir? ¿A quién no cansa un barbón con un tiple muy sutil, lastimero y recalzado, diciendo: _ili portuguí_? ¿Quién sufre un burro aguador, que me sabe distinguir a mí de un poste, y se aparta del poste, y me embiste a mí? ¿Quién sufre un cochero esento cuya lanza cocheril rompe más entre cristianos que entre moros la del Cid? GARCIA. ¿Esas cosas te dan pena? HERNANDO. Estas me la dan a mí, que son con las que se roza la jerarquía servil. Y si cosas tan menudas me desesperan así, ¿cuál estará entre las grandes el que juzgan más feliz? ¡Buena pascua! Vamos presto: nunca tan cuerdo te ví; que aquí todo es embeleco, todo engaño, todo ardid. Al que promete aquí menos, y al que cumple más aquí, el pronóstico de Cádiz no se la gana a mentir. Coche y Prado son su gloria, y esta se reduce al fin a mirarse unos a otros, y andar de aquí para allí. Pero las postas son estas. GARCIA. Pues alto, Hernando, a subir. HERNANDO. Bien puedes; que a punto están la maleta y el cojín. (_Vase_.) Adiós, corte; adiós, Anarda. [ESCENA X] Sale DON JUAN. [DON JUAN, GARCIA.] JUAN. Los caballos despedid; que os manda quedar su Alteza en la corte. GARCIA. ¡Qué decís! JUAN. Que cesó la causa ya por que os mandaba partir, y así ha cesado el efeto. GARCIA. ¿Y puedo saberla? JUAN. Sí. GARCIA. Decilla presto, Don Juan. ¿Qué causa al Príncipe di de tan repentino enojo? JUAN. Erráisos, Garci-Ruiz. No de enojo, mas de amor mudó el clavel en jazmín, por una nueva que yo de vuestro riesgo le dí. GARCIA. ¿Y era el riesgo...? JUAN. Del enojo del Rey. GARCIA.¿Del Rey contra mí? JUAN. Por la herida de Mauricio. GARCIA. Pues ¿quién le pudo decir que fuí yo el actor? JUAN. No sé: por esto os mandó partir, como os ama, temeroso de algún suceso infeliz; y el enojo que en él vistes fué contra el pecho ruin que a indignar al Rey con vos dió aliento a la lengua vil. Entró luego a ver al Rey, y díjole con ardid cómo a Toledo, García, os llevaba a vos y a mí. Que nos llevase en buena hora, dijo su padre, y de aquí, que era falsa, colegimos, la nueva que yo le dí; que a estar con vos indignado, no os permitiera seguir al Príncipe, y en su rostro que mintió la fama ví. Con esto y con que a su Alteza libraros, Garci-Ruiz, de cualquier riesgo es más fácil que no apartaros de sí, os manda quedar, y encarga a ese esfuerzo varonil lo que con voz ha tratado. GARCIA. ¿Y es menester para mí este recuerdo? A su Alteza, Don Juan amigo, decid que sólo triste partía de pensar que le ofendí, y, alegre de que fué engaño, quedo a servirle en Madrid. JUAN. Dadme los brazos, García. GARCIA. Don Juan, ¿tan presto os partís? JUAN. Al Príncipe he de alcanzar, que va a Illescas a dormir. (_Ap_. Ni más por tí pude hacer, ni más te puedo decir; valor y prudencia tienes, tú sabrás mirar por tí.) (_Vase_.) [ESCENA XI] GARCIA. Encontró Amor a la Fortuna un día, émula de su imperio soberano; de Aqueloo las reliquias una mano, y la rueda fatal otra movía. El soberbio rapaz la desafía, y el arco flecha; pero flecha en vano; que no la ofende su poder tirano, si el cetro menos él della temía. Al fin, reconocidos por iguales, dios cada cual en cuanto ciñe Apolo, ni él las viras dejó, ni ella los giros. ¿Qué tanto soy contra enemigos tales? No se vencen los dioses ¿y yo solo bastaré a sus mudanzas y sus tiros? (_Vase_.) [_Sala en casa de Anarda_.] [ESCENA XII] Salen JULIA, ANARDA e INÉS. JULIA. En lo que ahora te digo, mi amor te quiero mostrar. A Mauricio, tu enemigo, el Rey pretende casar contra tu gusto, contigo, y siguiendo aqueste intento, vendrá agora de su parte quien acabe el pensamiento, con orden para llevarte, si resistes, a un convento. ANARDA. Cuando la mano le dé al Conde, o no tendré seso, Julia, o sin vida estaré. JULIA. Si te resuelves en eso, un consejo te daré. ANARDA. Ya, prima, tu lengua tarda. JULIA. Éntrate al punto en el coche; del furor del Rey te guarda; que yo desde aquí a la noche haré tu negocio, Anarda. ANARDA. Bien dices. JULIA. Presto; que ya vendrá la gente que digo. ANARDA. (_Llamando_.) ¡Hola! El coche. INÉS. Puesto está. ANARDA. El manto. Inés, ven conmigo. JULIA. Las cortinas llevará tendidas el coche, prima: no sepan que vas en él. ANARDA. Mucho tu amistad me anima; que es una amiga fiel la joya de más estima. (_Vanse Anarda e Inés_.) [ESCENA XIII] [JULIA.] JULIA. (_Ap_.) ¡Qué bien la supe engañar! Quien camina descuidado es fácil de saltear. Agora pienso acabar el enredo comenzado. Con esto a mi amor quité el mayor impedimento; que como a solas esté con Alarcón, a mi intento hoy dulce puerto daré. Hoy lograré mi esperanza; porque es necio el que no entiende que hay peligro en la tardanza, si con brevedad no alcanza quien con engaños pretende. [ESCENA XIV] Sale BUITRAGO. [BUITRAGO y JULIA.] JULIA. Anarda ¿fuése? BUITRAGO. Imagina cada caballo español, según con ella camina, que lleva en el coche al sol, y que es nube la cortina. JULIA. ¿Viene Alarcón? BUITRAGO. Al momento me respondió que venía. (_Vase_.) JULIA. Sus pasos son los que siento, pues se alegra el alma mía y se turba el pensamiento. [ESCENA XV] Salen GARCIA y HERNANDO. [JULIA, GARCIA y HERNANDO.] GARCIA. Sujeto a vuestro mandado vengo a ver lo que queréis: nada me encubra el cuidado, pues me confieso obligado a la merced que me hacéis. JULIA. Gloria ilustre de Alarcón, este cuidado que os muestro no os pone en obligación, porque por mi honor, el vuestro procuro en esta ocasión. Casarse con vos intenta mi prima, que hacer pretende a vos y a su sangre afrenta; y como en ella me ofende, tomo el remedio a mi cuenta. Del vuestro pende mi honor, y aunque para defendello, casado, tendréis valor, viendo el peligro, es mejor evitallo que vencello. GARCIA. ¿Posible es que sólo el celo de lo que apenas os toca os causa tanto desvelo? Más viva causa recelo que a tal cuidado os provoca. JULIA. (_Ap_. Temblando está mi edificio; esfuércelo otra invención.) Parte es celo, parte oficio que paga la obligación en que me ha puesto Mauricio. A su ruego lo he intentado, y porque mi honor mejora; y no habiéndolo alcanzado, a ser tema viene agora lo que fué razón de estado. Pero ¿qué sirve que os cuente la causa? El efeto ved a vuestro honor conveniente; si es buena el agua, bebed sin preguntar por la fuente. Yo os digo, Alarcón, verdad, la causa cual fuere sea: después, de vos os quejad; sólo en el Príncipe emplea Anarda su voluntad. No os mueva el falso favor de aquel honesto fingir, porque su intento traidor es, con vuestra mano, abrir las puertas a ajeno amor. Y porque sepáis, García, si apresuran vuestro daño (que esto a vos sólo podía decirse) (_Ap_. con este engaño he de hacer gran batería), Anarda a cierto lugar parte agora, igual al viento, adonde la fué a esperar su Alteza, para trazar el fin deste casamiento. GARCIA. ¡Que un pensamiento traidor quepa en sangre principal! JULIA. Como eso puede el amor, pues que te prevengo el mal, prevén remedio a tu honor. GARCIA. El no casarme con ella es el remedio. JULIA. Alarcón, si él llega a mandallo, y ella da la mano, ¿qué razón has de dar de no querella, y más cuando tu de amor a Anarda muestras has dado? Viéndote así retirar, ¿por fuerza no han de pensar que su intención te he contado? Pues mira tú si es razón que con el bien que te he hecho granjee su indignación. GARCIA. No cabe en mi noble pecho ingrata imaginación. JULIA. Y por tí también es justo que algún ímpetu violento temas del Príncipe injusto, o porque no haces su gusto, o porque sabes su intento. Si ve su pecho real que sabes falta tan grave dél, teme un odio mortal; porque todos quieren mal a quien sus delitos sabe. GARCIA. Ya que a mi incauto navío mostraste con pecho fiel el fiero oculto bajío, sólo en tu valor confío, Julia, que lo libres dél. Aconséjame. JULIA. El consejo edad y prudencia quiere. GARCIA. Mi amor en tus manos dejo; que al más sabio y al más viejo tu claro ingenio prefiere. JULIA. Pues tanto te satisface mi voluntad conocida, que en tu bien discursos hace, digo que la diestra herida de la misma herida nace. Si te ofenden con casarte, el casarte te defienda; busca a quien pueda igualarte, y antes que el Príncipe entienda que se trata, has de obligarte. GARCIA. ¡Fuerte remedio! JULIA. Violento; mas pídelo el mal cruel, y un honrado pensamiento fácil arriesga el contento, si aguarda el honor con él. GARCIA. ¡Ay cielos! ¿Tanto rigor?... JULIA. (_Ap_.) Ayude amor mi esperanza. GARCIA. ¿Con hombre de mi valor? ¿Esto es corte? ¿Esto es privanza? ¿Esto honra? JULIA. (_Ap_.) ¿Y esto amor? GARCIA. ¿Cómo quieres que halle yo mujer?... JULIA. Si se determina tu pecho a lo que me oyó, quien el remedio ordenó te dará la medicina. GARCIA. ¿Mujer igual a quien soy me darás? JULIA. Digo que sí. GARCIA. Pues determinado estoy. JULIA. ¿Dirás que es igual a ti, si igual a mí te la doy? GARCIA. Y que excede a mi deseo. JULIA. Pues en tí, noble Alarcón, tan ilustres glorias veo, que a la mayor presunción pueden dar honroso empleo. Mas cuando en casar contigo, mucho de mi honor perdiera, que diera la mano digo, si de esa suerte saliera con el intento que sigo. GARCIA. ¿Qué dices? JULIA. ¿De qué te alteras? GARCIA. ¿Agora das en probarme? JULIA. Las causas que consideras me fuerzan; mas ¿obligarme tú por ti no merecieras? GARCIA. (_Ap_. Grandes malicias advierto: mucho me da que entender aqueste nuevo concierto. Si me quiere esta mujer, el engaño he descubierto, yo lo veré.) Mi esperanza de un favor tan soberano teme el engaño o mudanza. JULIA. ¿Darás crédito a la mano, si la lengua no lo alcanza? GARCIA. ¡Cuánto estimara tu intento, a ser hijo del amor! JULIA. Basta; no me dés tormento; no engendra solo el honor tan resuelto pensamiento. GARCIA. ¿Luego en efeto me quieres? Díme, por Dios, la verdad. JULIA. ¡Qué discreto, Alarcón eres! No dicen más las mujeres de mi estado y calidad. GARCIA. ¿Pues y Don Juan? ¿Qué diría? Que sé que te quiere bien. JULIA. Eso a mi cuenta, García. GARCIA. Corre a la mía también, porque de mí se confía. JULIA. Don Juan sólo se entretiene, porque al Príncipe acompaña cuando a ver a Anarda viene; mas ni mi favor le engaña, ni es amor el que me tiene. Y cuando me tenga amor con que te obligue a lealtad, mira si se está mejor el conservar su amistad que dar remedio a tu honor. Si no le piensas callar lo que hemos tratado aquí, tu intención ha de estorbar; que ha de querer agradar más al Príncipe que a ti, y no es razón que lo intentes en mi daño. GARCIA. En todo hallo montañas de inconvenientes. JULIA. Los del honor son urgentes. GARCIA. Déjame por hoy pensallo. JULIA. El remedio que te doy, consiste en la brevedad. GARCIA. Ya de eso advertido voy, y de que a tu voluntad, obligado, Julia, estoy. (_Vase_.) JULIA. Grandes cosas he emprendido, y mis enredos extraños lo posible han excedido; mas quien de amor no ha sabido no condene mis engaños. Buitrago. [ESCENA XVI] Sale BUITRAGO. [JULIA y BUITRAGO.] BUITRAGO. Señora. JULIA. Id donde mi prima os aguarda, y que se venga decid. BUITRAGO. En el Soto está. JULIA. Y si Anarda algo os pregunta, advertid... (_Vanse hablando_.) [_Calle.--Es de noche_.] [ESCENA XVII] Sale HERNANDO, de noche. [_Contando las horas que da un reloj_.] Dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once. ¡Válgate Dios por mujer! ¿Has de venir esta noche? ¡Que a estas horas esté fuera una doncella!¡Qué azotes! ¡Pobre coche el que una vez una ballenata coge! Piensa que el cochero es piedra y los caballos de bronce, y la noche, cuando viene, lleva dos mil maldiciones. ¡Poh!¡Mal hubiesen los gatos que dan algalia a estos botes! Ya empiezan las cosas malas de entre las once y las doce. Como salen a tal hora en otras partes visiones, en Madrid por las narices espantan diablos fregones. ¿Otro? ¡Mal haya la Arabia que engendra tales olores! Agora huele a adobado, y es la quinta esencia entonces. Coche suena; por la calle sube de los Relatores... ¡Señor, señor! [ESCENA XVIII] Sale GARCIA. [GARCIA y HERNANDO.] GARCIA. ¿Qué hay, Hernando? HERNANDO. Por acá, que viene un coche. GARCIA. ¿Si será Anarda? HERNANDO. La vuelta da hacia su casa: paróse. Mujeres son. GARCIA. Ello es cierto. Claramente se conoce que Julia dijo verdad. HERNANDO. ¡Dos solas, y a media noche! [ESCENA XIX] Salen ANARDA e INÉS, con mantos. [ANARDA, INÉS, GARCIA y HERNANDO.] GARCIA. Escucha, Anarda. ANARDA. [_Acercándose a la puerta de su casa._] ¿Quién es? ¡Hola! Una luz. GARCIA. No dés voces. Alarcón soy. ANARDA. ¡Vos, señor! ¿Qué queréis? GARCIA. No te alborotes. ANARDA. ¿De qué, dónde vos estáis? (_Tira Anarda a Inés con temor hacia sí_.) INÉS. [_Ap. a su ama._] Ya entiendo. (_Ap_. El manto me rompe.) GARCIA. Perdonad mi grosería, si lo es preguntar de dónde viene sola y a estas horas una doncella tan noble. ANARDA. Aunque para hablar no es este tiempo ni lugar conforme, aquel es tiempo y lugar donde riesgo el honor corre. Díjome Julia que el Rey determinado dispone, o que me entre en un convento o que dé la mano al Conde, y que esta tarde vendría su gente por mí, con orden de ejecutar este intento; que con mi ausencia lo estorbe; que ella, ausente yo, daría traza como no se logre el intento de Mauricio. Aprobélo, tomé el coche, y solas Inés y yo nos fuimos al Soto, donde un escudero de Julia al anochecer llamóme. Yo, que de espías del Rey es fuerza que miedo cobre, hasta las horas que veis no quise salir del bosque. GARCIA. (_Ap_.) Con lo que a su prima oí, esto ¿qué tiene que ver? A Anarda llego a creer, y a Julia también creí. ¡Ay de mí! ¿en qué ha de parar la confusión de mi pecho? ANARDA. ¿No estás, señor, satisfecho? GARCIA. (_Ap_.) ¡Ah Dios! ¿Quién pudiera hablar? ANARDA. ¿No hablas? GARCIA.¿Tú fuiste, Anarda...? (_Ap_. Por Dios que estoy por decillo.) ¿A verte?... ¿con el Sotillo?... ANARDA. ¿Qué dices? GARCIA. Digo que... Aguarda... Que fuiste tú... ANARDA. ¿Adónde fuí? GARCIA. ¡Jesús, que priesa me das! ANARDA. ¿No ves que en la calle estás, y que yo estoy mal aquí? GARCIA. Digo... (_Ap_. No puedo en efeto; que si Anarda me ha mentido, es darme por entendido y descubrir el secreto.) ANARDA. Si pones en mi verdad y en mi honor dudas, advierte que yo en el satisfacerte no pongo dificultad; con que adviertas, Alarcón, que la obligación entiendo de quien me pide, no siendo mi esposo, satisfación; y te des por entendido de lo que te da a entender quien, no siendo tu mujer, satisfacerte ha querido. GARCIA. ¿Tan torpe de entendimiento, tan ciego piensas que soy, que en tus tiernos ojos hoy no te leyese el intento? Y ¿tú decirme podrás que no te he dicho mi pena, que sólo el Príncipe enfrena los intentos que me das? ANARDA. Que no ha de estorbarme, advierte, lo que convenga a mi honor, y eso supuesto, señor, yo quiero satisfacerte. GARCIA. Luz es esta. INÉS. Julia viene. GARCIA. Y con ella la ocasión con que la satisfación puedo tener que conviene. ANARDA. Dí cómo. GARCIA. Díle que soy el Príncipe, que, enojado, incrédulo y porfiado, celos pidiéndote estoy. Que ella la verdad refiera; y si concuerda contigo, que estoy satisfecho digo. ANARDA. Soy contenta. [ESCENA XX] Salen JULIA y BUITRAGO, con una luz; éntrase BUITRAGO con la luz; embózase GARCIA. [ANARDA, JULIA, INÉS, GARCIA y HERNANDO.] ANARDA. Prima, espera. Quita la luz. [_A Buitrago.] [Éntrase Buitrago con una luz, y embózase Don García._] JULIA. He bajado a buscarte, prima, así, porque ha gran rato que oí el coche, y me dió cuidado. (_Ap_. ¡Oh celos!) ANARDA. Me ha detenido su Alteza... JULIA. (_Ap_.) Mi mal cesó. ANARDA. Que por correrme, corrió la posta. JULIA. (_Ap_.) Amor lo ha traído. ANARDA. Díle, prima, lo que pasa; que me ha encontrado a la puerta, y es milagro no estar muerta, según en celos se abrasa. De dónde vengo le cuenta, y a qué de casa salí. JULIA. Yo, señor, decir oí que el Rey, vuestro padre, intenta que Anarda la mano dé a Mauricio, su enemigo, o en un convento en castigo de su resistencia esté, y que hoy por ella enviaba para ejecutarlo así; yo al remedio me ofrecí, si al rigor el cuerpo hurtaba. Con esto al Soto partió, donde la nueva ha esperado, que Buitrago le ha llevado, de que la fama mintió. ANARDA. ¿Estás satisfecho? GARCIA. Sí. ANARDA. Prima, ¿y nuestro tío? JULIA. Ya entregado al sueño está. ANARDA. Pues sube; que voy tras ti. JULIA. Sin temer el menor daño puedes hablar hasta el día. (_Ap_. Quizá entre tanto García vendrá a confirmar mi engaño.) (_Vase_.) [ESCENA XXI] [GARCIA, ANARDA, HERNANDO, INÉS.] GARCIA. ¿Quién creyera que mentía tan bien compuesta invención? ANARDA. Ya te di satisfación. GARCIA. Como tuya, Anarda mía. ANARDA. ¿Qué determinas? GARCIA. Rendir a tu gusto mi albedrío. ANARDA. Dichosa yo si eres mío. GARCIA. Nada lo puede impedir. [ESCENA XXII] Salen DON JUAN y EL PRINCIPE, de camino; GERARDO. [ANARDA, INÉS, EL PRINCIPE, DON JUAN, GARCIA, GERARDO, HERNANDO; luego BUITRAGO.] JULIA. Rendidas quedan las postas. PRINCIPE. Tal ha picado el amor. JUAN. ¡La casa de Anarda abierta! PRINCIPE. Sí; que estaba ausente yo. JUAN. Tras la puerta hay una luz. ¿Entraremos? PRINCIPE. Ciego estoy, y la novedad obliga, si convida la ocasión. JUAN. Aquí hay gente. ¿Quién va allá? GARCIA. Don Juan y el Príncipe son. ANARDA. Sacad, Buitrago, esa luz. (_Saca la luz_.) PRINCIPE. ¿Es Anarda? ANARDA. Sí, señor. PRINCIPE. ¿Quién está contigo? GARCIA. ¿Quién puede estar, sino Alarcón, si por guardia vigilante vuestra Alteza me dejó? PRINCIPE. ¡En el zaguán y a tal hora, solos y a escuras los dos! GARCIA. En este punto, de fuera, señor, Anarda llegó, y yo, que estaba en espía con los celos de tu amor, de venir tan tarde estaba preguntando la ocasión. PRINCIPE. [_Ap. a él._] Rabio, Don Juan. JUAN. [_Ap_.] Disimula. PRINCIPE. El seso perdiendo estoy. JUAN. Toma de Julia el consejo: de dos daños el menor. Dala por esposa al Conde, y, aunque con esa pensión, verás fin en tu deseo, y no en el suyo estos dos. PRINCIPE. Gerardo, busca a Mauricio, y dí que lo llamo yo. (_Vase Gerardo_.) [ESCENA XXIII] Salen JULIA y DON DIEGO. [ANARDA, JULIA, INÉS, EL PRINCIPE, DON JUAN, GARCIA, DON DIEGO, HERNANDO, BUITRAGO.] JULIA. ¡En esta casa su Alteza! DIEGO. ¿Qué novedades, señor, a tal exceso os obligan? PRINCIPE. Noble Don Diego Girón, para evitar los disgustos que hay entre Mauricio y vos, quiero dar esposo a Anarda, y hacer estas paces yo. DIEGO. De vuestra mano real es, señor, tan noble acción. ANARDA. ¿Con quién, señor me casáis? PRINCIPE. Al Conde, Anarda, te doy. ANARDA. Para hacer así las paces, menester no érades vos; que ya fuera mi marido, si hubiera querido yo. Hacer lo que otro no puede es milagro del valor: y así, pues hacer las paces el vuestro nos prometió, y cumplirlo es imposible si al Conde la mano doy; para que cumplir podáis tan precisa obligación, a Garci-Ruiz la mano con vuestra licencia doy. PRINCIPE. [_Ap. con Don Juan._] Arrojóse. JUAN. Él no querrá; que es leal, y ve tu amor. PRINCIPE. [_A Anarda_.] ¿Sabes que querrá García? GARCIA. Si quisiera a Anarda yo de suerte, que mi mal diera a la envidia compasión, no me casara, no siendo con vuestro gusto, señor. PRINCIPE. ¡Qué bien dijiste, Don Juan! Vos, García, sois quien sois, y sois mi primer amigo y mi privado mayor. GARCIA. Al Príncipe, Anarda, debes esta mano que te doy; porque, a no querer su Alteza, no me obligara tu amor. PRINCIPE. ¿Qué decís? GARCIA. Vos ¿no queréis casalla? PRINCIPE. ¿Yo? GARCIA. Sí, señor. PRINCIPE. Con el Conde. GARCIA. Con el Conde; pero si habéis dicho vos que vuestro mayor amigo y mayor privado soy, lo que dábades al Conde, ¿cómo puedo pensar yo que me lo neguéis a mí? HERNANDO. (_Ap_.) Concluyólo, vive Dios. PRINCIPE. Sofísticos argumentos en el vasallo, Alarcón, arguyen claras malicias, sin disculpar el error. Idos luego a vuestra tierra, porque nunca bien sirvió el que con su dueño arguye. GARCIA. Puesto que el vivo dolor de haberos dado disgusto me atraviesa el corazón, vuestro mandado obedezco, y por él gracias os doy, pues que trueco al bien de Anarda los males de la ambición. JUAN. Señor, mira que García... y su valor... (_Hablan los dos en secreto._) PRINCIPE. Siempre vos... JULIA. Al fin, necio ¿de su Alteza perder quisiste el favor? GARCIA. Perdílo ganando a Anarda; _favores del mundo_ son. PRINCIPE. Vos lo pedís, y García tiene disculpa en su error. JUAN. Alarcón, ya de su Alteza tengo alcanzado el perdón. GARCIA. Su benigno pecho alaben cuantos gozan luz del sol. HERNANDO. Tantas vueltas en un día, ¿cuándo fortuna las dió? JUAN. Julia, cumplid la palabra que me distes. PRINCIPE. Siendo yo el padrino, bien podéis. JULIA. Ya es forzoso; vuestra soy. BUITRAGO. El Conde viene. HERNANDO. ¡A buen tiempo! [ESCENA XXIV] _Sale el Conde_. [ANARDA, JULIA, INÉS, EL PRINCIPE, EL CONDE, DON JUAN, GARCIA, DON DIEGO, GERARDO, HERNANDO, BUITRAGO.] CONDE. Aunque sin salud, señor, salí luego a obedeceros. PRINCIPE. Yo mismo el tercero soy para que le deis la mano, Conde, a Don Diego Girón. CONDE. Pensé que a Anarda. PRINCIPE. Ya Anarda es esposa de Alarcón; y no os pese, que a fe mía que os ha importado el honor. CONDE. Pues Vuestra Alteza lo manda, soy su amigo. DIEGO. Vuestro soy. Y _los favores del mundo_ dan fin, y piden perdón. * * * * * CORRIGENDA. La indicación de escena al principio del acto tercero, que dice "La calle frente a la casa de Anarda", debería decir: "Sala en la casa de Anarda". Sobre rimas probablemente equivocadas, véase la nota al pie de la página 106. ERRATAS. (ya corregidos) Página Línea Dice Debe decir 18 29 situacinoes situaciones 19 28 nostoros nosotros 30 10 alcalde alcaide 34 14 albrooto alboroto 42 17 hazaañas hazañas 47 2 que un si un 68 13 portuna fortuna 79 17 el Príncipe al Príncipe 89 25 ya y a 90 28 si viniere si mi tío viniere 92 2 Cunado Cuando 95 24 diréeos diréos 115 20 vidrio vidro 117 19 essento esento 119 6 Por la (suprímase) End of Project Gutenberg's Los favores del mundo, by Juan Ruiz de Alarcón *** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS FAVORES DEL MUNDO *** ***** This file should be named 18580-8.txt or 18580-8.zip ***** This and all associated files of various formats will be found in: http://www.gutenberg.org/1/8/5/8/18580/ Produced by Chuck Greif, Stan Goodman, Miranda van de Heijning, and the Online Distributed Proofreaders Europe team at http://dp.rastko.net Updated editions will replace the previous one--the old editions will be renamed. 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It exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from people in all walks of life. Volunteers and financial support to provide volunteers with the assistance they need, is critical to reaching Project Gutenberg-tm's goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will remain freely available for generations to come. In 2001, the Project Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 and the Foundation web page at http://www.pglaf.org. Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit 501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by U.S. federal laws and your state's laws. The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered throughout numerous locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email [email protected]. Email contact links and up to date contact information can be found at the Foundation's web site and official page at http://pglaf.org For additional contact information: Dr. Gregory B. Newby Chief Executive and Director [email protected] Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide spread public support and donations to carry out its mission of increasing the number of public domain and licensed works that can be freely distributed in machine readable form accessible by the widest array of equipment including outdated equipment. Many small donations ($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt status with the IRS. The Foundation is committed to complying with the laws regulating charities and charitable donations in all 50 states of the United States. Compliance requirements are not uniform and it takes a considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up with these requirements. We do not solicit donations in locations where we have not received written confirmation of compliance. 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Hart is the originator of the Project Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be freely shared with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support. Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper edition. Most people start at our Web site which has the main PG search facility: http://www.gutenberg.org This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, including how to make donations to the Project Gutenberg Literary Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.