La Malquerida : Drama en tres actos y en prosa

By Jacinto Benavente

The Project Gutenberg eBook of La Malquerida
    
This ebook is for the use of anyone anywhere in the United States and
most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms
of the Project Gutenberg License included with this ebook or online
at www.gutenberg.org. If you are not located in the United States,
you will have to check the laws of the country where you are located
before using this eBook.

Title: La Malquerida
        Drama en tres actos y en prosa

Author: Jacinto Benavente

Release date: June 28, 2025 [eBook #76410]

Language: Spanish

Original publication: Madrid: Librería y Casa Editorial Hernando (S. A.), 1927

Credits: Produced by Ramón Pajares Box. (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive/University of North Carolina at Chapel Hill.)


*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA MALQUERIDA ***


NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han
    convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos.

  * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
    las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.

  * La modernización ortográfica ha afectado, sobre todo, a las tildes.
    No se ha alterado el resto de la grafía de las expresiones
    y modismos populares.




LA MALQUERIDA




  Esta obra es propiedad de su autor, y nadie podrá, sin su permiso,
  reimprimirla ni representarla en España ni en los países con los
  cuales se hayan celebrado, o se celebren en adelante, tratados
  internacionales de propiedad literaria.

  El autor se reserva el derecho de traducción.

  La Administración y representantes de Jacinto Benavente son los
  encargados exclusivamente de conceder o negar el permiso de
  representación y del cobro de los derechos de propiedad.

  Droits de représentation, de traduction et de reproduction réservés
  pour tous les pays, y compris la Suède, la Norvège et la Hollande.

  Queda hecho el depósito que marca la ley.

  Copyright, 1927, by Jacinto Benavente.




  JACINTO BENAVENTE
  Premio Nobel de Literatura de 1922.

  LA MALQUERIDA

  DRAMA EN TRES ACTOS Y EN PROSA

  Estrenada en el Teatro de la Princesa en la noche del 12 de diciembre
  de 1913.


  QUINTA EDICIÓN


  Printed in Spain.

  MADRID
  LIBRERÍA Y CASA EDITORIAL HERNANDO (S. A.)
  Calle del Arenal, núm. 11.
  1927




MADRID. — Imp. de la Lib. y Casa Edit. Hernando (S. A.), Quintana, 31.




A María Guerrero,

  _Jacinto Benavente._




REPARTO


  PERSONAJES       ACTORES

  LA RAIMUNDA      SRA. GUERRERO.
  LA ACACIA        SRTA. L. DE GUEVARA.
  LA JULIANA       SRA. TORRES.
  DOÑA ISABEL      SRTA. CANCIO.
  MILAGROS          »    RUIZ MORAGAS.
  LA FIDELA         »    HEREDIA.
  LA ENGRACIA      SRA. SALVADOR.
  LA BERNABEA      SRTA. RIQUELME.
  LA GASPARA        »    RIVAS.
  ESTEBAN          SR. DÍAZ DE MENDOZA. (F.)
  NORBERTO          »  DÍAZ DE MENDOZA. (M.)
  FAUSTINO          »  MONTENEGRO.
  EL TÍO EUSEBIO    »  CARSÍ.
  BERNABÉ           »  JUSTE.
  EL RUBIO          »  VILCHES.

  MUJERES, MOZAS Y MOZOS


En un pueblo de Castilla.




ACTO PRIMERO

Sala en casa de unos labradores ricos.


ESCENA I

La RAIMUNDA, la ACACIA, DOÑA ISABEL, MILAGROS, la FIDELA, la ENGRACIA,
la GASPARA y la BERNABEA. Al levantarse el telón, todas de pie, menos
doña Isabel, se despiden de otras cuatro o cinco, entre mujeres y mozas.

GASPARA.

Vaya, queden ustedes con Dios; con Dios, Raimunda.

BERNABEA.

Con Dios, doña Isabel... Y tú, Acacia, y tu madre, que sea para bien.

RAIMUNDA.

Muchas gracias. Y que todos lo veamos. Anda, Acacia, sal tú con ellas.

TODAS.

Con Dios, abur. (_Gran algazara. Salen las mujeres y los mozos y Acacia
con ellas_).

ISABEL.

¡Que buena moza está la Bernabea!

ENGRACIA.

Pues va pa el año, bien mala que estuvo. Nadie creíamos que lo contaba.

ISABEL.

Dicen que se casa también muy pronto.

FIDELA.

Para San Roque, si Dios quiere.

ISABEL.

Yo soy la última que se entera de lo que pasa en el pueblo. Como en mi
casa todo son calamidades..., está una tan metida en sí.

ENGRACIA.

¡Qué!, ¿no va mejor su esposo?

ISABEL.

Cayendo y levantando: aburrida nos tiene. Ya ven todos lo que salimos
de casa: ni para ir a misa los más de los domingos. Yo por mí, ya estoy
hecha; pero esta hija se me está consumiendo.

ENGRACIA.

¡Ya, ya! ¿En qué piensan ustedes? Y tú, mujer, mira que está el año de
bodas.

ISABEL.

Sí, sí, ¡buena es ella! No sé yo de dónde haya de venir el que le caiga
en gracia.

FIDELA.

Pues para monja no irá, digo yo; así, ella verá.

ISABEL.

Y tú, Raimunda, ¿es a gusto tuyo esta boda? Parece que no te veo muy
cumplida.

RAIMUNDA.

Las bodas siempre son para tenerles miedo.

ENGRACIA.

Pues, hija, si tú no casas la chica a gusto, no sé yo quién podamos
decir otro tanto: que denguna como ella ha podido escoger entre lo
mejorcito.

FIDELA.

Que comer no ha de faltarles, dar gracias a Dios, y como están las
cosas no es lo que menos hay que mirar.

RAIMUNDA.

Anda, Milagros, anda abajo con Acacia y los mozos, que me da no sé qué
de verte tan parada.

ISABEL.

Ve, mujer. Es que esta hija es como Dios la ha hecho.

MILAGROS.

Con el permiso de ustedes. (_Sale_).

RAIMUNDA.

Y anden ustedes con otro bizcochito y con otra copita.

ISABEL.

Se agradece, pero yo no puedo con más.

RAIMUNDA.

Pues andar vosotras, que esto no es nada.

ISABEL.

Pues a la Acacia tampoco la veo como debía estar un día como el de hoy,
que vienen a pedirla.

RAIMUNDA.

Es que también esta hija mía es como es. ¡Más veces me tiene
desesperada! Callar a todo; eso sí, hasta que se descose, y entonces no
quiera usted oírla, que la dejará a usted bien parada.

ENGRACIA.

Es que se ha criao siempre tan consentida... Como tuvisteis la
desgracia de perder a los tres chicos y quedó ella sola, hágase usted
cargo... Su padre, pajaritas del aire que le pidiera la muchacha, y
tú dos cuartos de lo mismo... Luego, cuando murió su padre, que esté
en gloria, la chica estaba tan encelada contigo; así es que cuando te
volviste a casar le sentó muy malamente. Y eso es lo que ha tenido
siempre esa chica: pelusa.

RAIMUNDA.

¿Y qué iba yo a hacerle? Yo bien hubiera querido no volverme a casar.
Y si mis hermanos hubieran sido otros... Pero, digo, si no entran aquí
unos pantalones a poner orden, a pedir limosna andaríamos mi hija y yo
a estas horas: bien lo saben todos.

ISABEL.

Eso es verdad. Una mujer sola no es nada en el mundo. Y que te quedaste
viuda muy joven.

RAIMUNDA.

Pero no sé yo que esta hija mía haya podido tener pelusa de nadie; que
su madre soy y no sé yo quién la quiera y la consienta más de los dos;
que Esteban no ha sido nunca un padrastro pa ella.

ISABEL.

Y es razón que así sea. No habéis tenido otros hijos.

RAIMUNDA.

Nunca va y viene, de ande quiera que sea, que no se acuerde de traerle
algo... No se acuerda tanto de mí, y nunca me he sentido por eso, que
al fin es mi hija, y el que la quiera de ese modo me ha hecho quererle
más. Pero ella... ¿Querrán ustedes creer que ni cuando era chica, ni
ahora, no se diga, y ha permitido nunca de darle un beso? Las pocas
veces que le he puesto la mano encima no ha sido por otra cosa.

FIDELA.

Y a mí que no hay quien me quite de la cabeza que tu hija y a quien
quiere y es a su primo.

RAIMUNDA.

¿A Norberto? Pues bien plantao lo dejó de la noche a la mañana. Esa es
otra: lo que pasó entre ellos no hemos podido averiguarlo nadie.

FIDELA.

Pues esa es la mía, que nadie hemos podido explicárnoslo, y tiene que
haber su misterio.

ENGRACIA.

Y ella puede y que no se acuerde de su primo; pero él aún le tiene
su idea. Si no, mira y cómo hoy en cuanto se dijo que venía el novio
con su padre a pedir a tu hija, cogió y bien temprano se fue pa los
Berrocales, y los que le han visto dicen y que iba como entristecío.

RAIMUNDA.

Pues nadie podrá decir que ni Esteban ni yo la hemos aconsejao en
ningún sentío. Ella de por sí dejó plantao a Norberto, todos lo saben,
que ya iban a correrse las proclamas, y ella consintió de hablar con
Faustino. A él siempre le pareció ella bien, esa es la verdad... Como
su padre ha sido siempre muy amigo de Esteban, que siempre han andao
muy unidos en sus cosas de la política y de las elecciones, cuantas
veces hemos ido al Encinar por la Virgen o por cualquier otra fiesta
o han venido aquí ellos, el muchacho pues no sabía qué hacerse con
mi hija; pero como sabía que ella y hablaba aquí con su primo, pues
decirle nunca le dijo nada... Y hasta que ella, por lo que fuera, que
nadie lo sabemos, plantó al otro, este no dijo nada. Entonces sí,
cuando supieron y que ella había acabao con su primo, su padre de
Faustino habló con Esteban y Esteban habló conmigo y yo hablé con mi
hija y a ella no le pareció mal; tanto es así, que ya lo ven todos, a
casarse va, y si a gusto suyo no fuera, pues no tendría perdón de Dios,
que lo que hace nosotros, a gusto suyo y bien que a su gusto la hemos
dejao.

ISABEL.

Y a su gusto será. ¿Por qué no? El novio es buen mozo y bueno parece.

ENGRACIA.

Eso sí. Aquí todos le miran como si fuera del pueblo mismamente, que
aunque no sea de aquí es de tan cerca y la familia es tan conocida, que
no están miraos como forasteros.

FIDELA.

El tío Eusebio puede y que tenga más tierras en la jurisdicción que en
el Encinar.

ENGRACIA.

Y que así es. Hazte cuenta: se quedó con todo lo del tío Manolito y a
más con las tierras de propios que se subastaron va pa dos años.

ISABEL.

No; la casa es la más fuerte de por aquí.

FIDELA.

Que lo diga usted, y que aunque sean cuatro hermanos, todos cogerán
buen pellizco.

ENGRACIA.

Y la de aquí, que tampoco va descalza.

RAIMUNDA.

Que es ella sola y no tiene que partir con nadie, y que Esteban ha
mirao por la hacienda que nos quedó de su padre, que no hubiera mirao
más por una hija suya. (_Se oye el toque de oraciones_).

ISABEL.

Las oraciones. (_Rezan todos entre dientes_). Vaya, Raimunda, nos vamos
para casa, que a Telesforo hay que darle de cenar temprano; digo cenar,
la pizca de nada que toma.

ENGRACIA.

Pues quiere decirse que nosotras también nos iremos, si te parece.

FIDELA.

Me parece.

RAIMUNDA.

Si queréis acompañarnos a cenar... A doña Isabel no le digo nada,
porque estando su esposo tan delicado, no ha de dejarle solo.

ENGRACIA.

Se agradece; pero cualquiera gobierna aquella familia si una falta.

ISABEL.

¿Cena esta noche el novio con vosotras?

RAIMUNDA.

No, señora; se vuelven él y su padre pa el Encinar; aquí no habían de
hacer noche, y no es cosa de andar el camino a deshora, y estas noches
sin luna... Como que ya me parece que se tardan, que ya van acortando
mucho los días y luego es noche cerrada.

ENGRACIA.

Acá suben todos. A la cuenta es la despedida.

RAIMUNDA.

¿No lo dije?


ESCENA II

Dichas, la ACACIA, MILAGROS, ESTEBAN, el TÍO EUSEBIO y FAUSTINO.

ESTEBAN.

Raimunda, aquí el tío Eusebio y Faustino, que se despiden.

EUSEBIO.

Ya es hora de volvernos pa casa, antes que se haga noche, que con las
aguas de estos días pasados están esos caminos que es una perdición.

ESTEBAN.

Sí, que hay ranchos muy malos.

ISABEL.

¿Qué dice el novio? Ya no se acuerda de mí. Verdad que bien irá para
cinco años que no le había visto.

EUSEBIO.

¿No conoces a doña Isabel?

FAUSTINO.

Sí, señor; pa servirla. Creí que no se recordaba de mí.

ISABEL.

Sí, hombre; cuando mi marido era alcalde, va para cinco años. Buen
susto nos diste por San Roque, cuando saliste al toro y creímos todos
que te había matado.

ENGRACIA.

El mismo año que dejó tan mal herido a Julián, el de la Eudosia.

FAUSTINO.

Bien me recuerdo; sí, señora.

EUSEBIO.

Aunque no fuera más que por los lapos que llevó luego en casa..., muy
merecidos...

FAUSTINO.

¡La mocedad!

ISABEL.

Pues no te digo nada, que te llevas la mejor moza del pueblo, y que
ella no se lleva mal mozo tampoco. Y nos vamos, que ustedes aún tendrán
que tratar de sus cosas.

ESTEBAN.

Todo está tratao.

ISABEL.

Anda, Milagros... ¿Qué te pasa?

ACACIA.

Que le digo que se quede a cenar con nosotros, y no se atreve a pedirle
a usted permiso. Déjela usted, doña Isabel.

RAIMUNDA.

Sí que la dejará. Luego la acompañan de aquí Bernabé y la Juliana, y si
es caso también irá Esteban.

ISABEL.

No, ya mandaremos de casa a buscarla. Quédate, si es gusto de la Acacia.

RAIMUNDA.

Claro está, que tendrán ellas que hablar de mil cosas.

ISABEL.

Pues con Dios todos: tío Eusebio, Esteban...

ESTEBAN.

Vaya usted con Dios, doña Isabel... Muchas expresiones a su esposo.

ISABEL.

De su parte.

ENGRACIA.

Con Dios; que lleven buen viaje.

FIDELA.

Queden con Dios... (_Salen todas las mujeres_).

EUSEBIO.

¡Qué nueva está doña Isabel! Y a la cuenta debe de andarse por mis
años. Pero bien dicen: quien tuvo, retuvo y guardó para la vejez;
porque doña Isabel ha estao una buena moza, ande las haya habío.

ESTEBAN.

Pero siéntese usted un poco, tío Eusebio. ¿Qué prisa le ha entrao?

EUSEBIO.

Déjate estar; ya es buena hora de volvernos, que viene muy oscuro. Pero
tú no nos acompañes; ya vienen los criados con nosotros.

ESTEBAN.

Hasta el arroyo siquiera; es un paseo. (_Entran la Raimunda, la Acacia
y Milagros_).

EUSEBIO.

Y vosotros, deciros too lo que tengáis que deciros.

ACACIA.

Ya lo tenemos todo hablao.

EUSEBIO.

¡Eso te creerás tú!

RAIMUNDA.

Vamos, tío Eusebio, no sofoque usted a la muchacha.

ACACIA.

Muchas gracias de todo.

EUSEBIO.

¡Anda esta! ¡Qué gracias!

ACACIA.

Es muy precioso el aderezo.

EUSEBIO.

Es lo más aparente que se ha encontrao.

RAIMUNDA.

Demasiado para una labradora.

EUSEBIO.

¡Qué demasiado! Dejarse estar. Con más piedras que la custodia de
Toledo lo hubiera yo querido. Abraza a tu suegra.

RAIMUNDA.

Ven acá, hombre; que mucho tengo que quererte pa perdonarte lo que me
llevas. ¡La hija de mis entrañas!

ESTEBAN.

¡Vaya! Vamos a jipar ahora... Mira la chica. Ya está hecha una Madalena.

MILAGROS.

¡Mujer!... ¡Acacia! (_Rompe también a llorar_).

ESTEBAN.

¡Anda la otra! ¡Vaya, vaya!

EUSEBIO.

No ser así... Los llantos pa los difuntos. Pero una boda como esta, tan
a gusto de toos... Ea, alegrarse... Y hasta muy pronto.

RAIMUNDA.

Con Dios, tío Eusebio. Y a la Julia que no le perdono y que no haya
venido un día como hoy.

EUSEBIO.

Si ya sabes cómo anda de la vista. Había que haber puesto el carro, y
está esa subía de los Berrocales pa matarse el ganao.

RAIMUNDA.

Pues dele usted muchas expresiones, y que se mejore.

EUSEBIO.

De tu parte.

RAIMUNDA.

Y andarse ya, andarse ya, que se hace noche. (_A Esteban_). ¿Tardarás
mucho?

EUSEBIO.

Ya le he dicho que no venga...

ESTEBAN.

¡No faltaba otra cosa! Iré hasta el arroyo. No esperarme a cenar.

RAIMUNDA.

Sí que te esperamos. No es cosa de cenar solas un día como hoy. Y a la
Milagros le da lo mismo cenar un poco más tarde.

MILAGROS.

Sí, señora; lo mismo.

EUSEBIO.

¡Con Dios!

RAIMUNDA.

Bajamos a despedirles.

FAUSTINO.

Yo tenía que decir una cosa a la Acacia.

EUSEBIO.

Pues haberlo dejao pa mañana. ¡Como no habéis platicao todo el día!

FAUSTINO.

Si es que..., unas veces, que no me he acordao, y otras, con el
bullicio de la gente...

EUSEBIO.

A ver por ande sales...

FAUSTINO.

Si no es nada... Madre, que al venir, como cosa suya, me dio este
escapulario pa la Acacia; de las monjas de allá.

ACACIA.

¡Es muy precioso!

MILAGROS.

¡Bordado de lentejuela! ¡Y de la Virgen Santísima del Carmen!

RAIMUNDA.

¡Poca devoción que ella le tiene! Da las gracias a tu madre.

FAUSTINO.

Está bendecío...

EUSEBIO.

Bueno; ya hiciste el encargo. Capaz eras y de haberte vuelto con él, y
¡hubiera tenido que oír tu madre! ¡Pero qué corto eres, hijo! No sé yo
a quién hayas salío... (_Salen todos. La escena queda sola un instante.
Ha ido oscureciendo. Vuelven la Raimunda, la Acacia y Milagros_).

RAIMUNDA.

Mucho se han entretenido; salen de noche... ¿Qué dices, hija? ¿Estás
contenta?

ACACIA.

Ya lo ve usted.

RAIMUNDA.

¡Ya lo ve usted!... Pues eso quisiera yo: verlo... ¡Cualquiera sabe
contigo!

ACACIA.

Lo que estoy es cansada.

RAIMUNDA.

¡Es que hemos llevao un día! Desde las cinco y que estamos en pie en
esta casa.

MILAGROS.

Y que no habrá faltado nadie a darte el parabién.

RAIMUNDA.

Pues todo el pueblo, puede decirse; principiando por el señor cura,
que fue de los primeritos. Ya le he dao pa que diga una misa y diez
panes pa los más pobrecitos, que de todos hay que acordarse un día así.
¡Bendito sea Dios, que nada nos falta! ¿Están ahí las cerillas?

ACACIA.

Aquí están, madre.

RAIMUNDA.

Pues enciende esa luz, hija, que da tristeza esta oscuridad.
(_Llamando_). ¡Juliana! ¡Juliana!... ¿Ande andará esa?

JULIANA.

(_Dentro y como desde abajo_). ¿Qué?

RAIMUNDA.

Súbete pa acá una escoba y el cogedor.

JULIANA.

(_Idem_). De seguida subo.

RAIMUNDA.

Voy a echarme otra falda, que ya no ha de venir nadie.

ACACIA.

¿Quiere usted que yo también me desnude?

RAIMUNDA.

Tú déjate estar, que no tienes que trajinar en nada, y un día es un
día... (_Entra la Juliana_).

JULIANA.

¿Barro aquí?

RAIMUNDA.

No; deja ahí esa escoba. Recoge todo eso; lo friegas muy bien fregao y
lo pones en el chinero, y cuidado con esas copas, que es cristal fino.

JULIANA.

¿Me puedo comer un bizcocho?

RAIMUNDA.

Sí, mujer, sí. ¡Que eres de golosona!

JULIANA.

Pues sí que la hija de mi madre ha disfrutao de nada. En sacar vino
y hojuelas pa todos se me ha ido el día, con el sinfín de gente que
aquí ha habío... Hoy, hoy se ha visto lo que es esta casa pa todos; y
también la del tío Eusebio, sin despreciar. Y ya se verá el día de la
boda. Ya sé quién va a bailarte una onza de oro y quién va a bailarte
una colcha bordada de sedas, con unas flores que las ves tan preciosas
de propias, que te dan ganas de cogerlas mismamente. Día grande ha de
ser. ¡Bendito sea Dios! De mucha alegría y de mucho llanto también:
yo la primera, que no diré yo como tu madre, porque con una madre no
hay comparación de nada; pero quitao tu madre... Y que a más de lo que
es pa mí esta casa, el pensar en la moza que se me murió. ¡Hija de mi
vida, que era así y como eres tú ahora!...

RAIMUNDA.

¡Vaya, Juliana!; arrea con todo eso y no nos encojas el corazón tú
también, que ya tenemos bastante ca uno con lo nuestro.

JULIANA.

No permita Dios de afligir yo a nadie... Pero estos días así no sé qué
tienen que todo se agolpa, bueno y malo, y quiere una alegrarse y se
pone más entristecía... Y no digas, que no he querío mentar a su padre
de ella, esté en gloria. ¡Válganos Dios! ¡Si la hubiera visto este día!
Esta hija que era pa él la gloria del mundo.

RAIMUNDA.

¿No callarás la boca?

JULIANA.

¡No me riñas, Raimunda! Que es como si castigaras a un perro fiel, que
ya sabes que eso he sido yo siempre pa esta casa y pa ti y pa tu hija:
como un perro leal, con la ley de Dios al pan que he comido siempre de
esta casa, con la honra del mundo, como todos lo saben... (_Sale_).

RAIMUNDA.

¡Qué Juliana!... Y dice bien: que ha sido siempre como un perro de leal
y de fiel pa esta casa. (_Se pone a barrer_).

ACACIA.

Madre...

RAIMUNDA.

¿Qué quieres, hija?

ACACIA.

¿Me da usted la llave de esta cómoda, que quiero enseñarle a Milagros
unas cosillas?

RAIMUNDA.

Ahí las tienes. Y ahí os quedáis, que voy a dar una vuelta a la cena.
(_Sale. La Acacia y Milagros se sientan en el suelo y abren el cajón de
abajo de la cómoda_).

ACACIA.

Mira estos pendientes: me los han regalao...; bueno, Esteban... Ahora
no está mi madre. Mi madre quiere que le llame padre siempre.

MILAGROS.

Y él bien te quiere.

ACACIA.

Eso sí; pero padre y madre no hay más que unos... Estos pañuelos
también me los trajo él de Toledo; las letras las han bordao las
monjas... Estas son tarjetas postales; mira qué preciosas.

MILAGROS.

¡Qué señoras tan guapetonas!

ACACIA.

Son cómicas de Madrid y de París de Francia... Mira estos niños qué
ricos... Esta caja me la trajo él también llena de dulces.

MILAGROS.

Luego dirás...

ACACIA.

Si no digo nada. Si yo bien veo que me quiere; pero yo hubiera querido
mejor y estar yo sola con mi madre.

MILAGROS.

Tu madre no te ha querido menos por eso.

ACACIA.

¡Qué sé yo! Está muy ciega por él. No sé yo si tuviera que elegir entre
mí y ese hombre...

MILAGROS.

¡Qué cosas dices! Ya ves, tú ahora te casas, y si tu madre hubiera
seguido viuda, bien sola la dejabas.

ACACIA.

¿Pero tú crees que yo me hubiera casao si yo hubiera estao sola con mi
madre?

MILAGROS.

¡Anda! ¿No te habías de haber casao? Lo mismo que ahora.

ACACIA.

No lo creas. ¿Ande iba yo a haber estao más ricamente que con mi madre
en esta casa?

MILAGROS.

Pues no tienes razón. Todos dicen que tu padrastro ha sido muy bueno
para ti y con tu madre. Si no hubiera sido así, ya tú ves, con lo que
se habla en los pueblos...

ACACIA.

Sí, ha sido bueno; no diré yo otra cosa. Pero yo no me hubiera casao si
mi madre no vuelve a casarse.

MILAGROS.

¿Sabes lo que te digo?

ACACIA.

¿Qué?

MILAGROS.

Que no van descaminados los que dicen que tú no quieres a Faustino, que
al que tú quieres es a Norberto.

ACACIA.

No es verdad. ¡Qué voy a quererle! Después de la acción que me hizo...

MILAGROS.

Pero si todos dicen que fuiste tú quien le dejó.

ACACIA.

¡Que fui yo, que fui yo! Si él no hubiera dao motivo... En fin, no
quiero hablar de esto... Pero no dicen bien; quiero más a Faustino que
le he querido a él.

MILAGROS.

Así debe de ser. De otro modo, mal harías en casarte. ¿Te han dicho que
Norberto y se fue del pueblo esta mañana? A la cuenta, no ha querido
estar aquí el día de hoy.

ACACIA.

¿Qué más tiene pa él este día que cualquiera otro? Mira, esta es la
última carta que me escribió después que concluimos... Como yo no he
consentío volverle a ver..., no sé pa qué la guardo... Ahora mismito
voy a hacerla pedazos. (_La rompe_). ¡Ea!

MILAGROS.

¡Mujer, con qué rabia!...

ACACIA.

Pa lo que dice..., y quemo los pedazos...

MILAGROS.

¡Mujer, no se inflame la lámpara!

ACACIA.

(_Abre la ventana_). Y ahora a la calle, al viento... ¡Acabao y bien
acabao está todo!... ¡Qué oscuridad de noche!

MILAGROS.

(_Asomándose también a la ventana_). Sí que está miedoso; sin luna y
sin estrellas...

ACACIA.

¿Has oído?

MILAGROS.

Habrá sido una puerta que habrán cerrao de golpe.

ACACIA.

Ha sonao como un tiro.

MILAGROS.

¡Qué, mujer! ¿Un tiro a estas horas? Si no es que avisan de algún
fuego... Y no se ve resplandor de ninguna parte.

ACACIA.

¿Querrás creerte que estoy asustada?

MILAGROS.

¡Qué, mujer!

ACACIA.

(_Corriendo de pronto hacia la puerta_). ¡Madre, madre!

RAIMUNDA.

(_Desde abajo_). ¡Hija!

ACACIA.

¿No ha oído usted nada?

RAIMUNDA.

(_Idem_). Sí, hija; ya he mandao a la Juliana a enterarse... No tengas
susto.

ACACIA.

¡Ay, madre!

RAIMUNDA.

¡Calla, hija! Ya subo.

ACACIA.

Ha sido un tiro lo que ha sonao; ha sido un tiro.

MILAGROS.

Aunque así sea; nada malo habrá pasao.

ACACIA.

¡Dios lo haga! (_Entra Raimunda_).

RAIMUNDA.

¿Te has asustao, hija? No habrá sido nada.

ACACIA.

También usted está asustada, madre.

RAIMUNDA.

De verte a ti... Al pronto, pues como está tu padre fuera de casa, sí
me he sobresaltao... Pero no hay razón para ello. Nada malo puede haber
pasao... ¡Calla! ¡Escucha! ¿Quién habla abajo? ¡Ay, Virgen!

ACACIA.

¡Ay, madre, madre!

MILAGROS.

¿Qué dicen, qué dicen?

RAIMUNDA.

No bajes tú, que ya voy yo.

ACACIA.

No baje usted, madre.

RAIMUNDA.

Si no sé qué he entendido... ¡Ay, Esteban de mi vida, y que no le haya
pasao nada malo! (_Sale_).

MILAGROS.

Abajo hay mucha gente...; pero desde aquí no les entiendo lo que hablan.

ACACIA.

Algo malo ha sido, algo malo ha sido. ¡Ay, lo que estoy pensando!

MILAGROS.

También yo, pero no quiero decírtelo.

ACACIA.

¿Qué crees tú que ha sido?

MILAGROS.

No quiero decírtelo, no quiero decírtelo.

RAIMUNDA.

(_Desde abajo_). ¡Ay, Virgen Santísima del Carmen! ¡Ay, qué desgracia!
¡Ay, esa pobre madre, cuando lo sepa y que han matao a su hijo! ¡Ay, no
quiero pensarlo! ¡Ay, qué desgracia, qué desgracia pa todos!

ACACIA.

¿Has entendido?... Mi madre... ¡Madre..., madre!

RAIMUNDA.

¡Hija, hija, no bajes! ¡Ya voy, ya voy! (_Entran Raimunda, la Fidela,
la Engracia y algunas mujeres_).

ACACIA.

Pero ¿qué ha pasao, qué ha pasao? Ha habido una muerte, ¿verdad? Ha
habido una muerte.

RAIMUNDA.

¡Hija de mi vida! ¡Faustino, Faustino!...

ACACIA.

¿Qué?

RAIMUNDA.

Que lo han matao, que lo han matao de un tiro a la salida del pueblo.

ACACIA.

¡Ay, madre! ¿Y quién ha sido, quién ha sido?

RAIMUNDA.

No se sabe..., no han visto a nadie... Pero todos dicen y que ha sido
Norberto; pa que sea mayor la desgracia que nos ha venido a todos.

ENGRACIA.

No puede haber sido otro.

MUJERES.

¡Norberto!... ¡Norberto!

FIDELA.

Ya han acudío los de Justicia.

ENGRACIA.

Lo traerán preso.

RAIMUNDA.

Aquí está tu padre. (_Entra Esteban_). ¡Esteban de mi vida! ¿Cómo ha
sido? ¿Qué sabes tú?

ESTEBAN.

¿Qué tengo de saber? Lo que todos... Vosotros no me salgáis de aquí; no
tenéis que hacer nada por el pueblo.

RAIMUNDA.

¡Y ese padre, cómo estará! ¡Y aquella madre, cuando le lleven a su
hijo, que salió esta mañana de casa lleno de vida y lleno de ilusiones,
y vea que se lo traen muerto de tan mala muerte, asesinao de esa manera!

ENGRACIA.

Con la horca no paga y el que haiga sío.

FIDELA.

Aquí, aquí mismo habían de matarlo.

RAIMUNDA.

Yo quisiera verlo, Esteban; que no se lo lleven sin verlo... Y esta
hija también; al fin iba a ser su marido.

ESTEBAN.

No acelerarse; lugar habrá para todo. Esta noche no os mováis de aquí,
ya os lo he dicho. Ahora no tiene que hacer allí nadie más que la
Justicia; ni el médico ni el cura han podido hacer nada. Yo me vuelvo
pa allá, que a todos han de tomarnos declaración. (_Sale Esteban_).

RAIMUNDA.

Tiene razón tu padre. ¿Qué podemos hacer por él? Encomendarle su alma a
Dios... Y a esa pobre madre, que no se me quita del pensamiento... No
estés así, hija, que me asustas más que si te viera llorar y gritar.
¡Ay, quién nos hubiera dicho esta mañana lo que tenía que sucedemos tan
pronto!

ENGRACIA.

El corazón y dicen que le ha partío.

FIDELA.

Redondo cayó del caballo.

RAIMUNDA.

¡Qué borrón y qué deshonra para este pueblo y que de aquí haya salido
el asesino con tan mala entraña! ¡Y que sea de nuestra familia, pa
mayor vergüenza!

GASPARA.

Eso es lo que aún no sabemos nadie.

RAIMUNDA.

¿Y quién otro puede haber sido? Si lo dicen todos...

ENGRACIA.

Todos lo dicen: Norberto ha sido.

FIDELA.

Norberto; no puede haber sido otro.

RAIMUNDA.

Milagros, hija, enciende esas luces a la Virgen y vamos a rezarle un
rosario, ya que no podamos hacer otra cosa más que rezarle por su alma.

GASPARA.

¡El Señor le haiga perdonao!

ENGRACIA.

Que ha muerto sin confesión.

FIDELA.

Y estará su alma en pena. ¡Dios nos libre!

RAIMUNDA.

(_A Milagros_). Lleva tú el rosario; yo ni puedo rezar. ¡Esa madre, esa
madre! (_Empiezan a rezar él rosario_).


TELÓN




ACTO SEGUNDO

Portal de una casa de labor. Puerta grande al foro, que da al campo.
Reja a los lados. Una puerta a la derecha y otra a la izquierda.


ESCENA I

RAIMUNDA, la ACACIA, la JULIANA y ESTEBAN. Esteban, sentado en una mesa
pequeña, almuerza. La Raimunda, sentada también, le sirve. La Juliana
entra y sale sirviendo a la mesa. La Acacia, sentada en una silla baja,
junto a una de las ventanas, cose, con un cesto de ropa blanca al lado.

RAIMUNDA.

¿No está a tu gusto?

ESTEBAN.

Sí, mujer.

RAIMUNDA.

No has comido nada. ¿Quieres que se prepare alguna otra cosa?

ESTEBAN.

Déjate, mujer, si he comido bastante.

RAIMUNDA.

¡Qué vas a decirme! (_Llamando_). ¡Juliana, trae pa acá la ensalada! Tú
has tenido algún disgusto.

ESTEBAN.

¡Qué, mujer!

RAIMUNDA.

¡Te conoceré yo! Como que no has debido ir al pueblo. Habrás oído allí
a unos y a otros. Quiere decirse que determinamos, muy bien pensao, de
venirnos al Soto por no estar allí en estos días, y te vas tú allí esta
mañana sin decirme palabra. ¿Qué tenías que hacer allí?

ESTEBAN.

Tenía... que hablar con Norberto y con su padre.

RAIMUNDA.

Bueno está; pero les hubieras mandao llamar y que hubieran acudío
ellos. Podías haberte ahorrao el viaje y el oír a la demás gente, que
bien sé yo las habladurías de unos y de otros que andarán por el pueblo.

JULIANA.

Como que no sirve el estarse aquí sin querer ver ni entender a ninguno,
que como el Soto es paso de toos estos lugares a la redonda, no va ni
viene uno que no se pare aquí a oliscar y cucharetear lo que a nadie
le importa.

ESTEBAN.

Y tú que no dejarás de conversar con todos.

JULIANA.

Pues no, señor, que está usted muy equivocao, que no he hablao con
nadie, y aun esta mañana le reñí a Bernabé por hablar más de la cuenta
con unos que pasaron del Encinar. Y a mí ya pueden venir a preguntarme,
que de mi madre lo tengo aprendío, y es buen acuerdo: al que pregunta
mucho, responderle poco, y al contrario.

RAIMUNDA.

Mujer, calla la boca. Anda allá dentro. (_Sale Juliana_). Y ¿qué anda
por el pueblo?

ESTEBAN.

Anda... que el tío Eusebio y sus hijos han jurao de matar a Norberto;
que ellos no se conforman con que la Justicia le haya soltao tan
pronto; que cualquier día se presentan allí y hacen una sonada; que el
pueblo anda dividido en dos bandos, y mientras unos dicen que el tío
Eusebio tiene razón y que no ha podido ser otro que Norberto, los otros
dicen que Norberto no ha sío, y que cuando la Justicia le ha puesto en
la calle es porque está bien probao que es inocente.

RAIMUNDA.

Yo tal creo. No ha habido una declaración en contra suya: ni el padre
mismo de Faustino, ni sus criados, ni tú, que ibas con ellos.

ESTEBAN.

Encendiendo un cigarro íbamos el tío Eusebio y yo; por cierto que nos
reíamos como dos tontos, porque yo quise presumir con mi encendedor
y no daba lumbre, y entonces el tío Eusebio fue y tiró de su buen
pedernal y su yesca, y me iba diciendo muerto de risa: «Anda, enciende
tú con eso, pa que presumas con esa maquinaria sacadineros, que yo con
esto me apaño tan ricamente...». Y ese fue el mal; que con esta broma
nos quedamos rezagaos, y cuando sonó el disparo y quisimos acudir, ya
no podía verse a nadie. A más que, como luego vimos que había caído
muerto, pues nos quedamos tan muertos como él y nos hubieran matao a
nosotros, que no nos hubiéramos dao cuenta. (_La Acacia se levanta de
pronto y va a salir_).

RAIMUNDA.

¿Dónde vas, hija, como asustada? ¡Sí que está una pa sobresaltos!

ACACIA.

Es que no saben ustedes hablar de otra cosa. ¡También es gusto! No
habrá usted contao veces cómo fue y no lo tendremos oído otras tantas.

ESTEBAN.

En eso lleva razón... Yo, por mí, no hablaría nunca; es tu madre.

ACACIA.

Tengo soñao más noches... Yo, que antes no me asustaba nunca de estar
sola ni a oscuras, y ahora hasta de día me entran unos miedos...

RAIMUNDA.

No eres tú sola; sí que yo duermo ni descanso ni de día ni de noche.
Y yo sí que nunca he sido asustadiza, que ni de noche me daba cuidao
de pasar por el campo santo, ni la noche de Ánimas que fuera, y ahora
todo me sobrecoge: los ruidos y el silencio... Y lo que son las cosas:
mientras creímos todos que podía haber sido Norberto, con ser de la
familia y ser una desgracia y una vergüenza pa todos, pues quiere
decirse que como ya no tenía remedio, pues..., ¡qué sé yo!, estaba más
conforme... Al fin y al cabo, tenía su explicación. Pero ahora..., si
no ha sido Norberto, ni nadie sabemos quién ha sido y nadie podemos
explicarnos por qué mataron a ese pobre, yo no puedo estar tranquila.
Si no era Norberto, ¿quién podía quererle mal? Es que ha sido por una
venganza, algún enemigo de su padre, quién sabe si tuyo también..., y
quién sabe si no iba contra ti el golpe, y como era de noche y hacía
muy oscuro, no se confundieron, y lo que no hicieron entonces lo harán
otro día, y... vamos, que yo no vivo ni descanso, y ca vez que sales
de casa y andas por esos caminos me entra un desasosiego... Mismo hoy,
como ya te tardabas, en poco estuvo de irme yo pa el pueblo.

ACACIA.

Y al camino ha salido usted.

RAIMUNDA.

Es verdad; pero como te vi desde el altozano que ya llegabas por los
molinos y vi que venía el Rubio contigo, me volví corriendo pa que
no me riñeras. Bien sé que no es posible; pero yo quisiera ir ahora
siempre ande tú fueras, no desapartarme de junto a ti por nada de este
mundo; de otro modo, no puedo estar tranquila, no es vida esta.

ESTEBAN.

Yo no creo que nadie me quiera mal. Yo nunca hice mal a nadie. Yo bien
descuidao voy ande quiera, de día como de noche.

RAIMUNDA.

Lo mismo me parecía a mí antes, que nadie podía querernos mal... Esta
casa ha sido el amparo de mucha gente. Pero basta una mala voluntad,
basta con una mala intención, y ¡qué sabemos nosotros si hay quien
nos quiere mal sin nosotros saberlo! De ande ha venío este golpe puede
venir otro... Pero ¿es posible que nadie sepa nada, que nadie haya
visto nada? Cuando nada malo se trama, todos son a dar razón de quién
va y quién viene; sin nadie preguntar, todo se sabe; y cuando más
importa saber, nadie sabe nada, nadie ha visto nada...

ESTEBAN.

Mujer, ¿qué particular tiene que así sea? El que a nada malo va,
no tiene por qué ocultarse; el que lleva una mala idea, ya mira de
esconderse.

RAIMUNDA.

¿Tú quién piensas que pue haber sido?

ESTEBAN.

¿Yo? La verdad..., pensaba en Norberto, como todos; de no haber sido
él, ya no me atrevo a pensar de nadie.

RAIMUNDA.

Pues mira: yo bien sé que vas a reñirme; pero ¿sabes lo que he
determinao?

ESTEBAN.

Tú dirás...

RAIMUNDA.

Hablar yo con Norberto. He mandao a Bernabé a buscarlo. Pienso que no
tardará en acudir.

ACACIA.

¿Norberto? ¿Y qué quiere usted saber de él?

ESTEBAN.

Eso digo yo. ¿Qué crees tú que él puede decirte?

RAIMUNDA.

¡Qué sé yo! Yo sé que él a mí no puede engañarme. Por la memoria de su
madre he de pedirle que me diga la verdad de todo. Aunque él hubiera
sido, ya sabe él que yo a nadie había de ir a contarlo. Es que yo no
puedo vivir así, temblando siempre por todos nosotros.

ESTEBAN.

¿Y tú crees que Norberto va a decirte a ti lo que haya sido, si ha sido
él quien lo hizo?

RAIMUNDA.

Pero yo me quedaré satisfecha después de oírle.

ESTEBAN.

Allá tú; pero cree que todo ello solo servirá para más habladurías si
saben que ha venido a esta casa. A más, que hoy ha de venir el tío
Eusebio, y si se encuentran...

RAIMUNDA.

Por el camino no han de encontrarse, que llegan de una parte ca uno...,
y aquí la casa es grande y ya estarán al cuidao. (_Entra la Juliana_).

JULIANA.

Señor amo...

ESTEBAN.

¿Qué hay?

JULIANA.

El tío Eusebio que está al llegar, y vengo a avisarle por si no quiere
usted verlo.

ESTEBAN.

Yo, ¿por qué? Mira si ha tardao en acudir. Tú verás si acude también el
otro.

RAIMUNDA.

Por pronto que quiera...

ESTEBAN.

¿Y quién te ha dicho a ti que yo no quiero ver al tío Eusebio?

JULIANA.

No vaya usted a achacármelo a mí también, que yo por mí no hablo. El
Rubio ha sido quien me ha dicho que usted no quería verle, porque está
muy emperrao en que usted no se ha puesto de su parte con la Justicia,
y por eso han soltao a Norberto.

ESTEBAN.

Al Rubio ya le diré yo quién le manda meterse en explicaciones.

JULIANA.

Otras cosas también había usted de decirle, que está de algún tiempo a
esta parte que nos quiere avasallar a todos. Hoy, Dios me perdone si le
ofendo, pero me parece que ha bebío más de la cuenta.

RAIMUNDA.

Pues eso sí que no pue consentírsele. Me va a oír.

ESTEBAN.

Déjate, mujer... Ya le diré yo luego...

RAIMUNDA.

Sí que está la casa en república; bien se prevalen de que una no
está pa gobernarla... Es que lo tengo visto: en cuantito que una se
descuida... ¡Buen rato de holgazanes están todos ellos!

JULIANA.

No lo dirás por mí, Raimunda, que no quisiera oírtelo.

RAIMUNDA.

Lo digo por quien lo digo, y quien se pica ajos come.

JULIANA.

¡Señor, Señor! ¿Quién ha visto esta casa? No parece sino que todos
hemos pisao una mala hierba; a todos nos han cambiao: todos son a pegar
unos con otros y todos conmigo... ¡Válgame Dios y me dé paciencia para
llevarlo todo!

RAIMUNDA.

¡Y a mí pa aguantaros!

JULIANA.

Bueno está. ¿A mí también? Tendré yo la culpa de todo.

RAIMUNDA.

Si me miraras a la cara sabrías cuándo habías de callar la boca y
quitárteme de delante sin que tuviera que decírtelo.

JULIANA.

Bueno está. Ya me ties callada como una muerta y ya me quito de
delante. ¡Válgame Dios, Señor! No tendrás que decirme nada. (_Sale_).

ESTEBAN.

Aquí está el tío Eusebio.

ACACIA.

Les dejo a ustedes. Cuando me ve se aflige..., y como está que no sabe
lo que le pasa, a la postre siempre dice algo que ofende. A él le
parece que nadie más que él hemos sentido a su hijo.

RAIMUNDA.

Pues más no digo; pero puede que tanto como su madre y le haya llorao
yo. Al tío Eusebio no hay que hacerle caso; el pobre está muy acabao.
Pero ties razón, mejor es que no te vea.

ACACIA.

Estas camisas ya están listas, madre. Las plancharé ahora.

ESTEBAN.

¿Has estao cosiendo pa mí?

ACACIA.

Ya lo ve usted.

RAIMUNDA.

¡Si ella no cose!... Yo estoy tan holgazana... ¡Bendito Dios, no me
conozco! Pero ella es trabajadora y se aplica. (_Acariciándola al pasar
para el mutis_). ¿No querrá Dios que tengas suerte, hija? (_Sale la
Acacia_). ¡Lo que somos las madres! Con lo acobardada que estaba yo de
pensar y que iba a casárseme tan moza, y ahora... ¡Qué no daría yo por
verla casada!


ESCENA II

RAIMUNDA, ESTEBAN y el TÍO EUSEBIO.

EUSEBIO.

¿Ande anda la gente?

ESTEBAN.

Aquí, tío Eusebio.

EUSEBIO.

Salud a todos.

RAIMUNDA.

Venga usted con bien, tío Eusebio.

ESTEBAN.

¿Ha dejao usted acomodás las caballerías?

EUSEBIO.

Ya se ha hecho cargo el espolique.

ESTEBAN.

Siéntese usted. Anda, Raimunda, ponle un vaso del vino que tanto le
gusta.

EUSEBIO.

No, se agradece; dejarse estar, que ando muy malamente y el vino no me
presta.

ESTEBAN.

Pero si este es talmente una medicina.

EUSEBIO.

No, no lo traigas.

RAIMUNDA.

Como usted quiera. ¿Y cómo va, tío Eusebio, cómo va? ¿Y la Julia?

EUSEBIO.

Figúrate; la Julia... Esa se me va etrás de su hijo; ya lo tengo
pronosticao.

RAIMUNDA.

No lo quiera Dios, que aún le quedan otros cuatro por quien mirar.

EUSEBIO.

Pa más cuidaos; que aquella madre no vive pensando siempre en todo
lo malo que pueda sucederles. Y con esto de ahora... Esto ha venido
a concluir de aplanarnos. Tan y mientras confiamos que se haría
justicia... Es que me lo decían todos y yo no quería creerlo... Y ahí
le tenéis al criminal en la calle, en su casa, riéndose de todos
nosotros; pa afirmarme yo más en lo que ya me tengo bien sabido: que
en este mundo no hay más justicia que la que ca uno se toma por su
mano. Y a eso darán lugar, y a eso te mandé ayer razón, pa que fueras
tú y les dijeses que si mis hijos se presentaban en el pueblo, que no
les dejasen entrar por ningún caso, y si era menester que los pusieran
presos; todo antes que otro trastorno pa mi casa; aunque me duela que
la muerte de mi hijo quede sin castigar, si Dios no lo castiga, que tie
que castigarla o no hay Dios en el cielo.

RAIMUNDA.

No se vuelva usted contra Dios, tío Eusebio, que aunque la Justicia
no diera nunca con el que le mató tan malamente a su hijo, nadie
quisiéramos estar en su lugar dél. ¡Allá él con su conciencia! Por cosa
ninguna de este mundo quisiera yo tener mi alma como él tendrá la suya;
que si los que nada malo hemos hecho ya pasamos en vida el purgatorio,
el que ha hecho una cosa así tie que pasar el infierno; tan cierto
puede usted estar como hemos de morirnos.

EUSEBIO.

Así será, como tú dices; pero ¿no es triste gracia que por no hacerse
justicia como es debido, sobre lo pasao tenga yo que andar ahora sobre
mis hijos pa estorbarles de que quieran tomarse la justicia por su mano
y que sean ellos los que a la postre se vean en un presidio? Y que lo
harán como lo dicen. ¡Hay que oírles! Hasta el chequetico; va pa los
doce años; hay que verle apretando los puños como un hombre y jurando
que el que ha matao a su hermano se las tie que pagar, sea como sea...
Yo le oigo y me pongo a llorar como una criatura..., y su madre no se
diga. Y la verdad es que uno bien quisiera decirles: «¡Andar ya, hijos,
y matarle a cantazos como a un perro malo y hacerle peazos aunque sea
y traérnoslo aquí a la rastra!...». Pero tie uno que tragárselo too
y poner cara seria y decirles que ni por el pensamiento se les pase
semejante cosa, que sería matar a su madre y una ruina pa todos...

RAIMUNDA.

Pero, vamos a ver, tío Eusebio, que tampoco usted quiere atender a
razones: si la Justicia ha sentenciado que no ha sido Norberto, si
nadie ha declarao la menor cosa en contra suya, si ha podido probar
ande estuvo y lo que hizo todo aquel día, una hora tras otra, que
estuvo con sus criados en los Berrocales; que allí le vio también y
estuvo hablando con él don Faustino, el médico del Encinar mismo, a la
hora que sucedió lo que sucedió..., y diga usted si nadie podemos estar
en dos partes al mismo tiempo... Y de sus criados podrá usted decir que
estarían bien aleccionaos; por más que no es tan fácil ponerse tanta
gente acordes pa una mentira; pero don Faustino bien amigo es de usted
y bastantes favores le debe..., y como él otros muchos que habían de
estar de su parte de usted, y todos han declarao lo mismo. Solo un
pastor de los Berrocales supo decir que él había visto de lejos a un
hombre a aquellas horas, pero que él no sabría decir quién pudiera ser,
pero por la persona y el aire y el vestido, no podía ser Norberto.

EUSEBIO.

Si a que no fuera él yo no digo nada. Pero ¿deja de ser uno el que
lo hace, porque haiga comprao a otro pa que lo haga? Y eso no pue
dudarse... La muerte de mi hijo no tie otra explicación... Que no
vengan a mí a decirme que si este, que si el otro. Yo no tengo enemigos
pa una cosa así. Yo no hice nunca mal a nadie. Harto estoy de perdonar
multas a unos y a otros, sin mirar si son de los nuestros o de los
contrarios. ¡Si mis tierras paecen la venta de mal abrigo! ¡Si fuea
yo a poner todas las denuncias de los destrozos que me están haciendo
todos los días! A Faustino me lo han matao porque iba a casarse con
la Acacia; no hay más razón, y esa razón no podía tenerla otro que
Norberto. Y si todos hubieran dicho lo que saben, ya se hubiera aclarao
todo. Pero quien más podía decir no ha querido decirlo...

RAIMUNDA.

Nosotros, ¿verdad usted?

EUSEBIO.

Yo a nadie señalo.

RAIMUNDA.

Cuando las palabras llevan su intención no es menester nombrar a nadie
ni señalar con el dedo. Es que usted está creído, porque Norberto sea
de la familia, que si nosotros hubiéramos sabido algo, habíamos de
haber callao.

EUSEBIO.

Pero ¿vas tú a decirme que la Acacia no sabe más de lo que ha dicho?

RAIMUNDA.

No, señor; que no sabe más de lo que todos sabemos. Es que usted se
ha emperrao en que no puede ser otro que Norberto; es que usted no
quiere creerse de que nadie pueda quererle a usted mal por alguna otra
cosa. Nadie somos santos, tío Eusebio. Usted tendrá hecho mucho bien,
pero también tendrá usted hecho algún mal en su vida; usted pensará que
no es pa que nadie se acuerde, pero al que se lo haiga usted hecho no
pensará lo mismo. A más, que si Norberto hubiera estao enamorao de mi
hija hasta ese punto, antes hubiera hecho otras demostraciones. Su hijo
de usted no vino a quitársela; Faustino no habló con ella hasta que mi
hija despidió a Norberto, y le despidió porque supo que él hablaba con
otra moza, y él ni siquiera fue para venir y disculparse; de modo y
manera que si a ver fuéramos, él fue quien la dejó a ella plantada. Ya
ve usted que nada de esto es pa hacer una muerte.

EUSEBIO.

Pues si así es, ¿por qué a lo primero todos decían que no podía ser
otro? Y vosotros mismos, ¿no lo ibais diciendo?

RAIMUNDA.

Es que así, al pronto..., ¿en quién otro podía pensarse? Pero si
se para uno a pensar no hay razón pa creer que él y solo él pueda
haberlo hecho. Pero usted no parece sino que quiere dar a entender que
nosotros somos encubridores, y sépalo usted, que nadie más que nosotros
quisiéramos que de una vez y se supiera la verdad de todo; que si usted
ha perdido un hijo, yo también tengo una hija que no va ganando nada
con todo esto.

EUSEBIO.

Como que así es. Y con callar lo que sabe, mucho menos. Ni vosotros...;
que Norberto y su padre, pa quitarse sospechas, no queráis saber lo que
van propalando de esta casa; que si fuera uno a creerse de ello...

RAIMUNDA.

¿De nosotros? ¿Qué puen ir propalando? Tú que has estao en el pueblo,
¿qué icen?

ESTEBAN.

¡Quién hace caso!

EUSEBIO.

No, si yo no he de creerme de naa que venga de esa parte; pero bien y
que os agradecen el no haber declarao en contra suya.

RAIMUNDA.

¿Pero vuelve usted a las mismas? ¿Sabe usted lo que le digo, tío
Eusebio? Que tie una que hacerse cargo de lo que es perder un hijo como
usted lo ha perdío, pa no contestarle a usted de otra manera. Pero
una también es madre, ¡caray!, y usted está ofendiendo a mi hija y nos
ofende a todos.

ESTEBAN.

¡Mujer! No se hable más... ¡Tío Eusebio!

EUSEBIO.

Yo a nadie ofendo. Lo que digo es lo que dicen todos: que vosotros por
ser de la familia, y todo el pueblo por quitarse de esa vergüenza, os
habéis confabulao todos pa que la verdad no se sepa. Y si aquí todos
creen que no ha sido Norberto, en el Encinar todos creen que no ha sido
otro. Y si no se hace justicia muy pronto, va a correr mucha sangre
entre los dos pueblos, sin poder impedirlo nadie, que todos sabemos lo
que es la sangre moza.

RAIMUNDA.

¡Si usted va soliviantando a todos! ¡Si pa usted no hay razón ni
justicia que valga! ¿No está usted bien convencío de que si no fue
que él compró a otro pa que lo hiciera, él no pudo hacerlo? Y eso de
comprar a nadie pa una cosa así... ¡Vamos que no me cabe a mí en la
cabeza!... ¿A quién puede comprar un mozo como Norberto? Y no vamos a
creer que su padre dél iba a mediar en una cosa así.

EUSEBIO.

Pa comprar a una mala alma no es menester mucho. ¿No tienes ahí, sin ir
más lejos, a los de Valderrobles, que por tres duros y medio mataron a
los dos cabreros?

RAIMUNDA.

¿Y qué tardó en saberse? Que ellos mismos se descubrieron disputando
por medio duro. El que compra a un hombre pa una cosa así viene a
ser como un esclavo suyo pa toda la vida. Eso podrá creerse de algún
señorón con mucho poder, que pueda comprar quien le quite de en medio a
cualquiera que pueda estorbarle. Pero Norberto...

EUSEBIO.

A nadie nos falta un criado que es como un perro fiel en la casa pa
obedecer lo que se le manda.

RAIMUNDA.

Pue que usted los tenga de esa casta y que alguna vez los haya usted
mandao algo parecido, que el que lo hace lo piensa.

EUSEBIO.

Mírate bien en lo que estás diciendo.

RAIMUNDA.

Usted es el que tie que mirarse.

ESTEBAN.

Pero ¿no quies callar, Raimunda?

EUSEBIO.

Ya lo estás oyendo. ¿Qué dices tú?

ESTEBAN.

Que dejemos ya esta conversación, que todo será volvernos más locos.

EUSEBIO.

Por mí, dejao está.

RAIMUNDA.

Diga usted que usted no pue conformarse con no saber quién le ha
matao a su hijo, y razón tie usted que le sobra; pero no es razón pa
envolvernos a todos; que si usted pide que se haga justicia, más se lo
estoy pidiendo yo a Dios todos los días, y que no se quede sin castigar
el que lo hizo, así fuera un hijo mío el que lo hubiera hecho.


ESCENA III

Dichos y el RUBIO.

RUBIO.

Con licencia.

ESTEBAN.

¿Qué hay, Rubio?

RUBIO.

No me mire usted así, mi amo, que no estoy bebío... Lo de esta mañana
fue que salimos sin almorzar y me convidaron, y un traguete que bebió
uno, pues le cayó a uno mal, y eso fue todo. Lo que siento es que usted
se haiga incomodao.

RAIMUNDA.

¡Ay, me paece que tú no estás bueno! Ya me lo había dicho la Juliana.

RUBIO.

La Juliana es una enreaora. Eso quería ecirle al amo.

ESTEBAN.

¡Rubio!... Después me dirás lo que quieras. Está aquí el tío Eusebio.
¿No lo estás viendo?

RUBIO.

¿El tío Eusebio? Ya le había visto... ¿Qué le trae por acá?

RAIMUNDA.

¿Qué te importa a ti que le traiga o le deje de traer? ¡Habrase visto!
Anda, anda y acaba de dormirla, que tú no estás en tus cabales.

RUBIO.

No me diga usted eso, mi ama.

ESTEBAN.

¡Rubio!...

RUBIO.

La Juliana es una enreaora. Yo no he bebío... y el dinero que se me
cayó era mío; yo no soy ningún ladrón; ni he robao a nadie... Y mi
mujer tampoco le debe a nadie lo que lleva encima... ¿Verdad usted,
señor amo?

ESTEBAN.

¡Rubio!... Anda ya, y acuéstate y no parezcas hasta que te hayas hartao
de dormir. ¿Qué dirá el tío Eusebio? ¿No has reparao?

RUBIO.

Demasiao que he reparao... Bueno está... No tie usted que ecirme
nada... (_Sale_).

RAIMUNDA.

Pa lo que dice usted de los criados, tío Eusebio... Sin tenerle que
tapar a uno nada, ya de por sí saben abusar... Dígame usted si tuviera
uno cualquier tapujo con ellos... Pero ¿pue saberse qué le ha pasao hoy
al Rubio? ¿Es que ahora va a emborracharse todos los días? Nunca había
tenido él esa falta. Pues no vayas a consentírsela, que como empiece
así...

ESTEBAN.

¡Qué, mujer! Si porque no tie costumbre es por lo que hoy se ha
achispao una miaja... A la cuenta, mientras yo andaba a unas cosas y
otras por el pueblo, le han convidao en la taberna... Ya le he reñido
yo, y le mandé acostar; pero a la cuenta no ha dormío bastante y se ha
entrao aquí sin saber entoavía lo que se habla... No es pa espantarse.

EUSEBIO.

Claro está que no. ¿Mandas algo?

ESTEBAN.

¿Ya se vuelve usted, tío Eusebio?

EUSEBIO.

Tú verás. Lo que siento es haber venío pa tener un disgusto...

RAIMUNDA.

Aquí no ha habido disgusto ninguno. ¡Qué voy yo a digustarme con usted!

EUSEBIO.

Así debe de ser. ¡Hacerse cargo, con lo que a mí me ha pasao! Esa
espina no se arranca así como así; clavada estará, y bien clavada,
hasta que quiera Dios llevársele a uno de este mundo. ¿Tenéis pensao de
estar muchos días en el Soto?

ESTEBAN.

Hasta el domingo. Aquí no hay nada que hacer. Solo hemos venido por no
estar en el pueblo en estos días; como al volver Norberto too habían de
ser historias...

EUSEBIO.

Como que así será. Pues yo no te dejo encargao otra cosa: cuando estés
allí, que estés a la mira por si se presentan mis hijos, que no me
vayan a hacer alguna que no quiero pensarlo.

ESTEBAN.

Vaya usted descuidao: pa que hicieran algo estando yo allí, mal había
yo de verme.

EUSEBIO.

Pues no te digo más. Estos días los tengo entretenidos trabajando en
las tierras de la linde del río... Si no va por allí alguien que me los
soliviante... Vaya, quedar con Dios. ¿Y la Acacia?

RAIMUNDA.

Por no afligirle a usted no habrá acudío... Y que ella también de verle
a usted se recuerda de muchas cosas.

EUSEBIO.

Ties razón.

ESTEBAN.

Voy a que saquen las caballerías.

EUSEBIO.

Déjate estar. Yo daré una voz... ¡Francisco! Allá viene. No vengas tú,
mujer. Con Dios. (_Van saliendo_).

RAIMUNDA.

Con Dios, tío Eusebio, y pa la Julia no le digo a usted nada..., que me
acuerdo mucho de ella, y que más tengo rezao por ella que por su hijo,
que a él Dios le habrá perdonao, que ningún daño hizo pa tener el mal
fin que tuvo... ¡Pobre! (_Han salido Esteban y el tío Eusebio_).


ESCENA IV

RAIMUNDA y BERNABÉ.

BERNABÉ.

¡Señora ama!

RAIMUNDA.

¿Qué? ¿Viste a Norberto?

BERNABÉ.

Como que aquí está; ha venido conmigo. ¡Más pronto! Él, de su parte,
estaba deseandito de avistarse con usted.

RAIMUNDA.

¿No os habréis cruzao en el camino con el tío Eusebio?

BERNABÉ.

A lo lejos le vimos llegar de la parte del río; conque nosotros echamos
de la otra parte y nos metimos por el corralón, y allí me dejé a
Norberto agazapao, hasta que el tío Eusebio se volviera pa el Encinar.

RAIMUNDA.

Pues mira si va ya camino.

BERNABÉ.

Ende aquí le veo que ya va llegando por la cruz.

RAIMUNDA.

Pues ya puedes traer a Norberto. Atiende antes. ¿Qué anda por el pueblo?

BERNABÉ.

Mucha maldá, señora ama. Mucho va a tener que hacer la Justicia si
quiere averiguar algo.

RAIMUNDA.

Pero allí nadie cree que haya sido Norberto, ¿verdad?

BERNABÉ.

Y que le arrean un estacazo al que diga otra cosa. Ayer, cuando llegó,
que ya venía medio pueblo con él, que salieron al camino a esperarle,
todo el pueblo se juntó pa recibirle, y en volandas le llevaron
hasta su casa, y todas las mujeres lloraban, y todos los hombres le
abrazaban, y su padre se quedó como accidentao...

RAIMUNDA.

¡Pobre! ¡No, no podía haber sido él!

BERNABÉ.

Y como se susurra que los del Encinar y se han dejao decir que vendrán
a matarlo el día menos pensao, pues toos los hombres, hasta los más
viejos, andan con garrotas y armas escondías.

RAIMUNDA.

¡Dios nos asista! Atiende: el amo, cuando estuvo allí esta mañana,
¿sabes si ha tenío algún disgusto?

BERNABÉ.

¿Ya le han venío a usted con el cuento?

RAIMUNDA.

No...; es decir, sí, ya lo sé.

BERNABÉ.

El Rubio, que se entró en la taberna y paece ser que allí habló
cosas... Y como le avisaron al amo, se fue allí a buscarle y le sacó a
empellones, y él se insolentó con el amo... Estaba bebío...

RAIMUNDA.

¿Y qué hablaba el Rubio, si pue saberse?

BERNABÉ.

Que se fue de la lengua... Estaba bebío... ¿Quiere usted que le diga mi
sentir? Pues que no debieran ustedes de parecer por el pueblo en unos
cuantos días.

RAIMUNDA.

Ya puedes tenerlo por seguro. Lo que hace a mí, no volvería nunca...
¡Ay, Virgen!, que me ha entrao una desazón que echaría a correr too
ese camino largo adelante y después me subiría por aquellos cerros, y
después no sé yo ande quisiea esconderme, que no parece sino que viene
alguien detrás de mí, peor que pa matarme... Y el amo... ¿Ande está el
amo?

BERNABÉ.

Con el Rubio andaba.

RAIMUNDA.

Ve y tráete a Norberto. (_Sale Bernabé_).


ESCENA V

RAIMUNDA y NORBERTO

NORBERTO.

¡Tía Raimunda!...

RAIMUNDA.

¡Norberto!... ¡Hijo!... Ven que te abrace.

NORBERTO.

Lo que me he alegrao deque usted quisiea verme. Después de mi padre y
de mi madre, en gloria esté, y más vale, si había de verme visto como
me han visto todos..., como un criminal, de nadie me acordaba como de
usted.

RAIMUNDA.

Yo nunca he podido creerlo, aunque lo decían todos.

NORBERTO.

Bien lo sé, y que usted ha sío la primera en defenderme. ¿Y la Acacia?

RAIMUNDA.

Buena está; pero con la tristeza del mundo en esta casa.

NORBERTO.

¡Decir que yo había matao a Faustino! Y pensar que si no puedo probar,
como pude probarlo, lo que había hecho todo aquel día; si, como lo tuve
pensao, cojo la escopeta y me voy yo solo a tirar unos tiros, y no
puedo dar razón de ande estuve, porque nadie me hubiea visto, me echan
a un presidio pa toda la vida.

RAIMUNDA.

¡No llores, hombre!

NORBERTO.

Si esto no es llorar; llantos los que tengo lloraos entre aquellas
cuatro paeres de una cárcel, que si me hubiean dicho a mí que tenía que
ir allí algún día... Y lo malo no ha concluío. El tío Eusebio y sus
hijos y todos los del Encinar sé que quien matarme... No quien creerse
de que yo estoy inocente de la muerte de Faustino, tan cierto como mi
madre está bajo tierra.

RAIMUNDA.

Como nadie sabe quién haya sío... Como nada ha podido averiguarse...,
pues, ya se ve, ellos no se conforman... Tú, ¿de nadie sospechas?

NORBERTO.

Demasiao que sospecho.

RAIMUNDA.

¿Y no le has dicho nada a la Justicia?

NORBERTO.

Si no hubiea podido por menos pa verme libre, lo hubiea dicho todo...
Pero ya que no haiga habío necesidá de acusar a nadie... Así como así,
si yo hablo... harían conmigo igual que hicieron con el otro.

RAIMUNDA.

Una venganza, ¿verdad? Tú crees que ha sío una venganza... ¿Y de quién
piensas tú que pue haber sío? Quisiera saberlo, porque, hazte cargo,
el tío Eusebio y Esteban tien que tener los mismos enemigos; juntos
han hecho siempre bueno y malo, y no puedo estar tranquila... Esa
venganza tanto ha sío contra el tío Eusebio como en contra de nosotros;
pa estorbar que estuviean más unidas las dos familias; pero pueden no
contentarse con esto, y otro día pueden hacer lo mismo con mi marido.

NORBERTO.

Por tío Esteban no pase usted cuidao.

RAIMUNDA.

¿Tú crees...?

NORBERTO.

Yo no creo nada.

RAIMUNDA.

Vas a decirme todo lo que sepas. A más de que, no sé por qué, me paece
que no eres tú solo a saberlo. Si será lo mismo que ha llegao a mi
conocimiento... Lo que dicen todos...

NORBERTO.

Pero no es que se haiga sabío por mí... Ni tampoco pue saberse; es un
runrún que anda por el pueblo naa más. Por mí naa se sabe.

RAIMUNDA.

Por la gloria de tu madre vas a decírmelo todo, Norberto.

NORBERTO.

No me haga usted hablar. Si yo no he querido hablar ni a la Justicia...
Y si hablo me matan, tan cierto que me matan.

RAIMUNDA.

Pero ¿quién pue matarte?

NORBERTO.

Los mismos que han matao a Faustino.

RAIMUNDA.

Pero ¿quién ha matao a Faustino? Alguien comprao pa eso, ¿verdad? Esta
mañana en la taberna hablaba el Rubio...

NORBERTO.

¿Lo sabe usted?

RAIMUNDA.

Y Esteban fue a sacarle de allí pa que no hablara...

NORBERTO.

Pa que no le comprometiera.

RAIMUNDA.

¿Eh? ¡Pa que no le comprometiera!... Porque el Rubio estaba diciendo
que él...

NORBERTO.

Que él era el amo de esta casa.

RAIMUNDA.

¡El amo de esta casa! Porque el Rubio ha sío...

NORBERTO.

Sí, señora.

RAIMUNDA.

El que ha matao a Faustino...

NORBERTO.

Eso mismo.

RAIMUNDA.

¡El Rubio! Ya lo sabía yo... ¿Y lo saben todos en el pueblo?

NORBERTO.

Si él mismo se va descubriendo; si ande llega principia a enseñar
dinero, hasta billetes... Y esta mañana, como le cantaron la copla en
su cara, se volvió contra todos y fue cuando avisaron a tío Esteban y
le sacó a empellones de la taberna.

RAIMUNDA.

¿La copla? Una copla que han sacao... Una copla que dice... ¿Cómo dice
la copla?

NORBERTO.

      El que quiera a la del Soto
    tie pena de la vida.
    Por quererla quien la quiere
    le dicen la Malquerida.

RAIMUNDA.

Los del Soto somos nosotros, así nos dicen, es esta casa... Y la del
Soto no pue ser otra que la Acacia... ¡Mi hija! Y esa copla... es la
que cantan todos... Le dicen la Malquerida... ¿No dice así? ¿Y quién
la quiere mal? ¿Quién pue querer mal a mi hija? La querías tú y la
quería Faustino... Pero ¿quién otro pue quererla y por qué le dicen
Malquerida?... Ven acá... ¿Por qué dejaste tú de hablar con ella, si la
querías? ¿Por qué? Vas a decírmelo too... Mira que peor de lo que ya sé
no vas a decirme nada...

NORBERTO.

No quiera usted perderme y perdernos a todos. Nada se ha sabío por mí:
ni cuando me vi preso quise decir naa... Se ha sabío yo no sé cómo,
por el Rubio, por mi padre, que es la única persona con quien lo tengo
comunicao... Mi padre sí quería hablarle a la Justicia, y yo no le he
dejao, porque le matarían a él y me matarían a mí.

RAIMUNDA.

No me digas naa; calla la boca... Si lo estoy viendo todo, lo estoy
oyendo todo... ¡La Malquerida, la Malquerida! Escucha aquí. Dímelo a mí
todo.... Yo te juro que pa matarte a ti tendrán que matarme a mí antes.
Pero ya ves que tie que hacerse justicia, que mientras no se haga
justicia el tío Eusebio y sus hijos van a perseguirte, y de esos sí
que no podrás escapar. A Faustino lo han matao pa que no se casara con
la Acacia, y tú dejaste de hablar con ella pa que no hicieran lo mismo
contigo. ¿Verdad? Dímelo todo.

NORBERTO.

A mí se me dijo que dejara de hablar con ella porque había el
compromiso de casarla con Faustino, que era cosa tratada de antiguo
con el tío Eusebio, y que si no me avenía a las buenas, sería por las
malas, y que si decía algo de todo esto... pues que...

RAIMUNDA.

Te matarían. ¿No es eso? Y tú...

NORBERTO.

Yo me creí de todo, y la verdad, tomé miedo, y pa que la Acacia se
enfadara conmigo, pues principié a cortejar a otra moza que naa me
importaba... Pero como luego supe que naa era verdad, que ni el tío
Eusebio ni Faustino tenían tratao cosa ninguna con tío Esteban... Y
cuando mataron a Faustino..., pues ya sabía yo por qué lo habían matao:
porque al pretender él a la Acacia, ya no había razones que darle como
a mí; porque al tío Eusebio no se le podía negar la boda de su hijo,
y como no se le podía negar, se hizo como que se consentía a todo,
hasta que hicieron lo que hicieron, que aquí estaba yo pa achacarme la
muerte. ¿Qué otro podía ser? El novio de la Acacia, por celos... Bien
urdío sí estaba. ¡Valga Dios que algún santo veló por mí aquel día! Y
que el delito pesa tanto, que él mismo viene a descubrirse.

RAIMUNDA.

¡Quie decirse que todo ello es verdad! ¡Que no sirve querer estar
ciegos pa no verlo! Pero ¿qué venda tenía yo elante los ojos?... Y
ahora todo como la luz de claro... Pero ¡quién pudiera seguir tan
ciega!

NORBERTO.

¿Ande va usted?

RAIMUNDA.

¿Lo sé yo? Voy sin sentío... Si es tan grande lo que me pasa, que paece
que no me pasa nada. Mira tú, de too ello, solo me ha quedao la copla,
esa copla de la Malquerida... Ties que enseñarme el son pa cantarla...
¡Y a ese son vamos a bailar toos hasta que nos muramos! ¡Acacia,
Acacia, hija!... ¡Ven acá!

NORBERTO.

¡No la llame usted! No se ponga usted así, que ella no tie culpa.


ESCENA VI

Dichos y la ACACIA.

ACACIA.

¿Qué quie usted, madre? ¡Norberto!...

RAIMUNDA.

¡Ven acá! ¡Mírame fijo a los ojos!

ACACIA.

Pero ¿qué le pasa a usted, madre?

RAIMUNDA.

¡No, tú no pues tener culpa!

ACACIA.

Pero ¿qué le han dicho a usted, madre? ¿Qué le has dicho tú?

RAIMUNDA.

Lo que saben ya toos... ¡La Malquerida! ¡Tú no sabes que anda en coplas
tu honra!

ACACIA.

¡Mi honra! ¡No! ¡Eso no han podío decírselo a usted!

RAIMUNDA.

No me ocultes naa. Dímelo too. ¿Por qué no le has llamao nunca padre?
¿Por qué?

ACACIA.

Porque no hay más que un padre; bien lo sabe usted. Y ese hombre no
podía ser mi padre, porque yo le he odiao siempre, ende que entró en
esta casa pa traer el infierno consigo.

RAIMUNDA.

Pues ahora vas a llamarle tú y vas a llamarle como yo te digo: padre...
Tu padre. ¿Entiendes? ¿Me has entendío? Te he dicho que llames a tu
padre.

ACACIA.

¿Quie usted que vaya al campo santo a llamarle? Si no es el que está
allí, yo no tengo otro padre. Ese... es su marido de usted, el que
usted ha querido, y pa mí no pue ser más que ese hombre, ese hombre: no
sé llamarle de otra manera. Y si ya lo sabe usted too, no me atormente
usted. ¡Que le prenda la Justicia y que pague too el mal que ha hecho!

RAIMUNDA.

La muerte de Faustino, ¿quies decir? Y a más.... dímelo too.

ACACIA.

No, madre; si yo hubiera sío consentidora, no hubieran matao a
Faustino. ¿Usted cree que yo no he sabío guardarme?

RAIMUNDA.

¿Y por qué has callao? ¿Por qué no me lo has dicho a mí too?

ACACIA.

¿Y se hubiera usted creído de mí más que de ese hombre, si estaba usted
ciega por él? Y ciega tenía usted que estar pa no haberlo visto. Si
elante de usted me comía con los ojos; si andaba desatinao tras mí a
toas horas; y ¿quiere usted que le diga más? Le tengo odiao tanto,
le aborrezco tanto, que hubiera querío que anduviese entavía más
desatinao, a ver si se le quitaba a usted la venda de los ojos, pa que
viera usted qué hombre es ese, el que me ha robao su cariño, el que
usted ha querío tanto, más que quiso usted nunca a mi padre.

RAIMUNDA.

¡Eso no, hija!

ACACIA.

Pa que le aborreciera usted como yo le aborrezco, como me tie mandao mi
padre que le aborrezca, que muchas veces lo he oído como una voz del
otro mundo.

RAIMUNDA.

¡Calla, hija, calla! Y ven aquí, junto a tu madre, que ya no me queda
más que tú en el mundo, y ¡bendito Dios que aún puedo guardarte!
(_Entra Bernabé_).

BERNABÉ.

¡Señora ama, señora ama!...

RAIMUNDA.

¿Qué traes tú tan acelerao? De seguro nada bueno.

BERNABÉ.

Es que vengo a darle aviso de que no salga de aquí Norberto por ningún
caso.

RAIMUNDA.

¿Pues luego?...

BERNABÉ.

Están apostaos los hijos del tío Eusebio con sus criados pa salirle al
encuentro.

NORBERTO.

¿Qué le decía yo a usted? ¿Lo está usted viendo? ¡Vienen a matarme! ¡Y
me matan, tan cierto que me matan!

RAIMUNDA.

¡Nos matarán a toos! Pero eso tie que haber sío que alguien ha corrío a
llamarlos.

BERNABÉ.

El Rubio ha sío, que le he visto yo correrse por la linde del río hacia
las tierras del tío Eusebio; el Rubio ha sío quien les ha dao el soplo.

NORBERTO.

¿Qué le decía yo a usted? Pa taparse ellos quieren que los otros me
maten, pa que no haiga más averiguaciones; que los otros se darán por
contentos creyendo que han matao a quien mató a su hermano... ¡Y me
matarán, tía Raimunda, tan cierto que me matan!... Son muchos contra
uno, que yo no podre defenderme, que ni un mal cuchillo traigo, que no
quiero llevar arma ninguna por no tumbar a un hombre, que quiero mejor
que me maten antes que volverme a ver ande ya me he visto... ¡Sálveme
usted, que es muy triste morir sin culpa, acosao como un lobo!

RAIMUNDA.

No ties que tener miedo. Tendrán que matarme a mí antes, ya te lo he
dicho... Entra ahí con Bernabé. Tú coge la escopeta... Aquí no se
atreverán a entrar, y si alguno se atreve, le tumbas sin miedo, sea
quien sea. ¿Has entendío? Sea quien sea. No es menester que cerréis la
puerta. Tú aquí conmigo, hija. ¡Esteban!... ¡Esteban!... ¡Esteban!...

ACACIA.

¿Qué va usted a hacer? (_Entra Esteban_).

ESTEBAN.

¿Qué me llamas?

RAIMUNDA.

Escucha bien. Aquí está Norberto, en tu casa; allí ties apostaos a los
hijos del tío Eusebio pa que lo maten, que ni eso eres tú hombre pa
hacerlo por ti y cara a cara.

ESTEBAN.

(_Haciendo intención de sacar un arma_). ¡Raimunda!

ACACIA.

¡Madre!

RAIMUNDA.

¡No, tú no! Llama al Rubio pa que nos mate a toos, que a toos tiene que
matarnos pa encubrir tu delito... ¡Asesino, asesino!

ESTEBAN.

¡Tú estás loca!

RAIMUNDA.

Más loca tenía que estar; más loca estuve el día que entraste en esta
casa, en mi casa, como un ladrón, pa robarme lo que más valía.

ESTEBAN.

Pero ¿pue saberse lo que estás diciendo?

RAIMUNDA.

Si yo no digo naa, si lo dicen toos, si lo dirá muy pronto la Justicia,
y si no quieres que sea ahora mismo, que no empiece yo a voces y lo
sepan toos... Escucha bien: tú que los has traído, llévate a esos
hombres que aguardan a un inocente pa matarlo a mansalva. Norberto
no saldrá de aquí más que junto conmigo, y pa matarle a él tien que
matarme a mí... Pa guardarle a él y pa guardar a mi hija me basto yo
sola, contra ti y contra toos los asesinos que tú pagues. ¡Mal hombre!
Anda ya y ve a esconderte en lo más escondido de esos cerros, en
una cueva de alimañas... Ya han acudido toos, ya no puedes atreverte
conmigo... ¡Y aunque estuviera yo sola con mi hija! ¡Mi hija, mi hija!
¿No sabías que era mi hija? Aquí la ties. ¡Mi hija! ¡La Malquerida!
Pero aquí estoy yo pa guardarla de ti, y hazte cuenta de que vive su
padre... ¡Y pa partirte el corazón, si quisieras llegarte a ella!


TELÓN




ACTO TERCERO

La misma decoración del segundo acto.


ESCENA I

RAIMUNDA y la JULIANA. Raimunda a la puerta, mirando con ansiedad a
todas partes. Después la Juliana.

JULIANA.

¡Raimunda!...

RAIMUNDA.

¿Qué traes? ¿Está peor?

JULIANA.

No, mujer; no te asustes.

RAIMUNDA.

¿Cómo está? ¿Por qué le has dejao solo?

JULIANA.

Se ha quedao como adormilao, pero no se queja de naa, y la Acacia
está allí junto. Es que me das tú más cuidao que el herido. Lo de él,
gracias a Dios, no es de muerte. ¿Pero es que te vas a pasar todo el
día sin querer tomar nada?

RAIMUNDA.

¡Déjate, déjate!

JULIANA.

Pues ven pa allá dentro con nosotras. ¿Qué haces aquí?

RAIMUNDA.

Miraba si Bernabé no estaría al llegar.

JULIANA.

Si vienen con él los que han de llevarse a Norberto, no podrá estar tan
pronto de vuelta. Y si vienen también los de Justicia...

RAIMUNDA.

Los de Justicia... La Justicia en esta casa... ¡Ay, Juliana, y qué
maldición habrá caío sobre ella!

JULIANA.

Vamos, entra y no mires más de una parte y de otra, que no es Bernabé
el que tú quisieras ver llegar; es otro, es tu marido, que no puede
dejar de ser tu marido.

RAIMUNDA.

Así es, que lo que ha durao muchos años no puede concluirse en un día.
Sabiendo lo que sé, sabiendo que ya no puede ser otra cosa, y que si
le viera llegar sería pa maldecir de él y pa aborrecerle toda mi vida,
estoy aquí mirando de una parte y de otra, que quisiera pasar con los
ojos las piedras de esos cerros, y me parece que le estoy aguardando
como otras veces, pa verle llegar lleno de alegría y entrarnos de
bracero como dos novios y sentarnos a comer, y sentaos a la mesa,
contarnos too lo que habíamos hecho, el tiempo que habíamos estao el
uno sin el otro y reír unas veces y porfiar otras, pero siempre con el
cariño del mundo. ¡Y pensar que too ha concluido, que ya too sobra en
esta casa, que ya pa siempre se fue la paz de Dios de con nosotros!

JULIANA.

Sí que es pa no creerse ya de naa de este mundo. Y yo por mí, vamos,
que si no me lo hubieas dicho tú, y si no te viea como te veo, nunca lo
hubiea creído. Lo de la muerte de Faustino, ¡anda con Dios!, aún podía
tener algún otro misterio; pero lo que hace al mal querer que le ha
entrao por la Acacia, vamos, que se me resiste a creerlo. Y ello es que
la una cosa sin la otra no hay quien pueda explicársela.

RAIMUNDA.

¿De modo que tú nunca habías reparao la menor cosa?

JULIANA.

Ni por lo más remoto. Y tú sabes que ende que entró en esta casa pa
enamorarte, nunca le he mirao con buenos ojos, que tú sabes cómo yo
quería a tu primer marío, que hombre más de bien y más cabal no le
ha habío en el mundo... Y vamos, ¡Jesús!, que si yo hubiea reparao
nunca una cosa así, ¿de aónde me había yo de estar callaa?... Ahora
que una lo sabe, ya cae una en la cuenta de que era mucho regalar a la
muchacha, y mucho no darse por sentío, por más de que ella le hiciera
tantos desprecios, que no ha tenío palabra buena con él ende que te
casaste, que era ella un redrojo y ya se le plantaba a insultarle, que
no servía reprenderla unos y otros, ni que tú la tundieas a golpes. Y
mía tú, como digo una cosa digo otra: pue que si ella ende pequeña le
hubiea tomao cariño y él se hubiea hecho a mirarla como hija suya, no
hubiea llegao a lo que ha llegao.

RAIMUNDA.

¿Vas tú a disculparle?

JULIANA.

Qué voy a disculpar, mujer; no hay disculpa pa una cosa así. Con solo
que hubiea mirao que era hija tuya. Pero, vamos, quieo decirte que
pa él, salvo ser tu hija, la muchacha era como una extraña, y ya te
digo, otra cosa hubiea sío si ella le hubiea mirao como padre ende un
principio, porque él no es un mal hombre; el que es malo es siempre
malo, y a lo primero de casaros, cuando la Acacia era bien chica, más
de cuatro veces le he visto yo caérsele los lagrimones de ver y que la
muchacha le huía como al demonio.

RAIMUNDA.

Verdad es que son los únicos disgustos que hemos tenío, por esa hija
siempre.

JULIANA.

Después la muchacha ha crecío, como toos sabemos, que no tie su par
ande quiea que se presenta, y despegá dél como una extraña y siempre
elante los ojos, pues nadie estamos libres de un mal pensamiento.

RAIMUNDA.

De un mal pensamiento no te digo, aunque nunca había de haber tenío
ese mal pensamiento. Pero un mal pensamiento se espanta cuando no se
tie mala entraña. Pa llegar a lo que ha llegao, a tramar la muerte de
un hombre pa estorbar y que mi hija se casara y saliera de aquí, de su
lao, ya tie que haber más que un mal pensamiento, ya tie que estarse
pensando siempre lo mismo, al acecho siempre como un criminal, con
la maldad del mundo. Si yo también quisiea pensar que no hay tanta
culpa, y cuanto más lo pienso más lo veo que no tie disculpa ninguna...
Y cuando pienso que mi hija ha estao amenazá a toas horas de una
perdición como esa, que el que es capaz de matar a un hombre es capaz
de too... Y si eso hubiea sido, tan cierto como me llamo Raimunda que a
los dos los mato, a él y a ella, pues creérmelo. A él, por su infamia
tan grande; a ella, si no se había dejao matar antes de consentirlo.


ESCENA II

Dichas y BERNABÉ.

JULIANA.

Aquí está Bernabé.

RAIMUNDA.

¿Vienes tú solo?

BERNABÉ.

Yo solo, que en el pueblo toos son a deliberar lo que ha de hacerse, y
no he querío tardarme más.

RAIMUNDA.

Has hecho bien, que no es vivir. ¿Qué dicen unos y otros?

BERNABÉ.

Pa volverse uno loco, si fuera uno a hacer cuenta.

RAIMUNDA.

¿Y vendrán pa llevarse a Norberto?

BERNABÉ.

En eso está su padre. El médico dice que no le lleven en carro, que
podía empeorarse, que le lleven en unas angarillas, y a más, que deben
venir el forense y el juez a tomarle aquí la declaración, no sea caso
que cuando llegue allí esté peor, y como ayer no pudo declarar, como
estaba sin conocimiento... Si usted no sabe; ca uno es de un parecer
y nadie se entiende. Ningún hombre ha salío hoy al campo; toos andan
en corrillos, y las mujeres de casa en casa y de puerta en puerta, que
estos días no se habrá comío ni cenao a su hora en casa ninguna...

RAIMUNDA.

Pero ya sabrán que las heridas de Norberto no son de cuidao.

BERNABÉ.

Y cualquiera les concierta. Ayer, cuando supieron y que los hijos del
tío Eusebio le habían salío al encuentro yendo con el amo, y le habían
herío malamente, too eran llantos por el herío. Y hoy, cuando supieron
y que no había sío pa tanto y que muy pronto estaría curao, los más
amigos de Norberto ya dicen y que no había de haber sío tan poca cosa,
que ya que le han herío tenía que haber sío algo más, pa que los hijos
del tío Eusebio tuviean su castigo, que ahora si se cura tan pronto,
too queará en un juicio, y nadie se conforma con tan poco.

JULIANA.

De modo que mucho quieren a Norberto, pero hubiean querío mejor y que
los otros lo hubiean matao. ¡Serán de brutos!

BERNABÉ.

Así es. Pues ya les he dicho que den gracias a usted, que dio aviso
al amo, y al amo, que se puso de por medio y hasta llegó a echarse la
escopeta a la cara, pa estorbarles de que le mataran.

RAIMUNDA.

¿Les has dicho eso?

BERNABÉ.

A too el que se ha llegao a preguntarme. Y lo he dicho, lo uno, porque
así es la verdad, y lo otro, porque no quiea usted saber lo que han
levantao por el pueblo que aquí había habío.

RAIMUNDA.

No me digas naa. ¿Y el amo? ¿No ha acudío por allí? ¿No has sabío dél?

BERNABÉ.

Sé que le han visto esta mañana con el Rubio y con los cabreros del
Encinar, en los Berrocales; que a la cuenta ha pasao allí la noche en
algún mamparo. Y si valiera mi parecer, no había de andar así, como
huido, que no están las cosas pa que nadie piense lo que no ha sío. Que
el padre de Norberto anda diciendo lo que no debiera. Y esta mañana se
ha avistao con el tío Eusebio pa imbuirle de que sus hijos no han tenío
razón pa hacer lo que han hecho con su hijo.

RAIMUNDA.

¿Pero es que el tío Eusebio y está en el lugar?

BERNABÉ.

Con sus hijos ha ido, que esta mañana les pusieron presos. Atados codo
con codo les trajeron del Encinar, y su padre ha venío tras ellos a pie
too el camino, con el hijo chico de la mano, sin dejar de llorar, que
no ha habío quien no haiga llorao de verle, hasta los más hombres.

RAIMUNDA.

¡Y aquella madre allí, y aquí yo! ¡Si supiean los hombres!


ESCENA III

Dichos y la ACACIA.

ACACIA.

¡Madre!...

RAIMUNDA.

¿Qué me quies, hija?

ACACIA.

Norberto la llama a usted. Se ha despertao y pide agua. Dice que se
muere de sed. Yo no me he atrevío a dársela, no fuera caso que no le
prestara.

RAIMUNDA.

Ha dicho el médico que pue beber agua de naranja toa la que quiera.
Allí está una jarra. ¿Se queja mucho?

ACACIA.

No, ahora no.

RAIMUNDA.

(_A Bernabé_). ¿Te has traío lo que dijo el médico?

BERNABÉ.

En las alforjas está too. Voy a traerlo. (_Vase_).

ACACIA.

¿No oye usted, madre? Le está a usted llamando.

RAIMUNDA.

Allá voy, hijo, Norberto.


ESCENA IV

La JULIANA y la ACACIA.

ACACIA.

¿No ha vuelto ese hombre?

JULIANA.

No. Desde que sucedió lo que sucedió, cogió la escopeta y salió como un
loco, y el Rubio tras él.

ACACIA.

¿No le han puesto preso?

JULIANA.

Que sepamos. Antes tendrá que declarar mucha gente.

ACACIA.

Pero ya lo saben toos, ¿verdad? Toos oyeron a mi madre.

JULIANA.

De aquí, quitao yo y Bernabé, que no dirá lo que no se quiea que diga,
que es un buen hombre y tie mucha ley a esta casa, los demás no han
podío darse cuenta. Oyeron que gritaba tu madre, pero toos se han creío
que era tocante a Norberto, y a que los hijos del tío Eusebio venían a
matarle. Aquí, si la Justicia nos pregunta, nadie diremos otra cosa que
lo que tu madre nos diga que hayamos de decir.

ACACIA.

¿Pero es que mi madre os va a decir que os calléis? ¿Es que ella no va
a decirlo too?

JULIANA.

¿Pero es que tú te alegrarías? ¿Es que no miras la vergüenza que va a
caer sobre esta casa, y pa ti muy principalmente, que ca uno pensará lo
que quiera y habrá y quien no puea creer que tú has sío consentiora, y
habrá quien no lo crea así, y la honra de una mujer no es pa andar en
boca de unos y de otros, que naa va ganando con ello?

ACACIA.

¡Mi honra! Pa mí soy bien honrá. Pa los demás, allá ca uno. Yo ya no he
de casarme. Si me alegro de lo que ha sucedío es por no haberme casao.
¡Si me casaba solo era por desesperarle!

JULIANA.

Acacia, no quieo oírte, que eso es estar endemoniá.

ACACIA.

Y lo estoy, y lo he estao siempre, de tanto como le tengo aborrecío.

JULIANA.

¿Y quién te dice que ese no ha sío too el mal, que no has tenío razón
pa aborrecerle? Y mía que nadie como yo le hizo los cargos a tu madre
cuando determinó de volverse a casar. Pero yo le he visto cuando eras
bien chica y tú no podías darte cuenta lo que ese hombre se tie
desesperao contigo.

ACACIA.

Más me tengo yo desesperao de ver cómo le quería mi madre, que andaba
siempre colgá de su cuello y yo les estorbaba siempre.

JULIANA.

No digas eso; pa tu madre has sío tú siempre lo primero en el mundo. Y
pa él también lo hubieas sío.

ACACIA.

No; pa él sí lo he sío, pa él sí lo soy.

JULIANA.

Pero no como dices, que paece que te alegras. Como tenía que haber sío,
que no te hubiea él querido tan mal si tú le hubieas querido bien.

ACACIA.

Pero ¿cómo había de quererle, si él ha hecho que yo no quiera a mi
madre?

JULIANA.

Mujer, ¿qué dices? ¿Que no quies a tu madre?

ACACIA.

No, no la quiero como tenía que haberla querido, si ese hombre no
hubiea entrao nunca en esta casa. Si me acuerdo de una vez, era yo muy
chica y no he podido olvidarlo, que toa una noche tuve un cuchillo
guardao ebajo la almohada, y toa la noche me estuve sin dormir,
pensando naa más que en ir y clavárselo.

JULIANA.

¡Jesús! Muchacha, ¿qué estás diciendo? ¿Y hubieas tenío valor? ¿Y
hubieas ido y lo hubieas matao?

ACACIA.

¡Que sé yo y a quién hubiea matao!

JULIANA.

¡Jesús! ¡Virgen! Calla esa boca. Tú estás dejá de la mano de Dios. ¿Y
quies que te diga lo que pienso? Que no has tenío tú poca culpa de todo.

ACACIA.

¿Que yo he tenío culpa?

JULIANA.

¡Tú, sí, tú! Y más te digo. Que si lo hubieas odiao como dices, le
hubieas odiao solo a él. ¡Ay, si tu madre supiera!

ACACIA.

¿Si supiera qué?

JULIANA.

Que toa esa envidia no era de él, era de ella. Que cualquiera diría que
sin tú darte cuenta le estabas queriendo.

ACACIA.

¿Qué dices?

JULIANA.

Por odio naa más no se odia de ese modo. Pa odiar así tie que haber un
querer muy grande.

ACACIA.

¿Que yo he querío nunca a ese hombre? ¿Tú sabes lo que estás diciendo?

JULIANA.

Si yo no digo naa.

ACACIA.

No, y serás capaz de ir y decírselo lo mismo a mi madre.

JULIANA.

Te da miedo, ¿verdad? ¿Lo ves cómo eres tú quien lo está diciendo too?
Pero está descuidá. ¡Qué voy yo a decirle! ¡Bastante tie la pobre!
¡Dios nos valga!


ESCENA V

Dichas y BERNABÉ.

BERNABÉ.

Ahí está el amo.

JULIANA.

¿Le has visto tú?

BERNABÉ.

Sí; viene como rendío.

ACACIA.

Vamos de aquí nosotras.

JULIANA.

Sí, vamos, y no digas naa, que no sepa tu madre que te has podío
encontrar con él. (_Salen las mujeres_).


ESCENA VI

BERNABÉ; ESTEBAN y el RUBIO, con escopetas.

BERNABÉ.

¿Manda usted algo?

ESTEBAN.

Nada, Bernabé.

BERNABÉ.

¿Quie usted que le diga al ama...?

ESTEBAN.

No le digas naa. Ya me verán.

RUBIO.

¿Cómo está el herío?

BERNABÉ.

Va mejorcito. Allá voy con too esto de la botica, si no manda usted
otra cosa. (_Vase_).


ESCENA VII

ESTEBAN y el RUBIO.

ESTEBAN.

Ya me ties aquí. Tú dirás ahora.

RUBIO.

¿Qué voy yo a decirle a usted? Que aquí es ande tie usted que estar.
Que está usted en su casa y aquí pue usted hacerse fuerte; que eso de
andar huíos y no dar la cara no es más que declararse y perdernos...

ESTEBAN.

Ya me ties aquí, te digo; ya me has traío, como querías... Y ahora tú
dirás, cuando venga esa mujer y vuelva a acusarme, y les llame a toos
y venga la Justicia y el tío Eusebio con ellos... Tú dirás...

RUBIO.

Si hubiea usted dejao que los del tío Eusebio se las hubiesen
entendío solos con el que está ahí... naa más que herío, ya estaría
too acabao... Pero ahora hablará ese; hablará su padre dél, hablarán
las mujeres... Y esas son las que no tien que hablar. Lo de Faustino
naide puede probárnoslo. Usted iba junto con su padre, a mí nadie pudo
verme; tengo buenas piernas y me habían visto casi a la misma hora a
dos leguas de allí. Yo adelanté el reló en la casa ande estaba, y al
despedirme traje la conversación pa que reparasen bien la hora que era.

ESTEBAN.

Bueno estaría too eso si después no hubieas sío tú el que ha ido
descubriéndose y pregonándolo.

RUBIO.

Tie usted razón, y aquel día debió usted haberme matao; pero es que
aquel día es la primera vez que he tenío miedo. Yo no esperaba que
saliea libre Norberto. Usted no quiso hacer caso e mí cuando yo le
decía a usted: «Hay que apretar con la Justicia, que declare la Acacia
y diga que Norberto le tenía jurao de matar a Faustino...». ¿Va usted a
decirme que no podía usted obligarla a que hubiea declarao..., y como
ella ya hubiéamos tenío otros que hubiean declarao de haberle entendío
decir lo mismo?... Y otra cosa hubiea sío; veríamos si la Justicia le
había soltao así como así. Pues como iba diciendo, que no es que quiea
negar lo malo que hice aquel día, como vi libre a Norberto y pensé que
la Justicia y el tío Eusebio que había de apretar con ella, y toos
habían de echarse a buscar por otra parte, como digo, por primera vez
me entró miedo y quise atolondrarme y bebí, que no tengo costumbre, y
me fui de la lengua, que ya digo, aquel día me hubiea usted matao y
razón tenía usted de sobra... Por más de que el runrún andaba ya por el
pueblo, y eso fue lo que me acobardó, principalmente en oír la copla,
que too el mal está de esa parte, créamelo usted, de que Norberto y su
padre, por lo que había pasao entre usted y Norberto, ya tenían sus
sospechas de que usted andaba tras la Acacia... Y esa es la voz que
hay que callar, sea como sea, que eso es lo que pue perdernos, que el
delito por la causa se saca; por lo demás... que no supiean por qué
había muerto, y a ver de ande iban a saber quién lo había matao.

ESTEBAN.

Eso me digo yo ahora... ¿Por qué ha muerto nadie? ¿Por qué ha matao
nadie?

RUBIO.

Eso usted lo sabrá. Pero cuando se confiaba usted de mí, cuando me
decía usted un día y otro: «Si esa mujer es pa otro hombre, no miraré
naa». Y cuando me decía usted: «Va a casarse, y esta vez no pueo
espantar al que se la lleva; se casa, se la llevan de aquí, y ca vez
que lo pienso...». ¿No se acuerda usted cuántas mañanas, apenas si
había amanecío, venía usted a despertarme: «Anda, Rubio, levántate, que
no he podío pegar los ojos en toa la noche; vámonos al campo; quieo
andar, quieo cansarme...»? Y ca uno con nuestra escopeta, cogíamos y
nos íbamos por ahí aelante, los dos mano a mano, sin hablar palabra,
horas y horas... Allá, cuando caíamos en la cuenta, pa que no dijesen
los que nos vían que salíamos de caza y no cazábamos, tirábamos
unos tiros al aire: pa espantar la caza, que decía yo, pa espantar
pensamientos, que decía usted; y al cabo de andar y andar nos dejábamos
caer, y tumbaos sobre algún ribazo, usted siempre callao, hasta que al
cabo soltaba usted como un bramío, como si se quitara usted un peso muy
grande de encima, y me echaba usted un brazo por el cuello y se soltaba
usted a hablar y a hablar, que usted mismo, si hubiea usted querío
recordarse, no hubiea usted sabío decir lo que había hablao; pero too
ello venía a parar en lo mismo: «Que estoy loco, que no pueo vivir así,
que me muero, que no sé lo que me pasa, que esto es un castigo, que
esto es un infierno...». Y vuelta a barajar las mismas palabras; pero
con tanto barajar, siempre pintaba la misma: la de la muerte... Y pintó
tanto, que un día..., el cómo se acordó, ya usted lo sabe, pa qué voy a
decirlo.

ESTEBAN.

¿No quies callar?

RUBIO.

Cuidao, señor amo, cuidao con ponerme la mano encima. Y no vaya usted
a creerse que antes, cuando veníamos, no le he visto a usted la
intención, que más de cuatro veces se ha quedao usted como rezagao, y
ha querío usted echarse la escopeta a la cara. Pa eso no hay razón,
señor amo, no hay razón. Nosotros tenemos ya siempre que estar muy
uníos... Yo bien sé que usted está ya pesaroso de too y que si pudiea
usted, no quisiea usted verme más en su vida. Si con eso se quedaba
usted en paz, ya me había quitao de elante. Lo que ha de saber usted
es que a mí no me ha llevao interés nenguno; lo que usted me haiga
dao, por su voluntad ha sío. A mí me sobra too; yo no bebo, no fumo,
toos mis gustos no han sío siempre más que andar por esos campos a
mi albedrío, lo único que me ha gustao siempre, eso sí, es tener
yo mando... Yo quisiea que usted y yo fuéramos como dos hermanos
mismamente; yo hice lo que he hecho porque usted hizo confianza de
mí, como pue usted hacerla siempre, sépalo usted. Cuando los dos nos
viéamos perdidos, me perdería yo solo, que ya tengo pensao lo que he de
decir. De usted ni palabra, antes me hacen peazos; por mí, ni la tierra
sabrá nunca naa. Diré que he sío yo solo, yo solo, por... lo que fuea,
que a nadie le importa... Yo no sé lo que podrá salirme: diez años,
quince. Usted tie poder pa que no sean muchos; luego, con empeños,
vienen los indultos; más han hecho otros, y con cuatro o cinco años
han cumplío. Lo que yo quieo es que usted no se olvide de mí, y cuando
vuelva, que yo sea pa usted, ya lo he dicho, como un hermano, que no
hay hombre sin hombre, y uníos los dos podremos lo que queramos. Yo
no quieo naa más que tener mando, eso sí, mucho mando; pero pa usted,
usted me manda siempre... ¡El ama! (_Viendo llegar a Raimunda_).


ESCENA VIII

Dichos y RAIMUNDA. Raimunda sale con una jarra; al ver a Esteban y al
Rubio se detiene asustada. Después de titubear un momento, llena la
jarra en un cántaro.

RUBIO.

Con licencia, señora ama.

RAIMUNDA.

Quita, quítateme de delante. No te me acerques. ¿Qué haces tú aquí? No
quiero verte.

RUBIO.

Pues tiene usted que verme y oírme.

RAIMUNDA.

¡A lo que he llegao en mi casa! A mí, ¿qué ties tú que decirme?

RUBIO.

Usted verá. Más tarde o más temprano nos ha de llamar a toos la
Justicia. En bien de toos, bueno sera que estemos toos acordes. Usted
dirá si por habladurías de unos y otros puede consentirse de echar un
hombre a presidio.

RAIMUNDA.

No iría uno solo. ¿Piensas tú que ibas a escapar?

RUBIO.

No he querío decir lo que usted se piensa. Iría uno solo, pero ese no
sería ningún otro más que yo.

RAIMUNDA.

¿Qué dices?

RUBIO.

Pero tampoco es razón que yo me calle pa que los demás hablen. Usted
verá. A más de que las cosas no han sío como usted se piensa. Todas
esas habladurías que andan por el pueblo han sío cosa de Norberto y
de su padre. Y esa copla tan indecente que a usted le ha soliviantao,
haciéndole creer lo que no ha sío...

RAIMUNDA.

¡Ah, os habéis concertado en too este tiempo! Yo no tengo que creerme
de naa. Ni de coplas ni de habladurías. Me creo de lo que es la verdad,
de lo que yo sé. Tan bien lo sé, que casi no han tenío que decírmelo.
Lo he adivinao yo, lo he visto yo. Pero ni siquiera... Tú no. ¿Cómo vas
a tener tú esa nobleza? Pero él sería más noble que me lo confesara a
mí too. Si bien pue saber que yo no he de ir a delatar a nadie... No
por vosotros, por esta casa que es la de mis padres, por mi hija, por
mí. ¿Pero qué vale que yo no lo diga, si lo dicen toos, si hasta las
piedras lo cantan y lo pregonan por too el contorno?

RUBIO.

Deje usted que pregonen; usted es la que tie que callar.

RAIMUNDA.

Porque tú lo quieres. Pues mira que solo de oírtelo a ti, ya me entran
ganas de gritarlo ande más puedan escucharme.

RUBIO.

No se ponga usted así, que no hay razón pa ello.

RAIMUNDA.

No hay razón, y habéis dao muerte a un hombre. Y ahí tenéis a otro que
han podío matar por causa vuestra.

RUBIO.

Y ha sío lo menos malo que ha podío suceder.

RAIMUNDA.

¡Calla, calla! ¡Asesino, cobarde!

RUBIO.

A usted le dicen, señor amo.

ESTEBAN.

¡Rubio!...

RUBIO.

¡Qué!...

RAIMUNDA.

Así ties que bajar la cabeza delante de este hombre. ¡Qué más castigo!
¡Qué más caena que andar atao con él pa toa la vida! Ya tie amo esta
casa. ¡Gracias a Dios! ¡Pue que mire más por su honra de lo que has
mirao tú!

ESTEBAN.

¡Raimunda!...

RAIMUNDA.

¡Qué!, también digo yo. ¡Pue que conmigo sí te atrevas!

ESTEBAN.

Ties razón, ties razón, que no he sío hombre pa meterme una onza de
plomo en la cabeza y acabar de una vez.

RUBIO.

¡Señor amo!...

ESTEBAN.

¡Quita, quita! ¡Vete de aquí, vete! ¿Cómo quies que te lo pida? ¿De
rodillas quies que te lo pida?

RAIMUNDA.

¡Ah!

RUBIO.

No, señor amo. Conmigo no tie usted que ponerse así. Ya me voy. (_A
Raimunda_). Si no hubiea sío por mí no habría muerto un hombre, pero
quizá que se hubiea perdío su hija. Ahora, ahí le tie usted, acobardao
como una criatura. Ya se ha pasao too; fue una ventolera, un golpe de
sangre. ¡Ya está curao! Y pue que yo haiga sío el médico. ¡Eso tie
usted que agradecerme, pa que usted lo sepa!


ESCENA IX

RAIMUNDA y ESTEBAN.

ESTEBAN.

No llores más, no quieo verte llorar. No valgo yo pa esos llantos. Yo
no hubiea vuelto aquí nunca, me hubiea dejao morir entre esas breñas,
si antes no me cazaban como a un lobo, que yo no había de defenderme.
Pero no quiero tampoco que tú me digas naa. Too lo que puedas decirme
me lo he dicho yo antes. Más veces que tú pueas decírmelo, me he dicho
yo criminal y asesino. Déjame, déjame; ya no soy de esta casa. Déjame,
que aquí aguardo a la Justicia, y no voy yo a buscarla y a entregarme a
ella porque no pueo más, porque no podría tirar de mí pa llevarme. Pero
si no quieres tenerme aquí, me saldré en medio del camino pa dejarme
caer en mitá de una de esas herrenes, como si hubiean tirao una carroña
fuera.

RAIMUNDA.

¡Entregarte a la Justicia, pa arruinar esta casa, pa que la honra de
mi hija anduviea en dichos de unos y otros! Pa ti no tenía que haber
habío más Justicia que yo. En mí solo que hubieas pensao. ¿Crees que
voy a creerme ahora de esos llantos porque no te haya visto nunca
llorar? El día que se te puso ese mal pensamiento tenías que haber
llorao hasta secársete los ojos, pa no haberlos puesto y ande menos
debías. Si lloras tú, ¿qué tenía que hacer yo entonces? Y aquí me ties,
que quien me viera no podría creerse de too lo que a mí me ha pasao, y
no sé yo qué más podía pasarme, y no quieo recordarme de naa, no quieo
pensar otra cosa que en ver de esconder de toos la vergüenza que ha
caío sobre toos nosotros. Estorbar que de esta casa puea decirse que
ha salío un hombre pa ir a un presidio, y que ese hombre sea el que yo
traje pa que fuea como otro padre pa mi hija. A esta casa, que ha sío
la de mis padres y mis hermanos; ande toos ellos han vivío con la honra
del mundo; ande los hombres que han salío de ella pa servir al rey, o
pa casarse, o pa trabajar otras tierras, cuando han vuelto a entrar por
esas puertas han vuelto con tanta honra como habían salío. No llores,
no escondas la cara, que ties que levantarla como yo cuando vengan a
preguntarnos a toos. Que no se vea el humo, aunque se arda la casa.
Límpiate esos ojos. ¡Sangre tenían que haber llorao! Bebe una poca
agua. ¡Veneno había de ser! No bebas tan aprisa, que estás too sudao.
¡Mira cómo vienes, arañao de las zarzas! ¡Cuchillos habían de haber
sío! ¡Trae aquí que te lave, que da miedo verte!

ESTEBAN.

¡Raimunda, mujer! ¡Ten lástima de mí! ¡Si tú supieras! Yo no quiero que
tú me digas naa. Pero yo sí quiero decírtelo too. Confesarme a ti, como
me confesaría a la hora de mi muerte. ¡Si tú supieras lo que yo tengo
pasao entre mí en too este tiempo! ¡Como si hubiea estao porfiando día
y noche con algún otro que hubiea tenío más fuerzas que yo y se hubiea
empeñao en llevarme ande yo no quería ir!

RAIMUNDA.

¿Pero cómo te acudió ese mal pensamiento y en qué hora maldecía?

ESTEBAN.

Si no sabré decirlo. Fue como un mal que le entra a uno de pronto.
Toos pensamos alguna vez algo malo, pero se va el mal pensamiento y
no vuelve uno a pensar más en ello. Siendo yo muy chico, un día que
mi padre me riñó y me pegó malamente, con la rabia que yo tenía, me
recuerdo de haber pensao así en un pronto: «¡Mía si se muriese!». Pero
fue naa más que pensarlo, y en seguía de haberlo pensao entrarme una
angustia muy grande y mucho miedo de que Dios me le llevara. Y ende
aquel día me apliqué más a respetarle. Y cuando murió, años después,
que ya era yo muy hombre, tanto como su muerte tengo llorao por aquel
mal pensamiento, y así me creía yo que sería de este otro. Pero este
no se iba. Más fijo estaba cuanto más quería espantarle. Y tú lo has
visto, que no podrás decir que yo haiga dejao de quererte, que te he
querío más cada día. No podrás decir que yo haiga mirao nunca a ninguna
otra mujer con mala intención. Y a ella no hubiea querido mirarla
nunca. Pero solo de sentirla andar cerca de mí se me ardía la sangre.
Cuando nos sentábamos a comer no quería mirarla, y ande quiea que
volvía los ojos la estaba viendo elante de mí siempre. Y las noches,
cuando más te tenía junto a mí, en medio del silencio de la casa, yo no
sentía más que a ella, la sentía dormir como si estuviea respirando a
mi oído. Y tengo llorao de coraje. Y le tengo pedío a Dios. Y me tengo
dao de golpes. Y me hubiea matao y la hubiea matao a ella. Si yo no
sabré decir cómo ha sío. Las pocas veces que no he podío por menos de
encontrarme a solas con ella, he tenío que escapar como un loco. Y no
sabré decir lo que hubiea sío de no escapar: si la hubiea dao de besos
o la hubiea dao de puñaladas.

RAIMUNDA.

Es que sin tú saberlo has estao como loco, y alguien tenía que morir de
esa locura. Si antes se hubiea casao, si tú no hubieas estorbao que se
casase con Norberto...

ESTEBAN.

Si no era el casarse, era el salir de aquí. Era que yo no podía vivir
sin sentirla junto a mí un día y otro. Que too aquel aborrecimiento
suyo, y aquel no mirarme a la cara, y aquel desprecio de mí que ha
hecho siempre, too eso que tanto había de dolerme, lo necesitaba yo pa
vivir como algo mío. ¡Ya lo sabes too! Y casi pue decirse que ahora
es cuando yo me he dao cuenta. Que hasta ahora que me he confesao a
ti, too me parecía que no había sío. Pero así ha sío, ha sío pa no
perdonármelo nunca, aunque tú quisieas perdonarme.

RAIMUNDA.

No está ya el mal en que yo te perdone o deje de perdonarte. A lo
primero de saberlo, sí, no había castigo que me pareciera bastante pa
ti. Ahora ya no sé. Si yo creyera que eras tan malo pa haber tú querío
hacer tanto mal como has hecho... Pero si has sío siempre tan bueno, si
lo he visto yo, un día y otro, pa mí, pa esa hija misma, cuando viniste
a esta casa y era ella una criatura, pa los criaos, pa toos los que
a ti se llegaban, y tan trabajador y tan de tu casa. Y no se pue ser
bueno tanto tiempo pa ser tan criminal en un día. Too esto ha sío, qué
sé yo, miedo me da pensarlo. Mi madre, en gloria esté, nos lo decía
muchas veces, y nos reíamos con ella, sin querer creernos de lo que nos
decía. Pero ello es que a muchos les tie pronosticao cosas que después
les han sucedío. Que los muertos no se van de con nosotros cuando paece
que se van pa siempre al llevarlos pa enterrar en el campo santo, que
andan día y noche alrededor de los que han querío y de los que han
odiao en vida. Y sin nosotros verlos, hablan con nosotros. ¡Que de ahí
proviene que muchas veces pensamos lo que no hubiéamos creído de haber
pensao nunca!

ESTEBAN.

¿Y tú crees...?

RAIMUNDA.

Que too esto ha sío pa castigarnos, que el padre de mi hija no me ha
perdonao que yo hubiea dao otro padre a su hija. Que hay cosas que no
puen explicarse en este mundo. Que un hombre bueno como tú puea dejar
de serlo. Porque tú has sío muy bueno.

ESTEBAN.

Lo he sío siempre, lo he sío siempre; y de oírtelo decir a ti, ¡qué
consuelo y qué alegría tan grande!

RAIMUNDA.

¡Calla, escucha! Me paece que ha entrao gente de la otra parte de la
casa. A la cuenta será el padre de Norberto y los que vienen con él pa
llevársele. No deben de haber venío los de Justicia, que hubiean entrao
de esta parte. Voy a ver. Tú anda allá dentro, a lavarte y mudarte de
camisa, que no te vean así, que paeces...

ESTEBAN.

No te pares en decirlo. Un malhechor, ¿verdad?

RAIMUNDA.

No, no, Esteban. Pa qué atormentarnos más. Ahora lo que importa es
acallar a toos los que hablan. Después ya pensaremos. Mandaré a la
Acacia unos días con las monjas del Encinar, que la quieren mucho y
siempre están preguntando por ella, y después escribiré a mi cuñada
Eugenia, la de la Adrada, que siempre ha querío mucho a mi hija, y se
la mandaré con ella. Y quién sabe. Allí pue casarse, que hay mozos
de muy buenas familias y bien acomodás, y ella es el mejor partío de
por aquí y pue volver casada, y luego tendrá hijos que nos llamarán
abuelos, y ya iremos pa viejos y entoavía pue haber alegría en esta
casa. Si no fuea...

ESTEBAN.

¿Qué?

RAIMUNDA.

Si no fuea...

ESTEBAN.

Sí. El muerto.

RAIMUNDA.

Ese, que estará ya aquí siempre entre nosotros.

ESTEBAN.

Ties razón. ¡Pa siempre! Too pue borrarse menos eso. (_Sale_).


ESCENA X

RAIMUNDA y la ACACIA.

RAIMUNDA.

¡Acacia! ¿Estabas ahí, hija?

ACACIA.

Ya lo ve usted. Aquí estaba. Ahí está el padre de Norberto con sus
criaos.

RAIMUNDA.

¿Qué dice?

ACACIA.

Paece más conforme. Como le ha visto tan mejorao... Esperan al forense,
que ha de venir a reconocerle. Ha ido al Sotillo a otra diligencia y
luego vendrá.

RAIMUNDA.

Pues vamos allá nosotras.

ACACIA.

Es que antes quisiea yo hablar con usted, madre.

RAIMUNDA.

¿Hablar tú? ¡Ya me ties asustá! ¡Que hablas tan pocas veces! ¿Asunto de
qué?

ACACIA.

De que he entendío lo que tie usted determinao de hacer conmigo.

RAIMUNDA.

¿Andabas a la escucha?

ACACIA.

Nunca he tenío esa costumbre. Pero ponga usted que hoy he andao. Es que
me importaba lo que había usted de tratar con ese hombre. Quie decirse
que en esta casa la que estorba soy yo. Que los que no tenemos culpa
ninguna hemos de pagar por los que tien tanta. Y too pa quedarse usted
tan ricamente con su marío. A él se lo perdona usted too, pero a mí se
me echa de esta casa, naa más que pa quedarse ustedes muy descansaos.

RAIMUNDA.

¿Qué estás diciendo? ¿Quién pue echarte a ti de esta casa? ¿Quién ha
tratao semejante cosa?

ACACIA.

Usted sabrá lo que ha dicho. Que me llevará usted al convento del
Encinar, y pue que quisiea usted encerrarme allí pa toa mi vida.

RAIMUNDA.

No sé cómo pueas decir eso. ¿Pues no has sío tú muchas veces la que
me ties dicho que te gustaría pasar allí algunos días con las monjas?
¿Y no he sío yo la que nunca te ha consentío, por miedo no quisieas
quedarte allí? Y con la tía Eugenia, ¿cuántas veces no me has pedío tú
misma de dejarte allí con ella? Y ahora que se dispone en bien de toos,
en bien de esta casa, que es tuya y naa más que tuya, y a toos importa
poder salir de ella con la frente muy alta..., ¿qué quisieas tú, que yo
delatase al que has debío tú mirar como a un padre?

ACACIA.

¿Si querrá usted decir, como la Juliana, que yo he tenío la culpa de
todo?

RAIMUNDA.

No digo naa. Lo que yo sé es que él no ha podío mirarte como hija
porque tú no lo has sío nunca pa él.

ACACIA.

¿Si habré sío yo la que se habrá ido a poner elante e sus ojos? ¿Si
habré sío yo la que habrá hecho matar a Faustino?

RAIMUNDA.

¡Calla, hija, calla! ¡Si te entienden de allí!

ACACIA.

Pues no se saldrá usted con la suya. Si usted quie salvar a ese hombre
y callar too lo que aquí ha pasao, yo lo diré too a la Justicia y a
toos. Yo no tengo que mirar más que por mi honra. No por la de quien no
la tiene, ni la ha tenío nunca, porque es un criminal.

RAIMUNDA.

¡Calla, hija, calla! ¡Frío me da de oírte! ¡Que tú le odies, cuando yo
casi le he perdonao!

ACACIA.

Sí; le odio, le he odiado siempre, y él también lo sabe. Y si no quiere
verse delatao por mí, ya pue venir y matarme. ¡Sí, eso quisiea yo,
que me matase! ¡Sí, que me mate, pa ver si de una vez dejaba usted de
quererle!

RAIMUNDA.

¡Calla, hija, calla!


ESCENA XI

Dichas y ESTEBAN.

RAIMUNDA.

¡Esteban!...

ESTEBAN.

¡Tie razón, tie razón! ¡No es ella la que tie que salir de esta casa!
Pero yo no quieo que sea ella quien me entregue a la Justicia. Me
entregaré yo mismo. ¡Descuida! Y antes de que puean entrar aquí, les
saldré yo al encuentro. ¡Déjame tú, Raimunda! Te queda tu hija. Ya sé
que tú me hubieas perdonao. ¡Ella no! ¡Ella me ha aborrecío siempre,
Raimunda!

RAIMUNDA.

No, Esteban. ¡Esteban de mi alma!

ESTEBAN.

¡Déjame, déjame, o llamo al padre de Norberto y se lo confieso too aquí
mismo!

RAIMUNDA.

Hija, ya lo ves. Y ha sío por ti. ¡Esteban, Esteban!

ACACIA.

¡No le deje usted salir, madre!

RAIMUNDA.

¡Ah!...

ESTEBAN.

¿Quies ser tú quien me delate? ¿Por qué me has odiao tanto? ¡Si yo te
hubiea oído tan siquiera una vez llamarme padre! ¡Si tú pudieas saber
cómo te he querío yo siempre!

ACACIA.

¡Madre, madre!...

ESTEBAN.

Malquerida habrás sío sin yo quererlo. Pero antes, ¡cómo te había yo
querío!

RAIMUNDA.

¿No le llamarás nunca padre, hija?

ESTEBAN.

No me perdonará nunca.

RAIMUNDA.

Sí, hija, abrázale. Que te oiga llamarle padre. ¡Y hasta los muertos
han de perdonarnos y han de alegrarse con nosotros!

ESTEBAN.

¡Hija!..

ACACIA.

¡Esteban!... ¡Dios mío, Esteban!...

ESTEBAN.

¡Ah!...

RAIMUNDA.

¿Aún no le dices padre? ¡Qué!, ¿ha perdío el sentío? ¡Ah! ¿Boca con
boca y tú abrazao con ella? ¡Quita, aparta, que ahora veo por qué no
querías llamarle padre! ¡Que ahora veo que has sío tú quien ha tenío la
culpa de too, maldecía!

ACACIA.

Sí, sí. ¡Máteme usted! Es verdad, es la verdad. ¡Ha sío el único hombre
a quien he querío!

ESTEBAN.

¡Ah!...

RAIMUNDA.

¿Qué dice, qué dice? ¡Te mato, maldecía!

ESTEBAN.

¡No te acerques!

ACACIA.

¡Defiéndame usted!

ESTEBAN.

¡No te acerques, te digo!

RAIMUNDA.

¡Ah!... ¡Así! ¡Ya estáis descubiertos! ¡Más vale así! ¡Ya no podrá
pesar sobre mí una muerte! ¡Que vengan toos! ¡Aquí! ¡Acudid toa la
gente! ¡Prended al asesino! ¡Y a esa mala mujer, que no es hija mía!

ACACIA.

¡Huya usted, huya usted!

ESTEBAN.

¡Contigo! ¡Junto a ti siempre! ¡Hasta el infierno! ¡Si he de condenarme
por haberte querío! ¡Vamos los dos! ¡Que nos den caza si puen entre
esos riscos! ¡Pa quererte y pa guardarte seré como las fieras, que no
conocen padres ni hermanos!

RAIMUNDA.

¡Aquí, aquí! ¡Ahí está el asesino! ¡Prendedle! ¡El asesino! (_Han
llegado por diferentes puertas el Rubio, Bernabé, la Juliana y gente
del pueblo_).

ESTEBAN.

¡Abrid paso, que no miraré naa!

RAIMUNDA.

¡No saldrás! ¡Al asesino!

ESTEBAN.

¡Abrid paso, digo!

RAIMUNDA.

¡Cuando me haigas matao!

ESTEBAN.

¡Pues así! (_Dispara la escopeta y hiere a Raimunda_).

RAIMUNDA.

¡Ah!...

JULIANA.

¡Jesús! ¡Raimunda! ¡Hija!

RUBIO.

¿Qué ha hecho usted, qué ha hecho usted?

UNO.

¡Matadle!

ESTEBAN.

¡Matadme si queréis; no me defiendo!

BERNABÉ.

¡No; entregarle vivo a la Justicia!

JULIANA.

¡Ese hombre ha sío, ese mal hombre! ¡Raimunda! ¡La ha matao! ¡Raimunda!
¿No me oyes?

RAIMUNDA.

¡Sí, Juliana, sí! ¡No quisiea morir sin confesión! ¡Y me muero! ¡Mía
cuánta sangre! ¡Pero no importa! ¡Ha sío por mi hija! ¡Mi hija!

JULIANA.

¡Acacia! ¿Ande estás?

ACACIA.

¡Madre, madre!

RAIMUNDA.

¡Ah!... ¡Menos mal, que creí que aún fuea por él por quien llorases!

ACACIA.

¡No, madre, no! ¡Usted es mi madre!

JULIANA.

¡Se muere, se muere! ¡Raimunda! ¡Hija!

ACACIA.

¡Madre, madre mía!

RAIMUNDA.

¡Ese hombre ya no podrá naa contra ti! ¡Estás salva! ¡Bendita esta
sangre que salva, como la sangre de Nuestro Señor!


FIN DEL DRAMA





*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LA MALQUERIDA ***


    

Updated editions will replace the previous one—the old editions will
be renamed.

Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright
law means that no one owns a United States copyright in these works,
so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United
States without permission and without paying copyright
royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part
of this license, apply to copying and distributing Project
Gutenberg™ electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG™
concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark,
and may not be used if you charge for an eBook, except by following
the terms of the trademark license, including paying royalties for use
of the Project Gutenberg trademark. If you do not charge anything for
copies of this eBook, complying with the trademark license is very
easy. You may use this eBook for nearly any purpose such as creation
of derivative works, reports, performances and research. Project
Gutenberg eBooks may be modified and printed and given away—you may
do practically ANYTHING in the United States with eBooks not protected
by U.S. copyright law. Redistribution is subject to the trademark
license, especially commercial redistribution.


START: FULL LICENSE

THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE

PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK

To protect the Project Gutenberg™ mission of promoting the free
distribution of electronic works, by using or distributing this work
(or any other work associated in any way with the phrase “Project
Gutenberg”), you agree to comply with all the terms of the Full
Project Gutenberg™ License available with this file or online at
www.gutenberg.org/license.

Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg™
electronic works

1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg™
electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to
and accept all the terms of this license and intellectual property
(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all
the terms of this agreement, you must cease using and return or
destroy all copies of Project Gutenberg™ electronic works in your
possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a
Project Gutenberg™ electronic work and you do not agree to be bound
by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the person
or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph 1.E.8.

1.B. “Project Gutenberg” is a registered trademark. It may only be
used on or associated in any way with an electronic work by people who
agree to be bound by the terms of this agreement. There are a few
things that you can do with most Project Gutenberg™ electronic works
even without complying with the full terms of this agreement. See
paragraph 1.C below. There are a lot of things you can do with Project
Gutenberg™ electronic works if you follow the terms of this
agreement and help preserve free future access to Project Gutenberg™
electronic works. See paragraph 1.E below.

1.C. The Project Gutenberg Literary Archive Foundation (“the
Foundation” or PGLAF), owns a compilation copyright in the collection
of Project Gutenberg™ electronic works. Nearly all the individual
works in the collection are in the public domain in the United
States. If an individual work is unprotected by copyright law in the
United States and you are located in the United States, we do not
claim a right to prevent you from copying, distributing, performing,
displaying or creating derivative works based on the work as long as
all references to Project Gutenberg are removed. Of course, we hope
that you will support the Project Gutenberg™ mission of promoting
free access to electronic works by freely sharing Project Gutenberg™
works in compliance with the terms of this agreement for keeping the
Project Gutenberg™ name associated with the work. You can easily
comply with the terms of this agreement by keeping this work in the
same format with its attached full Project Gutenberg™ License when
you share it without charge with others.

1.D. The copyright laws of the place where you are located also govern
what you can do with this work. Copyright laws in most countries are
in a constant state of change. If you are outside the United States,
check the laws of your country in addition to the terms of this
agreement before downloading, copying, displaying, performing,
distributing or creating derivative works based on this work or any
other Project Gutenberg™ work. The Foundation makes no
representations concerning the copyright status of any work in any
country other than the United States.

1.E. Unless you have removed all references to Project Gutenberg:

1.E.1. The following sentence, with active links to, or other
immediate access to, the full Project Gutenberg™ License must appear
prominently whenever any copy of a Project Gutenberg™ work (any work
on which the phrase “Project Gutenberg” appears, or with which the
phrase “Project Gutenberg” is associated) is accessed, displayed,
performed, viewed, copied or distributed:

    This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most
    other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
    whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms
    of the Project Gutenberg License included with this eBook or online
    at www.gutenberg.org. If you
    are not located in the United States, you will have to check the laws
    of the country where you are located before using this eBook.
  
1.E.2. If an individual Project Gutenberg™ electronic work is
derived from texts not protected by U.S. copyright law (does not
contain a notice indicating that it is posted with permission of the
copyright holder), the work can be copied and distributed to anyone in
the United States without paying any fees or charges. If you are
redistributing or providing access to a work with the phrase “Project
Gutenberg” associated with or appearing on the work, you must comply
either with the requirements of paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 or
obtain permission for the use of the work and the Project Gutenberg™
trademark as set forth in paragraphs 1.E.8 or 1.E.9.

1.E.3. If an individual Project Gutenberg™ electronic work is posted
with the permission of the copyright holder, your use and distribution
must comply with both paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 and any
additional terms imposed by the copyright holder. Additional terms
will be linked to the Project Gutenberg™ License for all works
posted with the permission of the copyright holder found at the
beginning of this work.

1.E.4. Do not unlink or detach or remove the full Project Gutenberg™
License terms from this work, or any files containing a part of this
work or any other work associated with Project Gutenberg™.

1.E.5. Do not copy, display, perform, distribute or redistribute this
electronic work, or any part of this electronic work, without
prominently displaying the sentence set forth in paragraph 1.E.1 with
active links or immediate access to the full terms of the Project
Gutenberg™ License.

1.E.6. You may convert to and distribute this work in any binary,
compressed, marked up, nonproprietary or proprietary form, including
any word processing or hypertext form. However, if you provide access
to or distribute copies of a Project Gutenberg™ work in a format
other than “Plain Vanilla ASCII” or other format used in the official
version posted on the official Project Gutenberg™ website
(www.gutenberg.org), you must, at no additional cost, fee or expense
to the user, provide a copy, a means of exporting a copy, or a means
of obtaining a copy upon request, of the work in its original “Plain
Vanilla ASCII” or other form. Any alternate format must include the
full Project Gutenberg™ License as specified in paragraph 1.E.1.

1.E.7. Do not charge a fee for access to, viewing, displaying,
performing, copying or distributing any Project Gutenberg™ works
unless you comply with paragraph 1.E.8 or 1.E.9.

1.E.8. You may charge a reasonable fee for copies of or providing
access to or distributing Project Gutenberg™ electronic works
provided that:

    • You pay a royalty fee of 20% of the gross profits you derive from
        the use of Project Gutenberg™ works calculated using the method
        you already use to calculate your applicable taxes. The fee is owed
        to the owner of the Project Gutenberg™ trademark, but he has
        agreed to donate royalties under this paragraph to the Project
        Gutenberg Literary Archive Foundation. Royalty payments must be paid
        within 60 days following each date on which you prepare (or are
        legally required to prepare) your periodic tax returns. Royalty
        payments should be clearly marked as such and sent to the Project
        Gutenberg Literary Archive Foundation at the address specified in
        Section 4, “Information about donations to the Project Gutenberg
        Literary Archive Foundation.”
    
    • You provide a full refund of any money paid by a user who notifies
        you in writing (or by e-mail) within 30 days of receipt that s/he
        does not agree to the terms of the full Project Gutenberg™
        License. You must require such a user to return or destroy all
        copies of the works possessed in a physical medium and discontinue
        all use of and all access to other copies of Project Gutenberg™
        works.
    
    • You provide, in accordance with paragraph 1.F.3, a full refund of
        any money paid for a work or a replacement copy, if a defect in the
        electronic work is discovered and reported to you within 90 days of
        receipt of the work.
    
    • You comply with all other terms of this agreement for free
        distribution of Project Gutenberg™ works.
    

1.E.9. If you wish to charge a fee or distribute a Project
Gutenberg™ electronic work or group of works on different terms than
are set forth in this agreement, you must obtain permission in writing
from the Project Gutenberg Literary Archive Foundation, the manager of
the Project Gutenberg™ trademark. Contact the Foundation as set
forth in Section 3 below.

1.F.

1.F.1. Project Gutenberg volunteers and employees expend considerable
effort to identify, do copyright research on, transcribe and proofread
works not protected by U.S. copyright law in creating the Project
Gutenberg™ collection. Despite these efforts, Project Gutenberg™
electronic works, and the medium on which they may be stored, may
contain “Defects,” such as, but not limited to, incomplete, inaccurate
or corrupt data, transcription errors, a copyright or other
intellectual property infringement, a defective or damaged disk or
other medium, a computer virus, or computer codes that damage or
cannot be read by your equipment.

1.F.2. LIMITED WARRANTY, DISCLAIMER OF DAMAGES - Except for the “Right
of Replacement or Refund” described in paragraph 1.F.3, the Project
Gutenberg Literary Archive Foundation, the owner of the Project
Gutenberg™ trademark, and any other party distributing a Project
Gutenberg™ electronic work under this agreement, disclaim all
liability to you for damages, costs and expenses, including legal
fees. YOU AGREE THAT YOU HAVE NO REMEDIES FOR NEGLIGENCE, STRICT
LIABILITY, BREACH OF WARRANTY OR BREACH OF CONTRACT EXCEPT THOSE
PROVIDED IN PARAGRAPH 1.F.3. YOU AGREE THAT THE FOUNDATION, THE
TRADEMARK OWNER, AND ANY DISTRIBUTOR UNDER THIS AGREEMENT WILL NOT BE
LIABLE TO YOU FOR ACTUAL, DIRECT, INDIRECT, CONSEQUENTIAL, PUNITIVE OR
INCIDENTAL DAMAGES EVEN IF YOU GIVE NOTICE OF THE POSSIBILITY OF SUCH
DAMAGE.

1.F.3. LIMITED RIGHT OF REPLACEMENT OR REFUND - If you discover a
defect in this electronic work within 90 days of receiving it, you can
receive a refund of the money (if any) you paid for it by sending a
written explanation to the person you received the work from. If you
received the work on a physical medium, you must return the medium
with your written explanation. The person or entity that provided you
with the defective work may elect to provide a replacement copy in
lieu of a refund. If you received the work electronically, the person
or entity providing it to you may choose to give you a second
opportunity to receive the work electronically in lieu of a refund. If
the second copy is also defective, you may demand a refund in writing
without further opportunities to fix the problem.

1.F.4. Except for the limited right of replacement or refund set forth
in paragraph 1.F.3, this work is provided to you ‘AS-IS’, WITH NO
OTHER WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT
LIMITED TO WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE.

1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied
warranties or the exclusion or limitation of certain types of
damages. If any disclaimer or limitation set forth in this agreement
violates the law of the state applicable to this agreement, the
agreement shall be interpreted to make the maximum disclaimer or
limitation permitted by the applicable state law. The invalidity or
unenforceability of any provision of this agreement shall not void the
remaining provisions.

1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the
trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone
providing copies of Project Gutenberg™ electronic works in
accordance with this agreement, and any volunteers associated with the
production, promotion and distribution of Project Gutenberg™
electronic works, harmless from all liability, costs and expenses,
including legal fees, that arise directly or indirectly from any of
the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this
or any Project Gutenberg™ work, (b) alteration, modification, or
additions or deletions to any Project Gutenberg™ work, and (c) any
Defect you cause.

Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg™

Project Gutenberg™ is synonymous with the free distribution of
electronic works in formats readable by the widest variety of
computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It
exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations
from people in all walks of life.

Volunteers and financial support to provide volunteers with the
assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg™’s
goals and ensuring that the Project Gutenberg™ collection will
remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
and permanent future for Project Gutenberg™ and future
generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary
Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org.

Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation

The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit
501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
Revenue Service. The Foundation’s EIN or federal tax identification
number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
U.S. federal laws and your state’s laws.

The Foundation’s business office is located at 809 North 1500 West,
Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up
to date contact information can be found at the Foundation’s website
and official page at www.gutenberg.org/contact

Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg
Literary Archive Foundation

Project Gutenberg™ depends upon and cannot survive without widespread
public support and donations to carry out its mission of
increasing the number of public domain and licensed works that can be
freely distributed in machine-readable form accessible by the widest
array of equipment including outdated equipment. Many small donations
($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
status with the IRS.

The Foundation is committed to complying with the laws regulating
charities and charitable donations in all 50 states of the United
States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
with these requirements. We do not solicit donations in locations
where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state
visit www.gutenberg.org/donate.

While we cannot and do not solicit contributions from states where we
have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
against accepting unsolicited donations from donors in such states who
approach us with offers to donate.

International donations are gratefully accepted, but we cannot make
any statements concerning tax treatment of donations received from
outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.

Please check the Project Gutenberg web pages for current donation
methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
ways including checks, online payments and credit card donations. To
donate, please visit: www.gutenberg.org/donate.

Section 5. General Information About Project Gutenberg™ electronic works

Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
Gutenberg™ concept of a library of electronic works that could be
freely shared with anyone. For forty years, he produced and
distributed Project Gutenberg™ eBooks with only a loose network of
volunteer support.

Project Gutenberg™ eBooks are often created from several printed
editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper
edition.

Most people start at our website which has the main PG search
facility: www.gutenberg.org.

This website includes information about Project Gutenberg™,
including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.