Obras dramáticas de Eurípides (2 de 3)

By Euripides

The Project Gutenberg eBook of Obras dramáticas de Eurípides (2 de 3)
    
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Title: Obras dramáticas de Eurípides (2 de 3)
        Las Troyanas, Heracles furioso, Electra, Ifigenia en Áulide, Ifigenia en Táuride, Helena

Author: Euripides

Translator: Eduardo de Mier

Release date: November 8, 2024 [eBook #74704]

Language: Spanish

Original publication: Madrid: Librería de los sucesores de Hernando

Credits: Ramón Pajares Box. (This file was produced from images generously made available by Biblioteca Digital Floridablanca / Fondo antiguo de la Universidad de Murcia.)


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NOTA DE TRANSCRIPCIÓN

  * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han
    convertido a MAYÚSCULAS.

  * Los errores de imprenta han sido corregidos.

  * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con
    las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española.

  * También se han modernizado los nombres propios de personas
    y lugares, y los gentilicios.

  * Los nombres de los dioses y héroes no aparecen con la denominación
    latina, utilizada por el traductor, sino con la griega, como hizo el
    autor. Es decir, Venus y Hércules aparecen como Afrodita y Heracles.

  * Las notas a pie de página han sido renumeradas y colocadas al final
    del libro.

  * Las páginas en blanco han sido eliminadas.




OBRAS DRAMÁTICAS DE EURÍPIDES




  BIBLIOTECA CLÁSICA
  TOMO CCXXII

  OBRAS DRAMÁTICAS
  DE
  EURÍPIDES

  VERTIDAS DIRECTAMENTE DEL GRIEGO AL CASTELLANO
  POR
  EDUARDO MIER Y BARBERY
  Traductor del alemán de las obras dramáticas de Schiller
  de la «Biblioteca Clásica».


  Grajis ingenium, Grajis dedit ore
  rotundo Musa loqui.

  HORAC., _Epist. ad Pis._


  TOMO II


  MADRID
  LIBRERÍA DE LOS SUCESORES DE HERNANDO
  Calle del Arenal, núm. 11.
  —
  1909




ES PROPIEDAD


MADRID. — Imprenta de Perlado, Páez y C.ª, Quintana, 33.




LAS TROYANAS


ARGUMENTO

Eurípides intenta representar en esta tragedia uno de los episodios
más terribles que siguieron a la toma de Ilión por los griegos, y con
dicho objeto acumula varios incidentes trágicos, casi todos de su
invención. Supone que los vencedores, que aguardaban vientos favorables
para soltar sus naves, se reparten las esclavas, reservándose los más
famosos capitanes las más distinguidas, ya para su servicio, como
sucede a Hécuba respecto de Odiseo, ya para sus placeres, como acontece
a Casandra y Andrómaca respecto de Agamenón y Neoptólemo. No contentos
con esto, sacrifican a Políxena, hija de Hécuba y de Príamo, a los
manes de Aquiles, y precipitan a Astianacte, nieto de aquellos reyes,
desde las altas torres de Troya, temerosos de dejar con vida a este
tierno retoño del linaje de Príamo, que más adelante podría reedificar
su ciudad, a la que incendian también en presencia de la mísera viuda,
antes reina y ahora esclava.

No hay, pues, en ella acción verdadera, ni causa ni obstáculos que la
aceleren o detengan. Carece, por tanto, de unidad dramática, a no ser
que supongamos que Hécuba es aquí, como en la tragedia que lleva su
nombre, el foco o centro en donde convergen estos sucesos. Como toca en
suerte al astuto y cruel Odiseo, autor principal de sus últimas y más
acerbas desdichas; como Poseidón pronuncia el prólogo, y juntamente con
Atenea se prepara a emplear sus fuerzas en hacer desastrosa la vuelta
de los griegos a su patria; como los coros aluden a los viajes de
Odiseo y a sus trabajos, y como se sabe, por último, que LAS TROYANAS
son la última pieza de una trilogía, cuyas dos primeras representaban
el reconocimiento de Paris por sus padres y el suplicio de Palamedes,
a causa de los infernales artificios del héroe de la _Odisea_, debemos
suponer que el objeto del poeta ha sido probar lo vario e instable
de las cosas humanas, puesto que los favorecidos hoy por la fortuna
pueden ser mañana víctimas de los mayores sufrimientos. Partiendo de
tal hipótesis no es posible desconocer la trágica grandeza de esta
composición. Los cuadros más lúgubres se suceden unos a otros, formando
grupos patéticos inimitables, y los rudos embates de la adversidad
humillan en incesante acometida la vanidad y el orgullo humanos. Desde
este punto de vista no podemos considerar como episodios inútiles el
desvarío de Casandra, ni el diálogo de Helena con Hécuba y Menelao.
Dolor grande para una madre es ver a su hija frenética, y más sabiendo
que su delirio es efecto de infausto y deshonroso himeneo, y dolor el
presenciar la impunidad en que queda su mayor enemiga. Debemos decir,
sin embargo, que, a nuestro parecer, Eurípides se deja llevar demasiado
lejos de su afán de hacer efecto en el auditorio; que amontona con
profusión los incidentes desgarradores, siendo algunos innecesarios,
y que a veces, como ocurre con las lamentaciones de Hécuba ante el
cadáver de Astianacte, después de las bellísimas quejas de su madre
Andrómaca, es frío, inoportuno y algo declamatorio.

Séneca ha imitado esta tragedia en la suya titulada _Troades_,
condensando en ella la acción de la _Hécuba_, de Eurípides, y de LAS
TROYANAS. Incurre en sus faltas ordinarias, acompañadas como siempre
de brillantes rasgos. Su estilo afectadamente sentencioso, sus
disputas filosóficas, su mal gusto, su hinchazón y ampulosidad, y su
poco conocimiento de la escena la deslucen y afean, sobre todo cuando
sus imitaciones se leen después de los originales. La francesa de
Châteaubrun es mejor, aunque con ese sabor transpirenaico al cual nunca
podremos acostumbrarnos.

Representose LAS TROYANAS en la olimpiada 91, 1 (416 antes de J.-C.),
ateniéndonos a las siguientes palabras de Eliano. _Var. Hist._, II, 8:

κατὰ τὴν πρώτην καὶ ἐνενηκοστὴν Ὀλυμπιάδα..., ἀντηγωνίσαντο ἀλλήλοις
Ξενοκλῆς, ὅστις ποτὲ οὗτός ἐστιν, Οἰδίποδι καὶ Λυκάονι καὶ Βάκχαις καὶ
Ἀθάμαντι σατυρικῷ. Τούτου δεύτερος Εὐριπίδης ἦν Ἀλεξάνδρῳ καὶ Παλαμήδῃ
καὶ Τρῳασὶ καὶ Σισύφῳ σατυρικῷ.

Resulta, pues, de ellas que concurrieron a este certamen Xenocles,
con la trilogía compuesta de _Edipo, Licaón_ y _Las Bacantes_, y el
drama satírico titulado _Atamante_, y Eurípides con la trilogía de
_Alejandro, Palamedes_ y LAS TROYANAS, y el drama satírico denominado
_Sísifo_. El escoliasta de Aristófanes, en _Las Avispas_, al verso
1326, confirma el testimonio de Eliano, diciendo: ὑστερεῖ ἡ τῶν Τρῳάδων
κάθεσις ἔτεσιν ἑπτα. «_Las Avispas_ se representaron siete años después
que LAS TROYANAS»; y como se sabe que esta comedia de Aristófanes se
representó en la olimpiada 89, 2, concuerda el testimonio el escoliasta
con el de Eliano.


PERSONAJES

  POSEIDÓN, _dios del mar._
  ATENEA, _diosa de la guerra y de la sabiduría._
  HÉCUBA, _exreina de Troya._
  CORO DE CAUTIVAS TROYANAS.
  TALTIBIO, _heraldo de los griegos._
  CASANDRA, _profetisa, hija de Hécuba._
  ANDRÓMACA, _viuda de Héctor._
  MENELAO, _rey de Micenas._
  HELENA, _esposa de Menelao y de Paris._


La acción es delante de Troya.




  Se ve en el teatro una vasta tienda de las que forman el campamento
  griego, y en el fondo la ciudad de Ilión y su alcázar. Cerca de la
  tienda yace Hécuba, y dentro las cautivas troyanas.


POSEIDÓN

Yo, Poseidón, vengo del salado abismo del mar Egeo,[1] en donde las
nereidas[2] danzan en coros con sus pies bellos. Desde que Febo y
yo edificamos las altas torres de piedra de este campo troyano,[3]
he favorecido siempre a la ciudad de los frigios, que ahora humea,
destruida por el ejército argivo. Porque Epeo, el focidio del
Parnaso,[4] fabricando por arte de Palas un caballo preñado de armas,
introdujo en las torres esta carga funesta, que en adelante será
llamada por los hombres el corcel bélico,[5] por contener en su
vientre ocultas lanzas. Desiertos los bosques sagrados, los templos de
los dioses destilan sangre, y Príamo moribundo cayó al pie del altar
de Zeus Herceo.[6] Mucho oro y muchos despojos frigios han llevado los
griegos a sus naves; ahora esperan que sople un viento favorable que,
hinchando sus velas, les proporcione el placer de abrazar a sus esposas
e hijos, ya que al cabo de diez años se han apoderado de esta ciudad. Y
yo, vencido por Hera, diosa argiva, y por Atenea, que juntas derribaron
a los frigios,[7] abandono la ínclita Ilión y mis altares, que si reina
en ella triste soledad, sufre detrimento el culto de los dioses y no
suelen ser adorados como antes. Muchos alaridos de esclavas resuenan
en las orillas del Escamandro,[8] mientras sus dueños las sortean, y
unas tocan al pueblo arcadio, otras al tesalio, y otras a los hijos de
Teseo, generales de los atenienses.[9] Todas las troyanas no sujetas
a la suerte y reservadas a los principales del ejército están aquí, y
Helena con ellas, la lacedemonia hija de Tindáreo, cautiva también,
según las leyes de la guerra. Quienquiera puede contemplar a la
mísera Hécuba, que yace en tierra delante de las tiendas, derramando
abundantes lágrimas por la pérdida de tantas prendas amadas. Su hija
Políxena ha sido sacrificada, sin saberlo ella, sobre el túmulo de
Aquiles, y también perecieron Príamo y sus hijos, mientras que el
rey Apolo inspiraba el delirio en la virgen Casandra,[10] impía y
rebelde a las órdenes del dios, convertida hoy a la fuerza en esposa
adulterina de Agamenón. Adiós, pues, ciudad feliz en otro tiempo y
brillantes torres; si no te hubiese arruinado Palas, la hija de Zeus,
aún subsistirías sobre tus cimientos.

ATENEA

¿Puedo hablar a un pariente de mi padre, gran dios, y entre los dioses
venerado, depuesta nuestra antigua enemistad?

POSEIDÓN

Habla, que si los parientes se conciertan, ¡oh reina Atenea!, pueden
conciliar los ánimos discordes.

ATENEA

Alabo tu afable respuesta; vengo a hablarte de un asunto, ¡oh rey!, que
a ambos interesa.

POSEIDÓN

¿Acaso a anunciarme nuevos mandatos de algún dios? ¿Quizá del mismo
Zeus o de algún otro?

ATENEA

No; tráeme a tu presencia Troya, y recurro a tu poder para que me
ayudes.

POSEIDÓN

¿Acaso no la odias ya, y te has compadecido de ella al verla devorada
por las llamas?

ATENEA

Contesta a mi primera pregunta: ¿me comunicarás tus proyectos, y
querrás asociarte a los míos?

POSEIDÓN

Sí; pero deseo conocer tu voluntad, y si has venido por favorecer a los
griegos o a los troyanos.

ATENEA

Anhelo ahora llenar de júbilo a los troyanos, mis anteriores enemigos,
y que sea infortunada la vuelta del ejército aqueo.

POSEIDÓN

¿Cómo cambias así de parecer, y odias y amas con pasión, dejándote
llevar del viento de la fortuna?

ATENEA

¿No tienes noticia del insulto que han hecho a mi divinidad y a mi
templo?

POSEIDÓN

Sí, cuando Áyax arrastraba por fuerza a Casandra.[11]

ATENEA

Y, sin embargo, nada sufrió, ni aun oyó nada de los griegos.

POSEIDÓN

Y con tu auxilio arrasaron a Ilión.

ATENEA

Por eso quiero afligirlos.

POSEIDÓN

Dispuesto estoy a complacerte, Pero ¿cuál es tu propósito?

ATENEA

Deseo que sea infortunada su vuelta.

POSEIDÓN

¿Que sufran desdichas mientras permanecen en tierra, o cuando entren en
el salado mar?

ATENEA

Cuando naveguen hacia su patria desde Ilión, Zeus les enviará lluvias
y fuerte granizo; el aire acumulará negras nubes, y hasta ha prometido
darme su fulmíneo fuego para desbandarlos e incendiar sus naves. Haz
tú lo que puedas; que graves borrascas retiemblen en el Egeo, y que
revuelvan sus ondas saladas, y se llene de cadáveres el estrecho puerto
de la Eubea.[12] Así respetarán los aqueos mis templos y venerarán a
los demás dioses.

POSEIDÓN

No hablemos ya más, que no es necesario. Haré lo que anhelas, y
removeré el mar Egeo; las riberas de Miconos,[13] las rocas de Delos,
Esciros, Lemnos y el promontorio Cafereo se llenarán de cadáveres. Pero
vete al Olimpo, recibe de manos de tu padre los fulmíneos dardos y deja
que la armada aquea desate sus cables. Necio es cualquier mortal que
conquista una ciudad y abandona sus templos y sepulcros, sagrado asilo
de los muertos. Inevitable es su ruina.

HÉCUBA (_que se incorpora_).

Alza del suelo tu cabeza, ¡oh desventurada!; levanta tu cuello; ya no
existe Troya, y nosotros no reinamos en ella. Sufre este nuevo golpe de
la fortuna; navega siguiendo su corriente, navega por donde te lleve
la suerte, y no vuelvas contra sus olas la proa de la vida, que te
arrastra deidad caprichosa.

¡Ay, ay de mí! ¡Ay, ay de mí! ¿Cómo no he de llorar, sin patria, sin
hijos y sin esposo? ¡Oh fastuosa pompa de mis mayores! ¡Cómo has venido
a tierra! ¡Nada eras!

¡Tantas deberían ser mis quejas, tantos mis lamentos, que no sé por
dónde empezar! ¡Desdichada de mí! ¡Tristemente reclino mis miembros,
presa de insoportables dolores, yaciendo en duro lecho!

¡Ay de mi cabeza! ¡Ay de mis sienes y de mi pecho! ¡Cuánta es mi
inquietud! ¡Cuánto mi deseo de revolverme en todos sentidos para dar
descanso a mi cuerpo y abandonarme a perpetuos y lúgubres sollozos!
¡También los desdichados entonan su canto y dan al viento tristes ayes!

_Estrofa 1.ª_ — ¡Proas ligeras de las naves, que arribasteis con
vuestros remos a la sagrada Ilión, atravesando el mar purpúreo y los
abrigados puertos de la Grecia al son de las flautas y de odiosos
cantos, y os sujetaron, ¡ay de mí!, en la ensenada de Troya con cables
torcidos por arte egipcio para rescatar la aborrecida esposa de
Menelao, deshonra de Cástor[14] y afrenta del Eurotas,[15] por cuya
causa fue degollado Príamo, padre de cincuenta hijos, y cayó sobre mí,
sobre la desdichada Hécuba, esta calamidad!

_Antístrofa 1.ª_ — ¡Ay de mí! ¡Funesto destino, que me obligas a
habitar ahora en las tiendas de Agamenón! ¡Llévanme, vieja esclava,
de mi palacio, y lúgubre rasura me ha despojado de mis cabellos![16]
Míseras compañeras de los guerreros troyanos, míseras vírgenes y
desventuradas esposas, ¡lamentémonos, que humea Ilión! Como madre
alada levanta el grito por sus hijuelos cubiertos ya de pluma, así yo
comenzaré mi canto, no como en otro tiempo, apoyada en el cetro de
Príamo cuando celebraba a los dioses, resonando como pocos al compás
frigio mis pies ligeros.

PRIMER SEMICORO (_que sale de la tienda_).

_Estrofa 2.ª_ — Hécuba, ¿a qué esos clamores?, ¿a qué esos gritos?,
¿qué pretendes? Oí en las tiendas tus lamentos, y el miedo se apoderó
de las troyanas, que lloran en ellas su esclavitud.

HÉCUBA

¡Oh hijas!, ya se mueven los remos de las naves argivas.

PRIMER SEMICORO

¡Ay de mí, desventurada! ¿Qué quieren? ¿Me llevarán, ¡ay mísera!, a las
naves, arrancándome de mi patria?

HÉCUBA

No lo sé; pero mucho me lo temo.

PRIMER SEMICORO

¡Ay, ay! ¡Infelices troyanas! Venid y sabréis los trabajos que os
aguardan; salid de las tiendas; los argivos se preparan a navegar.

HÉCUBA

¡Ay, ay de mí! No llaméis ahora a mi lado a Casandra, bacante furiosa,
que la afrentarán los griegos y doblará mi dolor. ¡Ay de ti, mísera
Troya! ¡Pereciste con los desdichados que te abandonan, vivos y muertos!

SEGUNDO SEMICORO (_que sale de la tienda_).

_Antístrofa 2.ª_ — ¡Ay de mí! Temblando dejé la tienda de Agamenón
para oír de tus labios, ¡oh reina!, si los argivos me han condenado a
muerte o si los marineros se aprestan a agitar en las popas los remos.

HÉCUBA

¡Oh hija, respira y reanímate! El terror embarga tus miembros.

SEGUNDO SEMICORO

¿Ha venido algún heraldo de los griegos? ¿Quién será el dueño de esta
mísera esclava?

HÉCUBA

Pronto lo decidirá la suerte.

SEGUNDO SEMICORO

¡Ay, ay de mí! ¿Cuál de los argivos o de los ftiotas[17] me llevará
lejos de Troya a alguna isla?

HÉCUBA

¡Ay, ay de mí! ¿A quién serviré yo, infeliz anciana, en qué país,
en qué país, abeja ociosa, mísera imagen de la muerte, trasunto de
impalpables manes? ¿Guardaré quizá algún vestíbulo, o cuidaré de los
niños[18] que me confíen, después de disfrutar en Troya de regios
honores?

EL CORO (_júntanse los dos semicoros_).

_Estrofa 3.ª_ — ¡Ay, ay de mí! ¿Qué lamentaciones bastarán para
deplorar tu indigna suerte? No tejeré con la lanzadera telas ideas
de varios colores. Por última vez saludo los cuerpos de mis hijos,
por última vez; más graves serán mis trabajos,[19] ya en el lecho de
los griegos (¡maldita noche!, ¡funesto destino!), o miserable sierva,
trayendo agua de las puras ondas de Pirene.[20] ¡Ojalá que vayamos
a la región preclara y afortunada de Teseo! Al menos que yo no vea
al revuelto Eurotas, mansión odiosa de Helena, en donde serviría a
Menelao, el destructor de Troya.

_Antístrofa 3.ª_ — Sagrada es la tierra que baña el Peneo,[21] asiento
bellísimo del Olimpo, abundante en riquezas, según dice la fama, y en
sabrosos frutos. ¡Que vaya yo a ella, ya que no sea a la región sagrada
y divina de Teseo! Alabáronme las coronas que premian la virtud de los
habitantes de la Etnea,[22] amada de Hefesto, enfrente de la Fenicia, y
madre de los montes Sículos. Los navegantes celebran también la tierra
vecina al mar Jónico, regada por el Cratis,[23] de apuesta y blonda
cabellera, que con sus sagradas fuentes le da vida, derramando la dicha
en sus márgenes populosas. Pero he aquí un heraldo del ejército griego,
que sin duda llega con ligeros pasos a comunicarnos nuevas órdenes.
¿Qué trae? ¿Qué dice? Ya somos esclavas de la Dóride.[24]

TALTIBIO

Te acordarás, ¡oh Hécuba!, de haberme visto en Troya en distintas
ocasiones de heraldo del ejército aqueo; yo, Taltibio, a quien tú
conoces, ¡oh mujer!, vengo a anunciarte una ley sancionada por todos
los griegos.

HÉCUBA

Esto, esto, ¡oh amigas!, es lo que temía hace tiempo.

TALTIBIO

Ya habéis sido sorteadas, si tal es la causa de vuestros temores.

HÉCUBA

¡Ay, ay de mí! ¿A qué ciudad de la Tesalia, de la Ftía o de la Beocia,
a qué ciudad iré, di?

TALTIBIO

Cada cual ha tocado a distinto dueño; una sola suerte no ha decidido a
la vez de todas.

HÉCUBA

¿Y a quién servirá cada una? ¿Cuál de las hijas de Ilión ha sido
afortunada?

TALTIBIO

Lo sé; pero pregúntamelo poco a poco, no todo a un tiempo.

HÉCUBA

¿Quién será el dueño de mi hija? Di, ¿quién será el dueño de la mísera
Casandra?

TALTIBIO

La eligió para sí el rey Agamenón.

HÉCUBA

Para ser esclava de su lacedemonia esposa.[25] ¡Ay de mí, ay de mí!

TALTIBIO

No; ocultamente le acompañará en su lecho.

HÉCUBA

¿La virgen de Febo, a quien el dios de cabellos de oro concedió el don
de vivir sin esposo?[26]

TALTIBIO

Hiriole el Amor, y se apasionó de esa fatídica doncella.

HÉCUBA

Deja las sagradas llaves, hija, y las guirnaldas, también sagradas, que
te adornan.

TALTIBIO

¿No es acaso honor insigne compartir el lecho del rey?

HÉCUBA

¿Y dónde está mi hija, la que me arrancasteis ha poco de los brazos?

TALTIBIO

¿Me preguntas por Políxena, o por alguna otra?

HÉCUBA

¿De quién será esclava?

TALTIBIO

La han destinado al servicio del túmulo de Aquiles.[27]

HÉCUBA

¡Ay de mí! ¡La que di a luz destinada a servir a un sepulcro! Pero ¿qué
significa esa ley de los griegos? ¿Qué esa costumbre, ¡oh amigo!?

TALTIBIO

Alégrate de la dicha de tu hija; su suerte es buena.

HÉCUBA

¿Qué has dicho? ¿Ve el sol mi hija?

TALTIBIO

Esclava es del destino, que la libra de males.

HÉCUBA

¿A quién tocó la mísera Andrómaca,[28] esposa de Héctor, el de la
broncínea loriga?

TALTIBIO

El hijo de Aquiles la eligió también para sí.

HÉCUBA

Y yo, ¿cúya esclava soy, cuando para sostener mi blanca cabeza necesito
de un báculo que me ayude a andar?

TALTIBIO

Odiseo, rey de Ítaca, es tu dueño, y tú serás su esclava.

HÉCUBA

¡Ay, ay de mí! Golpea tu cabeza rasurada, desgarra con las uñas tus
mejillas. ¡Ay, ay de mí! La suerte me obliga a servir a un hombre
abominable y pérfido, enemigo de la justicia, que desprecia las leyes,
y todo lo trastrueca y resuelve con su engañosa lengua haciéndonos
odiar lo que más amábamos. ¡Lloradme, oh troyanas! ¡Yo he muerto,
desventurada de mí! ¡Yo he muerto! ¡No puede ser más funesto mi destino!

EL CORO

Ya sabes, ¡oh mujer venerable!, lo que te aguarda; pero ¿cuál de los
aqueos o de los griegos es mi dueño?

TALTIBIO

¡Ea, servidores!; llevaos de aquí cuanto antes a Casandra, para que
yo la entregue a nuestro general, y las demás a sus distintos dueños.
¡Ah! ¿Qué antorcha arde allá dentro? ¿Incendian las troyanas la
tienda, o qué hacen? ¿Quizá por no ir a Argos desde aquí se abrasan
voluntariamente, ansiosas de morir? Trabajo nos cuesta, cuando somos
libres, sufrir tales desdichas. Abre, abre, no sea que su interesada
resolución perjudique a los griegos y me obliguen a responder de ella.

HÉCUBA

No es eso; nada incendian; es mi hija Casandra que, arrebatada por su
delirio, viene hacia aquí corriendo.

CASANDRA[29]

_Estrofa._ — Levántala en alto, vuélvela a un lado, trae la luz;
mirad, mirad; yo venero con antorchas, yo ilumino este templo. ¡Oh
Himeneo, oh rey Himeneo! Feliz esposo y feliz yo, que entre los argivos
celebraré nupcias reales. ¡Oh Himeneo, oh rey Himeneo! Ya que tú, ¡oh
madre!, lloras y suspiras por mi difunto padre, por mi patria amada,
yo, en mis bodas, enciendo esta antorcha en loor tuyo, para que tú
brilles. ¡Oh Himeneo, Himeneo! Derrama tu luz, ¡oh Hécate!, y alumbra
las nupcias de las vírgenes, según costumbre.

_Antístrofa._ — Que tu pie hienda el aire, ¡oh tú que vas al frente
de los coros! ¡Viva, viva, viva, como en los tiempos en que era feliz
mi padre! Sagrado es el carro, guíalo tú, Febo: en tu templo, ceñida
de laurel, yo soy sacerdotisa, Himeneo, ¡oh Himeneo, Himeneo! Danza,
madre, alza tu pie, danza conmigo a uno y otro lado, que mi amor es
grande. Celebrad el himeneo de la esposa con alegres cantares y sonoros
vítores. Andad, vírgenes frigias de bellos mantos; cantad al esposo
destinado fatalmente a acompañarme en el lecho, después que se celebren
nuestras bodas.

EL CORO

¿No sujetarás, ¡oh reina!, a esa doncella delirante, no se precipite en
su veloz carrera en medio del ejército argivo?

HÉCUBA

Tú, Hefesto, llevas sin duda la antorcha en las nupcias de los
mortales; pero funesta es la llama que agitas ahora y contraria a
nuestras pomposas esperanzas. ¡Ay de mí, hija! ¡Cómo había yo de pensar
en cierto tiempo que celebraras estas bodas entre soldados enemigos
y bajo la lanza argiva! Dame la antorcha, que la tuerces, ¡oh hija!,
corriendo delirante a una y otra parte, y todavía no está sano tu
juicio. Guardadla (_da la antorcha a sus servidores para que la guarden
en la tienda_), troyanas, y contestad con lágrimas a sus cánticos
nupciales.

CASANDRA

Orna, madre, mi sien victoriosa, y alégrate de mis regias nupcias, y
guía mis pasos, y si no te obedezco pronto, arrástrame con violencia,
porque si Apolo existe, más funesto que el de Helena será el himeneo
que contrae conmigo Agamenón, ese ínclito rey de los aqueos. Yo lo
mataré y devastaré su palacio, pagándome lo que me debe por haber
dado muerte a mi padre y a mis hermanos. Pero pasemos esto por alto:
no hablaré de la segur, que herirá mi cuello y el de otros, ni de las
luchas parricidas, que brotarán de mis nupcias, ni de la ruina de la
familia de Atreo;[30] solo me detendré en esta ciudad, más feliz que
sus enemigos (que el dios me inspira, y el delirio me dejará libre
algunos instantes), los cuales, por la posesión de una mujer, por
perseguir a Helena, perdieron a muchos. Su mismo general, tan prudente,
sacrifica lo que más ama[31] en aras de los que más detesta, trueca
los goces domésticos que le ofrecen sus hijos por una mujer, y los
vende a su hermano, y eso que huyó de grado, no robada por fuerza. Y
murieron muchos después que llegaron a las orillas del Escamandro, no
por defender su país, ni sus elevadas torres; y los que mató Ares no
vieron sus hijos, ni fueron vestidos por última vez por manos de sus
esposas, sino yacen en país extranjero. Iguales desdichas acaecían en
sus hogares: sus mujeres morían viudas, y otras perdían sus hijos,
habiéndolos criado en vano, sin ofrecer sacrificios en su sepulcro.
¡Seguramente merece alabanza tan desastrosa expedición! Más vale callar
ahora todo esto y que mi musa no cante tales infamias. En cambio los
troyanos daban la vida por su patria, que es la más pura gloria, y
al menos los muertos en la guerra eran llevados a sus casas por sus
amigos, y cubríalos después una capa de su tierra natal, y vestíanlos
las manos de sus parientes. Los frigios que no morían en la batalla
vivían con sus esposas e hijos, placer negado a los griegos. En cuanto
al destino de Héctor, tan cruel a tus ojos, has de saber que murió
después de alcanzar por su valor renombre famoso. Y lo debió a la
llegada de los argivos, pues a no venir, su esfuerzo quedaría ignorado;
Paris se casó con la hija de Zeus, y de no ser así, acaso en su país
hubiese contraído algún oscuro himeneo. El hombre prudente debe evitar
la guerra; pero si se llega a ese extremo, es glorioso morir sin
vacilar por su patria, e infame la cobardía. Así, madre, no deplores
la ruina de Troya, ni tampoco mis bodas, que perderán a los que ambas
detestamos.[32]

EL CORO

¡Cuán dulcemente sonríes pensando en tus desdichas domésticas!
Profetizas lo que acaso no suceda.

TALTIBIO

Si Apolo no trastornase tu juicio, no amenazarías impunemente a mis
capitanes con tus fatídicos augurios. Los ilustres, y los que llama
el vulgo sabios, en nada aventajan a los más humildes, si observamos
que aquel gran rey de todos los griegos, el hijo amado de Atreo,
solo se enamora de esta bacante, cuya mano rechazaría yo, a pesar
de mi pobreza. El aire (pues tu razón no está sana) se llevará tus
maldiciones contra los argivos y tus alabanzas a los frigios. Mas
sígueme ahora a las naves, bella esposa de mi general. Tú, Hécuba,
harás lo mismo cuando lo mande el hijo de Laertes; serás esclava de una
mujer casta,[33] según dicen los que han venido a Troya.

CASANDRA

Cruel es, sin duda, el siervo; ¿qué quiere decir heraldos? Aborrecidos
son de todos estos mensajeros de reyes y ciudades. ¿Aseguras tú que
mi madre irá al palacio de Odiseo? ¿Y los oráculos de Apolo, según
los cuales ha de morir aquí? Ya no te insultaré más. ¡Infeliz Odiseo!
Ignora los males que ha de sufrir; tan codiciados como el oro serán
después por él los míos y los de los frigios. Diez años de penalidades
le restan, además de las que aquí ha experimentado, y volverá solo a
su patria; errante atravesará los escollos del angosto estrecho,[34]
en donde habita la cruel Caribdis, y verá al cíclope que mora en los
montes[35] y se alimenta de carne humana, y a la ligur Circe,[36] que
transforma a los hombres en cerdos, y naufragará en el mar salado, y le
aguardan el apetecido loto[37] y los bueyes sagrados del Sol,[38] cuya
carne dará voces amargas para Odiseo. En una palabra: irá en vida al
reino de Hades y, después de escapar de los peligros de la mar, sufrirá
en su palacio innumerables desdichas. Pero ¿a qué referir los trabajos
de Odiseo? Anda, llévame a celebrar mi himeneo en los infiernos. Como
eres malvado, ¡oh general de los griegos!, te sepultarán de noche, no
de día, aunque, a tu juicio, te sonría la más envidiable suerte. Y mi
desnudo cadáver, el de la sacerdotisa de Apolo, será arrojado también
a los valles que riega el agua del torrente, cerca del sepulcro de
mi esposo, para servir de pasto a las fieras. Adiós, coronas del dios
más querido, fatídicas galas; adiós, fiestas que antes me deleitaban.
Lejos de mí, arrancadas con violencia, que, puro todavía mi cuerpo,
las entrego, ¡oh rey profeta!, a los alados vientos para que te las
lleven. ¿En dónde está la nave del general? ¿Adónde he de subir? Ahora
no esperarás con impaciencia viento favorable que hinche tus velas,
porque, al arrebatarme de esta tierra, te acompañará una de las tres
Furias. Adiós, madre mía, no llores; ¡oh cara patria, y vosotros,
hermanos que guarda la tierra, hijos todos de un mismo padre!; pronto
me veréis llegar vencedora a la mansión de los muertos, después de
devastar el palacio de los Atridas, autores de nuestra ruina. (_Vase
con Taltibio_).

EL CORO

Vosotras, las que cuidáis de la mísera anciana Hécuba, ¿no la habéis
visto caer en tierra sin habla? ¿No la sostenéis? ¿Consentiréis que así
padezca esa anciana, ¡oh mujeres negligentes!? Levantadla de nuevo.

HÉCUBA (_postrada en tierra_).

¡Dejadme en tierra, ¡oh doncellas!, que no me placen vuestros cuidados!
En tierra debo yacer, víctima ahora de estos males, y antes y después.
¡Oh dioses!; bien sé que no me favorecéis, pero debemos, no obstante,
invocaros cuando la adversidad se ensaña en alguno de los nuestros.
Agrádame recordar los bienes de que he disfrutado, y así será mayor la
lástima que exciten mis males presentes. Fui reina y me casé en real
palacio, y en él di a luz nobilísimos hijos, no solo por su número,
sino porque fueron los más esclarecidos de los frigios. Ninguna otra
mujer troyana, griega ni bárbara podrá vanagloriarse nunca de haberlos
procreado iguales. Y sucumbieron al empuje de la lanza griega, y yo los
vi muertos y corté estos cabellos que miráis para depositarlos en sus
tumbas; lloré también a su padre Príamo, no porque otros me contasen
su muerte, sino presenciándola con estos ojos, cuando fue asesinado
junto al ara de Zeus Herceo, mientras se apoderaban sus enemigos de
la ciudad. Las vírgenes, destinadas a ser la más preciosa joya de sus
esposos, educadas fueron para deleite de mis enemigos, y las arrancaron
de mis brazos, y no abrigo la más remota esperanza de que vuelvan a
verme, ni yo tampoco a ellas. Y el último, mi mal más grave, es que
yo vaya ahora a la Grecia, esclava y anciana, y que en mi vejez sufra
intolerables trabajos, ya guardando las puertas y las llaves, cuando
soy madre de Héctor, ya amasando el pan y reclinando en el duro suelo
mi arrugado cuerpo, después de haber descansado en regio lecho, y
cubriéndolo de viles andrajos que deshonran y envilecen a los que antes
fueron felices. ¡Oh desventurada de mí! Por solo una mujer, ¡cuántos
males he sufrido y sufro! ¡Oh hija, oh Casandra, bacante que habla con
los dioses! ¡Qué desdicha incomparable acaba al fin con tu castidad!
Y tú, mísera Políxena, ¿en dónde estás? ¡Ninguna de mis hijas ni de
mis hijos, siendo tantos, me socorre en mi aflicción! ¿A qué, pues, me
levantáis? ¿Cuál será mi esperanza? Guiad mis pies, delicados ha poco
en Troya y ahora esclavos, a mi vil lecho, y llevadme a un precipicio
para lanzarme en él y morir allí consumida por las lágrimas. No
creáis nunca que los opulentos son dichosos hasta no llegar su última
hora.[39]

EL CORO

_Estrofa._ — Entona, ¡oh musa!, canto fúnebre y nuevos versos
acompañados de lágrimas, deplorando la suerte de Troya, porque ahora
comenzaré en su alabanza con voz clara triste canción, y lloraré su
ruina y mi funesta suerte, cautiva en la guerra, merced al caballo
de madera que abandonaron los griegos a las puertas con sus dorados
arreos, llenas sus entrañas de armas. Y el pueblo exclamó desde la
roca tróade: «Andad, que libres ya de trabajos podéis traer a Troya
esta imagen sagrada de la virgen, hija de Zeus». ¿Qué doncella no fue?
¿Qué anciano no abandonó su hogar? Animados con alegres cánticos, se
precipitaron ciegos en el abismo que había de perderlos.

_Antístrofa._ — Todos los frigios acorren a las puertas ansiosos
de llevar al templo de Atenea la dolorosa ofrenda labrada por los
argivos en silvestre abeto, instrumento de muerte para la Dardania,[40]
presente grato a la virgen inmortal que desconoce el himeneo; ciñéronlo
con lazos de retorcido lino, como si fuese el negro casco de una
nave, y arrastrándolo se encaminaron a la suntuosa morada de Palas,
funesta enemiga de mi patria. Apenas había terminado esta fiesta nos
envolvieron las tinieblas de la noche, y en toda ella no dejaron de
oírse la flauta líbica y los alegres cánticos de las vírgenes frigias
al compás de sus danzas ruidosas, mientras en las casas daba negro
resplandor a los que dormían la luz de las antorchas.

_Epodo._ — Yo entonces, formando coros, celebraba en mi albergue a
la virgen que habita en los montes, a la hija de Zeus. Voz funesta se
oyó a la sazón en la ciudad, morada de los hijos de Pérgamo,[41] y los
tiernos niños, agarrándose de los vestidos de sus madres, extendían
aterrados sus brazos, y Ares salió de su emboscada por obra de la
virgen Atenea. Alrededor de los altares morían los frigios, y en los
aposentos destinados al sueño, y en el silencio de la noche, nos
arrebataban nuestros esposos, y nos vencía la Grecia, madre de jóvenes
guerreros, y llenaba de perpetuo luto a la patria de los frigios.

¿Ves, Hécuba, a Andrómaca en peregrino carro? Contra su pecho
palpitante estrecha al caro Astianacte, tierno hijo de Héctor.

HÉCUBA

¿Adónde te llevan así, ¡oh mujer desdichada!, confundida con las armas
de bronce de Héctor y con los despojos de los troyanos,[42] ganados
en la guerra, que servirán al hijo de Aquiles para coronar los templos
ftióticos?

ANDRÓMACA

Llévanme mis señores los aqueos.

HÉCUBA

¡Ay de mí!

ANDRÓMACA

¿A qué gimes, cuando yo debo entonar fúnebre canto?

HÉCUBA

¡Ay, ay de mí!

ANDRÓMACA

Por estos dolores...

HÉCUBA

¡Oh Zeus!

ANDRÓMACA

Y por esta calamidad.

HÉCUBA

¡Hijos míos!

ANDRÓMACA

En otro tiempo lo fuimos.

HÉCUBA

Adiós dicha, adiós Troya.

ANDRÓMACA

¡Infeliz!

HÉCUBA

Adiós, nobles hijos.

ANDRÓMACA

¡Ay, ay de mí!

HÉCUBA

¡Ay también de mí! ¡Cuán deplorables son mis...!

ANDRÓMACA

Males.

HÉCUBA

Calamidad funesta.

ANDRÓMACA

De la ciudad...

HÉCUBA

Que humea.

ANDRÓMACA

¡Vuelve a mis brazos, oh esposo!

HÉCUBA

¿Llamas a mi hijo, que está debajo de la tierra, ¡oh desventurada!?

ANDRÓMACA

¡Escudo de tu esposa!

HÉCUBA

Mas tú, azote en otro tiempo de los griegos, tú, que eres mi
primogénito, llévame a los infiernos y descansaré al lado de Príamo.

ANDRÓMACA

¡Tal es nuestro anhelo! ¡Tan sensible su falta! Tantos los dolores
incesantes que sufrimos, asolada nuestra patria, desde que los
dioses nos fueron adversos, y se libró tu hijo de la muerte,[43] el
que arruinó los alcázares de Troya con su odioso himeneo. Cadáveres
ensangrentados yacen junto al templo de Palas para servir de pasto a
los buitres, y Troya sufre el yugo de la esclavitud.

HÉCUBA

¡Oh patria, oh desdichada! Te deploro al dejarte (ya ves mi triste
fin), al abandonar mi palacio en donde nacieron mis hijos. ¡Oh prendas
amadas!, vuestra madre, sin hogar, se separa de vosotros. ¡Cómo las
lamentaciones, cómo las lágrimas suceden a las lágrimas en nuestra
familia! Pero el que muere, ni llora ni siente los dolores.

EL CORO

¡Qué gratos son a los afligidos los sollozos y el lúgubre luto, y los
cantos que expresan su pena!

ANDRÓMACA

¡Oh madre de Héctor, guerrero que en otro tiempo mató con su lanza a
muchos argivos!, ¿tú contemplas esto?

HÉCUBA

Veo que los dioses ensalzan lo que nada vale, y humillan lo que parece
de más precio.

ANDRÓMACA

Me llevan con mi hijo, como parte del botín, y mi libertad se trueca en
servidumbre, víctima de horribles mudanzas.

HÉCUBA

Inevitable es la necesidad; ahora poco me arrancaron por fuerza a
Casandra.

ANDRÓMACA

¡Ay, ay de mí! Algún otro Áyax, según parece, tropezó con tu hija; pero
varios son los males que te afligen.

HÉCUBA

Y para mí no tienen término ni medida; espantosa es mi lucha.

ANDRÓMACA

Pereció tu hija Políxena, sacrificada en el túmulo de Aquiles, ofrenda
hecha a cadáver exánime.

HÉCUBA

¡Ay de mí, desventurada! Este es el enigma a que aludió hace poco
Taltibio, oscuro entonces y ahora claro.

ANDRÓMACA

Yo misma la vi, y descendí de este carro, la cubrí con su peplo, y
lloré sobre su cadáver.

HÉCUBA

¡Ay, ay hija mía, impío sacrificio! ¡Ay, ay de mí otra vez; triste ha
sido tu muerte!

ANDRÓMACA

Murió, como sabemos, pero más feliz es su suerte que la mía, aunque yo
viva.

HÉCUBA

No es lo mismo, ¡oh hija!, vivir que morir; la muerte es la nada,[44] y
a la vida queda la esperanza.

ANDRÓMACA

¡Oh madre!, ¡oh tú, que siempre lo fuiste mía!, óyeme atenta, y que
mis consoladoras palabras mitiguen tu amargura. Yo aseguro que el
que no nace es igual al que se muere; pero más vale morir que vivir
con trabajos, que así no se sienten los males. El mortal feliz que
experimenta una calamidad languidece de tristeza recordando su anterior
dicha; pero Políxena ha muerto como si no hubiese visto la luz; casi
no tuvo tiempo para llorar sus infortunios; pero yo, que llegué a la
cumbre de la felicidad y alcancé no escasa gloria, caigo despeñada
por la fortuna. Yo, en el palacio de Héctor, cumplía las santas
obligaciones propias de mi estado. En primer lugar, como mancilla
la buena fama de las mujeres no estar en su casa, ya falten, ya no,
renuncié a salir, y vivía encerrada en ella; no me agradaba el trato de
amigas elegantes;[45] mi única maestra era mi conciencia, naturalmente
pura, y en verdad bastábame con ella; callábame delante de mi esposo
y siempre le sonreía; solo en ocasiones sostuve mi parecer, cediendo
otras. Perdiome mi reputación de honesta esposa, que llegó hasta el
ejército aqueo porque después de cautivarme ha querido casarse conmigo
el hijo de Aquiles, y serviré en el palacio de los que mataron a mi
marido. Y si me olvido de mi amado Héctor y abro mi corazón a mi nuevo
esposo, creerán que le falto; si, al contrario, le aborrezco, me
odiarán mis dueños. Verdad es que, según dicen, basta una sola noche
para que la mujer deponga su odio en el lecho conyugal;[46] mas yo
detesto a la que pierde a su primer amante y ama pronto a otro. Ni aun
la yegua que se separa de su compañera, con la cual fue alimentada,
lleva sin trabajo el yugo, aunque sea bestia y muda y carezca de razón
y en sus afectos no pueda compararse con el hombre. Esposo sin igual
fuiste para mí, ¡oh Héctor querido!, por tu prudencia, por tu linaje,
por tus riquezas y por tu valor, y al recibirme pura del palacio de
mi padre, fuiste también el primero que te acercaste a mi tálamo
virginal. Y tú pereciste, y yo navego esclava a sufrir en Grecia dura
servidumbre. La muerte de Políxena, que tú deploras, ¿no es acaso un
mal inferior a los míos? Ni aun esperanza me queda, último bien de los
mortales, ni me engaño a mí misma hasta pensar que gozaré algún día de
mejor fortuna, cuando solo el creerlo sería grato.

EL CORO

Tu calamidad es igual a la mía; al llorar tu suerte me recuerdas mis
penas.

HÉCUBA

Jamás entré en nave alguna, y solo las conozco por haberlas visto
pintadas, y por lo que de ellas me han contado. Pero si los marineros
sufren la tempestad que no se desencadena en toda su furia, y por
salvarse trabajan contentos, y el uno atiende al timón, el otro a
las velas y el otro desagua la sentina del buque, y cuando la mar se
revuelve con violencia, se resignan y se abandonan a merced de las
olas, así yo también, presa de tantos males, estoy muda,[47] y me
someto a mi desgracia, y renuncio a las lamentaciones, cediendo a la
mísera borrasca que han enviado los dioses. No te cuides, ¡oh hija!, de
la muerte de Héctor, que no le devolverán la vida tus lágrimas; respeta
ahora a tu señor, y sedúcelo con los dulces atractivos de tu cariñoso
trato. Y si lo hicieres, llenarás de alegría a tus amigos, y podrás
educar a este hijo del que lo fue mío, última esperanza de Troya, para
que tus descendientes reedifiquen a Ilión y vuelva a existir nuestra
ciudad. Pero mientras nos desahogamos en no interrumpidos coloquios,
¿qué heraldo griego se acerca, mensajero de nuevas órdenes?

TALTIBIO

Tú que fuiste en otro tiempo esposa de Héctor, el más esforzado de los
frigios, no me aborrezcas, que contra mi voluntad vengo a anunciarte
los públicos decretos de los dánaos pelópidas.

ANDRÓMACA

¿Qué sucede? Tus palabras me anuncian nuevos males.

TALTIBIO

Han decretado que este niño... ¿Cómo lo diré?

ANDRÓMACA

¿Que no sea el mismo su dueño y el mío?

TALTIBIO

No será esclavo de ningún griego.

ANDRÓMACA

¿Dejan aquí al único frigio que sobrevive?

TALTIBIO

No sé cómo dulcificar la pena que voy a causarte.

ANDRÓMACA

Alabo tu temor, a no ser que me participes faustas nuevas.

TALTIBIO

Matarán a tu hijo; tal es la terrible desdicha que te amenaza.

ANDRÓMACA

¡Ay de mí! ¡Cuánto peor es esto que un himeneo!

TALTIBIO

El parecer de Odiseo triunfó en la asamblea de los griegos...

ANDRÓMACA

¡Ay, ay de mí otra vez! ¡No es igual nuestro infortunio!

TALTIBIO

...sosteniendo que no debía vivir el hijo de tan esforzado guerrero.

ANDRÓMACA

Ojalá que así triunfe cuando se trate de los suyos.

TALTIBIO

Será precipitado desde las torres de Troya. Así se hará, y tú parecerás
más prudente si no lo retienes obstinada y sufres con fortaleza tu
desdicha; no creas que, siendo impotente para oponerte a sus órdenes,
conseguirás nada; nadie te socorrerá. Recuerda que pereció tu ciudad
y tu esposo, que tú eres esclava y nosotros bastante fuertes para
dominar a una sola mujer; no te resistas ni cometas torpezas, que te
harán odiosa, ni maldigas tampoco a los griegos. Porque si tus palabras
excitan el furor del ejército, ni este niño será sepultado, ni podrás
llorarlo; pero si callas y te resignas, no quedará insepulto su
cadáver y los griegos serán contigo más complacientes.

ANDRÓMACA

¡Oh hijo de mis entrañas, oh hijo muy querido, morirás por mano de
tu enemigos, abandonando a tu mísera madre! La nobleza de tu padre,
fuente de salvación para otros, es causa de tu muerte, y su valor
te es funesto. ¡Oh lecho mío infeliz, oh himeneo que me trajiste en
otro tiempo al palacio de Héctor no para dar la vida a una víctima
de los dánaos, sino un soberano a la fértil Asia! ¡Oh hijo! ¿Lloras?
¿Presientes acaso tu desdicha? ¿Por qué te agarras a mí y estrechas mi
vestido, tierno hijuelo, que te cobijas bajo mis alas?[48] ¿No vendrá
Héctor a salvarte, empuñando su famosa lanza y pasando de la luz a
las tinieblas? ¿No los parientes de tu padre, no el poder frigio?
¿Exhalarás el alma, cayendo sin conmiseración desde las alturas,
precipitado en letal salto? ¡Oh dulce carga, la más amada de los brazos
de una madre! ¡Oh dulce hálito! ¡En vano, pues, envuelto en estos
pañales te alimentó mi pecho; en vano sufrí por tu causa y me acabaron
los trabajos maternales! ¡Ahora (nunca más será) abraza a tu madre,
acércate a la que te dio a luz, échame tus bracitos al cuello, dame un
beso! ¡Oh griegos, autores de bárbaros males!, ¿por qué matáis a este
niño inocente? ¡Oh hija de Tindáreo!, no era tu padre Zeus: muchos
fueron en verdad; algún mal genio, después la Envidia, el Asesinato y
la Muerte y todos los males que produce la tierra. ¡Nunca diré que te
engendró Zeus para perder a tantos bárbaros y griegos! ¡Que tú mueras,
que tus bellísimos ojos devastaron torpemente los ínclitos campos de
los frigios! Ea, pues, lleváoslo; precipitadlo, si queréis; devorad
sus carnes; mátannos los dioses, y no podremos librar a mi hijo de
la muerte. Ocultad mi cuerpo miserable y llevadme a la nave: ¡feliz
himeneo el mío, perdiendo antes a mi hijo!

EL CORO

¡Mísera Troya: por una mujer, por odiosas nupcias murieron innumerables
guerreros!

TALTIBIO

Anda, niño, deja ya los dulces abrazos de tu desventurada madre, y
sube a las altas almenas de las torres de tu padre, en donde rendirás
el alma como han ordenado los griegos. Lleváoslo, pues. Para anunciar
tales desdichas sería preciso no tener entrañas y ser más impudente de
lo que yo soy.

HÉCUBA

¡Oh hijo, oh hijo de mi hijo desdichado!: inicuamente nos arrancan
tu vida a mí y a tu madre. ¿Qué haré? ¿Qué haré yo por ti, ¡oh
desventurado!? ¡Solo estas heridas en nuestra cabeza y estos golpes en
nuestro pecho! ¡Solo podemos esto! ¡Ay de mí, ay de mi ciudad! ¡Ay de
mí por tu causa! ¿Qué mal no sufrimos, cuál nos falta, para que acaben
de una vez conmigo? (_Retíranse Taltibio, Andrómaca y Astianacte_).

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Oh Telamón,[49] rey de Salamina,[50] abundante en
abejas y cercada del mar, próxima a la santa colina en donde enseñó
Atenea el primer ramo de verde oliva,[51] celestial corona, gloria
de la espléndida Atenas: tú viniste antes de la Grecia con el hijo
de Alcmena, armado del arco, guerrero esforzadísimo, a derribar, a
derribar a Ilión, nuestra ciudad.[52]

_Antístrofa 1.ª_ — En cuyo tiempo capitaneó la flor de la Grecia,
enfurecido por la negativa de Laomedonte de entregarle los
caballos,[53] e Ilión contempló sus naves, que cortaban las ondas,
junto al Simois, de caudalosa corriente, y sujetó con los cables sus
popas, y de ellas sacó las flechas que tiraba su certera mano y que
dieron a Laomedonte la muerte, y demolió con la encendida tea las
murallas construidas por arte de Apolo, y devastó el campo troyano.
Ensangrentada lanza destruyó a Troya dos veces en dos asaltos distintos.

_Estrofa 2.ª_ — En vano, pues, recostado con molicie entre doradas
copas, ¡oh hijo de Laomedonte!, llenas los vasos en que bebe Zeus,
honrosísimo cargo; el fuego devora a la tierra que te crió. Las riberas
del mar resuenan, y como el ave que clama por sus hijuelos, así lloran
unas a sus esposos, otras a sus hijos, otras a sus madres ancianas. Ya
no existen tus deleitosos baños, ya no existen tus gimnasios, y tú,
junto al trono de Zeus, ostentas tranquilo tu semblante gracioso y
juvenil, y la lanza griega ha devastado la tierra de Príamo.

_Antístrofa 2.ª_ — Amor, amor que viniste en otro tiempo al palacio
de Dárdano por orden de los dioses. ¡Cuán soberbiamente ensalzaste
entonces a Troya! ¡Qué estrechos lazos contrajo con los dioses! No
lo diré para afrenta de Zeus; pero la luz de la Aurora, de blancas
alas, grata a los mortales, alumbra a esta región mortífera y
contempla impasible la ruina de Pérgamo, aunque de aquí fuese oriundo
el esposo[54] que en su tálamo la hizo madre de sus hijos, y fue
transportado entre los astros por la cuadriga dorada, consoladora
esperanza de su patria; pero los amores de los dioses de nada han
servido a Troya.

MENELAO

¡Oh cabellera del sol, que difundes la hermosa luz de este día en que
recuperaré a mi esposa Helena; yo soy ese Menelao que sufrió infinitos
males, y este el ejército aqueo! Vine a Troya, no tanto, según piensan,
por mi esposa cuanto por vengarme del hombre que, engañando a los que
le daban hospitalidad, robó a Helena de mi palacio. Pero con el favor
de los dioses pagó su delito, y él y su patria cayeron al empuje de
las armas griegas. Ahora me llevaré esta lacedemonia (no la doy de
buen grado el nombre de esposa que tuvo en otro tiempo) que se halla
aquí con las demás esclavas troyanas. Los que a fuerza de trabajos
la recobraron batallando, me la dan para matarla, o, si no quiero,
para llevarla a Argos. Yo he resuelto no sacrificarla en Troya, sino
conducirla a Grecia en mi nave para darle allí la muerte y vengar a los
amigos que han perecido en esta guerra. Ea, pues, servidores, id allá y
traedla arrastrándola por sus cabellos, tan manchados de sangre. Cuando
soplen vientos favorables nos acompañará a la Grecia.

HÉCUBA

¡Oh Zeus!, tú que llevas a la tierra y que en ella moras, quienquiera
que seas, impenetrable a nuestro entendimiento, ya una ley de la
naturaleza, ya una invención de los mortales,[55] yo te venero: por
oculta senda riges con justicia los negocios humanos.

MENELAO

¿Qué hay? ¡Cómo diriges a los dioses nuevas preces!

HÉCUBA

Te alabaré, Menelao, si matas a tu esposa. Pero cuida al verla de que
el amor no te ciegue, que deslumbra los ojos de los mortales, derriba
las ciudades e incendia los palacios. ¡Tales son sus atractivos! Yo la
conozco bien, y tú y los que sufrieron tantas desdichas deben también
conocerla.

HELENA (_a quien sacan a la fuerza de la tienda_).

Exordio es este, ¡oh Menelao!, que infunde pavor; a la fuerza me
arrastran tus siervos fuera de esta tienda. Pero aunque casi segura de
que me aborreces, quiero, no obstante, preguntarte qué habéis decretado
tú y los griegos acerca de mi vida.

MENELAO

No te has expuesto a los azares de un juicio; todo el ejército, que te
odia, te pone en mis manos para que yo te la quite.

HELENA

¿Puedo yo responderte que, si muero, será injustamente?

MENELAO

No vengo a disputar contigo, sino a matarte.

HÉCUBA

Óyela, Menelao, para que no muera sin defensa, y nosotras, si lo
permites, le replicaremos: tú ignoras las faltas que cometió en Troya,
y todas juntas serán bastantes para perderla y condenarla a muerte sin
demora.

MENELAO

Sería menester para acceder a vuestros ruegos que hubiera tiempo para
ello; pero si quiere hablar, que hable. Sepa, sin embargo, que a tu
intercesión lo debe, no a sus méritos.

HELENA

Acaso, ya me des o no la razón, no me contestarás, mirándome como
a tu enemiga; mas yo, segura de que al disputar conmigo me has de
reconvenir, responderé anticipadamente a tu acusación, oponiendo mis
cargos a los tuyos. En primer lugar, esta es madre de Paris, autor de
nuestros males; después me perdió el viejo Príamo, y también a Troya,
no matando al niño que anunciaba la triste antorcha,[56] llamado
luego Alejandro. Recuerda, además, que fue juez en la contienda de
las tres diosas, y que Palas prometió a Paris el imperio de la Frigia
y la destrucción de la Grecia; Hera, que reinaría en el Asia y en
los confines de la Europa si salía vencedora; y Afrodita, ponderando
maravillosamente mi hermosura, que sería suya si daba a ella la
palma de la hermosura, no a las otras diosas. Reflexiona ahora en
las consecuencias de este juicio: venció la deidad de Chipre, y mis
nupcias con Paris fueron útiles a la Grecia, libre de bárbaros y de
su tiranía desde que triunfó de ellos en el campo de batalla. Y lo
que contribuyó a la dicha de la Grecia fue fatal para mí: me perdió
mi belleza y me acusan de infame, cuando debía ceñir mis sienes una
corona. Pero dirás que ni siquiera he aludido a mi huida de tu palacio.
Vino mi mal genio protegido por deidad no despreciable, ya le quieras
llamar Alejandro, ya Paris, al cual tú, ¡oh el más descuidado de los
hombres!, dejaste conmigo en tu palacio mientras navegabas de Esparta
a Creta.[57] Veamos, pues; esta pregunta me hago, no a ti...: ¿en qué
pensaba yo cuando desde mi palacio seguí a tu huésped, faltando a mi
patria y a mi honra? Insulta a la misma Afrodita, y serás más poderoso
que Zeus, el cual, superior a los demás dioses, es su esclavo. Así,
¿no debes perdonármelo? Me acusarás quizá especiosamente porque,
después de muerto Alejandro y de descender al seno oscuro de la tierra,
hubiera yo debido, no ligándome a mi lecho ninguna ley divina, dejar
estos palacios y encaminarme a Argos. En efecto, intenté hacerlo;
testigos son los centinelas de las torres y los espías de los muros,
que muchas veces me sorprendieron en las fortificaciones descolgándome
con cuerdas. A la fuerza se casó conmigo Deífobo,[58] mi nuevo esposo,
oponiéndose los frigios. ¿Cómo, pues, ¡oh Menelao!, moriré justamente,
y sobre todo por tu mano, cuando se casó conmigo contra mi voluntad,
ya que esta belleza mía en vez de darme la palma de la victoria me ha
condenado a dura esclavitud? Ahora, si quieres vencer a los dioses, tu
propósito es insensato.

EL CORO

Defiende, reina, a tus hijos y a tu patria, refutando sus elocuentes
palabras; habla bien, a pesar de sus maldades, don en verdad amargo.

HÉCUBA

Defenderé primero a las diosas, y probaré que no es cierto lo que dice.
Yo no creo que Hera y la virgen Palas delirasen hasta el punto de
vender aquella a Argos a los bárbaros, y Palas a Atenas, condenándolas
a sufrir algún día el yugo de los frigios, ya que, como por juego o
diversión, vinieron al Ida a disputar la palma de la hermosura. ¿Por
qué razón había de dar Hera tanto valor a la belleza? ¿Quizá por tener
un esposo superior a Zeus? ¿Anhelaría Palas casarse con algún dios,
habiendo logrado de su padre vivir perpetuamente virgen por odio al
matrimonio? No supongas necias a las diosas por disculpar tu falta,
que nunca persuadirás a los prudentes. Dijiste que Afrodita (lo cual
es ridículo) acompañó a mi hijo al palacio de Menelao. ¿No hubiese
podido, permaneciendo tranquila en el cielo, llevarte a Ilión con la
misma Amiclas?[59] Fue mi hijo de notabilísima hermosura, y tú, al
verlo, la verdadera Afrodita. A todas sus locuras llaman Afrodita los
mortales, y el nombre de esta diosa tiene en ellas su raíz,[60] y tú,
al admirarlo con sus lujosas galas y vestido de oro resplandeciente,
sentiste arder en tu pecho el fuego de la lujuria. Pocas riquezas
poseías en Argos, y al dejar a Esparta esperabas que la opulenta ciudad
de los frigios sufragaría a tus gastos, no bastando a satisfacer tus
placeres el palacio de Menelao.[61] ¡Te atreves a decir que mi hijo te
robó a la fuerza! ¿Qué espartano podrá asegurarlo? ¿Qué voces diste
siendo Cástor adolescente y viviendo todavía su hermano en la tierra,
no entre los astros?[62] Después que llegaste a Troya, y cuando
siguieron tus huellas los argivos y se encendió la guerra, si la
fortuna favorecía a Menelao, lo alababas para atormentar a mi hijo,
aludiendo a tan poderoso rival; y cuando vencían los troyanos, Menelao
era un desdichado. Solo te cuidabas de la fortuna, solo a ella seguías,
no a la virtud. ¿Y añades que quisiste descolgarte con cuerdas desde
las torres, indicando quizá que permanecías allí contra tu voluntad?
¿Cuándo te sorprendieron preparando fatales lazos o afilando homicida
cuchilla? Hubiéralo hecho mujer noble, sensible a la pérdida de su
anterior esposo. Yo, en cambio, te aconsejé así muchas veces: «Vete,
¡oh hija!; mis hijos contraerán himeneo con otras; yo te llevaré a las
naves griegas, y te ayudaré en tu oculta huida; pon término a la guerra
entre griegos y troyanos.» Pero esto te desagradaba, llena de orgullo
en el palacio de Alejandro, y querías ser adorada de los bárbaros.[63]
Y a pesar de todo, sales tan galana y contemplas junto a tu marido el
mismo cielo, ¡oh mujer execrable!, ¡cuando debías aparecer humilde y
desaliñada en tu traje, temblando de horror, con la cabeza rasurada y
fingiendo modestia en vez de impudencia, en expiación de tus anteriores
faltas! ¡Oh Menelao!, no es otro mi objeto sino que honres a la Grecia
dándole merecida muerte, como cumple a tu dignidad, y que desde hoy en
adelanto mueran todas las mujeres que son infieles a sus esposos.

EL CORO

¡Oh Menelao!, acuérdate de tus nobles abuelos y de tu linaje; castiga a
Helena, y evita así las reconvenciones que te hará la Grecia. No podrá
echarte en cara tu molicie, si eres fuerte contra sus enemigos.

MENELAO

Creo, como tú, que esta huyó voluntariamente de mi palacio en busca
de adúltero tálamo, y que solo invoca a Afrodita para cohonestar su
delito. Anda, ve a buscar a los que han de apedrearte, y que tu pronta
muerte expíe los prolongados padecimientos de los griegos, para que
aprendas a no deshonrarme.

HELENA

¡Oh, no; por tus rodillas te ruego que no me mates, imputándome un
crimen, obra de los dioses! ¡Perdóname!

HÉCUBA

No te olvides de los aliados, que por Helena murieron: por ellos y por
mis hijos te lo pido.

MENELAO

Déjame, anciana; solo merece mi desprecio. Que mis servidores la
arrastren a las naves para ser llevada a Grecia.

HÉCUBA

Que no vaya en la tuya.

MENELAO

¿Por qué, pues? ¿Pesa ahora más que antes?[64]

HÉCUBA

No hay enamorado que no ame siempre, piense como quiera la mujer amada.

MENELAO

Se hará lo que deseas: no entrará en la nave en que yo vaya, que no
es despreciable tu consejo. Cuando llegue a Argos morirá indignamente
como merece, y servirá de escarmiento a las demás mujeres, enseñándolas
a ser honestas; y aunque, en verdad, no sea esto fácil empresa, su
suplicio, por el miedo que ha de infundirles, refrenará la femenil
locura, aunque las haga más perversas. (_Vase con Helena_).

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — ¡Así nos abandonas, ¡oh Zeus!, dejando a los griegos
tu templo edificado en Troya, el ara llena de perfumes, la llama de las
libaciones, el humo de la mirra que se elevaba en los aires, la sagrada
ciudadela de Pérgamo, los bosques, los bosques ideos, abundantes en
yedra, regados por la nieve derretida de los ríos, y la cima que el sol
hiere primero, aquella mansión divina que sus rayos purifican![65]

_Antístrofa 1.ª_ — Acabáronse ya tus sacrificios, y el alegre compás
de los coros durante la noche, y las fiestas que se celebraban
a los dioses en las horas destinadas al sueño, y las estatuas
resplandecientes, y los doce plenilunios divinos de los frigios.[66]
Inquiétame, inquiétame, ¡oh rey que habitas en el éter y en palacio
celestial!, penosa incertidumbre de si atiendes o no a mi ciudad
arrasada, que devoró el furor impetuoso del fuego.

_Estrofa 2.ª_ — ¡Oh esposo querido; vagas muerto, insepulto, no lavado
por mis manos, y las naves del mar, agitando sus remos, me llevarán
a Argos, rica en caballos, cercada de altísimas murallas de los
cíclopes![67] Muchedumbre de hijos lloran a las puertas, agarrándose
a nuestros vestidos y clamando en su aflicción: «Ay de mí, madre, que
cuando me abandones, los aqueos me separarán de ti, y en negra nave
de marinos remos me llevarán a la sagrada Salamina, o a la cumbre del
Istmo,[68] que mira a dos mares, en donde se ven las puertas de la
mansión de Pélope.»

_Antístrofa 2.ª_ — ¡Ojalá que en la nave de Menelao, cuando hienda
el mar profundo, caiga en el Egeo el fuego sagrado que vibran tus dos
manos, y la reduzcan a cenizas: de Ilión, mi patria, me arrastran,
llorosa esclava, a la Grecia! ¡Que la hija de Zeus, que se lleva
los dorados espejos,[69] delicia de las vírgenes, nunca llegue a la
Laconia, ni a sus patrios lares, ni a la ciudad de Pirene,[70] ni al
templo de puertas de bronce de la diosa![71] ¡Que Menelao no recobre a
Helena, cuyo malhadado himeneo solo ha servido de oprobio a la Grecia,
país poderoso y de perpetua desventura a las ondas del Simois! ¡Oh
dolor, oh dolor! ¡Nuevas desdichas agobian a mi patria! ¡Oh míseras
esposas de los troyanos, contemplad a Astianacte, sacrificado por orden
de los griegos, que desde las torres lo han precipitado tristemente!

TALTIBIO (_acompañado de esclavos, que traen sobre un escudo el cadáver
de Astianacte_).

¡Oh Hécuba!; la única nave con bancos de remeros del hijo de Aquiles,
Neoptólemo, que queda, se prepara a llevar a las costas ftióticas los
restantes despojos que le han tocado en suerte. Él se hizo antes a la
vela, sabedor de ciertas desdichas que han ocurrido a Peleo, desterrado
de su patria, según dicen, por Acasto, hijo de Pelias.[72] Tal es la
causa que le obligó a retirarse más pronto de lo que pensaba. Creyó
pasar aquí algún tiempo, pero al fin se embarcó con Andrómaca, que
derramaba muchas lágrimas al separarse de esta tierra, lamentándose de
los infortunios de su patria y apostrofando al túmulo de Héctor. Y le
pidió permiso para sepultar a su hijo, precipitado desde las murallas,
muerto horriblemente, y que le sirviese de féretro este escudo cubierto
de bronce, terror de los aqueos, que defendió a su padre, en vez de
llevarlo al palacio de Peleo o al mismo tálamo de su nuevo esposo.[73]
Así no tendrá siempre a la vista tristísimos recuerdos, y hará las
veces de caja de cedro y de marmóreo sepulcro. También dispuso que te
entregase su cadáver, para que, como puedas, lo adornes con peplos y
coronas, ya que ella se ausenta, oponiéndose la precipitación del
viaje de su señor a tributarle los últimos deberes. Nosotros, cuando
engalanes su cuerpo y lo cubra la tierra, clavaremos una lanza en su
tumba, y a ti sola corresponde lo demás. Observarás, sin embargo,
que al pasar las aguas del Escamandro lo lavé y limpié sus heridas.
Ahora le abriremos una hoya, y después, reuniendo nuestros esfuerzos y
haciendo lo que nos han ordenado, nos volveremos a nuestro campo.

HÉCUBA

Dejad ahí el circular escudo de Héctor, recuerdo triste y desagradable
para mí. ¡Oh aqueos!, más dignos de alabanzas por vuestras hazañas que
por vuestros pensamientos: ¿cómo por temor a un niño habéis cometido
un nuevo crimen? ¿Para que no reconstruyese a Troya arruinada? Hombres
inútiles erais cuando la fortuna de las armas favorecía a Héctor, y
perecimos sin embargo, a pesar de nuestros innumerables soldados, y
tomada la ciudad y aniquilados los frigios, todavía os infunde miedo
tan tierno niño. No alabo esta vil pasión, si carece de racional
fundamento. ¡Oh tú el muy querido, qué deplorable ha sido tu muerte!
Si hubieses perdido la vida por tu patria, después de llegar a edad
adulta, de casarte y regir un imperio como el de los dioses, hubieras
sido feliz, si hay felicidad en todo esto. Mas tú, ¡oh hijo!, cercado
de regia pompa, no has sabido apreciarla, y no disfrutaste de los
placeres que tu palacio te ofrecía. ¡Infeliz! ¡Cómo las murallas de tu
ciudad natal, obra de Apolo, han puesto tu cabellera, que tanto cuidó
tu madre, y a la cual prodigó tanto beso! De sus huesos destrozados
brota ahora la sangre, por no nombrar más repugnantes objetos. ¡Oh
manos, qué grata semejanza tenéis con las de su padre, y ahora yacéis
caídas, rotas vuestras articulaciones! ¡Oh dulce boca, que solías
decir grandes cosas con infantil petulancia! ¡Pereciste! Me engañabas
cuando agarrado a mis vestidos me hablabas así: «¡Oh madre, yo cortaré
para ti muchos rizos de mis cabellos, y llevaré muchos niños a tu
sepultura, y te diré palabras que te complazcan!». No tú a mí, que
a pesar de tu edad infantil, yo anciana, desterrada, sin hijos, te
sepulto, ¡oh mísero cadáver! ¡Ay de mí! ¡Aquellos ósculos innumerables,
y mis desvelos en criarte, y mis interrumpidos sueños, todo esto fue
inútil! ¿Qué inscripción, pregunto yo, grabará algún poeta en tu
sepulcro? ¿Que los argivos por miedo te mataron tan niño? Vergonzoso
para la Grecia sería tal epitafio. Pero ya que no disfrutaste de tus
bienes patrimoniales, poseerás al menos un escudo de bronce, en el
cual serás enterrado. ¡Oh escudo, que resguardabas en otro tiempo el
bellísimo brazo de Héctor; ya perdiste a tu dueño incomparable! ¡Cuán
dulce es la señal que dejó en la embrazadura y el sudor que derramó
en tu centro bien torneado, cuando corría copioso de su frente, al
acercarlo a sus mejillas pasando insoportables trabajos! Llevad, poned
estas galas, las únicas que poseo, a ese cadáver desventurado, que los
dioses no me favorecen lo bastante para hacerle funerales suntuosos;
toma los tristes restos de mi pasada grandeza. Necio es el mortal que,
creyéndose siempre feliz, se abandona al placer; la fortuna, cual
furiosa delirante, salta aquí y allí, y a ninguno concede perpetua
dicha.[74]

EL CORO

Mira los despojos frigios que en sus manos traen las cautivas, para que
engalanes el cadáver de Astianacte.

HÉCUBA

¡Oh hijo!, aun cuando no has vencido a tus iguales a caballo ni con
el arco, según costumbre frigia (no obstante la moderada afición de
los troyanos a esta clase de ejercicios), la madre de tu padre te pone
estas galas, resto triste de lo que fue tuyo en otro tiempo, que hace
poco te arrebató Helena, aborrecida de los dioses, causa además de tu
muerte y de la ruina de todo tu linaje.

EL CORO

¡Ay, ay de mí! ¡Tocaste, tocaste mi corazón! ¡Oh tú, que hubieses sido
soberano inmortal de mi ciudad!

HÉCUBA

Con los ricos vestidos frigios que debían adornarte al celebrar tu
himeneo con la más noble asiática, cubre ahora tu cuerpo. Y tú, escudo
querido de Héctor, que en días más venturosos ganaste tantos trofeos,
recibe esta guirnalda; aunque tu fama es imperecedera, morirá, sin
embargo, con este cadáver; más justo es honrarte que no a las armas del
astuto y malvado Odiseo.

EL CORO

¡Ay, ay, ay, ay de mí! Amargamente llorado, ¡oh hijo!, te recibirá la
tierra. Llora, madre...

HÉCUBA

¡Ay, ay de mí!

EL CORO

Como debes llorar a los muertos.

HÉCUBA

¡Ay de mí, ay de mí!

EL CORO

¡Ay de tus males insufribles!

HÉCUBA

Yo, médico desventurado solo en el nombre, no en realidad, cuidaré como
pueda de parte de tus heridas, ligándolas con vendajes; tu padre te
curará las demás entre los muertos.

EL CORO

Golpea, golpea tu cabeza, que tus manos resuenen. ¡Ay de mí, ay de mí!

HÉCUBA

¡Oh mujeres muy amadas!

EL CORO

¿Qué significan esos clamores?

HÉCUBA

Dignáronse solo los dioses hacerme desgraciada y aborrecer a Troya más
que a las otras ciudades, y de nada sirvieron nuestros sacrificios. Y
sin embargo, debemos confesar que, si no nos precipitasen en el abismo
desde la altura, yacería nuestro nombre en la oscuridad y sin que nadie
se acordase de nosotros en sus cantos, y no seríamos para la posteridad
manantial perenne de poesía. Andad, sepultad este cadáver en mísero
túmulo, que ya ha recibido los fúnebres honores. A mi parecer, interesa
poco a los muertos que se les tributen funerales suntuosos, y más bien
son vana pompa de los vivos.[75]

EL CORO

¡Oh desventura, oh desventura! ¡Mísera madre que, al perderte, perdió
contigo su más consoladora esperanza! Cuando se reputaba muy feliz,
porque eran nobles tus padres, pereciste de muerte cruel. (_Aparecen a
lo lejos guerreros con antorchas encendidas_).

HÉCUBA

¡Hola! ¿Qué es esto? ¿Quiénes son esos hombres que en sus manos llevan
antorchas, y aparecen en las alturas? Alguna nueva desdicha amenaza a
Troya.

TALTIBIO (_que vuelve, aunque manteniéndose a cierta distancia_).

Sepan los capitanes de las cohortes, a quienes se ha ordenado incendiar
la ciudad de Príamo, que en sus manos no ha de estar ociosa la tea;
abrásenla, pues, cuanto antes, para que, derribada en sus cimientos,
tornemos alegres a nuestra patria. Y vosotras, hijas de los troyanos,
para cumplir a un tiempo ambos mensajes, cuando los generales del
ejército hagan sonar las trompetas encaminaos a las naves de los
griegos para alejaros de aquí. Tú, anciana la más infortunada, sígueme;
estos son servidores que vienen de parte de Odiseo, tu señor, para que
abandones a Troya, según dispuso la suerte.

HÉCUBA

¡Ay desventurada de mí! ¡Remate es este y último fin de mis males!
Dejo a mi país natal y a mi ciudad entregada a las llamas. Así, pies
cansados por la vejez, daos prisa a saludarla por última vez, aunque
os cueste trabajo. ¡Oh Troya, hace poco el orgullo de los bárbaros;
no tardarás en perder tu ilustre nombre! Te incendian y nos arrancan
esclavas de tu seno, ¡oh dioses! Pero ¿qué dioses invoco? Antes, cuando
los llamé, no me oyeron. Precipitémonos, pues, en el fuego, pues será
para mí lo más honroso perecer en él.

TALTIBIO

Tus males te hacen delirar, ¡oh desventurada! Lleváosla, pues, sin
demora; es preciso entregarla a Odiseo, a quien ha tocado en el reparto
del botín.

HÉCUBA

¡Ay, ay de mí! ¡Ay, ay, ay de mí! ¡Oh Cronio!,[76] rey de la Frigia,
tronco de mi estirpe, ¿contemplas impasible los indignos ultrajes que
sufren los descendientes de Dárdano?

EL CORO

Lo ve; la gran ciudad, que ya no lo es, ha perecido; ya no existe Troya.

HÉCUBA

¡Ay, ay de mí! ¡Ay, ay, ay de mí! Ilión resplandece; el fuego devora ya
el elevado alcázar, y la ciudad entera, y las más altas murallas.

EL CORO

Y como el viento se lleva el humo, así pereció mi patria, cayendo desde
la altura al empuje del hierro; abrasados han sido tus palacios, presa
del fuego y de enemiga lanza.

HÉCUBA

¡Oh patria, madre de mis hijos!

EL CORO

¡Ay, ay de mí!

HÉCUBA

¡Oíd, hijos; reconoced la voz de vuestra madre!

EL CORO

¿Llamas a los muertos con voz lúgubre?

HÉCUBA (_arrodillándose_).

Arrastrando por la tierra mis cansados miembros, e hiriéndola con ambas
manos.

EL CORO

Ahora nos toca a nosotras hincar la rodilla, llamando a nuestros
esposos desdichados, que moran en el infierno.

HÉCUBA

Nos llevan, nos arrastran...

EL CORO

Tu dolor, tu dolor publicas.

HÉCUBA

A los atrios, en donde seré esclava, lejos de mi patria. ¡Ay, ay de
mí! ¡Oh Príamo, Príamo; tú, muerto, insepulto, sin amigos, ignoras mi
desdicha!

EL CORO

La negra muerte cubre tus ojos; un crimen impío se burla de tu
piedad.[77]

HÉCUBA

¡Ay de los templos de los dioses, y de mi ciudad amada!

EL CORO

¡Ay, ay de mí!

HÉCUBA

Mortífera es la llama que os abrasa, y la punta de la lanza que os
hiere.

EL CORO

Pronto caeréis sin gloria en mi suelo adorado.

HÉCUBA

El polvo, semejante al humo, en alas de los vientos me roba la vista de
mi palacio.

EL CORO

Se olvidará el nombre de esta región como todo se olvida; ya no existe
la desdichada Troya.

HÉCUBA

¿Lo habéis visto? ¿Lo habéis oído?

EL CORO

¿El fragor de Pérgamo al derrumbarse?[78]

HÉCUBA

Tiembla la tierra, tiembla la tierra al desplomarse toda la ciudad. ¡Ay
de mí! Trémulos, trémulos miembros, arrastrad mis pies. Vamos a vivir
en la esclavitud.

EL CORO

¡Ay de la ciudad infortunada! Ea, dirige tus pasos hacia las naves de
los griegos.




HERACLES FURIOSO


ARGUMENTO

Once de sus famosos trabajos había ya cumplido Heracles, y estaba
ausente de Tebas para terminar el último, que consistía nada menos que
en traer al Cancerbero de las tinieblas a la luz. En esta ciudad había
dejado a su esposa Mégara, y a tres hijos que había tenido de ella,
bajo la custodia de su padre Anfitrión que, temeroso de las violencias
de que pudieran ser víctimas por parte de Lico, rey de la Eubea,
que mandaba en Tebas apoyado por un partido rebelde y victorioso,
se refugia junto al altar de Zeus Salvador, asilo sacrosanto que
podía resguardarlos de sus iras; pero el tirano entonces inventa el
medio de realizar su sanguinario intento sin tocar el ara, mandando
a sus esclavos que la cerquen de leña y abrasen de este modo a los
heráclidas. Anfitrión y Mégara convienen en tal apuro en someterse a su
voluntad, abandonándoles su vida y la de los hijos de Heracles, siempre
que perezcan de otra manera, y lo consiguen del tirano, y además un
breve plazo para prepararse a la muerte y adornarse en el palacio de
Heracles con sus vestidos y galas funerarias.

Afortunadamente vuelve este héroe de los infiernos, y enterado por
Anfitrión de lo que sucede, y aconsejado por él, entra en su morada,
en donde después sorprende y mata a su enemigo al venir en busca de
sus víctimas. Por desgracia, la diosa Hera, que siempre lo odia, y más
ahora viendo que ha salido triunfante de la última y más peligrosa
prueba, envía a su mensajera Iris y a la Locura para que trastornen su
juicio y lo obliguen a matar a sus hijos. Así acontece, en efecto, y el
héroe, víctima de su delirio, los sacrifica sin piedad con su madre, y
aun intenta asesinar a su padre creyendo que todos eran de la familia
de Euristeo, no de la suya, librando solo al último de la suerte que
le aguarda la intervención de Atenea, que derriba a Heracles con una
piedra, le infunde triste sueño y le devuelve la razón perdida. Al
fin despierta de su letargo, llora su desventura cuando ya no tenía
remedio, y se ausenta de Tebas con su amigo Teseo, que llega en tan
crítico instante deseoso de auxiliarlo contra Lico, encargando a su
padre Anfitrión que dé honrosa sepultura a Mégara y a sus hijos.

Tal es el argumento de esta tragedia, cuya acción parece doble a
primera vista, según opinan críticos tan competentes como A. G.
Schlegel y M. Artaud, quienes aseguran que la primera acaba cuando
Mégara y sus hijos evitan la muerte por la llegada de Heracles y
el castigo de Lico, y que la segunda expone el sacrificio de los
heráclidas y de su desventurada madre. Sin embargo, con la desconfianza
natural a quien intenta refutar juicios tan autorizados, debemos decir
nosotros que esa primera acción es solo un complemento esencialísimo de
la segunda, y está enlazada a ella tan íntimamente que ambas forman una
sola, supuesta la intención del poeta y la misma índole de la tragedia,
dirigida, como dice Aristóteles, a mover la piedad y la compasión.
El principal interés que nos inspira esta obra de Eurípides proviene
de la situación del padre, esposa e hijos de Heracles, los cuales,
amenazados primero de muerte por Lico, se libran de ella por la llegada
del héroe; y cuando su gozo debía ser mayor, cuando se veían ilesos,
cuando nada debieran temer, teniendo a su lado a su padre y protector,
sucumben a manos de este de una manera inesperada. Por consiguiente,
si suprimimos la primera parte se desvanece casi todo el interés de
la segunda, y no aparecen tan claras esas alternativas del destino
que ha querido figurar el poeta. El defecto capital de esta tragedia
no es, pues, ese, en nuestro concepto, sino otro muy distinto, que
salta a los ojos al leerla; a saber: que su trama y su espíritu están
en abierta contradicción, o lo que es lo mismo, que toda ella en su
plan y accidentes supone la existencia de los dioses que determinan la
acción, y en su espíritu la niega. La piedad y la compasión que excita
el poeta cuando paramos la atención en la suerte de Heracles, de su
esposa e hijos, se convierten en indignación y odio contra Hera, que
solo por satisfacer su celosa venganza sacrifica víctimas inocentes,
y contra su esposo Zeus, que siendo el soberano del cielo y padre de
Heracles, contempla impasible la ruina de su propia descendencia.
Esto solo, supuestas aquellas creencias y prescindiendo ahora de las
nuestras, como debemos hacerlo, era inmoral y altamente irreligioso,
justamente tratándose de un espectáculo cuyo objeto era fortificar este
sentimiento y moralizar al pueblo. Por lo demás, es obra, como todas
las de Eurípides, notable por sus bellezas dramáticas aisladas, por su
pintura de afectos, por su poesía sobria y elegante, por sus rasgos
sencillos y por la armónica distribución de sus partes. Hay de ella
una imitación de uno de los Sénecas, no se sabe si del filósofo o del
retórico, como casi todas las suyas llena de singularidades y absurdos,
pues aun siendo español y poeta, y no obstante la cruzada que de algún
tiempo a esta parte se ha levantado a su favor, para nosotros y para
toda persona imparcial y sensata que lea sus imitaciones después de los
originales, es y será siempre un trágico deplorable. El patriotismo
tiene sus límites, y nunca debe hollar los del buen gusto, porque ni
Lucano ni Séneca nos hacen falta, habiendo florecido tan famosos poetas
españoles.

Si intentamos ahora fijar la época en que se representó esta tragedia,
tendremos que contentarnos con presunciones más o menos fundadas,
careciendo de datos positivos y fidedignos, ya transmitidos por los
escoliastas, ya por otros escritores griegos. Parece lo más probable
que la escribió Eurípides ya anciano, según se desprende de estos
versos que pronuncia el coro y que indudablemente aluden al autor:

    Οὐ παύσομαι τὰς Χάριτας
    Μούσαις συγκαταμειγνύς,
    ἁδίσταν συζυγίαν.
    μὴ ζῴην μετ᾽ ἀμουσίας,
    αἰεὶ δ᾽ ἐν στεφάνοισιν εἴην,
    ἔτι τοι γέρων ἀοιδὸς
    κελαδεῖ Μναμοσύναν.
    ἔτι τὰν Ἡρακλέους
    καλλίνικον ἀείδω, κ. τ. λ.

Calcúlase, por tanto, que no es anterior a la olimpiada 90 (420 antes
de J.-C.), y que fue obra de un poeta sexagenario.


PERSONAJES

  ANFITRIÓN, _padre_ }
  Y                  } _de Heracles._
  MÉGARA, _esposa_   }
  CORO DE ANCIANOS TEBANOS.
  LICO, _rey de Tebas._
  IRIS, _mensajera de los dioses._
  LA LOCURA.
  UN MENSAJERO.
  HERACLES.
  TESEO, _rey de Atenas._


La acción es en Tebas.




Se ve en el teatro el palacio de Heracles, junto al templo de Zeus
Salvador, cuya ara cerca la familia de aquel héroe. Anfitrión,
abandonando los umbrales del templo, dice así:


ANFITRIÓN

¿Qué mortal no conoce al argivo Anfitrión,[79] padre de Heracles,
que compartió su lecho con Zeus, y a quien engendró en otro tiempo
Alceo,[80] hijo de Perseo?[81] Habitó en esta ciudad de Tebas, en
donde nacieron los hijos de la Tierra,[82] que se sembraron como el
grano, de cuyo linaje salvó muy pocos Ares, heredando sus nietos tan
rico reino. De ellos descendía Creonte, hijo de Meneceo, rey de este
país, padre de Mégara, esposa de Heracles, cuyo himeneo celebraron los
hijos de Cadmo en mi palacio al son de la flauta. Ausente de Tebas mi
hijo, de donde yo emigré, y lejos de Mégara y de sus parientes, quiso
vivir en Argos, ciudad ciclópea, de la cual me desterraron por haber
dado muerte a Electrión; y como deseaba consolarme y restituirme a
mi patria, ofreció a Euristeo,[83] si permitía mi vuelta, nada menos
que pacificar todo el orbe, ya lo atormentase Hera, ya lo guiase el
destino. Y en verdad que ha sufrido duros trabajos; al fin se encaminó
al palacio de Hades, atravesando las bocas del Ténaro,[84] para sacar
a la luz del sol al perro de tres cuerpos, de cuya expedición no
ha vuelto. Antigua tradición hay entre los tebanos de que en otro
tiempo se casó con Dirce[85] cierto Lico, señor de esta ciudad de
siete torres, antes que reinasen en ella Anfión y Zeto, los de los
blancos caballos, hijos de Zeus. Uno de sus descendientes, llamado
como su padre, no tebano, sino oriundo de la Eubea, quitó la vida a
Creonte y reina aquí, habiéndose apoderado de esta ciudad, afligida
por sediciones. Pero a nosotros, según parece, nos perjudica no poco
nuestro parentesco con Creonte, porque mientras Heracles yace en el
seno de la tierra, Lico, ínclito[86] rey de Tebas, quiere exterminar
a sus hijos y matar también a su esposa, para ahogar en sangre su
estirpe, sin perdonarme a mí (si es lícito contarme entre los mortales,
inútil anciano), temiendo que lleguen a ser hombres y venguen a su
abuelo. Y yo (porque mi hijo me dejó en este palacio, encargándome
de la educación de los suyos al bajar al oscuro seno de la tierra),
para salvarlos de la muerte, me he refugiado con su madre en este
ara de Zeus Salvador, erigida por su generoso padre como monumento
de la victoria, que ganó con su lanza, sobre los minias.[87] Y aquí
estamos, careciendo de todo, del sustento, de agua, de vestido y
durmiendo en el duro suelo; nos echaron de nuestro palacio, y aquí nos
acogimos desesperados. De nuestros amigos, unos han probado no serlo
en realidad, y los leales no pueden socorrernos. Así sucede en la
adversidad (¡ojalá que nunca se ensañe ni aun en los que me aman sin
pasión!), piedra segura de toque para conocer a los que nos rodean.

MÉGARA

¡Oh anciano, que en otro tiempo, al frente de guerreros de Tebas,
arrasaste con tanta gloria la ciudad de los tafios![88] ¡Cuán cierto
es que los dioses abandonan a los hombres a su ignorancia! Ni aun me
fue contraria la fortuna, dándome ilustre padre, orgulloso en otro
tiempo con sus riquezas y dueño de un reino cuya codiciosa posesión
suelen disputar numerosas lanzas y ensañarse en sus felices soberanos;
contento con sus hijos, me casó con el tuyo, y llegué a ser la noble
esposa de Heracles. Y todos estos bienes se desvanecieron; ambos, ¡oh
anciano!, moriremos, y con nosotros los heráclidas, tiernos hijuelos
que abrigo bajo el calor de mis alas. Cércanme y me preguntan: «¿Adónde
fue nuestro padre, madre mía? ¿Qué hace? ¿Cuándo volverá?». Engáñales
su infantil inocencia, y lo buscan vanamente. Y yo los distraigo
hablándoles de otras cosas, y me estremezco cuando rechinan las
puertas, y todos se levantan como para abrazar sus rodillas. Ahora,
pues, ¡oh anciano!, ¿cuál es tu esperanza? ¿Cómo podremos salvarnos,
siendo tú solo nuestro defensor? Ni abandonaremos los confines de esta
tierra (puesto que nos lo impide fuerza más poderosa que la nuestra),
ni debemos esperar auxilio de amigos. Dime, pues, lo que piensas, para
no perder tiempo, amenazándonos la muerte y siendo tan débiles para
resistirla.

ANFITRIÓN

¡Oh hija!, no es fácil en tan críticos momentos evitar ligeramente y
sin trabajo tan graves males.

MÉGARA

¿Hay dolor que no sufras, y sin embargo tanto amas la vida?

ANFITRIÓN

Pláceme, en verdad, y aún no desespero del todo.

MÉGARA

Ni yo; pero no esperemos imposibles, ¡oh anciano!

ANFITRIÓN

Ganar tiempo es ya un alivio a nuestras desdichas.

MÉGARA

Pero el que pasa, lleno de tristeza, me atormenta sin descanso.

ANFITRIÓN

No dudes, ¡oh hija!, que nuestros males presentes se trocarán en
bienes, y que algún día vendrá mi hijo, tu bien amado esposo.
Tranquilízate, pues, y enjuga las lágrimas perennes de tus hijos, y
consuélalos, y engáñalos con fingidas palabras, por triste que sea
este recurso. También se cansan las calamidades humanas, y los vientos
no soplan siempre con igual fuerza, y los afortunados no lo son
perpetuamente; todo cambia y se trastorna. El hombre virtuoso siempre
tiene esperanza, y solo el malo desespera.

EL CORO

_Estrofa._ — Apoyado en mi báculo me acerco a la morada y al lecho del
anciano Anfitrión, entonando lúgubre canto, como blanco cisne, y mi voz
y mi aspecto son de fantasmas nocturnos, trémulo, aunque resuelto, ¡oh
hijos sin padre!, ¡oh anciano!, y tú, madre infeliz, que lloras a tu
esposo, ahora en el palacio de Hades.

_Antístrofa._ — No fatiguéis vuestros pies y vuestros miembros,
agobiados por los años, cansándoos como el caballo uncido al yugo que,
al arrastrar el carro por inclinada ladera, se detiene sin aliento.
Ayúdente mis manos y mi vestido, si tropiezan mis pies vacilantes; que
un anciano guíe a otro; en los pasados días sufrimos iguales trabajos,
y jóvenes peleamos juntos, sin deshonrar a nuestra patria celebérrima.

_Epodo._ — Observad sus terribles miradas,[89] semejantes a las de
su padre; ni ha desaparecido su gracia, aunque el infortunio paterno
alcance también a sus hijos; ¡oh griegos, de qué auxiliares, de qué
auxiliares os priváis en la guerra si llegáis a perderlos! Pero veo a
Lico, señor de este país, que se acerca.

LICO

Pregunto al padre y a la esposa de Heracles si me es lícito (y lo es,
en verdad, y puedo preguntaros, siendo señor de este territorio):
¿hasta cuándo queréis prolongar vuestra existencia? ¿En qué esperanza,
en qué auxilio confiáis para no morir? ¿Creéis acaso que vendrá el
padre de estos niños, ahora en los infiernos? Indigna es vuestra
aflicción al ver cercana la muerte, cuando te jactaste vanamente en
toda la Grecia de que Zeus compartió tu lecho, y engendró un nuevo dios
(_A Mégara_), llamándote esposa de varón gloriosísimo. ¿Qué preclara
hazaña ejecutó tu esposo? ¿Dar muerte a la hidra de la laguna,[90]
o a la fiera Nemea?[91] La apresó en sus redes, y dice que la ahogó
en sus brazos. ¿Osáis luchar conmigo por esto? ¿Y bastará para librar
de la muerte a los hijos de Heracles? Ganó fama de esforzado sin
merecerlo, peleando solo con fieras, no en más altas empresas, porque
nunca embrazó el escudo ni manejó la lanza en la refriega; estuvo
pronto siempre a huir, armado solo del arco, la más cobarde de todas
las armas. Pero este no es indicio de fortaleza, sino formar impasible
en las filas sin miedo al surco que abre formidable enemigo. No
atribuyas a crueldad mi propósito, hijo solo de la previsión; sé muy
bien que quité la vida a Creonte, padre de esta, y que poseo su reino.
No consentiré, pues, que estos niños sean hombres, ni dejaré vivir a
quienes se vengarán de mí.

ANFITRIÓN

Defienda Zeus a su hijo; yo, ¡oh Heracles!, probaré por ti la necedad
de este, y no dejaré que te desacredite. Apelo al testimonio de los
dioses para lavarte, ¡oh Heracles!, de la mancha de cobarde, absurdo
inaudito y el más inverosímil. Hablen los rayos y las cuadrigas de
Zeus que te llevaron, desde las cuales clavaste tus rápidas flechas
en el pecho de los gigantes,[92] hijos de la Tierra, celebrando con
los dioses el triunfo de tu gloriosa victoria. Hablen también los
centauros;[93] ve a Foloe,[94] ¡oh tú el peor de los reyes!, y pregunta
cuál es el varón más famoso, y te dirán que mi hijo, el que, según
aseguras, solo es esforzado en apariencia. Si preguntas a Dirfis,[95]
la de los abantes,[96] en donde te criaste, no te alabará, que en
tu patria no has ejecutado hazaña alguna. Desprecias las saetas,
sapientísima invención, como armas ofensivas. Óyeme y rectificarás
tu juicio: el hombre pesadamente armado es esclavo de sus armas, y
cuando los que forman con él en las filas no son valientes, sucumbe
víctima de la cobardía de sus compañeros, y cuando se rompe su lanza
no puede evitar la muerte, puesto que ella sola lo defiende. Pero el
de ojo certero en disparar el arco disfruta del apetecido privilegio,
después de lanzar millares de flechas, de defender a los demás, y
desde lejos se venga de sus enemigos y hiere y ciega con ellas a los
que ven, y no se expone a sus golpes situado en paraje seguro; lo
esencial en el combate es guardar bien el cuerpo y hacer daño a los
enemigos, sin exponerse a los caprichos de la fortuna. Mis palabras
prueban, por tanto, lo contrario de lo que has dicho. Pero ¿por qué
quieres matar a estos niños? ¿Qué te han hecho? Solo eres prudente, a
mi juicio, temiendo, cobarde, a los hijos de varón tan ilustre. Pero es
intolerable para nosotros morir víctimas de tu miedo. Lo justo hubiese
sido que tú padecieses en nuestro lugar, si Zeus nos hiciese justicia,
porque valemos más que tú. Si quieres reinar aquí, déjanos salir
desterrados; nada conseguirás a la fuerza, y serás víctima de ella si
cambia la fortuna. ¡Ay de mí! ¡Oh tierra de Cadmo, que yo te vea, que
ensalces también mis maldiciones! ¿Así ayudas a Heracles y a sus hijos?
Él solo peleó contra los minias y devolvió a Tebas su libertad. No
alabo a la Grecia, ni callaré nunca paciente que sea impasible testigo
de tu vituperable conducta con mi hijo, cuando debía venir al socorro
de estos niños con fuego, con lanzas, con todo linaje de armas, y
premiar los trabajos de Heracles, que ha purgado de enemigos el mar
y la tierra. Ni la Grecia ni la ciudad de los tebanos os socorren,
¡oh hijos!, y cifráis en mí, débil amigo, vuestras esperanzas, cuando
solo sirvo ya para hablar, y trémulos están mis miembros por los años,
y desapareció mi antiguo vigor. Si fuese joven y de robusto cuerpo,
empuñaría la lanza y llenaría de sangre la cabellera de este, para que,
temeroso, huyera de mí más allá de los límites atlánticos.[97]

EL CORO

¿No encuentran ocasión de hablar los hombres buenos, aunque sea lenta
su palabra?

LICO

Desata contra mí tu lengua, que pronto sufriréis justo castigo. Andad,
que vayan unos al Helicón[98] y otros a los valles del Parnaso,[99]
y mandad a los leñadores que corten troncos de encina; y cuando los
trajeren a la ciudad y los amontonéis alrededor del ara, prendedles
fuego y quemadlos a todos, y así sabrán que no reina aquí el difunto
Creonte, sino yo. A vosotros, ancianos, que os oponéis a mis proyectos,
solo aseguro que lloraréis a los hijos de Heracles y los males que
sobrevendrán a vuestras familias; así os acordaréis de que sois mis
esclavos.

EL CORO

Hijos de la Tierra, que sembró Ares en otro tiempo arrancándoos
de la boca voraz del dragón, ¿no levantáis los cetros en que se
apoyan vuestras diestras y ensangrentáis con ellos la cabeza de este
impío? ¿Cómo no siendo tebano, sino un advenedizo, osas tiranizar a
estos jóvenes? Al menos no te atreverás a ofenderme impunemente, ni
poseerás lo que gané con tanto trabajo de mis manos; vete al país de
donde viniste para sufrir el condigno castigo y hacer alarde de tu
insolencia; mientras yo viva no matarás nunca a los hijos de Heracles,
aunque él los haya abandonado y yazga bajo la tierra. Tú has arruinado
este país, y el que tanto le sirvió no obtiene la recompensa merecida.
¿Por ventura no debo acordarme de mis amigos difuntos cuando más me
necesitan? ¡Oh diestra mía! ¡Cuánto anhelas empuñar la lanza, aunque
los años frustren tu deseo! Te haría callar a no ser por esto, ya que
osas llamarme esclavo, y con gloria habitaremos en Tebas, cuya posesión
tanto placer te infunde. Desacertada anduvo entregándose a sediciosos y
pérfidos consejeros; de otro modo nunca hubiese consentido que reinases
en ella.[100]

MÉGARA

Alabo vuestra conducta, ¡oh ancianos!; justo es indignarse contra los
que hacen sufrir a los amigos, pero que ningún daño padezcáis por causa
nuestra de este rey airado. Oye, pues, mi parecer, ¡oh Anfitrión!, si
en tu juicio lo merece. Ciertamente amo a mis hijos, ¿y cómo no, si
los di a luz? La muerte es para mí una desdicha, pero luchar contra la
necesidad, necia pretensión. Ya que hemos de perecer, que sea de otra
manera, no devorados por el fuego y sirviendo de escarnio a nuestros
enemigos, mal más intolerable que la muerte, cuando, por otra parte,
no debemos deshonrar a nuestros abuelos. Gloriosa fama alcanzaste
tú en la guerra para morir sin valor; pero mi ínclito esposo, ¿no
expresó también su deseo de que no viviesen sus hijos mancillados?
Afligen a los nobles las acciones torpes de sus hijos, y yo no debo
olvidar el ejemplo de Heracles. He aquí, pues, mi opinión acerca de
tus esperanzas. Crees que tu hijo vendrá del centro de la tierra, pero
¿qué muerto ha vuelto jamás de los infiernos?[101] ¿Podremos acaso
aplacar con ruegos a Lico? De ninguna manera: que el necio intente
huir de su enemigo; los prudentes, los que han recibido educación
distinguida, solo deben ceder, porque más fácilmente se apiadarán de
ti si te resignas. Ya he pensado en solicitar el destierro de estos
hijos a fuerza de súplicas. Miserable será, no obstante, su suerte
si han de vivir pobres y sin ventura, pues, según dicen, los que dan
hospitalidad a los desterrados solo el primer día los miran con buenos
ojos. Soporta, como nosotros, la muerte que te aguarda. Apelamos a tu
nobleza, ¡oh anciano! El que intente luchar contra las calamidades
que mandan los dioses, por grande que sea su ánimo, no dejará de
ser un insensato, pues nadie logrará evitar lo que ha de suceder
necesariamente.[102]

EL CORO

Si mi brazo fuese vigoroso y os injuriaran, fácilmente castigaría a
quien tal osase; ahora nada somos; así, ¡oh Anfitrión!, piensa en la
mejor manera de evitar esos males.

ANFITRIÓN

Seguramente no es timidez ni afición a la vida lo que me impide morir,
sino mi deseo de salvar a los hijos de mi hijo, aunque, por otra
parte, parezca que pretendo imposibles. He aquí mi cerviz, que ofrezco
al suplicio; hiéranla, sepárenla del tronco, precipítenla de elevado
peñasco; solo te pedimos, ¡oh rey!, que a nosotros dos nos concedas
una gracia: mátame a mí y a esta desventurada antes que a mis hijos,
para no presenciar el espectáculo impío de su martirio llamando a su
madre y al padre de su padre; no esperamos auxilio alguno que nos libre
de la muerte.

MÉGARA

Y yo te ruego suplicante que me concedas otra gracia, para que tú solo
nos dispenses dos a un tiempo: déjame entrar en nuestro palacio, y
preparar las fúnebres galas de estos niños; ahora poco nos echaron de
él. Así, al menos, poseerán los únicos restos de los bienes de su padre.

LICO

Se hará lo que pides; ordeno, pues, a mis servidores que abran las
puertas. Entrad y preparad esas fúnebres galas, que mi odio no va tan
lejos; pero cuando los hayáis vestido, vendré a buscaros para enviaros
a la mansión subterránea. (_Vase_).

MÉGARA

Seguid, hijos míos, los tristes pasos de vuestra madre al hogar
paterno, en donde otros poseen lo que os pertenece, y solo queda
vuestro nombre. (_Entra en el palacio con sus hijos_).

ANFITRIÓN

¡Oh Zeus!, en vano disfrutaste de mi lecho, y en vano te llamábamos
padre de mi hijo; me amas menos de lo que aparentabas; y yo, simple
mortal, te aventajo en virtud, siendo tú dios poderoso, porque no he
hecho traición a los heráclidas. Tú sabías venir furtivamente a ajeno
tálamo, o introducirte en él sin licencia de nadie, pero no salvar a
tus amigos. Eres, por tanto, dios injusto o poco sabio.[103] (_Entra
también en el palacio_).

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Entona, ¡oh Febo!, alegre canto, pulsando la sonora
cítara con dorado plectro,[104] que yo quiero celebrar con alabanzas,
corona de sus trabajos, al que penetró en las tinieblas subterráneas de
los infiernos, ya le llame hijo de Zeus, ya de Anfitrión; cantar sus
nobles hazañas es honrar a los muertos. Y primeramente mató al león de
la selva de Zeus, y con su cabeza y con la terrible piel de la retinta
fiera abrigó sus espaldas.

_Antístrofa 1.ª_ — E hirió en otro tiempo con su arco mortífero al
linaje de los crueles centauros[105] que vagaban por los montes, y
les dio muerte con sus veloces saetas. Testigo fue el Peneo,[106]
de deleitosa corriente, y las espaciosas y estériles llanuras, y los
valles del Pelión,[107] y las peñas vecinas a Hómola,[108] desde
donde, armados con pinos, devastaban con sus correrías el país de los
tesalios. Y después que mató a la cierva de manchado lomo, envanecida
con sus cuernos de oro, azote de los rústicos labradores, la ofreció a
la diosa de Énoe, cazadora de fieras.[109]

_Estrofa 2.ª_ — Y subió en las cuadrigas, y domó los caballos de
Diomedes,[110] que, furiosos y sin freno, devoraban en sus letales
pesebres ensangrentado pasto, disfrutando el nefando banquete del
placer de desgarrar carne humana. Y pasó el Hebro,[111] de argentadas
ondas, para cumplir el trabajo que le ordenó Euristeo, el tirano de
Micenas, y atravesó las cumbres del Pelión, junto a la corriente del
Anauro.[112] Y con su arco mató a Cicno,[113] asesino de extranjeros,
inhospitalario habitante de Anfanas.

_Antístrofa 2.ª_ — Y llegó al palacio Hesperio, en donde moraban
las vírgenes cantoras, para coger el fruto de los manzanos de hojas
de oro resplandeciente, después de exterminar al dragón rojo, que,
enrollado en el árbol, lo guardaba de todos. Y entró luego en el seno
del espacioso mar, y lo limpió de monstruos para que los mortales
navegaran. Y con sus brazos sostuvo el cielo en su centro, cuando fue
al palacio de Atlas,[114] y merced a su fortaleza la estrellada mansión
de los dioses no vaciló en sus cimientos.

_Estrofa 3.ª_ — Y hendiendo las olas del Euxino, buscó al escuadrón de
las amazonas[115] cerca de la laguna Meótide,[116] en donde desaguan
muchos ríos. ¿Cuántos amigos suyos de la Grecia no lo acompañaron en
demanda del vestido de oro de la virgen, hija de Ares,[117] y del
tahalí mortífero? La ínclita Grecia recibió los despojos de la virgen
bárbara, que se guardan en Micenas. Y cauterizó las heridas de la hidra
de Lerna, perro homicida de mil cabezas, y la mató con sus saetas, y al
pastor de tres cuerpos de la Eritea.[118]

_Antístrofa 3.ª_ — Y en otros combates ganó afortunada palma; y navegó
en busca de Hades, que hace derramar tantas lágrimas, su último
trabajo, y allí murió el desdichado, y aún no ha vuelto. Sin amigos
está su palacio, y la barca de Caronte espera a sus hijos, que, desde
la orilla de la vida, emprenderán peregrinación nefanda e impía, de
la cual jamás se regresa; solo en tu brazo confía tu familia, y no
te presentas. Si mis fuerzas fuesen ahora las de mi juventud; si yo
pudiera vibrar la lanza en la pelea, con mis compañeros de Tebas
socorrería a tus hijos; pero ya pasó ese tiempo.

Veo venir a los hijos de Heracles, antes tan famoso, con sus vestidos
mortuorios, y a su esposa amada, que los guía con tardo paso, y al
anciano Anfitrión. ¡Ay de mí, desventurado, que no puedo contener las
lágrimas que a torrentes brotan de mis viejos ojos!

MÉGARA

Veamos. ¿Quién es el sacerdote, quién el sacrificador de estos
desdichados, quién el verdugo de mi mísera ánima? Prontas están las
víctimas que se han de enviar al infierno. ¡Oh hijos, el carro que
ha de conducirnos después de muertos no ofrecerá bello espectáculo,
confundidos ancianos, jóvenes y madres! ¡Oh hado mío funesto, y de
estos hijos a quienes veo por última vez! Yo, en verdad, os di a
luz; pero os crié para que vuestros enemigos os deshonrasen, para
que os sacrificasen, para servirles de ludibrio. ¡Ay de mí! ¡Cómo se
han desvanecido las esperanzas que en otro tiempo me hizo concebir
vuestro padre! (_A sus hijos_). Él, ahora difunto, te instituía
heredero de Argos, en donde te esperaba el palacio de Euristeo, rey
de la fértil Pelasgia, y cubría tu cabeza con los despojos del fiero
león, que él mismo usaba. Tú habías de ser rey de Tebas, aficionada
a carros, y poseer mis campos, según hubiesen convenido Heracles y
mi padre; y a tu diestra entregaba esa incontrastable clava, vano
don de Dédalo.[119] Y a ti te prometió, por último, que te daría la
Tesalia, que despobló en otro tiempo con sus flechas de largo alcance.
Como sois tres y era tanta la grandeza de su ánimo, os dejaba también
tres reinos. Yo os buscaba bellas esposas y provechosas alianzas del
campo ateniense, de Tebas y de Esparta, para que con tan dulces lazos
vivieseis venturosos. Y todo se desvaneció, y cambió la fortuna, y la
muerte es la esposa que os aguarda, y mis lágrimas infortunadas os
servirán de ablución nupcial. Y vuestro abuelo os ofrece el banquete
de bodas, y seréis yernos del Orco, cruel pariente. ¡Ay de mí! ¿Cuál
de vosotros será el primero, cuál el último que estrecharé contra mi
pecho? ¿A quién besaré? ¿A cuál abrazaré? Ojalá que, como la abeja de
transparentes alas, recoja todas vuestras lágrimas y, reuniéndolas,
derrame abundantes las mías. ¡Oh tú, el muy amado!; si en los infiernos
hay algún muerto que pueda oírme, óyeme, ¡oh Heracles!; mueren tu padre
y tus hijos, y yo también, la que los hombres apellidaban feliz en otro
tiempo por ser tu esposa; socórrenos; ven, aunque no seas más que una
sombra; solo así nos salvarás, y cobardes serán en tu presencia los
asesinos de tus hijos.

ANFITRIÓN

Tú, ¡oh mujer!, te has acordado de cuanto a Hades se debe; yo,
elevando mis manos al cielo, te invoco, ¡oh Zeus!, para que auxilies
a estos niños si en algo quieres servirlos, que no podrás dentro de
poco. Verdad es que te llamé otras muchas veces... Vano es mi deseo;
según parece, moriremos sin remedio. Breve es la vida, ¡oh ancianos!;
pasadla, pues, lo más alegremente que os sea posible,[120] y que no os
visiten los dolores ni de noche ni de día. Porque el tiempo no sabe
acariciar nuestras esperanzas, sino solo volar cuando acaba sus obras.
Contempladme: yo, en concepto de los hombres, disfrutaba de los favores
de la fortuna. Un día me los arrebata veloz, como el ave que hiende los
aires. Ignoro si la felicidad y la gloria han sido siempre duraderas.
Adiós, pues; por última vez veis a vuestro amigo y compañero.

MÉGARA

¿Qué es esto, ¡oh anciano!? ¿Veo acaso al hombre más querido? ¿Qué diré?

ANFITRIÓN

No sé, hija; el estupor embarga también mi ánimo.

MÉGARA

Este, según afirmaban, yacía bajo la tierra, a no ser que nos engañe
algún sueño a la luz del día. ¿Qué diré? ¿Deliro acaso y veo vano
fantasma? Este no es otro que Heracles, ¡oh anciano! Agarraos, ¡oh
hijos!, de los vestidos de vuestro padre; daos prisa, no lo soltéis, ya
que para vosotros en nada cede a Zeus Salvador.[121]

HERACLES

Yo te saludo, palacio y vestíbulo de mis lares; ¡con qué gozo te miro
de vuelta a la luz! ¡Hola! ¿Qué sucede? Delante de él veo a mis hijos,
cuyas cabezas ornan fúnebres galas, y a mi esposa rodeada de hombres,
y a mi padre, que llora alguna desdicha. Me acercaré a ellos, y
averiguaré qué novedad ha ocurrido.

ANFITRIÓN

¡Oh, el más amado de los mortales!; ¡oh luz que alumbras a tu padre!;
ya te veo, ya te salvaste; a tiempo apareces a tus amigos.

HERACLES

¿Qué dices? ¿Qué desgracia ha sobrevenido, ¡oh padre!?

MÉGARA

Estábamos a punto de morir; perdóname, anciano, si te interrumpo, que
las mujeres son en cierto modo más dignas de lástima que los hombres, e
inminente era la muerte de mis hijos y también la mía.

HERACLES

¡Oh Apolo, triste es el exordio de tu discurso!

MÉGARA

Perecieron mis hermanos y mi anciano padre.

HERACLES

¿Qué nueva oigo? ¿De qué manera? ¿Qué lanza les dio muerte?

MÉGARA

Matolos Lico, ínclito[122] señor de este país.

HERACLES

¿En lucha armada, o favorecido por sediciones que hayan agitado a esta
ciudad?

MÉGARA

Una sedición le dio el cetro de Tebas, la de las siete puertas.

HERACLES

¿Y por qué te embarga tal terror, y a este anciano?

MÉGARA

Porque intentaba matar a tu padre, a mí y a tus hijos.

HERACLES

¿Qué dices? ¿Por qué temía a mis hijos, huérfanos?

MÉGARA

No vengasen algún día la muerte de Creonte.

HERACLES

¿Y por qué los veo revestidos de un traje que solo a los muertos
conviene?

MÉGARA

Pusímonos ya nuestras fúnebres galas.

HERACLES

¿Y habíais de morir víctimas de la tiranía? ¡Cuánta es mi desventura!

MÉGARA

Y sin amigos: dijéronnos que habías sucumbido.

HERACLES

¿Y quién os trajo esa nueva, causa de vuestro abatimiento?

MÉGARA

Los mensajeros de Euristeo.

HERACLES

Pero ¿por qué habéis dejado mi palacio y mis lares?

MÉGARA

A la fuerza arrancaron a tu padre de su lecho.

HERACLES

¿Y no se avergonzó de insultar así a un anciano?[123]

MÉGARA

La vergüenza habita lejos de la violencia.

HERACLES

¿Y porque me ausento os abandonan los amigos?

MÉGARA

¿Y quiénes lo son del desgraciado?

HERACLES

¿Se olvidaron ya de la lucha que sostuve contra los minios?

MÉGARA

La desgracia, para decírtelo otra vez, no conoce amigos.

HERACLES

¿No arrojaréis esas lúgubres cintas que ornan vuestros cabellos, y
miraréis la luz, contemplándola gozosos con vuestros ojos, en vez de
las tinieblas infernales? Ya que hay necesidad de mi brazo, buscaré al
nuevo tirano y derribaré su palacio, y después de cortarle la cabeza
la echaré a los perros para que la devoren, y someteré con esta clava
victoriosa a todos los tebanos que me han abandonado después de recibir
de mí tantos beneficios; mis aladas saetas arrancarán a otros la vida,
y con su estrago llenaré de muertos el Ismeno, y de sangre las claras
ondas de Dirce. ¿A quién he de socorrer con más razón que a mi esposa,
a mis hijos y a este anciano? De nada me servirían mis trabajos si los
sufrí sin provecho alguno mío, y no doy cima a este ahora. Yo debo
morir defendiéndolos, ya que ellos habían de perecer en breve por causa
de su padre. ¿Qué no se dirá de mí si después de vencer a la hidra y al
león por orden de Euristeo no puedo auxiliar a mis infortunados hijos?
No me llamarán, como antes, Heracles el de las gloriosas hazañas.

EL CORO

Justo es que un padre ayude a sus hijos, y un hijo a su padre anciano y
a su compañera.

ANFITRIÓN

Digno es de ti, ¡oh hijo!, amar a tus amigos y aborrecer a tus
enemigos; pero no te precipites.

HERACLES

¿Y cómo, ¡oh padre!, puede haber precipitación en esto?

ANFITRIÓN

El rey tiene muchos auxiliares miserables, aunque los hombres los
llamen opulentos, que promovieron la sedición y perdieron la ciudad por
despojar a los otros;[124] sus gastos y su vituperable holganza han
dado fin a sus bienes. Te han visto llegar a la ciudad; guárdate, pues,
de morir, contra lo que te figuras, si se reúnen tus adversarios.

HERACLES

Poco me importaría que toda la ciudad me viera, pues al observar cierta
ave en paraje infausto, comprendí que alguna calamidad había ocurrido a
mi familia, y sin rodeos, deliberada y públicamente, he venido aquí.

ANFITRIÓN

Está bien; acércate ahora a saludar a tus lares, que vea tu rostro el
hogar paterno. El rey en persona vendrá a arrastrar a la muerte a tu
esposa e hijos, y a sacrificarnos a los demás. Estate, pues, allí, y
sin peligro saldrá todo como deseas, y no alborotarás tu ciudad, ¡oh
hijo!, hasta no acabar esta empresa.

HERACLES

Así lo haré, y bien me aconsejaste; iré a mi palacio. Al fin, de vuelta
de los subterráneos sin sol, donde moran Hades y su esposa, saludaré
primero a mis dioses domésticos.

ANFITRIÓN

¿Y descendiste verdaderamente al palacio de Hades, hijo mío?

HERACLES

Y traje a la claridad del día a la fiera de tres cabezas.

ANFITRIÓN

¿En lucha vencedora, o por concesión de la diosa?

HERACLES

Después de vencerla; también tuve la fortuna de ser iniciado en los
santos misterios.[125]

ANFITRIÓN

¿Y está ahora esa fiera en el palacio de Euristeo?

HERACLES

En la selva de Deméter y en la ciudad de Hermíone.[126]

ANFITRIÓN

¿Ignora acaso Euristeo que has vuelto a la tierra?

HERACLES

No lo sabe; yo, a mi regreso, deseaba visitar cuanto antes a mi familia.

ANFITRIÓN

¿Y cómo estuviste tanto tiempo en el infierno?

HERACLES

Me detuve por sacar de él a Teseo, ¡oh padre!

ANFITRIÓN

¿Y en dónde está? ¿Fue a su patria?

HERACLES

Encaminose a Atenas, lleno de alegría al verse fuera del Orco.[127]
Pero seguid a vuestro padre a su palacio, ¡oh hijos!; vuestra entrada
en él os será más grata que vuestra salida. Cobrad ánimo y no derramad
a torrentes las lágrimas. Tú también, ¡oh esposa!, reanímate y no
tiembles; soltad mis vestidos, que no soy ningún ave, ni quiero huir de
mis amigos. ¡Ah! ¡No me obedecen, sino los estrechan con más fuerza!
¡Tan inminente era el peligro! Como si fuesen navecillas los llevaré
de la mano y los remolcaré, que no me opongo a salvarlos. Todos los
hombres son semejantes: aman a sus hijos los que más valen, y los que
nada son; en punto a riquezas hay diversidad entre ellos: unos las
tienen, otros no; pero todos los aman igualmente.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Grata es para mí la juventud, no la vejez, carga más
pesada que los peñascos del Etna, que agobia mi cabeza y oscurece con
sus tinieblas la luz de mis ojos.[128] Ni todo el lujo del imperio
del Asia, ni un palacio lleno de oro valen para mí lo que ella, que si
es muy dulce en la opulencia, también lo es en la pobreza. Aborrezco
la triste y letal senectud; ojalá que desaparezca bajo las olas, pues
nunca debió acercarse a los hombres y a las ciudades, sino volar por
los aires.

_Antístrofa 1.ª_ — Si la prudencia y la humana sabiduría fuesen
patrimonio de los dioses, disfrutaríamos de doble juventud los que
la mereciésemos por nuestras virtudes, para que, después de muertos,
volviésemos a ver de nuevo el sol y viviésemos dos veces, y así se
distinguirían los buenos de los malos como los marineros distinguen las
innumerables estrellas del firmamento. Pero ahora no hay señal alguna
para conocerlos, y vivimos vida agitada, pensando solo en acumular
riquezas.

_Estrofa 2.ª_ — No cesaré de adorar a las Gracias y a las Musas,
unidas en dulcísimo consorcio. Que yo no viva sin las nueve hermanas,
y que las coronas ornen siempre mis sienes. Todavía el anciano poeta
celebra a Mnemósine;[129] todavía cantaré el triunfo de Heracles, ya en
el templo de Dioniso, que nos da aromático vino, ya al son de la lira
de siete cuerdas y de la flauta líbica; aún alabaremos a las Musas, que
me invitaron a formar estos coros.

_Antístrofa 2.ª_ — Himnos entonan las delíades,[130] danzando en
bellos grupos a las puertas del templo en loor de los bienaventurados
hijos de Leto; yo, anciano poeta, como el cisne[131] cantaré también
himnos en tu palacio, ¡oh Heracles!, con voz trémula; fausto argumento
me da para ello el hijo de Zeus, que, superando con sus hazañas a sus
nobles progenitores, ha logrado con sus trabajos que los mortales vivan
tranquilos, sin miedo a las fieras. (_Sale Anfitrión del palacio, y
aparece Lico_).

LICO

A tiempo sales del palacio, ¡oh Anfitrión!; no habéis tardado poco en
vestiros el traje mortuorio. Pero ve y ordena que lo dejen ya los hijos
y la esposa de Heracles, según prometisteis espontáneamente, sabedores
de vuestra próxima muerte.

ANFITRIÓN

¡Oh rey! Me persigues sin apiadarte de mi suerte, y tu conducta es
insolente, cuando sabes que ha muerto mi hijo, y que, por lo mismo que
mandas, debías ser mesurado y compasivo. Pero ya que nos obligas a
morir, necesario es someternos a nuestro destino y obedecerle.

LICO

¿En dónde está Mégara? ¿Dó los hijos del hijo de Alcmena?

ANFITRIÓN

Figúraseme, en cuanto puedo presumir desde aquí fuera...

LICO

¿Qué? ¿En qué te fundas?

ANFITRIÓN

Que pide suplicante en el santuario de sus lares...

LICO

Seguramente suplica en vano que la salven.

ANFITRIÓN

Y en vano llama también a su esposo.

LICO

Que ni la oye, ni jamás vendrá.

ANFITRIÓN

No, a no ser que algún dios lo resucite.

LICO

Ve a buscarla, y arráncala del palacio.

ANFITRIÓN

Sería cómplice de este asesinato si lo hiciera.

LICO

Nosotros, libres de esos terrores que la religión te inspira, traeremos
a los hijos y a la madre. Seguidme, servidores, para que, libres de
inquietud, logremos al fin el descanso apetecido.

ANFITRIÓN

Ve tú también; ve adonde debes ir; quizá otro se encargue de lo
restante. Pero ya que obras mal, lo sufrirás también. ¡Oh ancianos!
Buen camino lleva; en lazos mortales ha de enredarse el malvado que
espera matar a otros. Pero iré y le veré caer, que es grato presenciar
la ruina de un enemigo cuando paga la pena de su delito.

PRIMER SEMICORO

Truécase la suerte; el que antes era gran rey, descenderá a los
infiernos. ¡Ay de la justicia! ¡Ay de las alternativas del destino!

SEGUNDO SEMICORO

Tarde llegaste, ¡oh tú que injuriabas a quienes valían más que tú!,
adonde expiarás con la vida tu crimen.

PRIMER SEMICORO

Pero veamos, ¡oh anciano!, lo que sucede en el palacio, y si alguno se
encarga de realizar mi deseo. (_Acércanse a la puerta del palacio_).

LICO

¡Ay, ay de mí!

PRIMER SEMICORO

Ya escucho desde aquí canto grato a mis oídos; cercana está la muerte.
Los clamores y los gemidos del rey son el prólogo que precede a su
ruina.

LICO

¡Oh tierra entera de Cadmo! ¡Pérfidamente muero!

SEGUNDO SEMICORO

¡Así mataste a otros! Sufre, pues, ahora la pena que mereces, que tal
debe ser el castigo de tus delitos.

PRIMER SEMICORO

¿Qué mortal, acusando injustamente a los dioses, profiere necias
injurias contra los celestiales bienaventurados, diciendo que nada
pueden?

SEGUNDO SEMICORO

Ancianos, ya no existe el impío. El silencio reina en el palacio;
volvamos a nuestros coros; felices son aquellos a quienes amo.
(_Vuelven los semicoros a su puesto, y se reúnen de nuevo_).

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Danzas, danzas y festines se celebran en la ciudad
sagrada de Tebas; trocáronse las lágrimas, trocose la fortuna, y se
oirán, se oirán nuestros cantos. Pereció este nuevo rey, y el antiguo
impera, recién venido de las orillas del Aqueronte. Inopinadamente se
realizó nuestra esperanza.

_Antístrofa 1.ª_ — Los dioses, los dioses no se olvidan cuando es
conveniente premiar a los piadosos o castigar a los impíos. El oro y
la fortuna borran la modestia del corazón humano, y consigo traen la
arbitrariedad y la injusticia. El que huella las leyes no arrostra las
vicisitudes de la suerte, y el inicuo rompe por sí mismo el negro[132]
carro de la felicidad.

_Estrofa 2.ª_ — ¡Oh Ismeno!, corónate de guirnaldas;[133] danzad
vosotras, moradas brillantes de esta ciudad de siete puertas, y tú,
Dirce de bellas ondas, y vosotras, vírgenes ninfas del Asopo, andad,
dejad las aguas de vuestro padre y cantad en coro la gloriosa lucha
y la preclara victoria de Heracles. ¡Oh rocas de Apolo, cubiertas de
selvas, y Helicón, albergue de las musas!; alabad con alegre algazara
mi ciudad, alabad mis murallas, en donde apareció un linaje de hombres
sembrados que, embrazando sus escudos de bronce, formaron armado
escuadrón y dejaron en herencia esta tierra a los hijos de sus hijos,
luz sagrada de Tebas.

_Antístrofa 2.ª_ — ¡Oh lecho, que en dulce consorcio fuiste visitado
por un mortal y por Zeus, fogoso amante de la ninfa, hija de Perseo!;
si no lo dudé en otro tiempo, ahora lo creo más firmemente, porque no
lo esperaba; probado está el incomparable valor de Heracles, que volvió
del centro de la tierra, después de haber visto el palacio infernal
de Hades. Prefiero tu imperio al de reyes degenerados, como el que ha
sucumbido en esta lucha, señal de que la justicia agrada todavía a los
dioses. (_Aparécese la Locura en negro carro encima del palacio, e
Iris a su lado_). ¡Hola!, ¡hola! ¿Volvemos, ¡oh ancianos!, a sentir el
aguijón del temor? ¿Qué fantasma es ese que veo sobre el palacio? Huye,
huye, aligera tu tardo paso, aléjate de aquí. ¡Oh rey Apolo, líbrame de
estos males!

IRIS

No os alarméis, ancianos, de ver a la Locura, hija de la Noche, y a
mí, Iris,[134] mensajera de los dioses; no venimos a hacer daño a esta
ciudad, sino a la familia de un solo hombre, llamado hijo de Zeus y
de Alcmena. Porque antes de terminar sus duros trabajos, guardábalo
el destino, y no permitía Zeus que ni Hera ni yo le infiriésemos la
más leve ofensa; pero ya que ha obedecido las órdenes de Euristeo,
Hera y yo queremos castigarlo,[135] obligándolo a matar a sus hijos y
a derramar la sangre de sus más allegados parientes. Anda, pues, hija
virgen de la negra Noche, de corazón inexorable; inspírale la locura,
trastorna su juicio hasta que extermine a sus hijos y se muevan sus
pies en danzas insensatas; agítalo, envuélvelo en tus redes letales,
para que sus hijos, muertos a sus manos siendo su más bella corona,
atraviesen el estrecho Aqueronte, y sepa lo que es la ira que a Hera y
a mí animan; nada valdrán los dioses, y mucho los mortales, si no sufre
ese castigo.

LA LOCURA

Nací de padre y madre nobles, de la sangre del Cielo y de la Noche, y
ni me es dado aborrecer a mis amigos, ni ofender a los que lo son de
los hombres. Pero quiero hacer una advertencia a ti y a Hera antes que
te vayas, por si la tenéis en cuenta. Ni en la tierra ni en el Olimpo
es desconocido este héroe a cuyo palacio me enviáis, pues pacificó
regiones inaccesibles y el alborotado mar, y solo él reconstruyó los
altares de los dioses que abandonaron los impíos, y por todo esto te
aconsejo que no le suscites graves males.[136]

IRIS

No te opongas a mis deseos y a los de Hera.

LA LOCURA

La senda que yo trazo es la mejor.

IRIS

La esposa de Zeus no te ordenó que vinieses aquí para mostrarte afable.

LA LOCURA

Sea testigo el Sol de que la obedezco contra mi voluntad. Si es
necesario que yo cumpla vuestros mandatos sin vacilar, como el perro
del cazador, iré allá; ni la mar con sus olas que braman, ni el
horrible terremoto, ni el incontrastable rayo, fuente de dolores, me
igualarán cuando me enseñoree del pecho de Heracles, y pulverice los
techos, y derribe su palacio, matando antes a sus hijos; y él no sabrá
que los sacrifica, habiéndolos engendrado, hasta que no se vea libre de
mi rabia.

Ved cómo el toro, pronto a embestir, sacude ya su cabeza y revuelve
en silencio sus ojos extraviados, de mirar siniestro, y respira con
trabajo, y muge terriblemente, invocando a las Furias del Tártaro.
Luego te atormentaré más y te llenaré de terror. Vete al Olimpo, Iris;
levanta tus pies generosos, que voy a penetrar invisible en la regia
morada de Heracles. (_Retíranse Iris y la Locura_).

EL CORO

¡Gime, ay de mí, ay de mí, ¡oh ciudad!, que cortan tu flor, el hijo
de Zeus! ¡Grecia infeliz, que pierdes tu bienhechor, víctima de los
furores de la Locura, que no desaparece al son de las flautas! Causa
de muchos gemidos, alejose en su carro y aguijó sus caballos para
hacer el mal, que es la Gorgona,[137] hija de la Noche, cuyas sierpes
silban a un tiempo con sus cien cabezas, la Locura de ojos ardientes.
Pronto destruye un dios su felicidad, pronto expirarán los hijos a
manos de su padre. ¡Ay de mí, desventurado! ¡Oh Zeus! En breve las
crueles Furias, rabiosos ministros de venganza, azotarán a tu linaje,
que se extinguirá. ¡Oh palacio! ¡Danza sin tímpanos,[138] sin el
grato tirso de Dioniso! ¡Oh palacio!, que inundará de sangre, no del
jugo de báquicos racimos. Huid, ¡oh hijos!; ya suena, ya suena el
canto de guerra, y comienza a perseguir a sus hijos; la Locura no se
desencadenará en vano en el palacio. ¡Ay de mí, ay de mis desdichas;
ay, ay de mí, que lloro a su padre anciano, y a la madre de estos
niños, en mal hora nacidos! Mirad, mirad; la tempestad conmueve el
edificio, el techo se desploma. ¡Ay de mí! ¿Qué haces, hijo de Zeus?
Desorden infernal promueves en tu morada, como Palas en otro tiempo
luchando con Encélado.[139]

EL MENSAJERO (_que sale del palacio_).

¡Ancianos de blancos cabellos!

EL CORO

¿Por qué me llamas con esas voces?

EL MENSAJERO

Terribles sucesos ocurren no lejos de aquí.

EL CORO

No preguntaré a ningún adivino.

EL MENSAJERO

¡Perecieron sus hijos!

EL CORO

¡Ay, ay de mí!

EL MENSAJERO

Llorad, que lo merece esta desdicha; cruel muerte fue la suya.

EL CORO

Cruel también su padre, ¡oh!

EL MENSAJERO

Es increíble lo que hemos sufrido.

EL CORO

¿Cómo cuentas tan lamentable, tan lamentable desgracia, causada por
un padre a sus hijos? Dime cómo la cólera divina ha descargado en esa
familia, y cuál ha sido el fin miserable de los nietos de Creonte.

EL MENSAJERO

Preparadas estaban las víctimas ante el ara de Zeus para purificar
el palacio, libre ya del odioso cadáver del rey de este país;[140]
asistía a esta ceremonia el coro de sus bellos hijos, y Heracles y
Mégara, y ya el cesto sagrado circulaba en torno del ara y guardábamos
silencio. Cuando el hijo de Alcmena se disponía a tomar con su diestra
el tizón y sumergirlo en el agua lustral, detúvose sin decir palabra,
y al verlo vacilar, miráronle sus hijos. Pero ya no era él; había
perdido el juicio, y tenía los ojos extraviados y llenos de sangre,
y de su poblada barba caía copiosa espuma. Entonces dijo con risa
insensata: «¡Oh padre!, ¿a qué preparo el agua lustral antes de matar
a Euristeo, y anticipo inútilmente esta expiación, que podrá hacerse
después? Cuando traiga aquí su cabeza purificaré mis manos de sangre.
Derramad el agua y tirad los cestos. ¿Quién me da el arco? ¿Quién
mi arma terrible? Iré a Micenas; llevemos palancas y azadones para
derribar con su corvo hierro la ciudad en donde habitaron los cíclopes,
después de edificarla con ayuda de su regla roja y de haber observado
los astros». Se apartó un poco, y no habiendo allí carro alguno, él lo
afirmaba, y fingió subir en él, y agitaba la mano como si manejase el
aguijón. Y a un mismo tiempo infundía risa y miedo en sus servidores,
y uno de ellos se expresó así, mirando a los demás: «¿Está loco
nuestro señor, o se divierte con nosotros?». Mientras tanto él subía y
bajaba las escaleras, y apareciéndose de repente en el aposento de los
hombres, aseguraba que había llegado a la ciudad de Niso,[141] cuando
realmente no había salido de su palacio. Recostándose luego en tierra
como si estuviera en aquella ciudad, preparó su alimento, pero a los
pocos instantes decía hallarse en las cumbres frondosas del Istmo, y
despojándose de sus vestidos luchaba solo, y se proclamaba vencedor,
hablando a espectadores imaginarios. Profiriendo contra Euristeo
palabras horribles, creía hallarse en Micenas. Su padre, estrechando su
robusta mano, le habló así: «¡Oh hijo!, ¿qué sufres? ¿Qué peregrinación
es esta a que aludes? ¿Acaso te ha trastornado el juicio la muerte
de los que ha poco perecieron a tus golpes?». Pero él, creyendo ver
al padre de Euristeo en ademán suplicante, lo rechaza, y amenaza a
sus hijos con su ligera aljaba y su arco, persuadido de que eran los
de Euristeo. Ellos, consternados, huyeron en diversas direcciones,
refugiándose uno bajo los vestidos de su mísera madre, otro detrás
de una columna, y el último, en fin, como temblorosa ave, cerca del
altar. Mégara exclamó: «¡Oh padre!, ¿qué haces? ¿Matas a tus hijos?».
El anciano y todos los servidores dan voces; pero él, persiguiendo
al pobre niño alrededor de la columna con pasos terribles, cuadrose
enfrente y le hirió las entrañas, y cayó en tierra, tiñendo con su
sangre, al morir, las columnas de piedra. Dio entonces un grito de
júbilo, y vanagloriándose de su acción, dijo: «Ya murió un hijo de
Euristeo, y yace en tierra en expiación de la enemistad paternal».
Y tiende el arco contra el otro, que temblaba al pie del altar,
pensando escaparse. Cayó el desdichado de rodillas ante su padre, y
extendiendo sus manos hacia su cuello y barba, dijo: «¡Oh padre muy
amado, no me mates!; hijo tuyo, hijo tuyo soy, no de Euristeo». Pero
él, revolviendo con furor sus ojos gorgónicos, y viendo que estaba
demasiado cerca para dispararle sus saetas, como el herrero que golpea
en la encendida masa descargó su clava en la blonda cabeza del niño y
desbarató sus huesos. Y después que dio muerte al segundo de sus hijos,
fue en busca de la tercera víctima. Prevínole su madre mísera, y cerró
las puertas; pero él entonces, como si se hallase junto a los muros
de los cíclopes, remueve la tierra, da golpes en las puertas con las
palancas y, arrancando los postes, postró en tierra de un flechazo al
hijo y a la madre. De allí corre apresurado a matar al anciano; mas se
apareció Palas, según creímos, blandiendo en su mano aguda lanza, y
tiró una piedra enorme que, dándole en el pecho, impidió que perpetrase
su rabioso crimen, y le infundió sueño; cayó al suelo, recostándose
en un trozo de columna que quedó en pie en el umbral después de caer
el techo. Y nosotros, cuando volvimos, lo atamos con cuerdas a ella
ayudados del anciano, para que al despertar no derramase más sangre.
El desdichado, ya sin esposa y sin hijos, duerme mísero sueño. No hay
mortal más infortunado.

EL CORO

Celebérrimo e increíble fue en la Grecia el asesinato que en la región
argólica osaron cometer las hijas de Dánao;[142] pero supéralo este,
y aún es más deplorable que tan antiguo crimen. Yo puedo decir que la
muerte que dio Procne[143] a su generoso y único hijo redundó en honor
de las musas; pero tú, ¡oh desventurado!, asesinaste rabiosamente a
los tres que engendraste. ¿A cuál gemiré o lloraré, por cuál entonaré
fúnebre plegaria o pronunciaré los versos que cantan los coros
infernales? ¡Ay, ay de mí! (_Ábrense las dos puertas del palacio y se
ve a Heracles dormido y atado a un trozo de columna, rodeado de los
cadáveres de su mujer e hijos_). Ved cómo se abren las dos puertas y
se descubren los altares del palacio; contemplad los míseros hijos,
que yacen cerca de su infortunado padre, mientras duerme profundamente
lejos de este estrago, y los lazos y multiplicados nudos que envuelven
su cuerpo, atado a la columna de piedra. Como el ave que llora a sus
hijuelos implumes, así se acerca aquí el anciano con tardo paso,
atravesando esta escena horrible. Helo ya aquí.

ANFITRIÓN

Ancianos de Tebas, ¿no guardaréis silencio para que olvide durmiendo
sus males?[144]

EL CORO

Por ti lloro y gimo, y por estos hijos, y por el varón ilustre que ganó
tan preclaras victorias.

ANFITRIÓN

Alejaos; no hagáis ruido, no gritéis, para que no despierte, pues
duerme plácida y sosegadamente.

EL CORO

¡Ay de mí! ¡Cuántos horrores!

ANFITRIÓN

¡Ah, ah! Vosotros me desesperáis.

EL CORO

El que estaba tendido en tierra se levanta.

ANFITRIÓN

¿No os lamentaréis en silencio, ancianos? Cuidado no despierte y rompa
las cuerdas que lo sujetan, y pierda a la ciudad, y pierda a su padre,
y acabe de derribar el palacio.

EL CORO

¡Imposible, imposible!

ANFITRIÓN

Calla, que observaré cómo respira; vamos, me acercaré a escuchar.

EL CORO

¿Duerme?

ANFITRIÓN

Sí, duerme sueño parricida; mató a su esposa, mató a sus hijos, los
hirió con su rechinante arco.

EL CORO

Gime, pues...

ANFITRIÓN

Gimo...

EL CORO

Por la muerte de sus hijos.

ANFITRIÓN

¡Ay de mí!

EL CORO

Y por el tuyo.

ANFITRIÓN

¡Ah, ah!

EL CORO

¡Oh anciano!...

ANFITRIÓN

Calla, calla, que ha despertado y se revuelve. Ea, pues, me ocultaré en
el palacio.

EL CORO

No tengas miedo, que las tinieblas envuelven los párpados de tu hijo.

ANFITRIÓN

Mirad, mirad. Agobiado por males tan intolerables no temo dejar la luz,
sino que cometa también el crimen de matar a su padre y aumente sus
infortunios, y que además de las Furias, que ya lo agitan, vengan las
que castigan a los parricidas.

EL CORO

Debiste morir cuando vengaste la muerte de los hermanos de tu esposa,
derribando la ciudad de los tafios, bañada por las olas.

ANFITRIÓN

Huid, ancianos, huid de este palacio; huid de este hombre furioso,
que despierta de su sueño. Pronto presenciaréis un nuevo asesinato, y
alborotará a la ciudad de Tebas.

EL CORO

¡Oh Zeus! ¿Por qué tan sin mesura odias a tu hijo y lo sumerges en este
abismo funesto?

HERACLES (_que vuelve en sí poco a poco_).

¡Ah! Ya respiro. (_Anfitrión y el coro se ocultan cuando oyen las
exclamaciones de Heracles_). Y veo lo que más anhelo, el aire, la
tierra y estos rayos del sol; pero figúraseme que he sufrido grave
borrasca y perturbación en mi juicio, y que abrasa mi aliento, saliendo
de mis pulmones con trabajo, no como antes. ¿Qué es esto? ¿Por qué,
como a una nave,[145] sujetan cuerdas mi pecho y vigorosos brazos, y
estoy sujeto a este trozo de columna, cercado de cadáveres? Flechas
aladas y un arco yacen esparcidos por el suelo, que antes no se
separaban de mí, y me defendían, y yo los conservaba con cuidado. Según
presumo, no he vuelto otra vez a los infiernos por orden de Euristeo,
habiendo venido hace poco. Ni veo el peñasco de Sísifo, ni a Hades,
ni el cetro de la hija de Deméter. Admirado estoy; ignoro en dónde me
hallo. ¡Hola! ¿Hay cerca o lejos algún amigo que disipe mis dudas?
Paréceme que me son desconocidos todos estos objetos.

ANFITRIÓN

Ancianos, ¿me acercaré ya al autor de mis males?

EL CORO

Y yo contigo, para compartir tu desgracia (_Acércanse a él el coro y
Anfitrión, este sollozando y cubierto el rostro_).

HERACLES

Padre, ¿por qué lloras y ocultas tu rostro, apartándole de tu hijo muy
querido?

ANFITRIÓN

¡Oh hijo, que eres mi hijo, aunque desdichado!

HERACLES

Pero ¿cuál es mi infortunio, para que así llores?

ANFITRIÓN

Si algún dios lo sufriese, gemiría.

HERACLES

Tus palabras son graves, pero aún no has dicho lo ocurrido.

ANFITRIÓN

Tú mismo lo ves, si estás en tu juicio.

HERACLES

Di si me acusas de algún crimen que yo haya cometido.

ANFITRIÓN

Te lo diré, si ya no eres esclavo de Hades.

HERACLES

¿Qué es esto? Por dos veces has hablado en términos enigmáticos.

ANFITRIÓN

Estoy observándote, hasta cerciorarme de que has recobrado la razón.

HERACLES

No recuerdo haber padecido nunca dolencia alguna de ese género.

ANFITRIÓN

Ancianos, ¿desato a mi hijo? ¿Qué hago?

HERACLES

Dime también el nombre del que me sujetó, que al verme así me
avergüenzo.

ANFITRIÓN

Piensa solo en tus males, y deja lo demás.

HERACLES

¿Basta, acaso, tu silencio para saber lo que deseo?[146]

ANFITRIÓN

¡Oh Zeus!, ¿impasible contemplas estas desdichas, fraguadas en el solio
de Hera?

HERACLES

¿He recibido, por ventura, algún nuevo daño de esa diosa?

ANFITRIÓN

Olvídate de ella y acuérdate solo de tu infortunio.

HERACLES

¡Perdidos somos! ¿De qué calamidad hablas?

ANFITRIÓN

Mira, contempla estos cadáveres de tus hijos.

HERACLES

¡Ay de mí! ¡Horrible espectáculo! ¡Oh desgracia!

ANFITRIÓN

Guerra nefanda, ¡oh hijo!, has hecho a los tuyos.

HERACLES

¿De qué guerra hablas? ¿Quién los mató?

ANFITRIÓN

Tú y tu arco, y el dios que te sugirió ese crimen.

HERACLES

¿Qué dices? ¿Quién es el asesino? ¡Oh padre, mensajero de desdichas!

ANFITRIÓN

Víctima de tu delirio, deseas oír narración deplorable.

HERACLES

¿También soy yo el asesino de mi esposa?

ANFITRIÓN

Todos estos atentados obra son de la misma mano.

HERACLES

¡Ay, ay de mí! Tristes tinieblas me cercan.

ANFITRIÓN

¡Tus males me hacen llorar!

HERACLES

¿Furioso derribé, pues, mi palacio?

ANFITRIÓN

Solo sé que en todo eres desdichado.

HERACLES

¿Cuándo me acometió la locura? ¿Cuándo se ensañó en mí?

ANFITRIÓN

Al purificar con el fuego tus manos junto al ara.

HERACLES

¡Ay de mí! ¿Cómo no me arranco la vida,[147] cuando he asesinado a
los hijos de mi corazón, o me precipito de algún peñasco escarpado, o
atravieso mi pecho con la espada, para que yo sea también el vengador
de su muerte, o abrase el fuego mi cuerpo para lavar esta infamia que
me agobia? Pero aquí viene Teseo, mi pariente[148] y amigo, que se
opondrá a mi suicidio. ¿Me verán los ojos de mi huésped más amado lleno
de sangre de mis hijos? ¡Ay de mí! ¿Qué haré? ¿A qué soledad dirigiré
mis pasos para librarme de estos males? ¡Ay, si pudiera volar por los
aires, o esconderme en la tierra! Ocultaré mi rostro, que me avergüenzo
de mis crímenes, y ya que estoy manchado con esta sangre, no quiero
contaminar a los demás. (_Aparece Teseo con su séquito de guerreros
atenienses_).

TESEO

Acompáñanme otros jóvenes guerreros de Atenas, que acampan a las
orillas del Asopo, para auxiliar a tu hijo, ¡oh anciano! A la ciudad
habitada por los descendientes de Erecteo llevó nueva la fama de que
Lico, después de apoderarse de esta región, os había declarado la
guerra y se preparaba a pelear con vosotros. He venido, pues, a pagar
a Heracles el beneficio que me hizo sacándome de los infiernos, y
por si necesitáis de mi auxilio o del de mis aliados. ¿Qué es esto?
¿Qué hacen aquí estos cadáveres? ¿He venido acaso tarde para evitar
esta desgracia? ¿Quién mató a estos niños? ¿Cúya es esta esposa que
miro? Porque presumo que no han muerto en la guerra, sino que han sido
víctimas de alguna otra calamidad.

ANFITRIÓN

¡Oh rey, dueño de la colina cubierta de olivos!...

TESEO

¿Por qué comienzas tu plática con tan triste exordio?[149]

ANFITRIÓN

Hemos sufrido graves males, obra de los dioses.

TESEO

¿Quiénes son estos niños a quienes lloras?

ANFITRIÓN

Engendrolos mi desventurado hijo, y él mismo los mató; él osó
asesinarlos.

TESEO

Otras palabras quiero oír.

ANFITRIÓN

Y de buen grado te obedeciera.

TESEO

¡Horribles son las que has proferido!

ANFITRIÓN

¡Perdidos somos! ¡Perdidos somos!

TESEO

¿Qué dices? ¿Cómo lo hizo?

ANFITRIÓN

Arrastrado por la locura; los mató con veneno de la hidra de cien
cabezas.[150]

TESEO

Débelo al odio de Hera. ¿Quién es ese que yace entre los muertos,
anciano?

ANFITRIÓN

Mi hijo, mi hijo mísero, que, armado de su escudo, combatió en mortal
pelea a favor de los dioses, y luchó contra los gigantes en los campos
de Flegra.[151]

TESEO

¡Ay, ay de mí! ¿Qué mortal fue nunca tan desdichado?

ANFITRIÓN

No hallarás otro víctima de tantas calamidades ni de tan inauditos
infortunios.

TESEO

¿Por qué el infeliz oculta su cabeza bajo sus vestidos?

ANFITRIÓN

Porque se avergüenza de verte, recordando tu amistad fraternal y la
muerte de sus hijos.

TESEO

También vine a compartir su dolor; descúbrelo.

ANFITRIÓN (_que se arrodilla delante de Heracles_).

¡Oh hijo!, quita ese vestido de tus ojos, sepáralo a un lado, muestra
tu faz al sol, que un noble amigo viene a enjugar tus lágrimas. ¡Por
tu barba, por tus rodillas y tu mano te lo suplico, por el llanto que
vierte este anciano! ¡Hijo mío, aplaca tu ira de fiero león, que te
arrastra fuerza mortífera e impía, y quieres añadir nuevos males a los
que ya sufrimos!

TESEO

Vamos; a ti me dirijo, que yaces en tan deplorable postura; muestra
tu rostro a tus amigos. ¡No hay nube tan negra que pueda encubrirnos
la plaga de tus males! ¿Por qué extiendes hacia mí tu mano, y me
señalas esos muertos? ¿Temes acaso contaminarme si me hablas? No
rehúso compartir tus desdichas, que fui feliz algún día, y no olvido
que me sacaste de las tinieblas a la luz. Detesto a los que muestran
fría gratitud a sus amigos, y al que quiera disfrutar con ellos de sus
placeres y abandonarles en la desgracia. Levántate, descubre tu cabeza
desdichada, míranos. (_Quítale el vestido del rostro_). El mortal que
es noble sufre con resignación la cólera del cielo.

HERACLES

¡Oh Teseo!, ¿no eres testigo del estrago que he hecho en mis hijos?

TESEO

Ya me lo han referido, y mis ojos contemplan el desastre a que aludes.

HERACLES

¿Por qué descubriste mi cabeza a la luz del sol?

TESEO

¿Y por qué no? Tú, siendo hombre, ¿ofendes acaso a los dioses?

HERACLES

Evita, ¡oh desdichado!, mi contagio impío.

TESEO

Nunca contagian los amigos.

HERACLES

Te alabo; no me arrepiento de los beneficios que te hice.

TESEO

Y yo que los recibí, me compadezco ahora de ti.

HERACLES

Digno soy de lástima por haber asesinado a mis hijos.

TESEO

Lamento tu desdicha y la mudanza de tu suerte.

HERACLES

¿Viste nunca a algún otro víctima de mayores males?

TESEO

Desde la tierra llegan los tuyos al cielo.

HERACLES

Dispuesto estoy a morir.

TESEO

¿Crees, acaso, que se cuidarán los dioses de tus amenazas?

HERACLES

Crueles son conmigo, y yo lo seré con ellos.

TESEO

Refrena tu lengua, que agravarás tus dolores si hablas con soberbia.

HERACLES

Tantos son ya mis males, que no hay lugar para más.

TESEO

¿Qué harás? ¿En dónde descargarás tu ira?

HERACLES

Muerto iré al infierno, de donde he venido.

TESEO

Palabras son las tuyas de un hombre vulgar.

HERACLES

Tú me aconsejas así porque no sufres lo que yo.

TESEO

¿Cómo? ¿Así se expresa Heracles, el que padeció tantos trabajos?

HERACLES

No los sufriré tan crueles, suponiendo que pueden tolerarse.

TESEO

¿El bienhechor y grande amigo de los hombres?

HERACLES

De nada me sirve esto, que vence Hera.

TESEO

No consentirá la Grecia que tan temerariamente mueras.

HERACLES

Oye, pues, y mis palabras desvanecerán tus escrúpulos; yo te explicaré
por qué no debo vivir ahora, ni debía vivir antes. Recuerda, en primer
lugar, que este es mi padre, manchado con la sangre del anciano
que engendró a mi madre Alcmena, su esposa.[152] Cuando es vicioso
el tronco de un linaje, es necesario que sean desgraciados sus
descendientes. Zeus, sea quien fuere, me dio el ser y me hizo odioso a
Hera; no te ofendas, anciano, que para mí eres tú mi padre, no Zeus.
Y cuando todavía mamaba envió a mi cuna terribles serpientes aquella
diosa para que me ahogasen.[153] ¿A qué contar los trabajos que después
sufrí, cuando la pubertad sombreó mi labio? ¿Qué luchas no he sostenido
con leones, con tifones de tres cuerpos,[154] con gigantes o con
innumerables centauros? Y después de dar muerte a la hidra, perro de
muchas cabezas que sin cesar renacían, terminé otras muchas empresas,
y fui a los infiernos por orden de Euristeo, para sacar a la luz del
sol al monstruo de tres cabezas que guarda la entrada. Y ahora, por
último, me aflige la desdicha de haber asesinado a mis hijos, para
poner el colmo a los males que se ensañan en mi familia. A tal extremo
he llegado; ni aun me es lícito habitar en mi amada Tebas, porque si
permanezco en ella, ¿qué templo visitaré, qué amigos? Tan grande es
mi desventura que no puedo hablar con nadie.[155] ¿Me encaminaré a
Argos? ¿Cómo, estando desterrado de mi patria? ¿A qué otra ciudad iré?
Me mirarán con malos ojos, porque todos me conocerán y amargamente
murmurarán así de mí: «¿No es ese aquel hijo de Zeus que mató en otro
tiempo a sus hijos y a su esposa? ¿No se irá de aquí a expiar en otra
parte su crimen?». Tristes son las mudanzas de la fortuna para los
que se reputan felices, que quien fue siempre desdichado no siente
los nuevos males que le atormentan. Pienso que algún día ha de ser
tan extremada mi desventura que la tierra me dará voces para que no
la toque, y el mar para que no lo atraviese, y las fuentes de los
ríos, y que sufriré un suplicio análogo al de Ixión en la rueda. Lo
mejor es, por tanto, que ningún griego vuelva a verme, ya que entre
ellos fui feliz. ¿Para qué he de vivir ya? ¿Qué ganaré, hombre inútil
y deshonrado? Dance ya contenta la ínclita esposa de Zeus, hiriendo
el Olimpo con sus pies; logró lo que deseaba, aniquilar por completo
al héroe más ilustre de la Grecia. ¿Quién adorará a semejante deidad?
Por celos de una mortal, amada de Zeus, ha perdido al bienhechor de la
Grecia, de todo punto inocente.

TESEO

La esposa de Zeus ha sido la única autora de todo: con razón lo has
creído. (Más fácil es aconsejarle que soportar sus males). En todos
los seres se ensaña la fortuna, hasta en los dioses, si no son falsas
las narraciones de los poetas. ¿No han contraído entre sí incestuosos
himeneos? ¿Por mandar, no han cargado a sus padres de ignominiosas
cadenas?[156] ¡Y habitan en el cielo y no se afligen mucho recordando
sus faltas! ¿Y qué dirás tú, mísero mortal, que sufres tan impaciente
los males de esta vida, y quieres superar a los dioses? Deja, pues, a
Tebas, si la ley te prohíbe residir en ella, y sígueme a la ciudad de
Palas. Allí, purificando tus manos de este crimen, te daré un palacio,
y parte de mis bienes, y los presentes que me hicieron los ciudadanos
por haber salvado la vida a los catorce jóvenes, después de dar muerte
al toro de Creta. Campos tengo propios en toda esta región: mientras
vivas, tuyos los llamarán los hombres; y cuando mueras y desciendas al
infierno, edificarán en ellos monumentos, se instituirán sacrificios
en tu honor y te rendirá culto toda Atenas. Bello galardón es para
sus ciudadanos alcanzar fama entre los griegos por servir a un hombre
eminente. Y yo te lo debo por haberme salvado; además, no tienes ahora
amigos. Cuando los dioses favorecen a un mortal, no los necesita, que
nos basta su celestial protección si quieren dispensárnosla.

HERACLES

¡Ay de mí! Leve es este consuelo para mitigar mis males. No pienso
probar que los dioses han celebrado himeneos incestuosos, ni he
creído nunca, ni creeré jamás que encadenaron a otros, ni que haya
uno que domine a los demás. El dios que lo es verdaderamente, de
nadie necesita: esas son deplorables invenciones de los poetas.[157]
Pero temo que alguno me llame cobarde si abandono la luz por evitar
mis males. Porque el hombre que no sabe soportar los embates de la
adversidad no podrá resistir tampoco los dardos enemigos. Aguardaré
impávido la muerte; iré a tu ciudad, y desde ahora agradezco infinito
tus dones. Pero ya he sufrido innumerables trabajos que no me hicieron
mella alguna, ni mis ojos derramaron lágrimas, ni creí nunca que
llegara al extremo de derramarlas. Ahora, según parece, debo también
resignarme. Sea así: ya ves cómo me destierro, asesino de mis hijos,
¡oh anciano! Dales sepultura y adorna sus cadáveres, y hónralos con
tu llanto (la ley no me lo permite), acercándolos al pecho de su madre
y depositándolos en sus brazos; unión deplorable, obra involuntaria
de mi mísera locura. Y después que la tierra los reciba en su seno,
habita, infortunado, en esta ciudad y cobra ánimo para sufrir conmigo
estos males. ¡Oh hijos!, el mismo padre que os engendró os ha perdido y
ningún fruto sacasteis de mis triunfos, ni de lo que gané para vosotros
en mis trabajos, la más grata recompensa para vuestro padre. También
te perdí, ¡oh desventurada!, no pagándote como debía, que fielmente
guardaste mi lecho, encerrada tan largo tiempo en mi palacio. ¡Ay de
mi esposa y de mis hijos! ¡Ay de mí! ¡Lastimoso fue mi delito, y ya
me separo de ellos y de mi amada compañera! ¡Oh amargos ósculos! ¡Oh
funestas armas! No sé si conservarlas o abandonarlas, pues pendientes
de mis hombros me reconvendrán así: «Con nuestra ayuda mataste a tus
hijos y a tu esposa; no nos dejas y somos sus asesinos». ¿Y yo las he
de llevar? ¿Qué podré replicarles? Pero sin ellas, instrumentos de tan
gloriosas hazañas en la Grecia, ¿me expondré a que mis enemigos me den
muerte ignominiosa? No las soltaré nunca, para mi mayor tormento. ¡Oh
Teseo!, solo te ruego que ayudes a este desdichado. Acompáñame a Argos
a pedir conmigo el premio que se me prometió si traía al Cancerbero, no
me suceda alguna otra desgracia, sin amigos y afligido por la pérdida
de prendas tan caras. ¡Oh tierra de Cadmo y pueblo entero de Tebas!:
cortad vuestros cabellos, llorad, sepultad a mis hijos, y gemid a un
tiempo por los muertos y por mí. ¡Todos perecimos! Hera nos ha herido:
a ella debemos esta horrible calamidad.[158]

TESEO

Levántate, ¡oh infeliz!; bastantes lágrimas has derramado.

HERACLES

No puedo; rígidos están mis miembros.

TESEO

También las desdichas abaten a los fuertes.

HERACLES

¡Ay de mí! ¡Ojalá que me convierta en monumento imperecedero de mis
males!

TESEO

Basta ya; da la mano a un amigo que te ama.

HERACLES

Cuidado, no llene de sangre tus vestidos.

TESEO

Llénalos, no tengas miedo; poco me importa.

HERACLES (_levantándose_).

Huérfano de mis hijos, tú harás sus veces conmigo.

TESEO

Apóyate en mi cuello; yo te guiaré.

HERACLES (_abrazándole_).

He aquí dos amigos verdaderos, pero el uno es desdichado. ¡Oh anciano!,
así deben ser los tuyos.

ANFITRIÓN

Afortunada es la patria madre de tales hijos.

HERACLES

Teseo, déjame mirar de nuevo a mis hijos.

TESEO

¿Podrá esto consolarte? ¿Sentirás así algún alivio?

HERACLES

Lo anhelo, y quiero abrazar también a mi padre.

ANFITRIÓN

Aquí me tienes, ¡oh hijo!; dulce es para mí tu recuerdo.

TESEO (_mientras Heracles y Anfitrión se abrazan_).

¿Te olvidaste ya de tus trabajos?

HERACLES

Inferiores son a estos todos ellos.

TESEO

Si alguno observa tu abatimiento, no te alabará.

HERACLES

Débil te parezco ahora, no antes, según creo.

TESEO

Seguramente: ¿qué se hizo el famoso Heracles? ¿Es este acaso?

HERACLES

¿Y cómo pensabas cuando yacías mísero en los infiernos?

TESEO

Encontrábame más abatido que otro cualquier hombre.

HERACLES

¿Y cómo dices que los males me humillan?

TESEO

Prosigamos nuestro camino.[159]

HERACLES (_desprendiéndose de los brazos de su padre_).

Adiós, anciano.

ANFITRIÓN

Adiós, hijo.

HERACLES

Que sepultes a los míos como te he dicho.

ANFITRIÓN

Y a mí, ¿quién me sepultará, ¡oh hijo!?

HERACLES

Yo.

ANFITRIÓN

¿Cuándo volverás?

HERACLES

Cuando entierres a mis hijos.

ANFITRIÓN

¿Cómo, pues?

HERACLES

Desde Tebas te llevaré a Atenas. Pero cuida tú de depositar a mis
hijos en su última morada. ¡Triste encargo, en verdad! Nosotros,
que deshonramos a nuestra familia, seguiremos a Teseo como perdida
navecilla. Se engaña el que apetece el poder o las riquezas y las
prefiere a los buenos amigos.

EL CORO

Alejémonos de aquí llenos de tristeza y derramando abundantes lágrimas,
que hemos perdido a nuestro mejor amigo.




ELECTRA


ARGUMENTO

Egisto y Clitemnestra, asesinos de Agamenón, esposo de esta y rey de
Argos y Micenas, después de su muerte casaron a su hija Electra con
un labrador, hombre oscuro, para no exponerse a su venganza ni a la
de sus hijos, y hasta quisieron matar a Orestes, hermano de Electra,
salvándose solo merced a la fidelidad de un viejo servidor de su
padre que lo llevó a la Fócida, al palacio de Estrofio, rey de esta
región y padre de Pílades. Ya hombre, el dios Apolo le ordenó que
vengase a Agamenón, y con este objeto penetró en el territorio argivo,
llegando a la pobre morada en donde vivía su hermana Electra, virgen
aún, merced al respeto que a su elevada alcurnia profesaba su esposo.
Como era tan grande la pobreza de este matrimonio, Electra aconsejó
a su esposo que buscase al servidor de su padre que salvó a Orestes,
pastor entonces de ricos rebaños a las orillas del Tanao, para que
trajese algunos presentes a aquel y a su compañero Pílades. Vino, en
efecto, el anciano, y habiendo reconocido a Orestes por una cicatriz
que tenía en la frente, concertáronse los cuatro (el anciano, Electra,
Orestes y Pílades) para asesinar a Egisto y Clitemnestra. Casualmente
había salido Egisto al campo a ofrecer a las ninfas un sacrificio,
y presentándosele sus mortales enemigos, a quienes no conocía, como
si fuesen extranjeros tesalios, tomaron parte en aquella religiosa
ceremonia, siendo invitados por Egisto, que muere, mientras se
celebraba, a manos de Orestes. Quedaba todavía otra víctima: la madre
de sus asesinos. Electra, para atraerla a su casa, fingió que había
dado a luz un niño, y lo participó a su madre para que viniese. Así
sucedió, y sus propios hijos clavaron en ella sus puñales matricidas.

Entonces se aparecen los Dioscuros, hermanos de Helena y Clitemnestra,
y ordenan a Pílades que se lleve a la Fócida a Electra, casándose con
ella y dando a su esposo el labrador una libra de oro, y que Orestes se
encamine a Atenas a ser juzgado en el Areópago, en donde Apolo será su
defensor.

Como este mismo asunto ha servido a Esquilo y a Sófocles para la
composición de dos tragedias, es conveniente que los estudiosos las
comparen entre sí y noten las diferencias que las caracterizan. Así
lo ha hecho Aug. Guill. Schlegel,[160] cuyo juicio acerca de la de
Eurípides es el siguiente:

«La tragedia de Eurípides es un singular ejemplo de poético, o más bien
dicho, de absurdo antipoético; sería difícil exponer todas las faltas
y contradicciones que contiene. ¿Por qué, verbigracia, engaña Orestes
a su hermana tanto tiempo, sin darse a conocer? ¿Por qué abrevia el
poeta tan fácilmente su trabajo, prescindiendo sin escrúpulo de sus
invenciones, como sucede con el labrador, de cuyo paradero nada se
sabe después que llega el anciano con los presentes? En parte quiso
Eurípides dar a su tragedia novedad, en parte le pareció inverosímil
que Orestes matase al rey y a su esposa en la misma ciudad, y por
evitarlo ha sido aún más inverosímil. Lo trágico de esta obra no es
suyo propio, sino de la fábula, de sus predecesores, de la tradición
primitiva. Su plan no es tampoco de tragedia, sino de un cuadro
familiar, en la significación que tiene hoy esta palabra. Los efectos
de la miseria de Electra hacen una impresión lastimosa; el poeta ha
descubierto su secreto en la grata exposición que ella hace de su
triste estado. Todos los móviles de la acción son extremadamente
superficiales y evidencian que no parten del convencimiento íntimo
del autor; es inexplicable que Egisto conmueva con su generosa
hospitalidad y Clitemnestra con la compasión que muestra a su hija:
la acción, después de cumplida, remata desgraciadamente en deplorable
arrepentimiento, el cual es de tal especie que, sin ofrecer sentido
moral, puede tan solo calificarse de acceso ligero de moralidad. De los
cargos que dirige al oráculo de Delfos nada queremos decir. Como en
toda la composición se revela este espíritu, no puedo comprender qué
objeto se propusiera Eurípides al escribirla, a no ser casar bien a
Electra y hacer feliz al viejo labrador en premio de su continencia. Yo
desearía, en verdad, que se verificase el enlace de Pílades, y que el
labrador recibiese una cuantiosa suma de dinero; así todo acabaría como
una comedia ordinaria, a satisfacción de los espectadores. Advertiré,
para que no se me tache de injusto, que la ELECTRA es quizá la peor
tragedia de Eurípides. ¿Fue acaso su afán de novedades la causa que lo
impulsó a escribir este absurdo? Sin duda sentía que dos predecesores
de tal fama se le hubiesen adelantado. Pero ¿qué necesidad tenía de
medirse con ellos y escribir una ELECTRA?».

De acuerdo enteramente con este juicio de Schlegel, no obstante la
complacencia con que señala todos sus defectos, sin indicar siquiera
una belleza, solo debemos advertir que hasta el mismo Hartung, que
rechaza la crítica de Schlegel, viene después a confirmarla, pues en su
introducción a esta tragedia se limita, sin defenderla, a dar algunas
reglas a los escolares que se dedican al estudio del griego.

En cuanto a la época de su representación, solo podemos atenernos a
las indicaciones que hace el poeta en el texto, siguiendo a M. de
Boissonnade, a Theod. Berghius (en su libro _De reliq. aut. comœd._,
pág. 50), y a Théob. Fix en su _Chronologia fabularum Euripides_,
página XI. En efecto, los Dioscuros (versos 1329-1337), dicen así:

    νὼ δ᾽ ἐπὶ πόντον Σικελὸν σπουδῇ
    σῴσοντε νεῶν πρῴρας ἐνάλους.
    διὰ δ᾽ αἰθερίας στείχοντε πλακὸς
    τοῖς μὲν μυσαροῖς οὐκ ἐπαρήγομεν,
    οἷσιν δ᾽ ὅσιον καὶ τὸ δίκαιον
    φίλον ἐν βιότῳ, τούτους χαλεπῶν
    ἐκλύοντες μόχθων σῴζομεν.
    οὕτως ἀδικεῖν μηδεὶς θελέτω
    μηδ᾽ ἐπιόρκων μέτα συμπλείτω.

Por tanto, en atención a estas clarísimas alusiones que se hacen a la
funesta expedición de Sicilia, al espíritu filosófico irreligioso de
toda ella, al descuido de su versificación y a las faltas que hemos
señalado más arriba, es de presumir que se representara hacia la
olimpiada 91, 4.


PERSONAJES

  UN COLONO _de Micenas._
  ELECTRA, _hija_ }
  Y               } _de Agamenón._
  ORESTES, _hijo_ }
  PÍLADES (_personaje mudo_).
  CLITEMNESTRA, _viuda de Agamenón y ahora esposa de Egisto._
  CORO DE MUJERES _de Micenas._
  UN ANCIANO.
  UN MENSAJERO.
  LOS DIOSCUROS (_Cástor y Pólux_).


La acción es en el campo, no lejos de Argos.




Se ve en la escena una pobre y rústica casa, de la cual, al romper el
día, sale el colono.


EL COLONO

¡Oh Argos,[161] antigua ciudad y corriente del Ínaco,[162] desde el
cual Agamenón navegó en otro tiempo hacia los campos troyanos llevando
la guerra en mil naves! Muerto Príamo,[163] que reinaba en Ilión, y
tomada la ínclita ciudad de Dárdano, volvió a Argos y depositó en los
elevados templos[164] muchos trofeos de bárbaros. Y aunque allí fue,
en verdad, afortunado, pereció en su palacio por engaño de su esposa
Clitemnestra,[165] y a manos de Egisto, hijo de Tiestes. Y al morir
dejó el antiguo cetro de Tántalo, y Egisto reina en esta tierra, casado
con su esposa, la hija de Tindáreo. De los herederos de su nombre
que quedaron en su patria al navegar hacia Troya, a saber, Orestes
y Electra, el primero, en gran peligro de muerte por el odio que le
profesaba Egisto, fue llevado ocultamente por un viejo servidor de su
padre al palacio de Estrofio, en la Fócida, para educarse en él, y la
mano de Electra, que permaneció en el hogar paterno, fue solicitada por
los próceres griegos cuando llegó a la pubertad. Pero Egisto la retenía
en su palacio y no la dio a ninguno, temiendo que engendrara hijos
argivos, vengadores de Agamenón; hasta quiso asesinarla, muy receloso
que, de otra cualquier manera, se enlazase a algún hombre ilustre,
y fue salvada por su madre, que si tuvo un motivo aparente[166]
para asesinar a su esposo, no se atrevió, temerosa del escándalo, a
ensañarse en sus hijos. Tal fue la razón que movió a Egisto a ofrecer
un premio al que matase al hijo desterrado de Agamenón y a casarme
con Electra. Aunque mis padres fueron ciudadanos de Micenas (que
en esta parte a nadie envidio, pues mi linaje es preclaro, aunque
carezca de bienes, causa de mi oscuridad), la entregó a un esposo poco
distinguido, para no exponerse a tanto peligro. Porque si la poseyese
un hombre poderoso por su dignidad, lo excitaría a vengar el asesinato
impune de Agamenón, y el castigo alcanzaría a Egisto. Yo puedo decir,
poniendo a Afrodita por testigo, que jamás manché su lecho, y que
todavía permanece virgen. Sería para mi vergonzoso empañar el lustre
de estos hijos de varones opulentos, y deploro, aunque solo sea su
pariente en el nombre, que el desdichado Orestes, si vuelve alguna
vez a Argos, contemple el miserable consorcio de su hermana. Quien
dijere que soy un necio, porque he recibido una virgen en mi hogar y
continúa inmaculada, sepa que la continencia no es joya de las almas
pervertidas, y que el que así pensare será el verdadero necio.

ELECTRA (_llevando un cántaro en la cabeza_).

¡Oh negra Noche, madre de los dorados astros (que me ves llevando en
mi cabeza este cántaro para llenarlo de agua de la fuente, no obligada
por la pobreza, sino para probar a los dioses la injuria que me hizo
Egisto,[167] y quejarme a mi padre en el seno del vasto éter)! Porque
la malvada hija de Tindáreo, mi madre, me expulsó de su palacio por
complacer a su esposo, tratándonos a mí y a Orestes como si no fuéramos
sus hijos, mientras daba otros a Egisto.

EL COLONO

¿Por qué, ¡oh infortunada!, te fatigas por mi causa, pasando trabajos,
educada antes con regalo, y no descansas a pesar de mis ruegos?

ELECTRA

Te miro como a un amigo, y eres para mí tan venerable como un dios,
porque no me insultaste en mis desdichas. Dulcísimo consuelo es para
los mortales encontrar alivio en su desgracia, como yo en ti. Conviene,
por tanto, que aun sin mandármelo, y a medida de mis fuerzas, te ayude
en el trabajo para que sea menos molesto, y sufrir contigo cuando tú
sufres; que si fuera de casa tienes ocupación bastante, yo debo cuidar
de ella para que, al regresar cansado, nada te falte. (_Retíranse en
dirección opuesta, y al poco tiempo aparecen Pílades y Orestes_).

EL COLONO (_alejándose_).

Anda, pues, si te agrada, que la fuente no está lejos; yo, así que
amanezca, llevaré al campo los bueyes, y sembraré la tierra, que el
perezoso, aunque siempre tenga en los labios el nombre de los dioses,
no ganará el sustento sin fatiga.

ORESTES

Para mí, ¡oh Pílades!, eres el más leal de los hombres, y al mismo
tiempo mi amigo y huésped, y tú solo permaneces fiel al desdichado
Orestes, que tanto sufría por causa de Egisto, asesino de mi padre y
cómplice de mi depravada madre. Vengo al territorio argivo por orden
secreta del dios Apolo, sin saberlo nadie, para castigar con la muerte
a los asesinos de Agamenón. Esta noche he visitado su sepulcro, y
llorado allí, y ofrecídole las primicias de mis cabellos,[168] y
derramado sobre el altar la sangre de una oveja, ignorándolo los
tiranos que dominan en este pueblo. Pero mis pies no pasarán las
murallas, que vengo aquí con dos objetos: para refugiarme en otro
país, si algún espía me conoce, mientras busco a mi hermana (que, según
dicen, se ha casado y ya no es virgen), y para verla y participarla mis
proyectos de venganza y saber con certeza lo que sucede en la ciudad.
Ahora, pues, que la aurora muestra su rostro refulgente, dejemos esta
senda; algún labrador o alguna esclava podrán vernos, y entonces
preguntaremos si mi hermana habita en estos parajes. En efecto, se
acerca una esclava, que en su rasurada cabeza trae un cántaro de agua
de la fuente; sentémonos y averigüemos de ella, si podemos, algo de lo
que nos trae a esta región. (_Ocúltanse detrás de un matorral. Llega
Electra con el cántaro de agua_).

ELECTRA

_Estrofa 1.ª_ — Apresura tus pasos, que ya es hora; entra, entra
lamentándote. ¡Ay de mí, ay de mí! Engendrome Agamenón y pariome
Clitemnestra, la odiosa hija de Tindáreo, y las gentes me llaman la
desdichada Electra, con razón, es verdad, por los duros trabajos que
sufro y por mi triste vida. ¡Oh padre, tú yaces en la morada de Hades,
degollado por tu esposa y por Egisto!

_Mesodo_.[169] — Anda, pues, quéjate como siempre; disfruta de tus
tristes goces.

_Antístrofa 1.ª_ — Apresura tus pasos, que ya es hora; entra, entra
lamentándote. ¡Ay de mí, ay de mí! ¿En qué ciudad, en qué casa sirves,
¡oh hermano miserable!, dejando en el hogar paterno a tu hermana, mujer
infeliz, presa de acerbos dolores? ¡Oh Zeus, Zeus, ven a librar a esta
mísera de tantos males; ven a vengar el cruelísimo asesinato de un
padre; ven alguna vez a Argos!

_Estrofa 2.ª_ — Baja esta carga de mi cabeza para dar a mi padre
quejas nocturnas, con voz clara, lamentos, cantos, fúnebres plegarias.
¡Oh padre, que yaces enterrado!; oye mis sollozos de cada día, mientras
desgarro con las uñas mi cuello y lastimo mi cabeza sin cabellos para
llorar tu muerte.

_Mesodo._ — ¡Ah, ah!, redobla tus golpes; como si el canto del cisne
llamase a las ondas del río a un padre carísimo, asesinado en dolorosos
lazos,[170] así yo te lloro, ¡oh mísero Agamenón!

_Antístrofa 2.ª_ — Tú lavaste por última vez tu cuerpo en el lecho
acerbísimo de la muerte. ¡Ay de mí, ay de mí, ¡oh padre!, herido por
cruel segur y por crueles asechanzas a tu vuelta de Troya! Tu esposa
no te recibió con guirnaldas ni coronas, que la cuchilla de dos filos
de Egisto te causó grave ofensa, y así conservó mi madre su adúltero
amante. (_Entra el coro de mujeres argivas_).

EL CORO

_Estrofa 3.ª_ — ¡Oh Electra, hija de Agamenón!; llegué, por fin, a
tu rústico albergue... Ha venido un hombre oscuro, un montícola de
Micenas de los que se alimentan de leche, anunciando a los argivos
que prevengan el sacrificio para dentro de tres días, y que todas las
vírgenes se reúnan en el templo de Hera.

ELECTRA

No me engalanan resplandecientes vestidos, ¡oh amigas!, ni ostento
dorados collares, ni asisto a los coros de doncellas argivas, danzando
con pie ligero, que, desgraciada, son las lágrimas mis coros, las
lágrimas mis cuidados cotidianos. Mira si mi cabeza descuidada y mis
rasgados vestidos convienen a la hija del rey Agamenón, el que tomó a
Troya en otro tiempo.

EL CORO

_Antístrofa 3.ª_ — Poderosa es Hera. Ya que he venido, recibe este
palio,[171] que tejí para ti, y estos adornos dorados que aumentan la
nativa gracia. ¿Crees acaso que bastan tus lágrimas, si no veneras a
los dioses, para vencer a tus enemigos? Serás feliz, ¡oh hija!, no
gimiendo, sino orando con frecuencia.

ELECTRA

Ningún dios oye los clamores de la infeliz Electra, ni se acuerda de
los sacrificios que ofreció mi padre. Lloro al que ya murió; a Orestes,
que vive errante, hollando miserable extraña tierra, acaso esclavo,
cuando es hijo de ínclito padre. Verdad es que yo habito en una pobre
cabaña, atormentando mi alma el destierro del hogar paterno y morando
en sus ásperas rocas, mientras mi madre, casada con otro, duerme en
lecho nupcial, manchado con la sangre de su esposo.

EL CORO

Helena, hermana de tu madre, fue causa de muchos males que afligieron a
los griegos y a tu linaje.

ELECTRA

¡Ay de mí, oh mujeres!; dejemos ya los lamentos; ciertos extranjeros,
ocultos aquí cerca, salen de repente de su emboscada; huye tú por
esa senda, que yo me refugiaré en mi cabaña, y escaparemos de estos
criminales. (_Orestes le sale al encuentro_).

ORESTES

Detente, ¡oh desdichada!; no temas.

ELECTRA (_cayendo ante la estatua de Apolo que está a la puerta de su
cabaña_).

¡Oh Febo Apolo,[172] ruégote suplicante que me salves!

ORESTES

Más bien que a ti, mataría a otros más odiosos.

ELECTRA

Vete, no toques a quien no debes.

ORESTES

A nadie podría tocar con mejor derecho.

ELECTRA

Pero ¿por qué te ocultas armado cerca de mi cabaña?

ORESTES

Detente y oye, y pronto pensarás como yo.

ELECTRA

Sea, pues; cedo porque eres más fuerte.

ORESTES

Te traigo noticias de tu hermano.

ELECTRA

¡Oh mensajero muy amado!; ¿está vivo o ha muerto?

ORESTES

Vive; quiero darte primero alegres nuevas.

ELECTRA

Que seas feliz; que los dioses premien palabras tan gratas.

ORESTES

Tal es mi deseo: que los dos seamos dichosos a un tiempo.

ELECTRA

¿En qué país vive ese mísero desterrado?

ORESTES

Sufre, y no obedece las leyes de una sola ciudad.[173]

ELECTRA

¿Carece acaso del sustento cotidiano?

ORESTES

Aunque no le falte, siempre es pobre un desterrado.

ELECTRA

¿Qué te encargó para mí?

ORESTES

Que averiguara si vives, y cuáles son tus males.

ELECTRA

Tú mismo observas mi cuerpo descarnado.

ORESTES

Enflaqueciéronlo los dolores para hacerme gemir.

ELECTRA

Y cortados los cabellos, sin rizos que me adornen.

ORESTES

¿Sientes acaso la ausencia de tu hermano y la muerte de tu padre?

ELECTRA

¡Ay de mí! ¿Qué prendas serán para mí más caras?

ORESTES

¡Ay, ay! ¿Cuáles son, a tu juicio, los sentimientos de tu hermano?

ELECTRA

Ausente, no presente, nos ama.

ORESTES

¿Por qué habitas aquí, lejos de la ciudad?

ELECTRA

Estoy casada, ¡oh extranjero!, en funesto matrimonio.

ORESTES

Deploro la suerte de tu hermano. ¿Quizá con alguno de Micenas?

ELECTRA

No, seguramente, como mi padre hubiera deseado.

ORESTES

Explícate para decirlo a Orestes.

ELECTRA

Vivo en esta casa lejos de él.[174]

ORESTES

El que habita en ella debe ser algún cavador o boyero.

ELECTRA

Un hombre pobre, aunque noble y piadoso conmigo.

ORESTES

¿Qué especie de piedad es la suya?

ELECTRA

Jamás subió a mi lecho.

ORESTES

¿Su castidad es sobrehumana, o hija del desprecio?[175]

ELECTRA

No ha querido deshonrar a mis padres.

ORESTES

¿Y cómo no se alegró de casarse contigo?

ELECTRA

Sabe que el que me dio a él en matrimonio no tenía derecho de hacerlo,
¡oh extranjero![176]

ORESTES

Ya entiendo; teme que Orestes lo castigue.

ELECTRA

Sin duda; pero además es hombre humilde.

ORESTES

Noble es su conducta y digna de premio.

ELECTRA

Si regresa alguna vez el ausente.

ORESTES

¿Y cómo lo consintió tu madre?

ELECTRA

Las mujeres, ¡oh extranjero!, aman más a los esposos que a los
hijos.[177]

ORESTES

¿Qué objeto se propuso Egisto al injuriarte así?

ELECTRA

Que tuviese hijos tan oscuros como su padre.

ORESTES

¿Para que no te vengasen?

ELECTRA

Tal fue su propósito, y ojalá que lo expíe.

ORESTES

¿Sabe acaso el esposo de tu madre que permaneces virgen?

ELECTRA

No, se lo hemos ocultado.

ORESTES

¿Y estas amigas tuyas que nos escuchan?

ELECTRA

A nadie dirán tus palabras ni las mías.

ORESTES

¿Qué hará, pues, Orestes, si viene a Argos?

ELECTRA

¿Lo preguntas? Son palabras ociosas. ¿No han llegado ya las cosas al
extremo?

ORESTES

¿Pero cómo dará muerte a los asesinos de su padre?

ELECTRA

Osando imitarlos.

ORESTES

¿Y te atreverías a asesinar con él a tu madre?

ELECTRA

Con la misma segur con que asesinaron a Agamenón.

ORESTES

¿Podré decirlo a él? ¿Estás decidida?

ELECTRA

Moriría de gozo si derramara la sangre de mi madre.[178]

ORESTES

¡Qué placer para Orestes si nos oyese!

ELECTRA

Y yo no lo conoceré si lo veo, ¡oh extranjero!

ORESTES

Nada tiene de extraño, separándoos tan jóvenes.

ELECTRA

Solo uno de mis amigos podría reconocerlo.

ORESTES

¿Quizá el que, según dicen, le salvó la vida?

ELECTRA

Sí, el ayo de mi padre, ya muy anciano.

ORESTES

¿Sepultaron a tu padre después de muerto?

ELECTRA

Sí, arrojándolo del palacio.

ORESTES

¡Ay de mí! ¿Qué has dicho? Tormento es para un hombre sentir demasiado
los males ajenos. Habla, sin embargo, para que, instruido, lleve a tu
hermano tristes nuevas que debe, no obstante, oír. La compasión, que
no afectaría a un hombre grosero, aflige en ciertos casos a los más
cultos, pues no carece de peligro la sabiduría de los sabios si pasa
los límites ordinarios.[179]

EL CORO

Iguales son nuestros deseos,[180] ¡oh extranjero!, desde que te he
oído. Lejos de la ciudad, ignoro esas desdichas, y ya anhelo saberlas.

ELECTRA

Hablaré si conviene, y conviene sin duda, contar a un amigo mis
infortunios y los de mi padre. Ya que me instigas a declarártelos,
¡oh extranjero!, suplícote que los refieras a Orestes, pues también
le alcanzan, y que, en primer lugar, sepa cuál es mi traje, cuánto
mi desaliño, bajo qué techo habito yo, nacida en regia morada; yo
he de tejer mis peplos (o andar desnuda, careciendo de vestido) y
traer el agua del río; no tomo parte en los coros ni en las sagradas
fiestas, y huyo de las demás mujeres, siendo virgen; huyo de Cástor,
que es de mi linaje, y con el cual me desposaron mis padres antes
que volase al cielo.[181] Y mi madre se sienta en el trono entre
despojos de troyanos, y la sirven esclavas asiáticas, cautivas de mi
padre, que prenden sus palios frigios con broches dorados. Pero la
negra sangre de Agamenón mancha todavía el pavimento, y su asesino se
sirve de sus carros, empuñando gozoso en sus ensangrentadas manos el
cetro con que rigió a los griegos. No se acuerdan de su sepulcro, ni
le ofrecen libaciones, ni ramos de mirto, ni en la pira presentes de
ningún género. Pero el esposo de mi madre, el ínclito Egisto, según
dicen, orgulloso con su amor, insulta al sepulcro y arroja piedras al
marmóreo monumento de mi padre, y se atreve a proferir contra nosotros
estas palabras: «¿Dó yace el niño Orestes? Si lo sabe, ¿por qué no
te defiende?». Tales injurias sufre ausente. Suplícote, pues, ¡oh
extranjero!, que así se lo digas, pues muchos lo desean, siendo yo su
intérprete, y mis manos, mi lengua, mi alma contristada, mi cabeza,
mis cabellos y su propio padre; es vergonzoso que él aniquilara a los
frigios y que Orestes no pueda matar a un solo hombre, cuando es joven
e hijo de tan famoso padre.

EL CORO

Veo al que llaman tu esposo cansado del trabajo, que se apresura a
llegar a su morada.

EL COLONO

¿Quiénes son esos extranjeros que están a la puerta? ¿Qué motivo los
trae a mis umbrales? ¿Me necesitarán acaso? Indecoroso es para una
mujer conversar con hombres jóvenes.

ELECTRA

¡Oh carísimo!, nada sospeches de mí; sabrás lo que sucede; estos
extranjeros me traen nuevas de Orestes. Dispensadme vosotros estas
palabras.

EL COLONO

¿Qué dicen? ¿Vive y ve la luz?

ELECTRA

Vive, según aseguran, y al parecer no mienten.

EL COLONO

¿Y se acuerda de su padre y de tus desdichas?

ELECTRA

Así lo creo, pero poco puede un desterrado.

EL COLONO

¿Y qué nuevas traen de su parte?

ELECTRA

Los envía para averiguar mis males.

EL COLONO

Algunos sabrán ya por sí mismos al verte; de los demás les habrás
informado.

ELECTRA

Ya los conocen; nada les he callado.

EL COLONO

Más valiera llevarlos primero a casa. Id a ella, y recibiréis por tan
alegres nuevas la hospitalidad que yo puedo daros; llevaos allá su
equipaje, ¡oh siervos!, y no os opongáis a mi propósito, pues venís de
parte de un ser querido al hogar de quien lo ama; y aunque pobre, no
será villana mi conducta.

ORESTES

¿No es este, ¡oh dioses!, el hombre que respeta ocultamente tu
virginidad, no queriendo ofender a Orestes?

ELECTRA

Llámanle el esposo de esta desgraciada.

ORESTES

¡Ah! No hay señal cierta para conocer la nobleza,[182] porque los
ingenios de los mortales suelen padecer extrañas perturbaciones. Yo vi
a un hijo de ilustre padre que no lo era, y después a hombres honrados
hijos de otros malvados, y pobreza de espíritu en un opulento, y
grandeza de ánimo en un miserable. ¿Quién, pues, podrá distinguirla
y juzgar rectamente? ¿Atenderá a las riquezas? Sin duda será mal
juez. ¿Se decidirá por los que nada poseen? La pobreza tiene sus
inconvenientes; la necesidad obliga a veces a ser malo. ¿Apelará a las
armas? ¿Pero quién, mirando una lanza, podrá testificar de la bondad
del que la lleva? Lo mejor es abstenerse de juzgar. Este hombre, no
distinguido entre los argivos, ni de familia ilustre, sino un pobre
labrador, es, sin embargo, excelente. ¿No sabréis vosotros, los que os
alucináis con falsas imágenes, llamar nobles a los hombres ateniéndoos
a su índole y costumbre? Estos gobiernan bien las ciudades y las
familias, y los ricos sin seso son estatuas del ágora. Un brazo robusto
no resiste mejor la lanza enemiga que uno débil, pues la verdadera
fuerza es la energía y el valor natural. (_A Electra_). Por esta razón,
ya presente, ya ausente el hijo de Agamenón, que nos manda, aceptemos
la hospitalidad que nos ofrecen; entrad, pues, ¡oh siervos! Más quiero
que me hospede un pobre atento que un rico. Alabo la recepción que este
hombre nos ha hecho, aunque exigiera quizá más si, feliz tu hermano,
me trajese a una casa también feliz. Quizá venga él, que Apolo ha
pronunciado sus oráculos; las adivinaciones humanas solo compasión me
inspiran. (_Retíranse Pílades, Orestes y los servidores, que entran en
la casa_).

EL CORO

La alegría, ¡oh Electra!, fortalece ahora mi corazón más que antes;
acaso la fortuna, que tan tristemente ha caminado hasta ahora, se
detenga y nos favorezca.

ELECTRA

¿Cómo te has atrevido, ¡oh desgraciado!, a recibir en tu casa tan
ilustres huéspedes, conociendo tu pobreza?

EL COLONO

Porque si, como parecen, son nobles, ¿no lo agradecerán, ya coman bien,
ya mal?

ELECTRA

Puesto que erraste, siendo tanta tu miseria, ve en busca del anciano
servidor de mi padre que, desterrado de la ciudad, guarda el ganado en
las orillas del río Tanao,[183] límite de la tierra argiva y del suelo
espartano, y dile que venga y traiga presentes para los extranjeros.
Se alegrará y dará gracias a los dioses de que viva el joven a quien
salvó en otro tiempo. Del palacio paterno y de nuestra madre nada
recibiremos, que no habría tan mala nueva para ese miserable como la de
saber que vive Orestes.

EL COLONO

Iré, pues que te agrada, en busca de ese anciano; pero llégate a casa y
prepara lo necesario. Como quiera, encontrará cualquier mujer abundante
alimento. De lo que estoy seguro es de que, al menos, tenemos lo
bastante para saciarlos un día. Cuando pienso en estas cosas siempre
recuerdo lo que valen las riquezas para ofrecer la hospitalidad y curar
el cuerpo si lo ataca alguna dolencia; pero con poco se satisface la
necesidad de cada día, porque, estando harto, lo mismo es el rico que
el pobre.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Ínclitas naves, que arribasteis un día a Troya con
innumerables remos, danzando entre coros de nereidas, mientras que
el delfín, apasionado de la flauta,[184] envolvía las cerúleas proas
llevando al hijo de Tetis, a Aquiles de pies ligeros, y al rey Agamenón
a las orillas del Simois, que riega los campos de Ilión.

_Antístrofa 1.ª_ — Pero las nereidas, al dejar las riberas de la
Eubea, llevaban las cinceladas armas que labró Hefesto en sus dorados
yunques,[185] y buscaron a Aquiles por el Pelión y las altas y sagradas
arboledas del Osa,[186] y por las grutas de las ninfas, testigos de sus
amores, en donde el centauro Quirón[187] educó a este sol de la Grecia,
hijo de la marina Tetis y veloz auxiliar del Atrida.

_Estrofa 2.ª_ — Contome cierto griego que volvió de Troya al puerto
de Nauplia, que en tu escudo, ¡oh hijo de Tetis!, estaban esculpidos
estos signos, terror de los frigios: en el cerco, Perseo volando sobre
los mares con sus talares alígeras, mostrando la cabeza ensangrentada
de la Gorgona, con Hermes, nuncio de Zeus, rústico hijo de Maya,[188]
y en el centro el Sol resplandeciente con sus alados caballos, y los
coros etéreos de astros, las Pléyades,[189] y las Híades, formidables
a los ojos de Héctor. En su casco de áureas figuras, las Esfinges,[190]
oprimiendo entre sus garras su famosa presa; en la loriga, que protege
su cuerpo, la leona Quimera,[191] de rápido curso, respirando llamas, y
en sus uñas el caballo Pegaso de Pirene.

_Antístrofa 2.ª_ — Por último, en su mortífera lanza una cuadriga de
fogosos caballos, envueltos en oscuro polvo. Al rey de tales guerreros
mataste, ¡oh Tindáride!, mujer malvada, a tu mismo esposo, y los dioses
en castigo decretarán tu muerte, y algún día, sí, algún día veré correr
la sangre por tu cuello. (_Llega el viejo ayo de Agamenón_).

EL ANCIANO

¿En dónde, en dónde está mi dueña y veneranda virgen, la hija de
Agamenón, que eduqué en otro tiempo? De arduo acceso es esta casa para
los pies de un anciano, lleno de arrugas. Preciso es, sin embargo, ver
a mis amigos, a pesar de mi encorvado cuerpo y vacilantes rodillas. ¡Oh
hija!, ya que te veo junto a tu casa; tráigote este tierno cordero del
rebaño de mis ovejas, y guirnaldas, y enjutos quesos, y este tesoro
añoso de Dioniso, que perfuma el ambiente, escaso, en verdad, pero de
dulce sabor cuando se vierte en la copa. Que alguno lo lleve a la casa
para los huéspedes, mientras yo enjugo con mis vestidos las lágrimas
que derraman mis ojos.[192]

ELECTRA

¿Por qué lloras, anciano? Después de tanto tiempo, ¿renuevan mis males
tus dolores, o gimes por Orestes, mísero desterrado, y por mi padre,
que en vano educaste en otro tiempo para ti y para tus amigos?

EL ANCIANO

Vanamente, es verdad; no puedo menos de llorar, que de paso visité su
sepulcro, y solo derramé abundantes lágrimas, prosternado en tierra, y
ofrecí libaciones del vino que he traído para tus huéspedes, y deposité
alrededor del túmulo ramos de mirto; y en la misma pira vi vellón de
negra oveja, y sangre recién vertida, y rizos de una rubia cabellera.
Me admiré, ¡oh hija!, de que hubiese osado ningún hombre acercarse al
túmulo, y no será ningún argivo, sino acaso tu hermano, que ha venido
ocultamente, y ha tributado al mísero sepulcro de tu padre los honores
debidos. Mira los cabellos de que hablo y compáralos con los tuyos, por
si son como estos, cual suele suceder entre hermanos.

ELECTRA

No es de sabio lo que hablas, ¡oh anciano!, si crees que mi animoso
hermano ha vuelto y se esconde por miedo de Egisto. Además, ¿cómo
han de ser iguales los rizos de ambos, cuando los unos serían de un
hombro noble, educado en la palestra, y los otros de una mujer que se
peina con frecuencia?[193] Es, pues, imposible lo que pretendes, que
encontrarás, ¡oh anciano!, muchos cabellos parecidos, aunque no sean
parientes los que los llevan.

EL ANCIANO

Compara al menos su huella, examina los pasos impresos, a ver si el pie
es igual al tuyo, ¡oh hija!

ELECTRA

¿Cómo se ha de imprimir la huella de los pies en la endurecida tierra?
Y aunque así fuera, nunca es igual la de dos hermanos, si son varón y
hembra, sino mayor la del primero.

EL ANCIANO

¿Y no podrías reconocer, si estuviese de vuelta, la tela que tejiste
con tu lanzadera, y en la cual lo oculté en otro tiempo para salvarlo
de la muerte?

ELECTRA

¿Ignoras que yo era jovencilla cuando huyó Orestes de este país? Y
aunque la hubiera tejido, ¿cómo, siendo entonces niño, tendría ahora el
mismo vestido, a no ser que crezca con el cuerpo? Así, pues, o algún
peregrino se cortó el cabello, observando el abandono del sepulcro, o
algún argivo, favorecido por las tinieblas.

EL ANCIANO

¿Pero en dónde están los huéspedes? Quiero verlos y preguntarles por tu
hermano. (_Salen de la casa Pílades y Orestes con su séquito_).

ELECTRA

De mi morada salen con pies ligeros.

EL ANCIANO

Y en verdad que parecen nobles, aunque la sola apariencia sea indicio
falaz, pues muchos, nobles de aspecto, son villanos. Voy, sin embargo,
a saludarles.

ORESTES

Salve, ¡oh anciano! ¿De cuál de tus amigos, ¡oh Electra!, es esta
sombra?

ELECTRA

Es el que educó a mi padre, ¡oh huésped!

ORESTES

¿Qué dices? ¿El que ocultó a tu hermano?

ELECTRA

El que lo salvó, si de él queda algo.

ORESTES

¡Hola! ¿Por qué me mira como si examinara una obra curiosa de plata
cincelada? ¿Me confunde con alguno?

ELECTRA

Acaso se alegra; creyéndote igual a Orestes.

ORESTES

Varón amado en verdad; ¿con qué objeto da vueltas?

ELECTRA

Yo misma me admiro, ¡oh huésped!, observándolo.

EL ANCIANO

¡Oh amada hija Electra!, da gracias al cielo.

ELECTRA

¿Por qué? ¿Está presente o no?

EL ANCIANO

Y acepta el rico tesoro que un dios te ofrece.

ELECTRA

He aquí cómo imploro a los dioses. ¿Pero qué dices, anciano?

EL ANCIANO

Mira con atención a este hombre muy amado, ¡oh hija!

ELECTRA

Temo, ya hace rato, que no está cabal tu juicio.

EL ANCIANO

Lo pierdo, en efecto, viendo a tu hermano.

ELECTRA

¿Qué extrañas palabras has proferido?

EL ANCIANO

Que veo aquí a Orestes, hijo de Agamenón.

ELECTRA

¿En qué señal te fundas que me inspire fe?

EL ANCIANO

En una cicatriz junto a la ceja que se hizo en otro tiempo persiguiendo
contigo un cervatillo en el palacio paterno, y cayendo al suelo
ensangrentado.[194]

ELECTRA

¿Qué dices? Veo, en efecto, esa señal.

EL ANCIANO

¿Y dudas abrazarlo?

ELECTRA

Ya no, ¡oh anciano!, pues me ha convencido la prueba que adujiste. ¡Oh,
por fin viniste, por fin te vuelvo a ver inesperadamente!

ORESTES

¡Y al cabo también te encuentro!

ELECTRA

Cuando jamás lo hubiera pensado.

ORESTES

Ni yo tampoco.

ELECTRA

¿Aquel Orestes eres tú?

ORESTES

Tu solo compañero si, como el pescador, saco una vez la red que pienso
echar. Confío, sin embargo, en que así sucederá, o no merecen fe los
dioses, si los crímenes han de ser superiores a la justicia.

EL CORO

Llegaste, llegaste, ¡oh día tardío!; luciste, mostraste el astro que
alumbra a la ciudad, desterrado antes del hogar paterno, y que ahora
viene errante. Un dios, algún dios nos trae la victoria, ¡oh amiga!;
levanta las manos, esfuerza el habla, implora a los dioses para que tu
hermano entre en la ciudad con favorables auspicios.

ORESTES

Sea así, pues; gozaré en este momento de sus abrazos, y después me
entregaré de nuevo a ellos. Pero tú, anciano, que tan a tiempo llegas,
dime de qué modo podré castigar al asesino de mi padre, y a mi madre,
su cómplice e impía esposa. ¿Tengo en Argos algunos amigos fieles?
¿Cómo la fortuna nos han abandonado todos? ¿A quién podré hablar de
noche o de día? ¿Qué camino seguiré para caer de repente sobre mis
enemigos?

EL ANCIANO

¡Oh hijo, eres desdichado y no tienes un solo amigo! Pocos, por puro
afecto, comparten nuestros bienes y nuestros males. Tú (que has
perdido todos los tuyos y con ellos toda esperanza) ten muy presente
que de ti solo depende recuperar tu palacio paterno y tu ciudad.

ORESTES

¿Y qué haremos para conseguirlo?

EL ANCIANO

Matar al hijo de Tiestes y a tu madre.

ORESTES

He venido a recoger esta palma;[195] pero ¿cómo lograrlo?

EL ANCIANO

Si penetras dentro de las murallas no lo conseguirás, aunque lo desees.

ORESTES

¿Están guardadas por centinelas y armados satélites?

EL ANCIANO

Así es; te teme, sin duda, y no duerme tranquilo.

ORESTES

Piensa, pues, lo que debemos hacer.

EL ANCIANO

Escúchame; algo se me ocurre.

ORESTES

¡Ojalá que sea feliz la idea y yo la apruebe!

EL ANCIANO

Cuando venía hacia aquí encontré a Egisto.

ORESTES

Con atención te escucho: ¿en dónde lo viste?

EL ANCIANO

Cerca de estos campos, en los pastos de sus yeguadas.

ORESTES

¿Qué hacía? Vislumbro una esperanza en mi desesperación.

EL ANCIANO

Según me pareció, preparaba una fiesta a las ninfas.

ORESTES

¿Por los hijos que ya tiene, o por los que espera?

EL ANCIANO

No sé más que lo dicho, que se ceñía para sacrificar toros.

ORESTES

¿Con cuántos hombres? ¿Estaba solo con los esclavos?

EL ANCIANO

No estaba presente ningún argivo, sino algunos siervos.

ORESTES

¿Podrá descubrirme alguno si me ve, ¡oh anciano!?

EL ANCIANO

Son gentes de su servicio que jamás te vieron.

ORESTES

Si vencemos, ¿estarán de nuestra parte?

EL ANCIANO

Propio es de siervos, y útil a tu propósito.

ORESTES

¿Cómo podré acercarme a él?

EL ANCIANO

Si vas adonde sacrifica ahora...

ORESTES

Según parece, está en los campos próximos al camino.

EL ANCIANO

Probablemente te invitará al banquete cuando te vea.[196]

ORESTES

Amarga invitación será, sin duda, si los dioses quieren.

EL ANCIANO

Piensa lo que has de hacer después, según lo que ocurra.

ORESTES

Hablas con prudencia. Y mi madre, ¿en dónde está?

EL ANCIANO

En Argos; pero vendrá pronto a la cena.

ORESTES

¿Por qué no ha acompañado a su esposo?

EL ANCIANO

Temiendo las murmuraciones del pueblo, se ha quedado en su palacio.

ORESTES

Ya entiendo: recela que, como siempre, su conducta infunda sospechas en
sus súbditos.

EL ANCIANO

Así es: la aborrecen por su impiedad.

ORESTES

¿Cómo mataré a los dos a un tiempo?

ELECTRA

A mi cargo queda la muerte de mi madre.

ORESTES

La fortuna nos favorecerá en todo.

ELECTRA

Este anciano nos servirá a ambos.

EL ANCIANO

Cierto; pero ¿cómo piensas asesinar a tu madre?

ELECTRA

Ve, ¡oh anciano!, y di a Clitemnestra que he dado a luz un hijo varón.

EL ANCIANO

¿He de decir que recientemente, o que hace algún tiempo?

ELECTRA

Di que ha llegado el momento de purificarme.[197]

EL ANCIANO

¿Y qué tiene que ver esto con su muerte?

ELECTRA

Cuando sepa que he sufrido los dolores del parto, vendrá sin falta.

EL ANCIANO

¿Por qué? ¿Crees que se cuida acaso de ti, hija?

ELECTRA

Sin duda, y llorará al recordar la humilde condición de mis hijos.

EL ANCIANO

Quizá llore; pero tratemos de nuestro asunto.

ELECTRA

Si llega a venir, morirá sin remedio.

EL ANCIANO

Y entrará por las puertas de tu casa.

ELECTRA

Y entonces será fácil que descienda al Orco.

EL ANCIANO

¡Que yo muera después de verlo!

ELECTRA

Lo primero que has de hacer es servir a este de guía.

EL ANCIANO

¿Adonde Egisto sacrifica ahora a los dioses?

ELECTRA

Busca después a mi madre, y dile lo que te he encargado.

EL ANCIANO

Creerá oírlo de tus mismos labios.

ELECTRA

Ahora te toca a ti, Orestes: la suerte ha decidido que mates primero a
Egisto.

ORESTES

Allá voy, si alguien me enseña el camino.

EL ANCIANO

Yo te llevaré, y no de mala gana.

ORESTES

¡Oh Zeus, tronco de mi linaje,[198] vengador nuestro; compadécete de
nosotros, que hemos sufrido males deplorables!

ELECTRA

¡Apiádate de tus descendientes!

ORESTES

¡Y tú, Hera, que presides en los altares de Micenas, danos la victoria
si pedimos justicia!

ELECTRA

¡Déjanos vengar a mi padre!

ORESTES

¡Y tú, padre mío, que en los infiernos moras, infamemente asesinado,
y soberana Tierra, a quien tiendo mis manos, socorre, socorre a estos
tus hijos muy queridos! ¡Ven, Agamenón, y acompáñente en nuestra ayuda
todos los muertos que contigo aniquilaron a los frigios, y cuantos
detesten a los execrables asesinos! ¿Lo oíste, tú que has sufrido tales
horrores de mi madre?

ELECTRA

Sé bien que todo lo oye mi padre, pero es hora de obrar. Y te recuerdo
que Egisto ha de perecer, porque si vencido, por hado fatal, cayeres,
también yo moriré; y no se dirá que vivo, pues herirá mi cabeza
cuchilla de dos filos. Voy a mi hogar a realizar mis proyectos, porque
si de los tuyos viniese buena nueva, toda la casa saltará de júbilo;
si sucumbes, sucederá lo contrario. Esto te digo.

ORESTES

Ya comprendo.

ELECTRA

Preciso es que pruebes tu valor. (_Vase Orestes_). Vosotras, ¡oh
mujeres!, indicadme con claridad las tumultuosas alternativas de este
combate. Yo esperaré empuñando cortadora espada; jamás se vengarán de
mí mis enemigos, ni vencida injuriarán ni afrentarán mi cuerpo.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Famosa es la antigua tradición, según la cual Pan,
protector de los campos, que espira dulcísonos versos,[199] trajo en
mimbres donosamente tejidos una hermosa cordera de vellón dorado,
amamantada por su tierna madre en las montañas de la Argólida, y
subiéndose en las gradas de piedra, exclamó: «Al ágora, al ágora,[200]
¡oh habitantes de Micenas!: venid y veréis terribles prodigios de
felices tiranos».

_Antístrofa 1.ª_ — Y los coros llenaban el palacio de los Atridas, y
se descubrían los dorados templos, y ardía el fuego en las aras de la
ciudad de los argivos, y la flauta de Lotos, servidora de las musas,
daba suavísimos sonidos, y se entonaban gratos cantos en honor del
dorado cordero y de Tiestes. Seducida por él la esposa amada de Atreo
en oculto lecho, llevó a su palacio el prodigio, y volviendo al ágora,
dijo en alta voz que era suya la cornígera corderilla de maravilloso
vellón dorado.

_Estrofa 2.ª_ — Pero entonces, entonces torció Zeus el brillante
rumbo que siguen los astros, la luz del sol y el rutilante rostro de
la Aurora; la ardiente llama encendida en el cielo descendió por las
llanuras del occidente; las nubes, llenas de agua, se encaminaron a
la constelación ártica, y el seco domicilio de Amón,[201] careciendo
de rocío y privado por Zeus de las bienhechoras lluvias, aparece desde
entonces árido y desierto.

_Antístrofa 2.ª_ — Así dicen; pero yo doy poco crédito a esos
insólitos giros del ardiente Sol, que, por castigar a los hombres,
abandonó su dorado asiento en daño de ellos. Fábulas en verdad
formidables a los mortales y útiles para mantener vivo en los hombres
el culto de los dioses.

¿Por qué no te has acordado de ellas, tú, que mataste a tu esposo,
madre de ínclitos hermanos? Callad, callad; ¿no habéis oído, ¡oh
amigas!, un grito, o me engaña la fantasía, como si escuchase (_Se
detiene y escucha_) el trueno infernal de Zeus?[202] Más claros son ya
estos clamores. (_Llamando en alta voz_). Electra, nuestra dueña, sal
de tu casa.

ELECTRA (_saliendo de su casa_).

¿Qué hay, amigas? ¿Cómo se muestra nuestra fortuna en esta lucha?

EL CORO

Solo sé que he oído el gemido de un moribundo.

ELECTRA (_escuchando_).

Yo también; desde lejos, es verdad, pero lo he oído.

EL CORO

De lejos viene la voz; pero es, sin embargo, clara.

ELECTRA

¿Será de algún argivo este gemido, o de alguno de mis amigos?

EL CORO

No lo sé; es un clamor confuso.

ELECTRA

Me anuncias que debo suicidarme; ¿por qué me detengo?

EL CORO

Aguarda hasta conocer tu suerte.

ELECTRA

No es posible; hemos sucumbido; ¿en dónde están los mensajeros?

EL CORO

Vendrán; no es fácil matar a un rey.

EL MENSAJERO (_que llega corriendo_).

Preclara victoria, ¡oh vírgenes de Micenas!, hemos alcanzado; sepan
todos mis amigos que Orestes ha vencido, y que Egisto, asesino de
Agamenón, yace postrado en tierra; pero demos las gracias a los dioses.

ELECTRA

¿Quién eres tú? ¿Cómo he de creer lo que me dices?[203]

EL MENSAJERO

¿No recuerdas que soy uno de los servidores de tu hermano?

ELECTRA

¡Oh tú, el muy amado!; no te conocí de miedo; ya sé quién eres. ¿Qué
dices? ¿Murió el odioso asesino de mi padre?

EL MENSAJERO

Murió; dos veces te he dicho lo que tanto deseas saber.

ELECTRA

¡Oh dioses, y tú, Justicia, que todo lo ves, al fin venciste! Pero
explícame todos los pormenores de la muerte del hijo de Tiestes.

EL MENSAJERO

Después que salimos de aquí, entramos en el camino trillado por los
carros, junto al cual estaba el ínclito príncipe de Micenas tejiendo
coronas de tierno mirto. Al vernos dijo: «Salve, ¡oh huéspedes!;
¿quiénes sois?, ¿de dónde venís?, ¿en dónde habéis nacido?». Orestes
respondió: «Somos de la Tesalia, y vamos al Alfeo[204] a adorar a Zeus
Olímpico». Al oírlo Egisto replicó: «Hoy me acompañaréis a la cena,
porque sacrificaré bueyes a las ninfas, y mañana temprano saltaréis
del lecho y llegaréis al término de vuestro viaje. Pero entremos en la
casa». Mientras decía esto nos guiaba a ella, y nosotros le seguíamos,
no pareciéndonos bien rechazarlo. Ya dentro, dijo: «Tráiganse baños
cuanto antes a estos huéspedes, para que se acerquen al altar y al
agua lustral». Orestes le contestó así entonces: «Nos hemos purificado
en las ondas puras de un río; pero si es lícito a los extranjeros
sacrificar con los ciudadanos, ¡oh Egisto!, preparados estamos, y no
nos opondremos, ¡oh rey!». Acabada esta plática, y dejando las lanzas
los servidores que formaban su guardia, todos pusieron manos a la
obra. Unos traían el vaso lustral, otros los cestos, otros encendían
el fuego y ponían los vasos alrededor del hogar, y todos hacían gran
ruido en el edificio. El esposo de tu madre derramaba la salsamola[205]
en las aras, profiriendo estas palabras: «Ninfas que habitáis en las
rocas, que yo os sacrifique muchas veces bueyes, y que mi esposa,
la hija de Tindáreo, que está en el palacio, sea, como yo ahora,
afortunada en cuanto emprenda, y desdichados mis enemigos». (Aludía a
ti y a Orestes). Pero mi señor hacía votos contrarios, no, en verdad,
en voz alta, para recuperar su patrimonio. Egisto tomó del cesto un
cuchillo recto; cortó los pelos del novillo, echándolos con su mano
derecha en el fuego; hirió a la víctima en los lomos al levantarla los
sacrificadores, y dijo a tu hermano: «Los tesalios, entre otras artes
insignes, se envanecen de ser maestros en despedazar un toro y domar
caballos. Toma el acero, ¡oh huésped!, y prueba que la fama no miente
cuando así habla de los hijos de Tesalia». Orestes cogió en sus manos
el bien templado cuchillo dórico;[206] sujetó el manto con el broche,
y echándolo hacia atrás, eligió por sacrificador a Pílades, e hizo
que se apartasen los demás servidores; y tomando un pie del novillo,
descubría sus blancas carnes extendiendo la mano, y despojaba sus lomos
de la piel en menos tiempo que tarda el jinete en recorrer dos veces
el estadio.[207] Abría después las entrañas, y Egisto, recibiéndolas
en su mano, las examinaba con cuidado porque faltaba el lóbulo en los
intestinos, y así esta falta como el cuello de la vejiga de la hiel,
presagiaban desdichas al que las escudriñara. Contrajo, pues, su rostro
y, al observarlo, le preguntó mi dueño: «¿Por qué te entristeces?».
«¡Oh huésped! —replicó—; temo fuera de aquí alguna asechanza; el
hijo de Agamenón es mi más mortal enemigo, y también de mi familia».
Él respondió: «¿Temes asechanzas de un desterrado, reinando tú en la
ciudad? ¿No me dará alguno un cuchillo ftío, en vez del dórico,[208]
para que, acabada la exploración, celebremos el banquete, después de
abrir el pecho de la víctima?». Entonces Egisto se apoderó de las
vísceras pectorales y se puso a examinarlas; mas al bajar la cabeza, tu
hermano, levantándose sobre la punta de los pies, le descargó un golpe,
rompiéndole las vértebras y tirando en tierra cuan largo era su cuerpo
palpitante, que se revolcó en su sangre. Enteráronse sus servidores y
tomaron las armas, y todos ellos, muchos en número, atacaron a los dos;
pero los detuvo el valor de Pílades y Orestes, vibrando sus armas, y
el último dijo: «No vengo como enemigo contra esta ciudad ni contra
mis servidores; yo soy el mísero Orestes, que ha castigado al asesino
de su padre. No me matéis, vosotros que sois mis antiguos súbditos».
Contuviéronse ellos al oírlo, y fue reconocido por cierto anciano que
sirvió en su palacio. Regocijáronse entonces, y al punto lo coronaron.
A buscarte viene, a enseñarte la cabeza, no de la Gorgona, sino de
Egisto, a quien aborreces; su sangre paga con triste usura la derramada
por él en otro tiempo.

EL CORO

_Estrofa._ — Prepara los pies para la danza, ¡oh amiga!, como el
potrillo que salta con gracia en el aire. Tu hermano trajo una corona
de más valor que la ganada en lucha victoriosa a las orillas del
Alfeo.[209] Pero canta el himno triunfal en mi coro.

ELECTRA

¡Oh luz, oh crines de los cuatro caballos del Sol, oh tierra y
tinieblas, que antes me envolvíais!; ahora están mis ojos libres y
clara mi vista desde que sucumbió Egisto, el asesino de mi padre. Ea,
amigas; con las galas que guardo en mi casa, coronaré la cabeza de mi
hermano vencedor.

EL CORO

Hace bien en engalanar su cabellera, que nuestros coros seguirán
gratos a las musas. Ahora que al rigor de la justicia perecieron estos
hombres inicuos, gobernarán nuestro país sus antiguos y queridos reyes.
Prosigan, pues, nuestros unánimes y alegres vítores. (_Aparecen Orestes
y Pílades con su séquito, trayendo el cadáver de Egisto. Electra sale
al encuentro de Orestes con coronas y cintas_).

ELECTRA

¡Oh victorioso Orestes, hijo de padre también victorioso en las guerras
de Ilión!; toma para ti estas coronas entrelazadas. Vuelves a mi casa,
no después de recorrer vanamente el estadio, sino después de matar a
nuestro enemigo Egisto, asesino de tu padre y del mío. Y tú, Pílades,
educado por un varón muy piadoso,[210] que estás a su lado, toma de mi
mano otra corona, que te expusiste a iguales peligros. Siempre desearé
vuestra dicha.

ORESTES

A los dioses solo, ¡oh Electra!, la debemos; después puedes alabarme,
que solo soy instrumento suyo y de la Fortuna. No me jacto vanamente
de haber dado muerte a Egisto, y para que nadie lo dude te traigo su
cadáver, ya por si quieres echarlo a las fieras que lo despedacen, o
suspenderlo de un poste y ofrecer sus restos a las aves hijas del Éter.
El que antes se llamaba tu señor es ahora tu siervo.

ELECTRA

De buena gana diría, a no ser por vergüenza...

ORESTES

¿Qué? Habla, ya no tendrás miedo.

ELECTRA

De que me aborrezcan si insulto a los muertos.

ORESTES

No hay quien lo reprenda.

ELECTRA

Nuestra ciudad es descontentadiza e inclinada a la maledicencia.

ORESTES

Di cuanto quieras, hermana; odio inextinguible profesamos siempre a
Egisto.

ELECTRA

Sea, pues:[211] ¿cuál será mi primera injuria? ¿Cuáles otras le
seguirán? Jamás, al levantarme, dejaba de pensar en lo que te diría
al verte, si alguna vez no embargaba el temor mi lengua. Ya llegó ese
día, y ahora, ¡oh Egisto!, me oirás como si vivieras. Tú me perdiste,
huérfana de mi caro padre; también a este, no provocado por agravio
alguno; sedujiste a mi madre, y sin haber peleado contra los frigios
mataste al general de los griegos. Tan lejos fue tu locura que creíste
que no te sería infiel mi madre, con la cual te casaste, profanando el
lecho de mi padre. Sepa, pues, todo el que corrompa a mujer ajena, que
si después se ve obligado a tomarla por esposa, será infeliz si piensa
que guarda para él solo el pudor que antes no tuvo. Desgraciada era tu
suerte, aunque no lo creyeras así: no ignorabas que habías contraído
un himeneo impío, ni mi madre que impío era también su esposo. Como
los dos erais malvados, participasteis ambos de vuestras respectivas
desdichas: tú de la suya, ella de la tuya. Todos los argivos decían a
una: «Aquel es el esposo de esta mujer; esta mujer no es esposa de
este hombre». Y era vergonzoso que una mujer estuviese al frente de
un palacio, no un hombre, y yo aborrezco los hijos que en la ciudad
llevan, no el nombre de su padre, sino solo el de su madre. Si alguno
se casa con esposa más ilustre que él, nadie se acuerda del esposo y
todos de la mujer. Te engañaste muy mucho y diste pruebas de ignorante
si pensabas que eras algo porque tenías riquezas, que nada son y se
disfrutan poco tiempo. Duradero es el ingenio, no ellas; mientras que
poseyéndolo vencemos a los males, la opulencia es injusta y vive con
los malvados, y vuela fácilmente y efímera es su flor. Callo lo que
has hecho con las mujeres (que una virgen no debe decirlo); pero lo
indicaré con reserva, para que se entienda: tu conducta era insolente,
porque morabas en un palacio y eras hermoso. Que un marido tenga
corazón varonil, no rostro virginal. Buenos son los mismos hijos de
Ares, no los hombros bellos, gala de los coros. Muere, pues, necio como
pocos; nunca sospechaste que pagarías la pena merecida. Ninguno me
diga que por haber dado con felicidad el primer paso en la carrera ha
vencido, mientras no llegue a la meta y alcance el término de la vida.
(_Dale con el pie_).

EL CORO

Cometió atentados horribles, y horriblemente os vengasteis tú y tu
hermano. ¡Grande es el poder de la justicia!

ORESTES

Ea, servidores, llevaos ese cadáver y ocultadlo en las tinieblas, para
que no lo vea mi madre antes de morir. (_Llévanse el cadáver_).

ELECTRA

Calla; hablemos de otra cosa.

ORESTES

¿Qué hay, pues? ¿Vienen a socorrerlo de Micenas?

ELECTRA

No; es la madre que me dio a luz.

ORESTES

A tiempo viene a caer en la red.

ELECTRA

Soberbia se presenta con su carro y con su estola.

ORESTES

¿Qué hacemos? ¿Matamos a nuestra madre?

ELECTRA

¿Sientes compasión al verla?[212]

ORESTES

¡Ay de mí! ¡Cómo he de matar a la que me alimentó y me dio a luz!

ELECTRA

Como ella mató a tu padre y al mío.

ORESTES

¡Oh Febo, seguramente es insensato tu oráculo!

ELECTRA

Si es Apolo necio, ¿quiénes serán los sabios?

ORESTES

Cualquiera que me aconseje matar a mi madre, lo cual no es lícito.

ELECTRA

¿Pero qué mal te aguarda vengando a tu padre?

ORESTES

Tendré que huir, reo de parricidio, cuando antes era inocente.

ELECTRA

Y si no vengas a tu padre serás impío.

ORESTES

Yo expiaré el asesinato de mi madre.

ELECTRA

¿Y no serás castigado si no vengas a tu padre?

ORESTES

¿Si el oráculo será obra de algún mal genio, no del dios?

ELECTRA

¿Sentándose en el sagrado trípode? No lo creo.

ORESTES

Ni yo que es piadoso ese oráculo.

ELECTRA

No te desalientes y pierdas el ánimo.

ORESTES

¿La mataré también dolosamente?

ELECTRA

Como a Egisto, su esposo.

ORESTES

Entraré; cruel es esta lucha y cruel será mi acción. Si los dioses lo
quieren, así sea; combate es este para mí dulce y amargo a un tiempo.

EL CORO

Viva la hija de Tindáreo, reina de la tierra argiva, hermana de los
fuertes hijos de Zeus[213] que moran entre los astros del ardiente
éter y socorren a los mortales afligidos en medio de los mares. Salve:
venérote como a los bienaventurados, que grandes son tus riquezas y tu
dicha; tiempo es ya, ¡oh reina!, de rendir homenaje a la fortuna.

CLITEMNESTRA

Bajad del carro, troyanas, y dadme la mano para ayudarme a salir.
Adornados están los templos de los dioses con los despojos frigios,
aunque en mi palacio posea, en vez de la hija que perdí,[214] estas
esclavas escogidas de la tierra de Troya, don exiguo, pero grato.

ELECTRA

¿No me será lícito, ¡oh madre!, a mí, esclava arrojada del hogar
paterno, que habito en pobre casa, tocar tu bienaventurada mano?

CLITEMNESTRA

Para eso sirven estas esclavas; no me atormentes.

ELECTRA

¿Por qué no? Como a cautiva me lanzaste del hogar paterno; sin él,
cautiva soy también como estas, huérfanas de padre, abandonadas.

CLITEMNESTRA

Así pensaba también tu padre de amigos que no lo merecían. Me
explicaré, sin embargo, aunque se crea, y a mi parecer sin razón, que
es interesado el lenguaje de una mujer de mala fama.[215] Si después
de oírme estima alguno que debe odiarme, hágalo en buen hora; si no,
¿por qué aborrecerme? Tindáreo me dio a tu padre, no para que me matase
ni tampoco a mis hijos, y Agamenón, al dejar su palacio, arrastró a
Ifigenia a Áulide, en donde estaban detenidas las naves, pretextando
que la casaría con Aquiles; y allí, llevándola a la pira, manchó con
sangre sus blancas mejillas. Y esto podría perdonarse si lo hubiera
hecho por librar de asedio a Argos o por salvar a su familia y los
demás hijos, perdiendo uno por todos; pero no arrancármela por recobrar
a la libidinosa Helena y porque su esposo no pudo refrenarla. Esto
solo, a pesar de ser injusto, no me habría precipitado a asesinarlo;
pero volvió en compañía de una bacante de inspirado estro,[216] y
compartió con ella su lecho y quiso tener a un tiempo dos esposas en un
mismo palacio. No diré que las mujeres no sean deshonestas; pero aun
siendo cierto, si el esposo peca y rechaza sus abrazos, ella quiere
imitarlo y buscar otro amante. ¡Y para nosotras es ignominioso, y si
los hombres lo hacen nadie se admira! Si hubiesen robado a Menelao,
¿debía yo sacrificar a Orestes por salvar al esposo de mi hermana? ¿Y
el que mató a mi hija no debía morir y yo sí? Yo lo maté; yo le salí
al encuentro, y fueron mis cómplices sus enemigos; si no, ¿qué amiga
hubiese osado ayudarme a perpetrar ese crimen? Di lo que quieras con
toda libertad, y prueba que tu padre no sufrió el castigo merecido.

ELECTRA

Defendiste tu causa, pero es injusta. Conviene a la mujer prudente
ceder siempre a su esposo; de la que así no piense, ni aun hablar
quiero. Acuérdate, ¡oh madre!, de tus últimas palabras concediéndome
completa libertad de replicarte.

CLITEMNESTRA

Lo mismo repito ahora, y no me vuelvo atrás de lo dicho.

ELECTRA

Y después de oírme, ¿no me harás ningún mal, madre?

CLITEMNESTRA

De ningún modo, y seré contigo indulgente.

ELECTRA

Sea así, pues, y este será mi exordio.[217] ¡Ojalá, ¡oh madre!,
tuvieses mejores pensamientos, porque es grande tu hermosura y la de tu
hermana Helena!; pero sois dos hermanas igualmente frívolas e indignas
de Cástor. La una consintió en su rapto y tú perdiste al más ilustre de
los griegos, pretextando que le dabas muerte por haber degollado a tu
hija, pues no todos saben como yo la verdad del caso, y que tú, antes
de cerciorarte de ello y a poco de separarte de tu esposo, peinabas al
espejo los rubios rizos de tu cabellera. Pero la mujer que, ausente de
su esposo, se adorna para agradar, merece vituperio; nunca sale de su
casa sino en demanda de traiciones. Tú fuiste la única griega que se
alegraba de los triunfos de los troyanos, nublándose tus ojos cuando
sucumbían, y deseando que Agamenón no volviese de Troya. Y justo motivo
tenías para ser casta, pues en nada le aventaja Egisto, y los griegos
le eligieron general; y por lo mismo que tu hermana Helena había
cometido tales maldades más gloria reportarías, porque los delitos
ajenos ofrecen a los justos útil enseñanza. Pero aun suponiendo, como
dices, que mi padre matase a tu hija, yo y mi hermano, ¿qué daño te
hemos hecho? ¿Por qué, después de muerto tu esposo, no nos llevaste al
palacio paterno en vez de traer a él otro lecho, y das una corona en
precio de su crimen, ni destierras a tu esposo en vez de a tu hijo, ni
por vengarme lo asesinas, cuando él en vida me ha hecho perecer, no
una, como mi padre a mi hermana, sino dos veces? No hay duda que si un
asesinato se venga con otro, yo y tu hijo Orestes vengaremos en ti el
de nuestro padre. Si su muerte fue justa, lo será también la tuya. Todo
el que se casa con una mujer malvada solo por sus riquezas o ilustre
linaje, es un necio; que un himeneo modesto y casto es la bendición de
una familia.[218]

EL CORO

La fortuna juega un gran papel en los casamientos de las mujeres, y
hace la felicidad o la desdicha de los mortales.

CLITEMNESTRA

Obedeces, ¡oh hija!, a la ley natural amando al que te engendró.
También sucede que unos hijos quieren solo a sus padres, y otros
prefieren a la madre. Te perdono, porque no siempre, ¡oh hija!, me
alegran mis recuerdos. ¿Pero así estás sin purificarte, y mal abrigada,
y recién parida, sin embargo? ¡Oh, cuán desgraciada soy, solo por mi
causa, excitando las iras de mi esposo más de lo justo!

ELECTRA

Tarde gimes, cuando no puedes remediarlo. Mi padre ha muerto; ¿cómo no
llamas a tu hijo, que anda errante lejos de su patria?

CLITEMNESTRA

Tengo miedo; así me lo aconseja mi interés, no el suyo, porque, según
dicen, se enfurece al recordar el asesinato de Agamenón.

ELECTRA

¿Y por qué nos trata tu esposo con tanto rigor?

CLITEMNESTRA

Tal es su carácter, pero no mejor el tuyo.

ELECTRA

Lo siento, aunque no me indigno.

CLITEMNESTRA

Ya no te hará ningún daño.

ELECTRA

Se llena de orgullo porque habita en mi palacio.

CLITEMNESTRA

¿Lo ves? ¿Promueves nuevas disputas?

ELECTRA

Me callo: le temo, y yo me entiendo.[219]

CLITEMNESTRA

No hables más de esto. ¿Para qué me llamabas, hija?

ELECTRA

Según creo, tienes ya noticia de mi parto; sacrifica en mi nombre,
porque yo ignoro la costumbre observada cuando tiene el niño diez días,
y no es extraño, por ser el primero.

CLITEMNESTRA

Eso corresponde a la que te asistió en el parto.

ELECTRA

Nadie me ayudó, y sola di a luz un hijo.

CLITEMNESTRA

¿No tenéis ningún amigo?

ELECTRA

Nadie codicia pobres amistades.

CLITEMNESTRA

Iré, pues, para sacrificar a los dioses, ya que el niño tiene el tiempo
debido;[220] pero así que recibas esta gracia volveré al campo, en
donde mi esposo sacrifica a las ninfas. Vosotros, servidores, llevad
a los pesebres los caballos uncidos a la lanza, y regresad cuando
calculéis que he concluido el sacrificio, pues también debo complacer a
mi esposo. (_Entra en la casa_).

ELECTRA

Entra en mi pobre casa; cuida de que su ennegrecido techo no deslustre
tu peplo; sacrificarás como conviene a los dioses. Pronto está el cesto
para los sagrados auspicios, y aguzado el cuchillo que dio muerte al
toro, junto al cual caerás tú misma herida; en el palacio de Hades te
casarás también con quien dormías en el imperio del Sol: tan grande
será la gracia que te dispense en pago de la pena que debes a mi padre.
(_Entra tras ella_).

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Una cadena terrible forman los males, y vientos varios
agitan a las familias. Mi príncipe, sí, mi príncipe sucumbió en otro
tiempo en el baño, y resonó el pavimento, y resonaron las almenas
de piedra del palacio mientras él exclamaba: «¡Oh mujer criminal!,
¿por qué me matas cuando vuelvo a mi patria amada después de diez
sementeras?».

_Antístrofa 1.ª_ — Pero sonó la hora de la venganza para esta
infame, que profanó el lecho nupcial y mató con sus propias manos a
su esposo desdichado, que regresaba tarde a su patria, a los muros de
los cíclopes, que se elevan en los aires, blandiendo ella misma el
puñal afilado. ¡Oh mísero esposo, qué ofensa tan grande te hizo esta
furia ensañándose criminal en ti, como salvaje leona que mora en las
espesuras de los montes!

CLITEMNESTRA (_dentro_).

¡Por los dioses, hijos, no matéis a vuestra madre!

EL CORO

¿Oyes una voz bajo el techo?

CLITEMNESTRA

¡Ay de mí! ¡Ay de mí!

EL CORO

Deploro que sucumba a manos de sus hijos. La justicia divina ejerce su
ministerio cuando la ocasión se presenta. Adversa es tu suerte, ¡oh
desgraciada!, pero impíos fueron también tus hechos.

Vedlos, vedlos aquí manchados con la sangre de su madre, que salen de
la casa, señal manifiesta de la victoria, como los lamentos que oímos
antes. Nunca hubo palacio más funesto que el habitado por los hijos de
Tántalo. (_Al salir Electra y Orestes ábrense las puertas, y se ven los
dos cadáveres de Clitemnestra y Egisto_).

ORESTES[221]

_Estrofa 2.ª_ — Ensalcemos a la Tierra y a Zeus, que ve cuanto hacen
los mortales; contemplad, ¡oh dioses!, estos crímenes sangrientos y
nefandos; dos cuerpos tendidos en tierra al golpe de mi mano, único
remedio a mis desdichas.

ELECTRA

Lamentables son en verdad, ¡oh hermano!; autora soy también de ellos.
Con furor me he ensañado en esta madre que me dio a luz.

ORESTES

¡Oh madre infortunada y criminal que me diste la vida! ¡Oh calamidad,
oh calamidad, obra voluntaria de tus propios hijos! Sin embargo, has
expiado el asesinato de mi padre.

_Antístrofa 2.ª_ — Me instigaste, ¡oh Febo!, a cumplir esta venganza,
y cometiste horrible y manifiesto delito, y desataste funesto himeneo
en la tierra helénica. ¿A qué ciudad iré? ¿Qué hombre piadoso me dará
hospitalidad y mirará tranquilo el rostro del matador de su madre?

ELECTRA

¡Ay de mí! ¡Ay de mí! Y yo, ¿adónde iré? ¿Qué coro podré formar? ¿Quién
me querrá por esposa? ¿Qué hombre querrá recibirme en su lecho conyugal?

ORESTES

Como el viento, sí, como el viento has cambiado; ahora piensas
piadosamente, antes no, y excitaste a tu hermano, ¡oh hermana amada!,
a cometer terribles atentados que no aprobaba. ¿No viste cómo la
desdichada se despojó de su manto, me presentó su pecho para que lo
hiriera, ¡ay de mí, ay de mí!, y, enterneciéndome, arrastró por tierra
el cuerpo que me engendrara?

ELECTRA

Sé que vacilaste al oír el flébil clamor de la madre que te dio a luz.

ORESTES

Así habló, tocando mi barba: «¡Oh hijo mío, por los dioses te lo
pido!». ¡Y besaba mis mejillas, y se me cayó el arma de las manos!

EL CORO

¿Cómo te has atrevido, ¡oh desgraciada!, a presenciar el asesinato de
tu madre?

ORESTES

Yo la maté ocultando mi rostro con el palio y atravesando su cuello con
mi espada.

ELECTRA

Pero yo te animé y esgrimí también el acero.[222]

ORESTES

Envuelve en el manto a tu madre, quítala de nuestra vista, lava sus
heridas. (_Dirigiéndose al cadáver de Clitemnestra_). ¡Oh madre de tus
asesinos!

ELECTRA (_mientras cubre el cadáver_).

He aquí cómo amigas y enemigas te ocultamos bajo nuestros vestidos,
última víctima de nuestra familia.

EL CORO

Mirad cómo aparecen ciertos seres sobrenaturales sobre lo alto de la
casa; quizá sean algunos dioses, porque así no vienen los mortales.
¿Por qué se presentan de este modo a los hombres?

LOS DIOSCUROS (_habla Cástor_).

Oye, hijo de Agamenón, que te hablan los gemelos hijos de Zeus,
hermanos de tu madre, Cástor y mi hermano Pólux. Después que aplacamos
en la mar una borrasca fatal a las naves, vinimos a Argos, en donde
presenciamos el asesinato de nuestra hermana, madre tuya. La justicia
se ha cumplido, pero tú no has sido su ministro, que Apolo, Apolo...
Pero es mi rey y callo, pues aunque sabio, no pudo inspirarte
sabiduría. Mas después de todo, es menester resignarse, porque se
han de obedecer los decretos del destino y de Zeus: que Electra sea
esposa de Pílades y la lleve consigo; abandona tú a Argos, pues
habiendo asesinado a tu madre, no debes entrar en ella. Las terribles
Furias, diosas de feroces miradas, te perseguirán errante, víctima del
delirio; pero encamínate a Atenas y abraza la sagrada imagen de Palas,
que ahuyentará a tus perseguidoras, azotándolas también con crueles
dragones, y no osarán acercarse a ti, y te protegerá con la terrible
égida y la cabeza gorgónica. Hay allí cierta colina de Ares, en donde
los dioses se juntaron primero para dar sus votos y fallaron sobre el
homicidio de Halirrotio,[223] hijo del rey del mar, que pereció a
manos del dios cruel de la guerra, enfurecido a causa de las impías
nupcias que celebró con su hija, desde cuyo suceso es para los dioses
santísima o irrevocable la sentencia que allí se pronuncia.[224] En
este mismo lugar te sujetarás al fallo que recaiga en tu causa. Votos
iguales salvarán tu vida y no morirás por tu crimen, pues Febo será
responsable de haberte aconsejado el parricidio. Y las crueles diosas,
presas de profundo dolor, se precipitarán en una sima cerca de esa
eminencia, oráculo sagrado desde entonces y temido de los hombres. Ley
será en adelante para la posteridad que el reo se salve siempre que el
mismo número de votos lo condene y lo absuelva. Conviene que después
habites a las orillas del Alfeo, en la Arcadia, cerca del templo
Liceo,[225] y se fundará además una ciudad que lleve tu nombre.[226]
Esto es lo que te digo. El cadáver de Egisto será enterrado por los
argivos. Menelao, dueño ya de los campos troyanos, y su esposa Helena,
llevarán a tu madre a Nauplia, en donde le darán sepultura. Helena
viene ahora del palacio de Proteo,[227] dejando a Egipto; no ha estado
en Troya, pues Zeus, para suscitar guerras y muertes de hombres, envió
a Ilión una falsa imagen suya.[228] Pílades llevará a su virgen esposa
a la tierra aquea,[229] y al país de los focidios[230] al esposo de tu
hermana,[231] tu pariente solo en el nombre, dándole una libra de oro.
Tú irás por el Istmo a la afortunada roca de Cécrope,[232] y cuando
cumplieres tu fatal destino y expiares tu parricidio, serás feliz,
libre de estos males.

EL CORO

¡Oh hijos de Zeus!, ¿nos dais licencia de hablaros?

LOS DIOSCUROS

Podéis hacerlo, si no os habéis contaminado.

ORESTES

Y yo, ¿puedo hablar con vosotros, ¡oh hijos de Tindáreo!?

LOS DIOSCUROS

También tú, porque a Febo imputo este crimen sangriento.

EL CORO

¿Cómo siendo dioses y hermanos de esta, ahora cadáver, no habéis
alejado de aquí a las Furias?

LOS DIOSCUROS

El destino lo ordenaba y la voz imprudente de Febo.

ELECTRA

¿Y qué me mandó Febo? ¿Qué oráculos me prescribieron dar muerte a mi
madre?

LOS DIOSCUROS

Crimen común y común destino, y el delito de vuestro padre os perdió a
ambos.

ORESTES

¡Oh hermana mía! Hoy que te veo después de tanto tiempo, me alejan al
punto de tu presencia, y te abandono, y tú a mí.

LOS DIOSCUROS

Ya tiene hogar y esposo; solo en dejar la ciudad de los argivos
participa de tus males.

ORESTES

¿Y qué cosa hay más deplorable que ser desterrado de su patria? Pero
yo, reo de la muerte de mi madre,[233] abandonaré los lugares en que
vivió mi padre para sujetarme al fallo de un tribunal extranjero.

LOS DIOSCUROS

No desmayes; resígnate, que vas a la santa ciudad de Atenea.

ELECTRA

Abrázame, ¡oh hermano muy amado!; las horribles imprecaciones de una
madre nos alejan del hogar paterno.

ORESTES

Anda, pues, abrázame tú, y llora como si lo hicieses ante mi sepulcro.

LOS DIOSCUROS

¡Ay, ay! Tristes hasta para los dioses son tus lamentos. Nosotros y los
demás habitantes del cielo nos compadecemos de las desdichas humanas.

ORESTES

¡No te veré ya más!

ELECTRA

¡Ni yo a ti tampoco!

ORESTES

Esta es la última vez que me hablas.

ELECTRA

Adiós, ¡oh ciudad!; adiós por largo tiempo vosotras, mujeres que la
habitáis.

ORESTES

¡Oh hermana fidelísima!, ¿ya te vas?

ELECTRA

Me voy derramando tiernas lágrimas.

ORESTES

Alégrate tú, Pílades, que Electra será tu esposa.

LOS DIOSCUROS

Celebrar su himeneo será, en efecto, su primer cuidado; pero tú, si
has de huir de estas Furias, encamínate a Tebas. Con sus manos armadas
de dragones y su negro cuerpo te acometerán con terrible ímpetu, y te
causarán atroces dolores. Nosotros vamos ahora volando al mar Sículo a
proteger en sus aguas las proas de los bajeles. Cuando atravesamos el
éter no socorremos a los impíos, salvando tan solo de graves trabajos
a los que rinden culto a la Piedad y a la Justicia. Que nadie, pues,
navegue que sea injusto ni perjuro. Yo, dios, lo anuncio a los hombres.

EL CORO

Y yo me despido de vosotros. Entre los mortales es solo feliz el que no
sufre infortunios y está contento con su suerte.




IFIGENIA EN ÁULIDE


ARGUMENTO

Detenida en Áulide[234] la armada griega por vientos contrarios en
su navegación a Troya, declara el adivino Calcas que no soplarán los
favorables hasta que Ifigenia, hija de Agamenón y de Clitemnestra, sea
sacrificada en el ara de Artemisa. Su padre, generalísimo del ejército,
que está descontento e impaciente, instado por su hermano Menelao y
por su propia ambición, accede a tan inhumana exigencia y escribe a su
esposa mandándole que le envíe a Ifigenia para casarla con Aquiles.
Pero se arrepiente después de su resolución, y le escribe otra carta
diciéndole lo contrario. Carece de prólogo, y la acción comienza cuando
el mensajero que ha de llevar la última carta se dispone a cumplir las
órdenes novísimas de su señor. Pero esta última carta es interceptada
por Menelao, y Clitemnestra e Ifigenia sobrevienen, deseosas de
celebrar las bodas anunciadas. La mentira de Agamenón se descubre al
fin; Ifigenia se conforma con su propio sacrificio, y al consumarse
este, desaparece la víctima destinada a sufrirlo, siendo sustituida
milagrosamente por una cierva.

No crea el lector, sin embargo, que el desarrollo y exposición
detallada de esta tragedia nos afecte desagradablemente, como podrá
pensarlo cualquiera si tiene solo en cuenta el argumento de ella,
trazado en las líneas anteriores con la concisión que nos impone la
naturaleza y objeto primordial de nuestra versión. Se desenvuelve
con arte y maestría sin apelar a recursos dramáticos violentos ni
inesperados más o menos verosímiles, y motivados en general los unos en
absoluto, y desapercibidos los otros por el interés de la curiosidad y
por las pasiones que nos mueven al leerla, y que debió ser mucho más
poderoso para los espectadores que asistieron a su representación. A
pesar de la extensión y de los defectos del primer coro, indicados en
las notas; prescindiendo de los largos parlamentos de Agamenón y de
Menelao, y aun haciendo el traductor caso omiso de las interpolaciones
de este drama, que saltan a la vista, de la inexperiencia poética
y escénica que se revelan en su autor o en sus autores, de sus
innovaciones y faltas en la versificación, en los metros usados y
hasta en la cantidad de las sílabas, y del escaso e imperfecto partido
que saca, al parecer, el poeta de algunas partes de su composición; a
pesar de todo esto, que no es poco, repetimos, está tan magistralmente
trazada en su conjunto, ofrece situaciones y complicaciones de
sus personajes tan dramáticas y trágicas como la de la llegada de
Clitemnestra y de Ifigenia y su entrevista con Agamenón, de mérito
extraordinario, y resplandece tal verdad y tanta ternura y naturalidad
en su diálogo, y en las resoluciones varias y hasta contradictorias de
Agamenón, de Menelao y de la misma Ifigenia, y se presentan tan bien la
ambición característica de Aquiles, de Menelao y del mismo Agamenón, la
nobleza, el amor filial y la resignación patriótica de Ifigenia, y un
instinto poético tan recto, un gusto tan ático y seductor y un arte tan
maravilloso e inesperado en la transición, que nos conduce sin sentirlo
de los horrores y temores que nos asaltan en la entrevista de Agamenón
con su esposa e hija, a la placidez y relativa dulzura del desenlace,
que nos llena y encanta a su conclusión, y nos obliga a proclamar no
solo que es su autor Eurípides, sino también que es esta tragedia,
entre todas las suyas que conocemos, una de las más notables.

Racine la ha imitado con la alteración importante de transformar a
Aquiles, el de _los pies ligeros_, discípulo del centauro Quirón,
educado en las selvas y alcanzando a las ciervas en su carrera, y nada
pulido, por tanto, en un galán almibarado, y a la estancia de la
armada griega en Áulide en una sesión dramática del tiempo de Luis XIV.

La lectura y examen de esta tragedia y las manchas que la afean,
juntamente con las noticias que dan acerca de ella el escoliasta de
Aristófanes, Eliano y Hesiquio, su falta de prólogo y el uso de los
anapestos en su principio, han inducido a los helenistas y eruditos a
revisarla y disecarla de tal manera, con tanta desenvoltura y exceso de
libertad y parsimonia de prudencia, que acaso si resucitara Eurípides
le costaría harto trabajo y no poco dolor reconocerla como suya. La
edición de Cambridge, una de las mejores, dice así hablando de la de
Hermann, célebre helenista:

«Posible es que esa edición de la IFIGENIA se haya escrito más
ligeramente de lo que convenía; posible es que los años de su autor
hayan trocado su perspicacia anterior en sutileza; posible que su
indiscutible superioridad en este género de literatura, y el respeto
que merecen a sus compatriotas sus juicios críticos, hayan exagerado su
confianza en sí mismo, estimulándolo a emplear su talento sin la debida
prudencia. No me atrevo a decidir acerca de las causas probables del
hecho; pero, en mi opinión, paréceme evidente que ha empeorado el texto
en vez de mejorarlo». Y no decimos más, porque basta lo citado para los
lectores y para nuestro propósito.

Se representó después de la muerte de Eurípides por el hijo del poeta,
del mismo nombre que su padre, y formaba parte de una trilogía con _Las
Bacantes_ y _Alcmeón_. Se ignora si le acompañaba o no drama satírico,
y la fecha de su representación.


PERSONAJES

  AGAMENÓN, _rey de Argos y de Micenas, general de los griegos
    en el sitio de Troya._
  UN ANCIANO, _servidor de Agamenón._
  CORO DE DONCELLAS DE CALCIS (_en la Eubea_).
  MENELAO, _hermano de Agamenón y esposo de Helena._
  CLITEMNESTRA, _esposa de Agamenón, hija de Tindáreo y
    hermana de Helena._
  IFIGENIA, _hija de Agamenón y de Clitemnestra._
  AQUILES, _hijo de Peleo y de Tetis._
  UN MENSAJERO.


La escena es en Áulide, junto al Euripo.[235]




Envuelta en las sombras de la noche se ve en el teatro una tienda
suntuosa próxima al campamento griego. Agamenón sale de ella con
una carta en la mano y como hablando consigo mismo, y pronuncia las
palabras que siguen:


AGAMENÓN (_dirigiéndose a la tienda_).

Hola, anciano, sal de la tienda y ven acá.

EL ANCIANO

Aquí estoy. Aunque viejo, no duermo, ni son torpes mis ojos. ¿Qué nueva
orden quieres darme, rey Agamenón?

AGAMENÓN

Ya la sabrás.

EL ANCIANO

Pronto, pues.

AGAMENÓN

¿Cuál es esa estrella que sigue su curso por el cielo?

EL ANCIANO

Sirio,[236] que guía junto a las siete Pléyades, todavía a la mitad de
su carrera.

AGAMENÓN

Aún no se oye el canto de las aves, ni la mar, y vientos silenciosos se
deslizan en el Euripo.

EL ANCIANO

Pero, ¿a qué sales de tu tienda, rey Agamenón? Todavía descansa Áulide,
y no se mueven los centinelas de las murallas. Entremos.

AGAMENÓN

Feliz eres, anciano; feliz es cualquier mortal que pasa su vida sin
fama y sin gloria, y menos felices los que disfrutan de honores.

EL ANCIANO

Y, sin embargo, son el encanto de los hombres.

AGAMENÓN

Pero ocasionados a peligros; y aun cuando agrade ser el primero, trae
también sus penalidades: ya porque descuidamos el culto de los dioses y
nos castiguen, ya porque nos atormentan los juicios humanos, varios y
descontentadizos.

EL ANCIANO

No alabo tales palabras en boca de un príncipe. Atreo, ¡oh Agamenón!,
no te engendró solo para gozar, sino para que sintieras placer y dolor,
como mortal que eres. Y aunque no quieras, quiérenlo los dioses. Tú, a
la luz de la lampara, has escrito esta carta, que todavía traes en tus
manos, y borraste otra vez sus letras, y la sellaste, y la desataste
y tiraste las tablillas por tierra, derramando abundantes lágrimas, y
poco te faltaba para perder el seso. ¿Qué te aflige? ¿Qué te aflige?
¿Qué novedad ha ocurrido? ¿Qué novedad, rey? Vamos, habla conmigo, que
soy bueno y leal, pues Tindáreo[237] me dio a tu cónyuge al casarte
como prueba de su liberalidad, y he sido su fiel compañero.

AGAMENÓN

Tres vírgenes dio a luz Leda, hija de Testio:[238] Febe, Clitemnestra,
mi esposa, y Helena, cuya mano pretendieron los mancebos más nobles
y ricos de la Grecia. Atroces amenazas profería, abundante sangre se
preparaba a derramar cualquiera de ellos que no la lograse. Tindáreo,
su padre, dudaba, pues, si la daría o no a alguno, preocupándole cuál
sería el partido más acertado. Y se le ocurrió entonces obligar a
los pretendientes, con juramento, juntando sus diestras y ofreciendo
libaciones mientras el fuego consumía a las víctimas y pronunciaban
terribles imprecaciones, a socorrer al que se casase con su hija si
alguno la robaba de su palacio, arrancándola del lecho de su dueño, y
que pelearían con él y derribarían su ciudad a mano armada, ya fuese
griega, ya bárbara. Después que así lo hicieron todos y que el astuto
viejo ejecutó su sagaz proyecto, dejó en libertad a su hija de elegir
uno de ellos, el más favorecido por Afrodita, y ella (ojalá que nunca
la tomase por esposa) prefirió a Menelao. Cuando desde la Frigia vino a
Lacedemonia este juez de diosas (según es fama entre los hombres) con
sus brillantes vestidos, lleno de oro resplandeciente y con su bárbaro
lujo, enamorado de Helena y ella de él, la llevó a los pastos de Ida,
ausente Menelao en lejanos países. Su esposo, al volver, recorrió toda
la Grecia y recordó el antiguo juramento que sus rivales prestaron a
Tindáreo, con arreglo al cual debían ayudar al ofendido. Por esta causa
resolvieron los griegos hacer la guerra; tomaron las armas, y vinieron
al estrecho de Áulide con naves y clípeos, y con muchos caballos y
carros, y me eligieron su capitán por deferencia a Menelao, mi hermano.
¡Ojalá que otro cualquiera obtuviese en mi lugar esta dignidad! Reunido
el ejército, permanecemos en Áulide sin poder navegar. El adivino
Calcas[239] contesta a nuestras preguntas y vacilaciones diciéndonos
que sacrifiquemos a Ifigenia, mi hija, para honrar a Artemisa, que
mora en este suelo, y que si así lo hacemos, seguiremos nuestro rumbo
y destruiremos a los frigios; y que si no, nada lograremos. Cuando
lo supe, ordené a Taltibio[240] que licenciase sin dilación todo el
ejército, ya que nunca conseguirá de mí que dé muerte a mi hija; pero
después mi hermano, estrechándome vivamente, me ha persuadido que
consienta en tales atrocidades. Y he escrito a mi esposa que me envíe
a Ifigenia como para casarla con Aquiles; le pondero la grandeza de
este, y le digo que no quiere navegar con los aqueos a no tener en la
Ftía esposa de nuestra sangre: he pensado convencer a Clitemnestra
pretextando el falso matrimonio de su hija; pero la verdad, entre todos
los griegos, solo la sabemos yo, Calcas, Odiseo y Menelao. Pero cuanto
prometí entonces sin razón, lo borro ahora de estas tablillas mejor
aconsejado, favorecido por las sombras de la noche; y habiéndolas
desatado y sellado de nuevo, las entregaré a un anciano fiel a mi
linaje y a mi esposa. Ahora llevarás a mi esposa la carta que me has
visto abrir y sellar varias veces, diciéndote antes su contenido.

EL ANCIANO

Dímelo, decláramelo, para que, al hablar, mi lengua lo confirme.

AGAMENÓN

Además de mi carta anterior, te remito esta, ¡oh hija de Leda!, para
que no venga tu hija al estrecho sinuoso de la Eubea, a Áulide,
abrigada de las olas. El año próximo inmediato celebraremos su himeneo.

EL ANCIANO

Pero ¿cómo Aquiles, viéndose engañado, no se encolerizará, indignándose
contra ti y contra tu esposa? Peligroso es esto. Dime lo que piensas.

AGAMENÓN

Aquiles solo es el pretexto, no la verdadera causa de su venida, y nada
sabe de tales nupcias, ni de nuestros proyectos, ni que yo haya dado
palabra de casarlo con mi hija, ni de entregársela.

EL ANCIANO

Grave es lo que meditas, rey Agamenón, pues en vez de casar a tu hija
con el hijo de la diosa, piensas sacrificarla a los griegos.

AGAMENÓN

¡Ay de mí, he perdido el juicio! ¡Ay, ay de mí, me precipito en mi
daño! Pero vete ligero y olvídate de tu edad.

EL ANCIANO

Ya corro, ¡oh rey!

AGAMENÓN

Que no te detengas en las fuentes umbrosas ni te dejes dominar por el
dulce sueño.

EL ANCIANO

Ruégote que pronuncies palabras de buen agüero.

AGAMENÓN

Siempre que atravieses una encrucijada mira alrededor, cuidando de que
no se te oculte ningún carro de veloces ruedas que traiga a mi hija a
las naves de los hijos de Dánao. Y si encuentras a los que la conducen,
hazlos volver, apodérate de las riendas y llévalos a las murallas de
los cíclopes.

EL ANCIANO

Así lo haré.

AGAMENÓN

Pero anda, sal cuanto antes de esta plaza.

EL ANCIANO

Mas, dime, ¿cómo darán crédito a mis palabras tu esposa e hija?

AGAMENÓN

Guarda el sello que cubre esta carta. Vete. Ya brilla la aurora y
palidece esta luz, y asoma el fuego de la cuadriga del sol. Sírveme en
mis trabajos. Ningún mortal es dichoso hasta el fin; ninguno ha habido
hasta ahora que no conozca el dolor. (_Vanse Agamenón y el anciano_).

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — He venido a la arenosa costa de la marítima Áulide
navegando por las ondas de Euripo hasta el angosto estrecho, y dejando
la Cálcide,[241] mi ciudad, bañada por la ínclita Aretusa,[242] que
se precipita en la mar, para ver el ejército de los aqueos y las mil
naves de belicosos guerreros que se dirigen a Troya, mandados por el
blondo Menelao y por el noble Agamenón. Tratan, según cuentan nuestros
esposos, de recobrar a Helena, robada del Eurotas, abundante en cañas,
por el pastor Paris, don que le hizo Afrodita cuando, cerca de la
oculta fuente, la declaró más bella que sus dos rivales Hera y Palas.

_Antístrofa 1.ª_ — Presurosa atravesé el bosque en donde se elevaba el
humo de muchos sacrificios en honor de Artemisa, tiñendo mis mejillas
juvenil rubor por contemplar las trincheras de los que llevan clípeos,
las tiendas de campaña de los hijos de Dánao y los escuadrones de
caballos. Y he visto a los dos Áyax, amigos, al hijo de Oileo y al de
Telamón, gloria de Salamina, y a Protesilao, que con Palamedes, el
nieto de Poseidón, juega con varias figurillas;[243] y a Diomedes,
aficionado a lanzar el disco, y junto a él a Meriones,[244] de la raza
de Ares, portento entre los hombres; y al hijo de Laertes, oriundo de
insulares montes, y a Nireo,[245] el más hermoso de los griegos.

_Epodo._ — Y vi también a Aquiles, ligero como el viento, hijo de
Tetis, discípulo de Quirón,[246] corriendo con sus armas por la arenosa
ribera, disputando a pie la victoria a una cuadriga. Y gritaba el
auriga Eumelo,[247] del linaje de Feres, aguijando los hermosísimos
caballos de insignes frenos llenos de oro: los de en medio, junto al
yugo, eran pintados de blanco, y los otros dos, los de más largas
riendas, que se ayudaban mutuamente en su carrera, de pelo rojo, con
manchas en las piernas, más arriba de su casco sólido; y junto a ellos,
y cerca de la rueda y de sus rayos, corría armado el hijo de Peleo.

_Estrofa 2.ª_ — Vi también sus numerosas naves, espectáculo admirable
y que satisfizo mi juvenil curiosidad, disfrutando de dulce deleite.
Formaba el ala derecha de la armada la escuadra ftiota de los
mirmidones, con cincuenta bajeles impetuosos. Doradas imágenes en su
parte más alta representaban a las nereidas, distintivo de las naves
que llevaban el ejército de Aquiles.[248]

_Antístrofa 2.ª_ — Cerca de ellas estaban los buques argivos, de
igual número de remos, a cuyo frente iba el hijo de Mecisteo,[249]
educado por su abuelo Tálao, y Esténelo, el hijo de Capaneo.[250]
Seguían después las sesenta naves del Ática, mandadas por el hijo de
Teseo,[251] llevando a Palas en ecuestre y alado carro, signo fausto a
los navegantes.

_Estrofa 3.ª_ — Vi también la armada de los beocios, compuesta de
cincuenta naves adornadas de símbolos, y entre ellos, y en la parte más
elevada, a Cadmo,[252] teniendo en sus manos un dragón dorado; Leitos,
el hijo de la Tierra, los mandaba. Vi también a los de la Fócida,[253]
y a los locrenses, iguales en número, capitaneados por el hijo de
Oileo,[254] que abandonó a la ilustre ciudad Troniada.

_Antístrofa 3.ª_ — El hijo de Atreo, de la ciclópea Micenas, iba al
frente de cien naves, y con él su hermano, capitán también, como un
amigo va con otro, para pedir en nombre de la Grecia estrecha cuenta
a la que dejó su palacio para contraer, en las popas de las naves de
Gerenio Néstor,[255] que vino de Pilos, bárbaras nupcias. Vi además una
imagen con pies de toro, símbolo del Alfeo.

_Epodo._ — Doce eran los bajeles de los enianes que obedecían al rey
Guneo, y junto a ellos los príncipes de la Élide,[256] llamados epeos
por todo el pueblo, a las órdenes de Eurito. Las naves tafias, armadas
de brillantes remos, las guiaba Meges, hijo de Fileo, habiendo dejado
las islas Equínadas, inaccesibles a los marineros. Y Áyax, criado en
Salamina, juntaba las últimas del ala derecha a la izquierda, en doce
ligerísimos bajeles, apostado cerca de ellos, según observé al visitar
la flota griega; y si algún buque bárbaro se atreve a atacarla, no
podrá volver, según es de presumir de su formidable aspecto. Oiga lo
que oyere, en mi patria conservaré eterna memoria de tan importante
armada.[257]

EL ANCIANO

Menelao, ¿osas cometer atrocidades que no debías intentar?

MENELAO

Aparta; eres demasiado fiel a tus señores.

EL ANCIANO

Honrosa es la injuria que me haces.

MENELAO

Llorarás si no desistes de tu propósito.

EL ANCIANO

No debiste abrir la carta que yo llevaba.

MENELAO

Ni tú llevarla, si habías de perjudicar a toda la Grecia.

EL ANCIANO

Con otros puedes disputar; pero déjamela ahora.

MENELAO

No la soltaré.

EL ANCIANO

Ni yo tampoco.

MENELAO

Pronto con mi cetro llenaré de sangre tu cabeza.

EL ANCIANO

Pero es glorioso morir por sus señores.

MENELAO

Suelta, que para esclavo hablas demasiado.

EL ANCIANO

Injúriannos, señor: Menelao, ¡oh Agamenón!, me ha arrancado con
violencia tu carta, y desoye la voz de la justicia.

AGAMENÓN

¿Cómo? ¿Qué tumulto es este? ¿Qué sucede en las puertas? ¿Qué
significan estas palabras descomedidas?

MENELAO

Más vale que yo te hable, no este.

AGAMENÓN

Pero, ¿por qué, ¡oh Menelao!, disputas y violentas a este esclavo?

MENELAO

Mírame, para saber cómo he de hablarte.

AGAMENÓN

¿Me impedirá el miedo abrir los párpados, siendo hijo de Atreo?

MENELAO

¿Ves esta tablilla? ¿Conoces su odioso contenido?

AGAMENÓN

La veo, y lo primero que hay que hacer es soltarla.

MENELAO

No antes de enseñar a todos los griegos lo que hay escrito en ella.

AGAMENÓN

¿Sabes acaso, habiendo roto el sello, lo que debías ignorar?

MENELAO

Aflígete, que se han de descubrir tus ocultas maldades.

AGAMENÓN

¿Cómo te apoderaste de ella? ¡Oh dioses, cuánta es tu impudencia!

MENELAO

Esperando a tu hija de Argos, si ha de venir a reunirse con el
ejército.

AGAMENÓN

¿Y por qué tanto interés por mis asuntos? ¿No es inaudito descaro?

MENELAO

Solo porque quería; yo no soy tu esclavo.

AGAMENÓN

¿Y dejará de ser un abuso? ¿No podré gobernar mi casa?

MENELAO

Fácilmente varías de parecer: ahora piensas así, antes de otra manera,
después pensarás de otra distinta.

AGAMENÓN

Sagaz eres en demasía; perjudicial la lengua hábil en hacerse odiosa.

MENELAO

Los ánimos versátiles, no sinceros, son injustos con los amigos. Pero
deseo convencerte, para que ni la ira te desfigure la verdad, ni digas
que te hablo con desprecio. ¿Acuérdaste de cuando deseabas llevar a los
griegos a Troya, no fingida, sino verdaderamente, cuán humilde eras
y cómo estrechabas todas las diestras y dabas acceso en tu palacio a
todo el pueblo, y audiencia aunque no quisieran, mostrándote afable
con exceso, para que te confiasen el supremo mando? Y después, así
que te lo concedieron, variaste de conducta, no fuiste ya amigo de
tus amigos como antes, era difícil verte, y rara vez se te hallaba
en tu palacio. El hombre probo que obtiene el mando, no debe ser tan
inconstante, sino, al contrario, amar más a sus amigos, porque si
la fortuna le sonríe, puede servirles mejor. Tales son tus primeras
faltas. Después que llegaste a Áulide con todo el ejército, para
nada servías, consternado con el contratiempo que te suscitaron los
dioses, oponiéndose a nuestra navegación. Pero los griegos te pedían
que disolvieras la armada, para no sufrir en Áulide inútilmente. ¡Qué
triste era tu semblante y cuánta tu turbación si, capitán de cien
naves, no llenabas con tus soldados los campos de Príamo! Y me mandabas
llamar y me decías: «¿Qué haré? ¿Qué remedio pondré?». Y todo por
temor de perder el mando y la preclara gloria que esperabas conseguir.
Después, cuando Calcas sacrificó y te intimó que mataras a tu hija en
honor de Artemisa, y que solo así podrían navegar los griegos, te llenó
de gozo y prometiste hacerlo; y voluntariamente ordenaste a tu esposa,
no obligado por la fuerza, como no te atreverás a sostener, que enviase
aquí a tu hija con el pretexto de casarla con Aquiles. Luego cambias
de parecer, y averiguamos que remites otras cartas y que no inmolarás
a tu hija, lo cual, en verdad, no te favorece mucho. Así también se
desprende de tus últimas palabras. Lo que a ti, sucede a muchos en la
gestión de los negocios públicos: primero se afanan cuanto pueden, y a
poco decaen vergonzosamente, ya por temor a necias hablillas, ya con
razón, porque no pueden defender a la república. Duélome sobre todo de
la mísera Grecia, que deseaba acometer gloriosa empresa y se ve forzada
a dejar impunes a bárbaros que nada valen, y que se burlarán de ella
por tu causa y por tu hija. A ninguno pondría yo al frente de un estado
ni de un ejército por su interés personal; el que manda en una ciudad
ha de ser prudente; así cualquiera puede gobernarla, con tal de que sea
sensato.

EL CORO

Amargo espectáculo es el de hermanos que se querellan, disputan y dan
voces.

AGAMENÓN

Quiero replicarte como mereces, aunque con dulzura y en pocas palabras,
sin fruncir mi ceño con impudencia, sino con moderación, porque eres mi
hermano. El hombre de bien suele ser con todos respetuoso. Dime, ¿a qué
viene tu desagrado y esos ojos que respiran sangre? ¿Quién te injuria?
¿Qué necesitas? ¿Deseas rescatar tu buena esposa? Yo no puedo dártela;
mal la educaste. Y yo, que en nada pequé, ¿expiaré tus faltas? ¿Te
atormenta mi ambición? ¿O quieres estrechar en tus brazos a tu bella
compañera, sin acordarte del honor ni de la justicia? Son vituperables
deleites de hombre depravado. Y si yo, pensando mal primero, varié
prudentemente de parecer, ¿estaré loco por eso? Más bien tú que,
perdiendo una esposa culpable, gracias a algún dios que te favorecía,
quieres recuperarla. Sus necios pretendientes, ansiosos de casarse con
ella, prestaron a Tindáreo el consabido juramento. Pero la Esperanza
es diosa, según creo, y contribuyó más a ello que tú y tu poder.
Emprende, pues, con su ayuda la guerra, que, a mi juicio, no tardarás
en arrepentirte de tu insensatez. No hay deidad sin inteligencia que
no sepa distinguir el juramento informal y arrancado por la fuerza. Yo
no mataré a mis hijos, ni será justo que tú logres tu deseo castigando
a una mujer pésima, y me consuman las lágrimas noche y día si cometo
iniquidades e injusticias contra los hijos que engendré. Pocas son mis
palabras, pero claras, por lo cual, si no quieres moderarte, cuidaré de
lo que me interesa.

EL CORO

Distintas son estas frases de las pronunciadas antes; pero aconsejan
con razón que miremos por nuestros hijos.

MENELAO

¡Ay, ay de mí! ¡Que sea tanta mi desventura y me abandonen mis amigos!

AGAMENÓN

Sí, si no intentas perder los que tienes.

MENELAO

¿Cómo pruebas que eres también hijo de mi padre?

AGAMENÓN

Deseo ser contigo prudente, no enfurecerme.

MENELAO

Nuestros amigos deben participar de nuestras penas.

AGAMENÓN

Aconséjame haciéndome bien, no llenándome de amargura.

MENELAO

¿No piensas ya acabar con los griegos tu penosa empresa?

AGAMENÓN

La Grecia, sin duda por decreto de algún dios, delira como tú.

MENELAO

¡Envanécete, pues, con tu cetro, vendiendo a tu hermano! Apelaré a
otros recursos y acudiré a otros amigos.

EL MENSAJERO

¡Oh Agamenón, rey de todos los griegos! Tráigote a tu hija, a la que
llamaste Ifigenia en tu palacio. Acompáñanla su madre, tu esposa
Clitemnestra, y tu hijo Orestes, para que goces al verlos tras dilatada
ausencia. Como el camino ha sido largo, lavan sus delicados pies en una
clara fuente, como yeguas sueltas en verde prado, para que saboreen
agradable pasto.[258] Yo me adelanto para que te prepares, porque el
ejército sabe (veloz fama ha corrido por él) que tu hija ha llegado.
Presurosa muchedumbre acude a verla. ¡Bienaventurados los mortales que
alcanzan preclara gloria! Mas dicen: «¿Qué nupcias son estas? ¿De qué
se trata? ¿El rey Agamenón ha mandado llamar a su hija por regocijarse
con su visita?». A otros hubieras oído estas palabras: «Van a iniciar
a esa tierna doncella en los sacrificios de Artemisa, reina de Áulide.
¿Quién se casará con ella?». Pero date prisa en ofrecer los cestos
sagrados,[259] y que tú y el rey Menelao coronéis vuestras cabezas;
celebra con pompa el himeneo, y que en el palacio resuenen la flauta y
las ruidosas danzas, que brilló para la doncella el día de su ventura.

AGAMENÓN

Está bien; pero entra en mi morada, que si es propicia la fortuna, no
nos abandonará en lo demás. (_Vase el Mensajero_). ¡Ay de mí! ¿Qué diré
yo, desventurado? ¿Cómo empezaré? ¿En qué lazo fatal hemos caído? El
destino me previene, y es más sagaz que todas mis intrigas. ¡Cuántas
ventajas trae el nacer en humilde cuna! Licencia tiene el hombre
oscuro para llorar cuanto quiera y decir lo que le plazca, y esto es
indecoroso para los nobles; vanas apariencias gobiernan nuestra vida, y
servimos a la plebe. Temo seguramente dar rienda suelta a mis lágrimas,
y después, en mi desdicha, siento no llorar, víctima de tantas
calamidades. Veamos. ¿Qué diré a mi esposa? ¿Cómo recibirla? ¿Con qué
ojos mirarla? Y ha venido sin ser llamada, añadiendo este nuevo mal a
los que ya sufría. Sin embargo, con razón ha seguido a su hija para
celebrar sus bodas y entregarla a su esposo, ya que tanto la ama, y
solo encontrará aquí hombres pérfidos. A la desdichada virgen (¿pero a
qué la llamo virgen? Hades, según creo, la tomará en breve por esposa)
¡cuánto la compadezco! Paréceme oírla, diciéndome suplicante: «¿Por qué
me matas, padre? ¡Que nupcias como estas celebres tú y todos los que
ames!». Orestes gritará junto a ella no sabiendo lo que sucede, pues
todavía es niño. ¡Ay, ay, cómo me ha perdido Paris, el hijo de Príamo,
causa de todos mis males, por casarse con Helena!

EL CORO

Compasión me mueve, y, mujer peregrina, gimo, como debo, por la
desdicha de mis príncipes.

MENELAO

Hermano, déjame tocar tu diestra.[260]

AGAMENÓN

Sea así; tuya es la victoria, mía la derrota.

MENELAO

Juro por Pélope, el que se llamaba padre del tuyo y del mío, y por
Atreo, que me engendró, que te hablaré con franqueza y sin artificio
ni disimulo. Cuando te vi llorar me compadecí de ti y lloré también, y
abandono ahora mi anterior propósito, por no ser cruel contigo; pienso,
pues, como tú, y te ruego que no mates a tu hija, ni solo atiendas a
mi conveniencia. No es justo que tú gimas y yo goce, que los tuyos
mueran y los míos vean la luz. ¿Qué pretendo? ¿No podré celebrar otras
nupcias gloriosas si las deseo? Y perdiendo a mi hermano, lo cual es
indigno para mí, ¿recibiré a Helena, o lo malo por lo bueno? Como
aturdido joven discurría, hasta que reflexionando un poco he llegado a
comprender que es un verdadero crimen matar a nuestros hijos. Duélome
también de esta infeliz doncella, pensando en los lazos de la sangre
que a ella me unen, y en su sacrificio en aras de mi himeneo. ¿Qué
relación hay entre tu hija y Helena? Acábese la expedición en Áulide.
Tú, hermano, no llenes tus ojos de lágrimas y no me fuerces a llorar.
Y si te inquieta el vaticinio sobre tu hija, a mí no; cédote todo mi
derecho. Repruebo ahora mi cruel propósito, como debo; varié de parecer
por afecto al hijo de mi padre. Costumbre es del hombre de bien elegir
siempre lo mejor.

EL CORO

Has hablado con grandeza, digna de Tántalo, hijo de Zeus: no deshonras
a tus mayores.

AGAMENÓN

Alábote, Menelao, porque, contra lo que esperaba, has pronunciado
palabras razonables, tales cuales debías. Causas de discordia ha de ser
entre hermanos el amor y el deseo de enriquecer su familia: maldigo tal
parentesco, amargo para ellos. Pero la necesidad me obliga a consumar
el sangriento asesinato de mi hija.

MENELAO

¿Cómo? ¿Quién podrá obligarte a matar a tu hija?

AGAMENÓN

Todo el ejército aqueo aquí reunido.

MENELAO

No, si ordenas a Ifigenia que se vuelva a Argos.

AGAMENÓN

En esta parte podría engañarlos, pero no en la otra.

MENELAO

¿Y cuál es la otra? Nunca conviene demostrar demasiado temor a la
muchedumbre.

AGAMENÓN

Calcas declarará los oráculos al ejército de los griegos.

MENELAO

No si lo previenes, lo cual es fácil.

AGAMENÓN

El linaje entero de los adivinos es ávido de males.

MENELAO

Ni provechoso, ni útil en nada en que interviene.

AGAMENÓN

¿Pero no te infunde recelo la idea que me ocurre?

MENELAO

¿Cómo adivinarla?

AGAMENÓN

El hijo de Sísifo lo sabe todo.

MENELAO

Ni a ti ni a mí puede Odiseo dañarnos.

AGAMENÓN

Es siempre astuto y defensor del pueblo.

MENELAO

Domínalo la ambición, mal grave.

AGAMENÓN

No dudes, pues, que asistirá a la asamblea de los griegos, declarará
los oráculos de Calcas y hablará del sacrificio que he prometido;
añadirá que intento engañar a Artemisa, faltando a mi palabra, y
arrastrará al ejército, y matándonos a ti y a mí, mandará a los
griegos que maten también a mi hija. Y si huyo a Argos, me seguirán y
arruinarán las murallas ciclópeas y a mí con ellas, y devastarán mi
reino. Tales son mis desdichas. ¡Oh, cuánta es mi desventura! ¡A qué
angustia me reducen los dioses! Cuida solo, ¡oh Menelao!, atravesando
el campamento, de que nada sepa Clitemnestra antes de inmolar a mi hija
y de entregarla a Hades, para que, ya que soy infortunado, derrame las
menos lágrimas posibles. Y vosotras, extranjeras, guardad silencio.

EL CORO

_Estrofa._ — Felices los morigerados y castos que disfrutan del tálamo
de Afrodita y de sus pacíficos goces libres de rabiosos ardores, cuando
el Amor de cabellos de oro tiende contra nosotros sus dos arcos: el
uno que da venturosa y duradera suerte, y el otro desordenada vida.
Bellísima Afrodita, aparta este último de nuestro lecho: contenta con
modesta hermosura que sean puros mis amores, que yo participe de tus
placeres sin abusar de ellos.

_Antístrofa._ — Diversos son los caracteres de los mortales, diversas
las costumbres, pero las buenas, dicha segura. Una educación escogida
es de gran importancia para alcanzar la virtud. La vergüenza es
sabiduría y da gracia que consuela, haciéndonos elegir lo que nos
conviene, y en opinión de todos nos da inmarcesible gloria. Afanarse
por el cumplimiento de nuestro deber es digno de alabanza; eviten,
pues, las mujeres los amores ilícitos, y sean los hombres modestos sin
afectación, que así servirán mucho a su patria.

_Epodo._ — Tú viniste, ¡oh Paris!, desde donde te educabas,
apacentando los blancos novillos del Ida, al son de tus cantos
bárbaros y modulando con la flauta frigia imitaciones de Olimpo;[261]
gozosas pacían la hierba las vacas, abundantes en leche, cuando te
hicieron su juez las diosas, y de aquí tu embajada a los ebúrneos
palacios de la Grecia, y el amor que al verte sintió Helena, y la
herida que tú recibiste. De aquí también que la discordia, sí, que
la discordia guiase a los griegos con sus lanzas y sus naves contra
la Troya de Pérgamo. (_Ven llegar el carro de Clitemnestra_). ¡Viva!
¡Viva! Grandes son las felicidades de los poderosos: ved a mi reina
Ifigenia, hija del rey, y a Clitemnestra, hija de Tindáreo, ambas de
ilustre prosapia, y que han logrado afortunada suerte. Mucho pueden
los dioses que conceden las riquezas a los mortales no desventurados.
Detengámonos, ¡oh doncellas de Calcis!, ayudemos a la reina a descender
de su carro y depositémosla en tierra con pie firme, extendiendo
suavemente nuestras manos y con benévola sonrisa, para no afligir a la
ínclita hija de Agamenón, que acaba de llegar a este país. Nosotras,
extranjeras, no debemos infundir sobresalto ni terror a estas argivas,
también extranjeras.

CLITEMNESTRA (_desde su carro_).

De buen agüero es para nosotras tu bondadosa acogida y corteses
palabras, y abrigo cierta esperanza de que la desposada que me acompaña
contraerá feliz himeneo. Saca del carro los presentes nupciales que
traigo para la virgen, y llévalos con diligencia al palacio. Tú,
hija, baja también, poniendo en tierra tu pie tierno y poco seguro.
Vosotras, jóvenes de Calcis, recibidla en vuestros brazos y ayudadle
a descender, y a mí también, para apearme cómodamente; y otros
sujeten a los caballos (que son asustadizos y no obedecen a la voz),
y tomad a Orestes, hijo de Agamenón, que todavía no habla. ¿Duermes,
hijo, arrullado por el movimiento del carro? Despierta, afortunado,
y asistirás a la nupcias de tu hermana, que, siendo tú noble, vas a
contraer ilustre parentesco con el nieto de Nereo, igual a los dioses.
Ifigenia, hija mía, ven cerca de mí, cerca de tu madre, y prueba a
estos extranjeros mi dicha, y saluda ya a tu amado padre. ¡Oh rey
Agamenón!, para mí el más venerable de los hombres, ya hemos llegado,
obedeciendo sin tardanza tus mandatos.

IFIGENIA

¡Oh madre! (_Saliéndole presurosa al encuentro_), (y no te enojes
conmigo), estrecharé contra mi pecho a mi padre. Quiero abrazarle
corriendo. ¡Oh padre!, al cabo de tanto tiempo, deseo gozar mirándote;
no te enfades.

CLITEMNESTRA

Abandónate a tan puro placer, ¡oh hija!, que quisiste siempre a tu
padre más que todos tus hermanos.

IFIGENIA

¡Oh padre! Con cuánta alegría te veo tras ausencia tan larga.

AGAMENÓN

Y yo a ti; tú sientes lo que yo.

IFIGENIA

Salve, padre. Alabo tu propósito de hacerme venir junto a ti.

AGAMENÓN

No sé, ¡oh hija!, si afirmarlo o negarlo.

IFIGENIA

¡Ay de mí! Poco halagüeño es ahora tu semblante, tan plácido ha poco al
verme.

AGAMENÓN

Muchos son los cuidados de un rey y de un general.

IFIGENIA

Piensa solo en mí, y olvídate de lo demás.

AGAMENÓN

Y contigo estoy en cuerpo y alma, y no en otra parte.

IFIGENIA

Desarruga, pues, tu ceño y mírame con ternura.

AGAMENÓN

Ya me alegro; siempre me alegro al verte, ¡oh hija mía!

IFIGENIA

¿Y sin embargo derramas lágrimas de tus ojos?

AGAMENÓN

Larga será después nuestra ausencia.

IFIGENIA

No sé lo que dices; no sé lo que dices, padre muy querido.

AGAMENÓN

Cuanto más sensatas son tus palabras, más me mueves a lástima.

IFIGENIA

Diré, pues, sandeces, si así te complazco.

AGAMENÓN

¡Válganme los dioses! No puedo callar; alábote, sin embargo.

IFIGENIA

Quédate en tu palacio, ¡oh padre!, al lado de tus hijos.

AGAMENÓN

Lo deseo en verdad, y siento no poderlo hacer.

IFIGENIA

Perezcan los guerreros con Menelao, origen de nuestros males.

AGAMENÓN

Que a otros harán desdichados, como a mí me hicieron.

IFIGENIA

¡Cuánto ha durado tu ausencia, detenido en Áulide!

AGAMENÓN

Y algún obstáculo me impide también ahora proseguir mi rumbo con el
ejército.

IFIGENIA

¿En dónde dicen que habitan los frigios, padre?

AGAMENÓN

En donde ojalá que nunca habitara Paris, hijo de Príamo.

IFIGENIA

Lejos navegas, padre, abandonándome.

AGAMENÓN

Igual es tu suerte, ¡oh hija!, a la de tu padre.

IFIGENIA

¡Oh! ¡Ojalá que fuese lícito a ambos que yo te acompañara!

AGAMENÓN

Y tú has de navegar ahora adonde te acordarás de tu padre.

IFIGENIA

¿Navegaré sola o con mi madre?

AGAMENÓN

Sola, separada de tu padre y de tu madre.

IFIGENIA

¿Me llevarás a otro palacio, padre?

AGAMENÓN

Hablemos de otra cosa; las doncellas no deben saber esto.

IFIGENIA

Que de la Frigia vuelvas pronto a mi lado, después de realizar tus
proyectos, ¡oh padre!

AGAMENÓN

Antes he de hacer aquí cierto sacrificio.

IFIGENIA

Pero conviene que lo prepares aconsejado por los sacerdotes.

AGAMENÓN

Ya lo verás, porque has de estar cerca del vaso sagrado.

IFIGENIA

¿Danzaremos en coros alrededor del ara, padre?

AGAMENÓN

Más dichosa eres que yo, no sabiendo nada. Pero irás al palacio, para
que te vean las doncellas, después de darme tu diestra y un ósculo
amargo, ya que por largo tiempo te separarás de tu padre. ¡Oh pecho y
mejillas, oh rubios cabellos, cuánto dolor nos ha causado Helena y la
ciudad de los frigios! Pero callemos. Lágrimas incesantes corren de
mis ojos cuando te abrazo. Vete al palacio. A ti ruego, ¡oh hija de
Leda!, que te compadezcas de mí, pues voy a casar mi hija con Aquiles.
Afortunada es esta separación, pero sensible para un padre llevar a
palacio ajeno a los hijos que educó con trabajo.

CLITEMNESTRA

No soy tan necia como crees. Advierte también que mi pena será igual
a la tuya cuando lleve a la doncella al altar del himeneo, sin que te
molestes en avisármelo; pero la necesidad y el tiempo mitigarán a una
ese dolor. Sé el nombre del que desposaste con mi hija; pero deseo
conocer su linaje y patria.

AGAMENÓN

Egina[262] fue hija de Asopo.

CLITEMNESTRA

¿Qué mortal o qué dios es su esposo?

AGAMENÓN

Zeus, que engendró a Éaco, príncipe de los enones.

CLITEMNESTRA

¿Pero cuál de los hijos de Éaco empuñó el cetro?

AGAMENÓN

Peleo, cónyuge de la hija de Nereo.

CLITEMNESTRA

¿Pero la recibió por esposa consintiéndolo el dios, o contra la
voluntad divina?

AGAMENÓN

Zeus la desposó: se la dio quien tenía derecho de dársela.

CLITEMNESTRA

¿En dónde celebró sus nupcias? ¿En las olas del mar?

AGAMENÓN

En la estrecha morada del Pelión,[263] en donde Quirón habita.

CLITEMNESTRA

¿En donde dicen que habita también el linaje de los centauros?

AGAMENÓN

Allí celebraron los dioses con banquetes las bodas de Peleo.

CLITEMNESTRA

¿Y fue Tetis la que educó a Aquiles, o su padre?

AGAMENÓN

Fue Quirón, para que no aprendiese las pervertidas costumbres de los
hombres.

CLITEMNESTRA

¡Bien! Sabio maestro, y más sabio aún el que le confió a su sabiduría.

AGAMENÓN

He aquí el esposo de tu hija.

CLITEMNESTRA

Seguramente no es despreciable. ¿Pero en qué ciudad de la Grecia reside?

AGAMENÓN

A orillas del Apídano,[264] en los confines de la Ftía.

CLITEMNESTRA

¿Y allá ha de llevar a nuestra hija virgen?

AGAMENÓN

Él, que ha de poseerla, lo decidirá.

CLITEMNESTRA

Que sean, pues, felices. ¿Qué día se celebrará el himeneo?

AGAMENÓN

Cuando en favorable auspicio la luna llegue a su plenitud.[265]

CLITEMNESTRA

¿Sacrificaste ya a la diosa víctimas propiciatorias por el casamiento
de nuestra hija?

AGAMENÓN

Lo haré; tal es ahora mi propósito.

CLITEMNESTRA

¿Y habrá después festín nupcial?

AGAMENÓN

Cuando inmole las víctimas que he de sacrificar a los dioses.

CLITEMNESTRA

¿Y en dónde celebraremos nosotras el banquete de las mujeres?

AGAMENÓN

Aquí, junto a las naves de los griegos, engalanadas sus popas.

CLITEMNESTRA

Pláceme, y necesario es en verdad. En fin, que todo sea para bien.

AGAMENÓN

¿Sabes, ¡oh esposa!, lo que has de hacer? Obedéceme.

CLITEMNESTRA

¿Qué dices? Siempre acostumbro a obedecerte.

AGAMENÓN

Nosotros, allí en donde está el esposo...

CLITEMNESTRA

¿Cómo haréis sin la madre de la desposada lo que solo a ella incumbe?

AGAMENÓN

Llevaremos a tu hija en medio de los dánaos.

CLITEMNESTRA

Y mientras, ¿en dónde estaré yo?

AGAMENÓN

Vete a Argos, y educa a las vírgenes que allí quedan.

CLITEMNESTRA

¿Dejando a mi hija? ¿Quién llevará la antorcha?

AGAMENÓN

Yo llevaré la que ha de alumbrar a los esposos.

CLITEMNESTRA

No es esa la costumbre, aunque sea para ti poco importante.

AGAMENÓN

Indecoroso parece que fuera de aquí te cerque innumerable soldadesca.

CLITEMNESTRA

Pero no que como madre intervenga en las bodas de mis hijos.

AGAMENÓN

Ni las doncellas han de estar solas en el palacio.

CLITEMNESTRA

Bien las guardan seguros gineceos.

AGAMENÓN

Obedéceme.

CLITEMNESTRA

No, por la diosa, reina de los argivos. Atiende a tus negocios y deja
a mi cargo los domésticos, y, entre ellos, el de casar a mis hijas.
(_Vase_).

AGAMENÓN

¡Ay de mí! Infructuosos han sido mis esfuerzos desvaneciose la
esperanza de alejar a mi esposa para que no presencie el espectáculo
que se prepara. Engaño y tiendo asechanzas a los que más amo, y soy
vencido. Consultaré, no obstante, al adivino Calcas lo que puede ser
grato a la diosa y a mí fatal, y pesada carga para Grecia. Conviene que
el hombre sensato alimente en su casa a una mujer buena y complaciente
o que no tenga ninguna. (_Vase_).

EL CORO

_Estrofa._ — Vendrá al Simois y a sus argentados remolinos numeroso
ejército de griegos armados y en sus naves, y llegarán a Ilión, en la
febea[266] tierra troyana, en donde dicen que Casandra esparce al aire
sus rubios cabellos y se ciñe corona de verde laurel cuando la abrasa
el fuego fatídico del dios.

_Antístrofa._ — Aguardarán los troyanos alrededor de las murallas y
en la ciudadela de Pérgamo hasta que Ares, con su escudo de bronce
y atravesando el mar en naves de afiladas popas, a fuerza de remos,
se acerque al álveo del Simois, para arrancar del palacio de Príamo
a Helena, hermana de los Dioscuros que están en el cielo, y llevarla
a Grecia, y sean vencidos al empuje de las belicosas lanzas y de los
clípeos griegos.

_Epodo._ — Y Pérgamo, ciudad de los frigios, después de presenciar
sangrientos combates ante sus torres de piedra, y de ver separada de
la cerviz la cabeza de sus hijos, será arrasada en sus cimientos, y
hará derramar abundantes lágrimas a las hijas vírgenes y a la esposa de
Príamo. Y Helena, hija de Zeus, llorará mucho al abandonar a su marido.
Que ni yo ni los hijos de mis hijos vean nunca a las ricas lidias y
a las esposas de los frigios hablando así unas con otras, mientras
trabajan en sus labores: «¿Quién me arrancará de mi patria arruinada,
arrastrando por lagrimoso surco mis cabellos bien peinados solo por tu
causa, hija del cisne, orgulloso con su esbelto cuello? ¿Será cierto
que Leda te concibió de ave voladora, transformándose en ella Zeus, o
que las piérides contaron a los hombres estas fábulas tan inoportunas
como temerarias?».

AQUILES

¿Dó yace el capitán de los griegos? ¿Cuál de sus servidores podrá
decirle que lo busca Aquiles, el hijo de Peleo? No es igual la suerte
de cuantos permanecieron junto al Euripo, porque algunos célibes, lejos
de sus hogares, se hallan detenidos en estas riberas, y otros dejaron
en ellos mujer e hijos. ¡Tanto ardor (no sin intención de los dioses)
mostró la Grecia en esta empresa! Conviene que yo defienda mi derecho;
que otros, si les parece, defenderán el suyo. He abandonado la Farsalia
y a Peleo, y se oponen a mi navegación estos vientos suaves que soplan
en el Euripo, y con trabajo contengo a los mirmidones, que a cada
instante me dicen: «¿Qué esperamos, Aquiles? ¿Por cuánto tiempo se ha
de dilatar todavía nuestra partida a Troya? Vamos, pues, si ha de ser,
o que el ejército vuelva a su patria; no te cuides de las vacilaciones
de los Atridas».

CLITEMNESTRA

¡Oh hijo de la diosa nereida! Al oírte desde el palacio he salido a tu
encuentro.

AQUILES

¡Oh pudor venerable! ¿Quién es esta mujer que veo, de tan apuesta
belleza?

CLITEMNESTRA

No es de admirar que no conozcas a quien no has visto antes; alabo, no
obstante, tu homenaje al pudor.

AQUILES

Pero ¿quién eres? ¿Por qué tú, siendo mujer, has venido al ejército
griego en busca de hombres armados de escudos?

CLITEMNESTRA

Soy hija de Leda, me llamo Clitemnestra y es mi esposo el rey Agamenón.

AQUILES

En pocas palabras has dicho muy bien cuanto debías; pero no es decoroso
que yo hable con mujeres.

CLITEMNESTRA

Detente. ¿A qué huyes? Que tu diestra toque la mía, prenda feliz del
futuro himeneo.

AQUILES

¿Qué dices? ¿Yo darte mi diestra? Respetemos a Agamenón no tocando lo
que no es nuestro.

CLITEMNESTRA

Puedo hacerlo porque te unes a mi hija, tú que naciste de la marina
diosa nereida.

AQUILES

¿De qué nupcias hablas? Admirado me dejas, ¡oh mujer!, a no ser que
equivocada pronuncies tan extrañas frases.

CLITEMNESTRA

Natural es que cualquiera se avergüence al ver a sus sinceros amigos
que le hablan de su himeneo.

AQUILES

Nunca, ¡oh mujer!, pretendí la mano de tu hija, y jamás los Atridas me
hablaron de mi himeneo.

CLITEMNESTRA

¿Qué habrá, pues, sucedido? Si mis palabras te sorprenden, no me
maravillan poco las tuyas.

AQUILES

Averígualo tú, que a ambos nos interesa; quizás nos habrán engañado.

CLITEMNESTRA

¿Acaso tramarán contra mí alguna maldad? Concierto bodas que, según
parece, no han de celebrarse. Avergüénzome de ello.

AQUILES

Alguno acaso se ha burlado de ambos; pero no te aflijas y llévalo con
paciencia.

CLITEMNESTRA

Adiós; ya no puedo mirarte cara a cara, después de haber dicho una
mentira y de sufrir tal sonrojo.

AQUILES

Sucédeme lo mismo; voy, pues, a buscar a tu marido en este palacio.

EL ANCIANO

¡Detente, extranjero, hijo de Éaco, detente, que te lo pido, ¡oh hijo
de una diosa!, y tú también, hija de Leda!

AQUILES

¿Quién me llama así, entreabriendo las puertas? ¡Cuán conmovido parece!

EL ANCIANO

Un esclavo, aunque no insolente, pues soy muy desdichado.

AQUILES

¿Cúyo eres? No mío, que mis bienes y los de Agamenón yacen separados.

EL ANCIANO

De la que está delante del palacio; diome a ella Tindáreo, su padre.

AQUILES

Henos aquí; di, si te place, por qué me llamas.

EL ANCIANO

¿Estáis solos?

CLITEMNESTRA

Puedes hablar como si lo estuviéramos; pero sal de la regia morada.

EL ANCIANO

¡Oh fortuna, oh providencia, salva a los que deseo salvar!

AQUILES

Tales voces indican ansiedad y cierto temor.

CLITEMNESTRA

Por mi diestra no vaciles,[267] si intentas decirme algo.

EL ANCIANO

Sabes quién soy, y has experimentado mi fidelidad contigo y con tus
hijos.

CLITEMNESTRA

Sé que eres un antiguo servidor de mi familia.

EL ANCIANO

Y que fui a poder del rey Agamenón como parte de tu dote.

CLITEMNESTRA

Conmigo viniste a Argos, y fuiste siempre mío.

EL ANCIANO

Así es; y a ti te quiero bien, más que a tu esposo.

CLITEMNESTRA

Acaba, pues, de decirnos lo que deseas.

EL ANCIANO

El padre que engendró a tu hija ha decretado su muerte...

CLITEMNESTRA

Horrorízanme, ¡oh anciano!, tus palabras; a la fuerza has perdido el
juicio.

EL ANCIANO

Hiriendo con la cuchilla la blanca cerviz de la desventurada.

CLITEMNESTRA

¡Oh, mísera yo! ¿Delira acaso mi esposo?

EL ANCIANO

Está en su acuerdo, excepto en lo que a ti y a tu hija atañe, que en
esta parte es insensato.

CLITEMNESTRA

¿Por qué? ¿Qué genio maléfico le instiga?

EL ANCIANO

Los oráculos, como dice Calcas, para que los dioses favorezcan la
navegación del ejército.

CLITEMNESTRA

¿Adónde? ¡Cuánta es mi desventura y la de esa desdichada que ha de
morir a manos de su padre!

EL ANCIANO

A la tierra de Dárdano, para que Menelao recobre a Helena.

CLITEMNESTRA

¿Acaso ha decretado el destino que Helena vuelva con daño de Ifigenia?

EL ANCIANO

Así es. El padre inmolará a tu hija en el ara de Artemisa.

CLITEMNESTRA

Pero entonces, ¿a qué me llamó de mi palacio bajo el pretexto de
casarla?

EL ANCIANO

Para que de buen grado la trajeses, como si hubiese de enlazarla con
Aquiles.

CLITEMNESTRA

¡Oh hija, a morir has venido, y tu madre contigo!

EL ANCIANO

Desdicha grande es la vuestra, y crueldad inaudita la de Agamenón.

CLITEMNESTRA

Yo, infortunada, muero; ya mis ojos no pueden contener las lágrimas.

EL ANCIANO

Seguramente que es amargo llorar por la pérdida de nuestros hijos.

CLITEMNESTRA

¿Pero cómo lo has averiguado, ¡oh anciano!?

EL ANCIANO

Encargome que te llevara otra carta distinta de la primera.

CLITEMNESTRA

¿Prohibiéndome, o exhortándome a traer a mi hija a morir?

EL ANCIANO

Prohibiéndotelo; al fin pensó tu esposo cuerdamente.

CLITEMNESTRA

Pero ¿cómo habiendo llevado después esa carta no me la entregaste?

EL ANCIANO

Arrebatómela Menelao, autor de estos males.

CLITEMNESTRA

¿Lo oyes, hijo de la nereida, lo oyes, hijo de Peleo?

AQUILES

He comprendido tu desdicha, aunque no deja también de afectarme.

CLITEMNESTRA

Matarán a mi hija, engañándonos con el pretexto de casarla.

AQUILES

Muéveme también a ira tu marido, y no lo sufro con paciencia.

CLITEMNESTRA

No me avergonzaré de caer a tus rodillas, que soy mortal, y tú has
nacido de una diosa. ¿De qué me serviría ya mi orgullo? ¿Qué podrá
interesarme más que mi hija? Socórreme en mi infortunio, ¡oh hijo de
una deidad!, y a la que llamaron tu esposa, vanamente, es verdad,
pero socórrela, no obstante. Coronada de flores la traje para casarla
contigo, y ahora la llevo a morir; será para ti una afrenta que no la
auxilies. Aun cuando no os haya unido el himeneo, te han llamado caro
esposo de virgen desventurada. Ruégotelo por tu barba, por tu diestra,
por tu madre; tu nombre es causa de mi infortunio, y debes ayudarme. No
tengo otra ara en donde refugiarme que tus pies, ni cerca amigo alguno,
y ya conoces el proyecto cruel y bárbaro de Agamenón. Yo, siendo mujer,
he venido a la armada, a una armada feroz y desenfrenada para el mal,
pero que puede serme útil si quiere. Si tú te atreves a extender tu
mano protectora, nos hemos salvado; si no, morimos.

EL CORO

Grave es tener hijos, e inspiran grande amor, y todos padecen por los
suyos.

AQUILES

Rudo golpe sufre mi natural grandeza de ánimo; he aprendido a
condolerme de ajenos males, y a gozar con moderación de los bienes.
Los hombres de mi temple observan la regla segura de vivir esclavos
de la prudencia. Ocasiones hay en que es agradable y útil seguir
ciegamente sus consejos, y lo contrario otras. Yo, educado en el
palacio de los dioses, aprendí de Quirón, hombre muy venerable,
sencillas costumbres. Y me someteré a los Atridas, si gobiernan con
justicia, pero si no, no los obedeceré; aquí y en Troya daré pruebas
de mi libérrima índole, y me distinguiré en las batallas cuanto pueda.
Mucha compasión me inspiras, sufriendo tales desdichas de los más
amados, y te consolaré en cuanto puede un joven como yo; nunca será
sacrificada por su padre la hija tuya, que se ha llamado esposa mía;
no consentiré que Agamenón urda tan indignas tramas. Mi nombre solo,
sin que yo levante el acero, podrá matar a tu hija; pero la verdadera
causa es tu marido. Sin embargo, yo no sería inocente si bajo el
pretexto de casarla conmigo muere una virgen, víctima de males atroces
e intolerables y de las más extrañas e indignas afrentas. Sería el peor
de los griegos, nada valdría, Menelao pasaría por hombre, y negarían
que soy hijo de Peleo, creyendo que me engendró algún mal genio, si
consintiese que bajo mi nombre cometiese tu esposo un asesinato. No,
por Nereo, educado en las húmedas olas, y padre de Tetis, mi madre; por
Nereo, no tocará a tu hija el rey Agamenón, ni aun con la punta de sus
dedos llegará a su manto; de otro modo, Sípilo,[268] aldea bárbara de
donde son oriundos esos Atridas, será una ciudad, y nadie pronunciará
nunca con respeto el nombre de Ftía. Amarga será la salsamola[269] y
el vaso de los sacrificios que consagre el adivino Calcas. ¿Qué es un
adivino sino quien dice muchas mentiras y pocas verdades, si alguna
vez acierta, y si yerra nadie se cuida de él? No hablo así pesaroso
de perder a Ifigenia (que infinitas doncellas me pretenden), sino la
injuria que nos ha hecho el rey Agamenón. Debía haberme anunciado que
mi nombre serviría para tender el lazo que preparaba a su hija. Si por
mi causa hubiese venido Clitemnestra para dármela en himeneo, no me
hubiera contrariado, suponiendo que de esa suerte conseguíamos llegar a
Troya; no rehusaré sin duda contribuir al buen éxito de mis compañeros
de armas. Ahora nada valgo en el concepto de estos capitanes, y soy un
miserable, ya obren bien o mal conmigo. Pronto hará conocimiento con
esta espada (que mancharé con sangre antes de llegar a Troya) el que
me arrebatare tu hija. Tranquilízate, pues; un dios grande te protege,
pues si no lo soy, he de parecerlo.

EL CORO

Has hablado cual conviene al hijo de Peleo y de la veneranda deidad
marina.

CLITEMNESTRA

¡Ay! ¿Cómo te alabaré ni más ni menos de lo que debo, ingrata a tu
beneficio? Cuando celebramos a los buenos exageradamente, nos exponemos
a incurrir en su odio. Me avergüenzo de hablarte solo para excitar tu
compasión, sufriendo yo sola, ya que tú no puedes sentir mis males;
pero es consolador espectáculo el que ofrece el hombre probo, aunque no
sea nuestro deudo, al socorrer a los afligidos. Apiádate, pues, de mí,
que lo merecen mis infortunios, ya que en un principio acaricié la vana
esperanza de que serías mi yerno, y que la muerte de mi hija podrá ser
de funesto agüero a tus próximas nupcias. Debes, por tanto, evitarlo.
Hablaste bien al empezar, hablaste bien al concluir; mi hija se salvará
si tú lo intentas. ¿Quieres que ella, suplicante, abrace tus rodillas?
Verdad es que no conviene a una virgen, pero acudirá si te parece, y te
mostrará su noble rostro, teñido de rubor. Ausente ella, ¿lo conseguiré
de ti?

AQUILES

Que no venga; yo respeto su decoro.

CLITEMNESTRA

Pero solo hasta cierto punto debe respetarse.

AQUILES

¡Oh mujer!, no me traigas a tu hija para que yo la vea, ni cometamos
esa falta. Un numeroso ejército, libre de cuidados domésticos, propende
a acoger falsos y escandalosos rumores. Lo mismo conseguirás, sin duda,
ya me supliques o no; porque estoy firmemente decidido a libraros de
vuestros males. No olvides tan solo que yo no falto a mi palabra; y si
no la cumplo y os engaño, que muera en castigo; evitaré la muerte si
salvo a tu hija.

CLITEMNESTRA

Que seas feliz socorriendo siempre a los desdichados.

AQUILES

Oye, pues, para obrar como debo.

CLITEMNESTRA

¿Qué has dicho?, que sin duda me interesa.

AQUILES

Hablemos antes con tu esposo. Acaso la razón recobre en él su imperio.

CLITEMNESTRA

Es cobarde, y teme al ejército demasiado.

AQUILES

Pero hay ciertas razones más convincentes que otras.

CLITEMNESTRA

¡Triste esperanza! Di, no obstante, lo que he de hacer.

AQUILES

Primero le suplicarás que no sacrifique a tu hija, y si se resistiese,
recurre a mí. Si lo persuades, como deseas, no hay necesidad de que yo
intervenga en nada, que así se salvará tu hija, y él, que es mi amigo,
me lo agradecerá, y el ejército no me culpará porque haya empleado la
persuasión, no la fuerza. Y si consigues tu objeto, tú y los demás os
congratularéis de que todo se haya acabado sin mi mediación.

CLITEMNESTRA

¡Cuán juiciosamente has hablado! Se hará como deseas. Y si no realizo
mi propósito, ¿en dónde podré verte? ¿Adónde he de acudir en mi
desventura, para encontrar tu mano, que ha de consolarme en mis males?

AQUILES

A mí cargo queda defenderte cuando sea menester, y yo cuidaré también
de que nadie te vea atravesar consternada el ejército; que no deshonres
tu linaje paterno, porque Tindáreo es famoso entre los griegos.

CLITEMNESTRA

Así será; manda y yo obedeceré. Si hay dioses, tú, que eres justo,
serás premiado; si no, ¿para qué afligirnos?

EL CORO

_Estrofa._ — ¿Qué epitalamio resonó acompañado de la flauta líbica y
de la cítara, que alegra a los coros, y de las flautas de leve caña,
como cuando atravesaron el Pelión las piérides de hermosos cabellos, e
hirieron la tierra con sus doradas sandalias, y vinieron a las nupcias
de Peleo, y en las selvas peliacas, en los montes de los centauros,
alabaron a Tetis, al hijo de Éaco, con sus voces melodiosas? El hijo
de Dárdano, delicia de Zeus, el frigio Ganimedes, escanció el néctar
en copas profundas de oro, y las cincuenta hijas de Nereo celebraron
juntas las bodas, saltando en círculo sobre la blanca arena.

_Antístrofa._ — Con dardos de abeto y coronas de grama acudió la
ecuestre muchedumbre de los centauros al festín de los dioses, y a
gustar el licor de Dioniso. Tales fueron las aclamaciones de las
hijas de Tesalia: «Brillante, brillante astro, ¡oh hija de Nereo!,
anuncian el profeta Apolo y el centauro Quirón (discípulo de las musas
y conocedor de las generaciones futuras) que vendrá al campo troyano
con los mirmidones armados de lanzas, a arrasar con el fuego la tierra
ínclita de Príamo, revestido de armas de oro fabricadas por Hefesto, y
don de su madre, la diosa Tetis, que lo dio a luz en hora afortunada».
Entonces celebraron los dioses el noble enlace de Peleo con la primera
de las nereidas.

_Epodo._ — Pero los griegos, ¡oh Ifigenia!, coronarán tu apuesta
cabellera, gala de tu cabeza, como si fueses ternerilla inmaculada y
de manchada piel que viene de las peñascosas cavernas de los montes,
y llenarán de mugre tu cerviz, sin haberte criado al son de la flauta
ni de los cantos de los pastores, sino al lado de tu madre, que te
destinaba para esposa de alguno de los hijos de Ínaco.[270] ¿Qué
valdrán el pudor y la virtud en donde domina la impiedad, en donde los
mortales desprecian lo bueno y la injusticia se sobrepone a las leyes,
y no todos se afanan en huir de la cólera del cielo?

CLITEMNESTRA

Separada ha tiempo de mi esposo, salí del palacio a verlo. Y mi hija
mísera yace anegada en lágrimas, y exhala tiernas quejas desde que
sabe el inhumano proyecto de su padre. Pero he aquí a Agamenón, que
se acerca al nombrarlo, y que no tardará en cometer contra sus hijos
impíos atentados.

AGAMENÓN

A tiempo, ¡oh hija de Leda!, te encuentro fuera del palacio, para
hablarte sin que la virgen nos escuche, que mis palabras no deben ser
oídas de las que van a casarse.

CLITEMNESTRA

¿Qué quieres? ¿Tanto te interesa aprovechar esta oportuna ocasión de
hablarme?

AGAMENÓN

Llama a tu hija del palacio, para que yo la acompañe; ya la aguarda el
agua consagrada y la salsamola que consumirá el fuego lustral, y las
ternerillas que se han de sacrificar a Artemisa antes de las bodas,
derramando su negra sangre.

CLITEMNESTRA

Buenas son tus palabras, pero no sé cómo calificar tus obras. Sal, hija
mía; tú sabes cuanto trama tu padre; debajo de tu manto trae también a
tu hermano Orestes. Hela aquí obediente a tus órdenes; en su nombre y
en el mío diré lo que debes oír.

AGAMENÓN

¿Por qué lloras, hija, y no me miras afable, sino que con tu manto
cubres tu rostro, fijo en tierra?

CLITEMNESTRA

¡Ay de mí! ¿Cuál será el exordio de mis males? ¿Cuándo brotará todo mi
discurso, así en su principio como en su medio y fin?

AGAMENÓN

¿Pero qué hay? ¿Por qué conspiráis todos contra mí, retratándose en
vuestros semblantes la confusión y el miedo?

CLITEMNESTRA

Contesta ingenuamente a mis preguntas, ¡oh esposo!

AGAMENÓN

No necesitas rogármelo; yo deseo que me interrogues.

CLITEMNESTRA

¿Quieres matar a tu hija y a la mía?

AGAMENÓN

¿Cómo? ¡Horribles son tus palabras! Sospechas sin motivo.

CLITEMNESTRA

No te alteres, y replícame a mi primera pregunta.

AGAMENÓN

Si fuera sensata, lo sería también mi respuesta.

CLITEMNESTRA

Solo esto te pregunto; contéstame, pues, y no divagues.

AGAMENÓN

¡Oh fortuna veneranda! ¡Oh destino y genio maléfico que me persigues!

CLITEMNESTRA

Y a mí también y a mi hija; es uno mismo el de estos tres desventurados.

AGAMENÓN

¿Cuál es tu ofensa?

CLITEMNESTRA

¿Tienes valor de hablar así? Tu disimulo es algo necio.

AGAMENÓN

¡Muerto soy! ¡Descubriose mi secreto!

CLITEMNESTRA

Todo lo sé; informáronme bien de tus inicuos proyectos. Tu mismo
silencio y tus repetidos sollozos equivalen a una confesión. No pierdas
tiempo en negarlos.

AGAMENÓN

Mira cómo callo. ¿A qué agravar mis males fingiendo engañosa impudencia?

CLITEMNESTRA

Oye, pues; seré franca y no usaré de enigmas, ajenos a mi propósito. En
primer lugar, y para que esta sea también mi primera reconvención, te
casaste conmigo contra mi voluntad, y me robaste a la fuerza, matando a
Tántalo,[271] mi primer esposo, y estrellaste en el suelo a mi tierno
niño, arrancándolo violentamente de mis pechos. Y los hijos de Zeus,
mis hermanos, apuestos caballeros, te hicieron la guerra, y te libró
de ella a tu ruego Tindáreo, mi anciano padre, y entonces te di mi
mano. Así me reconcilié contigo, y tú mismo podías atestiguar que he
sido esposa fiel, digna de ti y de tu linaje, y casta, y económica, de
suerte que cuando entrabas en tu palacio gozabas, y cuando salías de
él eras feliz. Preciosa joya es para un hombre tal esposa, así como
no es raro tenerla mala. Y además de tres hijas te di este hijo, y tú
piensas arrebatarme bárbaramente una de ellas. Si alguno te pregunta
por qué la matas, dime, ¿qué contestarás? ¿Debo yo hablar en tu nombre,
para que Menelao recobre a Helena? Laudable costumbre, sin duda, que
nuestros hijos paguen las culpas de una criminal mujer. Rescatamos lo
más odioso a costa de lo que más amamos. Ea, pues; si vas a la guerra
y me dejas abandonada en mi palacio largo tiempo, ¿cuáles serán mis
pensamientos, viendo los solitarios aposentos que mi hija ocupaba, y
solitaria también la morada de las vírgenes, y me halle sola llorando,
y lamentándome siempre de este modo?: «Te ha perdido, hija mía, el
padre que te engendró; él mismo te ha dado muerte, no otro, ni ajena
mano; tal es el premio que da el traidor a su familia». Bastará
entonces leve pretexto para que yo y las hijas que dejas te recibamos
a tu vuelta como es justo. Por los dioses, no me obligues a faltarte
ni tú me faltes. Pero supongamos que sacrificas a tu hija. ¿Qué preces
recitarás en los altares? ¿Qué bien orarás dándole muerte? Seguramente
será funesto tu regreso si así sales de tu palacio. Y yo, ¿qué podré
pedir para ti? Creeríamos sin duda que son necios los dioses, si
pidiésemos beneficios en pro de infanticidas. ¿Cómo abrazarás a tus
hijos al tornar a Argos? No te será lícito. ¿Cuál de ellos podrá
mirarte sin horror cuando deliberadamente has inmolado a uno de sus
hermanos? ¿Reflexionaste en todo esto? ¿Solo anhelas llevar el cetro y
mandar? En rigor, tal debía ser tu réplica a los griegos: «¿Queréis,
¡oh griegos!, navegar a la Frigia? Que decida la suerte cúya sea la
hija que haya de morir». Esto sería equitativo; no que tú solo, entre
todos, des a la tuya; o que Menelao, a quien más interesa, ofreciese a
Hermíone por recobrar a su madre. Pero ahora me arrancan mi hija amada,
cuando tan santamente cumplo mis deberes conyugales, y la que delinquió
será feliz conservando a la suya en Esparta. Respóndeme si no tuviere
razón en cuanto he dicho; pero si la tengo, no mates a Ifigenia, y
serás prudente y justo.

EL CORO

Accede a sus ruegos, Agamenón, que honra a los padres conservar a sus
hijos la vida, y ningún mortal osará contradecirlo.

IFIGENIA

Si yo tuviese la elocuencia de Orfeo, ¡oh padre!, y las piedras me
siguiesen cuando cantara, y mis palabras ablandasen los corazones, a
ello apelaría. Pero lloraré ahora, que tal es mi única elocuencia y lo
que puedo hacer. Y estrecho tu cuerpo, como rama de suplicantes, con
este que dio a luz mi madre, no para que me sacrifiques prematuramente,
ni me obligues a visitar las entrañas de la tierra. Yo la primera te
llamé padre, y tú a mí hija; yo la primera, sentada en tus rodillas, te
infundí dulce deleite y lo sentí a mi vez. Así hablabas tú: «¿Te veré
feliz algún día, ¡oh hija!, al lado de tu esposo, llena de vida y de
vigor, como mereces?». Y yo a mi vez te decía estas palabras, cerca de
tus mejillas, que ahora tocan mis manos: «¿Y qué haré yo contigo? ¿Te
recibiré anciano en mi palacio, ¡oh padre!, dándote grata hospitalidad
en premio de las penalidades que sufriste al criarme?». Conservo el
recuerdo de estas pláticas, pero tú las olvidaste y quieres matarme.
¿Por qué he de ser víctima de las nupcias de Alejandro y de Helena?
¿Por qué, ¡oh padre!, ha de ser su venida causa de mi perdición?
Mírame, déjame tu rostro, y dame tierno ósculo, para que, a lo menos,
al morir tenga esta memoria tuya, si no accedes a mi ruego. Tú,
hermano, eres débil socorro a tus amigos, pero lloras sin embargo, y
pides suplicante a tu padre que no muera tu hermana; hasta los niños
que no hablan tienen cierto presentimiento de los males. Mira, padre,
cómo te suplica callado; compadécete de mí y de mi vida. Sí, por tus
rodillas te rogamos dos a quienes amas: este, que aún no habla, y
yo, mísera jovencilla. Basten estas frases para refutar todos tus
argumentos. Ver la luz es lo más grato a los mortales; los muertos nada
son, y delira el que anhela perecer. Más vale penosa vida que gloriosa
muerte.

EL CORO

¡Oh infausta Helena! Por ti y por tu himeneo aflige horrible lucha a
los Atridas y a sus hijos.

AGAMENÓN

Conozco, sin duda, cuándo debo compadecerme y cuándo no, y amo a mis
hijos, que de otro modo sería insensato. Mucho, ¡oh mujer!, me aflige
realizar mí proyecto, mucho también no osarlo, pero es mi deber. Ya
veis qué formidable escuadra está aquí reunida, y cuántos griegos
armados de bronce, a quienes no es permitido acercarse a las torres de
Ilión si no te sacrifico, como ha dicho el adivino Calcas, ni les es
lícito arruinar a la famosa Troya. Cierto afán insano de navegar cuanto
antes a la tierra de los bárbaros se ha enseñoreado del ejército, y
de castigar el rapto de una esposa griega, y matarán en Argos a mis
hijos, y a vosotras y a mí, si por mi culpa no se cumple el oráculo
de Artemisa. No me arrastra Menelao, ¡oh hija!, ni me conformé con su
opinión, sino Grecia me obliga, en cuyo provecho, ya quiera o no,
he de inmolarte, porque somos más débiles. Conviene que sea libre en
cuanto de ti y de mí dependa, ¡oh hija!, y que los bárbaros no roben a
los griegos sus esposas. (_Vase_).

CLITEMNESTRA

¡Oh hija, oh extranjeras, cuán desventurada me hace tu inevitable
pérdida! Tu padre huye, entregándote a Hades.

IFIGENIA

¡Ay de mí, madre, madre mía, un mismo canto de muerte conviene a
nuestra común desgracia, que ya se acabó para mí la luz y este
resplandor del sol! ¡Ay, ay de mí! Montes nevados de los frigios y
selvas del Ida, en donde Príamo en otro tiempo expuso tierno niño[272]
lejos de su madre, y condenó a Paris a funesta muerte, y se llamaba
Ideo, sí, llamábanle Ideo en la ciudad de Dárdano. Ojalá que nunca
se criase con sus toros el boyero Paris, por orden de Príamo, cerca
de cristalinas aguas, en donde yacen las fuentes de las ninfas, y el
verde prado de lozanas flores, y rosas y jacintos que habían de coger
las diosas. Allí vino después Palas, y la dolosa Afrodita, y Hera, y
Hermes, el mensajero de Zeus; Afrodita, envanecida con sus atractivos;
Palas con su lanza, y Hera con su esposo el rey Zeus. Y acorrieron a
juicio odioso y a disputar cuál era la más hermosa, y también a darme
muerte, único medio de que logren fama los hijos de Dánao; tales son,
¡oh doncellas!, las princesas que Artemisa pide para favorecer la
expedición contra Troya. Mas quien engendró a esta desventurada, ¡oh
madre, madre mía!, huye y me abandona y me vende. ¡Ay de mí, mísera,
que he visto a la funesta, a la funesta e infausta Helena sacrificarme,
y perezco por orden impía de un padre, también impío! ¡Ojalá que no
se refugiasen en Áulide las popas de mis naves con sus espolones de
bronce, ni la armada que ha de llevar los griegos a Troya, ni que Zeus
enviase al Euripo contrarios vientos, él, que a unos concede propicias
auras, que llenan plácidamente sus velas, causa para otros de llanto; a
estos para envolverlos el destino en sus redes, a aquellos para dejar
puerto, a otros para recoger las velas, y a otros, en fin, para morir!
Desdichado es, sin duda, sí, desdichado es el linaje humano, y fatal
desgracia que los hombres se atraigan además nuevos infortunios. ¡Ay,
ay de mí! Fuente de graves males, fuente de graves dolores es para los
griegos la hija de Tindáreo.

EL CORO

Compadézcome de ti; triste es tu suerte, y ojalá que nunca te amenazase.

IFIGENIA

¡Oh madre, que me diste a luz, yo veo multitud de hombres que se
acercan aquí!

CLITEMNESTRA

Y el hijo de la diosa, causa de tu venida.

IFIGENIA

Abrid, esclavas, las puertas, que voy a ocultarme.

CLITEMNESTRA

¿Por qué huyes, hija?

IFIGENIA

Me avergüenzo de ver a Aquiles.

CLITEMNESTRA

¿Por qué?

IFIGENIA

El malogrado éxito de mi himeneo tiñe de rubor mis mejillas.

CLITEMNESTRA

No es lisonjera tu derrota. No te muevas; tan grande es nuestro dolor,
que ni aun lugar deja a la vergüenza.

AQUILES

¡Oh hija de Leda, mujer desventurada!

CLITEMNESTRA

No es falso lo que dices.

AQUILES

Óyense horribles clamores entre los argivos.

CLITEMNESTRA

¿Qué clamores son esos? Dímelo.

AQUILES

Acerca de tu hija.

CLITEMNESTRA

De mal agüero son tus primeras palabras, y nada bueno anuncian después.

AQUILES

Dicen que es menester sacrificarla.

CLITEMNESTRA

¿Nadie lo contradice?

AQUILES

Yo vengo, como ves, exponiéndome al peligro.

CLITEMNESTRA

¿A cuál, ¡oh extranjero!?

AQUILES

A morir apedreado.

CLITEMNESTRA

¿Porque deseas salvar a mi hija?

AQUILES

Ciertamente.

CLITEMNESTRA

¿Quién sería tan osado que se atreviera a tocarte?

AQUILES

Todos los griegos.

CLITEMNESTRA

¿Y no te defenderá el ejército de los mirmidones?

AQUILES

Son mis mayores enemigos.

CLITEMNESTRA

Sin duda perecemos, ¡oh hija!

AQUILES

Afirmaban que me había seducido Ifigenia.

CLITEMNESTRA

¿Y qué respondiste?

AQUILES

Que por los dioses no mataran a mi futura esposa.

CLITEMNESTRA

Bien dicho.

AQUILES

La que me prometió su padre.

CLITEMNESTRA

Llamada por él de Argos.

AQUILES

Pero sus clamores ahogaban los míos.

CLITEMNESTRA

Intolerable es la muchedumbre.

AQUILES

Te ayudaré, sin embargo.

CLITEMNESTRA

¿Y pelearás solo contra tantos?

AQUILES

¿No ves esos que vienen armados?

CLITEMNESTRA

Que los dioses premien tu nobleza.

AQUILES

Así lo harán.

CLITEMNESTRA

¿No morirá ya mi hija?

AQUILES

No, a lo menos con mi asentimiento.

CLITEMNESTRA

¿Llegará acaso alguno que me la arrebate?

AQUILES

Muchos, sin duda, y Odiseo a su frente.

CLITEMNESTRA

¿El nieto de Sísifo?[273]

AQUILES

El mismo.

CLITEMNESTRA

¿Espontáneamente, o en nombre del ejército?

AQUILES

Elegido por él y por su propia voluntad.

CLITEMNESTRA

Mala elección, de seguro, para mancharos de sangre.

AQUILES

Pero yo lo impediré.

CLITEMNESTRA

¿Y se la llevarán resistiéndose?

AQUILES

Arrastrándola de sus rubios cabellos.

CLITEMNESTRA

¿Y qué haré yo entonces?

AQUILES

No soltarla.

CLITEMNESTRA

Si de esto depende su salvación, no la matarán.

AQUILES

Pero vendrán sin tardanza.

IFIGENIA

Madre, escúchame: veo que te indignas en vano contra tu esposo,
pretendiendo imposibles. Justo es que alabemos por su decisión a este
extranjero; pero tú debes evitar las acusaciones del ejército, y que
por nuestra resistencia sobrevenga a Aquiles alguna calamidad. Oye,
madre, lo que pensando se me ha ocurrido: resuelta está mi muerte,
y quiero que sea gloriosa, despojándome de toda innoble flaqueza.
Vamos, madre, atiéndeme, aprueba mis razones: la Grecia entera tiene
puestos en mí sus ojos, y en mi mano está que naveguen las naves y sea
destruida la ciudad de los frigios, y que en adelante los bárbaros
no osen robar mujer alguna de nuestra afortunada patria, si ahora
expían el rapto de Helena por Paris. Todo lo remediará mi muerte, y mi
gloria será inmaculada, por haber libertado a la Grecia. Ni debo amar
demasiado la vida, que me diste para bien de todos, no solo para el
tuyo. Muchos armados de escudos, muchos remeros vengadores de la ofensa
hecha a su patria acometerán memorables hazañas contra sus enemigos, y
morirán por ella. ¿Y yo sola he de oponerme? ¿Es acaso justo? ¿Podremos
resistirlo? Pero vengamos a lo principal. No conviene que Aquiles pelee
contra todos los griegos por una mujer, ni que por ella muera. Un solo
hombre es más digno de ver la luz que infinitas mujeres. Y si Artemisa
pide mi vida, ¿me opondré, simple mortal, a los deseos de una diosa?
No puede ser. Doy, pues, mi vida en aras de la Grecia. Matadme, pues;
devastad a Troya. He aquí el monumento que me recordará largo tiempo,
esos mis hijos, esas mis bodas, esa toda mi gloria. Madre, los griegos
han de dominar a los bárbaros, no los bárbaros a los griegos, que
esclavos son unos, libres los otros.

EL CORO

Generosos sentimientos, ¡oh tierna joven!, víctima de tu adversa suerte
y de Artemisa.

AQUILES

Algún dios, ¡oh hija de Agamenón!, me hubiese hecho feliz concediéndome
tu mano. ¡Bienaventurada es la Grecia por tu causa, y tú por ella!
No oponiéndote a una deidad más poderosa que tú, has pensado lo que
es útil y necesario. Mayor es mi deseo de casarme contigo ahora que
conozco tu noble índole y tu sin par grandeza. Escúchame, pues: quiero
hacerte dichosa y llevarte a mi palacio, y sentiré, poniendo a Tetis
por testigo, no salvarte y pelear contra toda la Grecia. Mira que la
muerte es mal grave.

IFIGENIA

Hablo así sin acordarme de nadie. Baste a la hija de Tindáreo ser
causa, por su hermosura, de batallas y muertes entre los hombres. Tú,
¡oh extranjero!, no mueras por mí, ni mates a nadie, sino déjame que si
puedo, salve a la Grecia.

AQUILES

¡Oh criatura nobilísima! Nada te replicaré ya si así piensas. Generosos
son tus sentimientos; ¿por qué no se ha de decir la verdad? Pero
quizás te arrepientas de tu propósito. Para que comprendas bien mis
intenciones, me colocaré junto al ara y apostaré allí estos soldados,
no para asegurar, sino para impedir tu muerte, que acaso sigas luego
mis consejos, al ver la cuchilla que amenaza a tu cuello. No te dejaré,
pues, morir tan audaz y temerariamente, sino que iré acompañado de
estos guerreros al templo de la diosa, y allí te esperaré. (_Vase_).

IFIGENIA

Madre, ¿por qué lloras en silencio?

CLITEMNESTRA

Bastante es mi desdicha para llorar.

IFIGENIA

Déjame, no me intimides; aprueba mi resolución.

CLITEMNESTRA

Habla, hija, porque yo no seré contigo injusta.

IFIGENIA

Que no cortes los rizos de tu cabellera ni te cubran negros vestidos.

CLITEMNESTRA

¿Qué has dicho, hija? ¿Cuándo te perderé?

IFIGENIA

Tú a mí no; me he salvado; por mi causa será más ilustre tu nombre.

CLITEMNESTRA

¿Qué dices? ¿Por qué no he de llorar tu muerte?

IFIGENIA

De ninguna manera, porque no me elevarán túmulo alguno.

CLITEMNESTRA

Qué, ¿la muerte no es una sepultura?

IFIGENIA

El ara de la diosa, hija de Zeus, será mi sepulcro.

CLITEMNESTRA

Te obedeceré, pues, ¡oh hija!, porque eres generosa.

IFIGENIA

Como feliz que soy, y causa de bien para la Grecia.

CLITEMNESTRA

Pero ¿qué diré de tu parte a tus hermanas?

IFIGENIA

No las obligues a ponerse negros vestidos.

CLITEMNESTRA

¿Qué diré en tu nombre que sea grato a las vírgenes?

IFIGENIA

Que deseo su felicidad. A Orestes edúcamelo como conviene a un hombre
de su calidad.

CLITEMNESTRA

Abrázalo, que no volverás a verlo.

IFIGENIA

¡Oh tú, el más amado, ayudásteme cuanto podías!

CLITEMNESTRA

¿Qué haré en Argos en tu obsequio?

IFIGENIA

No aborrecer a mi padre y a tu esposo.

CLITEMNESTRA

Terrible desastre le acarreará tu muerte.

IFIGENIA

Contra su voluntad me sacrifica por salvar a la Grecia.

CLITEMNESTRA

Pero con dolo, no cual cumple al linaje de Atreo.

IFIGENIA

¿Quién me llevará antes que me arrastren por los cabellos?

CLITEMNESTRA

Yo iré contigo...

IFIGENIA

De ninguna manera; no dices bien.

CLITEMNESTRA

Sin soltar tu vestido.

IFIGENIA

Obedéceme, madre, no te muevas, que así lo aconseja tu decoro y el mío.
Alguno de estos servidores de mi padre me acompañará hasta el prado de
Artemisa, en donde me han de sacrificar.

CLITEMNESTRA

¡Oh hija, te separas de mí!...

IFIGENIA

Y no volveré más.

CLITEMNESTRA

Y abandonas a tu madre.

IFIGENIA

Y, como ves, sin merecerlo.

CLITEMNESTRA

Detente, no me dejes.

IFIGENIA

No quiero que llores más. Vosotras, ¡oh doncellas!, cantad lúgubre
himno en honor de Artemisa, hija de Zeus, y que felices presagios
favorezcan a los griegos. Así, que se preparen los cestos y arda el
fuego destinado a la salsamola; que mi padre toque el ara con su
diestra, porque voy a dar a los griegos victoria salvadora. Llevadme
al sacrificio, que triunfo de Troya y de los frigios. Traed las
coronas que han de ceñir mis sienes, y dádmelas; ved mi cabellera,
pronta a recibirlas, y el agua lustral dispuesta. Danzad vosotras
alrededor del templo y del altar, alabad a Artemisa, a Artemisa, reina
y bienaventurada, que, a costa de mi sangre y de mi vida, por ser
necesario, cumpliré voluntaria el oráculo. ¡Oh madre mía veneranda,
para ti son estas lágrimas que derramo, no lícitas en los sacrificios!
¡Oh doncellas, alabad conmigo a Artemisa, protectora de este lugar
frontero a Calcis, en cuyo puerto estrecho de Áulide anclaron las naves
griegas, y hará inmortal mi nombre! ¡Oh tierra mía natal, oh pelásgico
Argos, oh Micenas, en donde me he criado!

EL CORO

¿Invocas a la ciudad fundada por Perseo,[274] obra de los cíclopes?

IFIGENIA

Eduqueme en su seno, y glorificará a Grecia, y no me apena la muerte.

EL CORO

Imperecedera será tu fama.

IFIGENIA

¡Oh día claro y luz de Zeus!, vivamos otra vida y sea otra nuestra
suerte. ¡Adiós luz, para mí grata! (_Vase_).

EL CORO

Vedla, vedla cómo se encamina a regar con su sangre el ara de
numen cruento, la vencedora de Troya y de los frigios, purificada
con el agua lustral y coronada su cabeza, que se doblará en el
sacrificio sobre su elegante cuello. Aguárdante las aguas lustrales
paternales,[275] y los sagrados vasos, y el ejército griego, impaciente
por llegar a Troya. Pero invoquemos a Artemisa, hija de Zeus, divina
reina, para que favorezca al ejército. ¡Oh deidad augusta, a quien
deleitan víctimas humanas, lleva al ejército griego al país de los
frigios y a la pérfida Ilión, y concede a Agamenón llenar de gloria
inmarcesible al ejército griego y ceñir sus sienes con aureola eterna!

EL MENSAJERO

¡Oh Clitemnestra, hija de Tindáreo, deja el palacio y óyeme!

CLITEMNESTRA

He venido al escuchar tu voz, temblando de miedo y temerosa de que me
anuncies alguna nueva calamidad.

EL MENSAJERO

Al contrario, quiero contarte maravillas y portentos acerca de tu hija.

CLITEMNESTRA

No vaciles, pues; habla sin tardar.

EL MENSAJERO

Claramente lo sabrás todo, ¡oh cara dueña! Todo te lo contaré, desde
el principio, a no ser que la emoción que siento trabe mi lengua.
Después que llegamos con Ifigenia al prado florido de Artemisa, hija
de Zeus, en donde estaba reunido el ejército de los griegos, acudió a
verla inmensa muchedumbre. Cuando el rey Agamenón vio a la doncella
que se encaminaba a la muerte, gimió y volvió hacia atrás su cabeza, y
lloró ocultando los ojos bajo el manto. Al detenerse ella junto a su
padre dijo así: «¡Oh padre, aquí me tienes, que de buen grado vengo a
dar mi vida por mi patria y por la Grecia, para que me sacrifiquéis en
el ara de la diosa, ya que así lo pide el oráculo! Mi único deseo es
que seáis afortunados, y que alcancéis insigne victoria, y regreséis
después a vuestra patria. Así, que ningún griego me toque; callada y
animosa entregaré mi cerviz al hierro». Tales fueron sus palabras,
sorprendiendo a cuantos las oyeron la grandeza de ánimo y el valor
de la virgen. Taltibio, de pie en medio de todos, como heraldo del
ejército, pidió a los dioses felices presagios, e impuso silencio. Y el
adivino Calcas, desenvainando la afilada cuchilla, la depositó en el
dorado cesto, y coronó a la doncella. Pero Aquiles entonces se acercó
presuroso al ara, y apoderándose del cesto y del agua lustral, dijo:
«¡Oh Artemisa!, hija de Zeus, que gozas matando fieras y mueves de
noche tu luz brillante, acepta propicia esta víctima que te ofrecemos
el ejército de los griegos y el rey Agamenón, sangre inmaculada de
la bella cerviz de una virgen; concédenos favorable navegación y que
conquistemos con nuestras armas la ciudadela de Troya». Y los Atridas y
todo el ejército quedaron suspensos mirando a la tierra. El sacerdote
empuñó la cuchilla, recitó sus preces y examinó el cuello antes de
herirlo. Dolor no leve afligía mi corazón, y no separaba mis ojos de la
tierra. Entonces ocurrió un milagro repentino: todos oyeron claramente
el ruido del golpe al herir, pero ninguno vio en dónde se había
ocultado la virgen. Clama el sacerdote, conclama todo el ejército,
admirado de tal portento, obra sin duda de los dioses, y al cual, aun
presenciándolo, no se daba crédito. En lugar de Ifigenia, yacía en
tierra una cierva palpitante, muy grande y de maravillosa hermosura,
inundando con su sangre el ara de la diosa. Imagínate, pues, con qué
gozo pronunciaría Calcas estas palabras: «¡Oh capitanes del ejército
griego!, ¿veis esta víctima, esta cierva de los montes, que la diosa
ha traído al ara? Acéptala con preferencia a la doncella, para que
tan noble sangre no mancille su altar. Y lo hace de buen grado, y nos
concede favorable navegación y que conquistemos a Ilión. Cobren ánimo
los marinos, y váyanse a las naves; hoy atravesaremos el mar Egeo,
dejando las sinuosas ensenadas de Áulide». Después que la llama de
Hefesto consumió a la víctima, pidió a los dioses que favoreciesen
la vuelta del ejército. Agamenón me envió, pues, para anunciarte
estas nuevas y el acuerdo de los dioses, y la gloria inmortal que ha
alcanzado en Grecia. Yo que, presente, lo vi todo, te aseguro que
Ifigenia ha volado al Olimpo. Que desaparezca, pues, tu dolor y se
aplaque tu indignación contra tu esposo; inesperados sucesos ocurren a
los mortales por mandato de los dioses, y así salvan a los que aman.
Hoy he visto a tu hija viva y muerta.

EL CORO

¡Cuánta es mi alegría al oír estas nuevas! El Mensajero dice que tu
hija vive entre los dioses.

CLITEMNESTRA

¡Oh hija! ¿Qué dios te ha arrebatado? ¿Cómo te invocaré? ¿Cómo
hablarte? ¿Si habrá fingido este discurso para consolarme y para que
cesen mis tristes lágrimas?

EL CORO

Mira al mismo rey Agamenón, que viene a repetirte sus palabras.

AGAMENÓN

Nada debemos temer por nuestra hija, ¡oh esposa! No dudes que se halla
ahora con los dioses. Conviene que regreses a tu palacio, en compañía
de este tierno novillejo, pues el ejército se prepara a darse a la
vela. Adiós; largo tiempo ha de transcurrir antes que oigas mi voz y
vuelva de Troya. Que la dicha te acompañe.

EL CORO

Que gozoso, ¡oh Atrida!, llegues a la Frigia, y que tornes contento,
trayéndome de Troya bellísimos despojos.




IFIGENIA EN TÁURIDE


ARGUMENTO

Ifigenia, hija de Agamenón, que no ha muerto sacrificada en Áulide,
siendo sustituida por obra de Artemisa por una cierva, vive en
Táuride,[276] puerto del Quersoneso Táurico, y en un templo de la misma
diosa en cuya ara son sacrificados todos los extranjeros que arriban
a sus costas. Orestes, su hermano, con su amigo Pílades, desembarcan
en Táuride con el propósito de robar la estatua de Artemisa, cuya
sacerdotisa es Ifigenia, y son descubiertos y aprisionados por los
indígenas, devotísimos de su deidad protectora. Ifigenia, antes de
sacrificarlos, sabedora de que eran griegos y acordándose siempre
de su patria, de su familia y de su rango, escribe una carta a su
hermano Orestes, a quien no conocía, e intenta aprovechar la ocasión
oportuna que se le presenta para servirse de uno de los dos extranjeros
destinados al sacrificio, y salvarle la vida si acceden a su deseo. Al
recibir Pílades la carta que ha de entregar a Orestes, la pone en los
manos de su destinatario, llamándolo por su nombre, y se reconocen los
dos hermanos, y puestos todos de acuerdo, roban la estatua y huyen; y
cuando el rey Toante se prepara a perseguirlos y capturarlos, aparece
Atenea, que lo aplaca y salva a los fugitivos, anunciándolo que así lo
ha decretado el poder divino.

Esta tragedia, en su plan, en su traza, en los caracteres de sus
personajes, en sus pasiones y hasta en sus menores detalles nos ofrece
el tipo distintivo y propio de las obras de Eurípides, y es muy útil,
por tanto, para ilustrarnos acerca de sus rasgos poéticos personales,
de su importante papel en la literatura helénica y de la influencia que
ha tenido y tiene en los pueblos modernos, siendo inferior a Sófocles y
Esquilo, y justamente por serlo.

Comienza con su prólogo o soliloquio expositivo de hechos supuestos
anteriores relativos a la acción, en cuanto son necesarios para
comprender los que le suceden, e indicar el lugar en donde se ejecutan
y desenvuelven después, en virtud de pasiones puramente humanas y
de caracteres que también lo son, enredándose y complicándose con
naturalidad y verosimilitud; y cuando el nudo o el conflicto alcanza
su punto culminante, y su desate o resolución parecen difíciles o
imposibles, interviene un poder sobrenatural que desvanece rápida y
milagrosamente los obstáculos que lo impiden. Concédese al destino
la parte tradicional y preponderante que le corresponde, pero no lo
domina y absorbe todo, como en Esquilo, sino, al contrario, lo menos
posible, y no tanto por la convicción del poeta, cuanto atendiendo a
las exigencias y costumbre del público. Ese poder superior a dioses y
hombres ha ordenado el hecho final, pero los últimos obran y se mueven
dentro de su natural esfera, y exactamente como lo harían si aquel no
existiese. El discípulo de Anaxágoras, que no comparte las creencias y
las supersticiones populares, y las contradice y ataca por ser opuestas
a la razón, se manifiesta sin rebozo siempre que la ocasión lo permite.
Las flaquezas del bello sexo asedian al autor como perpetua pesadilla,
quizás por considerarlo indigno de embargar con tanto imperio la
atención de los hombres y apartarlos de más serias y útiles aficiones y
pensamientos. Sobresale en la representación dramática de los afectos,
como en el reconocimiento de los dos hermanos, justificando los elogios
que Aristóteles le prodiga en su _Poética_, y por medios sencillos,
verdaderos e interesantes. No olvida, sin embargo, congraciarse con
sus compatriotas al hablar de la fiesta de las copas, del Areópago,
del culto de la Artemisa ática en Braurón, opuesto al bárbaro táurico,
y del oráculo de Delfos, distinto de la adivinación por los sueños.
Su buen gusto se revela en la sobriedad y eficacia de sus recursos
escénicos, y en el arte con que los reúne y los contrasta.

Despréndese de esto que el estudio de las obras de Eurípides, en las
cuales desaparece sensiblemente el carácter religioso de la primitiva
tragedia, acercándose más y más a la puramente humana que la ha
sustituido y persiste en la actualidad, nos enseña la senda recorrida
por esta parte de la poesía dramática desde sus orígenes hasta nuestros
días, y las reformas radicales que ha sufrido hasta lograr su completa
formación. De lo divino o religioso, que todo lo llena al principio,
se va poco a poco separando lo puramente humano, que permanece luego
independiente, perfeccionándose más y más hasta conseguir su esencia
y su forma última y definitiva, más durable y constante. Lo mismo ha
acontecido a los demás géneros poéticos, y casi pudiera decirse que a
todas las instituciones humanas, incluyendo en ellas a las políticas.
La religión ha sido la nodriza y el mentor de la humanidad, guiándola
solicita y cariñosa en sus primeros pasos, y sin separarse de ella.

Eurípides, como trágico griego, es así el menos griego de ellos, si
atendemos solo a la índole característica y hierática de la tragedia
griega, y en este sentido es el peor de los tres trágicos conocidos,
pero precisamente por esto es el eslabón que une a la tragedia antigua
con la moderna. Nos convencemos fácilmente de esta verdad si suprimimos
mentalmente la influencia del destino en cualquiera de las obras de
este poeta, o, al contrario, si suponemos que el objeto o término
final de otra cualquiera moderna ha sido decretado y preparado por el
destino, en cuya hipótesis resultará que en lo sustancial del fondo y
de la forma son ambas iguales. Las demás diferencias que las separan,
sin afectar a lo sustancial, provienen de muchas causas diversas
relacionadas con los distintos elementos sociales de las naciones
antiguas y modernas, como la diferencia de religión, de gobierno, de
hábitos y costumbres, de educación, de mayor o menor cultura y de
influencias nacionales o locales más o menos poderosas en el auge o en
la decadencia de esta clase de composiciones.

Y así se comprende y se explica también que, desde el renacimiento
clásico literario hasta nuestros días, haya sido Eurípides el
preferido para estudio y para modelo, y que continúe siéndolo ahora,
no Sófocles, ni menos Esquilo. El _Edipo rey_ del primero, en nuestra
modesta opinión, es la obra maestra e inimitable del teatro griego;
no ha logrado adaptarse todavía al teatro moderno, ya por no haberlo
intentado siquiera, ya por los resultados obtenidos por insignes poetas
españoles y extranjeros que, habiéndolo intentado, encallaron en la
empresa. Sin la creencia, y creencia firme y general en el destino,
que no existe, la realización de ese deseo es de todo punto imposible.
En cambio abundan las imitaciones de las tragedias de Eurípides, sobre
todo en Francia, en donde ocupan lugar preferente en su literatura
clásica.

En las obras impresas de Racine se conserva el plan de un primer acto
de _Iphigénie en Tauride_, y ha sido imitada también por Guimond de la
Touche, siempre al estilo francés, aunque no sea el de Racine. Goethe
ha escrito otra _Ifigenia en Táuride_, que solo tiene el título de
común con la griega.

De algunas alusiones muy embozadas que se han visto o creído ver en la
tragedia de Eurípides, no por cierto muy convincentes, se ha supuesto
que su representación hubo de hacerse en el año primero de la olimpiada
92, que corresponde al 412 de nuestra era.


PERSONAJES

  IFIGENIA.
  ORESTES, _hermano de Ifigenia._
  PÍLADES, _amigo de Orestes._
  CORO DE MUJERES GRIEGAS.
  UN PASTOR.
  TOANTE.
  UN MENSAJERO.
  ATENEA.


El lugar de la acción es Táuride (Crimea).




Vese en la escena el templo dórico de Artemisa Táurica, en lo alto de
una roca. El altar está salpicado de sangre, y alrededor se observan
vestidos y armas, despojos de las víctimas sacrificadas. Empieza a
amanecer.


IFIGENIA

Pélope, hijo de Tántalo, obtuvo en Pisa,[277] con sus ligeros caballos,
la mano de la hija de Enómao, madre de Atreo, que engendró a Menelao
y Agamenón, y de este y de la hija de Tindáreo nací yo, Ifigenia,
víctima sacrificada, a juicio de mi padre, en el claro seno de Áulide,
para recobrar a Helena, y cerca de los torbellinos que revuelve el
Euripo cuando impetuosos vientos lo llevan a la mar. En Áulide juntó
también el rey Agamenón un ejército en mil naves para conquistar a
Ilión y ganar gloriosa corona, castigando a Helena, esposa infiel, por
complacer a Menelao. Graves obstáculos se oponían a la navegación,
porque no soplaban vientos favorables. Calcas entonces, observando las
llamas, habló así: «¡Oh tú, Agamenón, que mandas este ejército griego!;
tus naves no dejarán el puerto antes que Artemisa acepte el sacrificio
de tu hija Ifigenia, pues prometiste consagrar a la diosa lucífera lo
más hermoso que el año produjera. Tu esposa Clitemnestra dio a luz en
tu palacio una hija (aludió a mí y me llamó muy bella), que has de
inmolar». Y por arte del sagaz Odiseo me arrancaron del regazo de mi
madre, pretextando que lo hacían para casarme con Aquiles. Y al llegar,
desdichada, a Áulide, ya en lo alto de la pira, y a punto de herirme
la cuchilla, sustrájome Artemisa, poniendo en mi lugar una cierva,
y llevándome a través del resplandeciente éter a esta tierra de los
tauros, en donde Toante impera, rey bárbaro de bárbaro país que corre
como las aves con sus pies ligeros, de donde le vino su nombre. La hija
de Leto hízome su sacerdotisa en este templo, entre cuyos ritos, gratos
a ella, hay uno cuyo solo nombre es bueno; pero callaré, por respeto
a mi señora. Yo inmolo aquí, según antigua costumbre, a los griegos
que arriban a estas costas. Siempre doy principio a las ceremonias
religiosas, y consuman el sacrificio los que habitan en la morada
augusta de esta deidad nefanda. Sepan las auras, por si tienen remedio,
las pavorosas visiones que me han perseguido esta noche. Pareciome en
sueños que abandonaba este país y habitaba en Argos, y reposaba al lado
de las vírgenes, mis compañeras, cuando tembló la tierra y hui de mi
aposento, y se desplomó la cúspide del palacio, y toda la techumbre
vino a tierra, hasta los más altos pilares. Solo quedaba en pie una
columna del palacio paterno, de cuyo capitel pendía blonda cabellera
que hablaba, y yo, lamentándome de mi triste ministerio de matar a los
extranjeros, la rociaba con agua, como destinada a la muerte. He aquí
la interpretación que doy a este sueño: no vive ya Orestes, porque
lo purifiqué para su sacrificio. Son los hijos varones columnas de
las familias, y los rociados con el agua de mis sagrados vasos están
condenados a morir. Y, sin embargo, no puedo aplicar este sueño a otros
amigos, porque Estrofio[278] no tenía hijos cuando me inmolaron.
Quiero, pues, ahora celebrar los funerales de mi hermano ausente con
las esclavas griegas que me dio para mi servicio el rey. Pero no sé qué
causa les impide venir; entraré, pues, en el templo de la diosa, en
donde habito. (_Vase_).

ORESTES

Mira, observa si hay gente en el camino.

PÍLADES

Miro, observo, y todo lo examino con mis ojos.

ORESTES

¿Crees, Pílades, que sea este el templo de la diosa, adónde hemos
dirigido nuestra nave atravesando la mar desde Argos?

PÍLADES

A mí me lo parece; no basta, sin embargo, si tú no opinas lo mismo.

ORESTES

¿Y el ara empapada con sangre griega?

PÍLADES

Tiene, en efecto, coronas teñidas en sangre.

ORESTES

¿Ves, acaso, despojos suspendidos de sus muros?

PÍLADES

Restos de extranjeros sacrificados.

ORESTES

Pero conviene que lo escudriñes todo con diligencia. ¡Oh Febo! ¿Por qué
tus oráculos me atraen a nuevas redes, después que me hiciste asesinar
a mi madre para vengar a mi padre? Las Furias, siempre renovando sus
persecuciones, atormentábanme en mi destierro, obligándome a vagar sin
descanso. Y me acerqué a tu templo, y te pregunté cómo podría librarme
de este furor que me agita, y de tantas penalidades como he sufrido
en mi errante peregrinación por la Grecia. Tú me mandaste entonces
que me encaminara a los confines de la Táuride, en donde es adorada
tu hermana, y robase su estatua, que, según dicen estos habitantes,
cayó del cielo en su templo, apoderándome de ella, ya por engaño,
ya aprovechándome de alguna feliz casualidad, y que, arrostrando el
peligro, la llevase al país de los atenienses; nada más me ordenaste,
y si lo cumplo, pondré término a mis trabajos. He venido aquí
obedeciéndote, a esta tierra desconocida e inhospitalaria. Ahora te
pregunto, ¡oh Pílades!, ya que me ayudas en esta empresa, ¿qué hacemos?
¿Ves sus altos y fuertes muros? ¿Subiremos los peldaños del templo?
¿Cómo nos ocultaremos después en él? ¿Abriremos las puertas de bronce
de este recinto que no conocemos? Si nos sorprenden cuando intentemos
entrar, moriremos; así, antes que suceda esto, huyamos a la nave que
nos trajo.

PÍLADES

No debemos huir, ni acostumbramos hacerlo, ni el oráculo del dios
merece menosprecio. Alejémonos del templo y refugiémonos en las
cavernas que lava el negro Ponto con sus aguas, lejos de la nave, no
la descubra alguno, nos delate a los reyes y nos cautiven a la fuerza.
Y cuando viniere la oscura noche osaremos con maña robar del templo la
tersa estatua de la diosa. Mira si los triglifos dejan bastante espacio
para albergarnos. Audaces en sus empresas son los esforzados, no así
los cobardes, que para nada sirven. ¿Acaso después de andar tan largo
camino a fuerza de remos retrocederemos al llegar a la meta?

ORESTES

Has dicho bien, y debo obedecerte. Ocultémonos, pues, en donde nos sea
posible. Como el dios no ha de impedir el cumplimiento de su oráculo,
osémoslo: para los jóvenes no hay trabajo excusable.

EL CORO

Silencio, habitantes del Ponto Euxino, que moráis en dos peñascos que
se besan;[279] ¡oh Dictina[280] de las selvas, hija de Leto!, a tu
palacio, a las doradas almenas de tu templo, de bellas columnas, acerco
mi pie santo y virginal, siervo de la sacerdotisa que lleva la clava,
y habiendo abandonado las torres de la ecuestre Grecia, las murallas
y los campos umbrosos de la insigne Europa, en donde yace el hogar de
mi padre. Ya he llegado. ¿Qué hay de nuevo? ¿Qué te inquieta? ¿Por qué
me llamaste al templo, por qué me llamaste?, ¡oh hija de los ilustres
Atridas que asediaron las torres de Troya con famosa armada de mil
naves, llenas de innumerables soldados!

IFIGENIA

¡Oh siervas, cómo me abandono a tristes plegarias, canto lúgubre en
elegíacos, no acompañados de la lira, ¡ay, ay de mí!, sino solo de
fúnebre llanto! Tales son mis desdichas, llorando la muerte de mi
hermano, cuya sombra se me ha aparecido en sueños en las tinieblas
de esta noche oscura. Yo muero, yo muero; ya pereció el linaje de mi
padre, ¡ay de mí! Mi familia ya no existe, ¡ay, ay!, víctima de los
infortunios sufridos en Argos. ¡Ay, ay del destino que me arranca
mi único hermano, llevándolo a los infiernos! A sus manos ofreceré
las libaciones que contiene este vaso, derramándolo en el seno de la
tierra, y abundante leche de las vacas de los montes, vino de Dioniso
y miel de abejas de amarillentas alas que aplacan a los muertos. Pero
dame el vaso de oro macizo y la infernal ofrenda. ¡Oh hijo de Agamenón
que yaces bajo la tierra! Como si hubieses muerto te ofrezco este don;
acéptalo, que en tu túmulo no depositaré mi blonda cabellera ni tampoco
derramaré mis lágrimas. Lejos estoy de tu patria y de la mía, en donde
creen que yo, mísera, he sido inmolada.

EL CORO

Cantos que respondan a los tuyos, e himno asiático en bárbaro lenguaje
haré oír, ¡oh señora!, musa lúgubre, grata a los muertos, tristes
versos que a Hades deleitan. ¡Ay de mí! Desapareció el astro que
iluminaba el augusto palacio de los Atridas, ¡ay de mí!, tu hogar
paterno. ¿Quién, pues, ahora empuñará el cetro de los reyes famosos
de Argos? Una pena sucede a otra desde que, torciendo las riendas de
sus veloces caballos, el Sol se alejó, y apartó, indignado de tus
progenitores, su sagrado y brillante rostro.[281] Un dolor sucede a
otro en su palacio, a causa del vellocino de oro; un asesinato a otro,
a un llanto otro llanto, y de aquí que el funesto destino asentara su
planta en la mansión de los Tantálidas, que ya perecieron, y con triste
ímpetu te haya acometido numen nefando.

IFIGENIA

Desde el principio, y desde el himeneo de mi madre, ha sido adversa mi
suerte, y desde la noche aquella en que las Parcas, que presiden al
nacimiento, decretaron que yo viviera vida amarga, primogénita de la
infortunada hija de Leda, que me concibió en mal hora en su tálamo, y
me dio a luz y me educó para ser víctima de la debilidad de mi padre,
quien me había de sacrificar cruelmente, y llevándome, en cumplimiento
de su voto, a las arenas de Áulide en su carro ecuestre, como
prometida, ¡ay!, como infeliz esposa del nieto de Nereo. Extranjera
ahora en el inhospitalario Ponto, habito lúgubre mansión, sin esposo
ni hijos, sin patria, sin amigos, cuando tantos amigos solicitaban mi
mano; no cantando himnos a la argiva Hera, ni tejiendo con la lanzadera
en finas telas la imagen de Palas Ática y de los Titanes,[282] sino
manchando las aras de Artemisa con sangre, después de dar a los
extranjeros deplorable muerte, y oyendo sus clamores, que mueven a
lástima, y contemplando las lágrimas tristes que derraman. Y ahora me
olvido de estos males, y lloro a un hermano, muerto en Argos, que dejé
tierno infante, todavía en la lactancia, cara prenda en los brazos y
en el seno de su madre, Orestes, en fin, que en Argos debía empuñar el
cetro.

EL CORO

Desde la orilla del mar viene hacia aquí un pastor, quizá a anunciar
alguna nueva importante.

EL PASTOR

Hija de Agamenón y de Clitemnestra, oye la noticia que voy a darte.

IFIGENIA

¿Quién osa interrumpirme en este momento?

EL PASTOR

Dos jóvenes fugitivos han arribado a esta región, a las Cianeas
Simplégades, sacrificio y víctimas agradables a Artemisa. Prepara,
pues, desde luego el agua lustral y las ofrendas.

IFIGENIA

¿De qué país? ¿Cómo se llama la patria de esos extranjeros?

EL PASTOR

Son griegos; solo sé esto y nada más.

IFIGENIA

¿Dices que ignoras sus nombres?

EL PASTOR

Uno llamaba Pílades al otro.

IFIGENIA

¿Y cuál era el nombre de su compañero?

EL PASTOR

No lo sé; no lo hemos oído.

IFIGENIA

¿Cómo los descubristeis y los cautivasteis?

EL PASTOR

En la extrema orilla del inhospitalario estrecho.

IFIGENIA

Pero vosotros los pastores, ¿qué hacíais en la mar?

EL PASTOR

Fuimos a lavar en sus olas los bueyes.

IFIGENIA

Dejemos eso, y dime ahora, para satisfacer mi curiosidad, de qué manera
los cautivasteis. Largo tiempo hacía que no llegaban los griegos para
regar el ara de la diosa con torrentes de sangre.

EL PASTOR

Cuando llevábamos a los bueyes selvícolas al mar que baña las
Simplégades, llegamos a cierta caverna, abierta por el continuo
embate de las olas, abrigo de pescadores de púrpura. Aquí vio a los
dos jóvenes uno de nuestros compañeros, y retrocedió, desandando el
camino con la punta de los pies, y dijo: «¿No veis? Ahí habitan ciertas
deidades». Otro, el más religioso, alzó las manos y los adoró así al
verlos: «¡Oh Palemón soberano,[283] hijo de la marina Leucótoe, patrono
de los navegantes!, muéstratenos propicio, ya sean los Dioscuros
quienes yacen en la ribera, ya los hijos amados de Nereo,[284] padre
del noble coro de las cincuenta nereidas». Pero otro, vano, audaz e
impío, se burló de sus plegarias, y dijo que los de la gruta eran
náufragos, y que allí se ocultaban, sabedores de la costumbre observada
entre nosotros de sacrificar extranjeros. Casi todos creíamos que tenía
razón, y que debíamos apoderarnos de estas víctimas y traerlas, como
siempre, a la diosa. Mientras tanto, uno de los peregrinos dejó la
roca, se detuvo un poco, movió la cabeza a un lado y a otro, gimió
y se estremeció su cuerpo como presa del delirio, clamando a modo de
cazador: «¿La ves, Pílades? ¿No ves este dragón del Orco que intenta
matarme, armado de horrendas víboras? ¿Y esta que espira fuego y
muerte y sacude las alas que se destacan de su ropaje, llevando a mi
madre en sus brazos, y quiere lanzarme este peñasco? ¡Ay de mí! ¡Me
matará! ¿Adónde huiré?». Sin embargo, nada se veía, confundiendo él
el mugido de los novillos y el ladrar de los perros con los aullidos
semejantes que, según se dice, dan las Furias. Nosotros, entretanto,
aterrados y suspensos, permanecíamos quietos y en silencio. Pero él,
desenvainando la espada, arremetió como un león a los novillos, los
hirió en el vientre con su acero, atravesoles los costados, creyendo
espantar a las Furias, hasta el extremo de llegar la sangre al mar.
Todos entonces se armaron, viendo el estrago que hacía en los rebaños,
y tocamos los caracoles, llamando en nuestra ayuda a los indígenas,
pues contra peregrinos robustos y llenos de vida podrían poco débiles
pastores. Muchos, en efecto, nos reunimos en breve. El extranjero cayó
al fin víctima de su locura, arrojando espuma por la boca. Cuando lo
vimos en tierra en sazón tan oportuna, todos nos pusimos a la obra,
y juntamos piedras, tirámoslas, y lo herimos; el otro extranjero lo
cuidaba y atendía, protegiéndolo la tela bien urdida de su vestido, y
examinaba solícito sus heridas, y le prodigaba los tiernos desvelos
de un leal amigo. Recobrando luego el juicio, se levantó del suelo,
observó la muchedumbre de enemigos que les acometía, y presintiendo la
calamidad que les amenazaba, gimió. Mas nosotros no cesamos de tirarle
piedras a porfía. Entonces oímos esta exhortación atroz: «Moriremos,
Pílades, pero con el honor posible; sígueme, esgrimiendo en tu diestra
la espada». Cuando se adelantaron hacia nosotros vibrando sus armas,
huimos y nos refugiamos en las frondosas selvas. Pero si alguno se
intimidaba, los demás, amenazándole de cerca, le obligaban a la fuerza
a volver, y si unos eran rechazados, los de reserva volvían a la carga
con nuevas pedradas. Increíble parece que, siendo nosotros tantos,
ninguno pudiese herir mortalmente a las víctimas de la diosa. Con
trabajo, al cabo, y faltándonos valor, los cautivamos, y cercándolos a
pedradas, hicimos caer las espadas de las manos, obligándolos por el
cansancio a arrodillarse en tierra. Llevámoslos, pues, a la presencia
del rey, los vio y te los envió inmediatamente para que los purifiques
e inmoles. Debes desear, ¡oh virgen!, que se repitan estos sacrificios,
porque si das muerte a tales extranjeros, la Grecia pagará la que quiso
darte, y expiará la pena del crimen cometido en Áulide.

EL CORO

Maravilloso es lo que has contado del extranjero, sea quien fuere,
venido de la Grecia al inhospitalario Ponto.

IFIGENIA

Bien está; vete y trae a los extranjeros; yo cuidaré de lo demás. ¡Oh
corazón desdichado, antes afable y misericordioso con las víctimas!
Solías derramar lágrimas por tus compatriotas siempre que caían en
tus manos; pero como ahora, y en vista de los sueños que me han
asustado, creo que Orestes no ve ya la luz del sol, no os miraré
con benevolencia, cualquiera que seáis. Es una verdad, y yo la he
experimentado, ¡oh amigas!, que los infelices no quieren bien a
los venturosos. Mas ni llegó nunca a esta costa inhospitalaria el
viento de Zeus,[285] ni nave que, atravesando los escollos de las
Simplégades, trajese a Menelao ni a Helena, que me perdieron, para
vengarme de ellos, y que encontrasen aquí otra Áulide en vez de aquella
en donde me sacrificaron los hijos de Dánao como a cautiva ternerilla,
sacrificándome el mismo padre que me engendró. ¡Ay de mí! No olvido
aquellos males y las veces que mis manos tocaron su rostro, y que me
abracé a las rodillas de mi padre, diciéndole: «¡Oh padre!, hicísteme
contraer vergonzoso himeneo, y mientras tú me matas, mi madre y las
argivas celebran mis bodas,[286] y en todo el palacio resuenan la
flauta y los cánticos, y tú me sacrificas sin piedad. Hades era, pues,
Aquiles, no el hijo de Peleo, el esposo que me habías anunciado; en
carro me trajiste por engaño a sangrientas bodas». Y yo, al ponerme
el sutil velo, no tomé en mis brazos a mi hermano, el que pereció
hace poco, ni de vergüenza besé a mi hermana, creyendo encaminarme al
palacio de Peleo; y no me despedí de muchas, pensando en mi pronto
regreso a la ciudad de Argos. ¡Oh mísero Orestes, si has muerto,
perdiste envidiable suerte y la herencia afortunada de tu padre! No
alabo el siniestro placer de una diosa que aleja de su ara a cualquier
mortal, considerándolo impuro, ya haya derramado sangre, ya sufrido
los dolores del parto, o tocado algún cadáver con sus manos, y, sin
embargo, se deleita con víctimas humanas. De ningún modo Leto, esposa
de Zeus, ha dado a luz tan necia deidad. Increíble, en verdad, me
parece el festín que dio Tántalo a los dioses, y que ellos disfrutaran
comiendo un niño, y más bien creo que los moradores de esta región,
para excusar sus homicidios, atribuyen a una divinidad su delito. A mi
juicio, ningún dios es malo.[287] (_Ifigenia se calla, esperando a los
extranjeros_).

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Cerúleas, cerúleas olas del mar, en donde Ío,[288]
abrasada por el delirante estro, voló desde Argos al estrecho Euxino, y
lo pasó, viniendo al Asia desde Europa, ¿quiénes son los que dejando el
caudaloso Eurotas,[289] de verdes cañas, o las aguas sagradas de Dirce,
arribaron, arribaron a una tierra insociable, en donde divina doncella
riega con sangre humana las aras y los templos cercados de columnas?

_Antístrofa 1.ª_ — ¿Navegaron acaso a fuerza de impetuosos remos de
abeto, que resonaban a compás a los dos costados de la nave, llenando
el viento las velas, ávidos de riquezas, para llevar la abundancia a
sus hogares? La dulce esperanza se torna insaciable en los hombres,
en daño suyo, cuando traen la carga de sus tesoros, después de andar
errantes por las olas y recorriendo bárbaras ciudades con vanas
ilusiones. Vehementes son unos con su avaricia, y otros más moderados.

_Estrofa 2.ª_ — ¿Cómo atravesaron los peñascos que se juntan,[290]
cómo los escollos Fineos, nunca tranquilos, navegando cerca de la
orilla en las revueltas olas de Anfitrite, en donde los coros de las
cincuenta doncellas nereidas danzan a la redonda, mientras llenaba
el viento las velas y rechinaba el timón que gobierna en la popa, ya
impelida por las auras del Noto, o por los soplos del Céfiro, para
arribar a una región abundante en aves, a la isla de Leuca, célebre
estadio de las carreras de Aquiles en el Ponto Euxino?

_Antístrofa 2.ª_ — ¡Ojalá que se realizasen los deseos de mi señora
querida, y por alguna casualidad viniese aquí Helena, hija amada de
Leda, dejando la ciudad troyana para rociar su cabello con el agua
lustral, precursora de la muerte, y que mis manos la degollaran,
sufriendo las penas que debe! Dulcísima nueva sería para nosotras que
de la Grecia llegase algún navegante a poner término a mis trabajos y a
mi desdichada servidumbre. Que en sueños siquiera me vea yo en la casa
mía y en mi patria, para oír suave canto, deleite de los afortunados.

_Epodo._ — Pero he aquí a los extranjeros, atadas sus manos con
dobles lazos, nuevas víctimas para la diosa. Callad, amigas. Ya mis
compatriotas se acercan al templo, confirmando los anuncios del pastor.
¡Oh numen venerando!, si te es grata tal ofrenda, acepta las víctimas
que te presentamos en observancia de nuestras costumbres, aun cuando no
sean para los griegos hijas de la piedad.

IFIGENIA (_a los que traen a los cautivos_).

Vamos, pues; mi primer cuidado es que nada falte al culto de la diosa.
Desatad las manos de los extranjeros, que, consagrados, ya no han de
estar así. Entrad en el templo, preparad lo que sea necesario para esta
ceremonia, y lo que el ritual ordena. (_Vanse_). ¡Hola! ¿Qué madre
os dio a luz en otro tiempo? ¿Cuál es vuestro padre?, ¿cuál vuestra
hermana, si acaso la tenéis? ¡Qué dos jóvenes hermanos va a perder!
¡De qué hermanos quedará huérfana! ¿Quién está seguro de los golpes
de la fortuna? ¿Quién sabe lo que le aguarda? Impenetrables son los
decretos del destino; todos ignoran sus desdichas futuras, y la ciega
deidad nos arrastra a desconocido abismo. ¿De dónde venís, extranjeros
desventurados? ¡Qué larga navegación habéis traído para arribar a este
país, y cuán eternamente estaréis ausentes de vuestra casa, sepultados
en los infiernos!

ORESTES

¿A qué te lamentas así, ¡oh mujer!, seas quien fueres, y agravas
nuestros próximos males? No es sabio, a mi juicio, el que ha de morir
y disimula su miedo, excitando la piedad, ni el que deplora su fin
cercano, sin esperanza de salvación: de un solo mal hace dos; de
necio es su conducta, y muere no obstante. Sea libre la fortuna. No
te compadezcas más de nosotros, que conocemos los sacrificios que se
celebran aquí.

IFIGENIA

¿Cuál de vosotros se llama Pílades? Es lo que primero deseo saber.

ORESTES

Este, si tal es tu placer.

IFIGENIA

¿En qué ciudad de la Grecia has nacido?

ORESTES

¿Qué ganarás con saberlo, ¡oh mujer!?

IFIGENIA

¿Sois hermanos, hijos de la misma madre?

ORESTES

Somos hermanos por la amistad, no como dices.

IFIGENIA

Y a ti, ¿qué nombre te puso tu padre?

ORESTES

El nombre que me cuadra es el de infortunado.

IFIGENIA

No es esa mi pregunta: es obra de tu desgracia.

ORESTES

Si muero y no se sabe mi nombre, no serviré a nadie de ludibrio.

IFIGENIA

¿Por qué te opones a mi ruego? ¿Tan grande es tu soberbia?

ORESTES

Matarás mi cuerpo, no mi nombre.

IFIGENIA

¿Ni dirás tampoco la ciudad en donde moras?

ORESTES

Si he de morir, a nada conducen tus preguntas.

IFIGENIA

¿Pero por qué no me has de complacer en esto?

ORESTES

Me envanezco de tener por patria a la ínclita Argos.

IFIGENIA

Por los dioses, ¿eres de allí verdaderamente, o extranjero?

ORESTES

De Micenas, venturosa en otro tiempo.[291]

IFIGENIA

¿Saliste desterrado de tu patria, o huyendo de alguna otra desdicha?

ORESTES

En cierto modo, soy desterrado contra mi voluntad y voluntariamente.

IFIGENIA

¿Me dirás lo que deseo saber?

ORESTES

Sí, que no debo dar a esto importancia, cuando tan grande es mi
infortunio.

IFIGENIA

Yo he deseado mucho que viniese alguno de Argos.

ORESTES

No yo; si te sucede lo contrario, sabrás por qué.

IFIGENIA

¿Has oído hablar de Troya, tan famosa en todas partes?

ORESTES

¡Ojalá que nunca oyese su nombre, ni siquiera en sueños!

IFIGENIA

Dicen que ya no existe, arrasada por la guerra.

ORESTES

Así es; no te engañaron al contártelo.

IFIGENIA

¿Y volvió Helena al palacio de Menelao?

ORESTES

Volvió, y su vuelta fue fatal a alguno de los míos.

IFIGENIA

¿En dónde está? Algo me debe también por cierta desgracia de que fue
causa.

ORESTES

Habita en Esparta con su primer esposo.

IFIGENIA

Objeto de horror para toda la Grecia, no para mí sola.

ORESTES

Amargo fruto recogí yo también de sus nupcias.

IFIGENIA

¿Volvieron acaso los griegos, como pregona la fama?

ORESTES

¿Tantas preguntas me haces en una sola?

IFIGENIA

Antes que mueras quiero disfrutar de este placer.

ORESTES

Interrógame, pues, si lo deseas; yo te responderé.

IFIGENIA

Cierto adivino Calcas, ¿regresó de Troya?

ORESTES

Murió, según decían en Micenas.

IFIGENIA

Cuán justamente, ¡oh deidad veneranda! ¿Y el hijo de Laertes?

ORESTES

Aun no ha llegado a su patria, pero se cree que viva.

IFIGENIA

Que muera y nunca torne a ella.

ORESTES

No le desees mal, que su suerte no es envidiable.

IFIGENIA

¿Vive todavía el hijo de la nereida Tetis?

ORESTES

No; en vano celebró su himeneo en Áulide.

IFIGENIA

Era más bien un engañoso lazo, según aseguran los desdichados que deben
saberlo.

ORESTES

¿Quién eres tú? ¿Con qué interés te informas del estado de la Grecia?

IFIGENIA

Soy también griega; cuando era jovencita, perecí.

ORESTES

Con razón, pues, ¡oh mujer!, te cuidas de averiguar lo que en ella
sucede.

IFIGENIA

¿Y qué ha sido del capitán cuya dicha publica la fama?

ORESTES

¿Cuál? El que yo conozco, al menos, no es de ese número.

IFIGENIA

Cierto hijo de Atreo, que se llamaba el rey Agamenón.

ORESTES

No sé de quién hablas; dejemos esto, ¡oh mujer!

IFIGENIA

De ninguna manera, por los dioses; al contrario, contéstame, ¡oh
extranjero!, para complacerme.

ORESTES

Murió el desdichado, y además arrastró consigo a la muerte a algún otro.

IFIGENIA

¿Murió? ¿Cómo? ¡Ay de mí, desventurada!

ORESTES

¿Por qué has gemido así? ¿Te unía a él algún lazo?

IFIGENIA

Gimo recordando su pasada dicha.

ORESTES

Murió miserablemente, asesinado por una mujer.

IFIGENIA

¡Oh! ¡Cuán deplorable es la suerte de la criminal y de su víctima!

ORESTES

Déjame ya; no me preguntes más.

IFIGENIA

Solo quiero saber si vive todavía la esposa de ese desdichado.

ORESTES

No vive; pereció a manos de su mismo hijo.

IFIGENIA

¡Oh palacio arruinado! ¿Y con qué objeto?

ORESTES

Por vengar el asesinato de su padre.

IFIGENIA

¡Ay de mí! ¡Instrumento deplorable de castigo merecido!

ORESTES

Sin embargo, los dioses no le favorecen, a pesar de su justicia.

IFIGENIA

¿Ha dejado Agamenón en el palacio algún otro hijo?

ORESTES

Electra, su única hija.

IFIGENIA

¿Se dice algo de la otra que mataron?

ORESTES

Nada, sino que, muerta, no ve la luz.

IFIGENIA

¡Desventurada, y desventurado también el padre que la sacrificó!

ORESTES

Pereció inicuamente por una mujer malvada.

IFIGENIA

¿Sobrevive en Argos algún hijo a su padre?

ORESTES

Sí, desdichado en verdad; en ninguna parte existe, y en todas a un
tiempo.

IFIGENIA

Adiós, falsos sueños; nada erais, pues.

ORESTES

Ni los dioses, que se llaman sabios, son menos engañosos que los leves
sueños. Grande confusión reina en las cosas divinas y humanas; solo
me duele que, por obedecer a adivinos, perezca quien no carece de
prudencia; bien lo saben algunos.

EL CORO

¡Ay, ay de mí! ¿Quién se acordará de nosotras y de nuestros padres?
¿Viven acaso? ¿No viven? ¿Quién podrá decirlo?

IFIGENIA

Oíd: ya he tomado mi resolución, ¡oh extranjeros!, que puede seros
útil y a mí también. Lo mejor será, sin duda, que nos convengamos
todos. ¿Quieres acaso, si te salvo, llevar un mensaje mío a mis
amigos de Argos, y cartas que me escribió cierto cautivo, compadecido
de mi suerte, juzgando que no era homicida mi mano, sino que moría
en virtud de una ley justa en concepto de la diosa? Hasta ahora no
he encontrado ninguno que regrese a mi patria, y que, salvándose,
entregase mis cartas a alguno de mis amigos. Tú, pues, que según parece
no eres villano, y que has visto a Micenas y conoces a aquellos a
quienes me dirijo, no morirás, alcanzando por obedecerme recompensa no
despreciable. Pero el otro, ya que la ciudad me obliga a ello, será
separado de ti y sacrificado a la diosa.

ORESTES

Apruebo cuanto has dicho, ¡oh extranjera!, excepto una cosa, porque
la muerte de mi compañero me afligiría mucho. Yo soy el piloto que
lo ha traído a este mar calamitoso, y navegó conmigo para compartir
mis trabajos. No es, pues, justo que me salve y te sirva a costa de su
vida. Más vale hacerlo así: tú le entregas las cartas que te interesa
mandar a Argos, y a mí me matará quien quiera. Es lo más infame
arrastrar a la desgracia a los amigos y evitarla nosotros. Este lo es
mío, y quiero que vea la luz no menos que yo.

IFIGENIA

¡Oh corazón generoso! ¡Cómo se conoce que es noble tu estirpe y que
eres verdadero amigo de tus amigos! Que así sea el único pariente que
me queda; yo también, ¡oh extranjeros!, tengo un hermano, aunque no
le veo. Pero ya que tal es tu voluntad, enviemos a este que lleve las
cartas; tú morirás, víctima de tu estrecha amistad.

ORESTES

¿Pero quién ha de sacrificarme? ¿Quién osará cometer tan bárbaro crimen?

IFIGENIA

Tal es mi deber en honor de la diosa.

ORESTES

No envidiable, sin duda, ¡oh virgen!, ni tampoco grato.

IFIGENIA

Oblígame la necesidad, numen incontrastable.

ORESTES

¿Tú, siendo mujer, matas a los hombres con la espada?

IFIGENIA

No, pero rociaré con agua lustral tu cabellera.

ORESTES

Pero ¿quién es sacrificador, si me es lícito preguntarlo?

IFIGENIA

Los encargados de este ministerio habitan en el templo.

ORESTES

¿Y qué sepulcro me recibirá cuando muera?

IFIGENIA

Dentro arde el fuego sagrado, y en la roca han abierto vasta sima.

ORESTES

¡Ay de mí! ¡Ojalá que mi hermana me tributase los últimos deberes!

IFIGENIA

Vano es tu deseo, ¡oh desventurado!, quienquiera que seas, que yace
lejos de ti y de esta tierra bárbara. Pero basta que seas argivo para
que te honre como pueda. Yo adornaré tu sepulcro, y mi mano untará tu
cuerpo frío de amarillento aceite, y derramaré sobre tu pira la miel
que liba de las flores la roja abeja. Pero voy a traer las cartas del
templo de la diosa; no me odies por eso. Custodiadlos, servidores, sin
ataduras, que acaso envíe cartas a alguno de mis amigos de Argos, que
no las espera, y a quien amo mucho, participándole, con gran gozo suyo,
que viven algunos que cree muertos.

EL CORO

Deploro tu destino: pronto serás sacrificado con las sangrientas gotas
del agua lustral.

ORESTES

En vez de lamentarlo, ¡oh extranjeras!, debéis regocijaros.

EL CORO

Feliz eres, ¡oh joven!, y afortunada tu suerte, porque vuelves a tu
patria.

PÍLADES

Nunca desea un amigo que su amigo muera.

EL CORO

¡Oh peregrinación infausta! ¡Ay, ay, tú morirás! ¡Ay, ay de mí! ¿Cuál
de los dos ha de perecer? Duda mi alma, y no sabe si llorar y gemir por
ti primero o acaso por ti.

ORESTES

Di, Pílades, por los dioses, ¿estás tan conmovido como yo?

PÍLADES

No lo sé; me preguntas cuando no puedo responderte.

ORESTES

¿Quién es esa doncella? Como si fuese griega se ha informado de los
trabajos sufridos en Troya, y de la vuelta del ejército, y de Calcas,
sabio adivino, y de Aquiles; y se apiadó mucho del desventurado
Agamenón, y me preguntaba con interés por su esposa y por sus hijos.
Esa extranjera debe ser alguna argiva que ha llegado hasta aquí, pues
no de otro modo enviaría esas cartas ni se interesaría por todo esto,
como si hubiese de participar de la ventura de mi patria.

PÍLADES

Has prevenido mi juicio, y has dicho primero cuanto yo pienso, excepto
que las desdichas de los reyes son conocidas de todos los que se cuidan
de los asuntos humanos. Pero indicó también otra cosa.

ORESTES

¿Cuál? Mejor la entenderás participándomela.

PÍLADES

Que es vergonzoso que muerto tú vea yo la luz; si navegué contigo,
contigo debo morir. Afrentosa reputación de tímido y de cobarde tendré
en los valles de Argos y de la Fócida, y creerá la multitud, ya que
abundan los malos, que habiéndote hecho traición vuelvo a mi patria
sano y salvo, o que te he dado muerte por reinar, cuando a tu familia
afligían tantas calamidades, y por casarme con tu hermana, que ha
de heredarte. Tal es mi temor, tal mi vergüenza, y estoy resuelto a
rendir contigo el alma y a que me degüellen al mismo tiempo que a ti, y
conviertan en ceniza mi cuerpo; basta que sea tu amigo, y mi horror al
vituperio.

ORESTES

Ruégote que no pienses así; yo solo debo sufrir mis males, y si puede
ser simple mi pena, no he de duplicarla. Lo que tú miras como horrible
y afrentoso, caerá sobre mí si murieses por compartir mis trabajos.
Por mí no te aflijas; no es mala mi suerte, que agobiado por tanto
infortunio como los dioses me envían, me veré libre de la vida; tú
eres feliz, tu familia está pura y contenta, y la mía es desdichada
o impía. Cuando, ya en salvo, tengas hijos de la hermana que te di
por esposa, durará mi nombre, y mi estirpe no se extinguirá. Vete,
pues, y vive y habita el palacio de tu padre. Ruégote suplicante,
por esta diestra, que cuando vayas a la Grecia y a la ecuestre Argos
me consagres un sepulcro y un monumento, y que mi hermana ofrezca en
mi túmulo su cabellera y sus lágrimas; anúnciale mi muerte a manos
de cierta mujer argiva, inmolado en el ara. Ni la abandones nunca,
recordando siempre que has contraído himeneo con la hija de Agamenón,
y que tus nuevos parientes son huérfanos. Y adiós ya; tú has sido mi
mayor y más leal amigo, tú me acompañabas en la caza, te educaste
conmigo y has sufrido muchos trabajos por compartir mis desdichas.
Apolo, dios adivino, nos engañó astutamente, nos ha alejado de la
Grecia cuanto ha podido, avergonzado de sus anteriores vaticinios, y
por dar crédito a sus palabras y obedecerlas di muerte a mi madre y
ahora muero.

PÍLADES

Tendrás el sepulcro que deseas, y nunca abandonaré el lecho de tu
hermana, ¡oh desventurado!; más te amaré muerto que vivo. Sin embargo,
no puedes decir todavía que te ha perdido el oráculo del dios, aunque
estés a la orilla de la tumba: muchas veces, sí, muchas veces gravísima
calamidad produce grandes mudanzas si la fortuna lo dispone.

ORESTES

Calla, que inútiles son ahora los vaticinios de Febo; esa mujer sale ya
del templo.

IFIGENIA (_a los que han quedado guardando a los cautivos_).

Apartaos, servidores, y preparad allá dentro lo necesario para los
que presiden el sacrificio. (_Vase el Coro_). Aquí tenéis las cartas
en múltiples rollos, ¡oh extranjeros! Escuchad además: como ninguno
es constante en la desgracia, y cuando la confianza sucede al miedo,
recelo que, de vuelta a su patria, no se acuerde de mis cartas y no las
lleve a Argos.

ORESTES

¿Qué quieres, pues? ¿Qué te inquieta?

IFIGENIA

Ha de jurarme que llevará estas cartas y las entregará a mis amigos de
Argos.

ORESTES

Y tú, ¿jurarás cumplir tu promesa?

IFIGENIA

Di, ¿qué he de decir?, ¿qué callar?

ORESTES

Que lo dejarás ir sano y salvo de esta tierra bárbara.

IFIGENIA

Es justo tu deseo. ¿Cómo, pues, de otra manera conseguiría lo que
anhelo?

ORESTES

¿Y lo consentirá el tirano?

IFIGENIA

Yo me encargaré de esto y de dejarlo en la nave.

ORESTES

Jura, pues, y formula el piadoso juramento que ha de hacer él.

IFIGENIA

Que diga: «Yo entregaré estas cartas a tus amigos».

PÍLADES

«Entregaré estas cartas a tus amigos».

IFIGENIA

Y yo, en cambio, te facilitaré los medios de dejar las rocas Cianeas.

PÍLADES

¿Y a qué dios pones por testigo de tus juramentos?

IFIGENIA

A Artemisa, cuya sacerdotisa soy en este templo.

PÍLADES

Y yo al rey del cielo, al venerando Zeus.

IFIGENIA

¿Y si me faltas y no cumples tu juramento?

PÍLADES

Que no vuelva a mi patria. ¿Y tú, si no me salvas?

IFIGENIA

Que nunca vea la tierra de Argos.

PÍLADES

Oye ahora algo que pasamos por alto.

IFIGENIA

Seguramente no hay frases inoportunas si son útiles.

PÍLADES

Concédeme, sin embargo, que si sucede algún percance a la nave, y la
mar borra tus cartas y se traga mis riquezas y yo solo me salvo, que no
valga mi sagrada promesa.

IFIGENIA

¿Y sabes tú lo que haré? Cuanto mayor es nuestra prevención, más
fácilmente realizamos nuestros deseos. Te diré lo que he escrito en
las cartas, para que puedas referirlo a los amigos; así no hay temor
alguno, y si las salvas, ellas dirán calladas lo que quiero; y si la
mar las borra y tú te libras de la muerte, no lo olvidarás.

PÍLADES

Bien miras de este modo por mí y por los dioses. Indícame, pues, a
quién debo entregarlas en Argos, y lo que he de decir de tu parte.

IFIGENIA

Anuncia a Orestes, hijo de Agamenón, «que estas cartas son de Ifigenia,
viva, la sacrificada en Áulide, aunque crean lo contrario los que ven
allí la luz».

ORESTES

¿Y en dónde está? ¿Resucitó acaso después de muerta?

IFIGENIA

Yo soy Ifigenia; no me interrumpas con tus preguntas. «Llévame a Argos,
¡oh hermano mío!, de esta tierra bárbara antes que muera, y líbrame de
las víctimas de la diosa en cuyo honor sacrifico a los extranjeros...».

ORESTES

¿Qué te parece, Pílades? ¿En dónde estamos?

IFIGENIA

«O lanzaré, Orestes, imprecaciones contra tu familia». Repito dos veces
su nombre para que no se te olvide.

ORESTES

¡Oh dioses!

IFIGENIA

¿Por qué invocas a los dioses, tratando solo de mis asuntos
particulares?

ORESTES

Prosigue, no es nada; me había distraído. Preguntando después,
averiguaré cosas increíbles.

IFIGENIA

Dile que Artemisa me salvó poniendo en mi lugar una cierva, a la cual
mató mi padre creyendo que desenvainaba contra mí su espada, y después
me trajo aquí. Tal es el contenido de mi carta.

PÍLADES

¡Oh, con qué juramento tan fácil de cumplir me obligaste, y cuán grata
es la condición que fijaste al hacer el tuyo! No tardaré mucho en verme
libre de ese sagrado lazo. He aquí cómo llevo tu carta y te la entrego,
¡oh Orestes!, de parte de tu hermana.

ORESTES

La acepto; dejaré, pues, a un lado las plegadas cartas, y gozaré de
este placer, y no, en verdad, con meras palabras. ¡Oh hermana muy
querida!; aunque mi sorpresa es grande, te estrecharé sin embargo en
mis brazos. Increíble es lo que me pasa; disfrutaré de este puro goce
oyendo milagros portentosos.

EL CORO

No profanes, extranjero, a la sacerdotisa de la diosa, abrazando su
manto, que no debes tocar.

ORESTES

¡Oh hermana!, hija como yo de mi padre Agamenón; no me rechaces, ya que
encuentras un hermano que nunca creíste ver más.

IFIGENIA

¿Eres tú mi hermano? ¿Te atreves a repetirlo? Él recorre ahora el campo
argivo y la tierra de Nauplia.[292]

ORESTES

No es allí donde está tu hermano, ¡oh desdichada!

IFIGENIA

¿Pero te dio a luz la lacedemonia hija de Tindáreo?

ORESTES

Mi padre fue el nieto de Pélope.

IFIGENIA

¿Qué dices? ¿Puedes probármelo de alguna manera?

ORESTES

Sí; pregunta lo que quieras del palacio paterno.

IFIGENIA

Tú debes hablar y yo oír.

ORESTES

Te diré primero lo que me contó Electra. ¿Tienes tú noticia de la lucha
fratricida de Atreo y Tiestes?

IFIGENIA

La oí; fue por la posesión del vellocino de oro.

ORESTES

¿Y sabes que la representaste en bellas telas, tejidas de tu mano?

IFIGENIA

¡Oh tú, el muy amado, ya tocas mi corazón!

ORESTES

¿Y el retroceso del sol, también figurado en ella?

IFIGENIA

Obra fue también de mis manos ese sutil tejido.

ORESTES

¿Te bañó tu madre en Áulide?

IFIGENIA

Sí; y un ilustre himeneo no logró impedirlo.[293]

ORESTES

¿Que dices a esto? ¿No cortaste tu cabellera para entregarla a tu madre?

IFIGENIA

Seguramente: como recuerdo mío, para depositarla en el sepulcro en vez
de mi cuerpo.

ORESTES

Te daré otras pruebas. Yo mismo he visto en tu aposento virginal la
antigua lanza de Pélope, que se conservaba en el palacio de mi padre,
con la cual consiguió la mano de Hipodamía,[294] después de matar a
Enómao.

IFIGENIA

¡Oh tú, el más querido Orestes, eres el muy amado Orestes; al fin te
veo, tanto como te he deseado, y lejos del suelo patrio, muy lejos de
Argos!

ORESTES

Y yo a ti, muerta en opinión de los hombres. Lágrimas de alegría,
copioso llanto, con gozo derramado, humedecen tus ojos y los míos.

IFIGENIA

Entonces te dejé, entonces te dejé, tierno niño, en brazos de tu
nodriza, en el palacio. ¡Oh fortuna feliz, más de lo que puede
expresarse! ¿Qué podré decir? Más que milagro, superior a todo
encarecimiento, es lo que nos sucede.

ORESTES

Que en adelante seamos dichosos, viviendo juntos.

IFIGENIA

Placer inagotable he recibido, ¡oh mis amigas!; ahora temo que mi
hermano huya de mis brazos, volando por los aires. ¡Oh lares ciclópeos,
oh patria, oh Micenas amada, a ti te debo la vida, a ti la educación de
mi hermano, astro de mi linaje!

ORESTES

Afortunados fuimos por nuestro nacimiento; pero las desdichas, ¡oh
hermana!, han hecho infeliz nuestra vida.

IFIGENIA

Bien lo supe yo cuando mi padre, víctima de su destino, acercó a mi
cerviz la espada.

ORESTES

¡Ay de mí! Paréceme que allí te veo, aunque no lo presenciara.

IFIGENIA

Cuando bajo pretexto de casarme con Aquiles me llevaban al supuesto
aposento nupcial, y en torno del ara solo había lágrimas y sollozos.
¡Ay de mí, ay de mí, qué agua lustral me aguardaba allí!

ORESTES

La audacia de mi padre me hizo llorar también.

IFIGENIA

¡Indigno, sí, indigno de un padre fue ese atentado! Pero los males se
suceden unos a otros.

ORESTES

Ciertamente, hubiera sido horrible, ¡oh mísera hermana!, que hubieses
sacrificado a tu hermano por decreto de algún dios.

IFIGENIA

Tan atroz crueldad habría puesto el colmo a mis desdichas. Espantoso,
sí, espantoso sin duda fuera mi delito, ¡ay de mí, oh hermano! Con
trabajo evitaste muerte impía de mi misma mano. Pero ¿cuál será ahora
el fin de tantas calamidades? ¿Cuál mi suerte? ¿De qué medio me valdré
para salvarte y conducirte a Argos desde esta región y desde el borde
de la tumba, antes que la cuchilla derrame tu sangre? Probar debes,
¡oh alma mísera!, si por tierra (no en la nave) y con veloz carrera,
puedes escaparte de este mortal peligro, atravesando naciones bárbaras
y sendas intransitables. Larga es la ruta por la mar, y difícil el paso
por el angosto escollo cianeo. ¡Mísera, mísera! ¿Qué dios, qué hombre,
qué casualidad inesperada nos abrirá feliz camino, mostrando el término
de tantos males a estos dos últimos Atridas?[295]

EL CORO

Yo misma acabo de presenciar uno de los sucesos más sorprendentes,
superior a todo encarecimiento: me guardaré bien de publicarlo.

PÍLADES

Justo es, ¡oh Orestes!, que amigos que se encuentran se abracen
mutuamente; pero ahora, y dejando ya de llorar, es preciso que salgamos
de esta tierra bárbara, ya que nos hemos salvado con tanta gloria.
Es de varones sabios no apartarse del rumbo que traza la fortuna,
seducidos por deleites intempestivos.

ORESTES

Has dicho bien; creo que la suerte nos protege y, por tanto, si nos
aprovechamos de ella pronto, será más eficaz su protección.

IFIGENIA

Nada me impide averiguar ahora, nada se opone a que me digas qué ha
sido de Electra; mucho me alegraré de saberlo.

ORESTES

Con este vive, y es feliz.

IFIGENIA

¿De dónde es tu compañero? ¿Quién es su padre?

ORESTES

Su padre se llama Estrofio el focidio.

IFIGENIA

¿Es, pues, mi pariente, por su madre la hija de Atreo?[296]

ORESTES

Primo tuyo, sin duda, mi solo y único amigo.

IFIGENIA

Νo había, pues, nacido cuando me sacrificó mi padre.

ORESTES

No; algún tiempo estuvo Estrofio sin hijos.

IFIGENIA

Yo te saludo, esposo de mi hermana.

ORESTES

Y salvador mío, no solo pariente.

IFIGENIA

¿Y cómo osaste cometer tales atrocidades contra una madre?

ORESTES

No hablemos de ello: por vengar la muerte de mi padre.

IFIGENIA

¿Y por qué mató ella a su marido?

ORESTES

Te repito que no hablemos de mi madre; indecoroso es para tus oídos.

IFIGENIA

Callo. ¿Ahora Argos cifra en ti sus esperanzas?

ORESTES

Menelao manda en ella; yo estoy desterrado de mi patria.

IFIGENIA

¿Tu tío agrava, pues, las calamidades de su familia?

ORESTES

No; el terror que me infunden las Furias me aleja de mi patria.

IFIGENIA

A él aludían, sin duda, al decir que delirabas en la orilla del mar.

ORESTES

No es esa la vez primera que me han visto presa de esa desdicha.

IFIGENIA

Ya entiendo; te atormentaban las diosas vengadoras de tu madre.

ORESTES

Hasta un extremo indecible me subyugan con sangriento freno.

IFIGENIA

¿Y por qué has venido aquí?

ORESTES

Por obedecer un oráculo de Febo.

IFIGENIA

¿Y qué pensabas hacer? ¿Puedes decirlo, o debes callarlo?

ORESTES

Lo diré. Ese oráculo ha sido para mí causa de muchos disgustos. Después
que castigué las faltas de mi madre, que omito, andaba desterrado,
perseguido por los remordimientos de las Furias, y Febo me envió
entonces a Atenas para aplacar a las diosas sin nombre. Hay allí un
santo Tribunal fundado por Zeus en otro tiempo para juzgar a Ares, que
había manchado sus manos.[297] Cuando llegué, nadie me quiso recibir
en su casa, mirándome como a un ser detestado de los dioses; los más
compasivos me dieron mesa hospitalaria, en donde yo solo me sentaba,
aunque vivían bajo el mismo techo, y me acompañaron silenciosos, no
queriendo que hablase con ellos ni gustase de sus bebidas y manjares;
y con este objeto todos tenían vaso aparte e igual, y en él vertían
el vino y lo saboreaban. Yo no osaba reconvenirlos, sino que callado
lo sentía, y fingía no repararlo, y gemía mucho, acordándome del
asesinato de mi madre. Me han dicho que en memoria de mis calamidades
los atenienses han instituido solemne aniversario, y que el pueblo de
Palas todavía guarda la costumbre de celebrar la fiesta de las copas
que hacen un congio.[298] Después que llegué al túmulo de Ares y asistí
al juicio, yo en un asiento y en el otro la mayor de las Furias, habló
Apolo, y presenció los trámites seguidos para fallar mi parricidio,
y me salvó, sirviéndome de testigo, y Palas contó por sí misma los
sufragios iguales por ambas partes, y escapé vencedor de este peligro
inminente. Resolvieron que se consagrase un templo cerca de la misma
curia a las Euménides que se sometieron al fallo del Tribunal; pero las
que no se conformaron con la sentencia, me atormentaban siempre con su
incesante persecución, hasta que volví a la tierra santa de Febo, y
prosternándome ante el vestíbulo de su templo y ayunando, juré que allí
mismo me arrancaría la vida si el que me había perdido no me protegía.
Entonces, haciendo oír su voz desde el dorado trípode, me mandó venir
aquí y que robase la estatua que había caído del cielo y la llevase al
país de los atenienses. Ayúdame tú, pues, a recobrar mi salud, como
el dios ha prometido; porque si nos apoderamos de la estatua, me veré
libre de mi locura, y llevándote en un bajel de muchos remos, verás
segunda vez a Micenas. Así, hermana amada, salva a tu familia, salva a
tu hermano; perecerá cuanto me pertenece y el linaje de los Pelópidas
si no nos acompaña la estatua celestial de la diosa.

EL CORO

Grande fue la ira de los dioses contra el viejo Tántalo, y lo agobiaron
con terribles desdichas.

IFIGENIA

Antes que vinieras deseaba ir a Argos y verte, ¡oh hermano! Lo que tú
quiero; que libre de tus males yo sea la columna que ha de sostener
el palacio afligido de mi padre, puesto que no soy su enemiga por
haberme condenado a muerte. No ensangrentaré en ti mis manos, y salvaré
tu linaje. Pero temo a la diosa, temo al rey cuando note la falta de
la estatua en el templo de Artemisa. ¿Cómo entonces podré evitar la
muerte? ¿Cuál será mi excusa? Si consiguiéramos robar la imagen de la
diosa y huir en tu nave de bella popa, nos expondríamos a un peligro
glorioso; pero separada de ella, pereceré sin duda, y tú, logrado tu
objeto, volverás a tu patria. Pero nada rehuiré por salvarte, ni aun la
muerte. Mucha falta hace a la familia el hombre que se muere; pero la
mujer vale poco.

ORESTES

Nunca seré causa de tu ruina, como lo fui de la de mi madre; basta un
asesinato; quiero vivir o morir contigo. Te llevaré a Argos si aquí
no sucumbo, o nos guardará el mismo sepulcro. Pero oye mi parecer: si
Artemisa fuese contraria a nuestros proyectos, ¿cómo había de mandar
Apolo que trasladase su estatua a la ciudad de Palas y que yo te
encontrase? Reflexionando, pues, en todo esto, espero volver.

IFIGENIA

¿Cómo es posible que no perezcamos y que realicemos nuestros deseos? Es
la grave dificultad que se opone a nuestro regreso, que voluntad no nos
falta.

ORESTES

¿Podríamos matar al tirano?

IFIGENIA

Cruel sería que quienes nos dan hospitalidad muriesen a manos de
advenedizos.

ORESTES

Pero debemos intentarlo, si es el único medio de salvarnos.

IFIGENIA

Yo no podría hacerlo, aunque alabe tu decisión.

ORESTES

¿Y si me ocultas en el templo?

IFIGENIA

¿Para escaparnos, favorecidos de las tinieblas?

ORESTES

Sí; la noche protege a los ladrones y la luz es amiga de la verdad.

IFIGENIA

Hay en el templo guardianes que no engañaremos.

ORESTES

¡Ay de mí! Segura es nuestra muerte. ¿Cómo, pues, huiremos?

IFIGENIA

Se me ocurre una buena idea.

ORESTES

¿Cuál? Particípamela sin tardanza.

IFIGENIA

Tu misma desdicha servirá para engañarlos.

ORESTES

Ingeniosas son las mujeres en urdir intrigas.

IFIGENIA

Diré que has venido de Argos por haber asesinado a tu madre.

ORESTES

Utiliza mis males en provecho tuyo.

IFIGENIA

Diré que con esa mancha no es lícito sacrificarte a la diosa.

ORESTES

¿Y qué pretextarás? Algo sospecho.

IFIGENIA

Que es preciso lavar tu mancha y después darte muerte.

ORESTES

¿Y cómo de esta manera nos será más fácil apoderarnos de la estatua?

IFIGENIA

Diré que quiero purificarte en las ondas del mar.

ORESTES

Pero está dentro la estatua por la cual vine.

IFIGENIA

Y diré que quiero lavarla, porque tú la has profanado.

ORESTES

¿En dónde? ¿Dijiste que en las húmedas olas del mar?

IFIGENIA

En donde está sujeta tu nave con cables de lino.

ORESTES

¿Y llevarás tú la estatua, o algún otro?

IFIGENIA

Yo, solo yo puedo tocarla.

ORESTES

¿Y qué haremos de Pílades?

IFIGENIA

Diré que sus manos están manchadas como las tuyas.

ORESTES

¿Sabiéndolo el rey, o ignorándolo?

IFIGENIA

Yo lo persuadiré, pues aunque quisiera no podría ocultárselo.

ORESTES

Numerosos remeros hay en nuestra nave.

IFIGENIA

Tú cuidarás de lo demás.

ORESTES

Solo falta que estas mujeres guarden silencio. Ruégales, pues, con
frases persuasivas, que la mujer, cuando quiere, sabe excitar la
compasión.

IFIGENIA

¡Oh esclavas muy queridas! A vosotras me dirijo, y de vosotras depende
que prosperen mis proyectos o que se desvanezcan como el humo, y me
quede sin patria, sin mi hermano amado y sin una hermana adorada.
Tal es el exordio de mi discurso; todas somos mujeres y nos amamos
unas a otras, y nadie nos aventaja en callar lo que nos interesa.
Silencio, pues, y ayudadnos en nuestra fuga. Joya preciosa es la
discreción. Reflexionad en la suerte que aguarda a tres seres muy
amados: o regresar a su patria, o morir todos a un tiempo. Salvándome
yo, tú participarás de mi ventura, y conmigo volverás a Grecia. Por tu
diestra, pues, te ruego, y a ti, y a ti, por tu rostro y tus rodillas,
y por las caras prendas que dejasteis en vuestros hogares, por vuestra
madre y vuestro pudre y por vuestros hijos, si los tenéis. ¿Qué decís?
¿Cuál de vosotras aprueba, cuál se opone a mis proyectos? Decidlo. Si
no os conformáis con ellos, pereceremos yo y mi mísero hermano.

EL CORO

Confía en nosotras, dueña querida, y atiende solo a tu salvación, que
yo callaré cuanto te interese. A Zeus pongo por testigo de que haré lo
que me ruegas.

IFIGENIA

Premio tengan tan gratas palabras, y que seáis felices. Debéis entrar
en el templo, que no tardará en venir el rey a averiguar si se ha
celebrado el sacrificio de los extranjeros. ¡Oh tú, veneranda!, que
en el seno de Áulide me libraste de las manos mortíferas de mi padre,
sálvame también ahora, y conmigo a estos, o por tu causa los oráculos
de Apolo no tendrán crédito entre los hombres. Que favorezcas tu huida
de esta tierra bárbara a Atenas; no debes habitar aquí, sino en una
tierra afortunada.

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — ¡Oh alción!,[299] ave que en los peñascosos escollos
del Ponto cantas tu triste destino con voz bien conocida de los
prudentes, siempre llorando a tu marido; acompáñame en mi llanto, que
yo, pájaro sin alas,[300] suspiro por las asambleas de los griegos, por
Artemisa Lucina,[301] que habita junto al collado Cinto,[302] en donde
ostenta la palma su delicada cabellera, el laurel sus ramos, su sagrado
fruto el verde olivo, amado por Leto[303] en su parto, y la laguna que
revuelve sus aguas en círculo, mientras el cisne canoro rinde homenaje
a las musas.

_Antístrofa_ 1.ª — ¡Oh lágrimas abundantes, que corristeis por mis
mejillas cuando derribadas las torres de mi patria subí a las naves,
llenas de remeros y de lanzas! Vendida a gran precio de oro vine a
esta tierra bárbara, para servir a la hija de Agamenón, sacerdotisa
virgen de la diosa que mata a los ciervos, y en los altares en donde se
sacrifican ovejas, alabando mi suerte perpetuamente miserable, porque
las penas no afligen cuando desde la cuna nos rodean. Pero la felicidad
es inconstante, y cuando la aflicción viene después de la dicha, la
vida es intolerable al hombre.

_Estrofa 2.ª_ — Que la nave argiva, ¡oh señora!, armada de cincuenta
remos, te lleve a tu patria, y que alivie el trabajo del remero el
sonido de la flauta del rústico Pan, trabada con cera, y que el profeta
Febo, cantando acompañado de la canora lira de siete cuerdas, te
conduzcan sin contratiempo a la fértil Atenas. Déjame aquí, y que al
compás de impetuosos remos las cuerdas extiendan las hinchadas velas en
la extremidad de la quilla, mientras esta surca ligera las olas.

_Antístrofa 2.ª_ — ¡Ojalá que yo vuele al esplendido circo del aire,
ruta que sigue el ardiente fuego del sol, y que cese el batir de mis
alas al llegar a mi aposento nupcial, y asista a los coros de otro
tiempo, cuando virgen digna de noble esposo rivalizaba en grupos
bellos con mis compañeras en presencia de mi madre, dando sombra
a mis mejillas mi velo, y mis rizos y mis cabellos, brillantemente
exornados![304]

TOANTE

¿En dónde está la griega que guarda este templo? ¿Celebró ya el
sacrificio de los extranjeros? ¿Arden sus cuerpos en el sagrado
vestíbulo?

EL CORO

Aquí está, ¡oh rey!, quien te contestará como deseas.

TOANTE

Veamos, pues. ¿Por qué, ¡oh hija de Agamenón!, llevas en tus brazos la
estatua de la diosa, que no debe moverse de su asiento?

IFIGENIA

¡Oh rey!, detente a la entrada del templo.

TOANTE

¿Qué hay de nuevo en él?

IFIGENIA

Se ha cometido un sacrilegio: tal es el nombre que da la religión a ese
atentado.

TOANTE

¿Qué novedad me anuncias?

IFIGENIA

Impuras son las víctimas que me has traído, ¡oh rey!

TOANTE

¿Quién te lo ha dicho? ¿Es esa tu opinión?

IFIGENIA

Retrocedió la estatua de la diosa.

TOANTE

¿Por sí misma o por temblor de tierra?

IFIGENIA

Por sí misma, y cerró sus ojos.

TOANTE

¿Y cuál es la causa? ¿Acaso la profanación de los extranjeros?

IFIGENIA

Tal es, y no otra: cometieron abominaciones.

TOANTE

¿Mataron acaso algún bárbaro en la orilla del mar?

IFIGENIA

Vinieron aquí manchados con la sangre derramada en su patria.

TOANTE

¿En dónde? Yo deseo saberlo.

IFIGENIA

Hundieron sus espadas en el pecho de su madre.

TOANTE

¡Oh Apolo! Ni aun los bárbaros hubiesen cometido acción tan criminal.

IFIGENIA

Han sido desterrados de toda la Grecia.

TOANTE

¿Y por esto sacas la estatua del templo?

IFIGENIA

Sí, al aire santo, para alejarla del contacto de los asesinos.

TOANTE

¿Y cómo has averiguado el nefando crimen de los extranjeros?

IFIGENIA

Averigüelo cuando anduvo hacia atrás la estatua de la diosa.

TOANTE

Sabia te hizo la Grecia. ¡Qué bien lo has conocido!

IFIGENIA

Y ahora poco intentaron seducirme con dulces halagos.

TOANTE

¿Anunciándote alguna grata nueva de Argos?

IFIGENIA

Que mi hermano Orestes vivía.

TOANTE

Pero tú les replicarías con sensatez, alegando el sacerdocio que debes
a la diosa.

IFIGENIA

Como quien detesta a toda la Grecia, que me perdió.

TOANTE

¿Y qué haremos, di, con los dos extranjeros?

IFIGENIA

Observar nuestra antigua ley.

TOANTE

¿Y por qué están ociosas la cuchilla y el agua lustral?

IFIGENIA

Quiero antes lavarlos, purificándolos, según ordena nuestra religión.

TOANTE

¿Con agua de fuente o de la mar?

IFIGENIA

El mar lava todos los crímenes.

TOANTE

Más santas serán las víctimas que han de sucumbir.

IFIGENIA

Y mejor conseguiré mi deseo.

TOANTE

¿No se estrellan las olas en el templo?

IFIGENIA

Necesitamos la soledad para practicar otros ritos.

TOANTE

Haz lo que quieras; no tengo empeño en saber esos misterios.

IFIGENIA

Deseo purificar la estatua de la diosa.

TOANTE

Si la han profanado los matricidas...

IFIGENIA

De otro modo, nunca la hubiese removido de su asiento.

TOANTE

Laudable es tu piedad y diligencia; con razón te admiran todos.

IFIGENIA

¿Mandarás hacer lo que nos falta?

TOANTE

Sepámoslo, pues.

IFIGENIA

Añadirás nuevas cadenas a las que llevan.

TOANTE

¿Y adónde podrían huir?

IFIGENIA

No hay que fiarse de los griegos.

TOANTE

Servidores, traed más cadenas.

IFIGENIA

Y también a los extranjeros.

TOANTE

Así se hará.

IFIGENIA

Que un velo cubra sus cabezas.

TOANTE

¿De los rayos del sol?

IFIGENIA

Que me acompañe también alguno de tus satélites.

TOANTE

Estos te escoltarán.

IFIGENIA

Y manda a la ciudad un extranjero que diga...

TOANTE

¿Qué?

IFIGENIA

Que nadie salga de su casa.

TOANTE

¿Para no mancharse si tropiezan con los sacrílegos?

IFIGENIA

Sería descuido abominable.

TOANTE (_a uno de sus guardias_).

Ve tú y publícalo así de mi parte.

IFIGENIA

Que ninguno se acerque a verlos.

TOANTE

Bien miras por la ciudad.

IFIGENIA

Y no hay tampoco gran necesidad de la ayuda de los amigos.

TOANTE

¿Lo dices por mí?

IFIGENIA

Tú, mientras tanto, ante el templo de la diosa...

TOANTE

¿Qué he de hacer?

IFIGENIA

Purifica el templo con el fuego.

TOANTE

¿Para cuando vuelvas?

IFIGENIA

Y al salir los extranjeros...

TOANTE

¿Y qué haré entonces?

IFIGENIA

Tapar tus ojos con el manto.

TOANTE

¿Para no contaminarme?

IFIGENIA

Y si te parece que tardo mucho...

TOANTE

¿A qué regla he de atenerme?

IFIGENIA

No te sorprendas.

TOANTE

Cumple, pues, tus piadosos deberes con la diosa.

IFIGENIA

¡Ojalá que esta expiación produzca el efecto que deseo!

TOANTE

Lo mismo pido.

IFIGENIA

Ya veo a los extranjeros, que salen del templo, y las suntuosas galas
de la diosa, y los tiernos corderillos que lavarán con su sangre
el sacrilegio, y el fulgor de las lámparas, y todo lo necesario
para purificar a los criminales y a la divina imagen. Ordeno a los
ciudadanos que no presencien esta expiación, y que si algún guardián
del templo desea conservar puras sus manos para el servicio de los
dioses, que quien ha de contraer matrimonio, o las mujeres que hayan
de parir, huyan y se alejen para no contaminarse. ¡Oh reina virgen,
hija de Zeus y de Leto!, si llego a borrar el crimen sangriento de
estos extranjeros y a sacrificar como conviene, habitarás un templo sin
mancilla, y nosotros seremos felices; ya entiendes lo demás, aunque no
lo exprese, ¡oh diosa!, y también los demás dioses, que todos lo saben.

EL CORO

_Estrofa._ — Bello fue el hijo que dio a luz Leto en los risueños
valles de Delos, Apolo de cabellos de oro, hábil en tocar la cítara, y
la que se deleita y hace gala de su destreza en tirar el arco, a los
cuales, desde los bosques inmediatos a la mar, desde la célebre isla de
abundantes aguas en que nacieron, llevó su madre a la cima del Parnaso,
en donde Dioniso se entrega a sus orgías, y el dragón de manchado
lomo y de cabeza roja, cubierto de escamas de bronce, bajo opaco y
frondoso laurel, monstruo horrible, hijo de la Tierra, guardaba el
oráculo subterráneo, sucumbió a tus flechas, ¡oh Febo!, cuando todavía
eras niño, cuando saltabas en los brazos de la madre querida y diste
principio a tus divinos oráculos; y te sientas en dorado trípode, en
trono que no engaña, profetizando a los mortales desde el misterioso
vestíbulo, cerca de la fuente Castalia,[305] en donde está el centro de
la Tierra.

_Antístrofa._ Pero después que Apolo, usurpando las atribuciones de
Temis, se reservó el derecho de dar sus oráculos divinos, la Tierra,
madre de aquella diosa, creó fantasmas nocturnos que en sueños decían
a muchos mortales lo pasado, lo presente y lo futuro en los tenebrosos
y subterráneos aposentos en donde estas deidades moran; y privó a Febo
de su don profético por vengar la afrenta de su hija. El rey entonces,
dirigiéndose al Olimpo con pie ligero, agitó su mano infantil desde el
solio de Zeus para libertar al templo pítico del furor de la Tierra
y sus respuestas nocturnas. Riose Zeus porque su hijo vino a él sin
vacilar, ansioso de alcanzar pomposo culto, y accedió a sus ruegos
besando su cabellera. Cesaron los nocturnos sueños, y libertó a los
hombres de los oráculos hijos de la noche, y devolvió a Febo sus
honores, y a los mortales confianza en las respuestas, que da en solio
preclaro y célebre por la multitud que lo visita.

EL MENSAJERO

Vosotros los encargados de la guarda de este edificio y de sus altares,
¿adónde fue Toante, nuestro rey? Llamadle; que salga del templo
abriendo sus seguras puertas.

EL CORO

¿Qué hay, pues, si puedo preguntarlo sin tu licencia?

EL MENSAJERO

Huyeron los dos jóvenes, por consejo de la hija de Agamenón, y se
llevaron la estatua veneranda en la nave griega.

EL CORO

Increíble es lo que dices; ya sale del templo el rey de esta tierra, a
quien buscas.

EL MENSAJERO

¿Adónde va? Él debe saber lo que sucede.

EL CORO

Nosotras lo ignoramos; anda, pues, y persíguelo hasta que lo alcances y
le cuentes tu mensaje.

EL MENSAJERO

Observad la perfidia de las mujeres; vosotras sois cómplices de esta
maldad.

EL CORO

¿Deliras? ¿Qué tenemos que ver nosotras con la huida de los
extranjeros? ¿No irás cuanto antes a buscar al rey?

EL MENSAJERO

No antes de cerciorarme claramente de si está o no en el templo el
príncipe de este país. ¡Hola!, abrid las puertas vosotros los de
dentro, y decid al rey que aquí fuera le buscan para anunciarle nuevos
e innumerables males.

TOANTE

¿Quién vocifera así, junto a la mansión de la diosa, llamando a la
puerta y alborotándola dentro?

EL MENSAJERO

Engañábanme estas mujeres y me alejaban de ti como si hubieses salido,
y, sin embargo, estabas en el templo.

TOANTE

¿Qué esperaban? ¿Con qué objeto lo hacían?

EL MENSAJERO

Después diré de ellas lo que merecen; pero ya que estoy en tu
presencia, oye: la doncella Ifigenia, que presidía en los sacrificios,
huye con los extranjeros, llevándose consigo la estatua veneranda de la
diosa. Fingida era la expiación que proyectaba.

TOANTE

¿Qué dices? ¿Qué móviles le han inspirado?

EL MENSAJERO

Salvar a Orestes; te maravillarás sin duda.

TOANTE

¿Cuál, el hijo de la Tindáride?

EL MENSAJERO

El destinado por la diosa a perecer en sus aras.

TOANTE

¡Oh portento! ¿Cómo calificaré tan grave atentado?

EL MENSAJERO

Que tu imaginación no se extravíe; óyeme, y pensándolo bien todo,
después que te lo explique, busca el mejor medio de perseguir a los
extranjeros.

TOANTE

Habla; oportuna es tu advertencia; los fugitivos no dirigen su rumbo a
ningún puerto inmediato, y los alcanzará mi lanza.

EL MENSAJERO

Después que llegamos a la orilla del mar, adonde había arribado
ocultamente la nave de Orestes, la hija de Agamenón nos indicó
(recordarás que nos enviaste con ella para llevar las cadenas de los
extranjeros) que nos alejásemos de allí, pretextando que no tardaría en
encender el fuego del misterioso sacrificio y en hacer la purificación,
ya muy urgente. Iba detrás, y llevaba en sus manos las cadenas de
los dos extranjeros. Esto nos infundía ciertas sospechas; pero tus
servidores parecían satisfechos, ¡oh rey! Al fin, para engañarnos
mejor, fingiendo hacer algo importante, aulló y cantó versos bárbaros,
empleando artes mágicas, como si lavase la mancha del asesinato.
Después que estuvimos sentados mucho tiempo, recelamos que los
extranjeros podían haberse soltado, y matarla y huir. Temiendo ver,
no obstante, lo que no debíamos, permanecimos en silencio en nuestro
puesto; pero, por último, todos fuimos de parecer que debíamos ir a
buscarlos, aunque no nos fuese permitido. Entonces vimos el casco de
una nave griega, bien provista de remos, que movía ya sus velas, y
cincuenta marineros que los manejaban en los bancos, y que los jóvenes,
libres de sus cadenas, se acercaban a la popa. Unos sujetaban la proa
con perchas; otros suspendían el áncora; otros arrimaban las escalas
precipitadamente, y llevaban cuerdas en las manos, que tiraron al mar,
al alcance de los extranjeros. Sin temor al peligro, así que conocimos
el engaño, nos apoderamos de la fugitiva y de las cuerdas, e intentamos
arrancar el timón de la nave de bella popa, en donde estaba sentado
el piloto. Díjímosle entonces: «¿A qué robáis de aquí la estatua y su
sacerdotisa? ¿Cuál es tu padre? ¿Quién eres tú, que así la arrebatas?».
Él respondió: «Sabe que soy Orestes, hijo de Agamenón, hermano de
Ifigenia, y que me llevo a mi hermana, que he encontrado, arrancada
de mi palacio». Reteníamos, sin embargo, a la extranjera, y queríamos
obligarla a la fuerza a que nos siguiese y traerla a tu presencia.
Ni ellos tenían espadas ni tampoco nosotros; pero había manos, y nos
sacudíamos con estrépito, y ambos jóvenes a un tiempo nos golpeaban
con sus pies los costados y el vientre, tanto, que nos desalentaban y
nos llenaban de fatiga. Cubiertos de señales degradantes huimos a un
lugar de difícil acceso, lastimados unos en la cabeza, otros en los
ojos, y deteniéndonos en las pendientes peleábamos con más cautela,
y les tirábamos piedras. Alejábannos, sin embargo, los flecheros,
lanzándonos saetas desde la popa. Entonces una ola poderosa arrastró
a la nave a la ribera; y cuando temían los marineros que se fuese a
pique, Orestes cargó con su hermana en el hombro izquierdo, y entrando
en el mar y trepando por las escalas, la depositó en la nave, provista
de buenos bancos de remos, juntamente con la estatua de la hija de
Zeus, venida del cielo. Desde el medio de la nave se oyó una voz que
dijo: «¡Oh remeros griegos!, empuñad los remos y llenad de espuma las
ondas; ya poseemos lo que nos trajo al Ponto Euxino y nos obligo a
penetrar en las Simplégades». Ellos, con alegre murmullo, azotaron la
mar. Adelantaba la nave, ya en el puerto, y al entrar en la boca era
juguete de soberbias olas. Levantándose de repente un viento fuerte la
hizo retroceder, mientras los remeros resistían al empuje luchando con
las ondas; al fin el reflujo la arrastró segunda vez contra la tierra.
Derecha entonces la hija de Agamenón, oró así: «¡Oh hija de Leto!,
sálvame, que tierna joven me sacrificaron a ti; llévame a la Grecia
desde esta tierra bárbara, y perdona mi rapto. Tú, diosa, que amas
a tu hermano, debes recordar que yo amaré también a mis parientes».
Los marineros aclamaron a la doncella y entonaron un himno, y con sus
brazos, desnudos desde el hombro, movieron a compás los remos. El bajel
se acercaba más y más al escollo, y uno saltó a la mar, y otro recogió
los torcidos cables, suspendidos del buque. Y entonces vine corriendo
a buscarte, ¡oh rey!, para anunciarte todo lo ocurrido. Acude, pues,
llevando cadenas y lazos, que si el mar no se sosiega, no hay esperanza
de salvación para los extranjeros. El rey del mar, el venerando
Poseidón, es amigo de Ilión y enemigo de los Pelópidas. Y ahora, según
parece, pondrá en tus manos y en las de la ciudad al hijo de Agamenón,
y recobrarás también a su hermana, ingrata con la diosa y olvidadiza
del milagro que la libró en Áulide de la muerte.

EL CORO

¡Oh mísera Ifigenia!, morirás con tu hermano, cayendo otra vez en poder
de tus dueños.

TOANTE

¡Ea, habitantes de esta tierra bárbara!, ¿no ponéis los frenos a los
caballos, y corréis a la ribera, y os apoderáis de la nave griega que
el mar ha echado en ella, y con ayuda de Artemisa cautiváis cuanto
antes a esos impíos? Que otros arrastren a la mar ligeros bajeles para
que, apresándolos por mar, o por tierra con mis tropas de a caballo,
los precipitemos de áspera roca o los empalemos. Os castigaré cuando
vuelva y descanse, ¡oh mujeres!, porque sabíais todo esto; ahora,
atentos a lo que más nos importa, batallaremos hasta lograrlo.

ATENEA

¿Adónde, adónde llevas esta tropa perseguidora, ¡oh rey Toante!? Oye
a Atenea que te habla. No ataques a los fugitivos, ni animes a tus
soldados a la pelea. Orestes ha venido obedeciendo los fatales oráculos
de Apolo, huyendo del furor de las Furias, para llevar a Argos a su
hermana, y a mi país la sagrada estatua. Tal es el único medio de
aliviar los males presentes. A ti dirijo estas palabras: en cuanto a
Orestes, a quien resolviste matar, aprovechándote de la borrasca que ha
sobrevenido, has de saber que ya Poseidón, por favorecerme, ha devuelto
al mar su calma, y que la nave se desliza por sus ondas tranquilas. Tú,
Orestes, entérate de mis órdenes (pues oyes mi voz, aunque no estés
aquí), navega con tu hermana y con la estatua que has recibido. Y
cuando llegues a Atenas, fundada por los dioses, no olvides que hay
cierto lugar sagrado en los últimos confines del Ática, próximo a la
costa Caristia,[306] que mi pueblo llama Hales; allí, edificando un
templo, deposita la estatua, que se llamará Táurica, en memoria de esta
tierra y de los trabajos que has sufrido vagando errante por la Grecia,
atormentado por las Erinias. Bajo la advocación de la diosa Táurica
adorarán después los hombres a Artemisa. Que sea ley en el pueblo, al
solemnizar el aniversario de tu salvación, acercar la cuchilla a la
cerviz de alguno, y que derramen alguna sangre; así tributaréis a la
diosa religioso homenaje y no carecerá de los honores debidos. Tú,
Ifigenia, serás su sacerdotisa en su templo, en las sagradas rocas
brauronias, y allí te sepultarán cuando mueras, y te ofrecerán después
mantos tejidos con bello estambre las mujeres que perezcan en el
parto. Mándote que te lleves también a estas griegas, recompensando
su buena voluntad, ¡oh Orestes!; acuérdate que antes te salvé cuando
votos iguales te absolvieron y condenaron en el Areópago, como será
también salvado todo el que se encontrare en tu caso. Llévate, pues, a
tu hermana de este campo, ¡oh hijo de Agamenón!, y tú, Toante, no te
enfurezcas.

TOANTE

Reina Atenea, cualquiera que oye las órdenes del cielo y no las
obedece, delira. No me encolerizo, pues, contra Orestes ni contra su
hermana por haber robado la estatua de la diosa. ¿Quién se atreverá
a pelear con tan poderosa deidad? Vayan a tu país con la estatua de
Artemisa, y deposítenla en él como desean. Dejaré ir también a estas
mujeres a la afortunada Grecia, como me mandas, y daré contraorden al
ejército que pensaba capitanear contra los extranjeros, y no se moverán
los remos de las naves, si tal es tu buen placer, ¡oh diosa!

ATENEA

Alabo tu docilidad, que el destino es superior a ti y a todos los
dioses. Soplad, auras, y llevad en la nave a Atenas al hijo de
Agamenón; yo también los acompañaré, guardando la veneranda estatua de
mi hermana.

EL CORO

Andad, que os salva hado propicio. Haremos lo que nos ordenas, ¡oh
Palas Atenea!, respetable entre los inmortales y los mortales. Grata e
inesperada nueva escucharon ha poco mis oídos.[307] ¡Oh victoria muy
veneranda!, asísteme mientras viva, y nunca dejes de coronarme.




HELENA


ARGUMENTO

Hera, irritada contra Paris, raptor de Helena, la arrebata de sus
manos y deja un su lugar un fantasma que pasa por Helena nada menos
que diecisiete años, diez con los troyanos y siete en compañía de
su esposo Menelao, después de tomada Troya. Menelao, errante por
los mares, arriba al fin con su cónyuge aérea a la isla de Faro, en
Egipto, en donde la Helena real había sido confiada por los dioses a
Proteo, su rey, para que la guardase. Pero a la muerte de este, su
hijo Teoclímeno, enamorado de la pupila de su padre, y no pareciendo
a reclamarla Menelao, quiere obligarla a la fuerza a ser su esposa,
por cuya razón la perseguida se refugia en el asilo del sepulcro de
Proteo. Menelao, con su fantasma, después de su naufragio, la encuentra
entonces, desapareciendo la aérea, y se reconocen, y combinan los
medios de escaparse de la isla y del poder de Teoclímeno. Y logran
cumplidamente su propósito, engañando al enamorado rey con la ayuda de
su misma hermana, la profetisa Teónoe, que, sabedora de la venida de
Menelao, la oculta a su hermano por respeto a la piedad y justicia de
su padre.

En el sentido de llamarse tragedia esta HELENA de Eurípides como
representación dramática, destinada a las fiestas de Dioniso, nada
tendríamos que decir contra esa palabra; pero en la significación
moderna, como obra poética que ofrece y desenvuelve un asunto o
fábula triste, es evidentemente impropia, porque su acción no tiene
nada trágico, y podría denominarse sin reparo una comedia seria o de
enredo. Cierto es que el fondo y los personajes están tomados de los
tiempos heroicos, y que los dioses son los verdaderos causantes de
todas sus peripecias, pero no lo es menos que la intervención divina
de estos tiende a la consecución de un fin ajeno o contrario al de
ese linaje de ficciones, deprimiéndolos y realzando a los hombres, y
siempre sin acordarse del destino, superior a unos y otros. Todas las
desdichas inseparables de la guerra de Troya, inmensas por su calidad,
número y extensión para griegos y troyanos, son el resultado inmediato
de los celos y de la vanidad de tres diosas principales, que sacrifican
a sus rencillas y envidias miserables tantos millares de vidas
humanas. En esto insiste el autor, y esto es lo que pone de relieve,
no disminuir la excesiva población, ni aun llenar de gloria a Aquiles,
como indica.

Apartándose de _La Ilíada_ y de la tradición vulgar, y sin otro fin que
dar cualquier base a su creación, apela al extraño recurso de suponer
que la Helena robada por Paris era solo una sombra o vano fantasma
formado por Hera para anular la obra de Afrodita, agradecida esta
al triunfo conseguido por ella contra sus dos rivales en el juicio
de Paris. Y si Eurípides no se muestra respetuoso en lo más mínimo
con las creencias populares, sino que, al contrario, las desprecia y
rechaza, no se piense por esto que aspira en cambio a ganar el título
de original, porque la innovación no es tampoco suya, sino de un poeta
griego de Himera, en Sicilia, llamado Estesícoro, que murió unos
quinientos setenta años antes de Jesucristo, o unos ciento cincuenta
antes que Eurípides. Este poeta lírico épico, que escribió dos poemas
famosos, _La Orestiada_ y _La Destrucción de Troya_, célebre también
como fabulista y autor de himnos en alabanza de los dioses, y de odas
en loor de los héroes, fue el inventor primero de esta nueva intriga
de Hera. En los caracteres de los dos personajes principales de su
tragedia, de Menelao y de Helena, tampoco fue consecuente consigo
mismo, porque en _Andrómaca_, por ejemplo, el hermano de Agamenón, en
sus acciones y palabras, es lo más abyecto, bajo, cobarde y miserable
que puede imaginarse, y su digna esposa Helena, la mujer liviana,
ligera y caprichosa por excelencia. El viejo Peleo dispara contra
ambos una filípica tremenda, y el ínclito Atrida deja abandonada a su
hija Hermíone en mortal peligro. Pero en esta tragedia Menelao es un
verdadero héroe, y modelo de castas y fieles esposas Helena.

Acaso en ninguna otra de sus tragedias incurra como en esta en el
defecto, que Aristóteles le achaca en su _Poética_, de prescindir de
la verosimilitud en el trazado y desarrollo de sus poemas dramáticos.
La casualidad, o el arbitrio interesado del autor, lo arregla todo a
su conveniencia. Helena ha sido confiada a la guarda de Proteo, rey
de Egipto, y allí se conserva incólume hasta que Menelao se pierde
en los mares navegando, y naufraga en la costa de Faros, en donde
está ella. Teónoe, la profetisa hermana de Teoclímeno, prefiere
ayudar a Menelao y a Helena a escaparse, callando la verdad de la
llegada de Menelao, que conoce, por amor a la justicia y por respeto
a la buena reputación de su padre, porque de lo contrario se venía
abajo todo el edificio levantado por Eurípides. Todo el enredo que
maquinan los esposos fugitivos es tan burdo que, a no ser Teoclímeno
el más torpe y confiado de los enamorados, cuando lo más ordinario
es lo opuesto, no lo hubieran engañado ni un solo momento. Y cuando
se dispone a perseguirlos se presentan los Dioscuros, y se resuelve
satisfactoriamente el conflicto sin más consecuencias. Aquí encontramos
también el consabido prólogo, que pronuncia Helena, altares de dioses
y suplicantes, harapos y hambre en Menelao, un reconocimiento mutuo
de los dos cónyuges separados, no muy expresivo ni rápido, repetidas
alusiones a la facilidad y propensión de las mujeres a fraguar mentiras
y enredos, fanfarronadas de _miles gloriosus_ en el vencedor de Troya,
y hasta doblez y malicia inoportuna en la hija de Zeus y de Leda. Sin
embargo, no falta en esta tragedia de Eurípides alguno de esos rasgos
dramáticos de fina malicia que lo distinguen, como, por ejemplo, la
prisa en bañarse y lavarse juntos los dos esposos antes de emprender su
huida.

Léese, no obstante, con gusto toda ella, y nos ofrece situaciones
eminentemente dramáticas, no trágicas, sino cómicas, como la de
Teoclímeno, aun teniendo en cuenta que su exceso de pasión y su misma
ansia de poseer cuanto antes a su amada lo cieguen de una manera tan
inexplicable. Los versos citados por Aristófanes de esta tragedia en
una de las escenas de _La fiesta de Ceres_, parodiándola, no escasos
por cierto, no se hallan en la que nosotros conocemos. ¡Cuánto habrá de
esto en lo que se ha conservado de esa riquísima y variada literatura
helénica!

De una indicación del mismo Aristófanes en la comedia citada, se
conjetura que hubo de escribirse antes del año 413 de nuestra era.


PERSONAJES

  HELENA, _hija de Tindáreo, hermana de los Dioscuros y esposa
    de Menelao._
  TEUCRO, _de Salamina, hermano de Áyax._
  CORO DE CAUTIVAS GRIEGAS.
  MENELAO, _esposo de Helena y hermano de Agamenón._
  UNA VIEJA, _portera._
  UN MENSAJERO.
  TEÓNOE, _hermana de Teoclímeno, rey de Egipto, santa
    profetisa._
  TEOCLÍMENO, _hijo de Proteo, rey de Egipto._
  OTRO MENSAJERO.
  LOS DIOSCUROS (_Cástor y Pólux_), _hijos de Zeus y de
    Leda y hermanos de Helena._


La acción es en Egipto, en la isla de Faro, a la desembocadura del
Nilo, cerca de la costa.




Se ve en el teatro el palacio del rey de Egipto, y delante, hacia uno
de los lados, el sepulcro de Proteo, en el cual yace Helena suplicante.


HELENA

He aquí las puras ondas del Nilo,[308] que en vez de rocío del cielo
se difunde por las sierras de Egipto al derretirse la blanca nieve, y
riega sus campos. Proteo,[309] cuando vivía, reinaba aquí, y habitaba
en la isla de Faro,[310] casado con Psámate, virgen marina, después que
abandonó ella el lecho de Éaco.[311] Tuvo dos hijos en este palacio, un
varón llamado Teoclímeno, porque pasó su vida adorando a los dioses, e
Ido, noble doncella, delicias de su madre en sus tiernos años, llamada
Teónoe en edad núbil por su conocimiento de las cosas divinas, así
presentes como futuras, don de su abuelo Nereo.[312] Esparta es nuestra
patria, no innoble, en verdad, y Tindáreo nuestro padre. Según dice la
fama, Zeus, transformándose en alado cisne, voló al seno de mi madre
Leda y fue su esposo clandestino, fingiendo huir de un águila que lo
perseguía, si la tradición no miente. Me llamo Helena, y publicaré los
males que he sufrido. Tres diosas, Hera, Afrodita y la virgen hija
de Zeus,[313] fueron al monte Ida[314] en busca de Alejandro,[315]
a conquistar la palma de la belleza, haciéndolo su juez. Afrodita
venció, prometiéndole mi mano y la posesión de mi hermosura, si tal
puede llamarse la causa de mi desdicha. Y el ideo Paris, dejando sus
rebaños, fue a Esparta para lograrla. Pero Hera llevó a mal no haber
vencido a las otras diosas, y anuló mi matrimonio con Alejandro, y no
consintió que me poseyera el hijo del rey Príamo, dándole en mi lugar
una viva imagen mía formada de aire, y creyó falsamente disfrutarme,
engañado por la diosa. Juntáronse a estos males ciertos proyectos de
Zeus, que movió guerra entre los griegos y los infelices frigios,
para aliviar a la madre Tierra de tan inmensa multitud de hombres y
dar imperecedera gloria al más esforzado de los aqueos.[316] En poder
de los frigios (yo no, sino mi vano nombre), fui para sus enemigos
galardón de la victoria, pero Hermes me llevó volando por los aires,
y ocultándome en una nube (no se olvidó de mí Zeus), me trajo a este
palacio de Proteo, por creerlo el más casto de los hombres, y con la
mira de conservarme inmaculada para mi esposo Menelao. Y aquí estoy, y
él, desdichado, al frente de su ejército, me busca como si me hubiesen
robado en los alcázares de Troya. Muchos guerreros sucumbieron por
mi causa a las orillas del Escamandro,[317] y yo, a pesar de mis
incomparables sufrimientos, soy para ellos una mujer execrable, causa
única de grave guerra en la Grecia, por haber faltado a mi marido. ¿Por
qué vivo, pues, aún? El dios Hermes me dijo que algún día habitaría con
mi esposo en la ínclita tierra de Esparta, cuando supiese que yo no
había estado en Troya, ni profanado mi lecho. Mientras vio Proteo la
luz del sol, estuve libre de nuevos pretendientes: pero desde que se
sepultó en las tinieblas de la tierra, me persigue su hijo, ansioso de
casarse conmigo. Y yo, fiel a mi primer esposo, vengo a prosternarme
suplicante en este monumento de Proteo, para pedirle que conservo puro
mi tálamo y no sea deshonrado mi cuerpo, ya que mi nombre es infame en
toda la Grecia.

TEUCRO[318] (_que llega del campo_).

¿Quién es el señor de este palacio fortificado? Digno es de Pluto,[319]
según parece, por sus vastas y regias murallas y por sus elevadas
almenas. ¿Qué es esto? ¡Cielos! ¿Qué veo? Es la mujer más odiosa,
cuya funesta hermosura fue causa de mi perdición y de la de todos los
griegos. Maldígante los dioses, porque pareces otra Helena. Si este no
fuese un país extranjero, te daría muerte mi alada flecha, en castigo
de tu semejanza con la hija de Zeus.

HELENA

¿Por qué me rechazas, ¡oh desventurado!, quienquiera que seas, y por
ajenas maldades me aborreces?

TEUCRO

Me equivoqué. Me dejé llevar de la ira más de lo que debía, porque toda
la Grecia odia a la hija de Zeus. Perdona mis palabras, mujer.

HELENA

¿Quién eres? ¿De dónde vienes a esta región?

TEUCRO

Soy, ¡oh mujer!, uno de los desdichados griegos.

HELENA

No es maravilla entonces que detestes a Helena. Pero ¿quién eres? ¿De
dónde? ¿Cómo te llamaré?

TEUCRO

Teucro es nuestro nombre, Telamón mi padre y Salamina la patria que me
crió.

HELENA

¿Y por que has venido a estos campos que riega el Nilo?

TEUCRO

Desterrado.

HELENA

Grande debe de ser tu pena. ¿Quién te desterró?

TEUCRO

Mi padre Telamón. ¿A quién podría yo amar más?

HELENA

¿Y por qué causa? Sin duda por alguna desgracia.

TEUCRO

La muerte de mi hermano junto a Troya me perdió.

HELENA

¿Cómo? ¿Tú lo mataste con tu espada?

TEUCRO

Él se atravesó con la suya.

HELENA

¿Loco? ¿Quién puede hacer esto sino un loco?

TEUCRO

¿Has oído hablar de Aquiles, el hijo de Peleo?

HELENA

Pretendiente a la mano de Helena, según he sabido.

TEUCRO

Pues bien; a su muerte se suscitó grave contienda entre sus compañeros
por la posesión de sus armas.

HELENA

¿Y qué tiene esto que ver con la muerte de Áyax?

TEUCRO

Se suicidó por habérselas llevado otro.[320]

HELENA

¿Y tú sufres ahora las consecuencias de esa desdicha?

TEUCRO

Por no haber muerto con él.

HELENA

¿Fuiste, pues, ¡oh extranjero!, a la ínclita Troya?

TEUCRO

Y después de tomarla me condenó la suerte a perecer.

HELENA

¿El fuego no la ha consumido y arrasado?

TEUCRO

Hasta el extremo de no quedar ni señal de sus murallas.

HELENA

¡Oh mísera Helena, por tu causa murieron los frigios!

TEUCRO

Y los griegos también: sucedieron muchas desgracias.

HELENA

¿Cuánto hace que fue derribada esa ciudad?

TEUCRO

Cerca de siete revoluciones anuales de las que dan las cosechas.

HELENA

¿Y cuánto estuvisteis junto a Troya?

TEUCRO

Muchas lunas, hasta completar el número de diez años.

HELENA

¿Y recobrasteis a la mujer espartana?

TEUCRO

Menelao se la llevó, arrastrándola por los cabellos.

HELENA

¿Viste tú a esa desdichada, o cuentas lo que te han dicho?

TEUCRO

Como te estoy mirando ahora, con estos mismos ojos.

HELENA

Quizá fuera alguna vana imagen con que os engañaron los dioses.

TEUCRO

Habla de otra cosa; déjala en paz.

HELENA

¿Tan seguro estás de lo que dices?

TEUCRO

La vieron mis ojos y la contempló mi alma.

HELENA

¿Y Menelao está ahora en su patria con su esposa?

TEUCRO

No seguramente en Argos, ni en las márgenes del Eurotas.

HELENA

¡Ay, ay de mí! Un mal has anunciado a quien debe sentirlo.

TEUCRO

Se dice que ambos han perecido.

HELENA

¿No navegaban juntos todos los griegos?

TEUCRO

Sí; pero los dispersó una tempestad.

HELENA

¿En qué parte del mar salado?

TEUCRO

Al atravesar el Egeo.

HELENA

¿Y nadie ha sabido después adónde ha arribado Menelao?

TEUCRO

Nadie; pero se dice en Grecia que ha muerto.

HELENA

¡Cierta es mi perdición! ¿Vive todavía la hija de Testio?[321]

TEUCRO

¿Hablas de Leda? Ya falleció.

HELENA

¿La ha precipitado en la tumba la deshonra de Helena?[322]

TEUCRO

Dicen que ciñó con un lazo su noble cuello.

HELENA

Y los hijos de Tindáreo,[323] ¿viven o no?

TEUCRO

Han muerto, y no han muerto; corren dos distintos rumores.

HELENA

¿Cuál es el más grato? ¡Ay desventurada de mí, ay de mis males!

TEUCRO

Dicen que son dioses convertidos en astros.

HELENA

Agrádame lo que has dicho; ¿y cuál es el otro rumor que corre?

TEUCRO

Que han muerto a manos de su hermana. Pero bastante he hablado; no
quiero llorar dos veces. Y ya que he venido a este palacio en busca de
la profetisa Teónoe, ayúdame para que pueda oír los oráculos y dirigir
después mi nave hacia la marina Chipre, en donde el adivino Apolo
ordena que me establezca y ponga a la ciudad que funde el nombre de
Salamina,[324] en recuerdo de mi patria.

HELENA

Navega, ¡oh extranjero!, y sabrás lo que deseas; pero huye de esta
tierra antes que sepa tu llegada el hijo de Proteo, su soberano;
ausente está ahora persiguiendo a las fieras con sus perros; mata a
todos los griegos que cautiva, y no me preguntes la causa que le mueve
a ello, que no te lo diré, ¿pues de qué te serviría saberlo?

TEUCRO

Bien has dicho, mujer. Que los dioses recompensen el bien que me haces.
Aunque tu forma sea parecida a la de Helena, no solo no es tu alma
como la suya, sino muy desemejante. Mala muerte tenga, que no vuelva
a las orillas del Eurotas, y que tú, ¡oh mujer!, seas siempre feliz.
(_Retírase_).

HELENA

Principio ahora a deplorar mi infortunio y mis grandes dolores. ¿Cuáles
serán mis lamentaciones? ¿Cuál mi lúgubre canto? ¿Golpearé mi pecho,
gemiré o lloraré?

_Estrofa 1.ª_ — Vírgenes sirenas,[325] hijas de la Tierra, alígeras
doncellas, ¡ojalá que vengáis a acompañar mis sollozos con la flauta
líbica o la siringa,[326] y las tristes lágrimas que me hacen derramar
mis desdichas!; que vuestros dolores, que otros lúgubres cantos
concuerden con los míos, y que vuestra musa, lamentándose como la
mía, envíe a Perséfone funestas, funestas quejas, ofrenda regada
de lágrimas, himnos en honor de los muertos, que penetrarán en su
tenebroso palacio.

EL CORO (_que aparece en el teatro_).

_Antístrofa 1.ª_ — Fui casualmente a la orilla del mar cerúleo a secar
en delgadas cañas o sobre el entretejido césped purpúreos vestidos a
los dorados rayos del sol, cuando oí flébil sonido de flauta melodiosa,
mezclado de sollozos y lamentos, como de alguna náyade[327] que llorase
a su fugitivo amante, resonando en las cavernosas grutas el eco de su
llanto, enamorada de Pan.

HELENA

_Epodo._ — ¡Oh dolor!, ¡oh dolor!, doncellas griegas apresadas por
bárbaro bajel; un navegante griego ha llegado, sí, ha llegado para
aumentar mis lágrimas, anunciándome la ruina y el incendio de Ilión
por sus enemigos, y todo por mi causa, por mi causa, por mi nombre
desdichado, origen de muchas muertes. Leda pereció en fatal nudo,
víctima del dolor de mi deshonra; mi esposo ha sucumbido, después
de andar errante por los mares, y Cástor y Pólux, los dos gemelos,
gloria de su patria, han desaparecido, sí, han desaparecido, dejando
solitarios los campos que hollaron sus caballos y las orillas del
Eurotas, llenas de delgadas cañas, gimnasio de sus ejercicios juveniles.

EL CORO

¡Ay, ay, ay, ay de mí! ¡Fortuna deplorable, funesto destino, oh mujer!
Mísera es tu suerte, mísera sin duda desde que Zeus, hendiendo
brillante los aires con sus alas de cisne, blancas como la nieve, te
engendró en tu madre. ¿Qué mal no te aflige? ¿Qué dolor no has sufrido?
Murió Leda, y los dos gemelos, hijos queridos de Zeus, no son felices;
no huellas tu suelo patrio, y en las ciudades de la Grecia corre un
rumor, ¡oh mujer veneranda!, que te acusa de haber celebrado bárbaro
himeneo; tu esposo ha perecido en las ondas del mar, y nunca serás
dichosa en tu patria, ni en el templo de Atenea Calcieco.[328]

HELENA

¡Ay, ay de mí! ¿Qué frigio, qué griego cortó el pino que ha llenado
de lágrimas a Troya, y construyó el bajel funesto en que navegó el
hijo de Príamo a mis lares con bárbaros remeros, solicitando mi mano
y mi hermosura infortunada? Dolosa Afrodita, causa de la muerte de
muchos griegos y de los hijos de Príamo, ¡oh mísera, cuán grande es mi
desdicha! Hera, la del dorado solio, esposa veneranda de Zeus, envió al
ligero hijo de Maya, cuando yo recogía en mi seno frescas hojas de rosa
para ofrecerlas a Atenea Calcieco, y, arrebatándome por los aires, me
trajo a este país infortunado, convirtiéndome en manzana de discordia
entre los griegos y los hijos de Príamo. Injusta es la Fama, que mancha
mi nombre en las orillas del Simois.

EL CORO

Sé que te aquejan graves dolores; pero es preciso sufrir con
resignación las calamidades de esta vida.

HELENA

Mujeres queridas, ¿qué fatal destino me persigue? ¿Diome a luz mi
madre para que los mortales me miraran como a un prodigio? Porque
ninguna mujer, ni griega ni bárbara, puso un blanco huevo, como
cuentan de Leda, al darme la vida de su unión con Zeus. Portentosa es
mi existencia y mi grave desdicha, ya por el odio de Hera, ya por mi
belleza. ¡Ojalá que desapareciese borrada, cual pintada estatua,[329]
y los griegos olvidarían mi deshonra, y no me infamaría su memoria,
como ahora! Grave es, aunque tolerable, una sola desdicha enviada por
los dioses, no así la multitud de calamidades que me agobian. Porque,
en primer lugar, sin haber sido deshonrada, me infaman como si lo
fuera, y este mal es mucho mayor fundándose en un falso supuesto,
como sucede cuando se atribuyen vicios al que no los tiene. Después
me arrancaron los dioses de mi patria, y me trajeron a esta tierra
bárbara, y sin amigos soy esclava, cuando nací de padres libres, pues
entre los bárbaros todos lo son, excepto uno. El áncora, que sola me
sostenía en medio de mis males, la esperanza de que vendría algún día
mi marido y me libraría de ellos, ha desaparecido ya, puesto que ha
muerto, y no podrá socorrerme. Murió también mi madre, y me imputan
esta desdicha sin razón, es verdad, como lo es también que de sus
resultas me mancilla la mala fama. Mi hija, honra de su linaje y de mi
palacio, vegeta virgen, no al lado de un esposo, y Cástor y Pólux, que
se dicen hijos de Zeus, no existen tampoco. Y como en todo me persigue
la desgracia, mi perdición proviene de causas externas, no de mis
hechos. Todavía resta que me encierren en una prisión si vuelvo a mi
patria, creyéndome la Helena que estuvo en Troya, y en cuya persecución
fue Menelao. Si él viviese nos reconoceríamos mutuamente en virtud de
ocultas señales[330] que nosotros solos sabemos. Pero ya no es posible,
porque no existe. ¿A qué, pues, vivir? ¿Qué suerte me aguarda? ¿Elegiré
otro esposo para atraerme nuevos males, y será un bárbaro mi perpetuo
compañero, y me sentaré con él en opulenta mesa? Pero cuando un hombre
aborrecido habita con nosotras, es odiosa la vida. Más vale morir,
¿pero cómo hacerlo sin deshonrarme? Vergonzoso hasta para un esclavo es
suspenderse de un lazo en los aires; derramar la propia sangre es mejor
y más noble, y en poco tiempo dejamos de existir. ¡Tan profundo es el
abismo de males en que me veo sumergida! Si la hermosura es para otras
mujeres fuente deleitosa, para mí lo es de perdición.

EL CORO

No creas, Helena, que el extranjero que ha llegado ha dicho en todo la
verdad.

HELENA

Pero aseguró bien a las claras que había muerto mi esposo.

EL CORO

Muchas veces se afirma lo que no es.

HELENA

Con ningún otro se confunde el lenguaje de la verdad, y tal fue el suyo.

EL CORO

Siempre te inclinas más a creer lo malo que lo bueno.

HELENA

El miedo me domina, y todo lo temo.

EL CORO

¿Cómo te tratan en este palacio?

HELENA

Todos son amigos, excepto el que pretende casarse conmigo.

EL CORO

¿Sabes lo que has de hacer? Dejar el sepulcro de Proteo...

HELENA

¿Qué vas a decir? ¿Qué consejo quieres darme?

EL CORO

Y entra en el palacio, y a la que todo lo sabe, a Teónoe, hija virgen
de la marina nereida, pregunta si vive todavía tu marido o si no ve ya
la luz; y cuando estés bien informada, y según sea lo que te dijere,
abandónate al llanto o a la alegría. Porque antes de saberlo, ¿no son
inoportunos tus lamentos? Sigue, pues, mi consejo: deja el sepulcro y
busca a esa doncella, que todo te lo dirá. Teniendo en este palacio
quien pueda declararte la verdad, ¿a qué buscarla tan lejos? Yo quiero
entrar también contigo y oír los oráculos de la virgen; nosotras las
mujeres debemos ayudarnos mutuamente.

HELENA

Sigo vuestros consejos, ¡oh amigas!; id, id al palacio, y oiréis en él
mis cuitas.

EL CORO

Mandas a quien te obedece de buen grado.

HELENA

¡Oh infausto día! ¿Qué nuevas deplorables, qué nuevas deplorables oiré
yo, desventurada?

EL CORO

No excites el llanto, ¡oh amada!, de siniestro agüero.

HELENA

¿Qué habrá sufrido mi desdichado esposo? ¿Verá acaso la luz, y la
cuadriga del sol y el curso de los astros..., o en el infierno
subterráneo yacerá entre los muertos?

EL CORO

No desesperes, sea cual fuere lo por venir.

HELENA

Yo te invoco, yo te suplico, ¡oh Eurotas de verdes cañas!, que me
declares si es cierta la fama que hasta mí ha llegado de la muerte de
mi esposo. ¿A qué tan necias dudas? Lazo mortífero oprimirá mi cerviz
o letal cuchilla me dará muerte, y la sangre correrá de mi cuello, y
empuñando yo misma el hierro lo hundiré en mis carnes, y me sacrificaré
en honor de tres diosas y del hijo de Príamo, que en otro tiempo
cantaba al son de la flauta, guardando los rebaños de bueyes.

EL CORO

Que no te aflijan esos males, y la dicha sea tu inseparable compañera.

HELENA

¡Ah mísera Troya, iniquidades te arruinan, y sufriste duras pruebas!
Merced al don que me hizo Afrodita se ha derramado mucha sangre, y
muchas lágrimas, y unos dolores siguieron a otros, y el llanto al
llanto, y las madres perdieron sus hijos, y las vírgenes hermanas de
los muertos cortaron su cabellera para depositarla en las orillas del
frigio Escamandro. Voz resonante dio la Grecia, y oyéronse tristes
clamores, y golpeó la cabeza con sus manos, y lastimosas heridas
llenaron de sangre tiernas mejillas. ¡Oh virgen Calisto,[331] feliz en
otro tiempo en la Arcadia, que en innoble forma subiste al lecho de
Zeus! ¡Cuán preferible fue tu suerte a la de mi madre! Transformada en
fiera de miembros robustos, trocaste tu hermoso rostro en cabeza feroz
de leona, y se mitigaron tus penas, como la beldad expulsada en otro
tiempo de sus coros por Artemisa, cierva de dorados cuernos, titánide,
hija de Mérope.[332] Yo he derruido, sí, he derruido a la troyana
Pérgamo, y ocasionado la muerte de muchos griegos. (_Vase con el Coro_).

MENELAO (_miserablemente vestido_).

¡Oh Pélope!, que en los pasados días venciste en tu cuadriga a Enómao,
cerca de Pisa;[333] ojalá que cuando te sirvieron hecho pedazos en
la cena de los dioses, hubieses perecido entre ellos antes de haber
engendrado a mi padre Atreo, que de su unión con Aérope nos procreó a
Agamenón y a mí, Menelao, ínclito par de reyes. Glorioso es, sin duda,
y lo digo sin jactancia, que yo llevase a Troya un ejército a fuerza
de remos, rey a quien obedecía voluntariamente, no por la violencia,
la brillante juventud griega. Y unos ya no se cuentan entre los vivos,
mientras otros, que con no poca alegría suya evitaron los peligros del
mar, llevan a su patria los nombres de los que perecieron. Mas yo,
desventurado, navego errante por las marinas ondas del salado piélago
desde que arruiné las torres de Ilión, y, deseando volver a mi país,
muéstranseme adversos los dioses. He recorrido todos los desiertos e
inhospitalarias costas de la Libia, y cuando me acerco a mis hogares,
el viento me rechaza y nunca llena mis velas aura favorable. Y ahora,
mísero náufrago, después de perder a mis amigos me ha arrojado aquí
el mar, y mi nave se ha estrellado en los peñascos pereciendo muchos
de mis compañeros. Solo queda la quilla y parte de su armazón, en la
que con dificultad y contra mis esperanzas me he salvado con Helena,
que traigo de Troya. Pero ignoro el nombre de esta región y el de los
pueblos que la habitan. Avergonzábame de presentarme así a la multitud,
temiendo que viesen mis vestidos manchados, a pesar de mis esfuerzos en
ocultar mi humillante miseria. Cuando un hombre cae desde la cúspide
de la fortuna en el abismo de la desdicha, como no está acostumbrado a
ella, su suerte es más amarga que la del que ya la conocía. La pobreza
me atormenta; ni tengo qué comer, ni vestidos para cubrir mi cuerpo,
como es fácil de ver contemplando los tristes restos del naufragio
en que me envuelvo.[334] El mar me llevó mis peplos, mis vestiduras
espléndidas y todas mis galas; y vengo aquí dejando oculta en una
cueva a mi esposa, causa de todos mis males, confiada a la custodia
de mis amigos que han sobrevivido. Solo, pues, doy vueltas y me afano
en llevar lo más necesario, dudando si lo lograré, a mis compañeros
que me esperan. Al ver este palacio cercado de almenas y sus puertas
suntuosas, propiedad, sin duda, de algún hombre opulento, me he llegado
a él con la esperanza de recibir algo de tan magnífica morada, para
auxiliar a mis amigos. De seguro que quien apenas tenga para vivir no
podrá socorrerme aunque quiera. (_Llamando a la puerta_). ¡Hola! ¿Qué
portero acudirá aquí del palacio, que cuente a sus dueños mis males?

UNA VIEJA (_entreabriéndola_).

¿Quién hay a la puerta? ¿No te alejarás de este recinto sin molestar a
sus dueños en el atrio? Morirás si eres griego, que a ellos no se da
hospitalidad.

MENELAO

¡Oh anciana!, bien me parece cuanto has dicho. No te molestaré más, y
quiero obedecerte, pero déjame hablar.

LA VIEJA (_rechazándolo_).

Vete; mi obligación es, ¡oh extranjero!, impedir que ningún griego se
acerque a este palacio.

MENELAO

¡Ah!, no me amenaces con el puño ni me rechaces tan despiadadamente.

LA VIEJA

No haces ningún caso de mis palabras; la culpa es solo tuya.

MENELAO

Ve a decirlo a tus amos.

LA VIEJA

Bien segura estoy de que si lo saben sufrirás daño.

MENELAO

Soy un náufrago, un extranjero, contra quienes no es justo emplear la
violencia.

LA VIEJA

Llama a otra puerta y abandona esta.

MENELAO

No, que he de entrar; déjame.

LA VIEJA

Eres un importuno, y lo peor para ti es que te echarán pronto a viva
fuerza.

MENELAO (_aparte_).

¡Ay, ay de mí! ¿Dó yace mi valeroso ejército?

LA VIEJA

En otra parte te respetarán acaso, no aquí.

MENELAO (_aparte_).

¡Oh calamidad, cómo me insultas!

LA VIEJA

¿Por qué humedecen las lágrimas tus párpados? ¿Por qué te lamentas?

MENELAO

¡Oh pasada dicha mía!

LA VIEJA

¿Por qué no vas a llorar a tus amigos?

MENELAO (_reanimándose_).

¿Qué país es este? ¿Cúyo este regio palacio?

LA VIEJA

Proteo lo habita, y este país es el Egipto.

MENELAO

¿El Egipto? Desdichado de mí, ¿adónde he venido?

LA VIEJA

¿Qué dices contra las aguas del Nilo?

MENELAO

No es contra el Nilo; solo me quejo de mi desgracia.

LA VIEJA

Muchos son los desdichados, no tú solo.

MENELAO

¿Y está en el palacio el rey, o como tú quieras llamarle?

LA VIEJA

Este es su sepulcro; su hijo es el soberano de este país.

MENELAO

Pero ¿en dónde está? ¿Dentro o fuera del palacio?

LA VIEJA

No está en él ahora; pero es el más implacable enemigo de los griegos.

MENELAO

¿Por qué razón? ¿Por qué he de ser yo víctima de su odio?

LA VIEJA

Helena, la hija de Zeus, habita también aquí.

MENELAO

¿Qué dices? ¿Qué palabra has pronunciado? Repítela.

LA VIEJA

La hija de Tindáreo, que vivía antes en Esparta.

MENELAO

¿De dónde la han traído? ¿Quién entenderá esto?

LA VIEJA

Vino de la Laconia.

MENELAO

¿Cuándo? (_Aparte_). ¿Habrán arrebatado de la cueva a mi esposa?

LA VIEJA

Antes que los griegos fuesen a Troya, ¡oh extranjero! Pero aléjate
de aquí, porque reina en el palacio cierta plaga, causa de no poco
desorden.[335] A mal tiempo llegaste, porque si mi dueño te cautiva, en
vez de hospitalarios dones, recibirás la muerte. Yo amo a los griegos,
y no juzgues de mí por mis ásperas palabras, hijas del miedo que a mi
señor tengo. (_Retírase y cierra la puerta_).

MENELAO

¿Qué diré? ¿Cómo expresaré mi sorpresa? Nuevas penas vienen a aumentar
las antiguas si al traer conmigo de Troya a mi esposa y dejarla segura
en la cueva, habita otra de su mismo nombre en este palacio. Dijo que
era hija de Zeus. ¿Habrá en las orillas del Nilo algún mortal que se
llame también Zeus? Porque en el cielo no hay más que uno. ¿Hay otra
Esparta en donde las bellas ondas del Eurotas reflejan las verdes
cañas de sus orillas? ¡Solo se celebró a un Tindáreo! ¿Habrá también
alguna tierra que se llame Lacedemonia, y otra Troya? Yo no sé qué
decir. Muchos, según es de presumir, tienen en una misma región iguales
nombres, y lo propio sucede a las ciudades y a las mujeres, y no por
eso debemos admirarnos.[336] Ni tampoco huiré del peligro que me indicó
la esclava; no hay mortal alguno tan bárbaro que, al oír mi nombre, no
aplaque mi hambre. Todos conocen el incendio de Troya, y el nombre de
Menelao, su autor, no es ignorado tampoco en país alguno. Esperaré al
dueño de este palacio, como me lo aconsejan dos prudentes razones: si
es, en efecto, cruel, me ocultaré e iré en busca de los destrozados
restos de mi nave; y si pareciese bondadoso, le pediré el auxilio que
reclama mi desgracia. El único mal que me quedaba por sufrir es que,
siendo rey, pida a otros reyes el sustento, pero no hay otro remedio.
Sentencia es de los sabios, no mía, que nada hay tan poderoso como la
necesidad. (_Apártase a un lado al ver al Coro_).

EL CORO

Según he oído a la fatídica doncella que profetiza en la regia morada,
Menelao aún no ha bajado al negro Erebo, ni lo cubre la tierra, sino
que todavía lucha con las olas, sin poder arribar a su patria, y vive
errante separado de sus amigos, y ha recorrido muchas regiones desde su
salida de Troya al compás de los remos.

HELENA

Vedme aquí; segunda vez vengo a este sepulcro, después de oír las
gratas profecías de Teónoe, tan sabia en todo. Dice que mi marido
ve la luz del sol, y disfruta de ella, y que después de navegar por
mil mares, siempre errante, ha de llegar a Egipto, libre al fin de
tantos males. Verdad es que no dijo si en caso de venir saldría de él
en salvo. Yo no quise preguntárselo claramente, entregada al deleite
que me causó tan dulce nueva. Y decía que no estaba lejos, habiendo
naufragado con pocos amigos. ¿Cuándo te veré? ¡Cuánto he deseado tu
llegada! ¡Hola! (_Preséntase Menelao_). ¿Quién es este? ¿Quizá algún
satélite del hijo de Proteo, impío instrumento de sus insidiosas miras?
¿Me alejaré veloz de este sepulcro, como bacante o ligera yegua? Feroz
es en verdad el aspecto de este que viene a robarme.

MENELAO (_cortándole el paso_).

Tranquilízate, ¡oh tú que corres con tanta presteza hacia este sepulcro
a ofrecer ardientes libaciones!, ¿por qué huyes? ¡Cuánta es, al verte,
mi admiración y mi sorpresa!

HELENA

Que nos amenazan con violencia, ¡oh mujeres!; este hombre nos ahuyenta
del sepulcro, y quiere apoderarse de mí para entregarme al tirano,
cuyo himeneo detesto.

MENELAO

No somos salteadores, ni satélites de malvados.

HELENA (_apartándose_).

Miserables son los vestidos que te cubren.

MENELAO

Detén tu pie ligero, y nada temas.

HELENA (_ya junto al sepulcro_).

Me detengo, pues ya llegué.

MENELAO (_mirándola frente a frente_).

¿Quién eres? ¿A quién te semejas, ¡oh mujer!?

HELENA

¿Y tú? Ambos preguntamos lo mismo.

MENELAO

Nunca he visto una mujer más parecida.

HELENA

¡Oh dioses!, pues obra vuestra es encontrar a los que amamos.

MENELAO

¿Eres griega o egipcia?

HELENA

Griega; pero también deseo saber cuál es tu linaje.

MENELAO

Eres, ¡oh mujer!, lo más semejante a Helena que he visto.

HELENA

Y tú eres para mí viva imagen de Menelao; no sé qué decir.

MENELAO

Muy pronto has reconocido al hombre más desventurado.

HELENA (_corriendo hacia él_).

¡Oh tú, qué tarde llegas a los brazos de tu esposa!

MENELAO

¿De cuál? No toques mis vestidos.

HELENA

La que te dio Tindáreo, mi padre.

MENELAO

¡Oh Hécate lucífera, qué gratos fantasmas nos ofreces!

HELENA

No soy nocturna visión de Perséfone, como piensas.

MENELAO

Positivamente sé que no tengo dos mujeres.

HELENA

¿Pues de cuál otra eres señor?

MENELAO

De la que está oculta en la cueva y traje de Troya.

HELENA

Yo sola soy tu esposa.

MENELAO

¿Pero estoy en mi juicio, o me engañan mis ojos?

HELENA

Al mirarme, ¿no te parece verla?

MENELAO

En el cuerpo eres semejante a ella; pero mi razón, bien serena, lo
niega.

HELENA

Reflexiona. ¿Qué necesitas para convencerte? ¿Quién mejor que tú puede
saberlo?

MENELAO

Eres igual a ella; no lo negaré.

HELENA

¿Quién podrá probártelo como tus ojos?

MENELAO

Mi tormento es que tengo otra.

HELENA

Yo no fui a Troya, sino mi imagen.

MENELAO

¿Pero quién puede crear cuerpos vivos?

HELENA

El Éter, que te dio una esposa obra de los dioses.

MENELAO

¿Pero qué dios la formó? Inaudito es lo que dices.

HELENA

La artificiosa Hera, para que no me poseyese Paris.

MENELAO

¿Y cómo habías de habitar a un tiempo aquí y en Troya?

HELENA

Mi nombre puede estar en muchas partes, no mi cuerpo.

MENELAO

Déjame en paz, que bastantes desdichas me afligen.

HELENA

¿Me abandonarás, llevándote esa vana imagen?

MENELAO (_haciendo ademán de irse_).

Adiós, pues, porque eres semejante a Helena.[337]

HELENA

¡Ay de mí! ¿Encuentro a mi marido para perderlo?

MENELAO

Los grandes males que allí sufrimos me hacen más fuerza que tus
razones. (_Aléjase_).

HELENA

¡Ay de mí! ¿Quién más desventurada? Los que más amo, me abandonan;
nunca volveré ya a la Grecia ni a mi patria.

EL MENSAJERO (_que se acerca a Menelao desde la extremidad de la
orquesta_).

¡Oh Menelao!, buscándote vengo por orden de tus compañeros, y con
trabajo te hallo después de andar vagando por esta tierra bárbara.

MENELAO

¿Qué sucede? ¿Acaso os han robado los bárbaros?

EL MENSAJERO

¡Sorprendente maravilla!; lo que vengo a decirte es superior a toda
expresión.

MENELAO

Habla, que tu traza me anuncia alguna novedad importante.

EL MENSAJERO

Has de saber que tus innumerables trabajos han sido infructuosos.

MENELAO

Deploras antiguos males; pero ¿qué me anuncias de nuevo?

EL MENSAJERO

Tu esposa se ha desvanecido en los aires, desapareciendo de la vista
de los hombres, y se ocultó en el cielo, abandonando la sagrada cueva
en donde la guardábamos. Solo pronunció estas palabras: «¡Oh míseros
frigios y griegos, que por mi causa y por engaño de Hera[338] habéis
muerto a las orillas del Escamandro, creyendo falsamente que Paris
poseyese a Helena! Yo, después de estar allí el tiempo que me convino,
cumplido el fatal decreto, vuelvo al aire que me formó; infame, sin
razón, es el nombre de la mísera hija de Tindáreo, libre de toda
culpa». (_Acércase Helena mientras habla, y al verla dice así_): Salve,
¡oh hija de Leda!; ¿estabas aquí? Yo hablaba de ti como si te hubieses
refugiado en los astros, ignorando que fuese tu cuerpo aéreo fantasma.
No te reconvendré, pues, de nuevo por los infructuosos trabajos que
Menelao y sus aliados en la guerra sufrieron junto a Ilión.

MENELAO

Vamos, así es; tus palabras convienen con las de esta, y por lo visto
son verdaderas. ¡Oh día deseado, que te vuelve otra vez a mis brazos!

HELENA

¡Oh Menelao, el más querido de los hombres!; larga ha sido nuestra
separación, pero al fin llegó la hora deseada. Alegre, ¡oh amigos!,
recobro a mi esposo, y lo abrazo con cariño, después que el sol ha
contemplado por tanto tiempo nuestro duelo.

MENELAO

Y yo a ti; teniendo tanto que decirte, no sé por dónde empezar.

HELENA

Grande es mi gozo, y parece que mis cabellos saltan de placer, y al
mismo tiempo lloro; con mis brazos ciño tu cuerpo, para disfrutar de
este deleite, ¡oh esposo!

MENELAO

¡Oh momento deseado! Ya no me quejo de la fortuna; ya poseo a mi
esposa, la hija de Zeus y de Leda; feliz, sí, feliz en otro tiempo,
cuando te acompañaron llevando antorchas los jóvenes de blancos
caballos, los hermanos gemelos; pero los dioses me abandonaron,
arrebatándote de mi palacio.

HELENA

Más feliz es mi suerte ahora que antes; por obra del cielo en bien se
ha convertido tu naufragio infortunado, ¡oh esposo!, y, aunque tarde,
volvemos a juntarnos; ¡ojalá que esta dicha sea duradera!

MENELAO

Lo será, sin duda; tus deseos son los míos, como ha sido igual nuestra
desventara.

HELENA

Amigas, amigas, no deploremos nuestros antiguos males, que ya cesó mi
duelo. Ya poseo, ya poseo a mi esposo, a quien esperaba, sí, a quien
esperaba, a su vuelta de Troya, al cabo de muchos años.

MENELAO

Ya me ves, y yo a ti, que he sufrido trabajos inolvidables, hasta que
al fin descubrí con pena los artificios de la diosa. Mis lágrimas de
alegría me consuelan más que me afligen.

HELENA

¿Qué diré? ¿Qué mortal podría esperarlo nunca? Contra lo que pensaba,
te oprimo ahora contra mi pecho.

MENELAO

Y yo a ti, cuando creía que habías ido a la ciudad idea y atravesado
las míseras murallas de Ilión. Por los dioses, ¿cómo saliste de mi
palacio?

HELENA

¡Ay, ay de mí! ¡Exordio acerbo deseas oír! ¡Ay, ay de mí! ¡Acerba
narración quieres escuchar![339]

MENELAO

Habla, que los beneficios de los dioses deben publicarse.

HELENA

Contrístame, en verdad, cuanto voy a decirte.

MENELAO

Pero dilo, sin embargo; es grato recordar los trabajos que hemos pasado.

HELENA

No subí al tálamo[340] de ningún joven bárbaro llevada por remo volador
o en alas del deleite de ilícitos goces.

MENELAO

¿Qué dios, qué hado te alejó de tu patria?

HELENA

El hijo, el hijo de Zeus, ¡oh esposo!, me trajo al Nilo.[341]

MENELAO

Maravíllame lo que dices. ¿Quién lo envió? ¡Oh palabras inauditas!

HELENA

Lloro, y las lágrimas humedecen mis párpados; la esposa de Zeus me
perdió.

MENELAO

¿Hera? ¿Qué males quería causarte?

HELENA

¡Ay de mis penas, ay de las fuentes en donde se lavaron las bellas
diosas antes del juicio!

MENELAO

¿Mas por qué Hera lo convirtió en daño tuyo?

HELENA

Para arrancarme del poder de Afrodita...

MENELAO

¿Cómo, di?

HELENA

Que había prometido entregarme a Paris.

MENELAO

¡Oh desventurada!

HELENA

¡Desventurada, desventurada! Por eso me trajo a Egipto.

MENELAO

Y, según aseguras, en tu lugar dejó una imagen tuya.

HELENA

¡Ay de las calamidades, ay de las calamidades de mi familia! ¡Ay de mí,
madre mía!

MENELAO

¿Qué dices?

HELENA

Mi madre no existe; por causa mía, deshonrada por mi vergonzoso
himeneo, se ahorcó en funesto lazo.

MENELAO

¡Ay de mí! ¿Vive acaso mi hija Hermíone?

HELENA

Sin esposo, sin hijos, ¡oh marido mío!, llora avergonzada mi fatal
enlace.

MENELAO

¡Oh Paris, que no dejaste piedra sobre piedra de mi palacio! He aquí
la causa de tu ruina y de la de muchos millares de griegos, armados de
bronce.

HELENA

Un dios me separó de mi ciudad y de ti, sin apiadarse de mi pena,
consagrándome al infierno, por abandonar mis lares y mi lecho en
demanda de torpe himeneo, cuando verdaderamente nada de esto hice.

EL CORO

Si en adelante os es propicia la fortuna, podrá mitigar vuestros
pasados males.

EL MENSAJERO

Déjame, ¡oh Menelao!, gozar también de este placer, aunque no entienda
lo que sucede.

MENELAO

Toma también parte en nuestro diálogo, ¡oh anciano![342]

EL MENSAJERO

¿No fue causa esta de los trabajos que sufriste en Troya?

MENELAO

No, que los dioses nos engañaban con una imagen funesta, formada de
nubes.

EL MENSAJERO

¿Qué dices? ¿Sufrimos vanamente tantas penalidades por una nube?

MENELAO

Obra de Hera, efecto de la discordia de las tres diosas.

EL MENSAJERO

Pero esta, mujer verdadera, ¿es acaso tu esposa?

MENELAO

Sí; no lo dudes.

EL MENSAJERO

¡Oh hija, qué inconstante es cierta deidad, y cómo se burla de nuestros
cálculos! Cambia fácilmente, y se inclina a un lado o a otro; hace a
este desgraciado, y el otro, libre en un principio de infortunios,
perece después de muerte desastrosa; caprichosa es siempre para
distribuir sus dones. Graves penas habéis sufrido: tú a causa de los
deshonrosos rumores que acerca de ti corrieron; él arrastrado por sus
bélicas inclinaciones. Y cuando más se afanaba no adelantó nada, y
ahora la más feliz casualidad le ofrece gratísimo presente. No llenaste
de oprobio a tu anciano padre y a los hijos de Zeus, ni hiciste lo que
dijeron. Ahora recuerdo tus bodas, y las antorchas que yo llevaba
junto a tu carro de cuatro caballos, cuando en compañía de tu esposo
dejabas tu palacio paterno. Malo es, sin duda, el que no se interesa
por la suerte de sus amos, y ni se alegra cuando son dichosos, ni llora
en sus adversidades. Yo, aunque nací esclavo, cuéntome, no obstante,
entre los siervos nobles, y aunque no puedo llamarme libre, lo soy por
mis pensamientos. Más vale esto que en un solo hombre se junten dos
males: un corazón dañado y la esclavitud que lo sujeta a sus semejantes.

MENELAO

Anciano, que soportaste conmigo en la guerra innumerables trabajos,
ahora, partícipe de mi felicidad, ve y anuncia a mis compañeros lo
sucedido, y cuéntales mi próspera fortuna, y diles que permanezcan
en la costa y aguarden el resultado de la lucha que, según creo,
me espera; quizá nos llevemos de aquí a Helena si me ayudan, y
aprovechando la ocasión, dejaremos incólumes este país bárbaro.

EL MENSAJERO

Así se hará, ¡oh rey! Ahora comprendo cuán perjudiciales son los
adivinos y cuán falsas sus profecías. No nos revelan lo futuro ni las
llamas ni el canto de las aves; pura necedad de los mortales es la
creencia en tales auspicios. Nada dijo Calcas,[343] nada anunció al
ejército, como lo hubiera hecho si supiera que sus amigos morían por
una nube, ni tampoco Heleno,[344] y Troya fue saqueada inútilmente.
Dirás acaso que Dios no lo permitió. Pero entonces, ¿a qué consultar
a los adivinos? Al sacrificar a los dioses, pidámosles lo que nos
convenga, y dejémonos de oráculos, que son artificios y vanas
invenciones, y nadie sin trabajar se ha enriquecido, examinando solo
las llamas. La prudencia y la sensatez son los mejores adivinos.[345]

EL CORO

Lo mismo que este anciano pienso yo de los adivinos; los dioses nos
sean propicios, y tendremos a nuestro favor la mejor de las profecías.

HELENA

Sea, pues, enhorabuena, que hasta aquí todo va bien. Pero nada se
pierde en saber cómo has venido en salvo desde Troya, y es natural que
deseemos conocer las desdichas de nuestros amigos.

MENELAO

Con una sola pregunta, y de una sola vez, quieres que te conteste a
tantas cosas. ¿A qué te he de contar las calamidades que sufrí en el
mar Egeo[346] y hablarte de hogueras de Nauplio,[347] en la Eubea,
de Creta[348] y de las ciudades de la Libia que he cruzado, y de las
grutas de Perseo?[349] Mis palabras no te satisfarían; al referirte
mis trabajos los recordaría con pesar, y ahora, después de pasados,
siento natural fatiga, y sin fruto alguno me afligirían dos motivos de
tristeza.

HELENA

Preferible es tu respuesta a mi pregunta. Dime tan solo, dejando lo
demás, cuánto tiempo has andado errante por los mares.

MENELAO

Además de los diez años que estuve en Troya, han pasado después otros
siete.

HELENA

¡Ay dioses! Largo tiempo es, ¡oh desventurado! Y allí te salvaste, y
ahora vienes a morir.

MENELAO

¿Qué es eso? ¿Qué dices? ¡Tú me has perdido, mujer!

HELENA

Te dará muerte el dueño de este palacio.

MENELAO

¿Pues qué delito he cometido para merecerla?

HELENA

Has venido a contrariar sus deseos y a impedir mi enlace.

MENELAO

¿Pues quién desea contraerlo con mi mujer?

HELENA

Y afligirme con nueva afrenta.

MENELAO

¿Algún particular poderoso, o el soberano de este país?

HELENA

El hijo de Proteo, que aquí reina.

MENELAO

Vamos, ya comprendo el enigma de aquella esclava.[350]

HELENA

¿A qué puerta bárbara te acercaste?

MENELAO

A esta, y de ella me rechazaron como a un pordiosero.

HELENA

¿Pedías acaso que socorriesen tu necesidad? ¡Oh desventurada de mí!

MENELAO

Así era, en efecto; pero sin llevar ese nombre de mendigo.

HELENA

¿Luego, según parece, sabes cuanto ocurre acerca de mi himeneo?

MENELAO

Lo sé; pero ignoro si has procurado evitarlo.

HELENA

No dudes que mi tálamo te aguarda intacto.

MENELAO

¿Cómo lo probarás? Grato es lo que dices, siendo cierto.

HELENA

¿Ves mi asilo, cerca de este sepulcro?

MENELAO

Veo, desventurada, este lecho en tierra; pero ¿qué tiene de común
contigo?

HELENA

Aquí venía yo suplicante a pedir que el cielo me librase de esas
nupcias.

MENELAO

¿Sin haber ara en él?[351] ¿Es esa la costumbre de los bárbaros?

HELENA

Este sepulcro nos protege, como si fuese un templo de los dioses.

MENELAO

¿Y no podré llevarte a mi patria?

HELENA

En vez de un lecho, te espera homicida cuchilla.

MENELAO

Soy, pues, el mortal más desdichado.

HELENA

No te desanimes, sino huye de esta tierra.

MENELAO

¿Abandonándote? Por ti derribé a Troya.

HELENA

Más te conviene huir que perder la vida por ser mi esposo.

MENELAO

Como cobarde me aconsejas lo que es indigno del destructor de Ilión.

HELENA

No puedes matar al rey, como quizá deseas.

MENELAO

¿Es acaso su cuerpo invulnerable al hierro?

HELENA

Lo sabrás. Acometer imposibles no es de hombre prudente.

MENELAO

¿Entregaré callado mis manos a las esposas que han de sujetarlas?

HELENA

Ahora no sabes qué hacer. Es preciso inventar algún artificio.

MENELAO

Es más glorioso morir después de ejecutar alguna hazaña, que sin hacer
nada.

HELENA

Una sola esperanza hay de salvarnos.

MENELAO

¿Recurriendo al soborno, a la audacia, o a la persuasión?

HELENA

Si el rey ignora que has venido...

MENELAO

¿Quién me ha de descubrir? Seguramente no sabrá quién soy.

HELENA

Allá dentro le auxilia alguna semejante a los dioses.

MENELAO

¿Algún oráculo?

HELENA

No, una hermana; llámanla Teónoe.

MENELAO

Fatídico es el nombre;[352] pero dime, ¿qué he de hacer?

HELENA

Todo lo sabe, y revelará a su hermano tu llegada.

MENELAO

Moriremos, porque no es posible ocultarme.

HELENA

A no ser que a fuerza de súplicas logremos persuadirla...

MENELAO

¿Qué? ¿Qué esperanza me dejas entrever?

HELENA

Que nada anuncie a su hermano de lo ocurrido.

MENELAO

Y si la persuadiéramos, ¿podríamos dejar este país?

HELENA

Fácilmente, si ella nos ayuda, pues ocultárselo es imposible.

MENELAO

A ti te toca esto, porque las mujeres se avienen bien unas con otras.

HELENA

No dejaré, sin duda, de abrazar sus rodillas.

MENELAO

¿Y si no aprueba nuestro proyecto?

HELENA

Tú morirás, y yo, desdichada, me casaré con él a la fuerza.

MENELAO

Tú me vendes; esa violencia es un pretexto.

HELENA

Lo juro por tu cabeza: el más santo juramento.

MENELAO

¿Qué dices? ¿Que morirás tú y no contraerás nuevas nupcias?

HELENA

A ambos nos matará la misma cuchilla, y después yaceré a tu lado.

MENELAO

Toca entonces mi diestra.

HELENA

Tócola, pues, y te juro que, muerto, dejaré también la luz.

MENELAO

Y yo, sin ti, acabaré mi vida.

HELENA

¿Y cómo moriremos gloriosa muerte?

MENELAO

Después de inmolarte en este sepulcro, me suicidaré. Mas primeramente
acometeremos por tu posesión peligrosa lucha. Acérquese quienquiera,
no ajaré la gloria ganada en Troya, ni volveré a la Grecia para servir
de mofa, ya que Tetis perdió por mi causa su hijo Aquiles, y presencié
la muerte de Áyax Telamonio, y vi sin hijo al que engendró Neleo.[353]
Después de esto, ¿no osaré morir por mi esposa? Sí, sin duda, porque
si son sabios los dioses, cubrirán de leve tierra el sepulcro del varón
esforzado que muera a manos de sus enemigos, pues en el duro suelo
echan sobre los cobardes pesada carga.

EL CORO

¡Oh dioses, que alguna vez sea afortunado el linaje Tantáleo, y se vea
libre de males!

HELENA

¡Desventurada de mí! ¡Funesta es mi suerte, oh Menelao! Todo se
acabó para nosotros. Del palacio sale la fatídica Teónoe. La puerta
suena, las barras crujen; huye. Pero ¿a qué huir? Ya esté ausente,
ya presente, sabe que has llegado. ¡Oh infeliz de mí, cuán cierta es
mi muerte! Lejos ya de Troya y de los bárbaros, por segunda vez te
amenazan bárbaras espadas.

TEÓNOE (_que sale del palacio, precedida de dos esclavas con
antorchas_).

Precédeme tú, llevando la brillante luz de las antorchas, y purifica
con azufre el aire, como manda la religión, para que aspiremos las
auras puras del cielo.[354] Que la llama lustral alumbre el sendero,
por si alguno lo ha hollado, profanándolo con su pie impío, y sacude
la antorcha ardiente antes que yo pase; y observando el rito que me
han enseñado los dioses, llevad otra vez el fuego al hogar doméstico.
(_Volviéndose hacia Helena_). ¿Qué hay, Helena? ¿Qué dices de mis
vaticinios? Vino al fin tu esposo Menelao: este es, sin sus naves y sin
tu imagen. (_A Menelao_). ¡Oh desventurado!, de cuántos trabajos te
libra tu venida, y no sabes si volverás a tu patria o si te quedarás
aquí; causa de discordia eres entre los dioses, y hoy mismo, en
presencia de Zeus, celebrarán consejo para decidir de tu suerte. Hera,
hasta ahora tu enemiga, te ama ya, y quiere que vuelvas a Esparta
con Helena, para que sepa la Grecia que fueron falsas las nupcias de
Alejandro, don de Afrodita. Esta diosa se opone a vuestro regreso,
temiendo duras reconvenciones, no se crea que ganó la palma de la
belleza por la promesa que hizo a Paris de casarlo con Helena.[355] En
mi mano está la postrera resolución de este asunto, ya perdiéndote,
como Afrodita desea, si digo a mi hermano que estás aquí, ya
salvándote la vida, si me inclino al parecer de Hera y lo oculto a mi
hermano, que me ordenó participarle tu venida. ¿Quién irá a anunciarle
a Teoclímeno que está aquí Menelao, para librarme de responsabilidad?

HELENA

¡Oh virgen!, suplicante caigo a tus rodillas, y en tan humilde postura
permaneceré impetrando tu gracia en nuestro favor, puesto que apenas
encuentro a mi esposo cuando lo veo en peligro de muerte; no reveles a
Teoclímeno su llegada a mis brazos, que tanto le aman; sálvalo, que te
lo pido suplicante; por tu hermano no faltes a tu piedad, conciliándote
su amor mala e injustamente. Dios odia la violencia, y nos manda que
conservemos cuanto nos pertenezca, prohibiéndote el empleo de la
fuerza. De todos los hombres es la tierra y el cielo, y conviene que
los poderosos no se apropien lo ajeno, ni tampoco lo arrebaten. Hermes,
por orden divina, pero con harta desdicha mía, me confió a tu padre,
encargándole que me guardase para este esposo que ha venido ahora,
ávido de recobrarme. ¿Cómo podrá lograrlo si muere? ¿Cómo me entregará
viva al que no existe? Piensa, pues, en lo que debes al divino numen y
a la religiosa memoria de tu padre, y si Hermes y él han de devolver o
no ajeno depósito. Yo, en verdad, creo que sí. No ha de ser preferido
tu hermano inicuo a tu honrado padre. Porque siendo tú profetisa, y
creyendo en los dioses, te olvidas de la gloriosa justicia de tu padre
por congraciarte con tu injusto hermano. Te deshonrarás si conociendo
todas las cosas divinas, y cuánto es y no es, ignoras lo que es justo.
Líbrame, pues, de los malos que me afligen, compadeciéndote de mi
desdicha; no hay mortal que no aborrezca a Helena, a la que en Grecia
fue infiel a su marido y habitó después en el opulento palacio de los
frigios. Si vuelvo a mi patria y otra vez entro en Esparta y saben que
han sido víctimas de los artificios de las diosas,[356] y que yo no
falté a mis amigos, me devolverán mi honesta fama, casaré a mi hija,
virgen ahora, y tranquila y dichosa gozaré de mis riquezas. Si Menelao
hubiese muerto y el fuego de la pira lo consumiera, ausente y separada
de él siempre lo lloraría; pero ¿me lo arrebatarán ahora, vivo y en
salvo? Que no sea así, ¡oh virgen!, yo te lo ruego; de todo corazón te
suplico que me concedas esta gracia, y que imites al piadoso Proteo: es
en los hijos la mayor gloria, si nacieron de padres buenos, imitar las
costumbres de los autores de sus días.

EL CORO

Digna eres tú de lástima, y a compasión mueven tus palabras; pero deseo
oír a Menelao defendiendo su vida.

MENELAO

No me es posible caer a tus rodillas, ni humedecer con lágrimas mis
párpados; disminuiría muy mucho la gloria que gané en Troya, si
mostrase timidez, aunque, según dicen, es de nobles corazones llorar
en la adversidad. Pero nunca lo haré, decoroso y todo como es, en
desdoro de mi fortaleza. Pero si te place libertar a un extranjero
que con derecho quiere recuperar a su esposa, devuélvemela y sálvame
además; si así no piensas, por grande que sea mi desdicha presente,
igual a las pasadas, tú parecerás siempre mujer injusta. Diré, pues, a
este monumento lo que es digno de mí, lo que creo justo y lo que tocará
tu corazón, recurriendo a tu padre: «¡Oh anciano!, que habitas en este
sepulcro de dura piedra, dame mi esposa, que yo te la pido, la que te
entregó Zeus en depósito, para que me la guardases. Sé que, muerto,
no me la devolverás jamás; pero tu hija no sufrirá que se invoque
vanamente a su padre, que yace bajo la tierra, y que se aje su fama,
en vida tan gloriosa; en su mano está el hacerlo. ¡Oh infernal Hades!,
también imploro tu auxilio, ya que por causa de Helena recibiste a
tantos en tu reino que murieron al filo de mi espada, y fueron tu
recompensa: o restitúyelos la vida, u obliga a Teónoe a devolverme mi
esposa, si su poder no ha de superar al de su piadoso padre». Si me
arrebatáis a Helena, os expondré las razones que ha callado ella. Un
juramento me obliga, ¡oh virgen!, a pelear primero con tu hermano, y él
o yo hemos de morir; nada hay más sencillo. Y si no nos encontramos uno
frente a otro, y el hambre nos sitia, mientras yacemos suplicantes en
este túmulo, he resuelto matar a esta y hundir después mi espada de dos
filos en mis entrañas, para que corra dentro la sangre y ambos muramos
sobre sus pulimentadas piedras, que serán testimonio de perpetuo dolor
para ti y de la deshonra de tu padre. Ni tu hermano ni otro alguno se
casará nunca con ella, que yo me la llevaré, ya que no a mi patria,
al menos a los infiernos. Pero ¿por qué digo esto? Si femenil molicie
me hiciera derramar lágrimas, sería más digno de lástima que haciendo
alarde de mi entereza. Mata, pues, si lo deseas, que no será sin gloria
mía; o, más bien, sigue mi consejo, para que seas justa, y yo recibiré
a mi esposa.[357]

EL CORO

En tu mano está, ¡oh doncella!, decidir esta contienda. Falla, pues, y
contenta a todos.

TEÓNOE

Amo la piedad por natural inclinación, no por la fuerza, y no me
olvido de mí misma, y no mancharé la gloria de mi padre ni obtendré el
favor de mi hermano llenándome de ignominia. Por naturaleza tributo
a la justicia el más respetuoso culto, y ya que heredé de Nereo don
inestimable,[358] intentaré salvar a Menelao. Hera desea favorecerte,
y yo seguiré su dictamen; séame propicia Ciprina, aunque nunca me
ha servido, pues quiero permanecer siempre virgen. Respecto a la
invocación que hiciste a este sepulcro de mi padre, pienso como tú;
obraré injustamente si no te la devuelvo, que él, si viviera, te la
entregaría para que la poseyeses, porque en el infierno y en el cielo
hay una justicia que venga las maldades de todos los hombres. El alma
de los que mueren, propiamente no vive si no siente su inmortalidad
cuando camina en alas del sempiterno Éter.[359] Para acabar en pocas
palabras, accederé a tu súplica, guardando silencio, y no ayudaré a
mi hermano en su necio empeño. Aunque no lo parezca, es un verdadero
beneficio borrar su impiedad y traerlo al buen sendero. Buscad, pues,
vosotros el medio de resolver estas dificultades; yo me retiro, y os
prometo callarme. Pero comenzad vuestra obra suplicando a los dioses, y
especialmente a Afrodita, que os deje volver a vuestra patria, y rogad
a Hera que persista en su propósito de salvaros. A ti, ¡oh mi difunto
padre!, jamás llamarán impío habiendo sido piadoso. (_Entra en el
palacio_).

EL CORO

Nunca fue el injusto afortunado; solo en la justicia hay esperanza de
salud.

HELENA

Nos salvamos en cuanto depende de esta virgen. Menester es ahora que
veamos el medio de librarnos de estos males.

MENELAO

Oye, pues, tú que has estado largo tiempo en este palacio y has vivido
con los servidores del rey.

HELENA

¿Por qué lo dices? Me infundes alguna esperanza que podrás hacer algo
en nuestro provecho.

MENELAO

¿Podrías persuadir a alguno de los que tienen cuadrigas que nos diese
una?

HELENA

Sí. Pero ¿cómo hemos de huir no conociendo estos campos y tierras
bárbaras?

MENELAO

¿Dices que es imposible? ¿Y si ocultándome en el palacio mato al rey
con esta cuchilla de dos filos?

HELENA

No lo sufriría su hermana, ni se callaría tampoco, sabiendo que
intentabas matarlo.

MENELAO

Ni aun nave tenemos en donde huir, en el mar está la única que
poseíamos.

HELENA

Óyeme, si es que la mujer puede hablar con prudencia.[360] ¿Quieres
fingirte muerto?

MENELAO

De mal agüero es eso; pero si hemos de ganar algo, preparado estoy a
morir de esa manera, no en realidad.

HELENA

Y yo golpearé mis mejillas delante de ese rey impío, y cortaré mis
cabellos y me lamentaré amargamente.

MENELAO

¿Y de que nos servirá? Algo callas.

HELENA

Pediré licencia al tirano para ocultarte en un cenotafio, como si
hubieses muerto en la mar.

MENELAO

Supongamos que la concede. ¿Cómo nos escaparemos sin nave, si depositas
mi cuerpo en un cenotafio?

HELENA

Le rogaré que me conceda una, en la cual llevaremos tus fúnebres galas
para lanzarlas a las olas del mar.

MENELAO

¡Qué bien me parece! El único inconveniente que se me ocurre, es que si
manda que me sepultes en tierra es inútil tu invención.

HELENA

Pero diremos que en Grecia no es costumbre sepultar en la tierra a los
que perecieron en la mar.

MENELAO

También apruebo esto. ¿Y yo navegaré contigo, y en la misma nave irán
mis fúnebres galas para arrojarlas a la mar?

HELENA

Es necesario que subas en ella[361] cuanto antes con tus compañeros de
navegación que se libraron del naufragio.

MENELAO

Y cuando me embarque, echada el áncora, cada griego, armado de su
espada, podrá atacar a nuestros enemigos.

HELENA

A ti te toca esto: que los vientos nos sean después favorables para
llenar nuestras velas y dirigir nuestro rumbo.

MENELAO

Basta ya; los dioses pondrán término a mis sufrimientos. Pero ¿cómo
dirás que supiste mi muerte?

HELENA

Diré que de ti la supe; tú fingirás que eres el único que se ha salvado
cuando navegabas con el hijo de Atreo, y que lo viste morir.

MENELAO

Y al contemplar estos harapos que cubren mi cuerpo, restos del
naufragio, quedará más convencido.

HELENA

A propósito vinieron; lástima ha sido que se perdieran tus vestidos;
pero acaso este mal redundará en beneficio nuestro.

MENELAO

¿He de entrar contigo en el palacio, o permaneceremos en este sepulcro?

HELENA

Quédate aquí, porque si emplea contra ti la fuerza, este sepulcro y tu
espada podrán defenderte. Yo entraré en el palacio, y cortaré antes
mis cabellos, y en vez de vestidos blancos me los pondré negros, y
con mis manos llenaré de sangre mis mejillas. Grande es el peligro, y
resultará una de dos cosas: o moriré si descubren nuestro artificio, o
volveré a mi patria, salvándote. ¡Oh Hera veneranda! que yaces en el
lecho de Zeus, protege a dos desdichados que te lo ruegan tendiendo
sus brazos al cielo, en donde habitas entre sus espléndidos astros. Y
tú, Afrodita, que obtuviste la palma de la belleza al precio de mis
nupcias, no me pierdas. Bastante daño me has hecho ya, dando a los
bárbaros mi nombre, no mi cuerpo. Si quieres que muera, que sea en mi
patria. ¿Nunca te compadecerás de los míseros mortales, olvidándote de
amores, artificios y engaños, manantial de sangre que brota del seno
de las familias, seducidas por tus dulces atractivos? Si te moderases
serías la diosa más amada de los hombres. Nada más diré. (_Vase_).

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Ruiseñor de triste canto, rey de las aves cantoras,
que revuelas gozoso en las umbrías arboledas habitadas por las musas;
ven a acompañar mis lamentaciones y modula tus trinos con tu garganta,
recordando los trabajos de la mísera Helena y las desdichas deplorables
de los hijos de Troya, vencidos por las lanzas griegas, cuando guiado
por Afrodita vino Paris, tu infausto esposo, ¡oh Helena!, turbando la
mar con bárbaros remeros, y llevándose de Lacedemonia la compañera de
Menelao, tan funesta a los hijos de Príamo.

_Antístrofa 1.ª_ — Muchos aqueos sufrieron dolorosa muerte, ya
atravesados por la lanza, ya heridos por las piedras, obligando a
cortar sus cabellos a sus esposas, que desde entonces yacen viudas en
solitario hogar. A muchos perdió también el marino que usa un solo remo
y alumbra con luz ardiente la isla de Eubea,[362] encendiendo luminar
engañoso, y arrastrándolos a las rocas Cafereas o a las costas del mar
Egeo. Funestos fueron los montes sin hospitalarios puertos, cuando el
soplo de las tempestades llevó a Menelao lejos de su patria, acompañado
de bellísimo portento, vestido a la bárbara usanza, causa de contienda
entre los griegos, sagrada imagen que formó Hera de la niebla.

_Estrofa 2.ª_ — ¿Qué hombre de los que investigan la razón de todo
podrá afirmar que hay dioses o que no los hay, viéndolos girar en todos
sentidos por los accidentes más imprevistos?[363] Tú, ¡oh Helena!, hija
de Zeus que transformado en ave te engendró en el seno de Leda, infame
has sido en la Grecia, que te llama deshonesta, traidora, pérfida e
impía, y al fin no sé lo que creerán los hombres. Pero la palabra de
los dioses ha sido para mí verdadera.

_Antístrofa 2.ª_ — Insensatos sois cuantos ansiáis bélica gloria,
dirimiendo neciamente las míseras contiendas humanas con la punta de la
guerrera lanza. Si ha de resolverlas lucha sangrienta, nunca huirá la
discordia de las ciudades. También invadió los lechos nupciales de la
tierra de Príamo, cuando por medios pacíficos hubiesen podido arreglar
sus encontradas pretensiones acerca de tu posesión, ¡oh Helena! En el
Orco yacen ahora los troyanos, y la llama arrasó, cual rayo de Zeus,
las murallas, y unas desdichas siguen a otras, y nunca cesan las
calamidades que afligen a los míseros troyanos. (_Mientras canta el
Coro, Menelao se esconde detrás del sepulcro de Proteo. Así permanece
oculto a la vista de Teoclímeno, que llega del campo acompañado de
monteros y perros_).

TEOCLÍMENO

Salve, sepulcro de mi padre: a la puerta de mi palacio te sepulté, ¡oh
Proteo!, atento solo a mi salvación, y siempre tu hijo Teoclímeno,
cuando sale o entra en él, te saluda respetuosamente, ¡oh padre mío!
Vosotros, servidores, llevad a la regia estancia los perros y las redes
de las fieras.[364] Muchas veces me he arrepentido de no castigar a
los malvados con la muerte. Y ahora poco supe que cierto griego había
arribado públicamente a esta costa y engañado a los espías, ya él
también lo sea, ya trate de robar a Helena; pero morirá si cae en mis
manos. ¡Hola! Ya, según parece, ha realizado su propósito, porque,
abandonando el sepulcro, la hija de Tindáreo ha huido en alguna nave de
este país. Eh, servidores, abrid las puertas, desatad los caballos y
sacad los carros, para que en cuanto pueda no me engañen, arrebatándome
la esposa que deseo. (_Sale Helena del palacio vestida de luto,
cortados los cabellos y derramando lágrimas_). Pero no os mováis, que
en el palacio está la que vamos a perseguir, y no ha huido. ¡Hola! ¿Por
qué te vistes de negro, no de blanco, y has cortado con el hierro los
cabellos de tu bella cabeza y lloras, regando tus mejillas lágrimas
abundantes? ¿Te hacen gemir nocturnos sueños o la fama te ha traído
triste nueva, llenándote de aflicción?

HELENA

¡Oh señor!,[365] que ya te debo llamar así, muerta soy. Completa es mi
ruina, todo se acabó ya para mí.

TEOCLÍMENO

¿Qué calamidad te aqueja? ¿Qué ha ocurrido?

HELENA

Menelao, ¡ay de mí!, ¿cómo lo diré?, ha muerto.

TEOCLÍMENO

No creas que me alegra esa noticia, aunque por otra parte me haga
feliz. ¿Cómo lo has sabido? ¿Te lo dijo acaso Teónoe?

HELENA

Ella me lo dijo, y además quien presenció su muerte.

TEOCLÍMENO

¿Ha llegado acaso alguno que lo anuncie con toda certeza?

HELENA

Sí, y ojalá que se presente como yo deseo.

TEOCLÍMENO

¿Quién es? ¿En dónde está? Quiero saberlo con seguridad.

HELENA

El que se sienta trémulo cerca de este monumento. (_Aparece entonces
Menelao_).

TEOCLÍMENO

¡Oh Apolo!, y qué traza tan miserable es la tuya.

HELENA

¡Ay de mí! Paréceme que veo a mi marido.[366]

TEOCLÍMENO

¿Cuál es la patria de este hombre y de dónde viene?

HELENA

Es griego, y uno de los aqueos que navegaban con mi esposo.

TEOCLÍMENO

¿Y dice cómo pereció Menelao?

HELENA

Del modo más deplorable, en las húmedas ondas del mar.

TEOCLÍMENO

¿En qué paraje bárbaro navegaba?

HELENA

La tempestad le arrojó contra los escollos inaccesibles de la Libia.

TEOCLÍMENO

Y estando en la misma nave de Menelao, ¿cómo no pereció también?

HELENA

A veces los malos son más afortunados que los buenos.

TEOCLÍMENO

Y el recién venido, ¿en dónde dejó los restos de la nave?

HELENA

En donde valiera más que hubiese muerto, en vez de Menelao.

TEOCLÍMENO

Murió, pues. ¿Qué buque ha traído a ese mensajero?

HELENA

Según dice, lo recogió uno que sobrevino en el momento del naufragio.

TEOCLÍMENO

¿Y qué se hizo de la calamidad que en tu lugar estuvo en Troya?

HELENA

¿Aludes a mi vaporosa imagen? Se desvaneció en el aire.

TEOCLÍMENO

¡Oh Príamo y míseros troyanos, cuán vanamente perecisteis!

HELENA

Víctima soy también de las desdichas de los troyanos.

TEOCLÍMENO

¿Dejó insepulto a tu marido, o lo enterró?

HELENA

Dejolo insepulto. ¡Ay de mi desventura, ay de mis males![367]

TEOCLÍMENO

¿Y por eso cortaste los rizos de tu blonda cabellera?

HELENA

Ámolo siempre, aunque yazga en los infiernos.

TEOCLÍMENO

¿Y es verdad que deploras esta desdicha?

HELENA

¿Es fácil acaso ocultarla a tu hermana?[368]

TEOCLÍMENO

De ninguna manera. Y después de esto, ¿continuarás habitando en este
sepulcro?[369]

HELENA

¿Por qué me mortificas con preguntas y ni aun a los muertos respetas?

TEOCLÍMENO

Fiel eres, sin duda, a tu esposo, negándote siempre a acceder a mis
deseos.

HELENA

Pero ya no; dueño eres de mi mano.

TEOCLÍMENO

Tarde has consentido, y sin embargo lo apruebo.

HELENA

¿Sabes lo que has de hacer? Olvidémonos de lo pasado.

TEOCLÍMENO

¿Bajo qué condición? Un favor se paga con otro.

HELENA

Hagamos las paces; roconcíliate conmigo.

TEOCLÍMENO

Desaparezca, pues, mi indignación contra ti, y que el viento la lleve.

HELENA (_arrojándose a sus pies_).

Por estas rodillas te ruego, ya que me amas...

TEOCLÍMENO

¿Qué deseas, suplicándome así?

HELENA

Que me dejes sepultar a mi difunto esposo.

TEOCLÍMENO

¿Cómo, pues? ¿Se sepulta a los ausentes? ¿Enterrarás acaso una sombra?

HELENA

Es costumbre entre los griegos, si alguno muere en la mar...

TEOCLÍMENO

¿Qué se hace? Astutos son los Pelópidas en tales ocasiones.

HELENA

Sepultar el vacío tejido de un peplo.[370]

TEOCLÍMENO

Celebra sus funerales; levántale un túmulo en el campo, en donde
quisieres.

HELENA

No sepultamos así a los navegantes que murieron.

TEOCLÍMENO

¿Cómo, pues? Ignoro los ritos funerarios de los griegos.

HELENA

Lanzamos al mar cuanto se consagra al muerto.

TEOCLÍMENO

¿Qué quieres, pues, que te conceda en su favor?

HELENA

No lo sé. (_Mirando a Menelao_). Nuevo es para mí todo, habiendo sido
antes feliz.

TEOCLÍMENO

¡Oh extranjero!, grata nueva has anunciado.

MENELAO

No para mí, al menos, ni tampoco para el difunto.

TEOCLÍMENO

¿Cómo sepultáis a los muertos que perecieron en la mar?

MENELAO

Con arreglo a la fortuna de cada uno.

TEOCLÍMENO

No repares en gastos y di lo que quieras, que lo conseguirás, si algo
vale mi amor a Helena.

MENELAO

Primeramente se les ofrecen libaciones de sangre.

TEOCLÍMENO

¿Sangre de qué? Dilo, que se te facilitará cuanto quieras.

MENELAO

Manda tú lo que mejor te parezca; bastará lo que dieres.

TEOCLÍMENO

Entre los bárbaros se acostumbra inmolar un caballo o un toro.[371]

MENELAO

Pero no nos hagas algún presente que sea de poco valor.

TEOCLÍMENO

En mis numerosos rebaños no escasean nobles víctimas.

MENELAO

Y se lleva un lecho preparado, por supuesto sin el cadáver.

TEOCLÍMENO

Se cumplirán tus deseos. ¿Y qué otra cosa falta con arreglo a vuestros
ritos?

MENELAO

Bronceadas armas, porque era aficionado a ellas.

TEOCLÍMENO

Dignas del hijo de Pélope serán las que te demos.

MENELAO

Y además cuantas bellas flores produzca la tierra.

TEOCLÍMENO

¿Y para qué? ¿De qué manera arrojáis a la mar todo esto?

MENELAO

Necesitamos una nave con sus remeros.

TEOCLÍMENO

¿Y a qué distancia se ha de alejar de la tierra?

MENELAO

Apenas se han de ver desde la orilla las ondas que la cerquen.

TEOCLÍMENO

¿Con qué objeto? ¿Quién instituyó entre los griegos esta costumbre?

MENELAO

Para que las ofrendas no sean rechazadas por las olas contra la costa.

TEOCLÍMENO

Pondré a vuestra disposición ligera nave fenicia.

MENELAO

Basta esto, y lo agradecerá Menelao.

TEOCLÍMENO

¿Y puedes hacerlo sin el concurso de Helena?

MENELAO

Al contrario, ha de presidir la madre, la esposa o los hijos.

TEOCLÍMENO

¿Ella, pues, según dices, ha de celebrar las exequias de su marido?

MENELAO

Piadosa obligación es para los justos no defraudar las legítimas
esperanzas de los muertos.

TEOCLÍMENO

Así sea. Interésame que sea piadosa la compañera de mi lecho. Iré,
pues, al palacio y enviaré las fúnebres galas; y cuando te vayas, no
será con las manos vacías, si en algo estimo el favor que Helena me
dispensa. Por haberme traído tan fausta nueva, recibirás, en vez de tus
sórdidos harapos, un nuevo traje y abundantes provisiones, para que
puedas volver a tu patria, ya que tu estado es tan miserable. Tú, ¡oh
desventurada!, no te atormentes deplorando una desgracia irreparable.
Se ha cumplido el destino de Menelao, y muerto ya, no puede resucitar.

MENELAO (_a Helena_).

Deber tuyo es, ¡oh joven!, amar a tu esposo mientras exista, y cuando
muera no acordarte de él; paréceme lo mejor que puedes hacer ahora. Si
llego con felicidad a la Grecia, lavaré tu antigua mancha, si, como
espero, te comportas cual debes con tu marido.

HELENA

No lo dudes; no podrá quejarse, como tú mismo has de ver. Pero entra,
¡oh desventurado!, lávate y deja esos harapos. No tardaré en probarte
mi bondad. Con más afición harás a mi querido Menelao sus exequias, si
de nosotros consigues lo que mereces. (_Vanse los tres_).

EL CORO

_Estrofa 1.ª_[372] — La rústica madre de los dioses recorrió en otro
tiempo con pies ligeros los agrestes bosques, y atravesó las corrientes
de los ríos, y las ondas del mar que resuena gravemente buscando a
su perdida hija, que no debemos nombrar,[373] mientras las báquicas
campanillas se agitaban con ruido, y al carro de la diosa, tirado por
fieras, acompañaban ágiles doncellas, en busca de la que fue arrebatada
de los coros virginales, y Artemisa, armada de sus saetas, y Palas, de
semblante adusto, empuñando la lanza. Pero Zeus, mirándolas desde el
cielo...

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

otra cosa decretaba.

_Antístrofa 1.ª_ — Cuando después de vagar incesante descansó de sus
trabajos la afligida madre y supo el pérfido rapto de su hija, tan
difícil de hallar, recorrió las nevadas rocas de las ninfas del Ida,
y se arrojó llorosa sobre los peñascos cubiertos de nieve; y como el
arado no surcaba los campos, nada producían para los mortales, y el
hambre azotaba a los pueblos; no brotaba lozana y abundante hierba,
alegre pasto de los ganados; faltó el alimento a las ciudades, cesaron
los sacrificios a los dioses, las ardientes libaciones no regaban las
aras y de las húmedas fuentes no manaban límpidas aguas; anunciaba todo
el dolor que sentía por la pérdida de su hija.

_Estrofa 2.ª_ — Cuando los dioses y el linaje humano llegaron a
carecer de su ordinario sustento, Zeus, para aplacar la ira funesta
de la triste madre, dijo: «Andad, Gracias venerandas, id a desvanecer
con vuestro canto la aflicción de Deméter, airada por el rapto de su
hija, y vosotras, Musas, cantad himnos en vuestro coro». Afrodita, la
más bella de los bienaventurados, tocó primero la resonante trompeta,
y tomó el tambor, cubierto de piel, y sonrió la diosa, y cogió en sus
manos la flauta de sonido grave, deleitándose con sus modulaciones.

_Antístrofa 2.ª_ — (_A Helena_). Y te olvidaste, orgullosa, de
celebrar en tu aposento tan santa fiesta, e incurriste en la cólera de
la divina madre, ¡oh hija!, no sacrificando a los dioses. Mucho pueden,
en verdad, las pieles de los manchados cervatillos, y las sagradas
férulas, y las fuentes ceñidas de hiedra, y las ondulaciones que en el
aire imprimen las campanillas dispuestas en círculo, y la cabellera
desordenada de las bacantes, y las fiestas nocturnas de la diosa ...

... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

Pero solo te envanecías con tu hermosura.

HELENA (_que sale del palacio con Menelao, ya armado_).

Todo va bien en el palacio, ¡oh amigas! La hija de Proteo, que favorece
nuestro engaño, interrogada por su hermano acerca de la muerte de mi
marido, que estaba presente, no lo ha descubierto; al contrario, dijo
que había muerto y que ya no veía la luz. Muy importante es para mi
esposo tan oportuno beneficio; lleva las armas, que debe lanzar al
mar, y embrazando el escudo con siniestra mano, y empuñando con la
diestra la lanza, se prepara a celebrar conmigo tan gratos funerales.
No esquivará así la pelea, y triunfará de innumerables bárbaros cuando
entremos en la nave, armada de numerosos remos. Ya dejó los vestidos
de náufrago y se puso otros, y yo misma le ayudé a lavarse en agua de
río, después de tanto tiempo. Pero debo callar, porque sale del palacio
quien se lisonjea de celebrar conmigo en breve su himeneo; ruégote
(_Al Coro_) que me pruebes tu afecto, y que cierres tus labios, si es
posible, para que todos nos salvemos.

TEOCLÍMENO

Adelantaos en buen orden, servidores, a celebrar las marinas exequias,
como ha dispuesto el extranjero. Tú, Helena, obedéceme, si no te
desagrada mi consejo; quédate aquí; lo mismo honrarás a tu marido
presente que ausente. Temo que tu aflicción y tristes recuerdos te
trastornen lo bastante para que te precipites también a las olas del
mar; aunque no asistas a esa ceremonia, lo llorarás, sin embargo,
cuanto quieras.

HELENA

¡Oh ínclito esposo mío!, necesario es que yo honre al primero que
visitó mi lecho nupcial tan grande es mi amor a él, que quisiera morir
también. Pero ¿de qué servirá? Déjame, pues, que vaya y que celebre sus
exequias. Que los dioses te concedan lo que deseo, y a este extranjero
que ahora nos ayuda.[374] Y en el palacio seré para ti tan buena esposa
como anhelas, por los beneficios que a Menelao y a mí dispensas. Parece
que la fortuna protege estos funerales; pero manda que nos entreguen la
nave en que hemos de llevarlo todo, para que el favor sea completo.

TEOCLÍMENO (_a uno de sus servidores_).

Ve tú y dales una nave sidónica de cincuenta remos, con los necesarios
remeros.

HELENA

¿Pero no manejará el timón el que ha dispuesto los funerales?

TEOCLÍMENO

Sin duda, y lo obedecerán mis marineros.

HELENA

Repite, pues, tus órdenes con toda claridad.

TEOCLÍMENO

Lo mandaré dos y hasta tres veces, si quieres.

HELENA

Que seas feliz y que el mejor éxito corone mis proyectos.

TEOCLÍMENO

No llores demasiado, que marchitarás tu belleza.

HELENA

Hoy sabrás hasta dónde llega mi gratitud.

TEOCLÍMENO

Vano trabajo nos tomamos por los muertos.

HELENA

Aquí y allí hay algunos a quienes aludo.

TEOCLÍMENO

En mí tendrás un esposo en nada inferior a Menelao.

HELENA

Exento estás de culpa; solo falta que me proteja la fortuna.

TEOCLÍMENO

De ti dependo, si me amas.

HELENA

Hace ya tiempo que aprendí a estimar a los amigos.

TEOCLÍMENO

¿Quieres, acaso, que yo te acompañe y gobierne la nave?

HELENA

No, rey, que no has de servir a tus esclavos.

TEOCLÍMENO

Ea, pues, olvidemos ya los ritos de los hijos de Pélope; puro está
nuestro palacio, pues Menelao no expiró en él. Anuncíese a mis sátrapas
que me traigan presentes nupciales; conviene que en todo mi reino
resuenen faustos epitalamios por mi himeneo con Helena, y que celebre
mi dicha. Vete, extranjero, y cuando abandonares en los brazos de la
mar al primer esposo de esta, vuelve pronto a mi palacio con Helena
para solemnizar mis bodas, ya regreses luego a tu patria, ya prefieras
quedarte con nosotros y ser feliz. (_Retírase_).

MENELAO

¡Oh Zeus!, llamado padre y dios sabio, míranos y líbranos de nuestros
males, y ayúdanos diligente, ya que hasta ahora arrastro penosa
cadena de males. Basta que nos toque tu dedo, y alcanzaremos la dicha
que deseamos. Innumerables trabajos hemos sufrido ya. Muchas veces,
¡oh dioses!, os he invocado en vano para que os compadezcáis de mis
miserias; no siempre he de ser desdichado; concededme al fin próspera
fortuna. Acceded ahora a mis ruegos, y seré después feliz. (_Vase con
Helena_).

EL CORO

_Estrofa 1.ª_ — Veloz nave fenicia de Sidón, que cortas las ondas
mugidoras,[375] amada de los remeros, y precedes danzando a los
graciosos coros de los delfines, cuando los vientos no agitan las
olas; que Galanea,[376] la azulada hija del Ponto, diga así: «Tended
las velas a las marinas brisas, y empuñad los remos de abeto, ¡oh
marineros!, y llevad a Helena a los puertos de Perseo».[377]

_Antístrofa 1.ª_ — (_A Helena_). Cerca de la corriente del río[378]
hallarás a las doncellas Leucípides,[379] o ante el templo de Atenea,
mezclándote al fin, aunque tarde, en los coros o en las fiestas
nocturnas de Jacinto,[380] muerto a manos de Apolo cuando intentó
llegar a la meta con el disco, origen de las fiestas anuales que
fundó entonces en la Laconia el hijo de Zeus. Y casarás a la tierna
doncella[381] que dejaste en su casa ... pues todavía no han lucido en
su honor las antorchas.

_Estrofa 2.ª_ — ¡Ojalá que aladas cortáramos los aires, formando
escuadrón como las aves líbicas,[382] cuando emigran huyendo del
invierno, obedientes a la voz de su capitán, resonando a su paso por
los campos áridos y los llenos de frutos! ¡Oh aves de largo cuello,
que rivalizáis con las nubes, llegad hasta las Pléyades y el nocturno
Orión, y anunciad, deteniéndoos en la orilla del Eurotas, que Menelao,
después de tomar a la ciudad de Dárdano, volverá a su patria!

_Antístrofa 2.ª_ — Surcando el aire de vuestro carro, venid al fin,
hijas de Tindáreo, que habitáis en el cielo bajo los torbellinos de los
brillantes astros, y velad por Helena en el mar azulado, y en sus olas
espumosas y cerúleas, enviando desde vuestra morada vientos propicios a
los navegantes; no consentid que llene a vuestra hermana de ignominia
su bárbaro himeneo, resultado de la contienda del Ida, causa para ella
de graves penas, aunque nunca haya pisado las torres febeas[383] del
Ilión.

EL MENSAJERO

¡Oh rey!, muy oportunamente te encuentro en tu palacio; pronto oirás
males inesperados.

TEOCLÍMENO

¿Qué hay?

EL MENSAJERO

Busca otra mujer, que Helena desapareció ya de aquí.

TEOCLÍMENO

¿Volando, u hollando la tierra?

EL MENSAJERO

Menelao, el mismo que se presentó a anunciarte su propia muerte, se la
llevó en la nave.

TEOCLÍMENO

¿Qué prodigio cuentas? ¿Pero cúyo era el bajel en que huyeron?
Increíble es lo que dices.

EL MENSAJERO

El mismo que cediste al extranjero. En una palabra, se escapó con tus
marinos.

TEOCLÍMENO

¿Cómo? Deseo saberlo. No puedo creer que uno solo haya vencido a tantos
como te acompañaban.

EL MENSAJERO

Después que la hija de Zeus se encaminó desde este palacio a la orilla
del mar, astuta, andaba con molicie, y gemía al lado de su esposo, no
en verdad muerto. Cuando llegamos a la cerca en que se guardan tus
naves, sacamos a la mar un bello buque sidonio, que contaba cincuenta
remos con sus bancos. Todos trabajaban a porfía: uno preparaba el
mástil, otro ponía el remo al alcance de su mano, estos desataban las
blancas velas, aquellos soltaban las riendas del timón. Mientras nos
afanábamos así, ciertos griegos, compañeros de viaje de Menelao, que
nos esperaban, se acercaron a la orilla, vestidos como náufragos y de
escuálido aspecto, al menos en la apariencia. Cuando los vio el hijo
de Atreo, les habló así, fingiendo dolor engañoso: «¡Oh desdichados!,
¿en qué lancha os salvasteis? ¿Qué nave griega os trajo? ¿Queréis
acompañarnos a celebrar los funerales del difunto Atrida, al cual,
aunque ausente, tributa los últimos honores la hija de Tindáreo,
que aquí veis?». Ellos, derramando falsas lágrimas, entraron en la
nave, ofreciendo a Menelao las libaciones que él mismo hacía a la
mar. Mas nosotros empezábamos ya a desconfiar y hablábamos unos con
otros, viendo la multitud que llenaba el buque, y callábamos, sin
embargo, obedientes a tus órdenes insensatas, pues habías mandado que
el extranjero manejase el timón. Ya todo estaba pronto, no con mucho
trabajo, y solo faltaba que el toro salvase el tablado por donde
se entraba en la nave; mugía, revolviendo los ojos a todas partes,
y bajaba la cabeza y nos miraba, sin permitir que nos acercásemos.
Entonces exclamó el marido de Helena: «Vosotros los que derribasteis
a Troya, ¿no cargaréis al toro en vuestros hombros, como los griegos
acostumbran, y lo arrojaréis a la proa, y mi cuchilla, ya pronta,
herirá la víctima, que se ha de inmolar al muerto?». Ellos, dóciles
a su mandato, se apoderaron de él y lo llevaron a las tablas de la
nave, y Menelao, acariciando su cuello y su frente, sujeta con un
solo nudo, lo hizo entrar en ella. Al fin, después que todo estuvo
preparado, subió Helena las escalas con sus pies bellos, y tomó
asiento en medio de la nave, y junto a ella Menelao, el que se decía
difunto. Los griegos, sin separarse unos de otros, formando grupos
iguales a la derecha y a la izquierda de ambos, sentáronse también,
ocultando sus espadas bajo los vestidos. Al oír la voz del capitán de
los remeros, resonaron en la mar nuestros clamores. Cuando estábamos
a cierta distancia de la tierra, el piloto que regía el timón hizo
esta pregunta: «¿Navegamos más allá, ¡oh extranjero!, o nos quedamos
aquí, ya que tú eres nuestro capitán?». Él dijo «Basta», y empuñando
la espada en la diestra se encamino a la proa a degollar al toro,
aunque sin hacer mención del muerto, y al cortar su cuello, se expresó
así: «¡Oh marino Poseidón, que habitas en el salado piélago, y castas
hijas de Nereo, de aquí llevadme en salvo, con mi esposa, hasta la
costa Nauplia!». Ya la sangre saltaba a borbotones a la mar, feliz
presagio de la navegación del extranjero. Alguno exclamó entonces:
«Nos engaña, marineros, retrocedamos; tú ordena la maniobra, y tú da
vuelta al timón». Pero el hijo de Atreo, así que mató al toro, derecho,
en medio de sus compañeros, los exhortó con estas palabras: «¿Por
qué titubeáis, ¡oh flor de la Grecia!, en degollar y matar a estos
bárbaros y en arrojarlos a la mar?». Tu prefecto entonces, por la otra
parte, arengó de esta suerte a los marineros: «¿No habrá quien empuñe
un trozo de lanza, quien rompa un banco, ni quien arranque un remo
para resistir, como nos sea posible, a estos extranjeros?». Y todos se
levantaron, unos con remos y otros con espadas. La sangre corrió por
el navío. Helena animaba así a los suyos desde la popa: «¿Qué se hizo
de la gloria que ganasteis en Troya? Probad vuestro esfuerzo contra
estos bárbaros». Caían unos, que se precipitaban demasiado, otros
se levantaban y otros yacían sin vida. Pero Menelao, bien armado,
observaba cuándo cedían sus compañeros, y acudía allí, esgrimiendo sus
armas hasta echarnos del buque y quitar los remos a tus marineros.
Después, apoderándose del timón, dirigió el rumbo hacia la Grecia.
Levantaron el mástil, soplaron vientos favorables, y se alejaron de
la costa. Yo, por evitar la muerte, me tiré al mar junto al áncora, y
me echaron una cuerda desde la orilla, que me salvó, y llegué a tierra
para anunciarte lo ocurrido. Nada es tan útil a los hombres como una
prudente desconfianza.

EL CORO

Nunca hubiese creído, ¡oh rey!, que Menelao en persona te engañase a ti
y a nosotros, como lo ha hecho.

TEOCLÍMENO

¡Desventurado de mí, víctima de artificios mujeriles! Desvaneciéronse
mis bodas. Si pudiese salir en persecución de la nave y apoderarme
de ella, me consolaría, vengándome pronto de los extranjeros; ahora
castigaré a mi hermana, que me ha vendido, y que, viendo a Menelao
en mi palacio, no me lo dijo. No volverá a engañar a nadie con sus
vaticinios.

EL CORO

¿Adónde te diriges, señor? ¿Vas a derramar sangre?

TEOCLÍMENO

Adonde me lleva la justicia. Pero no me lo impidas.

EL CORO

No soltaré tu vestido: te precipitas en vasto abismo de males.

TEOCLÍMENO

¿Y mandarás a tu señor, siendo su esclavo?

EL CORO

Bien sé lo que digo.

TEOCLÍMENO

No lo creeré, si no me dejas...

EL CORO

Al contrario, no te dejaremos...

TEOCLÍMENO

Matar a mi hermana, malvada si las hay...

EL CORO

Te equivocas; es la más piadosa.

TEOCLÍMENO

Que me vendió...

EL CORO

Traición honrosa en verdad, para que no fueses injusto.

TEOCLÍMENO

Entregando mi esposa a otro...

EL CORO

Que tiene más derecho a ella.

TEOCLÍMENO

¿Quién es dueño de lo mío?

EL CORO

El que la recibió de su padre.

TEOCLÍMENO

Pero la fortuna me la dio.

EL CORO

Y el destino te la quitó.

TEOCLÍMENO

Tú no eres juez de mis asuntos.

EL CORO

Sin duda, si son más sensatas mis palabras.

TEOCLÍMENO

Luego servimos, no mandamos.

EL CORO

Para ser piadoso, no para cometer injusticias.

TEOCLÍMENO

Paréceme que deseas la muerte.

EL CORO

Mata. No consentiré que sacrifiques a tu hermana. Aquí me tienes. Nada
glorifica tanto a nobles esclavos como morir por sus dueños.

LOS DIOSCUROS

Refrena, ¡oh Teoclímeno!, rey de este país, la ira que te extravía;
somos los gemelos Dioscuros, hijos de Leda y hermanos de Helena,
que huyó de tu palacio. Te enfureces al verte obligado a renunciar
a un himeneo que no aprobaba el destino; ni Teónoe, tu hermana, la
doncella que nació de la diosa nereida, te hizo injuria; adora a los
dioses y obedece los justos mandatos de tu padre. Hasta ahora debía
Helena residir en tu palacio; pero arruinada Troya y desvaneciéndose
su imagen, obra de Hera, ha de unirse otra vez a su primer esposo,
y volver a su palacio y habitar en su compañía. Aleja, pues, de tu
hermana la negra espada, y no dudes que su conducta ha sido prudente.
Ya ha mucho tiempo que protegemos a Helena, desde que Zeus nos hizo
dioses; pero cedimos al destino y a las deidades autoras de estos
sucesos. Tales son las palabras que te dirigimos. Tú, ¡oh hermana!,
navega con tu marido; soplará viento favorable, velarán por ti tus
hermanos gemelos y, cabalgando a tu lado en los mares, te llevaremos
a tu patria. Y cuando llegues al término de la vida y fallezcas,
te llamarán diosa y, con los hijos de Zeus, participarás de los
sacrificios: así lo quiere Zeus. Y el lugar en donde te depositó
el hijo de Maya, cuando te robó de Esparta, dejando las mansiones
celestiales, para que no te llevase Paris, isla que como baluarte
se extiende junto al Ática, se llamará Helena en adelante por los
hombres,[384] porque te hospedó después de tu rapto. Fatalmente han
ordenado también los dioses que Menelao, que tanto ha peregrinado,
habitará en las islas Afortunadas. Los dioses no odian a los
nobles, y reservan los trabajos para los hombres vulgares, que son
innumerables.[385]

TEOCLÍMENO

¡Oh hijos de Leda y de Zeus!; reprimo mi rabia al verme sin vuestra
hermana, y no mataré ya a la mía. Que vaya, pues, a su patria, si así
place a los dioses. Pero sabed vosotros, unidos a ella por un lazo
común de parentesco, que es la mejor y la más casta. Adiós, pues, que
noble es su corazón, prenda rara en muchas mujeres.

EL CORO

Varia es la forma sensible con que los dioses nos revelan su voluntad,
y muchas veces es contraria a lo que esperábamos; y lo que aguardábamos
no sucede, y Dios, sin tener en cuenta nuestros cálculos, resuelve lo
que le parece. Así ha sucedido ahora.[386]


FIN DEL TOMO SEGUNDO




ÍNDICE


                        Páginas.
  Las Troyanas                 5

  Heracles furioso            67

  Electra                    139

  Ifigenia en Áulide         211

  Ifigenia en Táuride        287

  Helena                     357




NOTAS


  [1] El mar Egeo, hoy el Archipiélago, es un golfo del Mediterráneo
  entre la costa oriental de la península griega, la occidental del
  Asia Menor, la Tracia y la isla de Creta. Llamose así por haberse
  precipitado en sus aguas Egeo, padre de Teseo.

  [2] Las cincuenta hijas de Doris y del dios marino Nereo.

  [3] Poseidón y Apolo conspiraron contra Zeus, y en castigo fueron
  expulsados del Olimpo, y trabajaron ambos en la construcción de las
  murallas de Troya, reinando en ella Laomedonte.

  [4] Epeo, hijo de Panopeo, construyó el caballo de madera que los
  griegos introdujeron en Troya, y fundó después a Metaponto. Odiseo,
  en la _Odisea_, VIII, ν. 492, dice así: «Prosigue, pues, y canta el
  caballo de madera, obra de Epeo y de Atenea, lleno de enemigos, que
  el divino Odiseo llevó astutamente al alcázar troyano».

  [5] El texto griego dice δούρειος ἵππος. Sin embargo, aunque δούρειος
  parezca derivado de δόρο, lanza, en su significación figurada quiere
  decir bélico o guerrero, puesto que, según leemos en Hesiquio, el
  caballo de la ciudadela de Atenea se llamaba también δούρειος ἵππος,
  aunque era de bronce.

  [6] Murió a manos de Pirro o Neoptólemo, hijo de Aquiles. Este Zeus
  Herceo era uno de los penates que se adoraban dentro de las casas, si
  creemos lo que dice Festo: _Hercius Jupiter intra consemptum domus
  cujusque colebatur, quem etiam deum penetralem appellabant_. Pirro lo
  mató al pie del ara por vengar a su padre Aquiles, que cayó herido al
  pie del altar de Apolo Timbreo.

  [7] Hera y Atenea fueron enemigas encarnizadas de los frigios, por
  vengarse de Paris cuando en su célebre juicio adjudicó a Afrodita la
  manzana de la Discordia.

  [8] Río famoso de la Frigia, que nacía en el monte Ida. Sus fuentes
  eran dos, una termal y otra fría; desaguaba en el Simois, y juntos
  desembocaban en el mar Egeo, cerca del promontorio de Sigeo.

  [9] Acamante y Demofonte. (V. _Los Heráclidas_, de Eurípides).

  [10] Casandra, hija de Príamo y de Hécuba. Apolo fue su enamorado,
  y le concedió el don de profetizar en premio de sus favores; pero
  negándose ella a complacerlo, y no pudiendo el dios retractar su
  promesa, se vengó desacreditándola y haciendo que nadie creyese lo
  que decía. Ordinariamente tal ha sido la suerte de los profetas.

  [11] Casandra se había refugiado en el templo de Palas cuando los
  griegos tomaron a Troya, acogiéndose a su altar; pero Áyax, el hijo
  de Oileo, la arrastró por los cabellos, haciéndole sufrir los más
  indignos ultrajes, sin respetar a la diosa ni su templo. Virgilio, en
  su _Eneida_, II, 403, dice así:

      _Ecce trahebatur passis Priameia virgo_
    _Crinibus a tempto Cassandra adytisque Minervæ._

  [12] Eubea, hoy Negroponte, isla grande del mar Egeo, frente al
  Ática, la Beocia, la Lócrida y el país de los melieos, desde el cabo
  Sunio hasta la Tesalia.

  [13] Miconos, Delos, Esciros son islas del mar Egeo. El promontorio
  Cafereo estaba situado en la costa SE de la Eubea.

  [14] Hijo de Tindáreo y de Leda, uno de los Dioscuros. Higino, en
  la fábula 77, dice así: _Jupiter Lædam Thestii filiam, in cignum
  conversus, ad flumen Eurotam compressit, et ex eo peperit Pollucem et
  Helenam, ex Tyndareo autem Castorem et Clytemnestram_.

  [15] El Eurotas, ό βασιλιπόταμος, río de la Laconia, que corre hacia
  el mediodía. Ovidio dice de él, lib. II, _Amor_, eleg. 17:

    _Frigidus Eurotas populiferque Padus._

  [16] Los reyes y nobles cautivos se cortaban el cabello. Ovidio,
  _Amor_, I, 14, 15, dice así:

    _Nunc tibi captivos mittet Germania crines:_
    _Culta triumphatæ munere gentis eris._

  Claud. in Eutrop., I, 385, se expresa de esta suerte:

    _Militet ac nostris detonsis Sicambria signis._

  Sidonio Apol., Epist. VIII, 9, dice también:

    _Et sic crinibus ad cutem recisis_
    _Decrescit caput, additurque cultus._
    _Hic tonso occipite senex Sicamber,_
    _Postquam victus es, elictis retrorsum_
    _Cervicem ad veterem novos capillos._

  [17] De la Ftía, ciudad de la Ftiótide, junto al golfo Maliaco y el
  río Apídano, patria de Aquiles. Ovidio, lib. 13, _Metamorf._, dice
  así: _Quis locus Ajaci? Phthiam hæc, Scyrumve ferantur!_

  [18] Las esclavas ancianas que ya no servían para trabajos más duros,
  cuidaban de los niños de sus dueños o servían de porteras.

  [19] Las esclavas jóvenes solían traer agua de las fuentes o de los
  ríos, y ordinariamente dormían con sus dueños.

  [20] Persio la llama _fons caballinus_. Nacía en el Acrocorinto o
  ciudadela de Corinto, y sus aguas eran suavísimas. Estacio, lib. I,
  _Silv. Carm._, 4, dice así:

    _Excludat Pimplæa sitim, nec conscia detur Pirene._

  [21] Peneo, río de la Tesalia, que nacía en el Pindo, y por el valle
  de Tempe desaguaba en el golfo Pagásico. Ovidio, en su _Metamorf._,
  lib. IV, dice así:

    _Vocant Tempe, per quæ Peneus ab imo_
    _Effusus Pindo._

  Virgilio, en el lib. IV, _Georg._:

    _Pastor Aristæus fugiens Peneia Tempe._

  [22] La región contigua al Etna.

  [23] Nombre de un monte y de un río del Peloponeso, que nace en él,
  y atravesando la Acaya, desemboca en el golfo de Corinto, cerca de
  Egas. Hay otro en la Calabria, que nace en los Abruzos y desemboca
  en el golfo de Tarento, famoso por las virtudes medicinales de sus
  aguas. El poeta alude a este, porque antes habla del Etna.

  [24] Llamábase Dóride un reducido territorio, cuna de los dorios,
  entre la Fócida, la Lócrida y la Tesalia. Los dorios, siempre en
  constante lucha con los demás pueblos helénicos, y distintos de ellos
  por su dialecto, costumbres y gobierno, conquistaron después el
  Peloponeso, en donde reinaba Menelao. Aludiendo a este último y a su
  reino, dice Hécuba que ya ella es esclava de la Dóride.

  [25] Clitemnestra, hermana de Helena y esposa de Agamenón. Fue hija
  de Tindáreo y de Leda, reyes de Esparta.

  [26] Porque no solo era profetisa, sino sacerdotisa de Apolo.

  [27] Como Políxena ha sido sacrificada en el túmulo de Aquiles, y
  Taltibio se compadece de Hécuba, no quiere aumentar su aflicción, y
  usa, sin faltar a la verdad, de palabras ambiguas, guardándose de
  responderle directa y categóricamente.

  [28] Andrómaca, esposa de Héctor, era hija de Eetión, rey de Cilicia.

  [29] Feliz y eminentemente trágica es esta invención de Eurípides, y
  quizá el único complemento que faltaba a tan sombrío cuadro. Cuando
  todas las esclavas lloran su triste suerte porque de libres se hacen
  esclavas, y abandonan su patria destruida, en donde dejan tantos
  restos queridos, se presenta delirante la fatídica Casandra y entona
  su lúgubre profecía, en horrible consonancia con las demás partes del
  cuadro. Aconsejamos al lector que, así al leer esta como las demás
  tragedias de Eurípides, se esfuerce en figurarse, no que él lee, sino
  que asiste a su representación. Nos dará las gracias, y formará de su
  mérito más acertado juicio.

  [30] (V. el _Agamenón_, de Esquilo.) Casandra alude aquí al hacha
  con que la matará después Clitemnestra, la esposa de Agamenón, a la
  muerte de este, de Egisto y de su esposa por Orestes y Electra.

  [31] El sacrificio de Ifigenia en Áulide, hija de Agamenón y
  Clitemnestra.

  [32] En todo este discurso de Casandra reina cierta filosofía
  práctica y tan sabia experiencia, tan atinado y sensato juicio, que,
  en nuestro concepto, es de gran mérito literario.

  [33] La famosa Penélope, madre de Telémaco y esposa de Odiseo.

  [34] El _Siculum fretum_ o estrecho de Mesina. Caribdis, según la
  fábula, fue una mujer siciliana que robó los bueyes de Heracles, y en
  castigo fue transformada por los rayos de Zeus en un abismo horroroso
  en la costa NE de Sicilia, al SE de Scilla, situada en la costa
  meridional de Italia.

  [35] Polifemo, antropófago y famoso cíclope, hijo de Poseidón y de la
  ninfa Toosa, rico en ganados, que habitaba en la Sicilia en una cueva
  inmediata al mar. Cuando Odiseo arribó a su país estuvo a punto de
  ser devorado con todos sus compañeros, y solo se salvó embriagándolo
  y cegando su único ojo con una estaca puntiaguda. (V. _El Cíclope_,
  de Eurípides).

  [36] Circe, célebre mágica, hija del Sol y de la ninfa Perseis, que
  habitaba en la isla de Eea, en Italia, al pie del promontorio de
  Circe. Transformó en cerdos a los compañeros de Odiseo y lo retuvo
  mucho tiempo a su lado, inspirándole un amor vehemente. Tuvo de ella
  un hijo llamado Telégono.

  [37] El loto, que crecía en el país de los lotófagos, antiguo pueblo
  del África occidental, al parecer hacia Trípoli. Los extranjeros que
  lo comían se olvidaban para siempre de su patria. Se cree que el loto
  era una especie de azufaifa.

  [38] Estos bueyes del Sol, que debían ser sagrados e inviolables para
  los mortales, fueron devorados por los compañeros de Odiseo durante
  su sueño, a pesar de la expresa prohibición que tenían de hacerlo.
  Sus restos, después de asados, se arrastraban por la ribera y daban
  horribles mugidos. Zeus los castigó suscitándoles en la mar una
  furiosa tempestad. (V. el cap. XII de la _Odisea_).

  [39] Este tinte melancólico que se refleja en las palabras de Hécuba
  y que aquí parece originado de su aflictiva situación, reina también
  en la poesía épica griega, cuyos héroes más famosos, como Aquiles,
  mueren en la flor de sus años, y en la poesía dramática, en la cual
  el destino envuelve en sus sombríos decretos a los héroes y heroínas
  más famosos. Hasta en la estatuaria griega se observa, y en sus obras
  más célebres se nota sin esfuerzo, contribuyendo a llenar el alma de
  dulce melancolía.

  [40] Dardania, de Dárdano, hijo de Zeus y de Electra, hija de Atlas,
  natural de Samotracia, desde donde pasó a la Teucria, a orillas del
  Escamandro, poseyendo después todo este territorio y dándole su
  nombre.

  [41] Llamose Pérgamo al alcázar de Troya, en el monte Ida, y a las
  altísimas murallas que circundaban a aquella ciudad. Virgilio,
  _Eneid._, III, dice así:

    _Pergama, reliquias Danaum atque immitis Achillei._

  Marcial, en el lib. XIV, epigram. 51, se expresa así:

    _Pergamus has misit, curvo destringere ferro._


  [42] Parte de los despojos enemigos se llevaban a los templos de los
  dioses, así entre los griegos como entre los romanos, _ad perpetuam
  rei memoriam_, y para animar a los ciudadanos a imitar a los
  vencedores.

  Virgilio, _Eneid._, VII, 183, dice así:

    _Multaque præterea sacris in postibus arma,_
    _Captivi pendent currus, curvæque secures,_
    _Et cristæ capitum et portarum ingentia claustra,_
    _Spiculaque, clipeique, ereptaque rostra carini._

  [43] El poeta alude al sueño funesto de Hécuba cuando llevaba a Paris
  en sus entrañas, a la respuesta del oráculo aconsejando a Príamo que
  lo matase al nacer, y a la ternura de su madre, que por desgracia le
  salvó la vida encomendándolo a los pastores del Ida. Este himeneo es
  el de Paris y Helena.

  [44] He aquí la diferencia capital que separa a la religión gentílica
  de la cristiana. Entre ellos la vida era todo, la muerte nada; y
  entre nosotros, al contrario, la vida es solo breve peregrinación, y
  la verdadera vida comienza en el sepulcro. Esta sola idea fundamental
  abre un inmenso abismo entre la antigüedad y la historia cristiana, y
  caracteriza profunda e indeleblemente a las letras de los idólatras y
  de los cristianos.

  [45] Andrómaca parece una buena esposa, aunque ni la ocasión es muy
  oportuna para vanagloriarse con sus virtudes, ni sientan bien en sus
  labios tales alabanzas.

  [46] Lo contrario sucede con más frecuencia.

  [47] Acerca de estas palabras de Hécuba solo debemos observar que en
  vez de dar al auditorio la excusa de que nunca ha visto nave alguna,
  para hacer la comparación que subsigue, impropia, sin duda, de su
  aflictiva situación, podía haber suprimido sin obstáculo el exordio
  y el símil que le sigue. Tampoco se comprende que diga más abajo
  ἄφθογγός εἰμι, muda estoy, habiendo hablado tanto. En todo caso sería
  de cansancio, no de horror.

  [48] Séneca, _Troades_, 791, dice así:

      _... Quid meos retinet sinus_
    _Manusque matris?, cassa præsidia ocupas:_
    _Fremitu leonis qualis audito tener_
    _Timidum juvencus applicat matri latus._

  Ahora, como casi siempre, vale más el original que el imitador.

  [49] Telamón, hijo de Éaco, rey de Egina, y hermano de Peleo. Huyó
  de su patria por haber matado a su hermano primogénito con el disco,
  y se refugió en Salamina, casándose con la hija de su rey Cicreo.
  Acompañó a Heracles a la conquista de Troya, y en premio le dio aquel
  héroe a Hesíone por esposa. Fue padre de Áyax y de Teucro.

  [50] Salamina era una isla del mar Egeo, en el golfo Sarónico,
  a cuatro kilómetros del Ática, famosa por la batalla que ganó
  Temístocles a los persas.

  [51] Esta oliva, que se veneró mucho tiempo en Atenas, fue la que
  hizo brotar Atenea en su disputa con Poseidón, que a su vez creó el
  caballo de un golpe de su tridente.

  [52] Laomedonte, rey de Troya, prometió a Heracles doce de sus
  mejores caballos si libraba a su hija Hesíone de un monstruo marino
  que Poseidón había suscitado contra Troya en venganza de la mala fe
  de su rey, pues este había pactado con él y con Apolo que les daría
  cierto salario si edificaban las murallas de Troya, y faltó después
  a su promesa villanamente. Heracles, en efecto, libró a Hesíone de
  la muerte; pero Laomedonte tampoco cumplió su palabra. El hijo de
  Alcmena tomó entonces a Troya y mató a Laomedonte y a todos sus
  hijos, excepto a Príamo, a quien colocó en el trono.

  [53] Estos caballos, tan codiciados de Heracles, fueron presente de
  Zeus para consolar a Laomedonte de la pérdida de Ganimedes, a quien
  Zeus robó transformado en águila para que sirviese de copero en el
  Olimpo en lugar de Hebe.

  [54] Este amante de la Aurora era Titono, hijo de Laomedonte, de
  extraordinaria belleza, y padre de Memnón el egipcio y de Ematión.
  Su amada obtuvo de Zeus que le concediese la inmortalidad; pero
  habiéndosele olvidado pedir también para él juventud perpetua, llegó
  a ser tan viejo que la Aurora lo convirtió en cigarra, sin duda
  porque esta la saluda al aparecer en el horizonte.

  [55] El filósofo es el que habla, no Hécuba. Sin duda estas palabras
  aluden al sistema astronómico de los torbellinos, que se arrastran
  unos a otros, y a la doctrina de Anaxágoras, su maestro, que enseñaba
  la existencia de un ser supremo, ya se le llamase Zeus, ya se le
  diese otro cualquier nombre. Eurípides no se contenta con poner en
  boca de Hécuba esta invocación insólita, y por si pasa desapercibida,
  le pregunta a continuación Menelao cuál es la causa de dirigir a
  los dioses preces inauditas, sin duda para llamar la atención hacia
  ellas. Por lo demás, calificar la existencia de Zeus, del _pater
  hominum atque deorum_, de pura invención humana es una verdadera
  impiedad, supuestas aquellas creencias.

  [56] Hécuba, cuando llevaba a Paris en sus entrañas, soñó que daba a
  luz una antorcha encendida que devoraba su palacio.

  [57] Paris o Alejandro, después que fue reconocido como hijo de
  Príamo, fue de embajador a Esparta, en donde reinaba Menelao, casado
  ya con Helena, a pedir su tía Hesíone, robada, como hemos dicho
  antes, por Heracles, que la dio en premio de su ayuda a Telamón.
  Menelao se ausentó entonces, dejándolos solos, y se embarcó para
  Creta a recoger la herencia de Creteo, su abuelo materno, rey de
  aquella isla.

  [58] Uno de los hijos de Príamo.

  [59] Amiclas, llamada también Táigete, ciudad del Peloponeso, próxima
  a Esparta, al pie del Taigeto, célebre por haber nacido en ella
  Cástor y Pólux, y por sus excelentes perros. Virgilio en el lib. III,
  _Georg._, dice así:

    _Armaque Amycleumque canem, Cressamque pharetram._

  [60] Afrodita se llama en griego Ἀφροδίτη, y la locura, la falta de
  prudencia, ἀφροσύνης. Se ve fácilmente que es la misma la raíz de
  ambas voces.

  [61] Eurípides, como hace nuestro Calderón con Semíramis y otros
  personajes antiquísimos, habla de ellos y de sus pueblos como si
  fuesen de su tiempo; y así como Troya simboliza el lujo y la molicie
  asiática, así también supone que la Esparta de Menelao era igual a la
  de su época; esto es, pobre y poco amante de placeres.

  [62] Ambos fueron hermanos de Helena y famosos luchadores y marinos.
  Como Pólux solo era inmortal, porque su padre fue Zeus, y Tindáreo
  el de su hermano, rogó a su padre que concediese la inmortalidad
  a Cástor o se la quitase a él, y Zeus le otorgó que viviese uno
  de ellos mientras el otro habitaba en los infiernos. Por eso dice
  Virgilio:

    _Si fratrem, Pollux alterna morte redemit_
    _Itque reditque viam toties._

  Al fin fueron convertidos en astros, y forman el signo de Géminis.

  [63] Porque entre los bárbaros, no entre los griegos, los reyes y
  grandes personajes eran adorados a la usanza oriental.

  [64] El texto griego dice terminantemente:

    τί δ᾽ ἔστι; μεῖζον βρῖθος ἢ πάροιθ᾽ ἔχει;

  Su verdadera traducción es, pues, la nuestra, por más que nos haga
  reír y nos parezca más propia de comedia que de tragedia. Lo ridículo
  no tanto es aquí lo que dice Menelao, que sospecha si Helena estará
  encinta, cuanto su sorpresa y el susto que lleva.

  [65] M. Artaud, II, pág. 143, cita muy oportunamente estas palabras
  de Pomponio Mela: «El monte Ida, al salir el sol, ofrece aspecto
  muy diferente del que tiene en otras horas: cuando se mira desde su
  cumbre hacia la madrugada, se observan ciertas llamas que se cruzan
  y desaparecen; y a medida que viene el día, parece que se acercan y
  confunden.» Lo mismo sucedía en el Olimpo, y de aquí, sin duda, que
  supusieran los paganos que uno y otro eran residencia de los dioses.
  Hoy se explica esto por las auroras boreales.

  [66] Porque los frigios celebraban en los plenilunios alegres fiestas.

  [67] Todavía existen restos de estas construcciones ciclópeas. (Véase
  a Batissier, _Histoire de l’art monumental_).

  [68] El coro habla del istmo de Corinto.

  [69] Los espejos de los antiguos eran circulares, con mango, o
  cuadrados como los nuestros, aunque jamás los fijasen en ningún
  otro mueble. En un principio se hacían de metal blanco formado de
  una aligación de cobre y estaño (Plinio, _Η. N._, XXXIII, 45) y
  después de plata. Se pulimentaba su superficie, y se conservaba este
  pulimento con polvos de piedra pómez, que se pasaban por él por medio
  de una esponja atada al marco con un pequeño cordón.

  [70] Hubo varias ciudades llamadas así en la Tróade, en Macedonia, en
  la Misia y en la Laconia, a orillas del Eurotas. Eurípides habla de
  esta última.

  [71] El templo de Atenea Calcieco.

  [72] Acasto, hijo de Pelias y de Anaxibia, fue rey de Yolco, en
  donde se refugió Peleo huyendo de la venganza de los parientes de
  su suegro, a quien mató involuntariamente en la caza del jabalí de
  Calidón. Enamorose de él la mujer de Acasto, y enfurecida de su
  castidad, engañó a su esposo como la mujer de Putifar, haciéndole
  creer que había intentado violarla. Acasto desterró de su reino a
  Peleo, y cargándolo de cadenas, lo dejó abandonado en los montes. Tal
  es la versión de los mitólogos. Sin embargo, o este mito no es bien
  conocido, o la tradición a que alude Eurípides diverge de aquel. En
  efecto, cuando Aquiles había muerto y su hijo Neoptólemo era hombre,
  puesto que se trata de una época posterior al sitio de Troya, cuando
  Neoptólemo se había desposado con Andrómaca, no debía estar Peleo,
  ya viejo, en disposición de inspirar a las mujeres pasiones tan
  violentas.

  [73] Como trofeo de Aquiles, padre de Neoptólemo.

  [74] La mayor ignominia que se podía sufrir entre griegos y romanos,
  era la de quedar insepulto. Así nos lo dice Vegecio, y así es de
  presumir, no solo por lo que Homero nos cuenta al principio de _La
  Ilíada_, en donde mira como una de las mayores desdichas de los
  aqueos la de no ser sepultados a causa de la peste, sino también por
  el cuidado que muestran los trágicos, así Esquilo como Sófocles y
  Eurípides, de no omitir nunca esta importantísima o imprescindible
  ceremonia. Cuando amenazaba algún naufragio, los que poseían riquezas
  solían atárselas a la cintura con una inscripción en que manifestaban
  su voluntad de cederlas al que los encontrase, siempre que enterraran
  su cadáver. Entre los cristianos, a pesar de recomendarse como obra
  de misericordia el enterrar los muertos, no se le da esa importancia,
  y los héroes de nuestros teatros mueren, y después el poeta se guarda
  bien de decir si son o no sepultados, lo cual nunca omitían los
  griegos. En nuestro concepto esta diferencia proviene de que para
  nosotros el cuerpo es polvo vil y despreciable, y el alma, inmortal,
  riquísimo oro de Ofir. Todo cambia en este mundo, y especialmente las
  costumbres que se fundan en determinadas creencias, pues faltando o
  variando estas, faltan o varían aquellas.

  [75] El buen sentido de Eurípides le hace pensar en este punto
  como piensan los cristianos más cuerdos, y es muy de extrañar en
  un pagano. Y sin embargo, podría pasar entre ellos, que no tenían
  de la otra vida la idea que nosotros, careciendo de las luces de
  la revelación; pero es inconcebible que los que preconizan las
  excelencias de la caridad, mirándola como una de las principales
  virtudes, gasten en suntuosos funerales lo que bastaría para hacer la
  felicidad de muchas familias desgraciadas y virtuosas.

  [76] Llama Cronio a Zeus, porque fue hijo de Cronos y de Rea.

  [77] Estas palabras se dirigen a Príamo.

  [78] La conclusión de esta tragedia con el incendio de Troya y su
  ruina, nos prueba que el arte escénico llegó entre los griegos a
  grande altura, o, por lo menos, que no se escaseaban los gastos
  en este género de espectáculos, puesto que como las tragedias se
  representaban de día y al aire libre, no podía haber entre ellos las
  imitaciones que entre nosotros, y era preciso hacer todo esto a lo
  vivo, o lo que es lo mismo, pegar fuego a la ciudad entera, que debía
  verse en lontananza.

  [79] Anfitrión, rey de Tirinto, en la Argólida, hijo de Alceo, nieto
  de Perseo y esposo de Alcmena, hija de Electrión, rey de Micenas.
  Habiendo matado a su suegro en una disputa, huyó a Tebas, y mandó los
  ejércitos tebanos en diversas expediciones militares, que le hicieron
  célebre, si bien favorecieron los proyectos amorosos de Zeus, pues
  este, tomando su forma, visitó varias veces el lecho de su esposa.
  Alcmena dio a luz dos hijos: Heracles, que lo era de Zeus, e Ificles,
  de Anfitrión.

  [80] De este Alceo, rey de Tirinto, tomó Heracles el nombre de
  Alcides.

  [81] Perseo, hijo de Dánae y de Zeus, que, transformado en lluvia
  de oro, penetró en su palacio y la sedujo. Sabedor Acrisio de la
  deshonra de su hija Dánae, la arrojó a las olas con su hijo, y
  fueron llevados por ellas a Serifos, en donde su rey Polidectes
  los socorrió. Ya hombre, Perseo libró a su madre de la brutal
  lujuria de su protector, venció a las Gorgonas y cortó la cabeza de
  Medusa, de cuya sangre nació el caballo alado Pegaso. Montado en él
  libró a Andrómeda de un monstruo marino, y se casó con ella. Mató
  involuntariamente con el disco a su abuelo Acrisio, le sucedió en el
  trono de Argos, y fue padre de Esténelo y de Electrión.

  [82] Ya en _Las Fenicias_ hemos hablado de este dragón y de los hijos
  de sus dientes, así como de Creonte, hijo de Meneceo.

  [83] Este Euristeo es el famoso hijo de Esténelo, rey de Micenas,
  a quien obedeció siempre Heracles por haber nacido algunas horas
  después. Por su orden ejecutó sus famosos trabajos.

  [84] El Ténaro era un promontorio de la Laconia en su costa SO, a
  cuyo pie se veía una caverna que despedía vapores mefíticos, por lo
  cual se le miraba como la entrada de los infiernos.

  [85] Sobre Dirce y Anfión y Zeto, véase _Las Fenicias_.

  [86] Habla irónicamente.

  [87] Minias, nombre común a los habitantes de Yolco, en la Tesalia,
  y a los de Orcómeno, en Beocia. Anfitrión alude a estos últimos, a
  quienes venció Heracles, libertando a los tebanos de la obligación de
  pagarles cierto tributo.

  [88] Los tafios o teléboas habitaban en las pequeñas islas del mismo
  nombre, entre la Acaya y Léucade, llamados así de Tafio y Teleboas,
  hijos de Poseidón, que reinaron en ellas. Fueron famosos piratas,
  vencidos por Anfitrión y los tebanos, por haber dado muerto a los
  hermanos de su esposa Alcmena.

  [89] El coro alude a los hijos de Heracles.

  [90] La famosa hidra de Lerna tenía un cuerpo con cien cuellos,
  rematando en otras tantas cabezas, que renacían duplicadas al
  cortarse. Cuando Heracles combatió con ella, y a fin de evitar esta
  funesta reproducción, empleó a su escudero Yolao en cauterizar las
  heridas que le hacía. Heracles mojó en la sangre sus flechas, que
  desde entonces fueron mortales.

  [91] El león de Nemea era de monstruoso tamaño, y no se le podía
  herir ni con el hierro, ni con el bronce, ni con las piedras, y, por
  consiguiente, era necesario luchar con él a brazo partido. Escondíase
  en el monte Tretos, y desde su guarida devastaba todo el territorio
  comprendido entre Micenas y Nemea. Heracles lo persiguió, cerró la
  entrada de la caverna en donde habitaba, y lo ahogó en sus robustos
  brazos, llevando desde entonces consigo como un trofeo su hermosa y
  grande piel.

  [92] En la guerra de los dioses y de los gigantes, junto a Palene,
  Heracles fue terrible auxiliar de los primeros.

  [93] La guerra de Heracles y de los centauros fue de esta manera:
  un centauro, llamado Folo, que daba hospitalidad a Heracles, quiso
  obsequiarlo espléndidamente y para ello destapó un tonel de vino tan
  añejo como exquisito, cuyo aroma atrajo a la casa de Folo a todos los
  demás centauros, que a toda costa querían beber de él, oponiéndose
  Heracles y su huésped. Este se retiró al fin, y dejó al héroe con sus
  enemigos, trabándose al fin la batalla entre uno y otros, y siendo
  vencidos los segundos, a pesar del socorro que les dio su madre
  Néfele (_nube_).

  [94] Foloe, monte de la Tesalia, próximo al Otris, en donde Heracles
  peleó con los centauros. Sid. en el _Paneg. de Mayor._, dice así:

    _... non sic Pholoetica monstra_
    _Atque Pelethronios Lapithas semelejus Evan..._

  [95] Monte de la Eubea, llamada antiguamente Abántida, o país de los
  abantes. Homero nunca la denomina Eubea.

  [96] Los abantes, valientes y belicosos, fueron un pueblo originario
  de Tracia que se estableció en la Eubea.

  [97] Estos límites atlánticos son las columnas de Heracles, o
  estrecho de Gibraltar, la última tierra conocida de los griegos hacia
  el occidente. Así, cuando hablan de los límites atlánticos, es como
  cuando nosotros lo hacemos del Polo.

  [98] Helicón, famoso monte de la Beocia, muy celebrado por los poetas.

  Ovidio en sus _Metam._, lib. II, dice así:

    _Virgineusque Helicon et nondum Oeagrius Haemus._

  Y Estacio en su _Tebaid._, lib. VII:

    _Horrent Tyrrhenos Heliconia plectra tumultus._

  [99] El Parnaso, monte de la Fócida, consagrado a las musas, cuyas
  dos cumbres se llamaban Cirra y Nisa, según Juvenal y Lactancio.
  Virgilio en sus _Georg._, lib. III, dice así:

    _Sed me Parnassi decerta per ardua dulcis raptat amor._

  [100] Estas palabras del coro y las anteriores que Lico le dirige,
  parecen indicar que existían entre los tebanos dos distintos
  partidos, en uno de los cuales dominaban los ancianos, enemigos de
  Lico, y en el otro los jóvenes, sus favorecedores. Eurípides retrata
  así al vivo la situación especial de aquellas ciudades griegas,
  dominadas por facciones, ya para hacer resaltar los inconvenientes
  de los partidos políticos cuando el patriotismo no los contiene
  en ciertos límites, ya la tendencia natural que se observa en los
  ancianos a conservar lo antiguo, opuesta a la de los jóvenes,
  irreflexivos y ávidos de novedades.

  [101] Eurípides, en boca de Mégara, habla como filósofo que rechaza
  los mitos y tradiciones, no como griego que les da crédito. Orfeo,
  antes que Heracles, bajó a los infiernos y volvió de ellos, y después
  Heracles y Odiseo, y entre los romanos Eneas, supuesto fundador de su
  ciudad.

  [102] Aquí tenemos el fatalismo oriental, que lleva al hombre a la
  inercia y al aniquilamiento de su ser, aunque bajo otro aspecto pueda
  también inspirarle la indiferencia ante el peligro.

  [103] Allá va esa tirada filosófica, que parece de Voltaire, nada
  propia, en verdad, de un espectáculo esencialmente religioso.
  Sin embargo, ahora al menos no está de todo punto injustificada,
  atendida la situación especial de Anfitrión y de sus nietos. Tampoco
  se puede negar que lo frecuente en tales casos es renegar de los
  poderes sobrenaturales, lo que por desgracia así sucede entre los
  gentiles como entre los cristianos, siendo de observar que semejantes
  impiedades prueban siempre lo que está muy lejos de pensar el que las
  profiere: la existencia de Dios o de los dioses.

  [104] El plectro (en griego πλῆκτρον, de πλήσσω, hiero) era un
  pedacito de madera o de pluma, que servía para tocar la cítara. En el
  Vaticano se conserva un antiguo fresco de Pompeya, en el cual vemos
  una joven que toca la lira con su mano izquierda, y con la derecha
  hace vibrar las cuerdas con el plectro.

  [105] Los centauros fueron hijos de Ixión y de una nube, que tomó
  la forma de Hera. En _La Ilíada_ de Homero, como hemos dicho antes,
  los que luchan con los centauros son los lapitas y su rey Pirítoo,
  ayudado de Teseo, no de Heracles.

  [106] Famoso río de la Tesalia, que nacía en los confines de la
  Macedonia, corriendo entre el Olimpo y el Osa, y el célebre valle de
  Tempe. Desembocaba en el golfo Termaico, y se le miraba como a padre
  de Dafne, porque el laurel (δάφνη) abunda en sus orillas.

  [107] El Pelión es un monte de la Tesalia, en la Magnesia, al S,
  especie de prolongación del Olimpo, que formaba un cabo. Fue obra de
  los gigantes para escalar el cielo.

  [108] Hómola, monte de Tesalia, inmediato al Olimpo.

  [109] Esta cierva de cuernos de oro habitaba en la Acaya y en Énoe
  (Argos). Uno de los trabajos de Heracles fue apoderarse de ella, y lo
  consiguió al cabo de un año, según unos aprisionándola en una red,
  según otros sorprendiéndola de noche, y según Eurípides matándola con
  sus flechas. Como su muerte no agradó a Artemisa, que se veneraba en
  Énoe, la aplacó ofreciéndosela en don.

  [110] Diomedes, hijo de Ares, rey de la Bistonia (Tracia), tenía
  caballos antropófagos, de los cuales se apoderó Heracles, matando a
  su dueño y a los que los guardaban, y derrotando a los bistonios.

  [111] Hebro, río de la Tracia que sale de los montes Ródope, corre
  primero hacia el E, después hacia el S, y desagua en el mar Egeo.

  [112] Anauro, río de la Tesalia.

  [113] Cicno, hijo de Ares, que residía en Anfanas, ciudad situada
  en la parte meridional de la Tesalia, cerca de Traquinia, ya en los
  confines de la Lócrida. Cicno era un bandido como Sinis y Escirón,
  que murieron a manos de Teseo. (V. el _Hipólito_).

  [114] Atlas, hijo de Jápeto y de Clímene, y rey de la Mauritania, fue
  transformado en montaña por haber hecho la guerra contra los dioses
  en favor de los gigantes. Se cree que la fábula de que sostenía el
  cielo con los hombros proviene de sus conocimientos astronómicos, o
  de que, mirando los gentiles al monte Atlas como al más alto de la
  tierra, que tocaba al cielo, supusieron que lo sostenía. Heracles lo
  sustituyó en esta penosa tarea por algún tiempo.

  [115] Mujeres guerreras que habitaban a las orillas del Termodonte,
  y que, según se dice, extendieron sus conquistas hasta las fronteras
  de la Asiria y del Tanais, y fundaron a Éfeso, Esmirna y Magnesia.
  Fueron vencidas por Heracles.

  [116] La laguna Meótide, hoy mar de Azov, al N del Ponto Euxino, con
  el cual comunicaba por el Bósforo cimerio. El río más caudaloso que
  desagua un ella es el Tanais o Don.

  [117] Este vestido de oro y este famoso tahalí estaban en poder de
  las amazonas y de su reina Hipólita, y fueron un presente de Ares,
  dios de la guerra. Acompañaron a Heracles muchos griegos, y su
  expedición es muy parecida a la de los argonautas.

  [118] Gerión, hijo de Crisaor y de Calírroe, y rey de la Eritea o de
  las Baleares, gigante robustísimo de tres cuerpos, poseía grandes
  rebaños de bueyes, que alimentaba con carne humana. Guardábalos
  además un perro de dos cabezas y un dragón de siete. Heracles lo
  mató y se apoderó de sus bueyes. Diodoro de Sicilia enumera en este
  orden los trabajos de Heracles: 1.º, el león de Nemea; 2.º, la hidra
  de Lerna; 3.º, el jabalí de Erimanto; 4.º, la cierva de cuernos de
  oro; 5.º, las aves de la laguna Estinfalia; 6.º, los establos de
  Augías; 7.º, el toro de Creta; 8.º, los caballos de Diomedes; 9.º,
  las amazonas; 10, Gerión; 11, el cancerbero; 12, las Hespérides y
  Atlas. Eurípides ha omitido algunos y trastornado el orden en que los
  ejecutara, según convenía a su propósito.

  [119] Otros dicen que Heracles recibió la clava de Hefesto, en
  recompensa de los servicios que prestó a los dioses en la guerra de
  los gigantes.

  [120] Máxima epicúrea y doctrina moral filosófica, muy del gusto
  del vate de Canossa. Sin embargo, examinándolas sin pasión, podemos
  decir que no es tan perjudicial como a primera vista parece, porque
  la tristeza y la falta de salud, que tanto amargan la vida, suelen
  ser hijas de los excesos, los cuales deben evitarse, con arreglo a
  esta doctrina. Entre el ascetismo y estos principios no hay otra
  diferencia sino que, predicando el primero, no es tan fácil que
  sus prosélitos incurran en la exageración, al paso que las máximas
  epicúreas son resbaladizas de suyo.

  [121] Zeus Salvador, Ζεὺς Σωτήρ, una de sus infinitas advocaciones.
  Según leemos en Pausanias, se veía en Tespias una estatua de bronce
  de este dios, que se le había consagrado por libertar a dicha ciudad
  de un terrible dragón. Tenía un templo en Argos, otro en Trecén, otro
  en Mantinea y otro en Megalópolis.

  [122] Irónicamente.

  [123] Conocida es la veneración que en Grecia y Roma se mostró a
  los ancianos. Aulo Gelio, II, 15, dice así: _Apud antiquissimos
  Romanorum neque generi neque pecuniæ præstantior honos tribui quam
  ætati solitus : majoresque natu a minoribus colebantur ad deum prope
  et parentum vicem : atque in omni loco, inque omni specie honoris
  priores potioresque habiti : a convivio quoque, ut scriptum est in
  antiquitatibus, seniores a minoribus domum deducebantur : eumque
  mores accepisse Romanos a Lacedæmoniis traditum est : apud quos
  Lycurgi legibus major omnium rerum honos majori ætati habebatur._

  Juvenal en la sát. XIII, 54, dice también:

    _Credebant hoc grande nefas, et morte piandum,_
    _Si juvenis vetulo non adsurrexerat, et si_
    _Barbato cuiqumque puer, licet ipse videret,_
    _Plura domi farra, et majoris glandis acerbos._

  [124] Elocuente testimonio de que nada hay nuevo en la tierra, cuando
  hace tantos años los revolucionarios obedecían a móviles interesados
  y egoístas, como ahora sucede con frecuencia. Y, en efecto, el hombre
  es siempre el mismo, y las mismas sus debilidades y pasiones.

  [125] Los eruditos no están de acuerdo en este punto, y unos piensan
  que Heracles fue iniciado en los misterios de Eleusis antes de bajar
  a los infiernos, y otros que Eurípides, como Aristófanes en _Las
  Ranas_, habla de misterios infernales. Acaso los primeros fuesen
  necesarios para ser iniciados en los segundos, o que Eurípides hable
  en sentido figurado.

  [126] Hermíone era una ciudad edificada en la misma península en que
  estaba Trecén, en la costa SE, a la falda del monte Pron. (Pausanias,
  II, c. 35, pág. 191). Después dice así este autor: «Es digno de
  verse el templo de Deméter, situado en la cima del Pron, construido
  por Clímeno, hijo de Foroneo, y por su hermana Ctonia... Detrás del
  templo hay dos explanadas, que se denominan de Hades y de Clímeno,
  y después la laguna Aquerusia, cercada de un muro de piedra. En
  la explanada de Clímeno hay una sima por la cual sacó Heracles al
  Cancerbero, según cuentan los habitantes de Hermíone».

  [127] De buen grado sonreímos observando el placer de los héroes
  de la antigüedad cuando se ven libres del infierno. Natural era,
  en efecto, que así sucediese, porque, entre otras cosas, eran muy
  amantes del sol y de la luz, y en el palacio y en el reino de Hades
  se vivía en las tinieblas.

  [128] Horacio, en su _De Arte Poet._ (169-175), dice a este propósito:

      _Multa senen circumveniunt incommoda, vel quod_
    _Quærit, et inventis miser abstinet, ac timet uti;_
    _Vel quod res omnis timide, gelideque ministrat;_
    _Dilator, spe longus, iners, avidusque futuri,_
    _Difficilis, querulus, laudator temporis acti_
    _Se puero, censor, castigatorque minorum._


  [129] Mnemósine, hija de Urano. Enamorose de ella Zeus, y de estos
  amores nacieron las nueve musas, llamadas también piérides, porque
  vieron la luz en el monte Piero. Mnemósine era la Memoria. Eurípides
  dice en otra tragedia que la madre de las musas fue Harmonía, la
  esposa de Cadmo.

  [130] Delos, una de las Cícladas, en donde Leto, perseguida por mar y
  tierra por la celosa Hera, dio a luz a Artemisa y Apolo. Poseidón se
  apiadó de ella e hizo brotar a Delos del seno de los mares.

  [131] Esta fábula del canto del cisne antes de morir, tan en boga
  hace muchos siglos, es una pura ficción de los poetas, porque
  nunca canta. Su voz, como la de todos los palmípedos, es áspera y
  desagradable.

  [132] El texto griego dice terminantemente ὄλβου κελαινὸν ἅρμα, el
  negro carro de la felicidad. El epíteto κελαινόν parece impropio
  a primera vista, porque debiera ser lo contrario; pero en nuestro
  concepto no lo es, porque el poeta, al llamarle κελαινόν, _negro_,
  _horrible_, _sombrío_, no se refiere al color o aspecto del carro
  antes de romperse, sino después de roto, y ya desde entonces debe
  serlo así para el que lo poseyó.

  [133] Coronábanse los griegos y usaban guirnaldas de flores en
  sus fiestas, danzando y cantando en coros, a semejanza de los que
  formaban las ninfas y las musas. Por esta razón los ancianos invitan
  a las de los parajes vecinos más famosos a compartir su alegría.
  El Asopo era un río de la Beocia, hijo del Océano y de Tetis, que
  tuvo veinte hijas y dos hijos; el Ismeno, otro río que corría cerca
  de Tebas. Las rocas de Apolo son las de su templo de Delfos, o el
  Parnaso con sus dos cumbres.

  [134] Iris, hija del centauro Taumante y de Electra, mensajera de los
  dioses, y especialmente de Hera, que la transformó en el arco llamado
  Iris, llevándola al cielo. La Locura es un ser alegórico.

  [135] La celosa Hera, perseguidora incansable de las amadas de su
  celestial esposo, no ofendió a Heracles, hijo de Zeus y de Alcmena,
  mientras obedeció las órdenes de Euristeo, esperando que perecería en
  alguna de sus arriesgadas empresas. Ahora que se ha salvado de todas
  y ganado inmensa gloria, firme en su propósito de perderlo, trama su
  ruina y la de toda su estirpe.

  [136] Cuando leemos estas palabras que Eurípides pone en boca de la
  Locura, nos parece que asistimos a la representación de los dramas
  religiosos que tan en boga estuvieron en otro tiempo. En el _Prometeo
  encadenado_, de Esquilo, aparecen también la Fuerza y la Violencia.
  Así es que los griegos son muy dignos de estudio, porque entre
  ellos encontramos en germen todas las invenciones dramáticas de los
  tiempos posteriores. Y esto que afirmamos de un género literario, es
  extensivo a todos los demás, como sucede también en la Filosofía y en
  la Política, pues que muchas ideas nuevas, o que pasan por tales en
  ambas esferas, fueron ya conocidas entre ellos.

  [137] Las Gorgonas eran hijas de Forcis y Ceto, y se llamaban Esteno,
  Euríale y Medusa. Habitaban cerca del jardín de las Hespérides, y su
  aspecto era tan horroroso que convertían en piedras a los que las
  miraban. Perseo las mató con ayuda de Atenea, y esta, en trofeo de su
  victoria, puso la cabeza de Medusa en su égida.

  [138] El tímpano y el tirso eran instrumentos de que usaban los
  gentiles en las fiestas de Dioniso. El primero era exactamente igual
  a nuestros panderos o panderetas, adornados también con cascabeles,
  y se tocaba con la mano o con un pedacito de madera. El tirso era un
  palo largo en cuya extremidad se sujetaba una piña u hojas de yedra o
  de parra, formando ramillete.

  [139] Encélado, terrible gigante, hijo del Tártaro y de la Tierra,
  vencido por Atenea en la guerra de los titanes y los dioses. Zeus lo
  sepultó en las entrañas del Etna, y cuando se revuelve tiembla la
  Sicilia. Es el mismo de quien nuestro Herrera dice en su oda _A don
  Juan de Austria_:

      Cuando con resonante
    Rayo y furor del brazo impetuoso.
    A Encélado arrogante
    Júpiter poderoso
    Despeñó airado en Etna cavernoso.

  [140] Siempre que se derramaba sangre humana creían los griegos que
  se manchaba el que la tocaba y el lugar en que se vertía, y, por
  consiguiente, era preciso purificarlo, ya haciendo un sacrificio,
  ya fumigaciones religiosas. En el primer caso, todos los asistentes
  rodeaban el altar, y un esclavo, llevando el cesto donde se guardaba
  el cuchillo del sacrificio, la ceniza y las coronas, daba una vuelta
  alrededor, de izquierda a derecha. El sacrificador entonces imponía
  silencio (en latín _favete linguis_) y, cogiendo un trozo de leña
  encendido, lo sumergía en el agua lustral, y rociaba con ella a los
  circunstantes. Este agua servía después a todos, y se llevaba con
  el cesto y la ceniza en torno del ara. Seguía a esto la oración,
  después la consagración de la víctima, poniéndole ceniza en la frente
  y arrojando al fuego parte de su lana o crin, y por último, el
  sacrificio.

  [141] Mégara. Niso, hijo de Pandión, tenía entre sus cabellos uno
  color de púrpura, de cuya existencia dependía la conservación de
  su reino. Cuando Minos, rey de Creta, puso sitio a Mégara, Escila,
  hija de Niso, enamorada del sitiador, cortó el cabello purpúreo de
  su padre y lo dio a Minos, que se apoderó de la ciudad y desdeñó a
  la traidora doncella. Los dioses convirtieron a Niso en gavilán y a
  Escila en alondra.

  [142] Las cuarenta y nueve hijas de Dánao, que degollaron a sus
  esposos la noche de bodas. (V. _Las Fenicias_).

  [143] Procne, hija de Pandión, rey de Atenas, se casó con Tereo, rey
  de Tracia, y tuvo un hijo llamado Itis. Su esposo violó a Filomela,
  su cuñada, arrancándole después la lengua para que no lo supiese
  Procne. Esta precaución bárbara fue inútil, sin embargo, porque lo
  supo la agraviada esposa. Para vengarse mató a Itis, sirviéndoselo
  a su marido en un festín. Los dioses convirtieron a Procne en
  golondrina, a Filomela en ruiseñor y a Tereo en abubilla.

  [144] Indudablemente debieron formar un cuadro trágico por excelencia
  los cadáveres de los hijos de Heracles no lejos de su padre,
  entregado al sueño y sujeto con cuerdas a una columna, el mísero
  Anfitrión y el coro de ancianos. No sabemos que en ninguna de las
  obras que tratan de la literatura dramática griega se haya llamado
  la atención hacia esta tendencia artística de los griegos, que hoy
  se denomina plástica, y que está tan en consonancia con sus ideas y
  costumbres.

  [145] Este símil de la nave es muy frecuente en Eurípides, y
  podríamos indicar muchos pasajes de sus tragedias en que se repite
  casi en los mismos términos. Sabido es que los atenienses eran un
  pueblo muy dado a la navegación y al comercio y la primera potencia
  marítima de la Grecia, y que sus comparaciones habían de ser análogas
  a sus costumbres.

  [146] Esta sobriedad que muestran los griegos en sus composiciones
  dramáticas es muy notable en más de un concepto, porque nos revela
  su depurado gusto en tales materias. Heracles despierta poco a poco,
  y al pronto no conoce a sus hijos, atento solo a las palabras de
  Anfitrión, que lo prepara antes de oír la horrible nueva. Otro poeta
  no lo hubiera hecho así: Heracles despertaría de repente, reconocería
  a sus hijos, y atado a la columna daría voces y horribles lamentos.

  [147] Todos los héroes y heroínas de la antigüedad pagana, así los
  griegos como los romanos, apelan al suicidio cuando la desesperación
  los agobia, y especialmente cuando la vergüenza los mueve. Áyax
  en Sófocles, Fedra en Eurípides, y los ilustres suicidas romanos,
  prueban todos a una que lo que nosotros miramos como un crimen,
  casi era para ellos una virtud. Recuérdese que en los distintos
  poemas en que los héroes descienden a los infiernos, nunca se hace
  mención de la pena que sufren los suicidas. Esto debe atribuirse, en
  nuestro juicio, a sus ideas religiosas, porque el arrepentimiento
  no era entre ellos una de las más estimables virtudes, y a sus
  nociones confusas de los premios y castigos de la otra vida, y en
  parte también a su amor exclusivo a la patria, pues fuera de ella no
  esperaban gloria ni salud, y a cierto deseo del renombre que les daba
  su muerte.

  [148] Teseo y Heracles eran primos segundos, porque Etra, madre
  del primero, fue hija de Piteo, y Alcmena, madre del segundo, de
  Lisídice, y Piteo y Lisídice, hijos de Pélope e Hipodamía.

  [149] M. Artaud, en sus notas a esta tragedia, II, 430, dice así:
  _Ce dialogue entre Amphytrion et Thésée est un chant lyrique: il est
  probable que les paroles de Thésée font allusion au mode lugubre sur
  lequel Amphytrion a entonné son chant_. Parécenos, sin embargo, que
  se equivoca este ilustrado traductor de Eurípides, porque ni el metro
  nos autoriza a pensar que exista tal canto lírico, ni hay necesidad
  de semejante hipótesis para explicar las palabras de Teseo. Basta
  el tono con que se pronuncian las palabras, y el gesto y expresión,
  para indicar el afecto que domina a quien habla, ya de tristeza, de
  alegría o de otra pasión cualquiera.

  [150] Otra vez nos vemos obligados a citar a M. Artaud, y no para
  alabarlo, como quisiéramos y como lo hemos hecho otras veces. El
  texto vulgar griego dice así:

    Μαινομένῳ πιτύλῳ πλαγχθεὶς,
    ἑκατογκεφάλου βαφαῖς ὕδρας.

  (_Furioso stimulo agitatus, venenis hydræ centipitis_). Su traducción
  por el escritor citado es la siguiente: _C’est dans l’égarement de
  sa fureur, causé par les poisons de l’hydre aux cent têtes_. Esta
  versión, demasiado literal, no expresa el pensamiento del poeta,
  porque el sentido es absurdo. De la tragedia se desprende claramente
  que la locura de Heracles es obra de la vengativa y celosa Hera,
  nunca del veneno de la hidra de Lerna. Tampoco puede deducirse así de
  la tradición mitológica, porque a dicho veneno no se le atribuye más
  virtud que la de matar a aquellos a quienes hería la flecha empapada
  en él. Nosotros creemos que la respuesta de Anfitrión comprende dos
  partes, que es preciso entender de distinta manera: la primera,
  Μαινομένῳ πιτύλῳ πλαγχθεὶς, _furioso stimulo agitatus_, se refiere a
  Heracles, y la segunda, ἑκατογκεφάλου βαφαῖς ὕδρας, _venenis hydræ
  centipitis_, es la contestación a la pregunta de Teseo: δράσας.

  [151] En estos campos de Flegra, cerca de Cumas, se dio la batalla
  entre los dioses y los gigantes. Llamáronse así porque abundaba
  en ellos el azufre, y porque se ven llamas, que provienen de la
  combustión natural de esta sustancia.

  [152] Cuando Anfitrión traía los rebaños de bueyes de Electrión,
  padre de Alcmena, que habían robado los teléboas, lanzó su maza
  contra un buey que se había separado de sus compañeros, acertándole
  en los cuernos, y de rechazo, hirió en la cabeza a su suegro,
  dejándole muerto. Es necesario tener esto presente, y entender lo que
  dice Heracles de Anfitrión en el sentido de que, siendo desafortunado
  el tronco de un linaje no criminal, sus descendientes también lo son.
  De otra suerte no se comprendería que así tratase a su padre.

  [153] Cuando su madre Alcmena vio las dos serpientes que amenazaban
  en la cuna a su hijo, entonces de ocho meses, comenzó a dar gritos
  horrorizada; pero Heracles se incorporó, y estrechándolas entre sus
  manos, ahogó a ambas.

  [154] Este Tifón, dios egipcio, hermano de Osiris, aparece también en
  la mitología griega como el principal gigante que hizo la guerra a
  los dioses. Fue padre de Gerión y del Cancerbero, y yacía vencido por
  Zeus bajo el Etna o bajo la isla Inarime.

  [155] Los homicidas sufrían por cierto tiempo la pena del destierro,
  y no volvían a su patria hasta después de haberse purificado. Cuando
  el muerto era pariente del asesino y habían de perseguirlo las
  Furias, todos estaban obligados a huirlo para no mancharse con su
  contacto.

  [156] Todo esto parece rezar con Zeus, que se casó con su hermana
  Hera y cargó de cadenas a su padre Cronos por reinar en el cielo.
  Indudablemente este diálogo es un anacronismo, por razonable
  que nos parezca, pues Heracles y Teseo no hablaron nunca, o no
  debieron hablar así. Dedúcese de las frases osadas e irreligiosas
  de Eurípides, que oye un pueblo entero en una fiesta popular y
  consagrada al culto, cuáles debían ser las creencias del auditorio y
  la honda brecha que la filosofía había hecho en el politeísmo. Los
  dioses no solo cometen verdaderos crímenes, según afirma el poeta,
  sino que tal es su moralidad que ni aun se inquietan ni afligen por
  esto. No se puede decir más porque tales dioses ni podían ni debían
  ser adorados.

  [157] Este es el complemento filosófico de lo dicho antes por Teseo
  acerca de los dioses. A la noción politeísta, desfigurada por
  los poetas y por la imaginación popular, cuya existencia combate
  Eurípides, sustituye esta otra idea más elevada de Dios, que revela
  sin ambages una nueva creencia. Probable parece que este trágico
  la aprendiera en la escuela de Anaxágoras, cuyas persecuciones
  provinieron principalmente de la osadía y entereza que desplegó
  atacando las preocupaciones religiosas populares, y defendiendo
  doctrinas monoteístas mucho más racionales y sensatas.

  [158] Es muy bella esta despedida de Heracles, por la ternura que
  respira y por los sentimientos que expresa. No es posible negar que
  Eurípides, siempre que quiere, y cuando no lo arrastra su filosofismo
  o sus pretensiones oratorias, es incomparable en la pintura de
  afectos. Poseía a raudales ese raro e inapreciable don de sentir
  cierto orden de belleza moral que nace con el hombre y no puede
  adquirirse con el estudio.

  [159] Por su candor, naturalidad y sencillez nos agradan estas
  palabras de Heracles y Teseo. Viendo este a su amigo agobiado por
  tan grandes calamidades, le recuerda sus gloriosas empresas e
  inolvidables trabajos, más bien para infundirle fortaleza que para
  humillarlo, y Heracles, algo picado por el recuerdo, lo reconviene de
  manera que le obliga a callarse.

  [160] _Vorlesungen über dramat. Kunst und Literatur_, IX. pág. 161.
  La traducción francesa de esta obra notabilísima se ha agotado hace
  ya tiempo.

  [161] Argos fue fundada por Ínaco hacia el año 2000 antes de J. C.

  [162] El fenicio Ínaco, padre de Ío y de Egialeo, dio su nombre a
  este río de la Argólida (hoy Najo o Planizza), que corre de N a S,
  pasa por Argos y desagua en el golfo Argólico.

  [163] Este rey, el último de Ilión y descendiente de Dárdano,
  fundador de su linaje, murió al pie del ara de Zeus Herceo, adonde se
  había refugiado, a manos de Pirro o Neoptólemo, hijo de Aquiles.

  [164] El texto griego dice ὑψηλῶν δ᾽ ἐπὶ ναῶν, en los elevados
  templos, porque los de Zeus, Hera y Atenea, según Vitruvio, se
  edificaban generalmente en las eminencias. Adviértase que Hera era
  adorada generalmente en Argos, y que, como sucede entre nosotros, se
  depositaban en los edificios consagrados al culto los trofeos de los
  enemigos.

  [165] De todos estos personajes hemos hablado ya en nuestras notas al
  _Orestes_.

  [166] Este pretexto, como puede verse en el _Agamenón_ de Esquilo,
  y más adelante en esta misma tragedia (versos 1010-1014), fue el
  sacrificio en Áulide de Ifigenia, hija de Clitemnestra y de Agamenón.
  En Esquilo se atribuye también a sus celos de Casandra, esclava hija
  de Príamo, que trajo de Troya.

  [167] Electra pronuncia aparte estas palabras que encerramos en un
  paréntesis, porque de otra manera no se podría suponer que diga en
  ellas delante de su esposo que no lleva el cántaro en su cabeza
  obligada por la necesidad, y poco después lo contrario.

  [168] Los griegos se rasuraban el cabello en señal de duelo, y lo
  ofrecían a los manes de sus parientes muertos, como hace aquí Orestes.

  [169] El mesodo (en griego μεσῳδός) significa propiamente
  _entrecanto_. Era una especie de estribillo o canto corto que se
  halla entre las estrofas.

  [170] Esquilo refiere en _Las Euménides_ la muerte de Agamenón a
  su vuelta de Troya. Al salir del baño, su esposa Clitemnestra lo
  envolvió en una red, y ella y Egisto lo cosieron a puñaladas.

  [171] El palio (φᾶρος, ἱμάτιον) era un paño grande de lana, cuadrado
  o cuadrilongo, que se sujetaba en la garganta o en el hombro con
  un broche. A veces era el único vestido que cubría el cuerpo; pero
  generalmente se ponía encima de la túnica. Se llevaba de distintas
  maneras, según el capricho de su dueño o la estación del año.

  [172] En todas las casas había a la puerta una estatua de Febo,
  θυραῖος o ἀγυιεύς. (V. nuestra nota a _Las Fenicias_).

  [173] Esto es, que varía de residencia, errando de una ciudad en
  otra, por lo cual es más triste su condición.

  [174] De Orestes.

  [175] En efecto, no se podía llevar más lejos la continencia,
  lo cual, si choca a nosotros, más extraño debía parecer a su
  auditorio, poco acostumbrado a la práctica de esa virtud. Así lo
  siente Eurípides, y de aquí sus esfuerzos para hacer más verosímil
  su singular ficción, hija solo de su deseo de no imitar en nada a
  Sófocles y Esquilo.

  [176] Porque ni era su padre, ni la casó como debía, sino con la
  dañada intención de envilecerla.

  [177] La malevolencia de Eurípides al bello sexo no puede ocultarse,
  porque, ansioso de ofenderlo, no teme faltar a la verdad.
  Ordinariamente sucede lo contrario.

  [178] Estas frases bárbaras y desnaturalizadas, y en boca de una
  virgen como Electra, de regia estirpe o hija del ínclito Agamenón,
  nos repugnan hasta lo sumo. No cabe belleza de ningún género en este
  espectáculo, cuando hasta tal punto se atropellan los sentimientos
  naturales, y sabiendo sobre todo que el poeta no cree en la
  influencia del destino, ni el pueblo que lo escucha. Cualquiera diría
  que su objeto, más que revestir con los gratos colores de la poesía
  estas tradiciones populares, es hacerlas odiosas a toda costa.

  [179] El texto griego dice así:

    οὐ γὰρ οὐδ’ ἀζήμιον γνώμην ἐνεῖναι τοῖς σοφοῖς λίαν σοφήν.

  La traducción de M. Artaud es la siguiente:

  _Une sagesse trop raffinée chez les sages n’est pas non plus sans
  dangers._

  Hartung lo traduce de esta otra manera:

  _Ohne Schmerzen ist es nicht, Dass höhre Einsicht Menschen über andre
  hebt._

  El pensamiento del autor parece ser, o que en igualdad de
  circunstancias el hombre más civilizado es más sensible que el
  inculto y el muy sabio más que el civilizado, o que el exceso de
  sabiduría tiene, entre otros inconvenientes, el de afectar más el
  alma, porque cuanto más sabio es el hombre mejor conoce la extensión
  y alcance de una desdicha.

  [180] Las de oír a Electra.

  [181] Electra alude aquí a su situación excepcional de ser casada y
  virgen, y a esto atribuye su aislamiento, pues siendo virgen no puede
  concurrir con ellas a las fiestas, porque no pasa por tal, ni tampoco
  con las matronas, porque su conciencia se lo impide, sabedora de su
  virginidad. Esta es también la causa de que huya de Cástor (hijo,
  como su madre, de Zeus y de Leda, que es mortal y dios de año en
  año), pues para él ya no es virgen, habiéndose casado con el colono.

  [182] De molde viene aquí a Eurípides esta ocasión para disertar un
  poco sobre la nobleza, la virtud y el valor, aunque ni la situación
  de los personajes lo consienta ni lo exija, ni tal disertación
  aumente en lo más mínimo los quilates de la tragedia. Nuestra opinión
  en este particular es que deben mirarse como síntoma de decadencia
  literaria estos esfuerzos de los escritores en poner de relieve su
  persona o sus ideas siempre que se trate de una fábula (llámesele
  drama, epopeya o novela), en la cual, a ser posible, se debería
  suprimir hasta el recuerdo de su existencia.

  [183] Según dice Pausanias, el Tanao es un río poco caudaloso que
  riega las fronteras de la Argólida y desagua en el golfo Tiríntico.

  [184] Sabida es la fábula de Arión, el poeta músico griego, que se
  supone autor del ditirambo, su viaje a Italia con Periandro, rey de
  Corinto, su exposición de ser robado a la vuelta, codiciosos los
  marineros de las riquezas que traía, y el medio de que se valió para
  librarse de la muerte, tocando la lira y precipitándose al mar, en
  donde lo recogió un delfín, llevándolo ileso hasta el cabo Ténaro, en
  la Laconia.

  [185] Estas famosas armas fueron un presente que Hefesto hizo a
  Aquiles, el hijo de Tetis, y la causa de la locura de Áyax cuando, a
  la muerte de su dueño, fueron adjudicadas a Odiseo.

  [186] El Osa es un monte de la Tesalia, en la Magnesia, a lo largo
  del golfo Termaico, célebre porque en él habitaron los centauros, y
  por ser uno de los que levantaron los gigantes para escalar el cielo.

  [187] Quirón, centauro, hijo de Cronos y de Fílira, gran cazador,
  médico y astrónomo famoso. Habitaba en el monte Pelión, en la
  Tesalia, y fue maestro de Heracles y de Odiseo. Herido por una flecha
  empapada en la sangre de la hidra de Lerna, murió y fue trasladado al
  cielo, en donde forma el signo de Sagitario.

  [188] Maya, una de las Pléyades, hija de Atlas y de Pléyone, fue
  amada por Zeus, de quien tuvo a Hermes.

  [189] Las Pléyades, cuyo nombre proviene, según unos, de su madre
  Pléyone, según otros del verbo griego πλέω (navego), porque
  transformadas en astros se muestran en la época más favorable a la
  navegación, fueron hijas de Atlas y de Pléyone, como queda dicho.
  Eran siete: Maya, Electra, Táigete, Astérope, Mérope, Alcíone y
  Celeno.

  [190] Véase _Las Fenicias_. Esta presa era los caminantes, que
  llevaba en sus garras cuando no acertaban sus enigmas.

  [191] La Quimera, hija de Tifón y de Equidna, tenía la cabeza de
  león, la cola de dragón y el cuerpo de cabra, y vomitaba llamas.
  Denominose también así un monte de la Licia, en donde, según se
  dice, hubo un volcán que dio origen a esta fábula. Murió a manos de
  Belerofonte, que la atacó montado en el caballo Pegaso.

  [192] El pañuelo no era, sin duda, conocido de los antiguos griegos.

  [193] La malignidad de Eurípides y su envidia a Esquilo aparecen
  claramente en esta crítica que hace de la _Electra_ de aquel poeta.
  La semejanza que en ella encuentra esta heroína entre su cabello
  y sus huellas con las de su hermano le bastan para afirmar su
  proximidad y después reconocerlo. Pensamos, sin embargo, que no es
  esto tan pueril como se supone, y que Esquilo, habiendo trazado
  a valientes rasgos el carácter de Electra, doncella vehemente,
  apasionada y cuya imaginación solo piensa en su padre y en Orestes,
  preocupada constantemente con la idea de su venganza, crea que el
  cabello y las huellas que ha visto junto al sepulcro de Agamenón
  pertenecen a su hermano. De todas maneras, ni al poeta ni a la
  composición conviene descender a estas críticas literarias, que
  rebajan la elevación necesaria en uno y otra.

  [194] Esta invención de la señal o cicatriz de Orestes no tiene el
  mérito de la originalidad, porque es una imitación de la escena que
  leemos en el canto XIX de _La Odisea_, cuando la nodriza de Odiseo lo
  reconoce al lavarse, viendo la que le hizo el jabalí del Parnaso al
  visitar este héroe a Autólico y sus hijos.

  [195] La palma (φοῖνιξ, _phœnix dactylifera_) símbolo de la victoria
  entre griegos y romanos, a causa de su mucha elasticidad y de la
  resistencia que opone al que intenta romperla. (Aulo Gel., III, 6).
  Dábase como premio a los atletas y conductores de carros que vencían
  a sus adversarios, como dice Horac., IV, 2: _Sive quos Elea domum
  reducit palma cœlestes_; y de aquí, por extensión, a todo el que
  triunfaba.

  [196] Era costumbre de los griegos invitar al sacrificio a los
  caminantes o extranjeros que llegaban en el momento de celebrarlo,
  porque, como es sabido, los dioses solo saboreaban el humo que
  despedía la carne de las víctimas, y los sacrificadores la misma
  carne.

  [197] Los gentiles, lo mismo que los hebreos, se purificaban con
  frecuencia, sobre todo en ciertos actos solemnes, simbolizando la
  pureza del alma o el deseo de adquirirla con la purificación del
  cuerpo. Entre los griegos, las paridas se purificaban a los diez días
  del parto, porque los nueve primeros son los de más peligro.

  [198] Zeus fue padre de Tántalo, este de Pélope, Pélope de Atreo y
  Atreo de Agamenón, padre de Orestes y Electra.

  [199] M. Artaud recuerda a este propósito que si Pan trajo esta
  cordera de vellón dorado, fue para vengar al cochero Mírtilo, a quien
  Pélope precipitó en la mar, porque uno y otro eran hijos de Hermes.
  Nosotros, en honor de la verdad, debemos decir que Apolodoro no hace
  a Pan hijo de Hermes, sino de Zeus, y que este es el padre que le dan
  los mitólogos. Dice así Apolod., _Biblioth._, cap. IV, pár. 2:

    Ἀπόλλων δὲ τὴν μαντικὴν μαθὼν παρὰ Πανὸς τοῦ Διὸς καὶ Ὕβρεως

  Para entender bien estos cantos del coro, es preciso recordar
  nuestras notas al _Orestes_, en donde se refieren las discordias de
  la casa de Pélope.

  [200] Llamábase ágora, ἀγορά, la plaza pública de las ciudades
  griegas. Las más bellas y regulares, sobre todo las del Asia Menor,
  eran cuadradas; en la Hélade había muchas, cuya forma se ajustaba a
  la configuración del suelo; pero todas estaban rodeadas de pórticos,
  στοαί, compuestos de una o de dos filas de columnas, que terminaban
  en un terrado. Las antiguas ágoras no tenían pórticos continuos,
  sino que las atravesaban distintas calles. Tal era, entre otras,
  la plaza pública de Elis, descrita por Pausanias, l. VI, c. XXIV.
  En el ágora celebraba el pueblo sus asambleas; en ciertos casos,
  como en Megalópolis y en Atenas, una parte de los pórticos estaba
  dispuesta de tal manera que los magistrados podían administrar en
  ellos justicia. Dentro se elevaban los templos de muchas deidades,
  y altares y estatuas en honor de los dioses y de los ciudadanos que
  habían merecido bien de la patria. Algunos pórticos estaban decorados
  con pinturas, y en ese caso se llamaban _poeciles_, ποικίλια:
  eran verdaderos museos llenos de retratos de hombres ilustres, o
  conmemorativos de las hazañas más gloriosas de los ciudadanos. De
  estos monumentos no quedan ni en la Hélade ni en el Asia Menor sino
  restos incompletos. (Batissier, _Histoire de l’art monumental_, pág.
  189).

  [201] Amón, nombre de Zeus entre los pueblos de la Libia. Se le
  representaba de ordinario con cuernos de carnero. En los desiertos
  de la Libia tenía un celebérrimo templo, cuyos oráculos fueron muy
  famosos. Alejandro lo visitó, y corrompiendo a los sacerdotes, fue
  proclamado hijo del dios.

  [202] Esto es, de Hades, el Zeus de las tinieblas, como el otro del
  cielo.

  [203] Tal es el terror y la ansiedad de Electra que no reconoce a
  este mensajero, servidor de su hermano. Verdad es que nada tenía
  de extraño, pues solo lo había visto entre otros momentos antes, y
  cuando su ánimo, embargado por la alegría de ver a Orestes, no podía
  fijarse mucho en él.

  [204] Alfeo (hoy Rufia), río de la Élide que nacía en la Arcadia,
  cerca de Megalópolis, pasaba por Herea, regaba las llanuras de
  Olimpia y de Pisa y desembocaba en el mar Jónico.

  [205] Salsamola, harina de cebada tostada y espolvoreada de sal que
  se usaba en los sacrificios, y aun se ofrecía sola, y se esparcía
  sobre las víctimas. Compárese este sacrificio con el descrito en
  el _Heracles furioso_, advirtiendo que uno es propiciatorio y otro
  expiatorio.

  [206] Este cuchillo dórico era grande, parecido al que usan nuestros
  carniceros para despedazar la carne. Hállase representado en muchos
  bajorrelieves de sepulcros, sobre todo en uno bellísimo de Pompeya.

  [207] Los griegos medían a veces el tiempo ateniéndose al que se
  invertía en recorrer el estadio, ya por la frecuencia con que se
  celebraban entre ellos estos certámenes, ya para expresar con alguna
  novedad su pensamiento. Según Pausanias, la carrera a caballo del
  estadio era de dos diarcos, es decir, cuatro veces su longitud.

  [208] No se sabe la diferencia que había entre el cuchillo dórico y
  el ftío, pero es de presumir que su distinta forma se adaptase a los
  dos diversos usos a que alude el poeta, y este último debía ser más
  pesado y fuerte que el primero.

  [209] El Alfeo, como hemos dicho más arriba, pasaba por Olimpia, en
  donde se celebraban los famosos juegos. El anacronismo es evidente,
  pues los juegos comenzaron 775 años antes de Jesucristo, y la época
  en que se supone ocurrir la acción cae hacia el año 1180 antes de
  dicha Era.

  [210] De su padre Estrofio el focidio.

  [211] Este rencor inextinguible que Electra abriga contra Egisto
  hasta después de muerto, es repugnante e indigno de una doncella de
  su estirpe. Ni sus pasadas desdichas e intolerables agravios, ni su
  espíritu de venganza debían hallar satisfacción en proferir tales
  injurias contra un muerto. No obstante, el odio de la mujer, dado
  cierto carácter, es profundo y vehemente hasta el delirio, como lo
  probó Fulvia, la mujer de Antonio, atravesando con un punzón de oro
  la lengua de Tulio.

  [212] Prosigue el poeta desenvolviendo en este diálogo el carácter de
  la virgen Electra, de la hija de Agamenón, descendiente de dioses, y
  en verdad que es poco feliz en esta parte, porque solo nos inspira
  el horror y el desprecio, y es infinitamente inferior a Esquilo, su
  odiado rival. La Electra de Esquilo es una especie de Medea, dominada
  como esta de un furibundo vértigo, ciega y desatentada, que asesina a
  su madre en uno de sus transportes. Esta, a pesar de los esfuerzos de
  Eurípides, nos parece fría, calculadora, egoísta, cruel e interesada,
  y, a nuestro juicio, como dijimos en el prólogo, una criminal tan
  despreciable como vulgar.

  [213] Cástor y Pólux, los Dioscuros, hijos de Zeus, que eran para los
  marineros paganos lo que San Telmo para los nuestros, su protector y
  abogado.

  [214] Ifigenia, la sacrificada en Áulide por Agamenón.

  [215] Este largo discurso de Clitemnestra es ocioso e inoportuno,
  porque ni la ocasión es a propósito para pronunciarlo, ni lo exige
  el desarrollo del drama. Eurípides, sin embargo, a lo Voltaire, no
  pierde esta coyuntura de desahogar el odio que profesa a las mujeres
  y su animadversión a las tradiciones y héroes más venerandos, y
  examina con la impasibilidad de un filósofo las causas a que se
  atribuía el sitio de Troya y los sucesos que, como el sacrificio de
  Ifigenia, le precedieron.

  [216] Casandra, la inspirada hija de Príamo, que, al finalizar el
  sitio de Troya, tocó en suerte a Agamenón, que la trajo consigo a
  su palacio. (V. el _Agamenón_, de Esquilo, y _Las Troyanas_, de
  Eurípides).

  [217] Lo mismo que en _Hécuba_ esta y Poliméstor defienden su
  causa ante su juez Agamenón, y en _Orestes_ él y Tindáreo ante
  Menelao, así en esta tragedia Clitemnestra y Electra, madre e hija,
  atacan y defienden a su esposo y padre como si se hallasen en un
  juicio, lo cual prueba, o que el gusto del público había sufrido
  no poco detrimento, o que el poeta, recordándoles en sus tragedias
  espectáculos tomados de la vida real de los espectadores, buscaba
  por este medio atraerse sus simpatías con menoscabo de su fama y sin
  consideración alguna a la índole augusta y elevada de este linaje de
  composiciones, que nunca debía confundirse con la comedia.

  [218] Dice bien Eurípides, porque la felicidad posible en la tierra
  no es hija de las riquezas ni de la nobleza, sino de la virtud y
  de la modestia. Ordinariamente, los que se casan con mujeres más
  ricas que ellos son esclavos, y los que lo hacen con nobles, si no
  lo son ellos, tenidos en poco, y una cosa y otra motivo continuo
  de disgustos. Creemos que fácilmente convendrán con nosotros los
  lectores en que una de las causas principales que contribuyen a
  la inmortalidad de ciertos poetas griegos y latinos es que sus
  sentencias son verdaderas y útiles casi siempre, interesantes a la
  vida humana y universales para todos los hombres y para todas las
  épocas y países. Muchas de ellas en su tiempo pudieron tener hasta el
  mérito de la novedad.

  [219] Electra habla aquí irónicamente, porque sabe muy bien que no
  debe temerlo habiendo muerto a manos de Orestes.

  [220] Esto es, los diez días, como Electra había dicho antes.

  [221] Estos grandes golpes de efecto, estas escenas perfectamente
  calculadas para hacer fuerte impresión en el auditorio, son
  frecuentes en las tragedias de Eurípides. Figúrense los lectores
  cuáles serían los sentimientos de aquel innumerable público cuando se
  abrían las puertas de la casa de Electra y dejaban ver los cadáveres
  de Egisto y Clitemnestra, mientras sus hijos, presa ya de terribles
  remordimientos, se abandonan a ellos, y en cantos sublimes invocan
  a los dioses, expresan el horror que su propio delito les infunde y
  lloran y se quejan.

  [222] No se puede llevar más lejos la criminal impudencia de una
  doncella. No solo anima a su hermano a cometer el matricidio, crimen
  raro por lo horrible; no solo le ayuda con sus manos a perpetrarlo,
  sino que se vanagloria y enorgullece de haberlo cometido, cuando
  Orestes, que es un hombre, parece pesaroso de su acción. Ni aun tiene
  la disculpa de pronunciar estas palabras para aminorar la culpa de su
  hermano y para atenuar hasta cierto punto el delito, compartiendo con
  él su responsabilidad, puesto que, a ser así, lo hubiese indicado el
  poeta de otra cualquier manera.

  [223] Halirrotio fue hijo de Poseidón y de la ninfa Éurite, y murió
  a manos de Ares por haber violado a Alcipe, hija de este dios y de
  Aglauro. Poseidón acusó a Ares, y se celebró el juicio en la colina
  de Ares, y fueron doce los dioses que absolvieron al acusado.

  [224] Las sentencias del Areópago fueron respetabilísimas hasta la
  época de Eurípides, de general corrupción en todas las instituciones.

  [225] Pausanias (_Arcad._, c. 38) y Estrabón (l. VIII, c. 8) hablan
  de un célebre templo de la Arcadia consagrado a Zeus Liceo. Este
  nombre de Liceo viene de λύκος, lobo, sin duda porque, abundando
  estas fieras en la Arcadia, sus habitantes miraban a Zeus como su
  protector contra ellas.

  [226] Llamose así una ciudad poco conocida de la Arcadia. Esta misma
  profecía hace Apolo en _Orestes_, v. 1013, en donde dice:

    κεκλήσεται δὲ σῆς φυγῆς ἐπώνυμος
    Ἀζᾶσιν Ἀρκάτιν τ᾿ Ὀρεστεία πóλις.

  [227] Esta fábula forma el argumento de la _Helena_, de Eurípides.

  [228] Este Proteo, distinto de su homónimo el dios marino multiforme,
  fue un rey de Egipto que, según una tradición distinta de la de
  Homero, tuvo a Helena en depósito en su palacio hasta que se acabó la
  guerra de Troya.

  [229] Región del Peloponeso, cuyos límites eran la Élide, la Arcadia,
  la Sicionia, el golfo de Corinto y el mar Jónico.

  [230] Parte de la Grecia antigua, entre la Beocia al E, la Etolia al
  O, el mar de Eubea al NE, y rodeada de las tres Lócridas.

  [231] El colono.

  [232] La ciudadela de Atenas.

  [233] Obsérvese el arte con que Eurípides acumula al fin de su
  tragedia las escenas patéticas, que han de hacer en su auditorio más
  duradera impresión. Tras la muerte de Clitemnestra y los lamentos y
  quejas de sus hijos, la aparición de los Dioscuros, el destierro de
  los criminales, calamidad gravísima entre los antiguos, y su tierna
  separación.

  [234] Áulide, ciudad ribereña de la antigua Beocia, situada frente a
  Calcis, en Eubea.

  [235] Euripo, estrecho que separa a la isla de Eubea del Ática y de
  la Beocia, famoso por los singulares remolinos que en él producen el
  flujo y el reflujo.

  [236] Sirio es una estrella muy brillante que forma un ojo de la
  constelación de Taurus o el Toro. No está, sin embargo, inmediata a
  las Pléyades, por cuya razón hay que suponer con M. de Boissonnade
  que el poeta emplea la palabra Sirio en el sentido de estrella muy
  reluciente.

  [237] Tindáreo, hijo de Ébalo, rey de Esparta, y esposo de Leda,
  madre de Clitemnestra, mujer de Agamenón.

  [238] Testio, rey de Etolia.

  [239] Calcas, célebre sacrificador y adivino griego, hijo de Téstor,
  que, según dice Homero, murió despechado al verse vencido en su arte
  por Mopso.

  [240] Taltibio, heraldo del ejército griego.

  [241] Calcis, capital de la Eubea, y esta isla grande, de forma
  oblonga, hoy Negroponte, en el mar Egeo, que se extendía a lo largo
  de las costas del Ática, de la Beocia, de la Lócrida y de los
  Melieos, desde el cabo Sunio hasta la Tesalia.

  [242] Esta Aretusa, porque hay otras tres, es de la Eubea.

  [243] Protesilao era rey de una parte de la Tesalia, y Palamedes,
  hijo de Nauplio, rey de la Eubea e inventor del juego de ajedrez.

  [244] Héroe cretense que con Idomeneo fue a Troya con las naves de
  Creta.

  [245] Nireo, rey de Naxos, hijo de Caropo y de Aglaya, el más hermoso
  de los griegos de la expedición a Troya después de Aquiles.

  [246] Quirón, centauro famoso por su sabiduría, pedagogo y maestro de
  Aquiles.

  [247] Eumelo, hijo de Admeto y nieto, por tanto, de Feres, padre de
  Admeto, reyes de una región de Tesalia.

  [248] Porque su madre Tetis era nereida.

  [249] Euríalo, según _La Ilíada_.

  [250] Uno de los siete sitiadores de Tebas.

  [251] Teseo, personaje histórico, héroe griego y fundador de Atenas,
  pero cuya vida ha llegado hasta nosotros exornada con innumerables
  fábulas. Créese que floreció en el siglo XIII o XIV antes de
  Jesucristo. No se sabe quién puede ser este hijo, porque en _La
  Ilíada_, de donde está tomado este pasaje, no se dice nada del hijo
  de Teseo.

  [252] Cadmo, hijo de Agénor, rey de Fenicia, fundó a Tebas, en la
  Beocia, e importó en Grecia la escritura fenicia. Sembró los dientes
  de un dragón y nacieron hombres, y uno de ellos fue Leitos.

  [253] La Fócida era una región de la antigua Grecia, entre la Beocia
  al E, la Etolia al O, el mar de Eubea al NE y el golfo de Corinto al
  S, y rodeada de las tres Lócridas. Delfos y el Parnaso estaban en su
  territorio.

  [254] Áyax el impío, no el de Salamina; Tronio era la capital de su
  reino.

  [255] Néstor, rey de Pilos y de los mesenios, hijo de Neleo y
  de Cloris, héroe griego, notable por su edad avanzada y por su
  prudencia. Pilos era una ciudad de la Mesenia, en frente de
  Esfacteria, que desempeñó un papel importante en la guerra del
  Peloponeso. El Alfeo era un río de la Élide.

  [256] La Élide era una región pequeña del Peloponeso, en su parte
  occidental, entre la Acaya y la Mesenia, que comprendía varios
  estados insignificantes autónomos, y a Olimpia, tan célebre por sus
  juegos. Todos estos personajes y pueblos no merecen aclaraciones
  prolijas, que serían además superfluas e impertinentes. Otro tanto
  puede decirse de los tafios, que le siguen, porque todo esto discrepa
  de las tradiciones y datos autorizados preexistentes acerca de la
  guerra de Troya y del ejército griego. Solo añadiremos que las islas
  Equínadas estaban situadas en el golfo de Corinto, frente a la
  desembocadura del Aqueloo.

  [257] Parece probable, o casi seguro, que en esta larga tirada de
  versos del Coro hay interpolaciones posteriores a la fecha de la
  composición de esta tragedia por Eurípides, desde el Epodo, que
  sigue a la primera estrofa y antístrofa, hasta su conclusión. Lo
  advertimos así a los lectores, y nos fundamos para hacerlo en la
  extensión innecesaria y evidentemente absurda de este pasaje, en su
  inoportunidad manifiesta, en su contradicción con cuanto ha escrito
  el poeta en casos análogos, en la ignorancia de las exigencias
  escénicas del autor, sea el que fuere, en la impropiedad de que
  esas mujeres, que, como fugitivas y avergonzadas, vieron la armada
  griega, se fijaran en lo que no pudieron contemplar con detenimiento
  ni tampoco interesarles, y, por último, en el fondo, en la forma
  y en la exposición y los detalles. No ya Eurípides, ningún poeta
  mediano se hubiera atrevido a estampar su nombre al pie de centón
  semejante, prosaico y no bueno, sin orden ni concierto, plagado de
  inexactitudes, y en abierta oposición con _La Ilíada_, su fuente, que
  sabían de memoria los griegos, y a la que rendían todos un verdadero
  culto.

  [258] Esta comparación de Clitemnestra y de Ifigenia con las yeguas
  y su lavado de pies en la fuente, nos chocan, desde luego, y han
  chocado también antes a otros, porque algunos lo han suprimido. No
  imitamos su ejemplo porque, como traductores, no estamos autorizados
  para enmendar la plana al autor, diga lo que dijere, a no ser alguna
  indecencia o porquería inadmisible por completo. Por otra parte, la
  relación común entre los dos términos del símil es la de la mayor
  libertad, y en este sentido es exacta. Además, a un niño inocente
  se asemeja con frecuencia un corderillo, y hasta a algo más alto y
  sagrado, un valiente a un león, un hombre sanguinario a un tigre,
  etc. La consideración y el respeto que sentimos y demostramos a la
  mujer influye también en nuestro desagrado, pero conviene no olvidar
  que las costumbres, ideas y sentimientos de los griegos del tiempo de
  Eurípides eran más sencillos y naturales que los nuestros, y que los
  de la época de la guerra de Troya, en que pasa la acción, lo eran más
  todavía.

  [259] Estos cestos contenían las primicias que habían de ofrecerse en
  los sacrificios.

  [260] En señal de reconciliación.

  [261] Olimpo, famoso tocador de flauta.

  [262] Egina, isla y ciudad del mar Egeo, entre la Argólida y el
  Ática, en el golfo Sarónico, llamada así de la ninfa del mismo
  nombre, hija de Asopo, uno de los ríos helénicos.

  [263] Pelión, monte de Tesalia, en Magnesia, al sur, prolongación del
  Olimpo.

  [264] Apídano, río de Tesalia, que nace en el monte Otris, pasaba
  cerca de Farsalia y desembocaba en el Peneo.

  [265] La luna llena, así entre los griegos como en otros pueblos, se
  ha mirado como causa bastante para influir en la vegetación, en la
  madurez de los frutos y en la procreación de los animales.

  [266] Febea por haber construido Apolo sus murallas.

  [267] El texto griego dice así: Δεξιᾶς ἕκατι μὴ μέλλ᾽, εἴ... Como han
  sido tan diversas las versiones que se han hecho de estas palabras,
  ambiguas y poco inteligibles para nosotros, sobre todo después de
  conocer dichas versiones, a semejanza de lo que sucede a los jueces
  después de oír a los abogados de los litigantes, y hasta se ha
  llegado a dudar si la diestra en cuestión es la de Clitemnestra o del
  esclavo, nos atrevemos a disentir de todos y a traducir esta frase
  de otra manera. La diestra es a nuestro entender de Clitemnestra,
  porque es lo más natural y sensato suponer que el esclavo, conmovido
  profundamente por noticias tan aflictivas para su antiguo dueño y
  la hija de este, Clitemnestra, y por la venida de la madre y de
  la hija al campamento, y por otra parte deseando vivamente besar
  o tocar la mano de su señora por afecto, y acaso como medio de
  contar de antemano con la aquiescencia y el permiso de ella para
  hablarle, diese a entender ese deseo en sus ademanes, retardando,
  por consiguiente, explicarse, y que Clitemnestra, comprendiéndolo y
  ansiando oírlo, pronunciase las palabras que escribimos, no opuestas
  tampoco, sino conformes con la gramática y el significado del texto.
  La continuación del diálogo entre la señora y el siervo parecen
  continuar también nuestra opinión.

  [268] El Sípilo es un monte de Lidia, en cuya cima se fundó una aldea
  del mismo nombre, en donde reinó y vivió Tántalo, padre de Pélope, y
  tronco de la estirpe de los Atridas.

  [269] La salsamola o harina salada, la cebada sagrada, el agua
  lustral y los pelos de la víctima que se arrojaban al fuego componían
  las ofrendas de las sacrificios.

  [270] Ínaco, fundador del reino de Argos, era un fenicio que al
  frente de un ejército compuesto de pastores fenicios, egipcios y
  árabes, conquistó la parte del Peloponeso llamada la Argólida, y
  reinó allí sesenta años.

  [271] Este Tántalo no es ni puede ser el fundador del linaje de los
  Atridas, como dice uno de los traductores extranjeros de Eurípides,
  a quien no nombramos, sino otro Tántalo, primo hermano de Agamenón e
  hijo de Tiestes, su tío, esto es, de la misma familia de Egisto, el
  amante adúltero de Clitemnestra y asesino con ella de Agamenón.

  [272] Por haber soñado su madre Hécuba que daría a luz una antorcha
  que abrasaría a Europa y Asia.

  [273] Sísifo, hijo de Eolo y nieto de Heleno, cuya concubina,
  Anticlea, fue la madre de Odiseo. Fundó a Éfira, después Corinto, e
  instituyó los juegos ístmicos. Cometió grandes crímenes, y murió al
  fin a manos de Teseo. Hades le concedió volver a la tierra un solo
  día para hacerse enterrar, y no quiso regresar al infierno, siendo
  entonces condenado a subir un peñasco a lo más alto de una roca
  escarpada, desde cuya cumbre caía de nuevo en el abismo.

  [274] Perseo, héroe griego, hijo de Dánae y de Zeus, que se convirtió
  en lluvia de oro para poseerla. Cortó la cabeza de la gorgona Medusa,
  de cuya sangre brotó el caballo Pegaso, y al fin sucedió a su abuelo
  Acrisio en Argos, fundando a Micenas con murallas pelásgicas o
  ciclópeas.

  [275] Las llama el poeta paternales porque el sacrificio es en favor
  de su padre, y por lo mismo se dice antes que Agamenón toque el ara
  con su diestra, para que le sea propicio.

  [276] Táuride, puerto del Quersoneso Táurico (Crimea), en donde
  habitaban los tauros, pueblo escita o medio escita, que inmolaban a
  su gran diosa Opis, o Artemisa Ortia, víctimas humanas.

  [277] Pisa, capital de la Élide, en donde reinaron Enómao y Pélope.

  [278] Estrofio era rey de la Fócida y padre de Pílades, el amigo
  inseparable de Orestes, y esposo después de la misma Ifigenia.
  Electra, hermana de Orestes, lo envió a la corte de Estrofio para
  salvarlo de las asechanzas de su madre Clitemnestra y de su amante
  adúltero Egisto.

  [279] Estos dos peñascos que se besan son las Simplégades o Cianeas,
  en el Bósforo, el uno en Asia y el otro en Europa.

  [280] Dictina, invocación de Artemisa, cazadora, que tiende redes, de
  δίκτυον, red.

  [281] El texto aparece aquí tan embrollado y confuso, y la
  significación de las palabras tan oscura e ininteligible, que no es
  extraña, sino, al contrario, muy natural la diversidad de versiones
  que se han hecho. La intención del poeta es sin duda recordar los
  crímenes espantosos de la estirpe de los Atridas, raza maldita, que
  inspiraron repugnancia y horror hasta a los dioses, y entre ellos
  al Sol, el más impasible, cuya aversión y enojo se manifestó de dos
  maneras, alejándose hacia el Sur y aumentando el frío en nuestro
  hemisferio boreal, cuando comenzaron los Tantálidas y Pelópidas sus
  fechorías, y ocultándose o eclipsándose cuando Tiestes robó a su
  hermano Atreo el cordero de vellón de oro, cuyo poseedor había de ser
  el rey de Argos, y Atreo, en venganza, dio a comer a Tiestes su mismo
  hijo.

  [282] Los Titanes eran hijos de Titán; hermano primogénito de Cronos,
  a quien cedió el reino del cielo con la condición de no criar hijo
  varón alguno; y como no cumpliera su palabra, se sublevaron contra
  él los Titanes, batallando entre sí los dioses, y siendo vencidos
  los Titanes. Después los Gigantes, parientes próximos de los
  Titanes, guerrearon también contra Zeus, para vengar a los Titanes y
  despojarle del cetro, en cuya lucha tomaron parte Heracles y otros
  dioses, entre ellos Atenea. Esto estaba representado en el rico y
  artístico peplo de Palas, que se sacaba en procesión en Atenas, a lo
  cual alude Eurípides.

  [283] Melicertes, hijo de Atamante y de Ino, huyendo con su madre
  de su padre, se precipitó en la mar. Fue transformado en una deidad
  marina bajo el nombre de Palemón. Ino, numen también marino como su
  hijo, fue llamada Leucótoe.

  [284] Nereo, dios marino, esposo de Doris y padre de las nereidas,
  ninfas del mar, habitaba en el mar Egeo.

  [285] Viento de Zeus, favorable a sus deseos.

  [286] Eurípides dice aquí que Clitemnestra no acompañó a Ifigenia a
  Áulide, y lo contrario en la _Ifigenia en Áulide_.

  [287] Adviértase que el poeta no afirma que sea necia Artemisa, ni
  ignorantes los dioses que se regalaron con las carnes de Pélope, el
  hijo de Tántalo, sin conocerlo, a pesar de ser dioses, sino solo que
  esas invenciones y patrañas son obra de los hombres.

  [288] Ío, hija del río Ínaco, amada por Zeus, que la transformó en
  vaca para librarla de los celos de Hera. Guardada y vigilada por
  Argos, el de los cien ojos, le fue robada por Hermes, que lo durmió
  con sus artes, y picada después por un tábano, enviado también por
  la celosa cónyuge de Zeus, que la obligó a emprender esas carreras
  furiosas a que alude Eurípides.

  [289] Eurotas, río de Esparta, y Dirce, fuente famosa inmediata a
  Tebas.

  [290] Los peñascos que se juntan son las Simplégades o Cianeas, y
  los escollos Fineos, otros peñascos peligrosos inmediatos, y Leuca o
  Léucade, una isla cerca de la desembocadura del Danubio, en donde se
  suponía que habitaba Aquiles con su madre Tetis.

  [291] Argos y Micenas estaban muy próximas.

  [292] Ciudad que se hallaba en el golfo del mismo nombre, a unos 40
  kilómetros al sur de Corinto. Era el puerto de Argos.

  [293] Quiere decir Ifigenia que, a pesar de lo extraordinario y
  elevado de su himeneo, cuidó su madre de no faltar a la costumbre
  admitida en tales casos en su patria.

  [294] Enómao, rey de Pisa, en la Élide, prometió dar su hija
  Hipodamía por esposa al que lo venciese en la carrera de las
  cuadrigas. Pélope lo venció, y habiéndose negado a cumplir su
  promesa, lo mató y se casó con ella.

  [295] Últimos no quiere decir que son los dos únicos Atridas
  que quedan, sino que ellos dos y Electra pertenecen a la última
  generación de esta estirpe.

  [296] Llamábase Anaxibia esta hermana de Menelao y Agamenón.

  [297] Por haber dado muerte a Halirrotio, hijo de Poseidón.

  [298] El congio era una medida de capacidad para líquidos que
  contenía algo más de tres litros.

  [299] Alcíone, hija de Eolo y esposa de Ceix, rey de Traquinia, se
  precipitó en la mar al morir su marido, y fue transformada en el ave
  llamada martín pescador. Es pájaro triste y solitario.

  [300] Porque no puede volar a Grecia, y lo desea como las aves.

  [301] Lucina, invocación de Artemisa, por asistir a los partos.

  [302] El Cinto era un monte de la isla de Delos, en el Εgeo, en donde
  Leto, hija de Titán y amada por Zeus, dio a luz a Apolo y a Artemisa.

  [303] Por haberse recostado en su tronco durante su parto.

  [304] Estos cantos del coro son notables por su mérito, y en
  particular la antístrofa última, de un sentimiento profundo. Hay
  que recordar esa bárbara costumbre de la antigüedad, que autorizaba
  al vencedor a disponer a su arbitrio de los bienes y vidas de
  sus prisioneros, en virtud de la cual ciudades enteras con todos
  sus habitantes eran asesinados en parte, si para nada servían o
  podían ofender, y vendidos los restantes como esclavos. Nótese la
  insistencia con que, así Ifigenia como las mujeres del coro, aluden
  sin cesar al matrimonio.

  [305] Castalia, fuente inmediata al altar de Apolo, en Delfos,
  y centro de la Tierra, por cuya razón le llamaban los gentiles
  _umbilicus terrae_.

  [306] La costa Caristia estaba enfrente de Hales, en la parte
  meridional de la Eubea.

  [307] Estas últimas palabras las dice el coro en nombre del poeta.

  [308] Este celebérrimo río, llamado también antiguamente Tritón,
  Melas y Siris, nace al sur de Darfour, en los montes Al-Kamar, y
  corre primero bajo el nombre de río Blanco al este y noroeste,
  dirigiéndose después al Norte y aumentando sus aguas con las del
  Maleg, el río Azul y el Tacazzé o Albarah, y riega el Donga, el país
  de los Chelouks, el Denka, el Dar-el-Aïze y el Kordofan; toma aquí
  el nombre de Nilo, y atraviesa la Abisinia y la Nubia, y llega al
  Egipto, en donde corre de sur a norte, dividiéndose en dos brazos
  que se subdividen en siete bocas, que forman los deltas. Desbórdase
  poco en el alto Egipto, no así en el medio y bajo, cuyas tierras
  fecunda con su cieno. Su curso es de 5500 kilómetros. Las fuentes no
  se han descubierto hasta el año de 1846. Diodoro de Sicilia atribuye
  a Anaxágoras, el maestro de Eurípides, esta opinión que expresa
  Helena acerca de las causas de sus periódicas inundaciones. Esquilo,
  en _Las Suplicantes_, verso 560, llama a las llanuras regadas por
  el Nilo λειμῶνα χιονόβοσκον, pradera fecundada por el derretimiento
  de las nieves. Pomponio Mela dice también, I, c. 9: _Crescit porro
  Nilus, sive quod solutæ magnis æstibus nives ex commmunibus Æthiopiæ
  jugis, largius quam ripis excipi queant, definient_. Esta debe ser,
  en efecto, una de las causas de su extraordinario crecimiento,
  juntamente con las lluvias torrenciales que lo llenan en el estío.

  [309] Antiguo rey de Egipto, cuyo reinado se fija en el año 1280
  antes de Jesucristo.

  [310] Pequeña isla inmediata a Alejandría.

  [311] Hijo de Zeus y de la ninfa Egina; reinó en la isla Enopea, a la
  cual dio el nombre de su madre, y fue tan sabio y justo que su padre,
  después de muerto, lo nombró juez en los infiernos. Fue padre de
  Telamón y de Peleo, padres, respectivamente, de Áyax y de Aquiles.

  [312] Nereo, dios marino hijo de Océano y de Tetis, esposo de Doris,
  padre de las nereidas, ninfas del Océano. Habitaba en el mar Egeo y,
  como Proteo, disfrutaba del doble don de mudar de forma y de predecir
  lo futuro. Se le representaba viejo y con la barba azul.

  [313] Atenea.

  [314] Monte de Troya.

  [315] Paris.

  [316] Aquiles.

  [317] Río de la Tróade.

  [318] Hijo de Telamón y de Hesíone y hermano de padre de Áyax, a
  quien acompañó al sitio de Troya. A su vuelta fue desterrado por su
  padre, furioso al verlo sin su hermano, y fundó Salamina, en Chipre.
  Algunos han sostenido que fundó Cartagena, en España, y que llegó en
  sus excursiones marítimas hasta el país de los galaicos.

  [319] Dios de las riquezas y de las minas de metales preciosos, hijo
  de Yasión y de Deméter. Habitaba en los infiernos, y se le representa
  ciego y con una bolsa en la mano, para indicar que la fortuna hace
  rico de ordinario a quien menos lo merece.

  [320] Véase el _Áyax Furioso_ de Sófocles, en donde se representa
  detalladamente todo esto que cuenta Teucro.

  [321] Testio, rey de la Etolia, hijo de Agénor o de Ares, y padre de
  Plexipo y Toxeo y de Altea, Leda o Hipermnestra.

  [322] Helena era hija de Zeus y de Leda.

  [323] Los Dioscuros, Cástor y Pólux.

  [324] Hubo dos Salaminas: una era cierta isla del mar Egeo, en el
  golfo Sarónico, a 4 kilómetros de la costa del Ática, en donde
  reinaba Telamón, el padre de Teucro, y la otra una ciudad de la costa
  oriental de la isla de Chipre, fundada por Teucro, que le dio el
  nombre de su patria.

  [325] Divinidades marinas, hijas de Aqueloo, de melodiosa voz,
  que atraían a los navegantes con sus cantos, y los obligaban a
  precipitarse en la mar y ahogarse.

  [326] Ya en otro lugar hemos indicado la diferencia que había entre
  la flauta líbica y la siringa, compuesta la una ordinariamente de un
  solo cañón, y la otra de varios desiguales.

  [327] Ninfas de ríos y fuentes, que se representaban coronadas de
  hojas de cañas y recostadas sobre un cántaro que derrama agua.

  [328] Calcieco, de nicho o templete de bronce, como la de Esparta.

  [329] Todos los arqueólogos saben que los griegos no solo pintaban
  las estatuas, sino sus templos y más notables edificios.

  [330] Es muy bueno esto de las ocultas señales, en cuya virtud
  Menelao podría reconocer a Helena. Es tan natural, tan sencillo,
  tan infantil, que excita nuestra involuntaria sonrisa, y no solo
  lo perdonamos, sino que sentiríamos no verlo escrito. La poesía
  griega puede compararse a esos valles de los montes en donde crecen
  confundidos flores, arbustos y árboles sin orden ni concierto,
  pero formando un todo encantador y risueño, porque vemos en ellos
  la mano de Dios sola, la vida inagotable de la Naturaleza; parte
  de la moderna se asemeja a esos jardines simétricos en donde todo
  es regular y ordenado, con sus cuadros geométricos, sus árboles en
  fila, sus fuentes en los ángulos o el centro; en fin, todo prosaico,
  artificial y frío.

  [331] Calisto, hija de Licaón, seducida por Zeus, transformado en la
  diosa Artemisa para lograr su amoroso intento. Hera la convirtió en
  osa, no en leona, como dice Eurípides más abajo, y Zeus la trasladó
  al cielo con su hijo Arcas, en donde fueron conocidos con los nombres
  de la Osa grande y pequeña.

  [332] Poco se sabe de esta Cos, citada por Helena sin nombrarla.
  Estéfano, en su obra sobre las ciudades, dice así: Κίος δὲ ἀπὸ Κῶ,
  ᾕτις Μέροπος γηγενοὺς θυγάτηρ. «Cos (la isla del Egeo, patria de
  Hipócrates, Epicarmo y Apeles), llamada así de Cos, hija de Mérope».
  Higino, _Astron._, 16, dice que este Mérope fue rey de la isla de
  Cos, cuyo nombre viene del de su hija. Parece que Mérope contrajo
  himeneo con una ninfa llamada Etemea, castigada a flechazos por
  Artemisa, furiosa al contemplar el desprecio con que la trataba.
  Perséfone, sin embargo, la arrastró a los infiernos todavía con vida.
  Así es de presumir que algunos, como hace aquí Eurípides, atribuyen a
  una hija de Mérope lo que otros cuentan de su esposa.

  [333] Véase el _Orestes_, en donde se refiere todo esto que dice
  Menelao.

  [334] Ya en otra ocasión hemos recordado las burlas de Aristófanes
  acerca de los harapos que suelen cubrir a los héroes de Eurípides.
  Los de Sófocles y Esquilo excitan el terror y la compasión, no por
  estos accesorios externos, sino por su especial situación trágica.
  Sin embargo, no puede negarse que ahora, al menos, están justificados.

  [335] El amor de Teoclímeno a Helena.

  [336] No deja de ser dramática la situación de Menelao que, habiendo
  dejado a Helena en poder de sus compañeros, oye de los labios de la
  vieja portera tan extrañas nuevas. Sus dudas y reflexiones son tan
  naturales que no pueden menos de excitar nuestro interés. Tantas
  casualidades no son creíbles, y por eso excitan hasta ese punto su
  extrañeza; pero como su situación no es a propósito para perder el
  tiempo analizándolas, las deja para mejor ocasión.

  [337] Parecía lo natural que Menelao, al encontrar inesperadamente
  a Helena a quien había dejado oculta en la cueva, creyese que de
  cualquier modo había salido de ella y estaba allí como él, pues el
  mismo tiempo necesitaban uno y otro para llegar a aquel paraje. Un
  marido de nuestros tiempos se hubiera apoderado de ella y la hubiese
  arrastrado a la cueva para compararlas y desvanecer sus dudas;
  pero Menelao, seguro de que no la dejarían escapar sus compañeros,
  dominado de mil supersticiones, desconfiando de todo después de haber
  sufrido tantas desdichas, y viéndola correr hacia el sepulcro de
  Proteo como hacia un edificio conocido y hablar con el Coro como con
  antiguos amigos, vacila, y no sabe qué pensar ni qué hacer.

  [338] Hera fue siempre celosa, vengativa y cruel, y no pudo perdonar
  la injuria que le hizo Paris, dando a Afrodita la palma de la belleza
  en los bosques de Ida. Con este objeto supone Eurípides que solo
  dejó al hijo de Príamo una vana sombra, alterando a su capricho
  la tradición y atribuyendo a una de las deidades principales del
  Olimpo tan bárbara venganza, puesto que por un fantasma aéreo y para
  satisfacer su rencorosa pasión, causó la muerte de tantos griegos y
  troyanos.

  [339] El texto griego dice terminantemente: πικρὰς ἐς ἀρχὰς
  βαίνεις. Esta locución, muy común en la lengua helénica, es natural
  en un pueblo acostumbrado a oír frecuentemente a sus oradores y
  familiarizado con los términos de la Retórica. Otras muchas frases
  revelan también que era una ciudad marítima y mercantil.

  [340] Los personajes de Eurípides, siempre que hablan del lecho,
  dan a entender lo que media realmente, esto es, que estaban a
  considerable altura, hasta el extremo de que para llegar a ellos
  se hacía uso de una escalera (_gradus_) o de un taburete alto
  (_scamnum_). Venían a ser una especie de sofás muy grandes, con una
  elevación en la cabecera y a veces otra en los pies (ἀνακλιντήριον)
  y un respaldo en uno de los lados, mientras que el otro (_sponda_)
  dejaba franca la entrada. Fuertes fajas (_fascias, restes,
  institae_), sujetas en el catre, sostenían un colchón bien relleno
  (_torus, culcita_) con un travesero y una almohada (_cubital,
  cervical_).

  [341] Hermes, mensajero de los dioses.

  [342] Como este mensajero es un esclavo, no osa, sin permiso de su
  dueño Menelao, tomar parte en el diálogo de ambos esposos, y solo
  cuando este le da licencia para ello se atreve a hablar con sus
  dueños.

  [343] Famoso adivino, hijo de Téstor, que acompañó a los griegos a su
  expedición a Troya y predijo que duraría diez años, y que la flota
  que conducía a los guerreros no saldría del puerto de Áulide hasta
  que Agamenón sacrificase a su hija Ifigenia en el altar de Artemisa.
  Homero dice que murió de despecho, vencido por el adivino Mopso.

  [344] Heleno, otro adivino hijo de Príamo, a quien cautivó Odiseo en
  la guerra de Troya, y después de tomada fue hecho esclavo de Pirro,
  cuya amistad se granjeó prestándole importantes servicios. Pirro le
  cedió su esposa Andrómaca, y al morir, parte de sus estados.

  [345] Esta diatriba contra el arte de las adivinaciones, aunque
  conforme con nuestras ideas, no deja de ser un rasgo inaudito de
  irreligiosa osadía, tratándose de un griego de la antigüedad.
  Justamente, uno de los lazos comunes que unía a los distintos pueblos
  de la Grecia era esta creencia en los oráculos, y la veneración que
  se profesaba a algunos, como al de Apolo en Delfos, asilo sacrosanto
  en tiempo de disturbios, a cuyo lustre contribuían con sus dones
  todas las ciudades helénicas.

  [346] Esta tempestad de que habla Menelao es la que promovió Poseidón
  a ruego de Atenea, para vengarla de la profanación de su templo por
  Áyax, de todo lo cual hacemos mención en _Las Troyanas_, verso 77 y
  siguientes.

  [347] Nauplio, rey de la Eubea y padre de Palamedes, que pereció
  apedreado en el campamento de los griegos junto a Troya, por engaño
  de Odiseo, se vengó de sus enemigos encendiendo hogueras en el
  promontorio Cafereo, y atrayendo hacia él a los vencedores de Ilión,
  cuyas naves se estrellaron casi todas en los escollos.

  [348] Creta, a consecuencia de los amores de Pasífae, de la
  expedición de Teseo y de la muerte de Minotauro era para los griegos
  una isla novelesca.

  [349] Hallábanse estas grutas, en las cuales Perseo cortó la cabeza
  de la Gorgona, en la parte occidental del delta del Nilo.

  [350] Las frases pronunciadas antes por la vieja portera del palacio
  de Proteo, cuando Menelao se llega a él pidiendo hospitalidad.
  Recuerda lo que le ha dicho del odio que su señor profesa a los
  griegos y sus noticias sobre Helena, la hija de Zeus, incomprensibles
  entonces pera él.

  [351] Ejemplos innumerables que hemos visto en otras tragedias nos
  enseñan que entre los antiguos griegos los altares de los dioses
  servían de asilo a los criminales y desdichados, y como Menelao solo
  ve un sepulcro, no un templo ni un altar, extraña esta costumbre de
  los egipcios, distinta de la de sus compatriotas. Sin más explicación
  se comprende fácilmente que Helena, expuesta a los ardores amorosos
  de Teoclímeno, cuidase de dormir de noche en el sepulcro, no en el
  palacio de su amante desdeñado.

  [352] Teónoe, de θεός, dios, y νοῦς, entendimiento.

  [353] Neleo, hijo de Poseidón y de Tiro, y hermano de Pelias, a quien
  ayudó a usurpar el cetro de Yolco, que empuñaba Esón; desterrado
  después por el usurpador, fundó Pilos y Mesenia, y se casó con
  Cloris, de quien tuvo doce hijos, y a Néstor entre ellos. Se atrevió
  a pelear con Heracles, y murió a sus manos con casi todos sus hijos,
  excepto Néstor. Neleo fue uno de los argonautas. Su hijo y sucesor,
  de quien habla Menelao, el Matusalén de los griegos, asistió al
  combate de los centauros y los lapitas, y capitaneó a pilios y
  mesenios en el sitio de Troya, en donde perdió a su hijo Antíloco.
  Néstor, como hemos dicho, era tan viejo que, según Homero, contaba
  tres edades de hombre, y fue también muy famoso por su sabiduría y su
  elocuencia.

  [354] Desde los tiempos más remotos fueron mirados los egipcios
  por los demás gentiles, sobre todo por los griegos, como un pueblo
  excesivamente religioso, fanático y supersticioso, y su país como
  la patria natural de prodigios y portentosas maravillas. Recuérdese
  también que entre los idólatras la purificación corporal era signo
  de la espiritual, y consecuente con esta creencia la divina Teónoe,
  purifica la atmósfera que respira y la tierra que pisa con el fuego,
  el azufre y la resina.

  [355] Curiosas son en extremo estas razones de alta política
  que mueven a las diosas Hera y Afrodita, atentas a que no sufra
  menoscabo entre los mortales la idea que tienen de su poder. La
  vanidad mujeril, que así reinaba entre los griegos en el cielo como
  en la tierra, excitan a cada una a favorecer o dañar a Helena y
  Menelao; y aunque Artemisa a la conclusión del _Hipólito_ diga que
  está prohibido a los dioses usurpar lo que a otros corresponde, ni
  intervenir en sus asuntos particulares, ocurría sin duda a veces
  que chocaban sus intereses, y en este caso no había otro recurso
  que celebrar solemnes consejos, en los cuales se resolvían tan
  importantes cuestiones.

  [356] Algo crítica es la situación de Teónoe, porque en último caso
  probará que ella, simple mortal, si favorece a Menelao y a Helena,
  es más justa y filantrópica que la misma Afrodita, lo cual no habla
  muy alto en favor de su piedad para con una divinidad injusta.
  Obsérvese la tendencia irreligiosa de Eurípides, siempre dispuesto a
  rebajar a los dioses y a ensalzar a los hombres a costa de aquellos,
  pues dentro de poco Teónoe demostrará con su conducta que, fiel a
  la memoria y a la voluntad de su padre, despreciando las iras de su
  hermano y de Afrodita, se declara sin rebozo por lo que cree justo y
  humano.

  [357] Seguramente no será necesario llamar la atención de los
  lectores hacia la castiza y natural belleza de los dos discursos que
  pronuncian Helena y Menelao. Nutridos de sólidas razones, llenos de
  espontáneos y sencillos afectos y apropiados a la aflictiva situación
  en que ambos se encuentran, prueban una vez más el indispensable
  talento dramático de Eurípides, siempre que no lo extravíe el
  filosofismo, su amor a la novedad, su afán inmoderado de distinguirse
  de los demás poetas, y como consecuencia de todo esto, las radicales
  alteraciones que hace sufrir a las fábulas mitológicas tradicionales,
  al carácter de los personajes que intervienen en ellas, consagrado
  por los siglos, y a los dioses que forman en los negocios humanos, a
  imitación de lo que sucede en _La Ilíada_, una parte tan activa.

  [358] El de profetizar, de que se ha hablado antes.

  [359] Estas opiniones filosóficas de Eurípides, que expone en
  distintos pasajes de sus tragedias, provienen sin duda de su maestro
  Anaxágoras, y no dejan de ser curiosas. En su concepto, el cuerpo,
  formado de tierra, vuelve a ella después de la muerte, y el alma,
  emanación del Éter, torna también a él. Acaso los griegos, dotados
  de singular perspicacia para penetrar en los arcanos psicológicos,
  hubieron de conocer el problema, que aún no ha resuelto la ciencia
  en nuestros días, abandonada a sí misma, esto es, el de la unión del
  alma y del cuerpo, espíritu simple la primera y materia compuesta
  el segundo. La Filosofía hasta ahora se limita a consignar el hecho
  de esta unión, pero no lo explica ni probablemente podrá explicarlo
  nunca.

  [360] Aquí respira de nuevo la animosidad de Eurípides contra el
  bello sexo.

  [361] Fácilmente recordarán los lectores que la palabra cenotafio (de
  κενοτάφιον, _sepulcro vacío_) de que usa antes Helena, indica con
  claridad que Menelao no ha de ser sepultado en él, sino que se le va
  a erigir en el supuesto de que ha perecido en la mar, llevándose esta
  su cadáver. Menelao representará ante Teoclímeno el papel de náufrago
  compañero de aquel héroe, que se ha salvado con trabajo. Recuérdese
  también que en casi todas las tragedias de Eurípides las mujeres
  son de ordinario las que urden estos astutos artificios, como en la
  _Hécuba_, para mutilar a Poliméstor, y en la _Electra_, para vengarse
  de Menelao.

  [362] Alusión al falaz faro encendido por Nauplio para vengarse de
  los griegos, de que ya hemos hablado más arriba.

  [363] Justa y terrible acusación que Eurípides lanza contra los
  dioses del gentilismo, aunque más propias del filósofo que enseña
  que del poeta, intérprete de la tradición y de las creencias de sus
  mayores. La verdad es que el Olimpo con sus númenes, víctima de
  pasiones humanas y personificación antropomórfica de la sencilla
  religión de un pueblo primitivo y no alumbrado por la luz de la
  revelación, era ya en tiempo de Eurípides poética ficción, tan
  desnuda de verosimilitud como opuesta a la razón filosófica.

  [364] Sabido es que los antiguos cazadores usaban de una red grande
  y muy fuerte (_longo meantia retia tractu. Nemes Cyneg._, 300), con
  la cual, antes de comenzar la batida, rodeaban vasta extensión de los
  montes para impedir que la caza se dispersase en la llanura.

  [365] Helena, con refinada astucia, llama señor a Teoclímeno, cual
  si fuera su esposo, dejándole entrever que ya consiente en su nuevo
  himeneo.

  [366] Fácilmente apreciarán los lectores la finísima ironía que
  respiran estas palabras de Helena, comprensibles en sus dos sentidos
  solo para los espectadores, no para Teoclímeno, ignorante de todo lo
  ocurrido.

  [367] Recuérdese lo que antes hemos dicho repetidas veces acercado la
  importancia que daban los griegos a la sepultura.

  [368] Esta es la principal razón que da Helena a Teoclímeno para
  convencerle de la verdad de su aserto, pues no es fácil suponer que
  su propia hermana se uniese con dos extranjeros, como eran Menelao y
  Helena, para engañar a su hermano.

  [369] La pregunta de Teoclímeno retrata fielmente la pasión amorosa
  del hijo de Proteo, que si finge en un principio participar del
  dolor de su amada, y casi parece olvidarse de su amor, aprovecha sin
  embargo la primera coyuntura favorable para enterarse de lo que más
  interesa a la satisfacción de sus deseos.

  [370] El texto original dice: κενοῖσι θάπτειν ἐν πέπλων ὑφάσμασιν,
  porque el peplo no envolvía al cadáver, como se acostumbraba en tales
  casos.

  [371] Jenofonte en su _Cirop._, VIII, 3, 24, dice así: Ἐπεὶ δὲ
  ἀφίκοντο πρὸς τὰ τεμένη, ἔθυσαν τῷ Διὶ, καὶ ὡλοκαύτωσαν τοὺς ταύρους·
  ἔπειτα τῷ Ἡλίῳ, καὶ ὡλοκαύτωσαν τοὺς ἵππους. «Habiendo llegado
  después a los templos, sacrificaron a Zeus, consumiendo las llamas
  toros enteros; luego sacrificaron al sol, y el fuego devoró entonces
  por completo _a los caballos_ que se inmolaron». Se ve, pues, que
  entre los persas, prototipo de los bárbaros para los griegos, se
  sacrificaban caballos a los dioses.

  [372] Estos cantos del Coro, bellísimos como poesía independiente
  de la tragedia, no lo son tanto interpoladas en ella, por la escasa
  relación que tienen con la misma, a pesar de la contraria aseveración
  de algunos críticos modernos alemanes. Será todo lo más una digresión
  poética que hace Eurípides, pero es indudable también que en ninguna
  otra tragedia suya hay tan lejana alusión en los cantos del Coro
  al argumento o a los personajes del mismo. En los últimos versos
  parece que atribuye las desdichas de Helena a su indiferencia hacia
  el culto de la _Mater Deorum_, cuidadosa solo de su belleza; pero
  esto, suponiendo que no haya habido transcendentales interpolaciones,
  no obstante las correcciones de Hermann, Hartung y otros sabios
  filósofos, en nada debilita nuestra opinión, puesto que de todas
  maneras resulta que los cantos del Coro están en contradicción con
  lo restante de la tragedia. ¿No ha dicho antes el poeta que si el
  rapto de Helena ha sido origen de la guerra de Troya, solo debe
  atribuirse a Afrodita, que prometió su posesión a Paris por haberle
  adjudicado la palma de la belleza? ¿No ha dicho también que Hera,
  para vengarse de Paris y de Afrodita, formó vano fantasma, engañando
  con él a griegos y troyanos, y transportando a Egipto a la verdadera
  Helena? Verdad es que el mismo Eurípides afirma otras veces que la
  grave contienda de aqueos y frigios era obra de Zeus, a fin de librar
  a la madre Tierra de tantos hombres como oprimían su seno; pero aun
  concediendo al poeta libérrima facultad de alterar la tradición a su
  antojo, y por tanto la de variar de opinión cuando le parece, siempre
  resulta en definitiva que este canto del Coro, cuyo objeto es achacar
  los infortunios de la hija de Leda a su indiferencia religiosa, tiene
  más trazas de adición poética, extraña a la composición, que de parte
  esencial de la misma.

  Observen también los lectores que el poeta confunde a Cibeles,
  Deméter y Dioniso, los atributos de cada uno y las ceremonias
  religiosas del culto de estas tres deidades, acaso porque realmente
  los unía cierto vínculo común, puesto que Cibeles es la Tierra,
  Deméter la diosa que enseñó a los hombres su cultivo, y Dioniso el
  que ofreció a los mortales el vino.

  [373] Alusión a los misterios de Eleusis.

  [374] Helena hace aquí y posteriormente malignas alusiones, que los
  espectadores debían comprender fácilmente, a expensas de Teoclímeno.
  Creemos, sin embargo, que no todas están en su lugar, porque la
  crítica situación de Helena momentos antes de acometer su atrevida
  empresa, de la cual depende su salvación y la de su esposo, expuesta
  a fracasar inesperadamente por cualquier suceso imprevisto, no era,
  sin duda, la más conveniente para hablar de esta manera. Acaso
  sea nuestro escrúpulo infundado; pero en ocasiones semejantes no
  es costumbre entre los mortales expresarse así. Parece que habla
  Eurípides, no Helena.

  [375] El texto griego dice: ῥοθίοισι μάτηρ. Ῥόθος significa ruido,
  rumor como de olas, torrentes, remos, etc. El poeta llama madre a la
  nave porque, al cortar las olas, hacen estas ruido.

  [376] Γαλάνεια en griego, deidad y nombre creado por Eurípides,
  derivado de γαλήνη, calma marina, tiempo sereno.

  [377] Micenas, fundada por Perseo, famoso héroe griego, hijo de
  Zeus y Dánae. Acrino, padre de esta, temeroso de que la sedujeran,
  la encerró en una torre, bien guardada, en donde penetró el rey del
  Olimpo, convertido en finísima lluvia de oro. El fruto de esta unión
  fue abandonado a la merced de las olas, que lo llevaron a la costa
  de Serifos, cuyo rey Polidectes lo adoptó por hijo. Mató, ya hombre,
  a las Gorgonas, de cuya sangre brotó el caballo alado Pegaso, con
  cuyo auxilio libertó a Andrómaca del monstruo marino que había de
  devorarla.

  [378] El Eurotas.

  [379] Llamábanse Leucípides las vírgenes sacerdotisas Febe e Hilaíra,
  hijas de Leucipo, de las cuales habla Pausanias, _Lacónica_, y
  Propercio, 1, 2.

  [380] Príncipe lacedemonio, hijo de Amiclas, de extraordinaria
  belleza, de quien se enamoraron a un tiempo Apolo y Céfiro, siendo
  preferido el primero. Jugando un día al disco con aquel dios, Céfiro
  torció el disco, que, hiriendo a Jacinto, lo dejó sin vida, y fue
  convertido en la flor que lleva su nombre. Era adorado como una
  divinidad por los lacedemonios y amicleos.

  [381] Hermíone, hija de Menelao y de Helena.

  [382] Las grullas.

  [383] Llámales febeas porque fueron edificadas por Febo en el reinado
  de Laomedonte, padre de Príamo.

  [384] Es esta una isla pequeña, frente al promontorio Sunio, llamada
  Cránae. Homero, _Iliad._, III, 445, y Estrabón, IX, 1, la mencionan.

  [385] Estas ideas aristocráticas, siempre que viene a cuento la
  nobleza, es otra de las flaquezas del poeta, que no se compagina con
  su origen plebeyo.

  [386] De la misma manera, y con iguales palabras, terminan casi todas
  las tragedias de Eurípides. Algo análogo hacía también Demóstenes con
  los exordios de sus arengas.






*** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK OBRAS DRAMÁTICAS DE EURÍPIDES (2 DE 3) ***


    

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defect in this electronic work within 90 days of receiving it, you can
receive a refund of the money (if any) you paid for it by sending a
written explanation to the person you received the work from. If you
received the work on a physical medium, you must return the medium
with your written explanation. The person or entity that provided you
with the defective work may elect to provide a replacement copy in
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or entity providing it to you may choose to give you a second
opportunity to receive the work electronically in lieu of a refund. If
the second copy is also defective, you may demand a refund in writing
without further opportunities to fix the problem.

1.F.4. Except for the limited right of replacement or refund set forth
in paragraph 1.F.3, this work is provided to you ‘AS-IS’, WITH NO
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1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied
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or any Project Gutenberg™ work, (b) alteration, modification, or
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Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg™

Project Gutenberg™ is synonymous with the free distribution of
electronic works in formats readable by the widest variety of
computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It
exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations
from people in all walks of life.

Volunteers and financial support to provide volunteers with the
assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg™’s
goals and ensuring that the Project Gutenberg™ collection will
remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
and permanent future for Project Gutenberg™ and future
generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary
Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
Sections 3 and 4 and the Foundation information page at www.gutenberg.org.

Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation

The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non-profit
501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
Revenue Service. The Foundation’s EIN or federal tax identification
number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
U.S. federal laws and your state’s laws.

The Foundation’s business office is located at 809 North 1500 West,
Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up
to date contact information can be found at the Foundation’s website
and official page at www.gutenberg.org/contact

Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg
Literary Archive Foundation

Project Gutenberg™ depends upon and cannot survive without widespread
public support and donations to carry out its mission of
increasing the number of public domain and licensed works that can be
freely distributed in machine-readable form accessible by the widest
array of equipment including outdated equipment. Many small donations
($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
status with the IRS.

The Foundation is committed to complying with the laws regulating
charities and charitable donations in all 50 states of the United
States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
with these requirements. We do not solicit donations in locations
where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
DONATIONS or determine the status of compliance for any particular state
visit www.gutenberg.org/donate.

While we cannot and do not solicit contributions from states where we
have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
against accepting unsolicited donations from donors in such states who
approach us with offers to donate.

International donations are gratefully accepted, but we cannot make
any statements concerning tax treatment of donations received from
outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.

Please check the Project Gutenberg web pages for current donation
methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
ways including checks, online payments and credit card donations. To
donate, please visit: www.gutenberg.org/donate.

Section 5. General Information About Project Gutenberg™ electronic works

Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
Gutenberg™ concept of a library of electronic works that could be
freely shared with anyone. For forty years, he produced and
distributed Project Gutenberg™ eBooks with only a loose network of
volunteer support.

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editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
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