The Project Gutenberg eBook of Obras dramáticas de Eurípides (1 de 3) This ebook is for the use of anyone anywhere in the United States and most other parts of the world at no cost and with almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included with this ebook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you will have to check the laws of the country where you are located before using this eBook. Title: Obras dramáticas de Eurípides (1 de 3) Hécuba, Hipólito, Las Fenicias, Orestes, Alcestis, Medea Author: Euripides Translator: Eduardo de Mier Release date: April 30, 2024 [eBook #73500] Language: Spanish Original publication: Madrid: Librería de los sucesores de Hernando Credits: Ramón Pajares Box. (This file was produced from images generously made available by Biblioteca Digital Floridablanca / Fondo antiguo de la Universidad de Murcia.) *** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK OBRAS DRAMÁTICAS DE EURÍPIDES (1 DE 3) *** NOTA DE TRANSCRIPCIÓN * Las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS. * Los errores de imprenta han sido corregidos. * La ortografía del texto original ha sido modernizada de acuerdo con las normas publicadas en 2010 por la Real Academia Española. * También se han modernizado los nombres propios de personas y lugares, y los gentilicios. * Los nombres de los dioses y héroes no aparecen con la denominación latina, utilizada por el traductor, sino con la griega, como hizo el autor. Es decir, Venus y Hércules aparecen como Afrodita y Heracles. * Las notas a pie de página han sido renumeradas y colocadas al final del libro. * Las páginas en blanco han sido eliminadas. OBRAS DRAMÁTICAS DE EURÍPIDES BIBLIOTECA CLÁSICA TOMO CCXXI OBRAS DRAMÁTICAS DE EURÍPIDES VERTIDAS DIRECTAMENTE DEL GRIEGO AL CASTELLANO POR EDUARDO MIER Y BARBERY Traductor del alemán de las obras dramáticas de Schiller de la «Biblioteca Clásica». Grajis ingenium, Grajis dedit ore rotundo Musa loqui. HORAC., _Epist. ad Pis._ TOMO I MADRID LIBRERÍA DE LOS SUCESORES DE HERNANDO Calle del Arenal, núm. 11. — 1909 Es propiedad. Imprenta de los Sucesores de Hernando, Quintana, 33. PRÓLOGO DEL TRADUCTOR Esta versión castellana de Eurípides no se publicaría ahora, si antes no hubiese costeado don José Gutiérrez de la Vega la impresión de parte de ella, en 1865, si el señor don Cayo Ortega, catedrático de Bibliología de la Universidad Central, no la hubiera elegido para la BIBLIOTECA CLÁSICA, asesorándose previamente de don Marcelino Menéndez y Pelayo, autoridad tan acatada por todos en tales materias; y si, por último, no existiese la Empresa editorial que, con tanto acierto como justicia, ha encargado la dirección literaria de la misma a dicho señor Ortega. Verdadero, justo y digno es declararlo así primero. El traductor, a quien desagrada sobremanera llamar la atención del público hacia su persona, se limita solo a anunciarle que, al hacer esta versión, se propuso llenar un vacío sensible de nuestra literatura, contribuir en escala mínima al conocimiento y estudio de los grandes modelos dramáticos griegos, en cuanto es posible en nuestros tiempos, y formar y depurar el gusto de los aficionados y cultivadores de la literatura dramática. Su plan, magnífico y soberbio como suelen serlo todos en su principio, puesto que se extendía a todo el Teatro Helénico, hubo después de reducirse, por las exigencias invencibles de la realidad, al postrero de los trágicos, el que menos vale en absoluto, a su juicio, pero el más importante para cuantos hoy vivimos, por ser el lazo de unión de la dramática griega con la de los pueblos modernos, y por haber sido, por lo mismo, el más estudiado, conocido e imitado por los autores dramáticos posteriores. Siempre, sin embargo, para sus compatriotas y para los demás, ha sido y será un poeta de primer orden. Presentarlo, por consiguiente, tal cual es, sin exageraciones ni aditamentos extraños que lo desfiguren; elegir y comparar los mejores textos; consultar a sus traductores más fidedignos; atenerse así al espíritu como a la letra de sus escritos en cuanto es esto hacedero a las lenguas modernas, e inspirarse, en fin, en el ambiente más helénico posible, sin olvidarse nunca de que respira otro muy distinto, e insistiendo siempre en aquello que más distingue a la buena literatura griega, y es y será eterno en todas las literaturas sanas, no caducas y enfermizas, de todos los pueblos y de todos los tiempos, ha sido, en resumen, su principal o su única tarea, porque el aticismo y el buen gusto, la claridad, el orden y disposición acertada, sobria y fácil al parecer de las partes de cualquier conjunto literario, sea el que fuere, son y serán siempre leyes eternas de la estética literaria, como los rebuscamientos, las perífrasis, el desorden y la confusión y el afán insano de innovar ligeramente a costa de la verdadera y eterna belleza, son y han sido también siempre los escollos tan seguros como inevitables y mortales que caracterizan a las literaturas decaídas, y en donde se estrellan con harta frecuencia así los grandes como los pequeños ingenios. En estas ideas se apoyan cuantos juicios favorables o adversos se emiten acerca de Eurípides, y en mostrarlo tal como es a los lectores. Las notas y aclaraciones, a veces repetidas para comodidad de quienes lo leen, no tienen otro objeto que facilitar su inteligencia, esquivando lo que puede enaltecer y vanagloriar al traductor a costa de la paciencia y del bolsillo del lector, porque atender y contemplar al bien y a la satisfacción lícita ajenas con mengua de la propia, hasta en literatura es seguramente, y más ahora que en otras edades, una soberana y rara virtud. ¿Habrá conseguido su fin, o lo duda tanto como lo desea? INTRODUCCIÓN OJEADA GENERAL HISTÓRICO-CRÍTICA SOBRE LAS TRAGEDIAS DE EURÍPIDES La más grave dificultad con que tropieza el historiador o el crítico al censurar las obras de Eurípides, proviene de la imposibilidad en que uno y otro se hallan de trasladarse mentalmente a la época en que se escribieron, desprendiéndose de las ideas de la presente. Añádase a esta la no menor que ofrece el examen de las opiniones de los distintos escritores que se han propuesto juzgarlas, sus apasionados apologistas los unos, ya por falta de gusto y de instrucción suficiente, ya por exagerado amor nacional, y sus acerbos censores los otros, movidos de ordinario por causas análogas a las indicadas, por su oposición a los primeros, o acaso por su deseo de llevar la verdad al ánimo del público en medio de tan encontrados extremos. Así es que Aristófanes, Aristóteles, Quintiliano y otros autores de la antigüedad, y las escuelas literarias modernas de Francia y Alemania, han emitido de ordinario diversos y opuestos juicios, elevándolo estas últimas hasta la cúspide de la perfección, y presentándolo como perpetuo e inimitable modelo, o ensañándose en él sin piedad, deteniéndose en sus faltas con placer, y atacando realmente a sus imitadores y a la nación a que pertenecen con el achaque de criticar al maestro. Nosotros, igualmente alejados de esos campos de enconadas pasiones; en una época literaria más tranquila; amantes de la verdad; sin antipatías ni simpatías por esta ni aquella nación, ni por una ni otra escuela, y con la calma y la tranquilidad necesarias para pesar con ánimo imparcial los móviles que guiaron a los mantenedores de esos pareceres contrarios, nos esforzaremos en exponer el nuestro, humilde, sin duda, y poco autorizado, pero hijo de la convicción más profunda, fruto de algunos estudios y reflexiones, y resultado de tareas tan oscuras como prolijas y molestas. Ya es tiempo también de que España tome parte en esas luchas de la erudición y del ingenio con la gravedad y el juicio que le son propios, sin exageración ni petulancia, y sin olvidar que la Historia es de ordinario la madrastra, no la madre de la verdad; la Crítica, hija de la pasión, de la debilidad o de la envidia, y máscara la Erudición de la ignorancia, de la vanidad o de la ligereza. Con tal propósito, y para formar idea exacta del mérito dramático de Eurípides, echaremos antes una ojeada rápida sobre el estado de su patria; apreciaremos la situación del teatro griego en su tiempo, y, por último, descenderemos a dar algunas noticias de su vida, que acaso nos expliquen después satisfactoriamente no pocos pasajes de sus tragedias. Eurípides, en efecto, alcanzó los días venturosos en que su patria llegó al apogeo de su grandeza, y pudo aspirar el aire que daba la vida a Pericles y Aspasia, a Sócrates y Anaxágoras, a Sófocles, Aristófanes, Lisias, Tucídides y Heródoto, a Metón e Hipócrates, a Ictino y Calícrates, a Fidias, Zeuxis, Polignoto y Parrasio. Atenas era el estado más poderoso de la Grecia por su disciplina militar y su marina;[1] metrópoli de numerosas colonias; cabeza de una liga helénica, cuyo tesoro manejaba y cuyos litigios resolvía; más humanitaria y simpática que su rival Esparta; floreciente por su ciencia, por su filosofía, por su comercio, por sus letras y sus artes; cuna y teatro de grandes oradores; civilizada hasta un extremo que hoy nos parece fabuloso; madre natural o adoptiva de los hombres eminentes en todos los ramos del saber; y por sus fiestas solemnes, por su culto a la belleza bajo todas las formas, por sus gloriosas tradiciones, por la ilustración y buen gusto de sus habitantes,[2] la ciudad mirada por toda la Grecia con envidia o con entusiasmo. Y, sin embargo, si este bosquejo que acabamos de trazar nos parece verdadero, no lo es menos que en él se observan ciertas sombras que habían de extenderse poco a poco, hasta envolverlo todo en tinieblas. Su religión politeísta, riquísima vena explotada por los poetas, adolecía, considerada filosófica y moralmente, de dos graves defectos, que con el tiempo habían de producir amargos frutos. A medida que se fuese propagando y perfeccionando la ciencia, había de llegar la época en que fuese menester atacar en su base a la religión, puesto que los hombres pensadores, remontándose de los efectos a las causas, solo por la luz natural, y sin el auxilio de la revelación, debían reconocer una sola, así en el mundo espiritual como en el físico, y contribuir al descrédito o abolición del politeísmo. He aquí lo que sucedió a Anaxágoras de Clazomene, maestro de Eurípides, y más tarde a Sócrates y Platón. Considerada moralmente, era también imposible que dejase de influir en las costumbres una religión cuyos dioses participaban de todas las flaquezas humanas y eran reos de los mayores crímenes. Por otra parte, las escuelas filosóficas, que en último término hubieron de fundarse, no se detuvieron en su carrera después de arruinar lo existente, como no podía menos de acontecer en un pueblo tan vivo y apasionado, y tan propenso a la exageración. En las letras como en la filosofía, cuando se alcanza cierta altura, marcada por la Providencia en sus impenetrables designios, la fragilidad humana cae y se precipita como un torrente desde ella. Parece que se apodera el cansancio de los hombres y que el amor a la novedad gana todos los corazones, no contentos ya, como antes, con lo que es solo verdadero, natural y sencillo. Brotan entonces, como por encanto, genios audaces llenos de orgullo o de vanidad que, sin acertada elección en los medios, tienden, como a su principal objeto, a conseguir aplausos, y no se paran en las consecuencias fatales que puede producir su conducta; y como los abusos humanos, a semejanza de los astros del cielo, recorren en giro fatal el estadio señalado; después de los sublimes principios de Anaxágoras, admitiendo la existencia de un Espíritu Supremo, árbitro del mundo, vienen los sofistas, que todo lo niegan y discuten, que baten en brecha las nociones capitales de la filosofía, de la religión, del gobierno y de la moral pública, y que siembran por todas partes el escepticismo, la desconfianza y la muerte. Además, la organización social de la Grecia, dividida en tantos Estados y ciudades independientes, regidas por distintas formas de gobierno, contribuyó también no poco a su propia decadencia, puesto que era punto menos que imposible fundar entre ellas lazos armónicos de tal naturaleza que, sin faltar a la unidad, las dejara moverse en un círculo desahogado. Alguna había de descollar más que las otras; y si en los momentos de común y gravísimo peligro pudo el miedo reunir todos los brazos y hacer palpitar a un tiempo todos los corazones, una vez pasados, o intentaría la más poderosa ejercer una supremacía tiránica, o había de estrellarse contra alguna rival más fuerte o más afortunada. Así comprendemos fácilmente las guerras de Atenas y de Esparta, que terminaron en la ruina de toda la Grecia. Por otra parte, el Gobierno democrático de la primera de estas ciudades, por su veleidad e inconstancia, por la ingratitud con que pagó en ocasiones a sus hombres más eminentes y necesarios, presa de osados demagogos, que hacían girar al pueblo en todos sentidos, lisonjeando solo sus pasiones o sus caprichos, sin cuidarse de la prosperidad de la patria,[3] y exclusivista, sin embargo, hasta el extremo de conceder el ejercicio de los derechos de ciudadanía a una parte mínima de su población, no ofreció nunca las condiciones de estabilidad que logró después Roma haciendo lo contrario.[4] Aunque los historiadores que han discurrido sobre los sucesos a que nos referimos se complazcan en enumerar las distintas causas que contribuyeron, en su juicio, a la caída de Atenas, no se detienen, sin embargo, en una de las más importantes en el nuestro; a saber: en la falta de unidad de miras que en el gobierno de esta república se observa durante la guerra del Peloponeso, ya nombrando y destituyendo continuamente nuevos generales, ya dirigiendo hoy los esfuerzos de todos en un sentido, para emplearlos mañana en el opuesto. ¿Cómo, si no, se explican sus derrotas por mar y por tierra, cuando en realidad era más poderosa que Esparta, más simpática y humanitaria, el emporio de la civilización, del comercio, de las artes y las letras helénicas, y sus recursos al empezar la guerra muy superiores a los de su rival? Y si tan espantoso era el desorden que se había introducido en la inteligencia y en el gobierno, ¿qué podremos decir también sobre las costumbres áticas, cuando los cuadros que de ellas nos ofrecen las comedias de Aristófanes con su escandalosa licencia, solo pueden compararse con los no menos picantes y licenciosos que hallamos de Roma en las sátiras de Juvenal? Si la gestión de los negocios de la república exigía la constante asistencia de los hombres a la ágora, era natural que cuidasen mientras tanto de la fidelidad de sus esposas, condenándolas al encierro de los gineceos, y que la sociedad en general se resintiese de esta ausencia del bello sexo y del saludable influjo que suele ejercer en el decoro de todos. La esclavitud, admitida en Atenas como en todos los demás Estados de la Grecia, y causa innegable de corrupción, primero en el seno de las familias y después en más vasta esfera, no dejó también de contribuir a la perversión de las costumbres; y como, por otra parte, afluían a Atenas por su importante comercio multitud de extranjeros, quienes, al mismo tiempo que importaban nuevas riquezas, traían consigo sus vicios, patrocinados a veces por los mismos dioses, encontrando no pocos incentivos en las fiestas religiosas, en el culto de Afrodita y de Dioniso, y hasta en su singular afición a la belleza, bajo todas las formas y en los dos sexos, no se extrañará que en los tiempos en que vivió Eurípides no fuese la moral pública modelo perfecto de compostura y de decencia. Con estas breves indicaciones acerca del estado de Atenas en la época en que vivió el último de sus grandes trágicos, es fácil comprender la degeneración de la tragedia griega. El gusto del público no era ya el mismo, ni los poetas dramáticos podían lisonjearse de rivalizar con las obras maestras de Sófocles, modelos acabados de grandeza y sencilla sublimidad, severas y profundas en sus argumentos, religiosas siempre y morales en su fondo, sin ostentación ni aparato, monumentos eternos del más puro aticismo y del genio poético más completo que en este género encontramos en la antigüedad. Ni el destino, ni los dioses, ni los héroes significaban ya lo que antes. Las tradiciones heroicas se habían agotado en parte, y era menester alterarlas para que se acomodasen al gusto del público; ya no existían esos grandes caracteres que se retrataban en las obras dramáticas, ni se comprendían tampoco por el vulgo; se iba perdiendo poco a poco la idea moral, inherente al coro, y solo se le miraba como un accesorio agradable; y al mismo tiempo que se concedía al poeta mayor libertad para hablar de lo divino y lo humano, se le prescribían formas más mecánicas y constantes, y se le exigía que conmoviese más a los espectadores, en detrimento del buen gusto y de la tradición dramática. Con semejantes estímulos podía temerse, con razón, que apareciese un poeta más dado a ganar aplausos que gloria verdadera; más propenso a conciliarse las buenas gracias de los espectadores que a mirar por el prestigio y la grandeza del arte. Por desgracia, en esas ocasiones solemnes se encuentran pocos hombres que, desentendiéndose de las voces de su vanidad personal, tengan la entereza y el ánimo necesarios para contrarrestar la opinión, no para adularla; y ya que los impulsen causas exteriores más fuertes que la débil voluntad humana, ya que el heroísmo y la abnegación sean dotes raras y excepcionales, la Historia nos enseña que pocas veces o ninguna se ha contenido la humanidad cuando ha comenzado a recorrer este resbaladizo sendero. Al mismo tiempo penetraban en todas partes los adelantos de la filosofía, y con mayor motivo en el teatro. Ya los dioses no eran seres sobrenaturales, terribles por su poder y por su inmensa superioridad sobre los hombres, ni sus bienhechores y maestros. El libre examen analizaba su naturaleza, pesaba el valor moral de sus acciones, y aunque todavía no le era dado aniquilarlos, por ignorar lo que había de sustituirlos, los hacía descender gozoso del Olimpo a la tierra, les echaba en cara sus faltas, presumía que en sus atributos y en las tradiciones poéticas admitidas hasta entonces había mucho que era obra exclusiva de los hombres, sin existencia en la realidad; y como no era posible desterrarlos por completo de la tragedia, por la índole especial de esta clase de composiciones, parecía que se vengaba desacreditándolos. Zeus, con sus interminables aventuras amorosas; el sensible Apolo, Dioniso, las vanas diosas del cielo, se mostraban ya en ella a los mortales sin disfraz alguno que las encubriera. El destino había perdido también su poder sobre los habitantes del Olimpo, y estos aparecían muchas veces como juguetes de la Fortuna, diosa llena de veleidad y de caprichos, no misteriosa, justa e inexorable como el Hado. Débiles unas veces, crueles e injustos otras, ingratos las más, son soberanos sin cetro y sin corona a quienes cobija miserable solio. Las tradiciones heroicas comienzan a parecer fábulas; los héroes, hombres como los demás, y aun inferiores algunos a los de aquella época; se desvanece poco a poco la brillante aureola que los adorna, y desde el momento en que se miran como fábulas las tradiciones más venerandas, no se rehúsa al poeta la facultad de alterarlas a su arbitrio, o la de componer otras, contrarias en todo a las admitidas. Así descendía la tragedia de su altura ideal, y de la misma manera que los demagogos en la ágora conseguían honores y aplausos adulando a la multitud, el poeta seguía también sus huellas en el teatro, y no perdía ocasión de enaltecer a su patria, con razón o sin ella, y por tanto al pueblo que la gobernaba; hablábales también de libertad y de filosofía; ridiculizaba a los dioses; se burlaba del bello sexo; representaba en el teatro las disputas y litigios de los ciudadanos; pronunciaba largos discursos como si se hallara en la tribuna de los oradores, y confundiendo muchas veces lo trágico y lo cómico, hacía presentir que no tardaría en colmarse el profundo abismo que los había separado hasta entonces. Hácense más rebuscados los pensamientos; apura el poeta los recursos de su ingenio para conmover profundamente a su auditorio, más gastado ya y menos sensible que en épocas anteriores, y prefiere las situaciones dramáticas de efecto. Ya no se atiende principalmente a inspirar al pueblo nobles y patrióticos sentimientos, ni a hacerlo comprender con una fábula adecuada la inmensa distancia que separa al cielo de la tierra, ni a purificar su corazón con grandes y vivos ejemplos, ni a tirar por tierra el miserable orgullo humano, extendiendo sobre sus insensatas aspiraciones la mano de hierro del destino, que todo lo nivela y destruye. La mansión sombría de esta deidad temida se ve ya alumbrada por la razón, y la casualidad hace las veces del Hado o de la Providencia. Si antes se contenían todos en límites prudentes y se guardaba respeto y veneración a ciertas formas, consagradas desde tiempos anteriores, ya el poeta no se cree obligado a atenderlas, las desecha con desdén cuando le estorban, y convierte al teatro en cátedra de crítica filosófica y literaria. No bastan, sin embargo, estas consideraciones para fundar nuestro juicio sobre las tragedias de Eurípides, si no conocemos también algunas otras circunstancias de su vida. Nuestro malogrado Balmes pensaba, con razón, que ellas nos explican a veces las obras de un escritor satisfactoriamente, y con ese fin expondremos las noticias biográficas que, desde época tan remota, se han conservado hasta nosotros. Eurípides, hijo de Mnesarco y de Clito, nació en Salamina, adonde sus padres se habían refugiado huyendo de la invasión de Jerjes, en el primer año de la olimpiada 75[5] (480 antes de Jesucristo), y en el mismo día en que ganaron los atenienses esta célebre batalla. La condición social de su familia no fue muy distinguida en Atenas. Se cree que era oriundo de la Beocia, y que su madre fue verdulera, como dice Aristófanes en las Tesmoforiantes[6] y en otros pasajes de sus comedias. La consideración y las riquezas de que disfrutaban los artistas en Atenas le hicieron consagrarse en su juventud a la Pintura, y más tarde a la filosofía y a la elocuencia, siendo su maestro en la primera Anaxágoras de Clazomene,[7] y Pródico en la segunda. Añádese que fue amigo de Sócrates, y hasta algunos escritores han llegado a afirmar que le ayudó en la composición de sus tragedias.[8] Sus triunfos escénicos no impidieron, sin embargo, que en el hogar doméstico no encontrase la felicidad que buscaba, porque se casó dos veces y ninguna de sus dos mujeres fue modelo de castidad conyugal. Sufrió innumerables disgustos de los cómicos atenienses, que se ensañaron en él de la manera procaz y licenciosa que entonces se usaba, sin disfraz alguno, llamándole por su nombre, y atacando los defectos de sus tragedias. Sin duda huyendo de ellos se retiró dos años antes de su muerte a la corte de Arquelao, rey de Macedonia, su amigo y protector, muriendo al fin en el año 3.º de la olimpiada 93 (406 antes de Jesucristo), a los setenta y cuatro de edad, y, al parecer, pocos meses antes que Sófocles. Aquel monarca generoso le consagró un sepulcro magnífico,[9] oponiéndose a los deseos de los atenienses, que le enviaron una embajada para transportar al Ática sus restos mortales. Durante su vida llegó Atenas al apogeo de su grandeza para caer en seguida; diéronse batallas memorables, vivieron y murieron hombres inmortales, y las ciencias, las artes y las letras despidieron un resplandor tan vivo que sus destellos llegan hasta nosotros y todavía nos iluminan. Entre los antiguos se han emitido distintas opiniones acerca de su mérito literario. Sócrates asistía siempre a la representación de sus tragedias, no sabemos si por su amistad con el autor, o por admirar su mérito.[10] Aristóteles, aunque con ciertas restricciones, le llama el trágico por antonomasia,[11] y Menandro y Filemón lo preferían a Esquilo y a Sófocles.[12] En cambio Aristófanes lo ridiculiza cruelmente en sus comedias, con especialidad en _Las Ranas_. Longinos le niega la sublimidad,[13] para Dionisio de Halicarnaso es muy inferior a Sófocles,[14] y el escoliasta de sus tragedias las critica a veces con severidad, siendo de notar que estos escolios contienen, según afirma una autoridad respetable,[15] los juicios de los críticos alejandrinos. Quinto Cicerón[16] y nuestro compatriota Quintiliano las admiraron grandemente,[17] si bien este último lo hace con ciertas limitaciones, que a veces no se han tenido en cuenta. En nuestros tiempos los escritores franceses lo celebran de ordinario, al paso que los alemanes no son parcos en exponer sus defectos, distinguiéndose entre todos Jacob[18] y A. G. Schlegel.[19] No puede negarse que son graves algunos de los que le atribuyen, sobre todo cuando se compara con Sófocles y Esquilo. La idea del destino, que domina en sus obras, no tiene ya la grandeza que se observa en las del primero ni segundo. En las tragedias de estos es un ser superior a todo lo divino y lo humano, que cuida del orden moral en el cielo y en la tierra, y cuando amenaza trastornarse, y sus fuerzas chocan entre sí y están a punto de destruirse, restablece con sus decretos el equilibrio, y restituye al mundo moral su calma y su armonía. En las obras de Esquilo, y desde sus primeros versos, se nota que ese dios misterioso es el protagonista de la acción; que todo lo llena con su poderoso influjo, y que el hombre y los dioses, el espíritu y la materia, son en sus manos dóciles instrumentos. En las de Sófocles no aparece en primer término con ese aspecto sombrío que se advierte en las de Esquilo; pero a poco que se busque se halla en todas partes: por él se explican todas las principales peripecias, los caracteres de los personajes lo anuncian, y la catástrofe es siempre su obra. En Eurípides, al contrario, solo se muestra mientras el poeta no halla medio de hacerlo desaparecer; los dioses no se cuidan de obedecerlo; su influjo no se hace sentir siempre, y como hemos dicho ya, en ocasiones ni aun poder divino se le atribuye, mirándolo tan solo como la simple y vana casualidad. Los personajes de Esquilo son sublimes y muy superiores a los hombres; ideales los de Sófocles, o como debieran ser, y reales los de Eurípides. Los dos primeros respetan el carácter tradicional de los héroes, sin hacerlos perfectos, porque entonces no habría verdadero argumento, pero sin rebajarlos ni escarnecerlos. Eurípides, al contrario, cuando no nos ofrece a Heracles como a un héroe brutal y glotón; a Orestes y su hermana Electra como a dos insignes y despreciables criminales; a Menelao como a un esposo débil y cobarde, nos presenta a Dioniso engañando alevemente a Penteo para que lo despedacen las bacantes; a Apolo como a un seductor vulgar, y al mismo Zeus, soberano del Olimpo, como a un dios injusto unas veces, y de escaso poder otras. Parece que protesta contra esas creencias sencillas y saludables que se conservan en el pueblo; que las ridiculiza con gusto, y que lo invita a dudar de todo, cuando tan poco respeto le merecen tradiciones consagradas por los años. Solo tiende a producir efecto, aunque sea momentáneo, al paso que sus dos predecesores dejan una impresión perpetua, que crece y se desenvuelve con más vigor después de sentida. No los preocupa tanto la pasión como a Eurípides, ni interviene en sus cuadros sino como uno de los elementos que dan realce a los demás, no como el principal y el que descuella en primer término. Cuando hablan sus personajes, no pronuncian sentencias dogmáticas en estilo pretencioso; ni _juran con la lengua, no con el pensamiento_; ni excitan a disfrutar de los placeres de los sentidos; ni ponderan el valor de las riquezas; ni se quejan con desprecio de los dioses; ni siempre están dando clamores, llenos de harapos, hambrientos y sedientos, deplorando sus años y el trabajo que les cuesta andar. Si el coro es en Esquilo y en Sófocles el intérprete de los sentimientos morales del pueblo, siempre presente, que en las luchas y conflictos de los personajes entre sí los contiene y refrena, y simboliza los ejes del mundo moral, que no pueden desaparecer, siempre interesados en la acción y necesarios para su cumplimiento, en Eurípides se convierte en simple adorno, que filosofa, discute, canta o poetiza, como mejor le place, sin acordarse muchas veces de los últimos sucesos, y solo da tiempo para que salgan o entren los personajes principales. Ni Esquilo ni Sófocles predican en la escena las ventajas de la moralidad, y sin embargo, no son inmorales en último término, al paso que Eurípides siempre tiene en los labios la palabra sabiduría, y el efecto de sus tragedias no es muchas voces ni sabio ni moral. Es también probable que ni Sófocles ni Esquilo fuesen desdichados en su matrimonio, puesto que ni el uno ni el otro se vengan, como Eurípides, en todas las mujeres de las infidelidades de las suyas.[20] Como Esquilo y Sófocles no alteran las fábulas tradicionales que andan en los labios del pueblo, solo evocan recuerdos, y no necesitan de largos y pesados prólogos, llenos de noticias genealógicas, en oposición con las tradiciones admitidas. El estilo del primero de estos poetas es vigoroso y enérgico como su alma, ampuloso a veces, pero gráfico siempre y descriptivo; lleno de felices y pintorescas expresiones; exuberante en imágenes atrevidas; torrente, en fin, de inagotable poesía, que llena la imaginación y asombra al alma. El del segundo, natural, bello y elegante, siempre sobrio y contenido, fácil y fluido, lleno de encanto y de armonía, castizo y puro sin afectación, reflejo evidente de su gusto y buen juicio literario. El de Eurípides, en fin, es desigual y afeminado a veces; abunda en pensamientos y expresiones rebuscadas; no observa siempre las leyes de la versificación; no se sostiene en el mismo tono largo tiempo, y raya a veces en familiar y cómico. Como ninguno de los dos primeros tiene pretensiones de orador, no defienden causas en la escena, ni se ven obligados a dividir sus oraciones en diversas partes, ni a emplear exordios ni pruebas ordenadas como Eurípides, que no pierde ocasión de hacerlo. El teatro es para ellos un templo venerable en donde el pueblo cree y aprende, no cátedra de filosofía ni escuela de relajación. En una palabra, y usando una frase repetida muchas veces, pero que pinta el genio de estos tres poetas: Esquilo representa el nacimiento de la tragedia, pero el nacimiento de un gigante; Sófocles su más acabada perfección, y Eurípides su decadencia. Sin embargo, discurriendo sin pasión, debemos decir que Eurípides poseía grandes cualidades, como ingenio e inventiva inagotables y fácil y amena poesía, y que sus tragedias se distinguen, ya por lo patético, ya por sus felicísimos rasgos, ya, en fin, porque su autor es el que más se acerca a nosotros y más se ajusta a nuestras ideas. Su diálogo es animado y vivo; bellísimas sus descripciones; sentencioso y profundo a veces; gran poeta en sus coros; variado y nuevo en sus fábulas, y hábil en la elección de las situaciones dramáticas de sus personajes. Era griego al fin, y contemporáneo de muchos de los hombres más eminentes de su patria en la política, en la filosofía, en las letras y en las artes. Ninguno como él ha representado pasiones vehementes, de esas que rayan en la locura; ninguno conmueve a sus lectores con tanta fuerza; ninguno, en fin, ha sondeado como él el corazón humano, ofreciéndolo sin disfraz a la expectación de las gentes. Hasta en sus defectos es admirable, y así se explica la estimación que le dispensaron sus contemporáneos y la fama que logró en toda la Grecia, lo cual ni allí ni en parte alguna suele adquirirse sin dotes eminentes. HÉCUBA ARGUMENTO Cuando los griegos pusieron sitio a Troya y Príamo se vio acometido de tantos y tan fuertes enemigos, no solo acudió a la defensa de su reino poniendo al frente de sus tropas a sus numerosos hijos, que podían manejar las armas, sino que, presintiendo el fatal desenlace que esta guerra podría tener para su familia, confió su hijo impúbero Polidoro a la custodia de Poliméstor, rey del Quersoneso de Tracia, y depositó en sus manos al mismo tiempo un cuantioso tesoro. Poliméstor, mientras resistieron los troyanos, fue fiel a los deberes que le imponían sus antiguas relaciones con Príamo, en cuya mesa había apurado tantas veces la copa de la hospitalidad; pero cuando pereció el anciano rey de Ilión y los griegos la tomaron e incendiaron, repartiéndose su rico botín y las cautivas que habían hecho, según las leyes de la guerra entonces vigentes, codicioso del oro que guardaba, o por congraciarse con los vencedores, o sin temor ya a los parientes de su tierno pupilo, lo asesinó con alevosía, apoderándose de sus riquezas. A los tres días de muerto, y deseosa la sombra de Polidoro de que se diese sepultura a su cadáver, se apareció a su madre Hécuba, que, en compañía de las esclavas troyanas, esperaba en el Quersoneso vientos favorables a la navegación de los griegos. Hallábanse estos detenidos allí, aterrados con el fantasma de Aquiles, que, derecho sobre su túmulo, situado enfrente, había rogado que se le sacrificase Políxena, hija también de Príamo y de Hécuba, y hermana de Polidoro; y con tal premura que, a no hacerlo, no podrían navegar hacia su patria. Esta tragedia de Eurípides se propone representar dramáticamente los dolores de Hécuba, herida en su corazón por la muerte de sus dos hijos Políxena y Polidoro, y la venganza que toma de Poliméstor, cegado por ella y por sus esclavas, que matan también a sus hijos. He aquí su argumento. Es fácil de observar que abraza dos acciones distintas, la venganza de Poliméstor por Hécuba, y la muerte de Políxena, si bien su centro de unidad es la mísera exreina de Troya, dolorosamente afectada por la muerte de sus hijos, corona de sus terribles infortunios. Es eminentemente trágico, quizá demasiado, y su desarrollo, aparte del defecto de la duplicidad de la acción, trazado con la maestría que caracteriza a Eurípides. Pertenece al ciclo troyano, y expone dramáticamente un episodio posterior a la guerra de Troya. Ofrece, por tanto, algunos puntos de contacto con _Las Troyanas_, si bien la fábula de esta última tragedia es anterior a la de HÉCUBA. El coro se compone en ambas de cautivas troyanas, y así en la una como en la otra describen los horrores del asalto y los males que la esclavitud les promete lejos de su patria. En _Las Troyanas_ se reparten los griegos las esclavas, y en la HÉCUBA sirven ya a sus distintos dueños, como dice el verso 95, τὰς δεσποσύνους σκηνὰς προλιποῦσα. En ambas es también Hécuba la protagonista, perdiendo en una a su mísera hija Políxena y a Polidoro, y en la otra a su nieto Astianacte, hijo de Andrómaca y de Héctor. En las demás peripecias de ambas tragedias hay ya notables divergencias, que podrán conocer los estudiosos, si quieren compararlas. Los caracteres, tales como se representan en el teatro griego, están bien sostenidos, y tanto Agamenón como Odiseo y Poliméstor conservan sus diferencias y cualidades tradicionales. El de Políxena, su heroica resolución y su muerte, es de gran mérito artístico, y ofrece esa belleza plástica de primer orden en que fueron inimitables los griegos. No podemos decir lo mismo de Hécuba, vengativa, furiosa y cruel, hasta el punto de apelar para el cumplimiento de su venganza (en el verso 789) a la deshonra de su hija Casandra, para conciliarse el favor de Agamenón, diciendo: ποῦ τὰς φίλας δῆτ᾽ εὐφρόνας δείξεις, ἄναξ, ἢ τῶν ἐν εὐνῇ φιλτάτων ἀσπασμάτων χάριν τίν᾽ ἕξει παῖς ἐμή, κείνης δ᾽ ἐγώ; ni aprobar sus sangrientos sarcasmos contra Poliméstor, ya ciego, y la ira insensata que la domina, la cual, si bien disculpable en cierto modo por su especial y desgarradora situación, no por eso nos parece hoy de buen gusto, ni creemos que tampoco lo fuese entre los griegos. La mitad o algo más de esta tragedia es de lo mejor que ha escrito Eurípides por su patético; lo restante vale mucho menos. Entre sus escenas dramáticas más curiosas debemos citar la de la llegada de Odiseo para llevar a Políxena al sacrificio; y entre sus más bellos trozos, por el aroma helénico que respira, la descripción de la muerte de Políxena hecha por el heraldo Taltibio. Los dos poetas latinos Ennio y L. Accio y el erudito Erasmo de Rotterdam la han traducido en versos latinos; Lodovico Dolce en italiano, y nuestro Fernán Pérez de Oliva ha escrito una traducción de ella; Racine ha copiado algunos versos en su _Iphigénie_, y Voltaire en su _Mérope_. En cuanto a la época en que se representó, parece lo más probable que fuera en la olimpiada 88, 4. Así lo hace presumir la parodia de los versos 162 y 173 de esta tragedia, hecha por Aristófanes en los 708, 709 y 1148 de su comedia titulada _Las Nubes_; y como esta se representó en la olimpiada 89, 1, parece lo más verosímil fijar la de la HÉCUBA en el año anterior, porque esas alusiones del cómico griego no podían referirse sino a tragedias representadas poco tiempo antes, cuya memoria conservaba todavía el público. Esto debe entenderse dando por supuesto que Aristófanes no retocase su comedia, como todo lo hace sospechar, en cuyo caso viene a tierra todo el edificio levantado con tanto trabajo por los eruditos, puesto que la parodia indicada pudo ser muy bien una adición posterior. Teobaldo Fix, en su _Chronologia fabularum Euripides_, pág. 9, añade que debió ser en la época que hemos fijado, y da como razón que en el verso 558 y siguientes se alude a la fiesta instituida por los atenienses después de la toma de Delos, de que habla Tucídides (III, 104) y Plut. (_Nic._, c. 3); pero es poco convincente, porque la alusión, si existe, es tan vaga, que nada prueba. Aun sin haberse instituido esas fiestas, pudo Eurípides decir muy bien lo que aparece en los versos citados. Lo mismo sucede con lo que ha creído ver M. Artaud (_Tragédies d’Euripide_, tomo I, pág. 15) en los versos 649 y 650, alusivos, en su concepto, a la derrota de los espartanos en Pilos. Aun suponiendo que los espartanos no hubiesen sido derrotados, era natural que Helena llorase a las orillas del Eurotas, acordándose de Paris y de sus goces en Troya. Algo más vale lo que añade después, fundándose en la versificación de esta tragedia, indicio de ser de las más antiguas de Eurípides. PERSONAJES LA SOMBRA DE POLIDORO, _hijo de Hécuba._ HÉCUBA, _reina cautiva de Troya._ CORO DE CAUTIVAS. POLÍXENA, _hija de Hécuba._ ODISEO. TALTIBIO, _heraldo griego._ UNA ESCLAVA DE HÉCUBA. AGAMENÓN, _general de los griegos._ POLIMÉSTOR, _rey de Tracia._ El lugar de la acción es la costa meridional del Quersoneso de Tracia, frente a la Frigia. La escena representa el campamento de los griegos, y se ven en ella dos tiendas, a la izquierda la de Hécuba y las cautivas troyanas, y a la derecha la de Agamenón y Casandra. Empieza a romper el día. LA SOMBRA DE POLIDORO Vengo de la mansión de los muertos y de las puertas de las tinieblas, en donde Hades habita, separado de los demás dioses; soy Polidoro, hijo de Hécuba, cuyo padre fue Ciseo,[21]y del rey Príamo. Este, viendo el peligro que corría la ciudad de los troyanos de caer al empuje de las lanzas griegas, me llevó ocultamente de Ilión al palacio de Poliméstor, huésped suyo tracio que siembra las muy fértiles llanuras del Quersoneso,[22] rigiendo con su cetro a un pueblo cabalgador. Mucho oro envió también conmigo mi padre, para no dejar sumidos en la miseria a los hijos que le sobreviviesen, si alguna vez se hundían las murallas de Ilión; y como yo era el más joven de los Priámidas, secretamente me alejó de mi patria, cuando ni podía soportar el peso de las armas,[23] ni sostener la lanza con mi infantil brazo. Mientras no variaron las lindes troyanas y sus torres no se derrumbaron, y mientras mi hermano Héctor venció con su lanza, como a tierno renuevo me alimentó el varón tracio, huésped de mi padre. Pero cuando Troya sucumbió y exhaló el alma Héctor, y fue derribado mi hogar paterno, pereciendo Príamo junto al ara consagrada a manos del sanguinario hijo de Aquiles, el huésped de mi padre me mató sin compasión, codicioso del oro, y me arrojó a las ondas del mar, para guardar en su palacio mis riquezas. Yazgo, pues, en la ribera, a merced de las tempestades, agitado por las movibles olas, no llorado, insepulto.[24] Ahora recurro a Hécuba, mi amada madre, habiendo abandonado mi cuerpo, y después de vagar durante tres días por el aire, ya que esa desgraciada ha venido desde Troya a esta región del Quersoneso. Todos los aqueos, que tienen naves, hállanse en esta costa tracia, porque Aquiles, el hijo de Peleo, apareciéndose sobre su túmulo, detiene a la armada griega, que movía hacia su patria los marinos remos, pidiendo que se le sacrifique sobre el túmulo mi querida hermana Políxena. Y lo conseguirá, y le harán esa ofrenda sus amigos, porque el destino ha fijado para este día la muerte de mi hermana. Mi madre verá dos cadáveres de dos hijos: el mío y el de esa infeliz doncella. Me apareceré, pues, para que me sepulten, a los pies de una esclava, en brazos de las olas. He rogado a los que imperan en el infierno que me concedan la sepultura y que me vea mi madre; se cumplirá mi mayor deseo; pero me apartaré un poco, que sale ahora la anciana Hécuba hacia la tienda de Agamenón,[25] asustada de mi sombra. (_Sale Hécuba de la tienda_). ¡Ay, madre mía, que de reina te has convertido en esclava, y de feliz en infortunada! Algún dios te castiga hoy por tu ventura anterior. (_Sale Hécuba apoyada en sus esclavas, y se dirige con tardo paso a la tienda de Agamenón_). HÉCUBA Llevad delante de la tienda a esta anciana, ¡oh vírgenes troyanas!; sostened a vuestra consierva, antes vuestra reina; coged mi arrugada mano; guiadme, llevadme, ayudadme, que yo, apoyado en el corvo báculo, aceleraré cuanto pueda mi tardo paso. ¡Oh relámpagos de Zeus! ¡Oh tenebrosa noche! ¿A qué me despertáis con terrores y apariciones? ¡Oh tierra veneranda, madre de los sueños de negras alas!;[26] libradme de esta visión nocturna, de la sombra de mi hijo, que vive en Tracia, y de la terrible aparición de mi hija Políxena, que he visto con mis ojos durante mi insomnio. ¡Dioses indígenas, proteged a mi hijo, áncora de mi linaje y el único que de él queda en la fría Tracia bajo la tutela del huésped de su padre! Algo nuevo va a ocurrir; con lúgubres lamentos se mezclarán nuestros llantos. Nunca mi alma ha sentido tanto miedo ni tanto horror. ¿En dónde encontraré al divino Heleno o a Casandra, ¡oh troyanas!, para que me interpreten estos sueños? He visto una manchada cierva, que despedazaba un lobo con sus garras llenas de sangre, arrancándola violentamente de mis rodillas, que movía a compasión. También me aterró el espectro de Aquiles sobre lo alto del túmulo, que pedía se le sacrificase algunas de las desdichadas troyanas. ¡Que no sea mi hija, oh dioses, que no sea mi hija! ¡Yo os lo suplico! EL CORO (_apareciendo sobre la timele_).[27] De prisa, ¡oh Hécuba!, he dejado la tienda de mi dueño para buscarte, ya que la suerte me ha hecho esclava suya, arrebatándome de Ilión, cautiva por la lanza de los aqueos, no para aliviar tus males, sino para anunciarte, mensajera de dolores, triste nueva. Dícese que en solemne asamblea han decretado los aqueos sacrificar a tu hija a los manes de Aquiles: tú sabes que se apareció sobre su túmulo con sus doradas armas, y detuvo las naves que surcaban las ondas con sus hinchadas velas, sujetas por cuerdas, exclamando así: «¿Adónde habéis de ir, ¡oh dánaos!, sin tributar antes a mi túmulo los honores debidos?».[28] Gran tempestad se promovió entre ellos, dando origen a dos opiniones opuestas en el belicoso ejército de los griegos, y creyendo unos que debía ofrecérsele una víctima, y otros lo contrario. Agamenón no se olvidaba de ti, porque la profetisa Casandra tiene la honra de frecuentar su lecho; pero los Teseidas,[29] nobles atenienses, pronunciaron dos arengas, conviniendo ambos en la necesidad de regar el túmulo de Aquiles con sangre caliente, y negando que el lecho de Casandra debiera ser nunca preferido a la lanza de Aquiles. Igual era el número de los que defendían estas dos opiniones antes que el hábil, ingenioso, elocuente y popular hijo de Laertes persuadiese al ejército, que no debía desairar al más fuerte de los griegos por víctimas serviles, no fuese que alguno de los que habitan en la mansión de Perséfone dijera que los dánaos, ingratos con sus hermanos, muertos por la Grecia, abandonaban los campos de Troya. Pronto, pues, vendrá Odiseo a arrancar de tu pecho y de tus arrugadas manos a la doncella. Acude a los templos, acude a los altares, prostérnate ante las rodillas de Agamenón y suplícale; invoca a los dioses que están en el cielo y debajo de la tierra. O tus ruegos impedirán que te arrebaten tu mísera hija, o la verás sucumbir sobre el túmulo,[30] virgen manchada con su sangre, que, como río, correrá de su aurífero[31] cuello. HÉCUBA ¡Ay de mí, mísera! ¿A qué he de gritar? ¿De qué servirán mis voces y mis lágrimas? ¡Vejez infortunada! ¡Intolerable servidumbre, que no podré sobrellevar! ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¿Quién me defenderá? ¿Qué gente? ¿Qué ciudad? Murió el anciano Príamo, y morirán también sus hijos. ¿Iré por aquí o iré por allí? ¿Adónde me encaminaré? ¿Do habrá algún dios, o algún genio, que me socorra? Ya no me será grato ver la luz. ¡Oh, troyanas, mensajeras de malas nuevas, mensajeras de calamidades; me habéis dado muerte, habéis acabado conmigo! ¡Oh pies míseros! Llevadme, conducid a esta anciana a la tienda inmediata. (_Volviendo hacia su tienda_). ¡Fruto de mis entrañas, hija de misérrima madre! Sal, sal de tu habitación; oye la voz de tu madre, ¡oh hija!, para que conozcas la amenaza contra tu vida que ha traído la fama. POLÍXENA Madre, ¿por qué te quejas? ¿Qué novedad anuncias, haciéndome salir de mi tienda, aterrada como un pajarillo? HÉCUBA ¡Ay de mí! ¡Oh hija! POLÍXENA ¿Por qué sollozas? HÉCUBA ¡Ay, ay de tu vida! POLÍXENA ¿Por qué dices esto? HÉCUBA ¡Hija, hija de desdichada madre! POLÍXENA ¿A qué llamas con esa voz de mal agüero? Nada bueno me indica. Habla, no me lo ocultes más tiempo. ¡Tengo miedo, madre, tengo miedo! HÉCUBA Refiero, ¡oh hija!, un rumor fatal: dicen que los argivos han decretado arrancarme tu vida. POLÍXENA ¡Ay de mí, madre! ¿Cómo me anuncias tan horrendos males? Explícate, madre, explícate. HÉCUBA Los argivos, de común acuerdo, tratan, ¡oh hija!, de sacrificarte sobre el túmulo del hijo de Peleo. POLÍXENA[32] ¡Oh, madre, que tales penas sufres! ¡Oh tú, la más infeliz de las madres! ¡Oh mujer desdichada! ¿Qué numen ha suscitado contra ti de nuevo tantas infaustas e inauditas calamidades? Ya no seré tu compañera de esclavitud; ya no podré, siendo tu hija, consolarte en tu deplorable vejez. Como a leoncilla criada en las selvas, como a ternerilla nueva, me verás separada de ti, me verás degollar, y bajaré a las subterráneas tinieblas de Hades, en donde yaceré con los muertos. Por ti lloro, ¡oh madre desdichada!, por ti me lamento amargamente. No por mi vida, llena de males y de oprobio, porque es mejor mi suerte muriendo. EL CORO He aquí a Odiseo, que viene con pies ligeros, ¡oh Hécuba!, a participarte sin duda alguna nueva. ODISEO Paréceme, ¡oh mujer!, que conoces la decisión del ejército y el resultado de sus sufragios; pero te lo diré, sin embargo. Los griegos han decretado que tu hija Políxena muera sobre el alto túmulo del sepulcro de Aquiles. Quieren que yo sea quien acompañe y conduzca a la virgen, y que el hijo de Aquiles presida y ejecute el sacrificio. ¿Sabes, pues, lo que has de hacer? No me obligues a emplear la violencia ni intentes luchar conmigo; resígnate ante una fuerza mayor y, de lo contrario, teme mayores males. Sabido es que hasta las desdichas se han de sentir con moderación. HÉCUBA ¡Ay de mí! Gran lucha, según presumo, se prepara, y abundantes gemidos y no pocas lágrimas. ¡Y no morí cuando debía haber muerto, y Zeus no me mató; antes me conserva para que cada día sufra mayores males! Pero si es lícito a esclavas preguntar a los que son libres, sin amargura ni encono, dígnate contestarme, y que nosotras, que preguntamos, escuchemos. ODISEO Te es lícito; interroga; te concedo sin obstáculo este plazo. HÉCUBA ¿Recuerdas que fuiste de espía a Ilión, disfrazado con viles harapos, y manchada tu barba con las gotas de sangre que caían de tus ojos?[33] ODISEO Me acuerdo; grande fue mi apuro. HÉCUBA Pero te conoció Helena, y a mí sola lo dijo. ODISEO No se me olvida que estuve en gran peligro. HÉCUBA Y abrazaste humildemente mis rodillas. ODISEO Y mi mano, fría como la de un difunto, se agarró a tus vestidos. HÉCUBA ¿Qué decías entonces cuando eras mi esclavo? ODISEO Atormenté mi ingenio y mi lengua para no morir. HÉCUBA Te salvé, y te dejé salir de Troya en libertad. ODISEO Por esto veo la luz ahora. HÉCUBA ¿Y no podré echarte en cara tu ingratitud, habiendo confesado lo que acabo de oír, y no haciéndome bien, sino todo el mal que puedes? Ingratos sois los que anheláis alcanzar fama en las asambleas; que yo no os mire, que para nada os acordáis de vuestros amigos que sufren, ganosos de decir algo que os concilie la gracia del pueblo. ¿Pero a qué astuta invención habéis recurrido para decretar la muerte de esta niña? ¿Manda acaso el destino sacrificar hombres sobre el túmulo, en donde debieran sacrificarse toros?[34] ¿O Aquiles reclama esa sangre con justicia para matar a su vez a los que le mataron?[35] Pero esta no le hizo mal alguno. Mejor fuera que pidiese a Helena, víctima más grata a su sepulcro, causa de todas sus desdichas y de su venida a Troya. Si conviene que muera alguna cautiva ilustre, de notable hermosura, esto no nos atañe, que Helena es bellísima, y ha hecho no menor daño que nosotras. Oblígame la equidad a defender así mi causa; oye lo que debes exigir en cambio, siendo yo quien te lo pide. Tocaste mi mano, como tú mismo dices, y estas débiles rodillas, cayendo a mis pies; yo ahora toco las tuyas, y te suplico que me pagues mi anterior beneficio, y te ruego que no arrebates de mis manos a mi hija, y que no la sacrifiquéis. Bastantes han muerto ya: esta es mi alegría; esta sola el olvido de mis males;[36] esta me consuela por muchos, y es a un tiempo mi ciudad,[37] mi nodriza, mi báculo, la estrella de mi vida. Los que vencen no han de mandar injusticias, ni porque son felices creer que lo han de ser siempre. Yo también lo era y ya no lo soy, y un solo día me arrebató para siempre mi dicha; respétame, pues; ten compasión de mí, vuelve al ejército de los argivos, y adviértele que es odioso matar mujeres cuya vida perdonasteis al arrancarlas de los altares, apiadándoos de ellas. Prohibición de derramar sangre hay por la ley entre vosotros, tan favorable a los libres como a los siervos. Basta tu autoridad para persuadir a los demás, aunque defendieras peor causa, porque las palabras de villanos y nobles, siendo las mismas, no valen lo mismo. EL CORO No hay hombre, por feroz que sea, que al oír tus gemidos y continuos sollozos no llore también. ODISEO[38] Escúchame atenta, ¡oh Hécuba!, y que la ira no te ciegue hasta el punto de interpretar mal mis benévolas frases. Pronto estoy a protegerte, porque tú me salvaste, y así lo he dicho siempre, que no negaré lo que todos han oído. Tomada Troya, es preciso que tu hija sea sacrificada al más valeroso de nuestro ejército, que la pide, si es cierto que los males de muchas ciudades provienen de que se recompensa lo mismo a los fuertes y buenos que a los cobardes. Aquiles merece entre nosotros ese honor, ¡oh mujer!, habiendo muerto como un valiente por los griegos. ¿No es vergonzoso que al que en vida tuvimos por amigo no lo sea después de muerto? ¿Qué, pues, se dirá si es preciso juntar otro ejército y venir de nuevo a las manos con el enemigo? ¿Pelearemos, o cuidaremos solo de nuestra vida, viendo que ningún homenaje honroso se tributa a los difuntos? Bástame cualquier cosa mientras yo exista, aunque tenga poco; mi mayor deseo es que sea honrado mi sepulcro, porque esta gracia dura mucho tiempo. Si dices que sufres males dignos de lástima, oye de mí en cambio que hay entre nosotros ancianos y ancianas como tú, y muchas esposas que perdieron esforzadísimos esposos, a quienes hoy cubre la tierra idea.[39] Ten, pues, paciencia; si hicimos mal decretando honrar al fuerte, habremos pecado sin saberlo; vosotros, bárbaros, ni tratáis a los amigos como a amigos, ni honráis a los muertos, y por eso es la Grecia afortunada y vosotros sufrís las consecuencias de vuestro yerro. EL CORO ¡Ay! ¡Qué dura es la esclavitud, y vivir en ella, y sufrir lo que no debemos, y ser víctimas de la violencia! HÉCUBA ¡Oh, hija! El aire se ha llevado mis palabras, proferidas en vano para librarte de la muerte; si tú puedes más que tu madre, no pierdas tiempo; habla en diversos tonos, como el ruiseñor, para que no te arranquen la vida. Abraza las rodillas de Odiseo, que acaso excites su compasión y lo persuadas; sobrado justa es tu causa, y acaso lo muevas a lástima, porque tiene también hijos. POLÍXENA Te veo, ¡oh Odiseo!, ocultando tu diestra bajo el vestido e inclinándote hacia atrás para que no toque tu barba.[40] Alégrate, que has esquivado mis súplicas, que ensalza Zeus; yo te seguiré, obligada por la necesidad y sin rehuir la muerte, que si otra cosa hiciera parecería mujer cobarde y demasiado amante de la vida. ¿Para qué he de vivir habiendo sido mi padre rey de toda la Frigia?[41] Plácida comenzó mi existencia, haciéndome esperar que después me casaría también con reyes, y que haría envidiable la suerte del que me tomase por esposa y me hiciese compañera de su casa y de su hogar. Yo, ahora infeliz, reina era de las mujeres del Ida, virgen notable e igual a los dioses, y solo me diferenciaba de ellos en que estaba expuesta a la muerte. ¡Y soy esclava! Este solo nombre me hacía desearla en un principio, no pudiendo acostumbrarme a oírlo. Acaso tocaría después a dueños crueles que me comprarían por dinero, siendo hermana de Héctor y de tantos héroes, y me obligarían a amasar el pan, a barrer su casa y a tejer con la lanzadera, pasando triste vida; y mi lecho, antes digno de un rey, sería profanado por cualquier esclavo. No será así; al Orco entregaré mi cuerpo, y mis ojos, siempre libres,[42] no verán ya la luz. Llévame, pues, y mátame de paso, ¡oh Odiseo! No debemos esperar nada ni confiar en nadie, que el destino me fuerza a sufrir esta desventura. No te opongas, ¡oh madre!, a mi propósito ni con palabras ni con obras; déjame morir antes que apelar a ruegos vergonzosos, indignos de mí. Quien no está acostumbrado a los males, los sufre en verdad, pero le duele sujetar a ellos su cerviz; el muerto es, bajo este aspecto, más feliz que el vivo; que una vida sin honra es la mayor de las desdichas. EL CORO Favor insigne y señalado entre los hombres es nacer de nobles padres, y más nobles aún son aquellos que a la nobleza de su linaje añaden la de sus acciones.[43] HÉCUBA Con dignidad has hablado, ¡oh hija mía!, pero con dignidad no exenta de amargura. Mas si conviene honrar al hijo de Peleo y podéis evitar el oprobio que os amenaza, no quitéis a esta la vida, ¡oh Odiseo!, sino conducidnos a ambas a la hoguera que arderá junto al sepulcro de Aquiles, y sacrificadnos sin compasión. Yo di a luz a Paris, que mató al hijo de Tetis, hiriéndole con sus flechas. ODISEO La sombra de Aquiles, ¡oh anciana!, no pidió a los griegos que fueses tú la víctima, sino solo esta. HÉCUBA Matadme al menos con mi hija, y beberá la tierra y el que la pide doble raudal de sangre. ODISEO Basta la muerte de tu hija; no añadiremos otra, y ojalá que ni aun la suya fuese necesaria. HÉCUBA Morir con mi hija es mi más ardiente deseo. ODISEO ¿Cómo así? Yo no sabía que también tuviese dueños. HÉCUBA (_abrazando a Políxena_). Como la hiedra a la encina me adheriré a ella. ODISEO No lo harás si obedeces a quienes son más prudentes que tú. HÉCUBA Jamás consentiré que se la lleven. ODISEO Y yo no me iré sin ella. POLÍXENA Escuchadme: tú, hijo de Laertes, muéstrate más generoso con madres justamente irritadas; y tú, madre, no luches con los vencedores. ¿Quieres caer en tierra, y que se lastime tu débil cuerpo, vencida por la fuerza, profanándote un brazo vigoroso que te separará de mí? Así sucederá sin duda. Nada hagas que no debas hacerlo. Dame tu dulcísima mano, ¡oh madre amada!, y que tus mejillas toquen las mías, que nunca después (esta es la vez postrera) veré el disco y los rayos del sol. Y no volverás a oírme hablar, ¡oh madre!, ¡oh tú que me diste a luz!, que ya voy a los infiernos. (_Abrazadas las dos entablan el siguiente diálogo_): HÉCUBA Nosotras, ¡oh hija!, seremos esclavas en la tierra. POLÍXENA Sin haber conocido esposo, ni casarme como a mi linaje convenía. HÉCUBA Digna eres de lástima; yo también soy desgraciada. POLÍXENA Allá en el Orco yaceré separada de ti. HÉCUBA ¡Ay de mí! ¿Qué hacer? ¿En dónde acabaré mi vida? POLÍXENA Moriré esclava, habiendo sido mi padre libre. HÉCUBA Y yo he perdido cincuenta hijos. POLÍXENA ¿Qué he de decir a Héctor o a tu anciano esposo? HÉCUBA Diles que soy la mujer más digna de lástima. POLÍXENA ¡Oh seno maternal! ¡Oh pechos que tan suavemente me alimentasteis! HÉCUBA ¡Deplorable e inesperada desdicha! POLÍXENA Vivo feliz, madre mía; adiós, Casandra... HÉCUBA Otros podrán vivir, no una madre. POLÍXENA Y tú, hermano Polidoro, ahora entre los caballeros tracios... HÉCUBA Si vive, que lo dudo, siendo tanta mi desgracia. POLÍXENA Vive, y cerrará tus ojos al morir. HÉCUBA Matáronme mis males antes de haber llegado mi última hora. POLÍXENA (_arrancándose de los brazos de su madre_). Llévame, Odiseo; cubre con el peplo[44] mi cabeza, porque, antes de sacrificarme, desgarran mi corazón los gritos de mi madre, y yo el suyo con los míos. ¡Oh luz! ¡Siquiera puedo invocar tu nombre! Nada tuyo me pertenece, sino el espacio que media entre este lugar, y la cuchilla y el túmulo de Aquiles. (_Se retira_). HÉCUBA ¡Ay de mí! Ya no puedo sostenerme, y desmaya mi fuerza. ¡Oh hija! ¡Abraza a tu madre, extiende tu mano, dámela! (_Acuden sus esclavas y la sientan en el suelo_). ¡No me dejes sin hijos! Yo muero, ¡oh amigas! (_Con la vista fija en Políxena_). ¡Oh, si yo viera a la lacedemonia Helena, hermana de los Dioscuros, la de los bellos ojos, que arruinó a Troya ignominiosamente! EL CORO _Estrofa 1.ª_ — ¡Oh aura, aura marina, que impeles a las ligeras naves, surcando las olas! ¿Adónde llevarás a esta mísera? ¿Qué dueño me comprará para arrastrarme a su hogar? ¿Iré a las riberas de la Dóride,[45] o a las de la Ftía,[46] en donde dicen que el Apídano,[47] río de cristalinas ondas, fertiliza los campos? _Antístrofa 1.ª_ — ¿O a alguna de las islas, al son del marino remo, para vivir triste vida, a do crece la primera palma que vieron los hombres,[48] y el laurel sagrado en honor de Leto y de sus hijos, delicias de Zeus? ¿Cantaré himnos con las vírgenes delias a la diosa Artemisa, y celebraré sus blondos cabellos y su arco? _Estrofa 2.ª_ — ¿O en la ciudad de Palas y en el peplo amarillo de Atenea labraré con la aguja la cuadriga y sus caballos, sembrándolo de tejidas y artificiosas flores, o al linaje de los titanes, a quienes Zeus, el hijo de Cronos, condenó con sus rayos a perpetuo sueño?[49] _Antístrofa 2.ª_ — ¡Ay de mis padres, ay de mis hijos, ay de mi patria, que cayó envuelta en humo, vencida en la guerra por los griegos! Yo dejo el Asia sierva de la Europa, trocando el tálamo por el Orco,[50] y me llamarán esclava en tierra extraña. TALTIBIO ¿En dónde, ¡oh doncellas troyanas!, podré encontrar a Hécuba, la que hace poco era reina de Ilión? EL CORO Es la que miras, ¡oh Taltibio!, junto a ti, tendida en tierra y envuelta en su vestido. TALTIBIO ¿Qué diré, oh Zeus? ¿Te interesas por los hombres, o ellos lo creen falsamente, pensando que hay dioses, y que la fortuna domina al mismo tiempo a los mortales? ¿No fue Hécuba reina de los frigios, ricos en oro? ¿No fue esposa de Príamo, gloriosamente afortunado? La lanza ha derribado su ciudad, y ella, esclava y anciana, huérfana de sus hijos, yace en tierra, manchando con el polvo su cabeza desventurada. ¡Ah!, ¡ah! Viejo soy, pero más quiero morir que sufrir vergonzosos males. (_Acercándose a Hécuba_). Levántate, ¡oh mujer infeliz! Que tu cuerpo y tu blanca cabeza abandonen la tierra. HÉCUBA (_levantándose_). ¡Ah! ¿Quién turba mi reposo? Quienquiera que seas, ¿por qué no respetas mi aflicción? TALTIBIO Yo soy Taltibio, heraldo de los hijos de Dánao, qué vengó a llamarte de orden de Agamenón. HÉCUBA ¿Has venido acaso, y entonces llenarás mis deseos, para sacrificarme ante el túmulo por mandato de los griegos? ¡Oh, cuán grato me sería! Vayamos cuanto antes, apresurémonos; guíame, ¡oh anciano! TALTIBIO Vengo a llamarte, ¡oh mujer!, para que sepultes a tu hija, ya muerta. Encárganmelo los dos Atridas y el pueblo aqueo. HÉCUBA ¡Ay de mí! ¿Qué dices? ¿No has venido a buscarme, cuando estoy a punto de morir, sino para anunciarme males? Pereciste, ¡oh hija!, arrancada de los brazos de tu madre: yo quedo sin hijos, sin ti al menos; ¡oh, cuán desgraciada soy! ¿Cómo la sacrificasteis? ¿Con respeto, os ensañasteis en ella, ¡oh anciano!, como si fuese un enemigo? Habla, aunque tus frases me aflijan. TALTIBIO[51] Me harás llorar dos veces, ¡oh mujer!, compadecido de tu hija; ahora humedeceré mis ojos recordándolo, y al morir lloré también junto al sepulcro. La muchedumbre infinita del ejército aqueo acudió alrededor del túmulo para presenciar el sacrificio de Políxena: el hijo de Aquiles la llevó de la mano hasta colocarla en lo alto del túmulo, teniéndome a su lado; seguíanle los principales jóvenes aqueos para sujetar a la víctima en las convulsiones de la agonía. El hijo de Aquiles, con el vaso dorado de las libaciones, las hizo a los manes de su padre, ordenándome después que impusiese silencio a todo el ejército. Yo entonces, en medio de ellos, dije: «Callad, ¡oh griegos!; haya silencio en el pueblo; que ninguno hable, que todos guarden compostura», y la muchedumbre calló en efecto. Él, a su vez, se expresó así: «Recibe, ¡oh padre mío!, hijo de Peleo, estas libaciones que evocan a los muertos, y muéstrate propicio: ven a beber la negra y no libada sangre de esta virgen, que el ejército y yo te ofrecemos; favorécenos, desata nuestras popas, suelta nuestras naves, y concédenos a todos que tornemos con felicidad desde Troya a nuestra patria». Así dijo, y todo el ejército le acompañó en su oración. Cogió luego la empuñadura de oro de su espada, y, desenvainándola, hizo seña a los jóvenes griegos para que sujetaran a la víctima. Ella, al conocerlo, habló de esta manera: «De buen grado muero, ¡oh argivos que arruinasteis mi patria!; nadie toque mi cuerpo, que ofreceré al hierro mi cerviz con ánimo esforzado; pero por los dioses os ruego que no me sujetéis, para que muera como debe morir una mujer libre, que me avergonzará ante los manes el nombre de esclava, siendo reina». Murmullos de aprobación se oyeron en la muchedumbre, y el rey Agamenón ordenó que los jóvenes soltasen a la virgen. Ella, al escucharlo, desgarró su peplo desde los hombros hasta la cintura,[52] y enseñó su pecho, tan hermoso como el de una estatua, e hincó en tierra sus rodillas, y pronunció esta frase muy animosa: «He aquí mi pecho; hiérelo, ¡oh joven!, si lo deseas; si ha de ser en la garganta, prepara la cuchilla». Él vacilaba, movido a compasión; pero al fin la dio muerte, y su sangre corrió a raudales. Al morir no se olvidó de su decoro, y ocultó a nuestras miradas lo que no deben ver los hombres. Después que exhaló el alma, ocupáronse los griegos en distintos menesteres, ya cubriéndola de hojas, ya llenando la pira con ramas de pino. Los que nada hacían, oyéronles expresarse así: «¿Te estarás quieto, ¡oh perezoso!, y no ofrecerás a esta doncella ni fúnebres galas ni tu peplo? ¿Nada darás a esta víctima tan valerosa como noble?». Esto es lo que puedo decirte acerca de la muerte de Políxena, considerándote, si miro a tus numerosos hijos, la más feliz de las mujeres, y si a tu suerte, como a la más infortunada. EL CORO Horribles desgracias han sobrevenido a los hijos de Príamo y a mi patria por decreto inexorable de los dioses. HÉCUBA ¡Oh, hija! En medio de tantos males, no sé a cuál atender: si uno me alcanza, el otro no me deja: sucédense sin cesar y acumúlanse sin descanso. Y ahora no puedo olvidar tu triste suerte y dejar de gemir; pero no lo haré con exceso, sabiendo con cuánta grandeza has muerto.[53] No es, pues, de admirar si una tierra estéril, favorecida por el cielo, produce rica cosecha, y que la fértil, privada de este bien, dé amargo fruto: solo entre los hombres el malo es siempre malo, el bueno siempre bueno, y no le dañan las calamidades, y siempre es virtuoso. ¿Proviene esto del linaje, o acaso de la educación? No puede negarse que algo contribuye la educación, enseñando la virtud, que quien bien la aprende distingue lo bueno de lo malo. Pero todo esto es inútil: tú, Taltibio, vete y di a los argivos que nadie toque a mi hija, y que la preserven de la multitud, que no faltarán atrevidos en tan numeroso ejército, y cuando la licencia entre marinos es más violenta que el fuego, teniéndose por malo al que no lo es. (_Vase Taltibio_). Tú, anciana servidora, toma esta urna, y sumergiéndola en la mar, tráeme agua para lavar por última vez a mi hija, esposa y no esposa, virgen y no virgen,[54] para exponerla al público como merece; pero ¿cómo lo haré sin recursos? ¿De qué medio me valdré? Reuniré las joyas de estas cautivas que me acompañan en la tienda, si han podido ocultar algo suyo de la vista de sus nuevos dueños. (_Vase la esclava_). ¡Oh suntuosas moradas! ¡Oh palacio, feliz en otro tiempo! ¡Oh afortunado Príamo, padre de tantos y tan hermosos hijos![55] ¡Oh madre suya anciana! Trocose en humo nuestra soberbia. ¡Y todavía nos enorgullecemos, ya por nuestras riquezas, ya por los honores que nuestros ciudadanos nos dispensan! Y nada es todo esto sino causa de cuidados y motivo de vanidad. ¡Feliz entre los felices el que no sufre un mal cada día! (_Entra en la tienda_). EL CORO _Estrofa_. — Calamidades, horribles pérdidas había yo de llorar sin falta, desde el momento en que Alejandro cortó los abetos del Ida para navegar por el hinchado Ponto hacia el tálamo de Helena, hermosísima mortal que contempló asombrado el sol de cabellos de oro, inundándola con sus rayos. _Antístrofa_. — Duros trabajos y un destino más cruel aún nos esperaban. Daño mortífero por nuestra propia locura, y calamidades causadas por nuestros enemigos han caído sobre la tierra que baña el Simois.[56] Fallada está la contienda que se suscitó en el Ida entre un pastor y tres hijas de dioses, terminando en guerra y muerte y ruina de mi patria. _Epodo_. — Pero también gime y llora la joven lacedemonia en las orillas del Eurotas,[57] de deleitosa corriente, y la madre de tantos hijos muertos se arranca sus blancos cabellos, y lastima sus mejillas, y llena de sangre sus uñas. LA ESCLAVA ¿En dónde está, oh mujeres, la muy desgraciada Hécuba, cuyos males superan a los de todos los mortales? Nadie podrá arrebatarle esta palma. EL CORO ¿Qué buscas con esos clamores de mal agüero? ¿Dejaremos de oír alguna vez tus tristes anuncios? LA ESCLAVA (_entra la esclava, trayendo un cadáver, que deposita en el teatro_). Vengo a traer a Hécuba un nuevo dolor: cuando las desdichas nos agobian, no es fácil proferir palabras alegres. EL CORO Mírala salir de la tienda, apareciendo tan a tiempo para oírte. LA ESCLAVA ¡Oh dueña infeliz, y más aún de lo que digo! Llegada es tu última hora, no siendo posible vivir, aunque te vea la luz, sin hijos, sin esposo, sin patria, sin ninguna esperanza. HÉCUBA Nada nuevo dices, que bien conocemos la extensión de nuestra ignominiosa desgracia. ¿Pero a qué me traes el cadáver de Políxena, habiéndoseme dicho que todos los aqueos le darían honrosa sepultura? LA ESCLAVA (_aparte_). Nada sabe, y solo llora a Políxena: ignora sus nuevos males.[58] HÉCUBA ¡Cuánta es mi desgracia! ¿Me traes acaso el cadáver de Casandra, la inspirada profetisa? LA ESCLAVA Casandra vive: pero ¿no gimes por este muerto? Mira su cuerpo desnudo y, contra lo que esperabas, contemplarás un prodigio. HÉCUBA ¡Ay de mí! El muerto que veo es mi hijo Polidoro, el que me guardaba el tracio. ¡Yo muero; ya no puedo vivir más! ¡Oh hijo! ¡Hijo de mi corazón! Ya comienzo otro lúgubre canto, puesto que un numen maléfico me anuncia nuevas calamidades. LA ESCLAVA ¿Sabías, ¡oh desdichada!, que tu hijo había sido asesinado? HÉCUBA Nuevo, nuevo es para mí esto; increíble, increíble; los males se suceden a los males, y ni un solo día dejaré de llorar y de gemir. EL CORO Horrendas, ¡oh mísera!, horrendas son nuestras desdichas. HÉCUBA ¡Oh hijo, hijo de madre infortunada! ¿Qué destino fatal te ha hecho perecer? ¿Qué accidente? ¿Quién ha sido tu asesino? LA ESCLAVA No lo sé; lo encontré en la orilla del mar. HÉCUBA ¿Arrojado por las olas en la apretada arena, o víctima de lanzada cruel? LA ESCLAVA El oleaje lo arrastró a la orilla. HÉCUBA ¡Ay de mí! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ya entiendo el sueño y la visión de mis ojos! No me engañó el fantasma de negras alas, que lo vi enseñándomelo, privado de la luz del cielo. EL CORO ¿Quién lo asesinó? ¿Podrás decirlo, instruida por el sueño? HÉCUBA Mi amado,[59] mi amado caballero tracio, a quien lo confió en secreto su anciano padre. EL CORO ¿Qué dices? ¡Ay de mí! ¿Para apoderarse de sus tesoros después de muerto? HÉCUBA ¡Crimen nefando, superior a todo encarecimiento, impío e intolerable! ¡Así se agradece la hospitalidad! ¡Oh, execrable malvado! ¿Cómo osaste desgarrar su cuerpo y cortar sus infantiles miembros con tu espada sin sentir compasión? EL CORO ¡Oh, mujer infeliz! ¡Cómo te ha hecho la más infortunada de las mortales el numen que te es adverso! Pero me parece que veo venir a Agamenón: callemos, pues. AGAMENÓN[60] ¿Por qué no vienes, ¡oh Hécuba!, a sepultar a tu hija, según me anunció Taltibio, encargándome de tu parte que no la tocase ningún argivo? Así lo hemos hecho, y no la hemos tocado; pero tú tardas hasta el punto de excitar mi sorpresa; vengo por ti: todo se ha hecho bien allá, si es que puede hacerse bien. ¿Pero quien es el troyano que veo muerto en esta tienda? Los vestidos que lo envuelven me indican que no es ninguno de los griegos. HÉCUBA (_aparte_). ¡Infeliz Hécuba, pues hablo conmigo misma hablando contigo! ¿Qué haré? ¿Abrazaré las rodillas de Agamenón, o sufriré mis males en silencio? AGAMENÓN ¿Por qué lloras volviendo el rostro, y no me dices la causa de tu llanto, ni quién es este? HÉCUBA (_aparte_). Pero si me rechaza de sus rodillas, tratándome como a esclava y enemiga, será mayor mi pena. AGAMENÓN No soy adivino para conocer lo que piensas, si no me lo dices. HÉCUBA (_aparte_). ¿Sospecharé quizá que me es hostil, y no lo es en verdad? AGAMENÓN Si nada quieres descubrirme, somos del mismo parecer, porque tampoco quiero oír nada.[61] HÉCUBA (_aparte_). Sin su ayuda no podré vengar a mis hijos. ¿A qué pienso en esto? Es menester atreverme, consiga o no lo que quiero. (_Hablando con Agamenón_). ¡Oh Agamenón! Te suplico, por estas rodillas que abrazo, y por tu barba y afortunada diestra... AGAMENÓN ¿Qué quieres? ¿Deseas vivir en libertad? Esto es fácil para ti. HÉCUBA[62] No es eso ciertamente, sino castigar a hombres malvados, que así serviré de buen grado toda mi vida. AGAMENÓN ¿Pero con qué objeto imploras mi auxilio? HÉCUBA No solicito lo que supones. ¿Ves este cadáver que me hace llorar? AGAMENÓN Ya lo veo; pero no por eso te entiendo. HÉCUBA Lo llevé en mis entrañas, y lo di a luz. AGAMENÓN ¿Es quizá alguno de tus hijos, mujer desventurada? HÉCUBA No es ninguno de los hijos de Príamo que murieron por defender a Troya. AGAMENÓN ¿Tuviste algún otro? HÉCUBA Sí; pero, según ves, de nada me ha servido. AGAMENÓN ¿En dónde estaba cuando arruinamos la ciudad? HÉCUBA Su padre lo alejó de ella, temiendo su muerte. AGAMENÓN ¿Adónde? ¿Separándolo de los demás que vivían? HÉCUBA Mandándolo a esta región, en donde se le ha encontrado muerto. AGAMENÓN ¿Confiándolo a Poliméstor, rey de ella? HÉCUBA Enviolo a esta tierra, y además un funestísimo tesoro. AGAMENÓN ¿Quién le ha dado muerte? ¿Cómo ha sido esto? HÉCUBA ¿Quién puede ser? Lo mató el huésped tracio. AGAMENÓN ¡Oh infeliz! ¿Codicioso sin duda del tesoro? HÉCUBA Así fue, desde que supo los males de los troyanos. AGAMENÓN ¿En dónde lo hallaste? ¿Quién trajo el cadáver? HÉCUBA Esta, que lo encontró a la orilla del mar. AGAMENÓN ¿Buscándolo porque lo sabía, o casualmente? HÉCUBA Fue a traer agua para lavar a Políxena. AGAMENÓN ¿Lo arrojaría a él el huésped después de matarlo? HÉCUBA Así lo hizo, destrozando antes su cuerpo. AGAMENÓN ¡Oh desventurada! ¡Cuán grandes son tus males! HÉCUBA No puedo resistirlos; no hay calamidad que no sufra. AGAMENÓN ¿Qué mujer hubo nunca tan desventurada como esta? HÉCUBA No la hay, a no ser la misma desventura;[63] pero óyeme, ya que me prosterno a tus rodillas. Si crees que sufro con justicia, haré lo posible por sobrellevarlo; pero si no lo piensas así, ayúdame a vengarme de este huésped, el más impío de todos los hombres, que, sin temor a dioses celestes ni infernales, perpetró un crimen de los más nefandos, habiendo bebido muchas veces a mi mesa, y siendo el primero de mis amigos por la hospitalidad que le di; y después de recibir cuanto fue necesario, y de conocer nuestros más fervientes deseos, lo mató; y no satisfecho con esto, lo privó de la sepultura, arrojándolo a la mar. Esclavas y débiles somos, pero poderosos los dioses, y la ley más que todos: la ley nos dice que hay dioses, y nos enseña en la vida a distinguir lo justo de lo injusto. Si, pues, imploro tu ayuda para que se observe, y en vez de esto se huella, impunes quedarán los que matan a sus huéspedes, o los que cometen sacrilegios, y no habrá justicia entre los hombres. Si condenas también estos crímenes, respeta mi desdicha, compadécete de mí, y como el pintor que mira desde lejos, mírame también, y considera los males que sufro. ¡Antes reina, y hoy tu esclava; antes feliz, con larga prole, y ahora anciana y sin hijos, sin patria, abandonada, la más infeliz de las mujeres! (_Agamenón se aparta conmovido_). ¡Ay de mí! ¡Cuán grande es mi desdicha! ¿Por qué retiras tu pie? Ya veo que nada conseguiré. ¡Oh desventurada! ¿A qué fin los mortales cultivan y aprenden tantas artes útiles, si a la elocuencia, reina sola entre los hombres, no la perfeccionamos más que a otra alguna, ni recompensamos a los que la poseen, para persuadir lo que deseamos, y lograrlo al mismo tiempo? ¿Quién, después de esto, podrá tener ventura en lo que emprenda? De tantos hijos no me queda ya ninguno, y cautiva estoy, llena de ignominia, y todavía veo el humo que se escapa de la ciudad.[64] Y acaso de nada me sirva invocar a Afrodita, aunque se diga que mi hija la profetisa, la que llaman Casandra los frigios, descansa en el lecho a tu lado. ¿En dónde, ¡oh rey!, pasarás noches agradables, y disfrutarás de tiernos abrazos en el lecho? ¿No has de probar tu amor a mi hija, y a mí que soy su madre? Oye ahora, por último. ¿Ves a este muerto? Hazle bien, y lo harás a un pariente tuyo. Réstame solo decirte pocas palabras. Ojalá que pudiesen hablar mis brazos y mis manos, mis cabellos y todos mis miembros, por arte de Dédalo[65] o de algún dios, para adherirme a tus rodillas, y llorar a la vez con todo mi cuerpo, y a un mismo tiempo rogarte con todo género de súplicas: accede a ellas, que eres mi señor, el sol resplandeciente de la Grecia; ofrece a esta anciana tu mano vengadora, aunque ella nada sea; ofrécela por tu vida, que es de hombres honrados amar la justicia y castigar sin consideración a los criminales. EL CORO Sorprendente es observar cómo se trastorna todo entre los mortales, y cómo la necesidad se sobrepone a leyes y costumbres, haciendo amigos a los que eran enemigos y enemigos a los que se amaban antes. AGAMENÓN[66] Compadézcome de ti, ¡oh Hécuba!, de tu hijo, de tus desdichas y de tus ruegos, y en gracia de los dioses, y por amor a la justicia, quiero castigar a ese huésped impío si hay medio de hacer lo que deseas sin que sospeche el ejército que maquino la muerte del rey tracio por amor a Casandra. No estoy tranquilo, sin embargo, porque el ejército lo mira como amigo y como a enemigo a este muerto, pues que si tú lo amas, afecto tuyo es solo, no común a los griegos. Piénsalo, pues, que pronto estoy a socorrerte, pero tardo si han de acusarme los griegos. HÉCUBA (_levantándose_). ¡Ay, que ningún mortal es libre! O son esclavos del dinero o de la fortuna, o el pueblo o las leyes le impiden seguir los impulsos de su corazón. Pero ya que temes y das tanta importancia a la muchedumbre, yo te libertaré de ese temor. Bástete saber los medios de que pienso valerme para castigar a mi enemigo; no me ayudes tú mismo; pero si los aqueos se alborotan y quieren socorrerlo, si le sobreviene algún daño, refrénalos y no descubras que lo haces por favorecerme. Confía por lo demás, que a mi cargo corre arreglarlo todo bien. AGAMENÓN ¿Pero de qué manera? ¿Qué vas a hacer? ¿Empuñarás la espada con tus débiles manos y matarás a ese rey bárbaro, o con veneno o con ayuda ajena? ¿Quién te dará auxilio? ¿En dónde encontrarás un amigo? HÉCUBA Bajo estos techos se albergan muchas troyanas. AGAMENÓN ¿De las cautivas hablas, presa de los griegos? HÉCUBA Con ellas castigaré al homicida. AGAMENÓN ¿Pero cómo han de vencer a los hombres estas mujeres? HÉCUBA Mucho puede el número, y con la astucia es invencible. AGAMENÓN Verdad es que puede mucho, pero valen poco las mujeres. HÉCUBA ¿Por qué no? ¿No fueron mujeres las que mataron a los hijos de Egipto[67] y exterminaron a los hombres en Lemnos?[68] Así se hará, y no hablemos más de esto; manda que no detengan a esta esclava en todo el campamento, y tú, sierva, acércate al huésped tracio, y dile: «Hécuba te llama, la que era hace poco reina de Ilión, porque así conviene a ti y a ella; que contigo vengan tus hijos, que ellos deben saber también lo que piensa hacer». Retarda, ¡oh Agamenón!, el entierro de Políxena, para que ambos, el hermano y la hermana, doble objeto de mi maternal amor, ardan en una misma pira y sean sepultados juntos. AGAMENÓN Así se hará, porque si navegase el ejército, no podría concederte esta gracia; pero ahora, y ya que por obra de los dioses no soplan vientos favorables, debemos permanecer aquí, esperando tranquilamente hacernos después a la vela. Que todo suceda con felicidad; es de interés de todos en general, de cada uno en particular y de la república que el malo sufra el mal y que el bueno sea afortunado. (_Vanse los dos en distintas direcciones_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — ¡Oh Troya, mi patria! ¡Ya no te llamarán la inexpugnable! Te cercó una nube de griegos, y con la lanza, sí, con lanza te arruinaron. Derribaron la corona de tus torres, y la triste mancha del humo desfigura tu desventurado rostro; jamás te volveré a visitar. _Antístrofa 1.ª_ — Consumose a media noche mi desastre, cuando el blando sueño que sigue a la cena cierra suavemente los ojos; mi esposo yacía en el lecho, descansando de sus cánticos y alegres fiestas, colgada su lanza, y sin ver la muchedumbre de enemigos que desde las naves acometía a la ilíaca Troya. _Estrofa 2.ª_ — Y yo sujetaba mis cabellos con cintas,[69] y miraba los varios resplandores de los dorados espejos antes de subir al tálamo. Un ruido se oyó entonces, y una voz que resonaba en toda Troya, y decía de esta manera: «¿Cuándo, ¡oh hijos de los griegos!, cuándo volveréis a vuestra patria después de arruinar la ciudadela troyana?». _Antístrofa 2.ª_ — Y yo dejé el dulce lecho, sencillamente vestida[70] como una doncella dórica,[71] y nada conseguí, intentando en vano que me fuese propicia Artemisa, y me arrastran, matando a mi esposo, al mar salado. Y miré desde lejos la plaza cuando las naves se alejaron, y me separé de mi patria, ¡ay de mí!, exhalando de dolor el alma. _Epodo_. — Y maldije a Helena, hermana de los Dioscuros, y al pastor del Ida, al funesto Paris, porque me arrancaron de mi país natal, y abandoné mi hogar, no a causa de himeneo legítimo, sino por obra de numen maléfico. Que el marino piélago no la lleve en su seno, y que nunca vuelva a su patria. (_Antes de concluir el coro aparece Poliméstor con sus hijos y séquito, y las esclavas corren a la tienda a llamar a Hécuba_). POLIMÉSTOR ¡Oh Príamo, el más querido de los hombres, y tú, Hécuba, mujer la más amada! Lloro al verte, a tu ciudad y a esa hija tuya, muerta hace poco; ni es duradera la gloria, ni feliz después el que lo es ahora; complácense los dioses en desconcertar a los hombres, ignorantes de lo futuro, para que los reverencien. Pero ¿a qué llorar si no he de aliviar tus males? No te quejes, sin embargo, de mi ausencia, que cuando llegaste aquí me hallaba en los últimos confines de la Tracia. A mi vuelta, y al tiempo de salir de mi palacio, me encontró esta esclava tuya y me habló de tu parte, y por esta causa me ves aquí. HÉCUBA (_cubriéndose el rostro_).[72] Me avergüenzo, ¡oh Poliméstor!, de mirarte frente a frente, siendo tantas mis desdichas. Tú me conociste feliz, y tu recuerdo, cuando lo comparo con mi infortunio presente, me hace bajar los ojos. No lo atribuyas a malevolencia, ¡oh Poliméstor!; otra es la causa, y las mujeres no deben mirar a los hombres con descaro. POLIMÉSTOR No lo extraño; mas ¿para qué me necesitas? ¿Por qué me mandaste llamar? HÉCUBA Quiero hablar en secreto contigo y con tus hijos; ordena, pues, a tu guardia que nos deje solos. POLIMÉSTOR (_a los soldados_). Alejaos, que no hay motivo de desconfianza en esta soledad. (_A Hécuba_). Tú eres mi amiga, y amigo mío es también el ejército aqueo. Indícame, por tanto, lo que pueden hacer los felices por los infortunados, porque estoy dispuesto a ello. HÉCUBA[73] Respóndeme primero si vive en tu palacio mi hijo Polidoro, el que te entregamos en persona yo y su padre; después te preguntaré lo demás. POLIMÉSTOR Sin duda alguna; y por lo que a él toca, puedes estar tranquila. HÉCUBA ¡Oh amigo el más querido! ¡Qué dignidad y hombría de bien respiran tus palabras! POLIMÉSTOR ¿Qué más quieres saber de mí? HÉCUBA ¿Se acuerda algo de su madre? POLIMÉSTOR Tanto, que quería venir a verte ocultamente. HÉCUBA ¿Y está seguro el oro que trajo de Troya? POLIMÉSTOR Seguro, y guardado en mi palacio. HÉCUBA Consérvalo, y no codicies los bienes ajenos. POLIMÉSTOR De ninguna manera; gozaré de lo que tengo. HÉCUBA (_en voz baja_). ¿Sabes lo que quiero decirte y a tus hijos? POLIMÉSTOR (_con curiosidad_). No; ahora me lo dirás. HÉCUBA Hay, ¡oh amigo!, para que me estimes... POLIMÉSTOR ¿Qué hay que yo y mis hijos debamos saber? HÉCUBA Un antiguo tesoro escondido por los hijos de Príamo. POLIMÉSTOR ¿Quieres que lo sepa el tuyo? HÉCUBA Justamente, y por tu conducto, porque eres hombre piadoso. POLIMÉSTOR Y entonces, ¿para qué es necesaria la presencia de mis hijos? HÉCUBA Por si mueres, que lo sepan ellos. POLIMÉSTOR Dices bien; más prudente es. HÉCUBA ¿Conoces tú acaso el lugar en donde se eleva el templo de Atenea troyana? POLIMÉSTOR ¿Está allí el tesoro? Pero ¿qué señal podrá indicarlo? HÉCUBA Un peñasco negro que sobresale de la tierra. POLIMÉSTOR ¿Quieres decirme más acerca de esto? HÉCUBA Deseo que guardes tú el dinero que he traído conmigo. POLIMÉSTOR ¿En dónde está? ¿Lo ocultas bajo tus vestidos? HÉCUBA No; entre los despojos que aquí se guardan. POLIMÉSTOR ¿En dónde? Estas son las tiendas que cercan a las naves aqueas. HÉCUBA Solo las habitan cautivas. POLIMÉSTOR ¿Tienes en ellas confianza? ¿No hay hombre ninguno? HÉCUBA No hay dentro ningún aqueo; estamos nosotras solas. (_Entra detrás de él en la tienda_). Pero entra, porque los griegos anhelan soltar los cables para dirigirse a su patria desde Troya; prepara, pues, lo necesario para que vuelvas con tus hijos adonde dejaste el mío. EL CORO Aún no has expiado tu delito, pero quizá, pronto lo expíes, como el que cae de improviso en mar embravecido, perdiendo su vida, que tanto amaba. Mortal, mortal daño amenaza a quien ofende a la justicia y a los dioses. La esperanza que te mueve, ¡oh desgraciado!, te llevará al Orco, en donde habitan los muertos, y una débil mano te arrancará la vida. POLIMÉSTOR (_dentro de la tienda_). ¡Ay de mí, que apagan la luz de mis ojos! EL CORO ¿Habéis oído, ¡oh amigas!, los lamentos del tracio? POLIMÉSTOR ¡Ay de mis hijos y de su funesta suerte! EL CORO (_corriendo hacia la tienda_). Nuevas calamidades, ¡oh amigas!, suceden en esta tienda. POLIMÉSTOR En vano huiréis con pies ligeros; yo venceré a la fuerza todos los obstáculos que estas tiendas me ofrecen. EL CORO Posada mano descargó este golpe. ¿Entramos? ¡Socorramos a Hécuba y a las troyanas! HÉCUBA (_saliendo de la tienda con sus esclavas_). Golpea, nada perdones; rompe las puertas; nunca verán tus ojos la luz, ni tampoco a tus hijos, muertos a mis manos. EL CORO ¿Venciste al tracio, triunfaste de él, ¡oh mi dueña!, e hiciste lo que pensabas? HÉCUBA Lo veréis ciego delante de la tienda, vacilando con pies torpes, y los cadáveres de sus dos hijos, a quienes dimos muerte yo y las valerosas troyanas. Ya me he vengado. Míralo cómo sale de la tienda; pero huyo para escapar de la rabia de tan feroz tracio. POLIMÉSTOR (_sale vacilante de la tienda, a cuya entrada deja los cadáveres de sus hijos_). ¡Ay de mí! ¿Adónde iré? ¿A quién acudiré? ¿A quién llamaré? Andando con las manos como los animales que frecuentan las selvas, ¿por dónde me dirigiré para apresar a las homicidas troyanas que me hirieron? ¡Malvadas, malvadas doncellas frigias! ¡Malditas seáis! ¿Adónde se habrán refugiado, huyendo de mí medrosas? ¡Si curaras, si curaras, ¡oh sol!, mis ensangrentados párpados y disiparas las tinieblas que me cercan! (_Se detiene y escucha_). Pero callemos; siento aquí tímidos pasos de mujeres. (_Corriendo ciego_). ¿Adónde me arrojaré para saciarme de huesos y de carne, celebrando un festín como el de las fieras de los montes y vengando mi mano la mutilación que he sufrido? ¡Oh desgraciado! (_Se detiene y vuelve a la tienda_). ¿Adónde, por dónde caminaré, dejando entregados mis hijos a estas infernales bacantes,[74] que los despedazarán después de haberlos asesinado, y los ofrecerán llenos de sangre a los perros, o los arrojarán a las fieras de las montañas? ¿En dónde me detendré? ¿Adónde iré? ¿Adónde tornaré, como nave de fuertes cordajes que pliega sus velas de lino, precipitándome hacia este lecho mortal para guardar el cuerpo de mis hijos? (_Se sienta al lado de sus hijos_). EL CORO ¡Oh desventurado! ¡Qué intolerables son para ti tus males! Pero has cometido un crimen infame, y grave ha de ser su expiación. POLIMÉSTOR ¡Ah, ah! ¡Tracios belicosos, caballeros de robustas lanzas, tan hábiles en el manejo de las armas! ¡Aqueos! ¡Atridas! Oíd mis clamores; oíd mis clamores; oíd mis clamores; andad, venid, por los dioses. ¿Me oye alguno? ¿Ninguno me socorre? ¿Por qué vaciláis? Mujeres cautivas me perdieron; graves, graves males hemos sufrido. Compadeceos de mi daño. ¿Adónde me volveré? ¿Adónde me encaminaré? ¿Volaré al celeste éter, a los aéreos palacios, en donde Orión o Sirio lanzan rayos de sus ojos,[75] o me precipitaré en las negras aguas de Hades? EL CORO Digno es de lástima el que, sufriendo males insoportables, desea morir. AGAMENÓN He oído clamores, y vengo aquí, que Eco, la hija jamás dormida de las agrestes rocas, ha resonado en todo el campamento, promoviendo gran alboroto; y, si no supiésemos que las torres de los frigios han caído al empuje de la lanza griega, nos hubiese infundido tal clamoreo temor inmenso. (_Acércanse a Agamenón Poliméstor y Hécuba_). POLIMÉSTOR ¿Ves, ¡oh tú!, el muy amado (que he conocido la voz de Agamenón), los males que sufro? AGAMENÓN ¡Ah, infeliz Poliméstor! ¿Quién te mutiló? ¿Quién cegó tus ojos, ensangrentando sus pupilas, y mató a tus hijos? Cualquiera que haya sido ha obrado así sin duda contra ti y contra ellos movido por ira poderosa. POLIMÉSTOR Hécuba y las cautivas me perdieron; no me perdieron, que hicieron algo más. AGAMENÓN ¿Qué oigo? ¿Tú has hecho esto tal como él lo dice? ¿Tú, Hécuba, has tenido tanta audacia? POLIMÉSTOR ¡Ay de mí! ¿Qué hablas? ¿Hay alguien aquí cerca? Indícame en dónde está, para desgarrarla con mis manos y llenarla de sangre. AGAMENÓN (_conteniéndolo_). Desgraciado, ¿qué te sucede? POLIMÉSTOR Por los dioses te ruego que dejes a mi furiosa mano apoderarse de ella. AGAMENÓN Detente, y despojándote de esa bárbara furia explícate, para que os oiga a ambos y juzgue con conocimiento de causa de tu desdicha. POLIMÉSTOR[76] Hablaré, pues. Polidoro, el menor de los hijos de Príamo y de Hécuba, me fue confiado por su padre para educarlo en mi palacio, presintiendo, sin duda, la ruina de Troya. Yo le maté, pero oye la razón que me movió a hacerlo, y aprecia mi previsión y sabiduría: recelaba que este niño, tu enemigo, se pusiese a la cabeza de los troyanos y reconstruyese la ciudad; y que los griegos, sabiendo que vivía alguno de los hijos de Príamo, acometiesen otra vez a la Frigia y devastasen después los campos de la Tracia y que, por nuestra proximidad a los troyanos, fuésemos víctimas de los mismos males que ahora sufrimos. Al conocer Hécuba la suerte fatal de Polidoro, me llamó pretextando indicarme el lugar en donde se ocultaba cierto tesoro de los hijos de Príamo, y me hizo venir solo con los míos, para que ningún otro lo supiese. Me siento en medio del lecho, dobladas las rodillas, y muchas doncellas troyanas se sentaron también a mi izquierda y a mi derecha, tratándome como a un amigo, y miraban mi manto, obra de mano edónica,[77] y lo celebraban y revolvían a la luz, mientras otras examinaban mi dardo tracio, despojándome así de mi doble defensa. Las que eran madres tomaban en sus brazos a mis hijos, como para admirarlos, separándolos de su padre, y los pasaban de mano en mano. Después de gratos coloquios, ¿cómo lo creerás?, sacan puñales, que llevaban ocultos bajo sus vestidos, y las unas matan a mis hijos, y las otras, como si fuesen mis enemigas, sujetan mis pies y mis manos; y cuando quería socorrerlos y levantar mi cabeza, me retenían por los cabellos; si movía las manos, nada conseguía contra tantas mujeres. Al fin, añadiendo un daño a otro, perpetraron un crimen espantoso: con sus broches[78] hirieron las niñas de mis ojos y las llenaron de sangre; después huyeron de la tienda. Yo salté entonces como una fiera que persigue a sanguinarios perros, tentando la pared como un cazador, y rompiendo y destrozándolo todo. Esto he sufrido, ¡oh Agamenón!, por hacerte bien y matar a tu enemigo. Para no pronunciar más largo discurso, resumiré en pocas palabras cuanto mal se ha dicho antes de las mujeres, cuanto ahora se diga y se dirá después: ni la tierra ni los mares albergan ningún ser que pueda comparárseles, lo cual, en verdad, saben como yo los que las tratan.[79] EL CORO No seas audaz ni insolente, ni hables así de todas las mujeres, excitado por tus males; muchas de nosotras somos objeto de envidia, aunque otras seamos malas en efecto. HÉCUBA La lengua de los hombres, ¡oh Agamenón!, nunca debía valer más que sus hechos, sino solo hablar bien si bien obraban, y si sus acciones eran vituperables, que sus palabras ahuyentasen a las gentes, y no revestir sus injusticias con elocuentes frases. Sabios los hay, en verdad, hablando con exactitud; pero es difícil serlo siempre, y cada cual recibe su premio o su castigo, y ninguno lo ha evitado hasta ahora. Y así es como debo empezar por lo que a ti atañe; pero ahora toca a él, y será a su vez interrogado, ya que ha dicho que por ahorrar dos trabajos a los griegos, y por afecto a Agamenón, ha dado muerte a mi hijo. Pero advierte en primer lugar, ¡oh infame!, que nunca fueron los bárbaros amigos de los griegos, ni podrán serlo. ¿Qué esperabas conseguir? ¿Intentabas acaso contraer algún matrimonio ventajoso, o vengar a tus parientes? ¿Qué motivo te impulsaba? ¿Temías quizá que, volviendo los griegos con sus naves, destrozasen tus sembrados? ¿A quién lo persuadirías? El oro y tu codicia, si quieres decir la verdad, han sido los asesinos de mi hijo. Pruébame, si no, por qué cuando Troya era feliz, cercada de sus murallas, y Príamo vivía, y Héctor empuñaba su robusta lanza, no lo mataste entonces por conciliarte la gracia de este, y lo alimentabas y lo hospedabas en tu palacio. ¿Por qué no lo entregaste vivo a los griegos? ¿Por qué cuando se nubló nuestra fortuna y los enemigos llenaron de humo la ciudad, mataste a tu huésped, al que se había refugiado en tu hogar? Oye además otras razones que probarán tu delito. Si eras amigo de los griegos, debiste dar el oro que guardabas, y que confiesas no ser tuyo, a los que tanto lo necesitaban peregrinando tan largo tiempo lejos de su patria; ni aun ahora quieres soltarlo, sino que persistes en retenerlo; y sin embargo, si hubieses alimentado, como era justo, y defendido a mi hijo, mucha gloria ganaras, si es cierto que los amigos verdaderos se conocen en la adversidad, y que la buena fortuna los atrae por sí misma. Si hubieses necesitado dinero y la suerte te hubiera sido propicia, mi hijo habría sido rico tesoro para ti, y ahora no puede ser este tu amigo, y has perdido esas riquezas y tus hijos, y te ves reducido a este extremo. Y te digo, ¡oh Agamenón!, que si socorres a este, te creerán también malvado, porque no serás benéfico con un huésped piadoso, ni fiel a los que debías serlo, ni santo, ni justo; antes bien, diremos que, si lo haces, es porque te agrada favorecer a los criminales. Pero no quiero proferir injurias contra mis dueños. EL CORO En verdad, en verdad que una buena causa inspira o los hombres discursos elocuentes. AGAMENÓN[80] Molesto es para mi juzgar pleitos ajenos, y, sin embargo, es preciso, porque sería indecoroso aceptar un compromiso y no cumplirlo. Has de saber, pues, que, en mi concepto, ni por favorecerme, ni por conciliarte la benevolencia de los aqueos has dado muerte a tu huésped, sino por guardar su tesoro en tu palacio. Tú hablas como te conviene, obligado por tus males. Fácil os será, acaso, matar a quienes dais hospitalidad; pero entre nosotros, los griegos, es una infamia. ¿Cómo, pues, si te absuelvo, evitaré el vituperio? Seguramente no puedo. Pero ya que osaste cometer lo que no era justo, sufre sus tristes consecuencias. POLIMÉSTOR ¡Ay de mí! Vencido, a lo que parece, por una esclava, hasta los seres más despreciables me castigarán. HÉCUBA ¿Y por qué no, habiendo cometido tantos delitos? POLIMÉSTOR ¡Ay de mí, mísero, de mis hijos y de mis ojos! HÉCUBA ¿Te lamentas? ¿Y yo? ¿Crees que no lloro al mío? POLIMÉSTOR ¡Gozas insultándome, oh mujer maliciosa! HÉCUBA ¿No he de alegrarme, habiéndome vengado de ti? POLIMÉSTOR Pero bien pronto se disipará tu gozo, cuando las saladas ondas... HÉCUBA ¿Me llevarán en las naves hasta los confines de la Grecia? POLIMÉSTOR Al contrario, te tragarán cayéndote de lo alto de los mástiles. HÉCUBA ¿Quién me hará dar tan mortal salto? POLIMÉSTOR Subirás por tus pies al mástil. HÉCUBA ¿Con alas en mis espaldas, o de qué modo? POLIMÉSTOR Serás transformada en perra, y tus ojos parecerán de fuego. HÉCUBA ¿Y cómo sabes que mi forma ha de cambiar? POLIMÉSTOR Dioniso, oráculo de los tracios,[81] me lo ha dicho. HÉCUBA ¿Y no te anunció ninguno de los males que padeces? POLIMÉSTOR Nunca hubiese sido víctima de tus asechanzas. HÉCUBA Y lo que dices, ¿me sucederá en vida, o después de muerta? POLIMÉSTOR Después de muerta, y tu nombre designará tu sepulcro. HÉCUBA ¿Que signifique mi nueva forma, o de qué manera? POLIMÉSTOR Sepulcro de una perra desdichada, y señal para los navegantes. HÉCUBA Poco me importa, siempre que me haya vengado de ti. POLIMÉSTOR También morirá tu hija Casandra. HÉCUBA Caiga sobre ti mi maldición, y ojalá que tú sufras esos males. POLIMÉSTOR La matará la esposa de este, cruel defensora de su palacio. HÉCUBA Que la hija de Tíndaro no delire hasta ese punto. POLIMÉSTOR Y también a Agamenón, levantando segunda vez su segur. AGAMENÓN ¿Has perdido el juicio, desventurado? ¿Quieres ser víctima de nuevos infortunios? POLIMÉSTOR Mátame, que en Argos te espera el agua lustral de este homicidio. AGAMENÓN Llevadlo arrastrando de mi vista, ¡oh servidores! POLIMÉSTOR ¿Te duele oírme? AGAMENÓN ¿No le cerraréis los labios? POLIMÉSTOR Cerradlos, que ya lo dije todo. AGAMENÓN ¿Y no lo arrojaréis a alguna isla desierta, ya que tanto ha abusado de su lengua? (_Llévanse a Poliméstor_). Tú, desdichada Hécuba, ve a sepultar tus dos hijos muertos. Encaminaos vosotras, ¡oh tróades!, a las tiendas de vuestros dueños, que ya sopla el viento favorable que ha de llevarnos a nuestra patria. ¡Que sea feliz nuestra navegación! ¡Que libres de tantos infortunios, veamos gozosos a los que dejamos en nuestros hogares! EL CORO A las tiendas y al puerto, amigas, a trabajar como esclavas: la dura necesidad lo manda. HIPÓLITO ARGUMENTO La diosa Afrodita, despreciada por Hipólito, hijo de Teseo, deseoso de conservar su virginidad, trama su ruina y la satisfacción de su venganza, inspirando a su madrastra Fedra un amor violento por él; pero no osando declarárselo, y víctima de su pasión vehemente, la confía a su nodriza en ausencia de su esposo Teseo, la cual comete la insigne imprudencia de participarla a Hipólito, que se indigna y la rechaza con toda su energía. La desdichada Fedra, sabedora del mal éxito de esta tentativa, resuelve suicidarse y ejecuta su proyecto ahorcándose, si bien se venga de su hijastro dejando al morir unas tablitas suspendidas de su cadáver, en las cuales dice que, contra su voluntad y forzada por Hipólito, ha manchado el lecho nupcial. Entonces Teseo, sin informarse con escrupulosidad de la certeza de esta acusación, y recordando que Poseidón le había prometido realizar tres votos suyos, le pide que mate a Hipólito, y lo destierra de su reino. El mísero e inocente joven, lleno de dolor, y no queriendo faltar a su juramento de no publicar la declaración de la nodriza, huye en su carro, acompañado de sus más fieles servidores, y perece en el camino acometido por un toro, que suscita contra él el dios marino. Cuando lo traen moribundo a la presencia de Teseo, se aparece Artemisa, su amiga y protectora, descubre su inocencia y lo consuela, profetizando los honores y fiestas que se le tributarán en lo sucesivo. Esta tragedia, imitada por Séneca y por Racine, no puede juzgarse desde el punto de vista de nuestras ideas como lo han hecho de ordinario la mayor parte de los críticos. Han olvidado que este espectáculo era entre los griegos esencialmente religioso, dirigido a poner de relieve el incontrastable poder del destino y la debilidad humana, fortificando por el temor dicho sentimiento religioso, y que el HIPÓLITO no solo no produce ese efecto, puesto que nos inspira odio y aversión justísima contra Afrodita, diosa vengativa y egoísta, sino que la base de su argumento es un amor adúltero e incestuoso, asunto mirado como indigno de la solemnidad y elevación de la tragedia, que suscitó con razón en su tiempo las censuras más acerbas. Por lo demás, no estamos, conformes con los que juzgan las obras dramáticas griegas como podrían juzgar una tragedia moderna.[82] Hipólito no es un caballero andante de la Edad Media, sino un griego de los tiempos heroicos, excesivamente casto, que miraba a las mujeres con desprecio, y que justamente indignado de la declaración de la nodriza de Fedra, huye de ella y ni siquiera repara en el coro de mujeres que lo observa. Por consiguiente, no hay en su conducta la inverosimilitud y la grosería que se supone, sino, al contrario, un motivo más para que Fedra, a quien no ve, llena de vergüenza, precipite su resolución de suicidarse. Verdad es que su larga declamación contra las mujeres no es del mejor gusto; pero también convendremos en que pocas veces se debería hablar de ellas como Hipólito lo hace esta bajo la impresión de las infames proposiciones de la nodriza y del descubrimiento del amor criminal de la mujer de su padre. Si Teseo no aparece hasta el fin, no es por otra razón que para hacer más verosímil cuanto sucede en su ausencia y después de su llegada; solo así, y dejándose arrastrar del dolor que siente al contemplar el cadáver de su esposa, se concibe que, trastornado por la ira, condene a su hijo al destierro y pida a Poseidón su muerte. La de Fedra y su póstuma venganza son tan naturales y verosímiles, que lo contrario sería indudablemente afectado e inverosímil. ¿Fedra era cristiana o era griega? Suicidándose dominada por el amor, el despecho y la vergüenza, ¿qué cosa más natural que su venganza de Hipólito? Los héroes y heroínas de la Grecia, como el Áyax de Sófocles, no se arrepientan de su propósito, una vez decididos a ejecutarlo como debieran hacerlo si fueran buenos cristianos. Lo mismo acontece con las demás críticas superficiales que se han hecho de esta tragedia, que no refutamos tan fácilmente como las anteriores para no alargar más de lo justo estas líneas. En nuestro concepto, y prescindiendo del defecto capital indicado, el HIPÓLITO es una obra dramática digna de la Grecia y de Eurípides, y hay en ella rasgos y escenas, como la del diálogo entre la nodriza y Fedra, en que esta le revela su pasión, que no ceden a las mejores de ninguna otra de cualquier época ni de cualquier pueblo. Respecto a la fecha de su representación, no tenemos otros datos que los que nos ofrece el autor del argumento griego: sus palabras son las siguientes: ἐδιδάχθη ἐπὶ ᾿Επαμείνονος ἄρχοντος Ὀλυμπιάδι πζ’ ἔτει τετάρτῳ. πρῶτος Εὐριπίδης, δεύτερος ᾿Ιοφῶν, τρίτος Ἴων. ἔστι δὲ οὗτος ὁ Ἱππόλυτος δεύτερος, καὶ Στεφανίας προσαγορευόμενος. ἐμφαίνεται δὲ ὕστερος γεγραμμένος· τὸ γὰρ ἀπρεπὲς καὶ κατηγορίας ἄξιον ἐν τούτῳ διώρθωται τὸ δράματι. Como al mismo tiempo los últimos versos de esta tragedia hablan de la muerte de los grandes hombres, se ha creído que Eurípides alude a la de Pericles, ocurrida en el año II de la guerra del Peloponeso, cuya fecha concuerda, en efecto, con la indicada por el autor citado: esto es, en la olimpiada 87, 4. Sépase, además, que esta tragedia, llamada _Hipólito que trae la corona_ (στεφανηφόρος), es una refundición de otra, cuyo título era _Hipólito velado_ (καλυπτόμενος), porque no se contentaba con ofrecer la corona a Artemisa, volviendo las espaldas a Afrodita, sino que se cubría el rostro al pasar por delante de la estatua de esta. PERSONAJES AFRODITA. HIPÓLITO, _hijo de Teseo y de la amazona Antíope._ SERVIDORES DE HIPÓLITO. CORO DE MUJERES TRECENIAS. LA NODRIZA DE FEDRA. FEDRA, _esposa de Teseo, hija de Minos._ UN MENSAJERO. TESEO, _rey de Atenas, hijo de Egeo._ OTRO MENSAJERO. ARTEMISA. La acción es en Trecén. La escena representa el palacio de Teseo en esta ciudad, y a la izquierda y a la derecha de la puerta se ven las estatuas de Afrodita y de Artemisa. AFRODITA Yo soy Afrodita, diosa célebre y venerada en la tierra y en el cielo, propicia a cuantos habitan entre el Ponto Euxino[83] y los confines del Atlántico y ven la luz del sol, rindiendo homenaje a mi poder, y funesta a los que se ensoberbecen contra mí. Es conforme a la naturaleza de los dioses que reciban placer de los honores que se les tributan. Pronto probaré esta verdad, porque Hipólito, hijo de Teseo, descendiente de las Amazonas[84] y discípulo del casto Piteo,[85] es el único mortal que en Trecén[86] se atreve a escarnecerme, diciendo que soy la peor de las deidades, y odia el lecho nupcial, y no quiere casarse, y rinde culto a Artemisa, hermana de Febo e hija de Zeus, creyendo que es la diosa de más poder, y vive siempre en su virginal compañía en la verde selva, persiguiendo a las fieras con sus ágiles perros, frecuentando su trato y dándose más que humana importancia. Seguramente no lo hago por envidia, pues ¿a qué vendría? Pero me vengaré hoy de él, porque me ha ofendido; y como hace ya tiempo que preparo mi venganza, no me será difícil realizarla. Muéveme a ella que cuando vino del palacio de Piteo al campo de Pandión[87] para asistir a las fiestas y ceremonias de los sagrados misterios,[88] lo vio Fedra, noble esposa de su padre, y la inspiré un amor ardiente, y antes de llegar a Trecén, y en la misma roca de Palas,[89] que mira hacia aquí, edificó para mí un templo, ardientemente enamorada de Hipólito, que peregrinaba a la sazón, y en honor suyo quiso que en adelante se llamase el templo de Afrodita. Pero cuando Teseo abandonó el país de Cécrope,[90] desterrado en castigo de la muerte de los Palántidas,[91] y navegó hacia aquí con su esposa para sufrir voluntariamente penosa relegación, que ha de durar un año, ella no hace más que gemir, y estimulada por el aguijón del amor, sufre en silencio su desventura, y ninguno de sus servidores conoce la causa de su mal. Este amor no dejará de dar su fruto, y yo lo descubriré a Teseo, y se hará público. Y su padre matará a este enemigo mío, pronunciando terribles imprecaciones, que cumplirá Poseidón, dios del mar, por haberse obligado a hacer tres veces lo que le pidiera Teseo. Ínclita es Fedra y morirá, sin embargo, porque su ruina no pesará tanto en mi ánimo que consienta en que mis enemigos queden impunes y renuncie a mi propósito. Pero como veo a Hipólito, el hijo de Teseo, que viene hacia aquí para descansar de las fatigas de la caza, abandonaré estos lugares. Síguenle multitud de servidores cantando himnos en honor de Artemisa; no sabe que ya se abrieron para él las puertas de la muerte, y que este será el último día que ha de ver. HIPÓLITO (_que trae una corona, seguido de sus compañeros de caza_). Seguidme, seguidme cantando en honor de Artemisa, nuestra protectora celestial, hija de Zeus. EL SÉQUITO DE HIPÓLITO[92] Salve, diosa muy augusta, hija de Zeus, digna, digna de veneración; salve, Artemisa, hija de Leto y de Zeus, la más hermosa de las vírgenes, que en el vasto cielo habitas en el ilustre palacio paterno, resplandeciente con el oro de Zeus. HIPÓLITO (_dirigiéndose hacia la estatua de Artemisa_). Salve, ¡oh bellísima, bellísima Artemisa!, virgen que moras en el Olimpo: para ti traigo esta corona tejida de flores no libadas, que la adornan, y cogidas por mí en donde el pastor no se atreve a llevar sus rebaños ni ha entrado jamás el hierro: solo la primavera visita este prado y las abejas no le tocan, y el pudor lo nutre con húmedo rocío. El que nada adquirió con el estudio y en todo es igualmente casto por naturaleza, puede cortar sus flores, no los malvados. ¡Oh dueña querida!; recibe esta corona de mis manos piadosas para engalanar tus cabellos de oro. Solo entre los mortales disfruto de este privilegio; a tu lado estoy siempre, contigo hablo, y escuchas mi voz, aunque no vea tu rostro. Como he empezado, así acabaré mi vida. UN SERVIDOR (_que se separa del coro_). ¡Oh rey!, puesto que a nuestros señores debemos llamar como a los dioses,[93] ¿quieres oír un consejo útil? HIPÓLITO Con mucho gusto: si no lo hiciera, no parecería sabio. SERVIDOR ¿Conoces una ley que ha de regir a los mortales? HIPÓLITO No; ¿a qué ley aludes? SERVIDOR A la que nos manda evitar la ostentación y lo que no sea grato a todos. HIPÓLITO Muy bien dicho; en verdad, ¿qué hay más repugnante que el hombre orgulloso? SERVIDOR En la urbanidad, ¿no se nota cierta gracia, que nos concilia la benevolencia de las gentes? HIPÓLITO Mucha, sin duda, y ofrece largo lucro con poco trabajo.[94] SERVIDOR ¿Y crees que con los dioses sucede lo mismo? HIPÓLITO Sí, porque los hombres, obrando así, obedecen las leyes divinas.[95] SERVIDOR ¿Y por qué tú no saludas a una diosa veneranda? HIPÓLITO ¿A cuál? Guárdate de ofenderme. SERVIDOR A Ciprina, la que preside a tus puertas.[96] HIPÓLITO Como estoy puro, la saludo desde lejos. SERVIDOR Pero es digna de veneración, e insigne entre los mortales. HIPÓLITO Cada dios y cada hombre eligen recíprocamente al que mejor les parece. SERVIDOR Que seas feliz, si sabes cuanto te interesa. HIPÓLITO No me agradan los que reverencian de noche a los dioses. SERVIDOR Necesario es, ¡oh joven!, darles culto. HIPÓLITO Id, compañeros, y cuidad en el palacio de preparar nuestro sustento, que es grata una mesa abundante después de la caza, y conviene que los caballos se repongan de sus fatigas, para que al uncirlos al carro, satisfecho mi apetito, lo rija sin trabajo; que tu Ciprina se conserve buena mucho tiempo. (_Retírase con su séquito_). SERVIDOR (_ante la estatua de Afrodita_). Por lo que hace a mí, que no debo imitar a los jóvenes, y pensando humildemente como siervo, adoro tu imagen, ¡oh Afrodita!, señora mía; perdona al que así delira hablando de ti, porque siento hervir en su pecho el fuego de la adolescencia;[97] disimula si lo oyes, que los dioses han de ser más prudentes que los hombres. EL CORO (_que viene del campo_). _Estrofa 1.ª_ — Fama tiene un peñasco a la orilla de la mar, que destila agua, del cual brota una fuente en donde se llenan las urnas. Cierta compañera mía lavaba allí vestidos de púrpura, y los ponía a secar después en el peñasco abrigado y tibio.[98] _Antístrofa 1.ª_ — Ella, la primera, me contó el rumor de que mi dueña no salía de su palacio, consumiéndose en doliente lecho, y que sutiles telas velaban su cabeza. Tres días hace ya, según he oído, que su boca no saborea los frutos de Deméter ni se alimenta su cuerpo, y que oculta pena la arrastra a desear la muerte, término de su mísera existencia. _Estrofa 2.ª_ — Sin duda te ha tocado Pan, ¡oh joven!, o Hécate, o los venerables coribantes, o la madre que recorre los montes, y por eso deliras.[99] Acaso pecaste contra Dictina,[100] que vive gozosa entre las fieras, y no le has ofrecido sacrificios ni libaciones, y por esto te consumes, que también ella atraviesa los mares y va más allá de la tierra, en los salados remolinos del húmedo piélago. _Antístrofa 2.ª_ — ¿Acaso tu marido, el primero de los hijos de Erecteo, noble varón, se deleita en tu palacio profanando tu lecho con ilícitos amores? ¿Ha navegado algún marinero desde Creta[101] a este puerto, el más hospitalario, trayendo a la reina algún fatal mensaje, y esa es la causa de su tristeza, y de que yazga en su lecho y esté afligido su corazón? _Epodo_. — Solo en las mujeres se ven juntas la frivolidad natural a su sexo y cierta propensión a la melancolía, tan perjudicial como molesta, ya por temor a los dolores del parto, ya por su innata demencia. Por mis entrañas discurrió alguna vez este aura, e invoqué a la diosa que nos ayuda en tan apurado trance, a Artemisa, diestra en disparar sus saetas, y siempre propicios los dioses, me favoreció mucho en mis trabajos. Pero he aquí a la vieja nodriza que la saca del palacio: triste nube se mece en torno de sus cejas. Quisiera saber la causa funesta que ha alterado la salud de la reina. (_Las esclavas traen a Fedra recostada en un lecho portátil_). LA NODRIZA ¡Oh males humanos y tristes dolencias! ¿Qué haré por ti? ¿Qué no haré? Mira la clara luz que te alumbra, mira el aire. Fuera del palacio está ya el lecho en que descansas de tus dolores. Solo hablabas de venir aquí; pero no tardarás en volver a tu nupcial aposento. Pronto varías de parecer, y nada te divierte; no te agrada lo que posees, y anhelas lo que no tienes. (_Dirigiéndose al público mientras Fedra dormita_). Más fácil es enfermar que asistir al doliente, porque lo primero es sencillo y natural, y en lo segundo se junta la aflicción del alma al sufrimiento del cuerpo. Llena de tormentos está la vida humana, y no hay descanso en nuestras penalidades; y si tan dulce es vivir, a lo mejor nos envuelven las tinieblas de la muerte. Perdidamente nos enamoramos de esta luz, que brilla alguna vez en la tierra, sin saber lo que pasa en la otra vida, ni conocer nada de lo que sucede debajo de nosotros; temerarias son las ilusiones que nos arrastran. FEDRA (_revolviéndose inquieta_). Levantad mi cuerpo, sostened mi cabeza; no tengo fuerzas para mover mis miembros, ¡oh amigas! Acercaos, servidoras, y apoyaré mis brazos dulcemente. Pésame la diadema en las sienes; quítala, que mis cabellos se esparzan por mis hombros. (_Dos esclavas sostienen a Fedra en los brazos; la nodriza recibe en su pecho la cabeza y le quita la diadema_). LA NODRIZA Ten ánimo, ¡oh hija!, y no te agites, que así se agravará tu padecimiento. Más tolerable será descansando tranquila y sufriendo con noble resignación: ley es de los mortales luchar con los dolores. FEDRA ¡Ay, ay! ¡Ojalá que yo beba agua cristalina de fresca fuente, y que bajo blancos álamos y en verde prado yazga reclinada! LA NODRIZA ¿Qué dices, hija? No hables así delante de esta gente, ni profieras palabras insensatas. FEDRA (_delirando y agitándose inquieta en su lecho_). Llevadme a las selvas; que vaya yo a los bosques y a los pinares, en donde corren los perros que matan a las fieras, saltando sobre los manchados ciervos; deseo, por los dioses, animarlos con mis gritos, y lanzar el dardo tesálico rozando con mi blonda cabellera, y vibrar en mi mano la saeta de acerada punta. LA NODRIZA ¿Por qué, ¡oh hija!, revuelves esto en tu ánimo? ¿A qué cuidarte ahora de la caza? ¿A qué apetecer las ondas de las fuentes? Cerca del palacio hay una colina húmeda, en donde puedes beber a tu gusto. FEDRA ¡Oh Artemisa!, señora de la marina Limnes[102] y de los ecuestres gimnasios: ¡ay, si estuviera en tu campo domando caballos vénetos![103] LA NODRIZA ¿Por qué, delirando de nuevo, pronuncias tales palabras? Hace poco que, como si te hallaras en los montes, te arrastraba la afición a la caza; ahora, segunda vez, y lejos de las ondas, deseas regir caballos. Adivino consumado es preciso ser para explicar todo esto: ¿qué dios, ¡oh hija!, te hace tascar el freno y extravía tu juicio? FEDRA (_cayendo abatida en su lecho_). ¡Infeliz de mí! ¿Qué he hecho? ¿Cuál ha sido mi absurdo delirio? He perdido la razón, he caído en las redes de alguna deidad funesta. ¡Ay, ay mísera de mí! Nodriza, cubre otra vez mi cabeza; me avergüenzo de lo que he dicho hace poco. Cúbrela; lágrimas brotan de mis ojos, y el pudor enrojece mis párpados. Porque he recobrado el seso, y el dolor me atormenta, y si la locura es un mal, más vale morir sin sentirla. LA NODRIZA Ya la cubro; pero ¿cuándo la muerte velará también mi cuerpo? (_Cubre su cuerpo y se dirige al público_). Mucho me enseña mi larga vida; convendría que los mortales no contrajesen amistades estrechas, de las que penetran hasta lo íntimo del alma, y así sería fácil que se desvaneciese esta pasión, y que, como nace, muriese. Pero que uno sufra por dos, es grave carga, como a mí me acontece, sufriendo por esta.[104] Dícese que el excesivo apego a la vida aflige más que deleita, y que es opuesto a la salud; pero los excesos son para mí menos laudables que practicar aquel otro precepto de _nada demasiado_ y como yo opinarán los sabios. EL CORO ¡Oh anciana, fiel nodriza de la reina Fedra!; aunque sea testigo de estas calamidades, es para mí inexplicable su enfermedad; quisiéramos oírla y saberla de ti. LA NODRIZA Ni preguntándolo lo sé, ni quiere decirlo. EL CORO ¿Ni cuál haya sido el origen de estos males? LA NODRIZA Piensas como yo; pero ella lo calla todo. EL CORO ¡Qué enferma está, y cuán flaco su cuerpo! LA NODRIZA ¿Y cómo no ha de ser así, si hace tres días que no toma alimento? EL CORO ¿Pero es efecto de su mal, o porque desea morir? LA NODRIZA Por morir; se abstiene del alimento por dejar la vida. EL CORO Sorprendente es lo que has dicho, si agrada a su marido. LA NODRIZA Oculta y niega su dolencia. EL CORO ¿Pero no la conoce él si le basta mirarla? LA NODRIZA Lejos está ahora. EL CORO ¿Y tú no la violentas para averiguar su mal y la causa del extravío de su juicio? LA NODRIZA Vanos han sido todos mis esfuerzos. Sin embargo, aún no he desistido de mi propósito, como te habrás convencido, observando lo que hago con mi desventurada dueña. (_A Fedra_). Vamos, hija querida, olvidémonos ambas de lo que antes hablamos, y tú explícate, y desarruga tu ceño, y abandona tu resolución, y yo, por mi parte, sin acordarme ya de lo que he hecho hasta ahora que haya podido desagradarte, te hablaré con más dulzura. Si padeces algún mal oculto, estas mujeres lo calmarán; pero si lo han de curar los hombres, habla para declararlo a los médicos. Sea, pues, así; ¿por qué callas? No debes callar, hija, sino replicarme si no te parece bien lo que digo, o seguir mis consejos si lo merecen. Habla algo, mira hacia aquí. ¡Cuánta es mi desventura! En vano, ¡oh mujeres!, nos tomamos este trabajo; tan lejos estamos como antes de conseguir nuestro fin: ni le hacían mella nuestras palabras, ni ahora tampoco. Pero ten en cuenta, aun cuando seas más obstinada que la mar, que si mueres, abandonando tus hijos, no participarán de la herencia de su padre y le sucederá el noble y generoso bastardo, que dio a luz la reina Amazona aficionada a cabalgar, y será su señor. Bien sabes de quién hablo: ya sabes que aludo a Hipólito. FEDRA ¡Ay de mí! LA NODRIZA Qué, ¿te interesa esto? FEDRA Me has afligido, nodriza, y te ruego por los dioses que jamás me hables de ese hombre. LA NODRIZA ¿Ves? Eres prudente, y no querrás faltar a tus hijos, y cuidarás de tu vida. FEDRA Amo a mis hijos; pero no es ese el mal que me atormenta. LA NODRIZA Sin duda, ¡oh hija!, tus manos están puras de sangre. FEDRA Puras están mis manos, pero no mi corazón, y es menester purificarlo. LA NODRIZA ¿Quizá por efecto del daño que te ha causado algún enemigo? FEDRA Contra su voluntad y la mía me ha perdido un amigo. LA NODRIZA ¿Te ha faltado en algo Teseo? FEDRA ¡Ojalá que yo nunca le ofendiera! LA NODRIZA ¿Y cuál es esa pena cruel que te hace morir? FEDRA Deja que yo falte; no eres tú la ofendida. LA NODRIZA No, seguramente; líbrenme los dioses de pensarlo; pero tú puedes salvarme. (_Arrójase a sus pies y estrecha sus manos y rodillas_). FEDRA ¿Qué intentas? ¿Me haces violencia estrechando mi mano? LA NODRIZA Y nunca soltaré tus rodillas. FEDRA Lo sentirás, ¡oh desventurada!; lo sentirás si lo oyes. LA NODRIZA ¿Qué mayor sentimiento que perderte? FEDRA Morirás, y sin embargo puede darme gloria. LA NODRIZA ¿Y me ocultas este bien, cuando yo te lo suplico? FEDRA A males que me avergüenzan busco salida honesta. LA NODRIZA Luego si los declaras será mayor tu ventura. FEDRA Retírate, por los dioses, y suelta mi mano. LA NODRIZA Jamás, si no me concedes lo que tan justamente pido. FEDRA Lo haré, porque como religioso vínculo es para mí tu mano. LA NODRIZA Callaré ya; ahora tú debes hablar. FEDRA (_después de algunos instantes de silencio_). ¡Oh mísera madre, cuáles fueron tus amores![105] LA NODRIZA ¿Lo dices porque se enamoró del toro, o por qué? FEDRA ¡Y tú, hermana desventurada, esposa de Dioniso![106] LA NODRIZA ¿Qué te sucede, oh hija? ¿Hablas mal de tus parientes? FEDRA ¡Y yo, tercera desdichada, que muero de pena! LA NODRIZA Horrorizada estoy en verdad. ¿Adónde irá a parar esto? FEDRA ¡Y yo después, y no hace poco tiempo, soy también infeliz! LA NODRIZA Hasta ahora nada sé de lo que anhelo oír. FEDRA ¡Ay de mí! ¿Cómo me dirías tú lo que yo debo decir? LA NODRIZA No soy adivino para comprender estos enigmas. FEDRA ¿Qué cosa es el amor? ¿Qué dicen de él los hombres? LA NODRIZA Lo más dulce, ¡oh hija!, y al mismo tiempo lo más amargo. FEDRA No es eso lo que yo sufro. LA NODRIZA ¿Amas, ¡oh hija!, a alguno? FEDRA Cualquiera que sea, el hijo de la amazona... LA NODRIZA ¡Hablas de Hipólito! FEDRA Tú lo dices, no yo. LA NODRIZA ¡Ay de mí, oh hija! ¿Qué has dicho? ¡Cómo has desgarrado mi corazón! Esto es intolerable, ¡oh mujeres! Ya no puedo vivir. ¡Día odioso, odiosa luz es la que veo! Yo me despeñaré, yo abandonaré mi cuerpo, yo dejaré esta triste vida; vivid vosotras, que yo aborrezco la existencia. Los que se contienen, aunque involuntariamente, aman, sin embargo, sus propios males. No es diosa Afrodita, sino más que diosa, y la ha perdido, y a mí, y a esta familia. EL CORO ¿Has oído, ¡oh!, has oído a la reina confesando sus malhadados amores, que no deben escucharse? Que muera yo, ¡oh amada!, antes de cometer el delito que embarga tu pensamiento. ¡Ay de mí! ¡Oh desventurada víctima de estos dolores! ¡Oh penas, alimento de los hombres! Tú misma te has perdido publicando tu mal. ¿Cuánto tiempo vivirás así? Alguna novedad va a ocurrir en este palacio. Ya no ignoramos, ¡oh desdichada joven cretense!, en dónde descargará la tempestad que Afrodita envía. FEDRA Mujeres trecenias que habitáis en este vestíbulo,[107] que da entrada a la tierra de Pélope: hace ya largo tiempo que reflexioné una noche en las causas de la corrupción humana, y me parece que no todos los hombres cometen las faltas más graves por sus escasas luces, porque en muchos se observa juicio recto; preciso es, por tanto, confesar que, aun conociendo lo bueno, no lo seguimos, unos por pereza y otros porque posponemos la virtud al deleite.[108] Muchos placeres ofrece la vida, gratos coloquios y ocio, mal que tiene su encanto, y vergüenza. Esta es de dos clases: una no vituperable, azote la otra de las familias. Y si las ocasiones en que se manifiestan no diesen lugar a dudas, no serían iguales las dos palabras que las expresan. Y como he pensado antes todo esto, no hay poder bastante fuerte que me obligue a adoptar la opinión contraria. Pero te diré cómo he llegado a discurrir así. Después que el amor me hirió, traté de conciliarlo con la virtud, y comencé entonces a ocultar mi dolencia. No debía fiarlo a la lengua, que, si a veces rectifica los pensamientos ajenos, se expone otras a muchos males. Determiné resistir con entereza a este amoroso delirio y dominarlo castamente. Por último, no pudiendo vencer a Afrodita, he decidido morir. Nadie se opondrá a esta resolución. ¡Ojalá que no se olviden mis acciones honestas, ni que las presencien muchos testigos si son vergonzosas! No ignoraba cuán infame era mi apasionada dolencia, y sabía además que era mujer detestada de todos.[109] Mala muerte tenga la que mancille el lecho conyugal con quien no fuese su esposo. De las mujeres nobles pasó este mal a las demás, porque cuando lo torpe agrada a los de elevada alcurnia, parece a los malos honesto. Odio a las que son castas en sus palabras y ocultamente lascivas. ¿Cómo, ¡oh Afrodita!, señora del mar,[110] se atreven a mirar el rostro de sus esposos y no tienen horror a las tinieblas, cómplices de sus culpas? ¿Cómo no dan voces los techos de sus casas? Mátame, ¡oh amigas!, el temor de que mi marido sepa mi deshonra, o los hijos que he parido, pues quisiera que, libres y hablando sin temor, brillasen en la noble ciudad de los atenienses honrados en memoria de las virtudes de su madre, porque detiene mucho al hombre más osado saber las maldades de sus padres. Dicen que vale tanto como vivir ser justo y honesto. El tiempo descubre a los malos cuando llega la ocasión, como el espejo que refleja a la virgen. ¡Ojalá que nunca me cuenten entre ellos! EL CORO ¡Ay, ay de mí! ¡Qué bella es la modestia y qué gloria tan egregia ofrece a los mortales! LA NODRIZA Gran temor, ¡oh señora!, me ha infundido de repente tu mal; ahora conozco mi ineptitud, y que entre los hombres los últimos pensamientos son los más prudentes. No es extraño lo que te sucede, ni fuera de razón se ha ensañado en ti la ira de la diosa. Tú amas; ¿por que nos ha de sorprender? Haces lo que muchos. ¿Y perderás la vida por eso? ¿De qué sirven a los enamorados sus amigos, y la inquietud que muestran, si al fin han de morir? Porque Ciprina es intolerable si nos ataca con violencia; a quien cede, persigue blandamente, y arrebata y atormenta al orgulloso y arrogante; ¿no lo crees así? Vuela por los aires, y la hallarás en las olas del mar, y de todo es origen. Ella inspira y alimenta al Amor, que a todos nos ha engendrado en esta tierra. Cuantos conocen los escritos antiguos y se consagran asiduamente al culto de las musas, saben cómo Zeus amó en otro tiempo a Sémele,[111] y cómo la brillante Aurora robó enamorada a Céfalo,[112] llevándolo con los demás dioses, y habitan en el cielo, y no huyen de las demás divinidades, sino que, según creo, sufren vencidos su suerte. ¿Y tú no la sufrirás? Debió engendrarte tu padre de distinta manera que los demás, y obedecerías a otros dioses si no habías de observar estas leyes. ¿Cuántos hombres de sano juicio fingirán ignorar la deshonra de su cónyuge? ¿Cuántos padres no protegen los amores ilícitos de sus hijos? Entre las sagaces precauciones de los hombres cuéntase la de ocultar lo que no es honesto. Ni conviene que vivan vida austera, como no cuidan tampoco de alinear con esmero las paredes y el techo de sus viviendas. Del abismo tan profundo en que has caído, ¿cómo piensas salir? Grande es tu ventura si, siendo mortal, son más numerosos tus bienes que tus males. Abandona, pues, ¡oh amada hija!, tus malos pensamientos; déjate de tales sacrilegios, que lo es sobreponerte a los dioses; sufre el amor con fortaleza, que una diosa lo envía. Ya que esa dolencia te aqueja, cúrala dulcemente. Hay encantos y palabras que la aplacan, y podrá encontrarse eficaz remedio. Tarde hallará algún hombre la medicina si nosotras las mujeres no la descubrimos. EL CORO Lo que esta dice, ¡oh Fedra!, puede servirte ahora, y yo te alabo. Pero mi alabanza es para ti menos grata que sus palabras, y la oirás con más trabajo. FEDRA Con pláticas demasiado sabrosas se han arruinado familias y ciudades bien gobernadas. No conviene decir lo que agrada a los oídos, sino lo que puede traer gloria. LA NODRIZA ¿Por qué hablas tan sublime lenguaje? Tú no necesitas de palabras seductoras, buenas solo para ese hombre. Yo lo sondearé cuanto antes, y le hablaré como es debido. Si no peligrase tu vida en este trance y fueses mujer de juicio, jamás llegaría yo a ese extremo por proporcionarte ese deleite en tu lecho; pero ahora mi principal objeto es salvar tu vida, y nadie podrá reprobarlo. FEDRA ¿Cómo dices tales despropósitos? ¿No cerrarás tus labios y no volverás a pronunciar frases tan torpes? LA NODRIZA Torpes son, pero más convenientes ahora que las honestas, y valdrán más si te salvare que la fama con que morirías orgullosa. FEDRA No pases más adelante, no, que está bien lo que dices, aunque, ¡por los dioses!, sea vergonzoso; porque si hasta ahora, a pesar de mi amor, no he faltado, si con palabras especiosas me inspiras sentimientos indignos de mí, pereceré deslizándome en el abismo de que huyo. LA NODRIZA Si tal te parece, no debiste darle entrada en tu pecho; pero como sucede lo contrario, obedéceme, que también redundará en tu beneficio. Yo tengo en casa filtros[113] que aplacan la fuerza del amor, y ahora me he acordado de ellos, y sin vergüenza ni menoscabo de tu razón te librarán de ese mal si no eres débil; pero necesitamos alguna prenda del que amas, algún rizo o pedazo de su vestido, para que sea una misma vuestra amorosa pasión. FEDRA Y ese filtro, ¿se unta o se bebe? LA NODRIZA No lo sé; es menester que me ayudes y no me preguntes, ¡oh hija! FEDRA No es para tranquilizarme tu refinada astucia. LA NODRIZA Todo te asusta; ¿qué temes ahora? FEDRA Que reveles algo al hijo de Teseo. LA NODRIZA Déjame, hija, que yo te curaré bien. Solo te ruego que me favorezcas, ¡oh Afrodita, diosa marina! (_Aparte_). Lo demás que pienso hacer lo sabrán únicamente los amigos que hay dentro.[114] (_Se retira_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Amor, Amor que con la mirada inspiras los deseos e infundes suave deleite en los ánimos de aquellos a quienes haces la guerra: que nunca te vea con daño mío ni tiránico me domines. Ni el fuego ni los rayos que despiden los astros pueden compararse a la saeta que lanza Amor, hijo de Zeus. _Antístrofa 1.ª_ — En vano, en vano junto al Alfeo[115] y en el templo pítico de Febo acumula hecatombes la Grecia; no adoramos al Amor, tirano de los corazones, que guarda la llave de los lechos más codiciados y nos pierde y nos infecta cuando nos acomete, enviándonos todo linaje de males. _Estrofa 2.ª_ — Pues Afrodita dio al hijo de Alcmena la doncella de Ecalia,[116] que no había conocido el himeneo, y que por tanto ignoraba lo que era un esposo y un tálamo nupcial, llevándola desde su palacio en rápida nave, cual ministro veloz del Orco, con sangre y fuego, y celebrando terribles bodas. ¡Cuán desventuradas fueron sus nupcias! _Antístrofa 2.ª_ — ¡Oh santas murallas de Tebas! ¡Oh fuente Dircea! Vosotras fuisteis testigos del poder de Afrodita. Con ardiente rayo aletargó a la madre de Dioniso, engendrado por Zeus, unida a él en himeneo funesto. Abrasa lo que toca con su hálito, y vuela como una abeja. FEDRA Callad, mujeres; somos perdidas. EL CORO ¿Qué sucede en tu palacio, ¡oh Fedra!? FEDRA Estaos quietas; dejadme oír los clamores que suenan dentro. EL CORO Callo; pero mal exordio es este. FEDRA ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Cuánta es mi desventura! ¡Cuántos mis males! EL CORO ¿Qué significan tus quejas? ¿Qué tus voces? Di, ¡oh mujer!, ¿qué súbito rumor te atorra? FEDRA Perdidas somos. Acercaos aquí, y escuchad el ruido que se oye dentro. EL CORO Tú estás a la puerta; en cuidado te han puesto los clamores que salen del palacio. Pero dime, dime qué desgracia sucede. FEDRA Grita Hipólito, el hijo de la Amazona, aficionada a cabalgar, profiriendo horribles maldiciones contra mi esclava. EL CORO Conozco su voz, pero no entiendo bien lo que dice. Por las hendiduras de la puerta oirás tú sus palabras. FEDRA Y oigo claramente que la llama forjadora de males, y que la acusa de hacer traición a su dueño.[117] EL CORO ¡Ay de mis desdichas! Te han vendido, ¡oh amiga! ¿Qué consejo te daré? Si ha descubierto el secreto, cierta es tu muerte. FEDRA ¡Ay, ay de mí! EL CORO Vendida por tus amigos. FEDRA Me ha perdido descubriendo mi dolencia, con buena intención, es verdad, pero sin curarla como debía. EL CORO ¿Y qué se hace? ¿Qué harás tú, que sufres males incurables? FEDRA Solo me ocurre morir cuanto antes, único remedio de este infortunio. HIPÓLITO (_que sale por una de las puertas laterales, seguido de la nodriza. Como Fedra se halla en el hueco de la principal, y lejos, no la ve_). ¡Oh tierra, nuestra madre, oh inmensa luz del sol! ¿Qué palabras nefandas han manchado mis oídos? LA NODRIZA Calla, hijo, no te oiga alguien. HIPÓLITO No es posible callar, habiendo oído tales horrores. LA NODRIZA (_suplicándole humildemente_). Suplícote por tu barba y tu hermosa diestra. HIPÓLITO (_rechazándola_). No acerques tu mano ni toques mi vestido. LA NODRIZA (_echándose a sus pies_). ¡Por tus rodillas, que abrazo, no me pierdas! HIPÓLITO ¿Y cómo así, cuando, según aseguras, no has dicho nada malo? LA NODRIZA Lo que yo he dicho, ¡oh hijo!, no debe saberlo el vulgo. HIPÓLITO Mejor es, sin embargo, que el vulgo solo sepa lo bueno. LA NODRIZA ¡Oh hijo!, no quebrantes tu juramentos. HIPÓLITO La lengua juró; el alma no ha jurado.[118] LA NODRIZA Hijo, ¿qué vas a hacer? ¿Perderás a tus amigos? HIPÓLITO Les niego ese nombre: ningún malvado es mi amigo. LA NODRIZA Perdona; siempre han errado los hombres, ¡oh hijo! HIPÓLITO (_dirigiéndose al público, mientras la nodriza se levanta_).[119] ¡Oh Zeus! ¿Por qué dispusiste que las mujeres viesen la luz del sol, si son cebo engañoso para los hombres? Si deseabas que estos se multiplicasen, no debías haberlas creado, sino que ellos en sus templos, pesando el oro, o el hierro, o el bronce, comprasen los hijos que necesitaran, pagando el justo precio de cada uno, y que viviesen en sus casas, libres de femenil compañía. Ahora, como han de morar con nosotros, agotan nuestros recursos. Manifiesto es de aquí qué azote tan grande es la mujer; pues el padre, que la engendra y la educa, da además la dote y la casa para librarse de ella: al contrario, el que recibe en su hogar esta peste destructora, goza engalanando a una pésima estatua, y la viste con sus mejores ropas, y el desventurado gasta así sus rentas. Obligado se ve, si ha de emparentar con familia ilustre, a mostrarse alegre y ser fiel en su amargo consorcio, o si es buena la esposa y pobres los suegros, a remediar bondadosamente su infortunio. Lο mejor, si ha de vivir con nosotros, es que la fortuna nos favorezca, dándonos una compañera inepta y demasiado sencilla. Aborrezco a la sabia; que no albergue un mismo lecho a la que sepa más que yo, y más de lo que conviene a una mujer. Porque Afrodita hace a las doctas las más depravadas, y la sencilla, por sus cortos alcances, está libre de deshonestidad. Convendría también que no las acompañasen esclavas, sino que habitasen con ellas monstruos mudos o fieras, con quienes no pudiesen hablar ni oír su voz. Ahora sus esclavas no cesan de urdir intrigas vituperables, y después las ejecutan fuera de su casa, como tú (_A la nodriza_), ¡oh malvada!, osando proponerme que profane el sagrado lecho de mi padre: yo me purificaré de esta mancha en agua corriente, lavando con ella mis oídos. ¿Qué me sucedería si fuese criminal, cuando ni aun me creo puro habiéndola oído? Ten muy presente lo que te digo, ¡oh mujer!; solo mi piedad te salva; a no haberme tendido una red con mi propio juramento, jamás me contuviera, y lo hubiese revelado a mi padre. Pero ya que Teseo está ausente por mucho tiempo, me iré de este palacio, y mis labios guardarán silencio. Veremos a ver cuando vuelva cómo arrostráis su presencia tú y tu señora: ya avisado, sabré hasta dónde llega tu audacia. ¡Que perezcáis ambas! Nunca me cansaré de odiar a las mujeres, aunque alguno diga que tal es siempre mi propósito; y no se engaña, en efecto, porque son siempre malvadas. Que aprendan a ser castas, o nunca dejaré de ensañarme con ellas.[120] (_Retírase_). FEDRA Mísera y desventurada es nuestra suerte. ¿Qué artes emplearemos, qué recursos, frustrada nuestra esperanza, para desatar el nudo de esta intriga? Recibimos el castigo merecido, ¡oh tierra y luz! ¿Cómo evitaré estas calamidades? ¿Cómo, ¡oh amigas!, ocultaré mi mal? ¿Qué dios me favorecerá, qué hombre me ayudará? ¿Quién querrá hacerse cómplice de maldades tan impías? No veo medio alguno de alejar la tempestad que amenaza a mi vida. ¡Soy la más infeliz de las mujeres! EL CORO ¡Ay, ay! Ya no tiene remedio, y de nada sirvieron los artificios de tu esclava, ¡oh señora!, que el resultado ha sido desastroso. FEDRA (_acércase a Fedra la nodriza_). ¿Qué has hecho en mi daño, ¡oh tú, la peor de las mujeres, ruina de tus amigos!? Que Zeus, mi progenitor,[121] te hiera con sus rayos y te extermine. ¿Acaso no te dije, previniendo tu propósito, que no revelases mi mal? Pero no pudiste callar, y ya no moriremos sin mancha. Necesito ahora apelar a otros medios. Él, enfurecido ya contra mí, descubrirá tu falta con deshonra mía a su padre, contará al viejo Piteo sus desdichas, y pronunciará en todas partes los más denigrantes discursos. Que mueras tú y cualquier otro, pronto a hacer lo que no debe, repugnándolo sus amigos. LA NODRIZA Razón tienes, ¡oh señora!, en reprenderme: como estás afligida, no dejas descanso a tu juicio; pero te responderé, si me lo permites. Te he criado, y te quiero bien: buscando remedio a tu dolencia, me dejé llevar de mi buen deseo. Si mi propósito se hubiera realizado, me creerían muy prudente, que el éxito favorable nos da de ordinario fama de tales. FEDRA ¿Es justo, acaso, y quedaré satisfecha, dándote la razón, después de afligirme tanto? LA NODRIZA Ociosa es nuestra disputa: no he sido cuerda, pero todavía puedo salvarte. FEDRA No hables más; antes erraste, y me has acarreado grave desdicha. Vete, pues, y piensa en ti; yo cuidaré de mí. Vosotras, nobles jóvenes trecenias, favorecedme solo en lo que os ruego, callando cuanto habéis oído hasta ahora. EL CORO Juro por la casta Artemisa, hija de Zeus, que jamás publicaré tus males. FEDRA Has dicho bien. Por más que pienso solo hallo un remedio a mi desventura para que mis hijos vivan honrados, y salga yo como pueda de este abismo. Jamás llenaré de oprobio a mi familia de Creta ni me presentaré a Teseo, torpemente manchada por la oficiosidad de mi única amiga. EL CORO ¿Te expondrás acaso a sufrir algún daño irreparable? FEDRA Solo anhelo morir; el cómo, yo lo pensaré. EL CORO No pronuncies palabras de mal agüero. FEDRA Y tú aconséjame bien. Yo llenaré de gozo a Ciprina, que me ha perdido, dejando hoy de vivir, víctima de un amor cruel. Pero después de muerta, causaré daño a otro para que no se enorgullezca con mis males, y para que, participando también de mi pena, aprenda a ser más modesto. (_Entra Fedra en el palacio_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — ¡Ojalá que ahora me viese en los profundos valles de las montañas y algún dios me convirtiera en ave alígera y me juntase con los demás volátiles! Desde lo alto de los aires contemplaría las olas del mar Adriático y las aguas del Erídano, en donde tres desventuradas doncellas, llorando a Faetón, aumentan las ondas purpúreas de su padre con los brillantes destellos de sus lágrimas de ámbar.[122] _Antístrofa 1.ª_ — Y volaría a la costa de las cantatrices Hespérides,[123] rica en manzanas, do el marino rey del purpúreo lago no da paso a los navegantes, defendiendo los límites venerandos del cielo, que sostiene Atlas, y adonde las fuentes destilan ambrosía en el palacio de Zeus, y la divina y alma tierra derrama para los dioses abundante dicha. _Estrofa 2.ª_ — ¡Oh nave cretense de blancas alas que, surcando las sonoras y marinas aguas del piélago, trajiste a mi señora de su feliz morada, para disfrutar del más desventurado himeneo! O de ambas regiones o de la tierra de Creta voló genio funesto a la ínclita Atenas; pero ataron las puntas de los torcidos cables en la ribera de Muniquia,[124] y descendieron al continente. _Antístrofa 2.ª_ — Por esto aquejó su ánimo amorosa dolencia y pasión ilícita, y fue víctima de dura calamidad, y del techo que contempló su himeneo cuelga lazo fatal que ceñirá su blanco cuello en honor de triste diosa, prefiriendo morir sin infamia y librar su alma de amor molesto. UNA ESCLAVA (_desde dentro_). ¡Ay, ay! Socorredme todos los que se hallen cerca de este palacio: mi señora, la esposa de Teseo, yace suspendida de lazo fatal. EL CORO ¡Ay, ay! Consumose ya el suicidio. Ya no existe la esposa del rey, ahorcada con nudo corredizo. LA ESCLAVA ¿No os daréis prisa? ¿Nadie traerá un cuchillo de dos filos para cortar la cuerda que rodea su cerviz? PRIMER SEMICORO ¿Qué hacemos, amigas? ¿Queréis entrar en el palacio y desatar los apretados lazos que ahogan a mi dueña? SEGUNDO SEMICORO ¿A qué, pues? ¿No hay servidores jóvenes? No es prudente a veces mezclarse en ciertos negocios. LA ESCLAVA Extended el mísero cadáver de la dueña de este palacio, que llenará de amargura a mi señor. EL CORO Según oigo ha perecido esta infeliz, puesto que extienden su cadáver. TESEO (_que llega coronado de laurel_).[125] ¿Sabéis, mujeres, qué significan estos clamores que se oyen en el palacio? Fuerte vocerío de esclavas ha llegado hasta mí. Mi familia no se digna, sin duda, salir a saludarme, abriendo las puertas con alegría cuando vuelvo de consultar al oráculo. ¿Ha sucedido algo a Piteo, ya de edad avanzada? Muchos son sus años, y, sin embargo, con sentimiento mío dejará este palacio. EL CORO Esta desgracia, ¡oh Teseo!, no afecta en nada a los ancianos: muertos más jóvenes afligirán tu alma. TESEO ¡Ay de mí! ¿Ha fallecido acaso alguno de mis hijos? EL CORO Viven; muerta su madre, pena dolorosa para ti. TESEO ¿Qué dices? ¿Ha perecido mi esposa? ¿De qué manera? EL CORO Preparó un lazo en el techo para estrangularse. TESEO ¿De dolor a causa de algún accidente desgraciado? EL CORO Solo esto sabemos; hace poco, ¡oh Teseo!, que yo, que deploro tus males, llegué a este palacio. TESEO ¡Ay, ay! ¿A qué me presento llevando en mi cabeza corona de hojas entrelazadas, consultor desventurado del oráculo? (_Se arranca la corona_). Abrid las puertas, servidores; quitad las barras, para que contemple el horrible espectáculo que va a ofrecerme mi esposa, cuya muerte me ha perdido. (_Ábrense las puertas y dejan ver el cadáver de Fedra_).[126] ¡Ay, ay! ¡Cuán infortunado soy! ¡Cuán crueles mis males! Tú también has sufrido; tú que has osado cometer una acción que será la ruina de tu familia. ¡Ay, ay! ¡Cuánta ha sido tu audacia! ¡Oh tú, muerta violentamente con muerte impía y por tus mismas manos! ¿Qué dios, ¡oh desdichada!, te borró del libro de la vida? ¡Ay de los males que mísero sufro! Este es el mayor de todos. ¡Oh fortuna funesta para mí y para mi palacio, mancha inesperada, obra de las Furias, que pondrá término a mi vida intolerable![127] Solo vislumbro un piélago de desdichas, del cual nunca podré salir sin luchar con sus calamitosas olas. Quitad las barras, que yo contemple ese horrible espectáculo. ¿Con qué palabras, cómo, desgraciado, apostrofaré a tu adversa fortuna, ¡oh mujer!? Te escapaste de mis manos volando como un ave, y con salto rápido te lanzaste en la morada de Hades. ¡Ay, ay, ay, ay! Dignos de lástima son estos infortunios. Por alguna causa estaba condenado a esta pena hace tiempo; quizá por haber faltado a los dioses alguno de mis progenitores. EL CORO No eres tú solo el que sufre estos males repentinos, que otros muchos han perdido también sus esposas. TESEO A las infernales, a las infernales tinieblas quiero descender, y vivir sin ventura en ellas, privado de tu muy dulce trato. Mayor es mi desdicha que la tuya. ¿Quién declarará, ¡oh mujer!, la causa de ese fatal propósito? ¿Me lo dirán, o en vano estará lleno mi real palacio de esta muchedumbre de criados? ¡Cuánto lloro, ay de mí, desventurado, que ya veo el luto que ha de cubrir esta mansión, que ni puede expresarse ni tolerarse! Yo muero: desierto está mi hogar, huérfanos mis hijos. (_Se precipita sobre ella y abraza su cadáver_). EL CORO Nos has abandonado, nos has abandonado, ¡oh amada!, la mejor de las mujeres que ven la luz del sol, y la luna, que alumbra de noche, rodeada de estrellas. ¡Desventurada de mí, cuántos males sufre este palacio! Mis párpados, húmedos de lágrimas, llorarán tu destino; ya preveo con horror el nuevo infortunio que nos amenaza. TESEO (_que se levanta, teniendo entre sus manos las de Fedra_). ¡Ah, ah! ¿Qué significan estas tablillas suspendidas de una mano amada? ¿Anunciarán alguna nueva calamidad? ¿Dispondrá acaso la infeliz lo que debo hacer de su lecho y de sus hijos? No te inquietes, desventurada, que ninguna otra mujer entrará en el palacio y ocupará tu lugar al lado de Teseo. Y he aquí que el sello de la piedra preciosa, encerrada en el anillo de oro de la difunta, me enternece de nuevo. Veamos, desatando los lazos del sello, qué quieren decir estas letras. EL CORO ¡Ay, ay! Alguna deidad preparará un nuevo mal, no contenta con los pasados. Ya no podrá vivir después de lo que ha sucedido, qué grave desdicha, ¡ay, ay!, ha arruinado a la familia de mis reyes. ¡Oh numen fatal! Si es posible todavía, no destruyas este palacio, sino óyeme, atiende a mis súplicas, que, como adivino, me inquietan anticipadamente presagios de alguna nueva calamidad. TESEO ¡Ay de mí! Un nuevo infortunio sucede al otro, que ni se puede expresar ni sufrir. ¡Ay desventurado de mí! EL CORO ¿Qué hay? Dilo, si puede interesarme. TESEO Estas letras, sí, estas letras dicen a voces lo que no puede tolerarse. ¿Adónde huir? ¿Cómo evitaré tal cúmulo de males? Perdido muero: triste queja, triste queja publican estas líneas. ¡Ay de mí, mísero! EL CORO ¡Ay, ay de mí! Profieres palabras preludio de nuevas desdichas. TESEO Ya mis labios no callarán más tiempo este funesto mal, que cuesta trabajo decir, ¡oh ciudad! Hipólito se ha atrevido a manchar por fuerza mi lecho, despreciando el ojo venerando de Zeus.[128] Pero, ¡oh padre Poseidón!, que en otro tiempo me prometiste cumplir tres votos míos, cumple uno contra mi hijo: que muera hoy, si me concediste ese don. EL CORO Desdícete, ¡oh rey!, por los dioses, que después, mejor informado, te arrepentirás de tu falta; obedéceme. TESEO No es posible. Además, lo desterraré de aquí; uno de estos dos destinos ha de alcanzarle: o Poseidón lo enviará muerto al palacio de Hades, cumpliendo mis votos, o lejos de este territorio y vagando en tierra extraña, pasará triste vida. EL CORO Mira cuán oportunamente se presenta tu hijo Hipólito: aplaca, ¡oh rey Teseo!, tu injusta ira, y resuelve lo que más convenga a tu familia. HIPÓLITO (_seguido de sus amigos y compañeros de caza_). Al oír tus clamores, ¡oh padre!, he venido precipitadamente, y aunque no sé cual sea la causa que te hace gemir ahora, deseo oírla de tus labios. Vamos, ¿qué hay? Veo muerta a tu esposa, ¡oh padre!, con gran sorpresa mía, puesto que la dejé no ha mucho mirando esta misma luz. ¿Qué le ha sucedido? ¿Cómo ha muerto? Quiero, ¡oh padre!, oírlo de ti. ¿Callas? Cuando los males nos cercan no es ocasión de callar, porque nuestro corazón, deseoso de saberlo todo, quiere conocer también las desdichas. No es justo, ¡oh padre!, que a tus amigos, y a los que son algo más que esto, ocultes tus males. TESEO (_que miraba fijamente a Hipólito mientras hablaba, y ahora separa de él la vista_). Hombres que tanto y tan vanamente estudiáis, ¿a qué aprendéis innumerables artes, y sobre todo investigáis y pensáis, y la única que no sabéis ni podéis enseñar es la de hacer bueno al que no lo es? HIPÓLITO Has llamado sabio consumado a cualquiera que sea capaz de hacer buenos a los que no lo son. Pero como no me parece oportuno descender ahora a sutiles disputas, ¡oh padre!, temo que tu lengua, dejándose dominar del infortunio, no guarde moderación. TESEO ¡Ay! Convenía que hubiese una señal cierta entre los hombres para conocer a los amigos, y distinguir el verdadero del falso, y debían tener también dos voces, una de ella veraz y otra no, fuese la que fuese, para que, al pensar cosas injustas, le arguyese la voz justa y no nos engañase. HIPÓLITO Acaso me ha calumniado alguno de tus amigos, deslizándose en tu oído, y me acusas sin culpa. Maravíllanme, sin duda, tus palabras, aberraciones de un sano juicio, que me ofenden. TESEO ¡Oh pensamiento humano! ¿Hasta dónde llegarás? ¿Cuál será el término de tu temeridad y de tu audacia? Si con la edad crece la osadía, y a la larga ha de ser peor que antes, valiera más que los dioses creasen otra tierra para los perversos y criminales. (_Al coro_). Mirad a este que, siendo hijo mío, ha profanado mi lecho, convicto de su grave falta por declaración de una muerta. (_Volviéndose hacia Hipólito aterrado_). Deja ver tu rostro a tu padre, ya que en tal pena has incurrido. ¿Conversarás tú con los dioses, cual varón irreprochable? ¿Tú eres el casto y el no corrompido? Ya no me hará fuerza tu jactancia, pues equivaldría a pensar que los dioses ignoraban tu delito. Ya puedes vanagloriarte: engáñalos alimentándote de vegetales;[129] sigue las lecciones de Orfeo;[130] abandónate a tu estro; envanécete con tu vasta sabiduría, que te llena de humo; ya no puedes negar tu delito. A todos aconsejo que huyan de tales seres: seducen con palabras pomposas, y solo maquinan torpezas. Fedra ha muerto; pero ¿crees salvarte por eso? Al contrario, por lo mismo es más segura tu perdición. ¡Oh tú, el más malvado de los hombres! ¿Que juramento, qué razones tendrán más fuerza que su muerte? ¿Cómo podrás defenderte? ¿Dirás que ella te odiaba, y que los hijos bastardos son aborrecidos de los legítimos? En poco estimaba, sin duda, su vida si, siendo lo más grato, como dices, la ha perdido por la aversión que te tenía. Dirás acaso que la lujuria no es natural en nuestro sexo, sino innata en las mujeres; pero yo he conocido jóvenes iguales a ellas en esa parte, cuando Afrodita perturbaba su ánimo juvenil, aunque su misma virilidad les sirviese al fin de baluarte. ¿Pero a qué disputo así contigo, presente este cadáver, testigo el más irrecusable? Sal de aquí desterrado cuanto antes y no vuelvas a Atenas, edificada por los dioses,[131] ni a los últimos confines de la tierra que obedece a mi cetro. Si tú me vencieras, siendo tanta la justicia que me asiste, de nada serviría que el istmio Sinis[132] atestiguase a mi favor con su muerte (que más bien debiera envanecerte), ni que los peñascos del mar, amigos de Escirón,[133] confesaran que soy terrible azote de los malvados. EL CORO No puedo llamar dichoso a ningún mortal, cuando tales vueltas da la fortuna. HIPÓLITO Violenta es tu ira, ¡oh padre!, y la conmoción de tu alma; pero el asunto que da origen a un bello discurso, si se examina por el lado opuesto, no parece tan bueno. Yo, poco versado en hablar al vulgo, solo valgo en esta parte cuando lo hago a mis compañeros y amigos. Mas esto tiene también sus ventajas, porque los de ninguna valía entre los sabios son los más a propósito para arengar a la multitud. Sin embargo, necesario es que desate mi lengua, ya que soy víctima de tal desdicha; comenzaré al fin por donde me has atacado, como si no pudiera defenderme ni tampoco replicarte. ¿Ves esta luz y esta tierra? No hay ninguno en ella, aunque tú lo niegues, más casto que yo. Enseñáronme primero a adorar a los dioses y a tener amigos incapaces de faltar a la justicia, y que se avergonzarían de mandar nada vituperable, y de ayudar a otros en las torpezas que pudieran discurrir. No me burlo de mis familiares, ¡oh padre!, que lo mismo son para mí ausentes que presentes. De una sola mancha estoy libre, aunque pienses haberme convencido de lo contrario. Mi cuerpo, hasta hoy, está puro de todo trato con mujeres. Jamás las he conocido sino de oídas o por pinturas, y ni aun ver esto quisiera, por conservar mi alma virginal. Podrá suceder, no obstante, que mi pudor no te persuada, aunque tú debieras probar cómo me han pervertido. ¿Acaso superaba esta en belleza a todas las demás? ¿Esperé, quizá, que, manchando tu lecho paternal, sería después cabeza de esta familia? Vano hubiese sido mi propósito, y sin razón que lo abonara. ¿Quizá porque el reinar es grato a los castos? De ninguna manera, a no ser que el deseo de mandar corrompa las almas de aquellos a quienes agrada. Quisiera vencer en los juegos[134] a todos mis compatriotas, y ser el primero en ellos, y el segundo en la ciudad, y vivir feliz con mis mejores amigos. Así también podría gobernar, y, libre de riesgos, disfrutar mandando de mayor deleite. Fáltame exponer un argumento en mi favor, ya que sabes los demás: si tuviese un testigo como yo, y defendiese mi causa, viviendo esta, depurada la verdad, conocerías también entonces a los verdaderos criminales. Pero júrote por Zeus, que castiga a los perjuros, y por la Tierra, que jamás he tocado a tu esposa, que nunca lo deseé, que ni aun siquiera lo pensé jamás. Que, a no ser así, muera yo de muerte innoble e infame, desterrado de mi patria, sin hogar, fugitivo y errante; que el mar y la tierra rechacen mi cadáver si soy delincuente. No sé si por temor ha perdido la vida, ni es lícito decir más. En apariencia ha sido casta, aunque no lo fuese en realidad, y yo, que lo soy, sufro esta desdicha.[135] EL CORO Bastante has dicho en defensa del crimen que se te imputa, jurando por los dioses, prueba de no escaso valor. TESEO ¿Es este mágico, o capaz de hacer milagros, cuando espera aplacarme con su dulzura después de llenar a su padre de ignominia? HIPÓLITO Y me maravilla, ¡oh padre!, porque si tú fueses mi hijo y yo tu padre, de cierto te matara; no solo te desterraría si osases tocar a mi esposa. TESEO ¡Qué bien has hablado! No morirás fácilmente si te lo has propuesto, que una pronta muerte es lo más grato para el hombre infortunado, sino que, errante y lejos de tu patria, pasarás triste vida en tierra extraña, pues tal es la pena que merece el impío. HIPÓLITO ¡Ay de mí! ¿Qué haces? ¿No esperarás que el tiempo, maestro de verdades, aclare esta, sino que me desterrarás de aquí? TESEO Te lanzaría más allá del Océano y de las orillas del Atlántico,[136] si pudiese y atendiera al odio que me inspiras. HIPÓLITO ¿Y sin apelar a los juramentos, sin examen de pruebas, sin oír a los adivinos, me desterrarás indefenso? TESEO Esta carta, sin necesidad de más adivinaciones, por sí sola, cual testigo fidedigno te condena, y vuelen cuanto quieran las aves que pasan por encima de mi cabeza. HIPÓLITO ¿Por qué, ¡oh dioses!, no despliego mis labios, puesto que vosotros, a quienes doy culto, me perdéis? No, seguramente; no persuadiría a quienes quisiera, y violaría inútilmente mi juramento.[137] TESEO ¡Ah! ¡Cómo me atormenta tu hipocresía! ¿No huirás cuanto antes de tu patria? HIPÓLITO ¿Adónde me dirigiré? ¿En dónde pediré hospitalidad, desterrado por este delito? TESEO No faltan quienes reciban placer en darla a los seductores de mujeres, ni escasearán criminales, autores como tú de delitos domésticos. HIPÓLITO Hasta el corazón me traspasas, y estoy a punto de llorar, porque parezco criminal y soy infortunado. TESEO Debiste gemir y ser más precavido cuando pensabas deshonrar a la mujer de tu padre. HIPÓLITO ¡Oh palacio! ¡Ojalá que hablases, y testificaras si yo era delincuente! TESEO ¿A testigos mudos apelas? Esta carta, que no habla, claramente prueba tu culpa. HIPÓLITO ¡Ay de mí! ¡Ay, si pudiera mirarme frente a frente para llorar los males que sufro! TESEO Mucho más te has cuidado de ti mismo que de ser, como debías, piadoso con tus padres. HIPÓLITO ¡Oh infelicísima madre! ¡Oh funesto día en que nací! Que ninguno de mis amigos sea jamás bastardo. TESEO ¿No os lo llevaréis, esclavos? ¿No habéis oído hace ya tiempo que lo destierro? HIPÓLITO Llorará el que ose tocarme: si lo deseas, expúlsame tú de esta región. TESEO Así lo haré, si no obedeces mis órdenes; tu destierro no excita en mí la más ligera compasión. HIPÓLITO Decretado está, según parece. ¡Cuánta es mi desventura! Aunque sé lo que ha sucedido, no acierto, sin embargo, a declararlo. ¡Oh, hija de Leto, diosa la más amada, tú que vives conmigo en las selvas y eres mi compañera de caza! ¡Huiremos de la ínclita Atenas! Adiós, pues, ciudad y tierra de Erecteo; adiós, suelo de la Trecenia, que tantos solaces ofreces a la juventud; yo te saludo por última vez. Venid, ¡oh jóvenes amigos!, despedidme y llevadme de aquí; jamás veréis otro hombro más casto, aunque no lo crea mi padre. (_Retírase con su séquito. Teseo entra en su palacio_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Sin duda mi piedad para con los dioses me libra de los dolores que pueden aquejar mi ánimo; pero cuando más confío en la divina Providencia, desmayo contemplando la varia suerte y las acciones de los mortales. Todo cambia en este mundo, e inconstante es la vida humana, y sujeta a muchos errores. _Antístrofa 1.ª_ — Que el cielo oiga mis súplicas y me dé fortuna próspera; que viva feliz, libre de penas; no sea mi fama insigne ni de mala ley, suaves mis costumbres, variables según la necesidad de cada día, y que ninguna duda turbe mi dicha. _Estrofa 2.ª_ — Perdí la tranquilidad de mi alma; engañome mi esperanza desde que vi a la estrella más brillante de la Grecia lanzada a otras regiones por la ira paternal. ¡Oh arena de las riberas de mi país natal! ¡Oh selvas de los montes, en donde con tus ágiles perros matabas a las fieras, acompañado de la casta Dictina! _Antístrofa 2.ª_ — No subirás más al carro[138] tirado de yeguas vénetas, refrenando en Limne con tu diestro pie a los dóciles caballos, y tu no interrumpido canto, que acompañado de la lira se oía antes, no resonará en el palacio paterno, y escasearán las guirnaldas en los santuarios en que habita la hija de Leto en la profunda selva, y con tu destierro se acabará la lucha que por obtener tu mano han entablado las doncellas. _Epodo_. — Yo lloraré tu triste destino, y recordaré tu desdicha. ¡Oh mísera madre, en vano lo diste a luz! ¡Ay! Me indigno contra los dioses. ¿Cómo vosotras, Gracias fraternales, lanzáis de su palacio a tierra extraña a este infortunado, inocente de toda culpa? Pero veo al servidor de Hipólito, que triste y con paso rápido se dirige hacia aquí. EL MENSAJERO ¿En dónde, ¡oh mujeres!, encontraré a Teseo, rey de este país? Si lo sabéis, decídmelo. ¿Está acaso en el palacio? EL CORO Míralo ya, que sale de él. EL MENSAJERO Triste mensaje, ¡oh Teseo!, traigo a ti y a los ciudadanos que habitan en la ciudad de los atenienses y en los confines de la Trecenia. TESEO ¿Qué hay? ¿Alguna calamidad ha invadido acaso a las dos ciudades vecinas? EL MENSAJERO Para decírtelo en pocas palabras, Hipólito morirá, aunque todavía lo queden algunos momentos de vida. TESEO ¿Cómo así? ¿Ha muerto quizá a manos de algún enemigo, cuya esposa violara, como la de su padre? EL MENSAJERO Su propio carro ha sido la causa de su muerte, y las imprecaciones que pronunciaste pidiendo su cumplimiento a tu padre, señor de los mares. TESEO ¡Oh dioses, y tú, Poseidón! Seguramente eres mi padre, pues si no lo fueras, no hubieras oído mis imprecaciones. Di cómo ha muerto, cómo lo hirió la espada de la justicia por haberme deshonrado. EL MENSAJERO Peinábamos nosotros llorando las crines de sus caballos, junto a las riberas que el mar lava con sus olas, por haber venido cierto mensajero diciendo que Hipólito no pisaría más esta tierra, y que lo habías condenado a triste destierro. Él mismo llegó después confirmando tan lamentable nueva, y le seguían muchos de sus amigos y compañeros. Cuando sus llantos cesaron, dijo: «¿Por qué lloro? Es preciso obedecer las órdenes de mi padre. Esclavos, uncid los caballos al yugo de los carros; Atenas murió ya para mí». Todos, pues, nos apresuramos, y en un momento llevamos a nuestro dueño los caballos enjaezados. Fijó las riendas en el extremo delantero del carro, y aseguró sus pies en los borceguíes adheridos a él.[139] Primero suplicó a los dioses de esta manera, levantando al cielo las manos: «Si soy criminal, ¡oh Zeus!, que no viva más, y que mi padre conozca que ha sido injusto conmigo, ya después de mi muerte, ya mientras vea la luz». Y mientras tanto, cogió el látigo y aguijó los caballos; nosotros, sus servidores, seguíamos cerca del carro a nuestro dueño, que se encaminó en derechura a Argos y Epidauro. Poco después que entramos en lugares desiertos, más allá de esta tierra,[140] y llegamos a la orilla del mar Sarónico, se oyó cierto ruido horrible, como si fuera el de un trueno subterráneo de Zeus, que nos hizo temblar a todos; los caballos levantaron la cabeza y enderezaron las orejas; nosotros teníamos gran miedo, no sabiendo cuál fuese la causa que lo producía; pero habiendo mirado a la orilla del alborotado mar, vimos una espantosa ola que amenazaba al cielo, hasta el punto de ocultarnos la ribera Sarónica, y el istmo y el promontorio de Esculapio. Hinchándose más después, y derramando en torno mucha espuma, y bramando horriblemente, se estrelló en la orilla, en donde estaba la cuadriga, y del seno de la tempestad y de las agitadas olas salió un toro, monstruo fiero, con cuyos mugidos resonaba pavorosamente la tierra; a todos los que presenciamos este espectáculo parecía espantoso, y no podíamos mirarlo sin estremecernos. El miedo se apoderó de los caballos, y mi señor, muy diestro en manejarlos, cogió en sus manos las riendas y tiró hacia atrás, como el marinero hace con el remo, y con ellas ciñó su cuerpo; pero los caballos, tascando el bocado endurecido al fuego, arrancaron con ímpetu, sin cuidarse de la mano que los regía, ni e las riendas, ni de los carros bien labrados; siempre que en tierra llana, y sin soltar las riendas, cambiaba su carrera, aparecía el toro delante, como para acometer al carro, e infundía en los caballos invencible miedo; si con furia lo llevaban contra los peñascos, seguía acercándose en silencio, hasta que le embistió y volcó, rompiendo las ruedas contra una peña. Todo fue entonces confusión; los rayos de las ruedas y los clavos de los ejes saltaron en todas direcciones. El desventurado, sujeto por las riendas, se estrelló la cabeza contra los peñascos y se magulló el cuerpo, exclamando con la mayor amargura: «Deteneos, caballos alimentados en mis pesebres; no me matéis. ¡Oh, cruel maldición de mi padre! ¿Quién quiere socorrerme y salvar a un hombre bueno si los hay?». Muchos que lo deseábamos, con tardo paso le seguíamos de lejos. Al fin, desenredándose de las riendas, cayó no sé de qué modo, y le quedan pocos instantes de vida, y los caballos y el malhadado y milagroso toro se escondieron no sé en qué lugar montañoso. Yo soy, en verdad, un siervo de tu palacio, ¡oh rey!, pero jamás podré creer que tu hijo ha delinquido, aunque se ahorquen todas las mujeres y escriban tantas tablillas cuantas pueden hacerse de las selvas del Ida,[141] seguro como estoy de su inocencia. EL CORO ¡Ay, ay de mí! Consumáronse nuevos desastres, e inevitable es el destino. TESEO Gozo me infundieron tus palabras por el odio que tengo a la víctima de estos males; venerando ahora a los dioses, y recordando que es mi hijo, ni sus desdichas me placen ni me afligen. EL MENSAJERO ¿Qué hacemos, pues? ¿Lo traemos aquí? ¿Cuáles son tus órdenes acerca de ese desventurado? ¿Cómo te agradaremos? Piénsalo bien, y si quieres seguir mi consejo, no seas cruel con tu infortunado hijo. TESEO Traedme para que vean mis ojos al que negó haber profanado mi lecho, y lo convenzan mis palabras, y la desgracia que le agobia, obra de los dioses. EL CORO[142] Tú, Afrodita, doblegas el ánimo inflexible de los hombres y de los dioses con ayuda de tu hijo, revestido de variado plumaje, que los cobija bajo sus alas velocísimas. Vuela por toda la tierra y por el salado mar, que profundamente resuena. Cupido ablanda los corazones y los asalta con su antorcha, resplandeciente como el oro, que inspira el furor, y a las fieras que viven en los montes, y a los peces del mar, y a cuanto alimenta la tierra, que el sol purifica con sus rayos: todos los hombres están sujetos a su imperio, y Afrodita sola manda en todos a un tiempo como reina. ARTEMISA (_en un carro de nubes doradas_).[143] Óyeme, que tal es mi voluntad, noble hijo de Egeo; yo soy Artemisa, hija de Leto, ¡oh Teseo! ¿Por qué, mísero mortal, te deleitan estos males, y has dado injusta muerte a tu hijo, creyendo lo que no es cierto, seducido por las falsas palabras de tu esposa? Manifiesta es la desdicha que te pierde. ¿Cómo no te precipitas con rubor en los abismos de la tierra, o evitas este daño volando? Ya no podrán contarte entre los justos. Entérate, Teseo, de sus desdichas, que esto, aunque de nada te sirva, te llenará al menos de dolor. No tiene otro objeto mi venida que probar la piedad de tu hijo, y su gloria al morir, y el furor de tu esposa, y hasta cierto punto su nobleza. Estimulada por la diosa más aborrecida de los que rendimos grato culto a la virginidad, se enamoró de Hipólito, intentó vencer su pasión, y murió inesperadamente por la imprudencia de su nodriza, que la descubrió a tu hijo mediante juramento. Él, como era honrado, no accedió a sus deseos ni fue impío, a pesar de tu enojo, violando después su juramento. Pero Fedra, temiendo que supieras su delito, escribió una carta falsa y te persuadió lo que quiso, y perdió con engaño a tu hijo. TESEO ¡Ay, ay de mí! ARTEMISA ¿Te afligen mis palabras? Tranquilízate, oye lo restante y llorarás más. ¿No sabías que tu padre[144] había de cumplir tres votos tuyos? Contra tu hijo, ¡oh tú, el más malvado de los hombres!, fulminaste uno de ellos, como si hubiese sido tu mayor enemigo. Tu marino padre, que bien te quiere, te concedió lo que debía, puesto que lo había prometido; pero tú has sido criminal con él y conmigo, y no esperaste que las pruebas te convencieran, ni oíste a los adivinos, ni nada averiguaste, ni aguardaste a que el tiempo descubriese la verdad, sino que más pronto de lo que convenía maldijiste a tu hijo y ocasionaste su muerte. TESEO Que yo muera, ¡oh diosa! ARTEMISA Cometiste atrocidades, pero aún puedes obtener el perdón. Afrodita ha sido causa de todo por saciar su ira: es ley entre los dioses que ninguno se oponga a los deseos del otro, y que todos cedan cuando es menester. Ten por cierto que, de otra manera, y a no temer a Zeus, no me deshonraría hasta el punto de consentir en la muerte del mortal que más amo. Tu ignorancia demuestra que has faltado sin malicia, y además tu esposa al morir destruyó las pruebas orales que te hubiesen convencido. Sobre ti principalmente descargan ahora estos males, aunque yo también los sienta. No agrada a los dioses la muerte de los piadosos, sino la ruina de los malvados, con sus hijos y su familia. (_Hácese invisible_). EL CORO Ya llega el infeliz, desgarrados horriblemente sus miembros juveniles y desaliñada su blonda cabellera. ¡Oh palacio infortunado! ¡Que doble calamidad[145] te agobia por mandato del cielo! HIPÓLITO (_que llega en una camilla_). ¡Ay de mí! ¡Ay de mi! ¡Ay de mí! ¡Cuánta es mi desventura!, despedazado injustamente a causa de las imprecaciones[146] de un padre, también injusto. No tiene remedio mi desdicha; ¡ay de mí, mísero! ¡Ay, ay! Dolores intolerables atormentan mi cabeza, e incesantes espasmos acometen mi cerebro. Dejadme descansar, dejad que reciba algún consuelo mi fatigado cuerpo. (_Ponen en tierra la camilla_). ¡Ay, ay de mí! ¡Oh caballos odiosos que alimentó mi mano, me habéis perdido, me habéis dado la muerte! (_Mientras lo sientan sus servidores_). ¡Ay, ay, por los dioses! ¡Oh esclavos, tocad con cuidado mis doloridos miembros! ¿Quién está a mi derecha? Levantadme con amor, con suave movimiento, que mi desdicha es grande y mi padre me maldijo equivocado. Zeus, Zeus, ¿ves esto? Yo soy aquel varón casto que daba a los dioses culto, el que en la práctica de esta virtud superó a todos, y ahora pierdo la vida y me aguarda la muerte debajo de la tierra; en vano fui piadoso entre los hombres y sufrí grandes molestias, ¡ay, ay, ay, ay de mí!, y ahora el dolor, sí, el dolor me aflige de nuevo. Dejadme abandonado a mi desventura; no prolongad mi martirio, y que la muerte cure mis males. Matadme, matadme, que soy un desdichado; ojalá que me hiera una espada de dos filos y acabe de una vez conmigo. ¡Oh malhadada imprecación de mi padre! ¡Oh parientes manchados de sangre![147] Mi desdicha corona ahora sin vacilar las de mis viejos progenitores, y viene contra mí, que nada tengo que ver con ellas. ¡Ay de mí, ay de mí! ¿Qué diré? ¿Cómo me libertaré de este dolor cruel? Que la negra y nocturna Necesidad, que habita en el palacio de Hades, aletargue mis sentidos. ARTEMISA (_invisible_). ¡Oh infeliz! ¡Qué calamidad te atormenta! La grandeza de tu alma ha sido causa de tu ruina. HIPÓLITO ¡Ay de mí! ¡Oh divino y embriagador perfume![148] Aun en medio de mis males te he percibido, y mi cuerpo siente consuelo. Aquí está la diosa Artemisa. ARTEMISA ¡Oh mísero! A tu lado está la diosa que más te ama. HIPÓLITO ¿Vesme, señora, en la desventura en que me hallo? ARTEMISA Te veo; pero no me es lícito derramar lágrimas de mis ojos. HIPÓLITO Ya no sobrevivirá a su desdicha tu cazador y sacerdote. ARTEMISA No, seguramente; pero mueres amado de mí. HIPÓLITO Ni el que guiaba tus caballos y guardaba tus estatuas. ARTEMISA Obra es de la engañosa Afrodita. HIPÓLITO ¡Ay de mí! Ya reconozco la deidad causa de mis males. ARTEMISA Enojada porque no la adorabas, se vengó de tu castidad. HIPÓLITO Ella sola, según veo, nos ha perdido a los tres. ARTEMISA A tu padre, a ti, y en tercer lugar a su esposa. HIPÓLITO También deploro los infortunios de mi padre. ARTEMISA Ha sido engañado por las sugestiones de la diosa. HIPÓLITO ¡Oh padre infeliz! ¡Grande es tu desventura! TESEO Perecí, ¡oh hijo!; no me deleita ya la vida. HIPÓLITO Deploro tu suerte más que la mía, a causa de tu yerro. TESEO ¡Ojalá, ¡oh hijo!, que yo hubiese muerto en tu lugar! HIPÓLITO ¡Oh dones crueles de tu padre Poseidón! TESEO Quisiera no haberlo evocado nunca. HIPÓLITO ¿Y por qué? Segura era siempre mi muerte, siendo tanta tu ira. TESEO Los dioses habían perturbado mi juicio. HIPÓLITO ¡Ay de mí! ¡Ojalá que los mortales pudiesen maldecir a los dioses![149] ARTEMISA (_invisible_). Déjame, que ni aun cuando vayas a las tinieblas que hay debajo de la tierra se ensañarán en ti impunemente las iras de Afrodita, acordes con su deseo, pues de ellas te libraron tu piedad y buenos pensamientos. Yo, con mi misma mano, y con mis inevitables saetas, te vengaré, dando muerte a uno de sus favoritos, al mortal que más ame.[150] Te concederé, ¡oh desventurado!, por tus graves desdichas los más grandes honores en la ciudad de Trecén; las doncellas, antes de casarse, cortarán en tu honor sus cabellos, y gozarás largo tiempo de sus lágrimas copiosas.[151] Siempre te honrará música de vírgenes, y se hará público el amor que inspiraste a Fedra. Y tú, hijo del viejo Egeo, toma en tus brazos a tu hijo, y oprímelo contra tu pecho. Involuntariamente lo has perdido, pero errar es natural en los hombres, consintiéndolo los dioses. Ruégote, ¡oh Hipólito!, que no odies a tu padre, que el destino ha sido causa de tu muerte. Adiós, que no me es lícito mirar los muertos ni empañar mis ojos con el aliento del moribundo, y veo que se aproxima ya tu última hora. HIPÓLITO Adiós, tú también, virgen bienaventurada; olvida sin pena mi trato cotidiano. Perdono a mi padre, accediendo a tus ruegos, como antes te obedecí siempre en todo. (_Retírase Artemisa_). ¡Ay, ay de mí! ¡Que las tinieblas envuelven ya mis ojos! Abrázame, padre, y levanta mi cuerpo. TESEO ¡Ay de mí, hijo mío! ¿Cómo me abandonas así, sumido en la mayor desventura? HIPÓLITO Yo muero; ya veo las puertas de los infiernos. TESEO ¿Y me dejas el alma mancillada? HIPÓLITO De ningún modo, puesto que no te imputo este desastre. TESEO ¿Qué dices? ¿Me absuelves de haber derramado tu sangre? HIPÓLITO Por testigo pongo a Artemisa, la de las irresistibles saetas. TESEO ¡Oh hijo el más amado! ¡Cuánta es tu generosidad para con tu padre! HIPÓLITO Adiós, tú también, ¡oh padre!; adiós muchas veces. TESEO ¡Ay, cuán piadoso y bueno eres! HIPÓLITO Pide que así sean tus hijos legítimos. TESEO No me abandones, ¡oh hijo!; recobra tus fuerzas. HIPÓLITO Mis fuerzas se acaban; yo muero, ¡oh padre!; cubrid cuanto antes mi rostro con el peplo.[152] TESEO ¡Oh maldita región de Atenas y de Palas! ¡Qué hombre has perdido! ¡Oh desventurado de mí! ¡Cuántas veces, ¡oh Afrodita!, recordaré los males que me causas! EL CORO A todos nos sorprende esta desgracia; ríos correrán de lágrimas, porque la memoria de los grandes hombres debe llorarse mucho tiempo. LAS FENICIAS ARGUMENTO Si damos fe al escoliasta de Aristófanes (_Las Ranas_, v. 53) y a lo que nos dice J. A. Hartung (_Euripides restitutus_, tomo II, pág. 415 y siguientes), la tragedia titulada LAS FENICIAS es la tercera de una trilogía, cuya primera y segunda fueron, por su orden, _Antíope_ e _Hipsípile_. El argumento de la _Antíope_ era la fundación de Tebas, y el de _Hipsípile_ el asedio de esta ciudad por los siete capitanes mandados por Adrasto, antes de ocurrir la muerte de los hijos de Edipo. La fábula de LAS FENICIAS (con algunas variantes si se compara con algunas tragedias griegas y tradiciones épicas pertenecientes como ella al ciclo tebano) cuenta la muerte de Eteocles y Polinices, nietos de Layo. El poeta supone que Polinices, desterrado de Tebas por su hermano Eteocles, no obstante el pacto celebrado entre ambos de reinar un año cada uno, se refugia en la corte de Adrasto, rey de Argos, con cuya hija se desposa, y con cuyo auxilio y el de otros famosos guerreros pone sitio a Tebas para obligar a su hermano a cederle parte del reino. Yocasta, madre y mujer de Edipo, y madre de ambos, obtiene de Eteocles que permita a Polinices la entrada en Tebas con el maternal objeto de reconciliarlos; pero no pudiendo conseguirlo a pesar de sus ruegos y exhortaciones, se da el asalto por los sitiadores, que son rechazados de las murallas y vencidos por los tebanos, después que Meneceo, hijo de Creonte, se sacrifica por su patria, obedeciendo al oráculo que revela el adivino Tiresias. Eteocles entonces, para evitar la efusión de sangre inútil, propone a ambos ejércitos la decisión de la fratricida contienda por medio de un combate singular entre él y Polinices, que se verifica, en efecto, sucumbiendo uno y otro. Al saberlo, su madre Yocasta se dirige al campamento con su hija Antígona, ansiosa de evitarlo, pero llega tarde; se precipita inconsolable sobre la espada de uno de los muertos, y perece también abrazada a ellos. Eteocles, antes de pelear con su hermano, encarga a Creonte, su tío, que no dé sepultura a Polinices si muere, y aquel intenta cumplir sus órdenes, no obstante la resistencia de la piadosa Antígona, que al fin acompaña a su padre, ciego, al destierro a que lo condena Creonte. La acción de esta tragedia, como se deduce fácilmente de las líneas anteriores, es eminentemente trágica, no solo en el sentido que esta palabra tiene entre nosotros, sino también en el griego. El destino con su horrible influjo se muestra en toda ella, y recuerda a los mortales sus inflexibles decretos. Sin embargo, ni la escena en que el pedagogo enseña a Antígona los capitanes del ejército sitiador, ni la entrada de Polinices en Tebas, forman parte esencial de ella, a pesar de su belleza incomparable. Los dos caracteres de Eteocles y Polinices, que aparecen en primer término, están bien dibujados y sostenidos, y ambos se distinguen por su ambición y por su odio fratricida y por sus opuestos sentimientos. En nuestro juicio, y no obstante los lunares mencionados, algunas máximas nada morales que contiene y las extrañas críticas literarias de Eurípides intercaladas en la tragedia, es una de las mejores que de él nos quedan. Tiene escenas inimitables, trozos felicísimos, y su versificación es en general muy superior a otras obras suyas. En una palabra: leyéndola despacio, y no una vez sola, se puede aprender mucho. Séneca la ha imitado en su _Tebaida_, de la cual solo existen fragmentos, y Estacio en su poema heroico que lleva el mismo nombre; entre los franceses, Rotrou en su _Antígona_, y Racine en sus _Hermanos enemigos_, una de sus más débiles producciones. En cuanto a la fecha de su representación, parece lo más probable, atendiendo al escolio citado al principio, que fuera en la olimpiada 93, 2 (407 antes de Jesucristo). En efecto, además de este dato del escoliasta, que no deja de tener fuerza, y que en todo caso es el único que poseemos, confírmalo también la observación que hace Hermann (_in Præfat. Phœn._, pág. XV) cuando dice: _Quum illa_ (Yocasta) _deinde cum Polinice coierit sermonem, ejus prior pars, qua singulatim exquirit cur grave sit patria carere, non est ita inserta, ut apareat qui hoc in mentem venerit Yocastæ. Quo fit ut ista aliena abs re videri debeant_. Chocan en verdad las preguntas que Yocasta hace a su hijo Polinices acerca de los males del destierro, y es de presumir que aluda el poeta a la vuelta de Alcibíades a su patria a principios de junio del año 407, en el arcontado de Euctemón, cuya fecha concuerda exactamente con la señalada por el escoliasta. PERSONAJES YOCASTA, _esposa de Edipo, antes de Layo._ EL PEDAGOGO. ANTÍGONA, _hija de Edipo y de Yocasta._ CORO DE VÍRGENES FENICIAS. POLINICES } y } _hijos de Edipo y de Yocasta._ ETEOCLES } CREONTE, _hermano de Yocasta._ MENECEO, _hijo de Creonte._ TIRESIAS, _adivino._ UN MENSAJERO. OTRO MENSAJERO. EDIPO, _hijo de Layo y esposo de Yocasta._ La acción es en Tebas. La escena representa la plaza de Tebas, frente al Palacio Real. YOCASTA ¡Oh sol, que en tu curso cortas los astros del cielo, sentado en carro de oro, y haces girar la llama con tus ligeros caballos! ¡Qué día tan infausto fue para Tebas[153] el que alumbraron tus rayos, cuando Cadmo[154] vino a esta tierra, dejando las riberas fenicias! Casose con Harmonía,[155] hija de Afrodita, y tuvo de ella a Polidoro, padre, según dicen, de Lábdaco,[156] y este de Layo. A mí me llaman la hija de Meneceo, y Creonte es mi hermano, e hijo de mi madre.[157] Yocasta es el nombre que me puso mi padre, y Layo fue mi esposo. Como no tuviese hijos después de muchos años de matrimonio, fue a consultar a Apolo y le pidió que le diese herederos varones. Respondiole así: «¡Oh tú, que imperas en los caballeros tebanos!, no siembres el sulco en donde nacerán tus hijos, que te son contrarios los dioses; te matará el que tengas, y tu palacio se llenará de sangre». Pero él, amigo del deleite, y excitado por el vino, engendró en mí un hijo, y confesando su yerro al recordar el oráculo del dios, lo entregó al nacer a los pastores para que lo expusiesen en el prado de Hera y en la cima del Citerón,[158] atravesados sus talones por férreas agujas, por lo cual lo llama Edipo[159] la Grecia. Pero los yegüerizos de Pólibo lo recogieron, y lo llevaron a su casa, y lo entregaron a su dueña. Ella amamantó con sus pechos al fruto de mis entrañas, e hizo creer a su marido que era suyo. Ya hombre, cuando la barba sombreaba su rostro, o por sus propias sospechas, o por consejo ajeno, quiso conocer a sus padres, y se encaminó al templo de Apolo al mismo tiempo que Layo, que deseaba averiguar si vivía o no su hijo expósito. Y los dos se juntaron en una encrucijada de la Fócide, y así dijo a Edipo el cochero de Layo: «Deja libre el paso a los tiranos, ¡oh peregrino!». Él iba callado, aunque lleno de arrogancia. Los caballos lo atropellaron y lo mancharon de sangre, y por esta causa (¿pero a qué referir antiguas desdichas?) el hijo mató al padre, y dio su carro a Pólibo, el que lo había criado. Después de la muerte de mi esposo, y cuando la Esfinge[160] devastaba a la ciudad con sus rapiñas, Creonte anunció por sus heraldos que daría mi mano al que adivinase los artificiosos enigmas de la virgen. Y mi hijo Edipo los explicó, y recibió el cetro en premio. El desdichado, sin saberlo, se casó conmigo, ignorando que su madre, que también lo ignoraba, había de ser la compañera de su tálamo. Tengo de él dos hijos varones, Eteocles y el esforzado Polinices, y dos hijas. Su padre llamó a la una Ismene; yo puse a la mayor el nombre de Antígona. Y cuando Edipo averiguó que su esposa era también su madre, él, que tantos males había sufrido, se cegó con rabia, hiriendo sus pupilas con los dorados broches.[161] Cuando la barba cubrió las mejillas de mis dos hijos, ocultaron a su padre en los aposentos interiores del palacio para que se olvidase este suceso, lo cual, en verdad, no era fácil empresa. Vivo está, pues, en el palacio, pero lleno de ira y quejoso de su suerte, y ha pronunciado contra ellos las más impías maldiciones, y ha pedido a los dioses que desgarren el seno de esta familia con el aguzado hierro. Temiendo ambos que se realizasen las imprecaciones paternales si vivían juntos, convinieron en que Polinices, que es el más joven, se desterrase de Tebas voluntariamente, y que Eteocles se quedase en ella, reinando un año cada uno. Pero después que se sentó Eteocles en el trono, no ha querido bajar de él, sino que ha expulsado de este reino a Polinices. Encaminose, pues, a Argos, en donde se casó con la hija de Adrasto, y ha reunido numeroso ejército de argivos, que acaudilla, y ha atacado las siete puertas de esta muralla, reclamando el cetro paterno y parte del territorio. Yo, para acabar la contienda, persuadí a mi hijo que le diese un salvoconducto para venir aquí antes de empuñar la lanza. El mensajero que se ha enviado dice que vendrá. Líbranos, pues, de estos males, ¡oh Zeus!, que habitas los esplendentes senos del cielo, y reconcilia a mis dos hijos; que si eres sabio, conviene que no hagas a los mortales perpetuamente desdichados. (_Entra en el palacio_). EL PEDAGOGO[162] (_que aparece en el terrado y habla dirigiéndose hacia dentro_). ¡Oh noble Antígona, hija de ilustre padre! Ya que tu madre te ha dado licencia para dejar la compañía de las vírgenes y subir al terrado[163] del palacio, accediendo a tu deseo de ver el ejército argivo, detente para que yo explore las avenidas, por si aparece algún ciudadano y me reprenden y me avergüenzan como a siervo y a ti como reina; todo lo he examinado, y te diré cuanto he visto y oído de los argivos cuando fui a entregar a tu hermano el salvoconducto, primero de aquí para allá, y luego a mi vuelta. Pero ningún ciudadano se acerca al palacio; sube por estas viejas escaleras de cedro, y mira los campos y la corriente del Ismeno,[164] y la fuente Dircea,[165] y el numeroso ejército enemigo. ANTÍGONA (_oculta todavía_). Dame, dame tu arrugada mano desde los peldaños en que te hallas, para que pueda subir allá. EL PEDAGOGO Tómala, pues, ¡oh virgen! A tiempo has subido, que el ejército pelásgico se mueve y sus cohortes se separan unas de otras. ANTÍGONA (_que aparece sobre el terrado_). ¡Oh Hécate, hija veneranda de Leto! Todo el campo broncíneo[166] resplandece. EL PEDAGOGO Seguramente no viene Polinices desprevenido, que le acompañan con estrépito muchos caballos e innumerables hoplitas. ANTÍGONA ¿Están seguras las puertas del palacio y las barras de bronce que defienden los muros de piedra construidos por Anfión?[167] EL PEDAGOGO No tengas miedo; por dentro está la ciudad bien fortificada. Pero mira primero, si quieres saber lo que sucede. ANTÍGONA ¿Quién es aquel del blanco penacho que va al frente del ejército, llevando en su brazo sin trabajo el pesado escudo de bronce?[168] ¡Es uno de los jefes! ¿Quién es? ¿En dónde ha nacido? Di, anciano, ¿cómo se llama? EL PEDAGOGO Dicen que ha nacido en Micenas, pero que ahora habita junto a la laguna de Lerna,[169] y se llama el rey Hipomedonte.[170] ANTÍGONA ¡Ay, ay! ¡Qué soberbio! ¡Qué temible es su aspecto, como el de un gigante, hijo de la Tierra, con sus estrellas pintadas! No se asemeja a los demás hombres. EL PEDAGOGO ¿Ves a aquel jefe que atraviesa las aguas de Dirce? ANTÍGONA Distintas, distintas son sus armas; pero ¿quién es? EL PEDAGOGO Es Tideo,[171] el hijo de Eneo, que lleva en su pecho el Ares etolio. ANTÍGONA ¿Este es, ¡oh anciano!, el marido de la hermana de la mujer de Polinices? ¡Qué peregrino es el color de sus armas! ¡Es semibárbaro! EL PEDAGOGO Todos los etolios[172] llevan clípeos, y manejan bien la lanza.[173] ANTÍGONA ¿Y cómo sabes esto, ¡oh anciano!? EL PEDAGOGO Observé las divisas de sus escudos cuando los vi al llevar a tu hermano el salvoconducto; y como me acuerdo bien de ellos, los conozco cuando los veo. ANTÍGONA ¿Quién es ese que pasa ahora junto al monumento de Zeto,[174] de cabellos rizados, feroz mirada y juvenil aspecto? Parece un jefe, porque le rodea y sigue armada muchedumbre. EL PEDAGOGO Ese es Partenopeo,[175] el hijo de Atalanta.[176] ANTÍGONA ¡Que Artemisa, que veloz corre las selvas con Atalanta, su madre, lo mate con sus dardos por haber venido a devastar mi ciudad! EL PEDAGOGO ¡Ojalá que así suceda, oh hija! Con razón vinieron aquí, sin embargo, y temo que se la den los dioses. ANTÍGONA ¿En dónde está el que nació de mi misma madre con destino funesto? Dime, anciano muy querido, ¿en dónde está Polinices? EL PEDAGOGO Cerca de Adrasto,[177] junto al sepulcro de las siete vírgenes, hijas de Níobe.[178] ¿Lo ves? ANTÍGONA No claramente; pero me parece que columbro su figura y como la traza de su pecho. Ojalá que, cual ligera nube, pudiese atravesar el aire con mis pies y llegar hasta mi hermano; con mis brazos, después de tanto tiempo, rodearía el muy amado cuello de este mísero desterrado. ¡Cómo se distingue de los demás por sus armas doradas, ¡oh anciano!, brillando como los matutinos rayos del sol! EL PEDAGOGO Vendrá a este palacio a llenarte de gozo, que ya ha recibido permiso para hacerlo. ANTÍGONA ¿Quién es, ¡oh anciano!, ese que, sentado, rige un reluciente carro? EL PEDAGOGO Ese, ¡oh señora!, es el adivino Anfiarao,[179] y con él van víctimas que serán ofrecidas a la tierra, ávida de sangre. ANTÍGONA ¡Oh luna!, hija del sol, que ciñes cinturón espléndido, bella luz en cerco de oro; ¡con cuánta modestia y serenidad aguija a los caballos de su carro! ¿En dónde está el que ha proferido contra esta ciudad tan atroces amenazas? EL PEDAGOGO Capaneo[180] examina ahora la entrada de las torres, y mide escrupulosamente los muros. ANTÍGONA ¡Oh Némesis,[181] y tú, Zeus, de horrísonos truenos, y de rayos que disipan las tinieblas! Refrena su soberbia y castiga sus insolentes palabras. ¿Entregará las cautivas tebanas a los guerreros de Micenas y al tridente lerneo,[182] e impondrá el yugo de la esclavitud en las aguas de Amimone, consagradas a Poseidón? Nunca, nunca, ¡oh Artemisa veneranda!, hija de Zeus, de cabellos de oro, sufriré yo tal servidumbre. EL PEDAGOGO Entra en el palacio, ¡oh hija!, y no salgas de tu gineceo, ya que has tenido el gusto de ver lo que tanto deseabas. Una turba de mujeres se encamina al palacio de los reyes, alborotada la ciudad. Maligno es por naturaleza el sexo femenino, y por el más leve pretexto habla hasta la saciedad; cierto placer sienten las mujeres en murmurar unas de otras. EL CORO (_que llega de la ciudad_).[183] _Estrofa 1.ª_ — He venido desde la isla Fenicia, dejando el mar Tirio, ofrenda escogida de Febo, para servir en su templo en las gargantas del Parnaso, cubierto de nieves, atravesando en las naves el mar Jónico, mientras el céfiro agitaba el aire en los estériles campos que rodean a Sicilia, y resonaba armoniosamente. _Antístrofa 1.ª_ — Don grato a Apolo, he venido desde mi ciudad predilecta a la tierra cadmea de los ínclitos Agenóridas,[184] y he llegado a las murallas de Layo, fundadas por mis ascendientes. Como a estatua dorada me han hecho sierva de Febo. Pero también es verdad que me esperan las aguas de la fuente Castalia para lavar en ellas mi cabellera, y gozar de estos virginales deleites al servicio de Apolo. _Epodo_. — ¡Oh peñasco brillante!, que despides dos llamas en las báquicas cumbres consagradas a Dioniso, y tú, vid, que cada día haces germinar pesados racimos de lozanas uvas; gruta divina del dragón, rústicas cavernas de los dioses y sagrado monte, cubierto de nieve.[185] ¡Ojalá que danzando en los coros de los dioses inmortales pierda el miedo en los valles de Febo, en donde está el centro de la tierra, lejos de la fuente Dircea! _Estrofa 2.ª_ — El fiero Ares me sale al encuentro delante de estas murallas, y promueve contra esta ciudad (ojalá que no sucedan) bélicas matanzas. Comunes son los dolores de los amigos, y si algo padece este país, fortificado con siete torres, también sufrirá la región fenicia. ¡Ay, ay! La sangre es la misma, hijos son también de la cornígera Ío,[186] y yo compartiré sus trabajos. _Antístrofa 2.ª_ — Densa nube de escudos fulgura en torno de la ciudad, anunciando la sangrienta batalla que Ares dará a los hijos de Edipo, y la destrucción con que amenazan las Furias. ¡Oh pelásgico Argos! Tengo miedo al poder y a la venganza divina: el que armado pide su palacio, no ataca sin justicia. POLINICES (_con la espada desenvainada, y mirando receloso a todas partes_). Con facilidad me abrieron paso los guardas de las puertas y me dejaron entrar en la ciudad, y por lo mismo temo algún lazo, y que no pueda escaparme sin derramar mi sangre. Miraré, pues, a todas partes, no sea que me armen asechanzas. En la diestra traigo mi espada, y mi osadía me salvará. ¡Hola! ¿Quién es aquel? ¿Me asusta acaso el ruido? Todos son peligros para los que se atreven a pisar tierra enemiga. Confío ciertamente en mi madre, y desconfío de ella al mismo tiempo, por haberme persuadido que viniese aquí, fiado en su palabra. A mano está el socorro, que hay cerca altares, y un palacio no abandonado. Vamos, guardaré mi espada en la oscura vaina, y preguntaré a las que veo junto a la regia morada. Mujeres extranjeras, decidme: ¿de dónde habéis venido a este país griego? EL CORO La Fenicia es la patria que me crió. Los nietos de Agénor, como presente escogido del botín de su victoria, me enviaron al servicio de Febo, y cuando el ínclito hijo de Edipo deseaba que fuese a venerar el oráculo y a las aras de Apolo, atacaron a la ciudad los argivos. Dime tú ahora quién eres, y a qué vienes a las torres de las siete puertas de Tebas. POLINICES Mi padre es Edipo, el hijo de Layo; mi madre Yocasta, hija de Meneceo, y el pueblo tebano me llama Polinices. EL CORO ¡Oh tú!, de la misma sangre que los hijos de Agénor, mis señores, que me han traído aquí. De rodillas te adoro, ¡oh rey!, según se acostumbra en mi patria. Largo tiempo has tardado en venir al lugar de tu nacimiento. Dueña veneranda, ven corriendo, abre las puertas. ¿Me oyes, madre que diste a luz a este? ¿Por qué tardas en salir de los altos atrios y abrazar a tu hijo? YOCASTA Al oír, ¡oh vírgenes!, estas voces fenicias[187] dentro del palacio, vengo arrastrando mis trémulos pasos. ¡Oh hijo!, al fin veo tu rostro después de largo tiempo, después de muchos días; que mis brazos maternales opriman tu pecho; déjame besar tus mejillas, y que tus rubios y rizados cabellos den sombra a mi cuello. Bendigamos, bendigamos a los dioses, que te traen a mis brazos contra toda esperanza. ¿Qué te diré? ¿Cómo, palpándote todo con mis manos y hablándote al mismo tiempo, podré en múltiple deleite recordar mis antiguas alegrías? ¡Oh hijo, hijo mío, que dejaste desierto el hogar paterno, y sin razón fuiste desterrado por tu hermano! ¡Cuánto te echan de menos tus amigos! ¡Cuánto la ciudad de Tebas! Desde entonces corto sollozando mis blancos cabellos en señal de duelo, y no me he puesto blancos vestidos, ¡oh hijo!, sino estos negros y tenebrosos paños. Pero el anciano ciego, víctima de su profunda pena, no viendo unidos a sus dos hijos como a dos novillos de una misma yunta, hoy separados, se precipita sobre su espada para darse la muerte, y prepara lazos en el techo, arrepentido de las maldiciones que ha fulminado contra vosotros, y siempre se oculta en las tinieblas dando gritos y sollozos. Ya sé, ¡oh hijo!, que te has casado y disfrutas de los placeres conyugales, teniendo en palacio extranjero parientes también extranjeros, motivo de tristeza y de disgusto para mí y para el linaje del viejo Layo. Ni yo encendí en tus bodas las nupciales antorchas, con arreglo a nuestras leyes, y como lo hubiese hecho una madre más afortunada, ni te lavaron las ondas del Ismeno, ni se celebró en Tebas con cantos la entrada de tu esposa. ¡Oh! Que todo esto se acabe, o por el hierro, o por la discordia, o por tu padre, también interesado en ello, o por el destino, que fijó su eterno asiento en el palacio de Edipo, que yo soy víctima de los tormentos que estos males producen.[188] EL CORO Doloroso es el parto de las mujeres, y sin embargo, todas aman a sus hijos. POLINICES Prudente he sido, e imprudente, ¡oh madre!, en venir adonde estaban mis enemigos; pero una fuerza irresistible nos obliga a todos a amar a nuestra patria; quien otra cosa dice habla por hablar, pero no lo siente. Miedo y temor tengo a un tiempo de que mi hermano me mate a traición, y por esto he atravesado la ciudad mirando a todas partes, y llevando en mi diestra la espada. Tranquilízanme, sin embargo, la tregua y tu palabra, que me facilitaron la entrada en las murallas paternas. Mucho he llorado al venir, viendo al cabo de tanto tiempo los templos y las aras de los dioses, y los gimnasios en que me eduqué, y la fuente Dircea, de todo lo cual fui despojado sin derecho, habitando desde entonces en una ciudad extranjera, convertidos mis ojos en fuentes de lágrimas. Ya te contemplo, ¡oh madre!, víctima de incesantes dolores, con la cabeza rapada y llevando negros vestidos. ¡Ay de mí y de mis males! ¿Qué desgracia es comparable al odio entre los que habitan bajo un mismo techo? Y ¿qué más difícil que su reconciliación, cuando llegan a aborrecerse? Y mi viejo padre, ¿qué hace en el palacio solo en las tinieblas? ¿Y mis dos hermanas? ¿Lloran mi mísero destierro? YOCASTA Algún numen maléfico se ensaña en el linaje de Edipo desde que yo tuve hijos contra la voluntad divina, y tu padre se casó, y tú naciste. Pero ¿de qué sirven estos recuerdos? Suframos nuestro destino. Temo y deseo a un tiempo preguntarte por no afligir tu ánimo. POLINICES Pregunta sin cuidado cuanto quieras; tu voluntad, ¡oh madre!, es también la mía. YOCASTA Te preguntaré primero esto: ¿qué es el destierro? ¿Es un mal grave? POLINICES El mayor, y tan grave, en realidad, que las palabras no pueden expresarlo. YOCASTA ¿Cómo así? ¿Qué clase de mal es? POLINICES El mayor de todos: no poder hablar con libertad. YOCASTA De esclavo es lo que acabas de decir, si no se puede expresar lo que se siente. POLINICES Es necesario sufrir las impertinencias de los poderosos. YOCASTA Amargo es compartir la insensatez ajena. POLINICES Y por nuestro bien, y contra lo que dicta la naturaleza, es preciso hacerse esclavos. YOCASTA Pero, según cuentan, la esperanza infunde aliento a los desterrados. POLINICES Es verdad que los mira con blandos ojos, pero tarda en cumplirse. YOCASTA ¿Te ha probado el tiempo que son vanas las tuyas? POLINICES En medio de los males ofrecen cierto suave deleite. YOCASTA ¿Cómo vivías y buscabas el sustento antes de casarte? POLINICES Unos días lo encontraba, otros no. YOCASTA ¿Y los amigos de tu padre, y los que disfrutaron de su hospitalidad, no te socorrían? POLINICES Que seas siempre afortunada; en la desgracia de nada te sirven los amigos. YOCASTA ¿Ni la nobleza de tu alcurnia te sirvió? POLINICES Malo es carecer de todo, que la nobleza no da de comer. YOCASTA La patria, según parece, es muy amada por los mortales. POLINICES No puedes figurarte cuán amada sea. YOCASTA ¿Cómo fuiste a Argos? ¿Con qué objeto? POLINICES No lo sé; alguna deidad lo dispuso.[189] YOCASTA Sabios son los dioses; pero ¿cómo te casaste? POLINICES Apolo pronunció cierto oráculo a ruego de Adrasto. YOCASTA ¿Cuál? ¿Qué has dicho? No lo entiendo. POLINICES Le ordenó dar la mano de sus hijas a un león y a un jabalí. YOCASTA ¿Pero qué tenías tú de común con esas fieras, hijo? POLINICES Era de noche cuando llegué al palacio de Adrasto. YOCASTA ¿En demanda de un albergue, o como errante desterrado? POLINICES Así era, y después llegó también otro desterrado. YOCASTA ¿Quién era? Seguramente tan mísero como tú. POLINICES Tideo, el que llaman hijo de Eneo. YOCASTA ¿Por qué os comparó Adrasto con las fieras? POLINICES Porque vinimos a las manos y reñimos por nuestros lechos. YOCASTA ¿Entonces comprendió la profecía el hijo de Tálao?[190] POLINICES Sí, y nos dio en matrimonio sus dos hijas. YOCASTA ¿Y eres feliz con tu esposa, o desventurado? POLINICES Hasta hoy no tengo motivos para arrepentirme. YOCASTA ¿Y cómo conseguiste que te acompañara aquí el ejército? POLINICES Adrasto juró a sus dos yernos que volverían a su patria, y yo el primero. Auxílianme muchos príncipes dánaos y de Micenas; por mí cumplen este triste, pero necesario deber, y traigo ese ejército contra mi patria. A los dioses pongo por testigos de que contra mi voluntad hago la guerra a mis parientes muy amados; pero tú puedes disipar estos males que nos amenazan, ¡oh madre!, y hacer que se reconcilien dos hermanos, y librarme de esos trabajos, y a ti misma y a la ciudad. Muy celebrado es este antiguo proverbio, pero lo diré, sin embargo: mucho valen entre los hombres las riquezas, y su poder es sin igual en las cosas humanas. Por ellas vengo aquí seguido de innumerables lanzas, porque el noble que es pobre, nada vale. EL CORO He aquí a Eteocles, que acude a reconciliarse con su hermano. Deber tuyo es, ¡oh Yocasta su madre!, hablarle de manera que se acabe la enemistad de tus hijos. ETEOCLES A tu lado me ves, ¡oh madre!, que he venido por complacerte. ¿Qué he de hacer ahora? Que alguno empiece a hablar, porque he abandonado las centurias,[191] que en doble fila defienden las murallas, para oír otra vez tu fallo, relativo a nuestra contienda, y por cuya causa ha venido este sin peligro. Solo por tus ruegos he consentido en recibirlo dentro de los muros. YOCASTA Poco a poco; nunca la precipitación es compañera de la justicia; al contrario, pláticas pacíficas dan mejor resultado. Déjate de lanzar miradas sombrías, y despójate del orgullo que te domina, que no estás mirando la cabeza de la Gorgona separada de las fauces, sino a tu hermano. Tú también, Polinices, vuelve el rostro hacia Eteocles, porque así hablarás mejor y lo oirás mejor también. Quiero amonestaros y haceros una advertencia prudente: cuando un amigo se ha enemistado con otro y se junta con él, y sus ojos se encuentran, debe atender solo al objeto de su entrevista, sin acordarse de sus anteriores agravios. Así tú hablarás primero, ¡oh Polinices!, que vienes con ese ejército de argivos, por habérsete hecho injusticia, según dices; ¡que algún dios sea juez y reparador de estos males! POLINICES Sencillos son los discursos verdaderos, y las palabras justas no necesitan de intérpretes,[192] y pesan por sí mismas: las causas injustas, enfermas de suyo, exigen medicamentos sofísticos. Yo he reflexionado en cuanto puede interesar a mi padre, y a mí y a este; queriendo evitar las maldiciones que Edipo profirió hace algún tiempo contra nosotros, me alejé de aquí voluntariamente, y pacté con este que reinase él en Tebas un año, y yo después otro, a fin de no enemistarme con él, ni venir a las manos y no sufrir ni hacer mal, como sucede de ordinario. Convino en ello y juró observarlo ante los dioses, y no cumplió ninguna de sus promesas, sino que solo empuña el cetro y posee el palacio de mi padre. Y ahora estoy dispuesto, si recupero lo que me pertenece, a alejar el ejército de esta tierra y a gobernar a mi vez a Tebas, permitiéndole que reine igual tiempo cuando le toque, y a no devastar la región tebana, ni arrimar las escalas a los muros para asaltar las torres, todo lo cual intentaré si no me hace justicia. A los dioses pongo por testigos de la sinceridad de mis palabras, y de que en todo he procedido sin falsía, y de que me han despojado de mis derechos inicuamente. Verdades tan sencillas, expresadas sin artificio, componen el fondo de mi discurso, ¡oh madre!, y a mi parecer son de igual fuerza para los sabios que para los ignorantes. EL CORO A nosotras, aunque no educadas en Grecia, parécenos también prudente lo que dices. ETEOCLES Si las frases elegantes y sensatas valiesen lo mismo para todos, no habría disensiones y dudas entre los hombres; pero nada hay entre ellos igual ni semejante, excepto los nombres, no las cosas.[193] Hablaré sin disfrazar mis sentimientos, ¡oh madre!: yo iría adonde nacen los astros del cielo y debajo de la tierra por conseguir la soberanía, deidad la más poderosa de todas. Quiero reservar para mí este bien tan grande, ¡oh madre!, no concederlo a otro, que es bajeza recibir lo que menos vale por lo que más precio tiene. Además, me avergüenza que Polinices logre lo que pretende viniendo armado a devastar este país, que será desdoro para Tebas entregar por miedo a los de Micenas el cetro que yo empuño. Armado como está, no cabe reconciliación, ¡oh madre!; porque si los discursos todo lo vencen, también vence el hierro enemigo. Si con otras condiciones quiere habitar aquí, puede hacerlo; pero no dejaré voluntariamente el reino; pudiendo mandar, no obedecerlo. Venga, pues, el fuego, venga el acero; uncid vuestros caballos a los carros, llenad con ellos los campos: no te cederé mi imperio. Si alguna vez se puede hollar el derecho, nunca mejor que por reinar: en lo demás, si se quiere, se puede atender a la piedad.[194] EL CORO No se debía hablar bien si no es justo lo que se dice, y en verdad que no lo es lo que he oído, sino contrario a la justicia. YOCASTA No todos son males en la vejez, ¡oh Eteocles!, que la experiencia nos hace más sabios que a los jóvenes. ¿Por qué tributas a la ambición tan ardiente culto, ¡oh hijo!, cuando es la peor de las divinidades? No lo hagas así, que es diosa injusta y ha perjudicado no poco a muchas familias y ciudades, antes felices, con daño de los mismos ambiciosos, y tú deliras, arrastrado por ella. Es mejor, ¡oh hijo!, adorar a la igualdad, lazo de amigos, vínculo de estados, prenda de unión entre aliados: la ley y el derecho solo son estables entre los hombres, y, lo que es más, sin él es enemigo el que menos vale, y lo obliga a pensar en el día de la venganza. La igualdad entre los mortales es el origen de las medidas y de los pesos, y ha inventado los números, y la oscura noche y la luz del sol dividen el año en iguales partes, y ninguno usurpa lo que al otro corresponde. Así sirven a los nombres uno y otra: ¿y tú no consentirás en partir igualmente este palacio, y dejar la mitad a tu hermano? ¿En dónde está, pues, el derecho? ¿Por qué tributas ese honor inmoderado a la tiranía, espléndida injusticia, y das tanta importancia o que te vean lleno de honores? Solo vanidad es esto. ¿Ambicionas los trabajos, teniendo tantos en tu palacio? ¿Qué es la abundancia, sino un vano nombre, si los modestos se contentan con lo necesario? Los mortales no poseen riquezas propias; solo administran las que los dioses les conceden, y cuando quieren se las quitan. Ea, contesta a estas dos proposiciones que voy a hacerte: ¿quieres más bien reinar, o salvar la ciudad? ¿Dices que quieres reinar? Pero si Polinices te vence, y las lanzas argivas derrotan al ejército de los hijos de Cadmo, verás bajo su dominio esta ciudad de los tebanos, verás muchas vírgenes cautivas, las verás robadas por los enemigos. Amargo para Tebas será el poder que anhelas, y funesto para ti. Y esto también se lo digo a Polinices, y esto te declaro: triste es el favor que te hace Adrasto, e insensato eres tú en venir a atacar tu patria. Si no, dado el caso de que tomes esta ciudad (que no lo permitan los dioses), ¿cómo erigirás los trofeos de la victoria? ¿Te será favorable la inspección de las víctimas, dueño de Tebas, tu patria, por la fuerza de las armas? ¿Cómo escribirás sobre los despojos junto a la corriente del Ínaco: POLINICES CONSAGRÓ A LOS DIOSES ESTOS ESCUDOS SUSPENDIDOS DESPUÉS DE INCENDIAR A TEBAS? Que jamás, ¡oh hijo!, alcances esta gloria con daño de los griegos. Si, al contrario, eres vencido y Eteocles queda victorioso, ¿cómo volverás a Argos, dejando aquí innumerables muertos? Alguno dirá entonces con verdad: ¡Desdichadas fueron las nupcias que celebraste, ¡oh Adrasto!, que perecimos por casar una de tus hijas! Dos males te amenazan, ¡oh hijo!: malograrse tu propósito, o sucumbir por conseguirlo. No seáis tan ambiciosos, no seáis ambos insensatos, que cuando estos defectos se reúnen en un hombre, es su muerte la más desventurada. EL CORO Alejad, ¡oh dioses!, estos males: que transijan los hijos de Edipo. ETEOCLES Si hablamos más, ¡oh madre!, perderemos el tiempo; tus esfuerzos serán vanos, y tu deseo no podrá alterar lo que ya se ha hecho; no hay transacción posible sino bajo las condiciones que he propuesto, a no conservar yo el cetro y gobernar esta región; déjate ya de largos discursos, y tú, Polinices, sal de esté recinto murado, o morirás. POLINICES ¿Por mano de quién? ¿Quién es tan invulnerable que si se desenvainan las mortíferas espadas no pueda morir también? ETEOCLES Cerca, no lejos está: ¿ves mis manos? POLINICES Las veo; el rico es cobarde, y el malvado amante de la vida. ETEOCLES ¿Y cómo te acompañan tantos contra el que no sirve para la pelea? POLINICES El capitán prudente vale más que el temerario. ETEOCLES Soberbio eres, confiado en la tregua que te libra de la muerte. POLINICES Y vuelvo a pedir otra vez el cetro y parte del territorio. ETEOCLES Como si no me lo pidieras; yo habitaré en mi palacio. POLINICES Poseyendo más de lo que te corresponde. ETEOCLES Sí; pero vete de aquí. POLINICES ¡Oh altares de los dioses de mis padres!... ETEOCLES Que tú vienes a derribar. POLINICES Oídme... ETEOCLES ¿Quién te ha de oír haciendo la guerra a tu patria? POLINICES Y palacio de los dioses que cabalgan en blancos caballos...[195] ETEOCLES Que te aborrecen... POLINICES Me expulsan de mi patria... ETEOCLES Tú has venido a desterrarme. POLINICES Injustamente, ¡oh dioses! ETEOCLES Invócalos en Micenas, no aquí. POLINICES Eres un impío... ETEOCLES Pero no enemigo de mi patria, como tú. POLINICES Que me despojas de lo mío y me destierras. ETEOCLES Y además te mataré. POLINICES ¡Oh padre! ¿Ves lo que sufro? ETEOCLES Y también lo que haces. POLINICES ¿Y tú, madre? ETEOCLES No te es lícito nombrarla. POLINICES ¡Oh ciudad! ETEOCLES Ve a Argos e invoca a las aguas de Lerna. POLINICES Me iré para dejarte sin cuidados. Alábote, ¡oh madre! ETEOCLES Sal de aquí. POLINICES Ya salgo; pero déjame ver a mi padre. ETEOCLES No lo conseguirás. POLINICES Al menos a mis hermanas vírgenes. ETEOCLES Tampoco las verás nunca. POLINICES ¡Oh hermanas! ETEOCLES ¿A qué las llamas tú, su mayor enemigo? POLINICES Que la dicha te acompañe, ¡oh madre! YOCASTA No hay duda que todo esto es para dármela, ¡oh hijo! POLINICES Ya no soy tu hijo.[196] YOCASTA ¡Cuántas desdichas me agobian! POLINICES Ese me injuria. ETEOCLES Y yo a mi vez soy injuriado. POLINICES ¿Delante de qué torre te apostarás? ETEOCLES ¿Para qué me lo preguntas? POLINICES Para combatir contigo y matarte. ETEOCLES Tal es también mi anhelo. YOCASTA ¡Cuánta es mi desventura! ¿Qué hacéis, ¡oh hijos!? POLINICES Lo que suceda lo dirá. YOCASTA ¿No evitaréis las maldiciones de vuestro padre? ETEOCLES Perezca todo mi linaje. POLINICES Pronto se llenará de sangre mi espada y no estará ociosa. Sírvanme los dioses de testigos y la tierra que me crió, y recuerden los males que sufro, dignos de lástima, desterrado de mi patria como un esclavo y como si Edipo no fuera también mi padre. Si algún mal te sobreviene, ¡oh ciudad!, no me acuses, sino a este: contra mi voluntad vengo, contra mi voluntad me expulsan de tu seno. Tú, Febo, que proteges estas calles de Tebas;[197] vosotros, mis compañeros, y vosotras, estatuas de los dioses, que aceptáis las víctimas que os sacrifican, ya no sé si podré invocaros después. Mis esperanzas, que no duermen, y los dioses, en quienes confío, dícenme que, muerto este, me apoderaré del territorio tebano. ETEOCLES Vete de aquí; con razón te puso la divina Providencia el nombre de Polinices, sinónimo de lucha.[198] (_Retíranse en opuestas direcciones Eteocles y Polinices, y Yocasta entra en el palacio_). EL CORO _Estrofa_. — Cuando vino a esta región el tirio Cadmo, una ternerilla[199] postró en tierra su indómito cuello, confirmando el oráculo, y ordenó la profecía que cultivasen estos campos y trajesen trigo de la Aonia,[200] y aquí mismo la fuente Dircea, de cristalina corriente, riega los prados floridos y los profundos sulcos. Aquí, de su himeneo con Zeus, parió Sémele a Dioniso,[201] y la flexible yedra que lo rodeaba lo protegió mientras fue niño con sus verdes hojas, y dio origen a los cantos de los báquicos coros de las vírgenes tebanas y de las bacantes. _Antístrofa_. — Aquí estaba el sanguinolento dragón de Ares, cruel guardián que con el brillo de sus ojos, que todo lo veían, celaba las corrientes fructíferas y los valles resplandecientes de verdura; y cuando Cadmo vino a purificarse en sus aguas,[202] lo mató de una pedrada, hiriendo con su robusto brazo la sanguinosa cabeza del monstruo por consejo de Palas, hija sin madre de Zeus, y sembró sus dientes en los hondos sulcos de los campos, y se convirtieron en hombres armados hasta en los últimos límites del suelo, que volvieron a la tierra, de donde habían salido, matándose unos a otros, y la regaron con su sangre después que fueron expuestos a los abrasadores vientos y a la intemperie. _Epodo_. — ¡Oh Épafo, hijo de Zeus y de Ío, nuestra abuela! Yo te invoco, yo te invoco en mi lenguaje bárbaro y mis bárbaras súplicas; ven, ven a esta tierra que poblaron tus descendientes, en donde habitaron las diosas Perséfone y Deméter y la reina de todas, la Tierra, que a todos alimenta; manda que las deidades que traen las antorchas socorran a esta región, pues todo es fácil a los dioses. ETEOCLES (_que vuelve y se dirige a su servidor_). Ve tú, y que te acompañe Creonte, hijo de Meneceo y hermano de Yocasta, y dile que quiero celebrar con él consejo para resolver lo que me interese y convenga a la salud del Estado antes de presentar la batalla. Pero ya no te molestes, que lo veo venir hacia mi palacio. CREONTE En muchas partes he estado buscándote, ¡oh rey Eteocles!, y siguiendo tus pasos he recorrido todas las puertas de los hijos de Cadmo y todas las guardias. ETEOCLES Y yo también deseaba verte, ¡oh Creonte! La reconciliación ha sido imposible, y de nada ha servido mi entrevista con Polinices. CREONTE Me han dicho que sus pretensiones orgullosas eran intolerables para los tebanos, confiado en su parentesco con Adrasto y en su ejército. Pero he venido a participarte lo que más urge en este momento. ETEOCLES ¿Qué es? No lo sé. CREONTE Ha venido un tránsfuga de los argivos. ETEOCLES ¿Y dice algo de lo que allí sucede? CREONTE Que el ejército de los argivos cercará en breve a Tebas por todas partes con sus apiñadas cohortes. ETEOCLES Menester es, por tanto, que los hijos de Cadmo saquen al campo las suyas. CREONTE ¿En dónde? ¿Acaso tu juventud te impide ver lo que debes?[203] ETEOCLES Más allá de esos fosos, como para pelear al instante. CREONTE Escasa es nuestra gente y la suya innumerable. ETEOCLES Sé que son valientes fanfarrones. CREONTE Argos tiene alguna fama entre los griegos. ETEOCLES Ten ánimo; pronto sembraré su campo de cadáveres. CREONTE Así quisiera yo; pero veo que costará mucho trabajo. ETEOCLES Me será imposible contener las tropas dentro de las murallas. CREONTE Pero la victoria es el resultado de la prudencia. ETEOCLES ¿Quieres acaso que varíe de parecer? CREONTE Sí, siempre que no lo aventures todo en una jugada. ETEOCLES ¿Y si los acometemos de noche de repente? CREONTE Sí, en verdad, suponiendo que salgas bien de tu empresa y puedas volver aquí salvo. ETEOCLES La noche ofrece a todos ventajas, y mayores a los osados. CREONTE Si la suerte no te ayuda, las tinieblas de la noche pueden ser fatales. ETEOCLES ¿Y si los ataco mientras cenan? CREONTE Acaso los amedrentes; pero lo que interesa es vencerlos. ETEOCLES Profundas son las aguas dirceas para dar libre paso a los fugitivos. CREONTE Lo peor es no precaverlo todo. ETEOCLES ¿Y qué sucederá si embestimos con nuestros caballos al ejército argivo? CREONTE Todo él está cercado de carros. ETEOCLES ¿Pues qué hacer? ¿Entregaré la ciudad a los enemigos? CREONTE De ningún modo; pero si eres prudente, delibera. ETEOCLES ¿Qué será lo más acertado? CREONTE Según he oído, dícese que siete capitanes... ETEOCLES ¿Nada más? Pocos son siete hombres. CREONTE Están al frente de las tropas que han de acometer a las siete puertas. ETEOCLES ¿Qué hacemos? Porque no aguardaré hasta el último extremo. CREONTE Elige tú otros siete capitanes que los hagan frente. ETEOCLES ¿Para mandar las tropas, o solo con sus lanzas? CREONTE Para mandar las tropas; prefiere los más valerosos. ETEOCLES Ya comprendo; para que rechacen el asalto. CREONTE Y agrégales auxiliares; que uno solo no puede preverlo todo. ETEOCLES Para la elección, ¿tendré en cuenta el valor, o la prudencia? CREONTE Ambas prendas, porque la una nada vale sin la otra. ETEOCLES Sea, pues; iré a recorrer las murallas de las siete torres, y encargaré a capitanes esforzados la defensa de cada puerta, como tú dices, para que haga frente a su adversario. Prolijo sería citar sus nombres, estando los enemigos cerca de los muros.[204] Pero iré allá para no estar ocioso. Ojalá que sea mi hermano mi adversario, y que, peleando con él, lo venza y mate, porque viene a devastar su patria. Conviene que tú cuides, si la fortuna nos es adversa, de celebrar las bodas de mi hermana Antígona y de tu hijo Hemón; ahora al salir renuevo mi antigua promesa. Eres hermano de mi madre; ¿a que decir más? Que la trates como merece por ti y por mí. Mi padre cometió la necedad de cegarse: no lo alabo mucho, y nos perderá si el destino ensalza sus maldiciones. Solo nos falta saber si Tiresias pronunciará algún oráculo. Que tu hijo Meneceo, ¡oh Creonte!, que lleva el mismo nombre que tu padre, nos traiga aquí a Tiresias; de buen grado hablará contigo; que yo me burlé en sus barbas del arte adivinatoria, y se indigna al verme. A ti, ¡oh Creonte!, y a los ciudadanos encargo especialmente que si mi causa sale victoriosa, jamás se sepulte en territorio de Tebas el cadáver de Polinices, y que muera el que lo haga, aunque sea alguno de mis amigos. Esto es lo que tengo que decirte: que traigan mis servidores las armas y todos los bélicos arreos, para que cuanto antes, y protegidos por la justicia vencedora, vayamos al combate. Y rogaremos a la Precaución, la más útil de las diosas, que salve a esta ciudad. (_Mientras canta el coro, Eteocles se pone la armadura, y marcha al combate. Creonte se queda en el teatro_). EL CORO _Estrofa_. — ¡Oh aflictivo Ares! ¿Por qué te deleitan tanto la sangre y la muerte, y tan poco las fiestas de Dioniso? No entre las bellas guirnaldas que ciñe en los coros la juventud florida, ostentando sus rizados cabellos, te place cantar al son de la flauta y en compañía de las Gracias que danzan, sino solo con guerreros, incitando al ejército de los argivos contra los hijos de Tebas, y presidiendo un coro que detesta las flautas; ni saltas con el tirso del dios que inspira el delirio,[205] formando círculos con las pieles de ciervos, sino que haces girar con las riendas al solípedo caballo de las cuadrigas, y llevado por ellas junto a las corrientes del Ismeno, gozas con los ejercicios ecuestres, animando a los argivos contra los hijos de los Espartos,[206] coro armado que lleva escudos para su defensa, enemigos de las murallas de piedra. Atroz es la Discordia, que ha suscitado estos males contra los Labdácidas, hijos de la desdicha, reyes de esta tierra. _Antístrofa_. — ¡Oh selva de maravillosas hojas, muy abundante en fieras! ¡Oh Citerón nevado, delicia de Artemisa! Nunca debiste proteger a Edipo, hijo de Yocasta, destinado a la muerte desde que lo expulsaron de su palacio con la señal de los dorados broches, ni tampoco debió venir la Esfinge, virgen alada y salvaje monstruo, azote de esta región, con sus tristísimos versos, que se acercaba a las murallas y se llevaba en sus garras a los senos inaccesibles del Éter a la cadmea prole, enviada contra Tebas por el infernal Hades. Otra funesta querella nació entre los hijos de Edipo en el palacio y en la ciudad. Lo que no es bueno nunca puede serlo, y nunca lo serán los hijos que han de expiar las faltas de su padre, y que dio a la luz su madre contra todo lo lícito, y fueron concebidos por ella en lecho incestuoso. _Epodo_. — ¡Oh tierra! que engendraste, que engendraste en cierto tiempo, como dice bárbaro rumor, como oí también en el palacio, al dragón de roja cresta, a los hijos de sus dientes, perla bellísima de Tebas. Los habitantes del Olimpo vinieron aquí también a celebrar las bodas de Harmonía, y al son de la cítara se construyeron las murallas tebanas, y con la lira de Anfión se levantaron sus torres, cerca de las dos corrientes de la fuente Dircea, que, adelantándose al Ismeno, riega el verde campo. Ío, mi cornígera abuela, engendró a los reyes de los cadmeos, y, colmándolos de bienes, logró que esta ciudad fuese digna de adorar a Ares en elevados templos. TIRESIAS (_que aparece guiado por su hija y en compañía de Meneceo_). Llévame más allá, ¡oh hija!, porque tú diriges mis ciegos pasos, como la estrella a los marineros; ve delante, y llévame por terreno llano para que no tropecemos, que tu padre es débil. Y guarda en tus manos virginales las tablas adivinatorias que contienen los augurios de las aves, hechos por mí en el santo templo en que profetizo.[207] Dime, ¡oh Meneceo!, hijo de Creonte, si tengo que andar mucho por la ciudad para llegar al palacio de tu padre, porque mis rodillas están fatigadas y sufro cuando acelero el paso. CREONTE Anímate; has venido, ¡oh Tiresias!, a ver a tus amigos; sostenlo tú, hijo, porque el niño pequeñuelo y los pies del anciano suelen recibir alivio de manos ajenas. TIRESIAS (_que se sienta ayudado por Meneceo_). Bueno, ya estamos aquí; ¿para qué me llamas con tanta precipitación, ¡oh Creonte!? CREONTE Aún no nos hemos olvidado de ello; pero recobra tus fuerzas y reanímate, descansando de la fatiga del camino. TIRESIAS Cansado estoy, porque llegué ayer de la tierra de Erecteo,[208] que allá también había cierta guerra contra Eumolpo,[209] y por mi causa han conseguido los Cecrópidas gloriosa victoria; y, como ves, traigo esta corona de oro, primicias de los despojos de los enemigos. CREONTE Buen presagio es para mí tu corona victoriosa. La tempestad que ha promovido la guerra contra los argivos, nos azota, como tú sabes, y grande agitación reina en Tebas. Ya el rey Eteocles, revestido de sus armas, fue a pelear con los de Argos, y me ha ordenado que te pregunte lo que hemos de hacer para salvar a la ciudad. TIRESIAS Eteocles me obligaría a cerrar mis labios y a no declarar los oráculos; pero te los descubriré, ya que quieres conocerlos. Este país sufre, ¡oh Creonte!, desde que Layo tuvo hijos contra la voluntad de los dioses y engendró al mísero Edipo, esposo de su madre. La sangrienta mutilación de sus ojos obra es de los dioses y enseñanza para la Grecia. Neciamente erraron los hijos de Edipo queriendo ocultar esta desgracia, como si hubiesen de eludir los decretos divinos: ni honraron a su padre, ni lo dejaron libre, y lo exasperaron en su desdicha, y contra ellos profirió terribles imprecaciones, aquejado de grave dolencia y lleno de ignominia. Y por decir todo esto, a pesar de mis esfuerzos, a pesar de mis ruegos, incurrí en el odio de los hijos de Edipo. Cercana está ya su muerte, ¡oh Creonte!, obra de sus manos fratricidas, y muchos otros caerán exánimes a su lado, y se confundirán los dardos argivos y los tebanos, y habrá en Tebas mucho duelo. Y tú, ciudad sin ventura, tú serás también arruinada si no sigues mis consejos. Porque sería mejor que ninguno de los hijos de Edipo fuese aquí ciudadano ni rey, que las Furias los hacen delirar y han de destruirlo todo,[210] y ya que el mal es más poderoso que el bien, queda solo un medio de salvarla. Mas si lo digo, me expongo a no pocos peligros; y como es fatal la muerte que amenaza a algunos, y el único remedio, me voy; adiós, pues, que yo solo, entre tantos, sufriré lo que haya de sobrevenir; ¿qué he de hacer? CREONTE No te vayas, anciano. TIRESIAS No me lo impidas. CREONTE No te vayas. ¿Por qué huyes de mí? TIRESIAS La fortuna es la que huye, no yo. CREONTE Di cómo han de salvarse la ciudad y sus habitantes. TIRESIAS Ahora quieres eso, y luego no lo querrás. CREONTE ¿Cómo no he de querer que se salve mi patria? TIRESIAS ¿Quieres oír demasiado? ¿Lo deseas? CREONTE ¿Y qué otra cosa mejor podía yo desear? TIRESIAS Ya oirás mis oráculos. Lo primero que has de decirme es en dónde está Meneceo, que me ha traído aquí. CREONTE No está lejos, sino cerca de ti. TIRESIAS Que se vaya, pues, y que no oiga mis oráculos. CREONTE Mi hijo callará lo que deba. TIRESIAS ¿Quieres que te hable en su presencia? CREONTE Se alegrará de saber el medio de salvarnos. TIRESIAS Oye, pues, mis oráculos, cumpliendo los cuales salvaréis a la ciudad de Cadmo. Es menester que sacrifiques a tu hijo Meneceo por tu patria, ya que tanto anhelas salvarla. CREONTE ¿Qué dices? ¿Qué palabras has pronunciado, ¡oh anciano!? TIRESIAS Lo que el destino ha dispuesto es lo que debes hacer. CREONTE ¡Cuántos males has anunciado en tan poco tiempo! TIRESIAS Para ti, es verdad; pero para la patria, grandes remedios. CREONTE Ni he oído ni comprendido nada; sea de la ciudad lo que quiera.[211] TIRESIAS Ya no eres el mismo; ya reniegas. CREONTE Vete en paz; para nada necesito tus oráculos. TIRESIAS ¿Dejarán de ser ciertos, aunque tú seas desgraciado? CREONTE Por estas rodillas y por tus blancos cabellos te ruego... TIRESIAS ¿A qué me suplicas? Conjuras males inevitables. CREONTE Que calles, y que no digas nada a los ciudadanos. TIRESIAS ¿Quieres que yo cometa iniquidades? No me callaré. CREONTE ¿Qué harás, pues? ¿Matarás a mi hijo? TIRESIAS Otros cuidarán de eso; a mí me basta decirlo. CREONTE ¿Por qué hemos de sufrir esta desdicha yo y mi hijo? TIRESIAS Con razón me preguntas, y podremos entendernos. Es menester que muera en la gruta en que estuvo el dragón, hijo de la Tierra, guardián de las aguas dirceas, y que se ofrezcan libaciones con su sangre para aplacar la ira inveterada de Ares contra Cadmo, que ansía vengar la muerte del dragón, hijo de la Tierra.[212] Y si lo hacéis, Ares os auxiliará. Si recibe fruto por fruto y sangre humana por su sangre, os será propicia la tierra, que produjo en otro tiempo para vuestro bien la cosecha de los Espartos, de dorados cascos; es preciso que muera alguno del linaje que nació de la quijada del dragón. Tú y tus hijos sois ya los únicos descendientes por ambas líneas de estos hombres sembrados. Verdad es que las próximas nupcias de Hemón son un obstáculo a que se le sacrifique, porque no es virgen; pero si este joven se consagra a la ciudad y muere, salvará a su patria y hará fatal la vuelta de Adrasto y de los demás argivos, triste su destino y grande la gloria de Tebas. Decídete por uno de estos dos extremos: o salvas a tu hijo, o a la ciudad. Ya sabes cuanto podía decirte; llévame a mi casa, ¡oh hija! Todo el que se dedica a la adivinación es un necio, porque si es odioso lo que declara, es aborrecido por aquellos en cuyo daño profetiza; y cuando por lástima dice falsedades a los que lo consultan, comete un sacrilegio. Solo Febo, que a nadie teme, debía anunciar oráculos a los hombres. EL CORO ¿Por qué callas, Creonte, sofocando tu voz en silencio? No es menor mi sorpresa que la tuya. CREONTE ¿Qué podrá decir nadie? Claras son mis palabras. Jamás llegaré a la deplorable extremidad de consentir en el sacrificio de Meneceo por salvar a Tebas. Todos los hombres aman la vida de sus hijos, y ninguno los ha entregado jamás a la muerte.[213] Que no me alaben por la suya. Por salvar a mi patria, ya en la edad madura, estoy dispuesto a morir. Pero tú, hijo mío, antes que lo sepa toda la ciudad, y sin hacer caso de odiosos oráculos, huye cuanto antes de esta tierra. Lo dirá a todos los próceres y capitanes, y se dirigirá a las siete puertas y lo repetirá a los siete jefes que las defienden; si nos adelantamos a él, te salvas; si tardas, somos perdidos y morirás. MENECEO ¿Adónde he de huir? ¿A qué ciudad? ¿En dónde me darán hospitalidad? CREONTE Vete de aquí lo más lejos que puedas. MENECEO Di tú adónde, y yo te obedeceré. CREONTE Pasando por Delfos... MENECEO ¿Adónde me he de encaminar, ¡oh padre!? CREONTE Al país de los etolios... MENECEO ¿Y de allí adónde he de ir? CREONTE Al país de los tesprotas.[214] MENECEO ¿Al sagrado bosque de Dodona?[215] CREONTE Justamente; me has entendido. MENECEO ¿De qué me servirá? CREONTE El dios te protegerá. MENECEO ¿Y cómo hallaré el sustento? CREONTE Yo te daré oro. MENECEO Dices bien, padre; vete pues, que yo veré a Yocasta, tu hermana, cuyo seno me alimentó primero cuando perdí a mi madre y quedé huérfano, y me despediré de ella y salvaré mi vida. Vete, pues, para que no me sirvas de obstáculo. (_Retírase Creonte_). ¡Oh mujeres! ¡Cómo he desvanecido los temores de mi padre, engañándolo para conseguir lo que anhelo! Él desea que yo me aleje, y privar a Tebas de su bien y prostituirme en aras de su cobardía. Pero es preciso perdonarlo, porque es anciano; yo sí que no merezco perdón si soy traidor a la patria que me engendró. Sabed, pues, que iré y salvaré a la ciudad, y al morir exhalaré por ella el alma. Vergonzoso sería, ¿por qué no?, que aquellos a quienes no aluden los oráculos ni obliga la fuerza divina del destino, embrazaran los escudos y no vacilaran en morir peleando por su patria delante de las torres, y que yo fuese traidor a mi padre y a mi hermano y a mi ciudad, y me alejara de aquí como un cobarde. ¡En dondequiera que viva seré siempre un villano! No, por Zeus, que mora entre los astros, y por el sanguinario Ares, que dio el cetro de esta región a los Espartos, nacidos de la tierra. Yo iré adonde mi deber me llama, y desde las altas almenas de las murallas me mataré, y arrojándome a la oscura gruta del dragón, como ha ordenado el adivino, salvaré a Tebas. Tal es mí propósito. Voy, pues, a cumplirlo, y con mi muerte haré a mis conciudadanos no despreciable beneficio. Yo libraré de mal a esta región. Si todos a medida de sus fuerzas hiciesen con perseverancia todo el bien que pueden en aras de su país, menores males sufrirían las ciudades, y serían después felices. EL CORO _Estrofa_. — Viniste, viniste, ¡oh alabada e híbrida virgen, hija de la Tierra y de la infernal Equidna,[216] azote de los hijos de Cadmo, fuente de lágrimas para muchos y de daño para otros, monstruo cruel de alas formidables y desgarradoras uñas, y desde la fuente Dircea te llevabas a los niños con tristes lamentos y pernicioso estrago, y a Tebas, sí, a Tebas causabas terribles dolores! Sanguinario fue el dios que tales cosas hizo. El llanto de las madres, el llanto de las vírgenes resonaba en las casas, lúgubre voz, lúgubre voz, y triste, triste lamento; todos gemían en la ciudad. Sollozos y clamores semejantes al trueno oíanse por doquier siempre que la virgen alada arrebataba a alguno de la ciudad. _Antístrofa_. — Al fin vino por orden de Apolo a esta tierra tebana el mísero Edipo, primero causa de alegría y después de dolor. Con su madre celebró himeneo infausto, vencedor de la virgen de los enigmas; profanó la ciudad y la llenó de sangre, arrastrando con sus maldiciones a execrable lucha a sus propios hijos. Admiremos, admiremos al que caminó a la muerte por salvar a su patria, dejando a Creonte anegado en lágrimas, pero dando también preclara victoria a esta ciudad de las siete torres. ¡Ojalá que nosotras seamos madres, ojalá que lo seamos de hijos tan ilustres, ¡oh Palas amada!, que con piedras mataste al dragón, alentando a Cadmo a dar cima a esta empresa, desde cuyo tiempo daños infernales han azotado a estos campos! EL MENSAJERO ¡Hola! ¿Quién está a la puerta del palacio? Abrid, que salga Yocasta. ¡Hola otra vez! Tarde, en verdad, pero al fin saliste, ínclita esposa de Edipo: óyeme, y cesen tus llantos y tu dolor. YOCASTA ¿Vienes acaso, ¡oh tú el muy amado!, a anunciar alguna desgracia? ¿Ha muerto Eteocles, junto a cuyo escudo siempre te hallas para librarlo de los dardos enemigos? ¿Qué nueva vienes a anunciarme? ¿Vive mi hijo, o ha muerto? Dímelo. EL MENSAJERO Vive; nada temas; no te inquietes por eso. YOCASTA ¿Qué hay, pues? ¿Qué ha sucedido en el recinto de las siete torres? EL MENSAJERO Resiste incontrastable, y la ciudad no ha sido tomada. YOCASTA ¿Probaron ya el empuje de las lanzas argivas? EL MENSAJERO Vinieron ya a las manos; pero el Ares de los cadmeos ha vencido a las lanzas de Micenas. YOCASTA Dime solo si sabes algo de Polinices, cuya vida me interesa. EL MENSAJERO Hasta ahora viven tus dos hijos. YOCASTA Que seas feliz. ¿Cómo peleando desde las torres rechazasteis de las puertas a las tropas argivas? Dilo para que me regocije y vaya al palacio en busca del anciano ciego, y le diga que Tebas se ha salvado. EL MENSAJERO Después que el hijo de Creonte (muerto por la patria) se atravesó el pecho con su reluciente espada en lo alto de las torres y salvó a la ciudad, tu hijo dispuso que siete cohortes y otros tantos capitanes defendiesen a las siete puertas de los ataques del ejército argivo, y distribuyó la caballería que había de hacer frente a la enemiga y los infantes que habían de resistir a los armados de escudo, para que en todos los lugares más peligrosos de las murallas hubiese fuerzas suficientes. Desde lo más elevado del alcázar[217] vimos hacia el Teumeso[218] al ejército argivo, que brillaba con sus fulgurantes escudos, y ya cerca del foso asaltar a la carrera a la ciudad de Cadmo, sonando a un tiempo el Peán[219] y las trompetas mientras nosotros les respondíamos desde las murallas. Partenopeo, el primero, hijo de la cazadora, embistió a la puerta Neista con una cohorte erizada de clípeos, llevando en el centro del suyo a Atalanta, que con su arco de largo alcance mataba al jabalí etolio. El vate Anfiarao se dirigía contra la puerta Prétida, llevando víctimas en su carro, sin soberbios emblemas, con armas modestas. El rey Hipomedonte atacó la puerta Ogigia, y por divisa llevaba en su clípeo a Argos mirando con sus varios ojos: con unos a los astros que nacen, con otros a los que se ocultan, según pudimos ver después de muerto. Tocó a Tideo la puerta Homoloide, y llevaba cubierto su clípeo con una piel de león de hórrida melena; en la diestra, como el gigante Prometeo, agitaba una antorcha para incendiar la ciudad. Tu hijo Polinices acometió a la puerta Crenea; destacábanse de su clípeo las ligeras yeguas Potniades,[220] que saltaban tremebundas, moviéndose sin duda por un resorte interior junto al manubrio, obra de ingenio, y de suerte que parecían estar furiosas. No menos valor que Ares respiraba Capaneo capitaneando su hueste hacia la puerta Electra; un gigante de la Tierra, de férrea forma, aparecía en su clípeo y sostenía en sus hombros una ciudad entera arrancada de raíz, emblema de la suerte que aguardaba a Tebas. En la séptima puerta estaba Adrasto, que ostentaba en su brazo izquierdo un clípeo con una hidra de cien pintadas víboras, alarde de la jactancia argiva, puesto que los dragones arrebataban en sus fauces de las murallas a los hijos de Tebas. Todo esto vi minuciosamente al llevar la seña a los capitanes de las cohortes. Primero peleamos con arcos y dardos, con hondas de largo alcance y con peñascos. Como llevábamos la mejor parte de la batalla, tu hijo y Tideo exclamaron de repente: «¿Vaciláis, hijos de Dánao, antes que nos ofendan las armas arrojadizas en acometer todos a las puertas, así los armados a la ligera como los caballeros y los que rigen los carros?». Todos al oírlo arremetieron con vigor; muchos caían con la cabeza ensangrentada; muchos de los nuestros caían también precipitados desde las murallas, y regaban la seca tierra con ríos de sangre. Aquel arcadio, hijo de Atalanta, no argivo,[221] atacó la puerta como un torbellino, y pidió fuego y hachas como si hubiese de derribar la ciudad; pero lo contuvo en su furia Periclímeno, el hijo del dios marino, lanzando a su cabeza un peñasco capaz de llenar un carro, puesto que era una almena de la muralla; descompuso su rubia cabellera, y rompió la juntura de sus huesos, y llenó sus mejillas de sangre, y su madre la Menalia,[222] ilustre por su arco, no volverá a verlo. Cuando tu hijo, a quien yo seguía, vio segura esta puerta, se encaminó a otra. Entonces vi a Tideo y a sus numerosos satélites lanzando contra las altas torres sus dardos etolios para que huyesen los nuestros y abandonaran las murallas; pero tu hijo los reunió otra vez como un cazador, y los apostó de nuevo en las torres. Así que reparábamos el daño de una puerta, nos encaminábamos a hacer lo mismo en otra. ¿Cómo describiré los furores de Capaneo? En su mano traía una larga escala, y decía con arrogancia que ni el fuego sagrado de Zeus le impediría derribar las altas murallas de la ciudad; y mientras así hablaba y las piedras se estrellaban contra su cuerpo, se resguardaba bajo su escudo y subía sus pulimentados peldaños; mas el rayo de Zeus lo hirió cuando estaba a punto de pasar las almenas; resonó horriblemente la tierra, y todos se estremecieron, y sus miembros, como lanzados por una honda, caían de lo alto de la escala separados unos de otros, y al cielo entregó su alma y a la tierra su cuerpo, y dando vueltas sus pies y sus manos, como en la rueda de Ixión,[223] al fin quedó en el suelo su cadáver calcinado. Cuando observó Adrasto que Zeus se mostraba contrario a sus armas, formó al ejército argivo fuera del foso; pero los nuestros, animados con el signo favorable de Zeus, carros, caballeros e infantes rompen en tropel las huestes argivas. Todos los males se desencadenaron a un tiempo: morían, caían de los carros, saltaban las ruedas, los ejes se amontonaban sobre los ejes, y los cadáveres sobre los cadáveres. Por hoy hemos evitado que las torres vengan a tierra, pero a los dioses toca decidir si en lo sucesivo ha de ser o no afortunada esta ciudad; algún numen benéfico la ha salvado también ahora.[224] EL CORO Grata es la victoria; pero si otra cosa hubiesen ordenado los dioses, sería yo feliz. YOCASTA Los dioses y la fortuna nos son propicios, y mis hijos viven, y la ciudad se ha salvado. Paréceme que el infeliz Creonte expía mis malhadadas nupcias con Edipo, perdiendo a su hijo en bien de la patria, aunque con dolor suyo. Pero prosigue: después de esto, ¿qué hicieron mis hijos?[225] EL MENSAJERO No me preguntes más; hasta aquí eres afortunada. YOCASTA Tus palabras excitan mis sospechas; no calles. EL MENSAJERO ¿Qué puedes desear sino que tus hijos vivan? YOCASTA Quiero saber si en todo ha sido igual mi ventura. EL MENSAJERO Déjame; a tu hijo Eteocles hace falta su escudero. YOCASTA Algo siniestro me ocultas y lo envuelves en tinieblas. EL MENSAJERO Después de tan gratas nuevas, no las daré infaustas. YOCASTA No será así, a no escaparte por los aires. EL MENSAJERO ¡Ay, ay! ¿Por qué no me has dejado alejarme, oído este alegre mensaje, y me obligas a participarte su triste conclusión? Tus hijos maquinan una maldad de las más negras, y quieren pelear en singular combate, separados de sus ejércitos. En público, y ante argivos y tebanos, han dicho lo que nunca debieron decir. Eteocles el primero, desde una elevada torre, impuso silencio a los soldados y exclamó: «Oh capitanes griegos y nobles argivos que habéis venido aquí, y vosotros, hijos de Cadmo, no deis vuestras vidas por Polinices ni por mí: yo solo, tomando sobre mí todo riesgo, pelearé en singular certamen con mi hermano, y si lo mato, gobernaré mi palacio; si soy vencido, le entregaré la ciudad. Y vosotros, sin pelear más, volveréis al territorio argivo, y no dejaréis aquí la vida». Al concluir salió de las filas tu hijo Polinices, y alabó su propósito. Todos los argivos y el pueblo de Cadmo lo aprobaron con favorables murmullos, estimándolo justo. Celebrose una tregua bajo estas condiciones, y a igual distancia de ambos ejércitos los capitanes juraron su observancia. Entonces los dos hijos del viejo Edipo se revistieron sus armaduras[226] de bronce, ayudando al rey de esta tierra los príncipes tebanos, y al otro los próceres argivos. Resplandecientes estaban ambos y serenos, y no se alteraron los colores de sus rostros, y ambos furiosos se arrojaron mutuamente sus lanzas. Acercáronse los amigos de uno y otro, y excitábanlos a la pelea con estas palabras: «En tu mano está, ¡oh Polinices!, erigir a Zeus una estatua como trofeo de tu victoria y alcanzar gran fama, que redundará en gloria de Argos». Decían también a Eteocles: «Ahora peleas por tu patria; ahora que la victoria te corona, poseerás solo el cetro». Así los animaban al combate. Los adivinos sacrificaban ovejas y examinaban las entrañas de las víctimas, y los líquidos que de ellas corrían, y la extremidad de las llamas, que contiene dos signos, el de la victoria y el de la derrota. Si conoces algún remedio para sanar estos males, si tu elocuencia es bastante poderosa, o si puedes preparar eficaces encantos, ve e impide la lucha cruel de tus dos hijos, que grande es el peligro. YOCASTA Sal, ¡oh hija Antígona!, del palacio; tu adversa fortuna no te deja ya asistir a los coros y vivir con tus vírgenes compañeras; con tu madre debes oponerte a que tus dos hermanos, varones esforzados, caminen a la muerte y sucumban en lucha fratricida. ANTÍGONA ¿Qué nuevo horror, ¡oh madre que me concebiste!, anuncias a tus amigas delante de este palacio? YOCASTA ¡Oh hija!, tus hermanos mueren. ANTÍGONA ¿Qué dices? YOCASTA Han resuelto pelear en singular combate. ANTÍGONA ¡Ay de mí! ¿Qué oigo, madre? YOCASTA Nueva nada grata; pero sígueme. ANTÍGONA ¿Adónde? ¿Abandonaré mi tálamo virginal? YOCASTA Al ejército. ANTÍGONA Me avergüenzo de presentarme delante de tantos guerreros.[227] YOCASTA Tu propio interés exige que no te avergüences ahora. ANTÍGONA ¿Y qué he de hacer, pues? YOCASTA Poner término a la enemistad de tus hermanos. ANTÍGONA ¿Y de qué manera, ¡oh madre!? YOCASTA Prosternándote conmigo en tierra. ANTÍGONA Precédeme al atravesar las filas, que no es ocasión de vacilar. YOCASTA Pronto, pronto, hija mía; porque si llegamos a tiempo, antes que mis hijos comiencen el combate, podré vivir; si ya han muerto, moriré también con ellos. EL CORO _Estrofa_. — ¡Ay, ay, ay! Trémulo de horror, trémulo está mi pecho; mi compasión, mi compasión por esta desdichada madre me hace estremecer. ¿Cuál de sus dos hijos llenará al otro de sangre? ¡Ay de mis sufrimientos! ¡Oh Zeus! ¡Oh tierra! La muerte, atravesando sus escudos, separará de sus cuerpos dos cuellos fraternales, dos almas de hermanos. ¡Cuán desdichada, cuán desdichada soy! ¿A cuál de los dos lloraré cuando muera? _Antístrofa_. — ¡Oh tierra, tierra! Dos fieras, dos almas sedientas de sangre decidirán con la lanza de su suerte; después, como enemigos, sí, como enemigos, regarán la tierra. ¡Desventurados, que nunca debieran pelear frente a frente! Prorrumpiendo en bárbaros clamores, y llorosa, gemiré como a los muertos agrada. Pronto se decidirá el duelo; este día verá su término. ¡Nefanda, nefanda muerte, obra de las Furias! Pero veo a Creonte, que se acerca triste a este palacio; enjugaré mis lágrimas. CREONTE ¡Ay de mí! ¿Qué he de hacer? ¿Lloraré mi desgracia, o lloraré la de la ciudad, envuelta por todas partes en negra nube, como para ser sumergida en el Aqueronte?[228] Mi hijo ha muerto por la patria y ha conseguido inmortal renombre, pero debo deplorarlo; lo recogí en la gruta del dragón, muerto por su mano, y, desventurado, lo traje yo mismo y llené todo el palacio con mis clamores. Yo, anciano, vengo a buscar a mi hermana Yocasta, también anciana, para que lave y tribute los últimos deberes a mi hijo difunto, pues conviene que el que vive honre a los muertos y adore piadosamente al dios de los infiernos. EL CORO Tu hermana ha salido del palacio, ¡oh Creonte!, y con ella su hija Antígona. CREONTE ¿Adónde y para qué? Dímelo. EL CORO Supo que sus hijos decidirían en singular combate cuál de los dos había de mandar en este real palacio. CREONTE ¿Qué dices? Yo, que solo me cuido del cadáver de mi hijo, no he venido a saber esto. EL CORO Ya hace tiempo que se fue tu hermana; yo creo, ¡oh Creonte!, que los hijos de Edipo terminaron ya su duelo a muerte. CREONTE ¡Ay de mí! Señal de esto será lo que veo; un mensajero de semblante y ojos tristes, que anunciará la conclusión de todo. EL MENSAJERO ¡Desdichado de mí! ¿Qué diré? ¿Cómo me lamentaré? CREONTE ¡Ay de nosotros! Tu exordio no promete nada bueno. EL MENSAJERO ¡Ay de mí!, vuelvo a exclamar otra vez; anuncio tristes males. CREONTE ¿Tienes que añadir alguno a los que ya han sucedido? EL MENSAJERO Los hijos de tu hermana no ven ya la luz, ¡oh Creonte! CREONTE ¡Ay, ay! Gran daño me anuncias, y también a esta ciudad. ¡Oh palacio de Edipo! EL CORO Lloraría si pudiese. CREONTE ¡Oh calamidad sin ejemplo! ¡Cuántos son mis males! ¡Cuánta mi desdicha! ¡Cuán grande mi infortunio![229] EL MENSAJERO ¡Si supieses lo que ha ocurrido después!... CREONTE ¿Alguna otra desgracia más grave? EL MENSAJERO Tu hermana ha muerto con sus dos hijos. EL CORO Llorad, llorad, y con las blancas manos golpead vuestra cabeza. CREONTE ¡Oh mísera Yocasta! ¡Cuál ha sido el fin de su vida y de sus nupcias, desde que la Esfinge vio adivinados sus enigmas! ¿Cómo se han dado la muerte los dos hijos de Edipo? ¿En qué pararon las maldiciones de este? Cuéntamelo. EL MENSAJERO Ya sabes cómo nos favoreció la fortuna en las murallas; no está tan lejos su recinto para que ignores lo sucedido en ellas. Después que los jóvenes hijos del viejo Edipo se vistieron las armaduras de bronce (los dos capitanes, generales los dos),[230] se adelantaron con firmeza en medio de las filas para decidir la suerte de la guerra en singular combate. Mirando hacia Argos, Polinices profirió esta súplica: «Tuyo soy, ¡oh Hera veneranda!,[231] desde que me casé con la hija de Adrasto y habito en su territorio; concédeme que mate a mi hermano y que llene con su sangre mi diestra victoriosa. Pido nefanda corona: matar a mi hermano». Muchos lloraron al pensar en su desdicha, y se miraban unos a otros con tristes miradas. Eteocles, dirigiéndose al templo de Palas, la del escudo de oro, habló así: «Concédeme, ¡oh hija de Zeus!, que mi brazo y mi mano hundan en el pecho de Polinices mi lanza vencedora, y que lo mate por haber venido a destruir su patria». Después que sonó la trompeta tirrénica, clara como la luz de una antorcha,[232] señal del sangriento combate, en veloz carrera se embistieron uno y otro, y como jabalíes que aguzan sus crueles colmillos, despidiendo relámpagos sus ojos y revolviéndolos en todos sentidos, trabaron la pelea, llenos sus labios de espuma. Primero comenzaron el duelo con las lanzas, pero evitaban los golpes bajo sus escudos circulares y no los alcanzaba el hierro. Si el uno veía los ojos del otro por encima de su clípeo, dirigía la lanza contra su rostro, ansioso de herirlo antes; mas siempre se resguardaban con cautela debajo de sus escudos para que no los ofendiese el arma mortífera. Más sudor corría por los cuerpos de los amigos de entrambos, llenos de temor, que por los de los mismos combatientes; pero Eteocles, tropezando en una piedra, ofreció a su adversario un blanco; entonces lo acometió Polinices y le atravesó la pierna con el asta argiva, y todo su ejército lo alentó con un grito unánime. El que primero fue herido, al ver descubierto el hombro de su hermano Polinices, reuniendo sus fuerzas quiso alcanzarlo con la lanza, y reanimó las esperanzas de los descendientes de Cadmo; pero se le rompió al mismo tiempo, y se encontró desarmado. Retrocedió, y tirándole una piedra partió a su vez la de su contrario por el centro; ya era igual la lucha, puesto que los dos carecían de lanzas. Empuñaron entonces las espadas y pelearon de cerca; juntando sus escudos hacían gran ruido, envolviendo el uno al otro. Eteocles se acordó en este instante de un ejercicio tesalio que había aprendido en ese país; cesando en sus ataques cuerpo a cuerpo, echó atrás el pie izquierdo, resguardando sus entrañas, y adelantando el derecho le hundió en el vientre la espada y se la clavó hasta las costillas. El desdichado Polinices, sin fuerzas para sostenerse, cayó en tierra anegado en sangre. Y el vencedor, poniendo a un lado su espada, lo despojaba de sus armas sin acordarse de otra cosa. Esto lo perdió, porque Polinices, que había caído primero, conservando la suya en su deplorable caída, aunque ya con escaso vigor, la introdujo, sin embargo, en el hígado de Eteocles. Los dos mordieron la tierra y juntos cayeron, y quedo indecisa la victoria. EL CORO ¡Ay, ay, Edipo, cuántos son sus males! ¡Cómo me hacen llorar! Los dioses han realizado tus imprecaciones. EL MENSAJERO Oye las desgracias que acaecieron, a más de las dichas. Mientras los hijos exhalaban en tierra el alma, llegó su mísera madre. Viéndolos heridos de muerte, gimió así: «Tarde, ¡oh hijos!, vengo a socorreros». Abrazaba ya al uno, ya al otro, y lloraba, y de sus ojos corrían dos ríos de lágrimas, y acompañábale en sus sollozos Antígona, la hermana de los muertos, y decía: «¡Oh báculos de mi vieja madre! ¡Oh hermanos muy amados, que impedís con vuestra discordia mi himeneo!».[233] El rey Eteocles, revolviendo en su pecho un horrible suspiro, oyó a su madre y la presentó su mano trémula, pero no habló, sino la saludó con lágrimas de sus ojos, significándole su amor. El otro respiraba aún, y mirando a su hermana y a su anciana madre, dijo así: «Morimos, ¡oh madre!; me compadezco de ti y de esta hermana mía, y de mi hermano muerto; nació para amarme, fue mi enemigo y lo amé, sin embargo. Sepultadme, ¡oh madre y hermana!, en mi país natal, y aplacad a la ciudad irritada; que al menos posea ese pedazo de tierra suyo, ya que perdí mi palacio. Con tu mano, ¡oh madre!, cierra mis ojos (y él mismo la llevó a ellos), y sed felices; ya las tinieblas me cercan». Los dos exhalaron el alma a un mismo tiempo. Pero la madre, así que presenció estos horrores, vencida por el dolor, arrancó del cadáver la espada y ejecutó una acción atroz: con el acero se atravesó el cuello, y yace muerta entre sus dos hijos muy amados, abrazada a ambos. Gran alboroto se promovió en los dos ejércitos; nosotros decíamos que había vencido nuestro rey, ellos que Polinices; los capitanes también disputaban, y mientras los argivos sostenían que Polinices había herido el primero con su lanza, los cadmeos afirmaban que, muertos los dos, ninguno había alcanzado la victoria. Corrimos a las armas; nosotros, los cadmeos, por una inspiración providencial, no habíamos abandonado nuestros escudos, y como los argivos no estaban ya defendidos por sus carros, los atacamos de repente, y no resistieron el choque; los fugitivos llenaban los campos, y ríos de sangre corrían de los cadáveres, heridos por las lanzas. Como ganamos la batalla, unos en trofeo ofrecieron a Zeus una estatua, otros los escudos de los argivos muertos, y, ricos con sus despojos, entramos en la ciudad. Algunos, con Antígona, traen aquí los cadáveres para que los lloren sus amigos. Esta batalla ha sido en parte muy afortunada para Tebas, en parte fecunda en desdichas. EL CORO Nuestros oídos no serán solo los que conozcan los males del real linaje: nuestros ojos verán los tres cadáveres delante de los atrios, y sus almas yacen en el reino de las tinieblas, y han muerto los tres a un tiempo. (_Mientras pronuncia el coro estos versos, llegan los conductores de los tres cadáveres y hacen alto en la timele. Antígona viene también con ellos y entona este canto_): ANTÍGONA No vengo velando mis tiernas mejillas cubiertas de rizos, ni ocultando su purpúreo carmín con el rubor que tiñe mi rostro virginal, sino como una infernal bacante sin sujetar con la redecilla mis cabellos[234] y desatada la estola,[235] color de azafrán, para llorar a los muertos y presidir sus funerales. ¡Ay, ay, ay de mí! ¡Oh Polinices, no has desmentido tu nombre! ¡Ay de mí! ¡Ay de Tebas! Tu querella, mal digo tu querella, tantas muertes horribles, acumuladas unas sobre otras, han perdido al linaje de Edipo y lo han envuelto en sangre cruel, en triste sangre. ¿A qué cantor, a qué poeta llamaré para que llore, ¡oh palacio!, ¡oh palacio!, cuando traigo estos tres cuerpos ensangrentados, unidos por los lazos del parentesco, una madre y sus hijos, delicias de Erinis?[236] Sí, Erinis resolvió acabar con el linaje de Edipo desde que adivinó, sagaz, los oscuros enigmas de la Esfinge, pérfida poetisa, y la hizo morir. ¡Ay de mí, oh padre! ¿Qué griego o bárbaro, o qué otro noble mortal de los pasados tiempos sufrió tantos males ni derramó tantas lágrimas como yo? ¿Qué ave posada en el ramaje del abeto o de la encina igualará en sus lamentos a los míos, huérfana de madre? Ayes y sollozos expresarán mi dolor; yo viviré solitaria, derramando siempre perenne llanto. ¿A quién lloraré? ¿A quién ofreceré primero las primicias de mis cabellos? ¿A los pechos de mi madre que me alimentaron con su leche, o a las funestas heridas de mis dos hermanos? ¡Ay, ay! Deja, ¡oh padre anciano!, tu palacio; acude con tus ojos que no ven; que todos, ¡oh Edipo!, contemplen tu triste vejez, la penosa vida que arrastras en tu morada después que tú mismo te cegaste. ¿Me oyes tú, que vagas por el palacio y arrastras tus trémulos pasos por el aposento en que duermes? EDIPO ¿A qué quieres, ¡oh hija!, traerme a la luz con mis vacilantes pasos y sacarme con tus misérrimas lágrimas del tenebroso tálamo en que siempre vegeto, para ofrecer a las gentes esta blanca[237] y vana imagen del éter, sombra infernal o fugitivo fantasma? ANTÍGONA Oye la fatal nueva que voy a anunciarte, ¡oh padre!: no verán ya la luz tus hijos ni tu esposa, que junto a tu báculo cuidaba siempre de dirigir tus pasos trémulos. ¡Oh padre, ay de mí! EDIPO ¡Ay de mí! ¡Ay de mis males! Solo me es dado gemir así, clamar de esta manera. Di, ¡oh hija!: ¿cómo murieron? ¿Cómo estas tres almas abandonaron la luz? ANTÍGONA No para escarnecerte ni insultarte, sino con dolor mío lo digo: tu genio infausto, armado del acero y del fuego, y ávido de crueles combates, acometió también a tus hijos. ¡Ay de mí, oh padre! EDIPO ¡Ay, ay de mí! ANTÍGONA ¿Por qué gimes así? EDIPO ¡Oh hijos! ANTÍGONA Mayor sería tu pena si vieses la cuadriga del sol y contemplares estos cuerpos exánimes al esplendor de sus rayos. EDIPO Los males de mis hijos a todos son manifiestos; pero ¿cómo ha muerto mi mísera esposa, ¡oh hija!? ANTÍGONA Derramando en presencia de todos lúgubres lágrimas, mostraba a sus hijos su pecho; sí, lo mostraba como dolorida suplicante. Encontrolos junto a la puerta Electra, en el prado en que crece el loto, peleando con sus lanzas en lucha fratricida como leones de una misma cueva, llenos de sangrientas heridas, y ofreciendo ya libaciones de su sangre helada al infernal Hades, aunque eran obra de Ares. Arrancó de los muertos la espada de bronce, y la introdujo en su cuerpo, y cayó con dolor al lado de sus hijos. Sea cual fuere el dios autor de las calamidades de nuestra familia, hoy, ¡oh padre!, se ha desencadenado como nunca. EL CORO Fuente de muchos males para el linaje de Edipo ha sido este día. ¡Ojalá que su vida sea más feliz en adelante! CREONTE Acábese el llanto, que ya es tiempo de acordarnos de los funerales. Oye, ¡oh Edipo!, estas palabras: tu hijo Eteocles me ha instituido heredero de su imperio, como dote de Hemón[238] cuando celebre sus nupcias con Antígona. Yo no consentiré que tú vivas en Tebas: claramente dijo Tiresias que nunca será afortunada esta ciudad mientras residas en ella. Vete, pues; y no te lo digo por escarnecerte, ni como enemigo, sino a causa de las furias que te atormentan, y temiendo los males que podrá sufrir este país. EDIPO ¡Oh destino! Desgraciado como pocos he sido desde que me engendraste. Antes que mi madre me diese a luz, cuando aún no me había concebido, Apolo profetizó a Layo que yo lo mataría. ¡Oh desventurado de mí! Y después que nací, mi padre decretó mi muerte, mirándome ya como a enemigo, pues que fatalmente había de perecer a mis manos, y como presa que les era debida me arrojó a las fieras cuando solo deseaba mamar, y así me salvé. ¡Ojalá que el Citerón se hubiese sumergido en los profundos abismos del Tártaro! Y después que, infortunado, maté a mi padre, subí al lecho de mi mísera madre, y engendré hijos que eran también mis hermanos, y los he perdido, profiriendo contra ellos las imprecaciones que Layo pronunciara contra mí. No soy tan insensato que, sin la influencia de algún dios, hubiese hecho contra la vida de mis hijos y contra mis ojos lo que ya sabéis. Pero así y todo, ¿qué partido tomaré ahora? ¿Quién me acompañará y guiará mis trémulos pasos? ¿Será esta, ya muerta? De cierto sé que lo haría si viviera. ¿Serán mis hijos? ¡Ay, bienaventurada yunta! Ya no existen. ¿Soy yo joven bastante para proporcionarme el sustento? ¿De dónde? ¿Por qué, ¡oh Creonte!, me anonadas así de un solo golpe? Me matarás, sin duda, si de aquí me expulsas. No me rebajaré abrazando tus rodillas; no desmereceré de mi antigua nobleza por adversa que me sea la fortuna. CREONTE Bien has pensado en no estrechar mis rodillas, que yo no he de consentir por eso que estés aquí más tiempo. Menester es que se lleven ya estos muertos al palacio; arrojad sin sepultura, fuera de los límites de este país, el cadáver de Polinices, que vino con otros enemigos a arruinar su patria. Hágase saber a todos los tebanos que, cualquiera que fuere aprehendido coronándolo o cubriéndolo con tierra, pagará con la vida su delito. Tú, Antígona, enjuga ya las lágrimas que derramas por estos tres cadáveres, y vuélvete al palacio, y vive como las vírgenes, esperando el día en que dormirás en el lecho de Hemón. ANTÍGONA ¡Oh padre, cuántos son nuestros males! Más mereces tú que te llore que los muertos: los infortunios que te agobian, ¡oh padre!, no son graves ni leves, sino que eres horriblemente desdichado. A ti pregunto yo ahora, ¡oh nuevo tirano!: ¿por qué condenas a un muerto inofensivo? CREONTE Es orden de Eteocles, no mía. ANTÍGONA Necia, sin embargo, y necio tú también que la obedeces. CREONTE ¿Cómo? ¿No es justo obedecer lo que se manda? ANTÍGONA No, si es injusto e impío. CREONTE ¿Cómo, pues? ¿No será justo abandonar a los perros el cadáver de Polinices? ANTÍGONA La pena que le impones no es legítima. CREONTE Ha sido enemigo de su patria, cuando por su nacimiento no debía serlo. ANTÍGONA ¿Con su muerte no ha expiado su delito?[239] CREONTE Pero que además lo expíe careciendo de sepultura.[240] ANTÍGONA ¿Por qué crimen, si reclamaba la parte de reino que le pertenecía? CREONTE Ten entendido que este hombre no será enterrado. ANTÍGONA Yo lo sepultaré aunque lo prohíba la ciudad. CREONTE Te sepultarás con él. ANTÍGONA Glorioso es, sin duda, que dos que se aman yazgan juntos en un mismo sepulcro. CREONTE Prendedla y llevadla al palacio. ANTÍGONA (_abrazando el cadáver_). De ningún modo; no soltaré este cadáver. CREONTE Lo ha decretado así un dios, ¡oh virgen!, no quien tú sospechas. ANTÍGONA Y decretado está también que no se insulte a los muertos. CREONTE Que nadie cubra este cuerpo con deleznable polvo. ANTÍGONA ¡Suplícote por mi madre Yocasta, que ves aquí! CREONTE Vana es tu súplica; no lo conseguirás. ANTÍGONA Déjame al menos que lo lave. CREONTE También lo han prohibido los ciudadanos. ANTÍGONA Siquiera vendaré sus mortales heridas. CREONTE De ninguna manera honrarás a este muerto. ANTÍGONA (_abrazando de nuevo el cadáver_). Te besaré el rostro tan solo, ¡oh hermano!, el más amado. CREONTE No llorarás por este, estando tan próximo tu himeneo. ANTÍGONA ¿Crees acaso que, mientras viva, me casaré con tu hijo? CREONTE Mucho lo necesitas; ¿cómo, pues, osarás rehuirlo? ANTÍGONA Se repetirá aquella noche de boda de las Danaides. CREONTE ¿Oís la criminal amenaza que me hace? ANTÍGONA Sea testigo este acero: esta espada responderá de lo que digo. CREONTE ¿Por qué intentas oponerte a este himeneo? ANTÍGONA Acompañaré en su destierro al más desdichado de los padres. CREONTE Noble es tu propósito, pero poco prudente. ANTÍGONA Y también moriré con él, para que lo sepas todo. CREONTE Vete; no matarás a mi hijo;[241] deja este país. (_Retírase Creonte_). EDIPO Alabo, ¡oh hija!, tu decidida abnegación. ANTÍGONA Y si yo me caso, ¿vivirás solo, padre mío? EDIPO Sé aquí dichosa; yo sufriré mis males con paciencia. ANTÍGONA ¿Quién te cuidará ciego, ¡oh padre!? EDIPO Cuando el destino me haga sucumbir, yaceré en tierra. ANTÍGONA ¿Qué fue de aquel Edipo y de sus preclaros enigmas? EDIPO Murió: un día me hizo feliz, otro me perdió. ANTÍGONA Luego yo debo compartir tus desdichas. EDIPO Vergonzoso es para una hija ser desterrada con su ciego padre. ANTÍGONA No, que es honroso para la hija modesta, ¡oh padre! EDIPO Guíame para que palpe el cuerpo de tu madre. ANTÍGONA Hela aquí; toca a esta anciana muy querida. EDIPO ¡Oh madre! ¡Oh esposa muy amada! ANTÍGONA ¡Vedla en tierra, moviendo a compasión, víctima de todos los males! EDIPO ¿En donde están los cadáveres de Eteocles y de Polinices? ANTÍGONA Aquí yacen, uno junto a otro. EDIPO Pon mi mano ciega en sus infortunados rostros. ANTÍGONA Helos aquí; toca con ella a tus hijos exánimes. EDIPO ¡Oh cadáveres queridos, desdichados hijos de un padre también desdichado! ANTÍGONA ¡Oh Polinices, nombre muy amado! EDIPO Ahora, ¡oh hija!, se cumple el oráculo de Apolo. ANTÍGONA ¿Cómo, pues? ¿Anuncias nuevos males? EDIPO Que moriré en Atenas desterrado. ANTÍGONA ¿En dónde? ¿Qué torre del Ática te servirá de asilo? EDIPO La sagrada Colono[242] y el templo del dios ecuestre. Pero vamos, guía mis ciegos pasos, ya que deseas acompañarme al destierro. ANTÍGONA _Estrofa 1.ª_[243] — Anda, emprende tu mísera peregrinación; dame la mano querida, ¡oh padre anciano! Yo te llevaré como el viento lleva a las naves. Aquí, aquí, anda hacia mí; aquí, aquí, pon tus pies, padre, que tus fuerzas son de vano fantasma. EDIPO _Estrofa 2.ª_ — Ya me voy, ¡oh hija! Guía mis pasos, desdichada. ANTÍGONA _Antístrofa 1.ª_ — Yo soy, yo soy la más mísera de las vírgenes tebanas. _Antístrofa 2.ª_ — A mis compañeras amadas dejo mis lágrimas para memoria, y me ausento errante de mi país natal, no como acostumbran las vírgenes. ¡Ay de mí! Famosa seré en el mundo por mis piadosos sentimientos, pues intento consolar a un padre desventurado. EDIPO _Estrofa 3.ª_ — Destierro infausto es el de un anciano a quien expulsan de su patria. La justicia castiga los delitos de los mortales, pero horrible, horrible es mi desgracia. ANTÍGONA _Antístrofa 3.ª_ — Mísera yo, que sufre afrenta mi hermano; yacerá insepulto lejos del palacio de sus padres; mísero él, a quien yo debo enterrar ocultamente, aunque muera. EDIPO _Estrofa 4.ª_ — ¿En dónde asiento mi trémulo pie? Dame el báculo, ¡oh hija! Yo soy el que adivinó los enigmas de la vencedora poetisa, y la precipitó en el abismo. ANTÍGONA _Antístrofa 4.ª_ — ¿Recuerdas ahora la gloria que alcanzaste triunfando de la Esfinge? ¡Olvida, olvida tu pasada dicha! Aguárdante horribles sufrimientos, ¡oh padre!, y morir lejos de tu patria en cualquier parte. ORESTES ARGUMENTO Orestes, después de asesinar a su madre Clitemnestra con ayuda de su hermana Electra y de su amigo Pílades, se ve acometido de las Furias, vengadoras del parricidio, y postrado en su lecho, en donde espera que los ciudadanos de Argos conozcan de su delito y lo condonen o lo absuelvan. Llega entonces de Troya Menelao, hermano de su padre Agamenón y rey de Esparta, juntamente con su esposa Helena, hija de Tindáreo y hermana de Clitemnestra. Helena desembarca primero de noche, y se refugia en el palacio de Agamenón, en donde estaban también sus dos sobrinos, hijos de aquel. Estos, viendo que todos sus esfuerzos para persuadir a Menelao que los defienda en la asamblea de los ciudadanos es inútil, puesto que se les condena a morir apedreados, forman el proyecto de salvarse, o de morir y vengarse de él, apoderándose de Helena y de su hija Hermíone y dándoles muerte en presencia de su esposo y de su padre, e incendiar al mismo tiempo el palacio de Agamenón, ayudados de Pílades, su inseparable compañero. Helena muere, en efecto, a sus manos, aunque desaparece sobrenaturalmente; y cuando están a punto de matar a Hermíone, interviene Apolo que salva a todos la vida, casando a Orestes con ella y a Pílades con Electra, después de declarar que Helena tendrá un asiento en el cielo al lado de Cástor y Pólux. El asunto de esta tragedia es el mismo que el de _Las Euménides_, de Esquilo, aunque muy inferior a ella en trágica grandeza. El proyecto de los hijos de Agamenón y de Pílades de matar a Helena y a Hermíone para vengarse de Menelao, no aparece como obra del destino, sino como el resultado de móviles puramente humanos, comprensibles para todos. La acción, además de esto, no se desenlaza con naturalidad y verosimilitud, sino que el poeta, después de embrollarla con un fin mas o menos dramático, sale de su apuro por la intervención de un dios, que de una manera inesperada termina el conflicto. Los caracteres, excepto el de Pílades, modelo fiel de amistad, no valen gran cosa, ni pertenecen a los tiempos heroicos en que se supone ocurrir la acción. Orestes y Electra son dos vengativos criminales dominados de aviesas pasiones que no retroceden ante ningún delito por satisfacerlas; Menelao es un esposo enamorado lastimosamente de su esposa, cobarde, ambicioso y bajo; Helena una mujer vana y coqueta, que solo piensa en su hermosura y en agradar a los hombres. A pesar de estos defectos capitales, tiene bellezas de primer orden. La escena primera entre Electra y Orestes es de lo más perfecto que se encuentra en el teatro antiguo, y eminentemente dramática, como lo es también la conclusión, antes de intervenir Apolo. Esta tragedia es curiosa bajo otro concepto, porque nos inicia en los misterios de la ágora de Atenas por medio del heraldo Taltibio, que describe el juicio de Orestes en la asamblea de los ciudadanos, y por las alusiones que hace a los demagogos y a un orador desconocido, que se asemeja mucho al Catón de Salustio. La narración del frigio y el desenlace por los casamientos indicados son más bien cómicos que trágicos, y los discursos de Tindáreo y Orestes más propios de un tribunal que de un teatro. Abunda, sin embargo, en pensamientos felicísimos, en rasgos brillantes, y toda ella descubre, a pesar de sus lunares, que es obra de un ingenio eminente y compuesta para un pueblo artístico, civilizado y dramático. Para fijar la época en que se representó por primera vez, no tenemos otro dato que el que nos suministra el escoliasta al verso 371, cuando dice: πρὸ Διοκλέους, ἐφ’ οὗ τὸν Ὀρέστην ἐδίδαξε, etc. Debió ser, por tanto, en la olimpiada 92, 4 (409 antes de J. C.), en cuyo año fue arconte Diocles. Así lo hace presumir también el examen de esta tragedia, puesto que, como observamos más arriba, tiene ya mucho de comedia, lo cual debió suceder en los últimos años de la vida de Eurípides. PERSONAJES ELECTRA, _hija de Agamenón y de Clitemnestra._ HELENA, _esposa de Menelao._ HERMÍONE, _su hija._ CORO DE MUJERES ARGIVAS, _amigas de Electra._ ORESTES, _hijo de Agamenón y de Clitemnestra._ MENELAO, _rey de Esparta y hermano de Agamenón._ TINDÁREO, _padre de Helena y de Clitemnestra._ PÍLADES, _hijo de Estrofio el focense, cómplice y amigo de Orestes._ APOLO, _dios que profetiza en Delfos._ UN FRIGIO. La acción es en Argos. Se ve en el teatro el palacio de Agamenón, y en el hueco de la puerta principal el lecho de Orestes, que yace en él enfermo y duerme un sueño inquieto. Delante está sentada Electra, que se levanta al caer el telón. ELECTRA Nada hay, por horrible que sea la palabra que lo exprese, ni aflicción, ni calamidad de origen divino, cuyo peso no resista la naturaleza humana. Pues aquel feliz Tántalo,[244] hijo, según dicen, de Zeus (y no lo nombro para insultarlo en su desgracia), temeroso del peñasco que amenaza su cabeza, está suspendido en el aire, y expía así, si creemos lo que nos cuentan, el desenfreno vergonzoso de su lengua, cuando siendo un simple mortal tenía el honor de sentarse a la mesa de los dioses. Tántalo engendró a Pélope,[245] padre de Atreo, condenado por la diosa que hila el fatal estambre[246] a perpetua discordia, y a hacer la guerra a su hermano Tiestes.[247] ¿A qué he de referir estos crímenes nefandos? Invitolo a comer Atreo después de matar a sus hijos; de él (omitiendo lo que le sucedió después) fue hijo aquel ínclito Agamenón, si en verdad fue ínclito, y Menelao, y madre de ambos Aérope la cretense. Menelao se casó con Helena, aborrecida de los dioses, y el rey Agamenón con Clitemnestra, matrimonio famoso entre los griegos. Fueron hijos de estos Crisótemis, Ifigenia, yo, Electra y Orestes, el varón, todos de una madre muy malvada, que mató a su marido envolviéndolo en un velo inextricable.[248] Decir por qué lo mató no es decoroso a una virgen;[249] que el público averigüe ese misterio. Pero ¿por qué he de quejarme de la injusticia de Febo? Ello es que persuadió a Orestes que matase a la madre que le engendró; acción, en verdad, que no todos alaban. La mató, sin embargo, obedeciendo al dios, y yo fui su cómplice en cuanto puede serlo una mujer, y Pílades, que nos ayudó a perpetrarlo. Cruel dolencia consume desde entonces al mísero Orestes, y yace en su lecho delirando por haber derramado la sangre materna, pues temo llamar por su nombre a las Euménides, causa de su delirio. Seis días hace que mi madre murió asesinada, y que el fuego purificó su cuerpo, y en este tiempo ni ha tomado alimento ni se ha bañado; envuelto en su vestido, cuando la enfermedad lo deja recobrar el juicio, llora, y otras voces salta veloz del lecho como el caballo del yugo. Los argivos han decretado que ningún hogar nos dé asilo y que nadie hable con los matricidas, y hoy mismo decidirán con sus sufragios si nos han de matar a pedradas o herir nuestro cuello con afilada cuchilla. No obstante, tenemos alguna esperanza de salvarnos, porque Menelao ha llegado a su patria desde Troya, y llenando con sus naves el puerto de Nauplia,[250] ha arribado a la orilla después de andar perdido largo tiempo, y ha enviado delante a nuestro palacio a la llorosa Helena, amparándose de las tinieblas de la noche, para que no la vea entrar de día alguno de aquellos cuyos hijos murieron en Troya por su causa y la maten a pedradas, y está aquí dentro llorando la muerte de su hermana y las calamidades de su familia. Tiene, sin embargo, algún consuelo en sus dolores, puesto que Menelao trajo de Esparta a Hermíone,[251] y la dejó en mi palacio cuando navegó hacia Ilión, dándola a mi madre para que la educase, y con ella se consuela y se olvida de sus males. Miro con cuidado a lo largo del camino por si llega Menelao, pues leves son las esperanzas que en los demás ciframos si él no nos socorre. HELENA (_que sale del palacio_).[252] ¡Oh Electra!, hija de Agamenón y de Clitemnestra, virgen ha tanto tiempo: ¿cómo, ¡oh mísera!, os va a ti y a tu hermano, el infortunado Orestes, asesino de su madre? Tu palabra no me mancilla, porque atribuyo a Febo este delito. Lloro el destino de Clitemnestra, mi hermana, a la que no veo desde mi partida a Troya, cuando la ira divina me obligó a navegar hacia ella, y no encontrándola, lloro su desgracia. ELECTRA ¿Qué he de decir estando tú presente? ¿Que los hijos de Agamenón son desdichados? Yo, sin dormir, asisto a este mísero muerto (tal es su débil respiración, que muerto parece) sin insultarlo en su desgracia, cuando tú, feliz, en compañía de tu afortunado esposo, nos halláis sumidos en la mayor desventura. HELENA ¿Hace mucho tiempo que yace Orestes en el lecho? ELECTRA Desde que asesinó a su madre. HELENA ¡Oh infeliz, e infeliz también la madre que así pereció! ELECTRA Tan triste es nuestro estado, que he perdido toda esperanza. HELENA Por los dioses te lo pido, ¡oh virgen!, ¿querrás complacerme? ELECTRA En cuanto pueda, y siempre que no me separe de mi hermano. HELENA ¿Quieres ir al sepulcro de mi hermana? ELECTRA ¿De mi madre dices? ¿Para qué? HELENA Para llevar la primicias de mis cabellos y hacer libaciones en mi nombre. ELECTRA Pues ¿por qué no puedes ir tú al sepulcro de tu hermana? HELENA Me avergonzaría si me viesen los argivos. ELECTRA Tarde lo sientes, habiendo abandonado indignamente tu palacio. HELENA Con razón hablas, pero no como amiga. ELECTRA ¿Pero por qué te avergüenzas de que te vean los habitantes de Micenas?[253] HELENA Temo a los padres de los que han muerto en el sitio de Troya. ELECTRA Y en verdad que los argivos te acusan con encono. HELENA Líbrame de estos temores haciéndome el favor que te pido. ELECTRA Yo no podré mirar el sepulcro de mi madre. HELENA Pero será indecoroso que las esclavas lleven las ofrendas. ELECTRA ¿Por qué no va tu hija Hermíone? HELENA No está bien que las vírgenes se presenten al vulgo. ELECTRA Y seguramente le pagaría lo que le debe por haberla educado. HELENA Hablas bien, y haré lo que dices, ¡oh doncella!, enviando a mi hija; me parece sensato tu consejo. Sal, ¡oh hija Hermíone!, ven (_Entra Hermíone_) delante de este palacio, y toma estas libaciones y mis cabellos para los manes (_Dale el vaso y parte de sus cabellos, que corta con cuidado_), y acercándote al sepulcro de Clitemnestra, derrama miel mezclada con leche[254] y espuma de vino, y subiéndote en lo alto del túmulo di lo siguiente: «Tu hermana Helena te ofrece estas libaciones, temerosa de aproximarse a tu sepulcro por miedo al populacho argivo». Ruégale que me sea propicia, y a ti y a mi esposo, y a estos dos desdichados que un dios ha perdido, y prometo ofrecerle todos los fúnebres dones que yo debo a mi hermana. Ve, pues, ¡oh hija!; apresúrate, y hechas las libaciones al sepulcro, vuelve cuanto antes. (_Retíranse Helena y Hermíone_). ELECTRA ¡Oh ingenio, qué mal tan grande eres a veces para los mortales, y qué saludable dote siendo bueno! ¿Habéis visto cómo ha cortado las puntas de sus cabellos para que no sufra detrimento su belleza? ¡Siempre la misma! Aborrézcante los dioses porque me perdiste, y a este y a toda la Grecia. ¡Cuán desgraciada soy! Otra vez llegan mis compañeras amadas para asociarse a mis lamentos; acaso interrumpirán su sueño,[255] cuando ahora descansa, y llenarán mis ojos de lágrimas si veo delirar a mi hermano. Andad con cuidado, ¡oh mujeres muy queridas!; no haced ruido, que nada se oiga. Aunque vuestra amistad es para mí muy grata, sentiré mucho que lo despertéis. EL CORO (_que llega de la ciudad_). _Estrofa 1.ª_ — Callad, callad; pisad con tiento, no hagáis ruido, que nada suene. ELECTRA Alejaos por allí, alejaos del lecho. EL CORO Ya ves si te obedezco. ELECTRA Háblame como el dulce son de la flauta, formada de tenue caña, ¡oh amada![256] EL CORO Mira cómo hablo, cual si mi voz saliese de debajo de la tierra. ELECTRA Así, así; ten cuidado, ten cuidado; acércate en silencio; anda con sigilo; dime por qué has venido, que este, aunque tarde, se ha dormido al fin. EL CORO _Antístrofa 1.ª_ — ¿Cómo está? Dímelo, ¡oh amiga! ELECTRA ¿Qué te diré de su infortunio, qué de sus males? Todavía respira y gime débilmente. EL CORO ¿Qué dices? ¡Oh desgraciado! ELECTRA Lo mataréis si le obligáis a abrir sus párpados cuando disfruta del placer dulcísimo del sueño. EL CORO ¡Oh desdichado, que tanto sufres por haber obedecido las órdenes nefandas de los dioses! ELECTRA ¡Oh tú sin ventura, qué trabajos padeces! Loxias, injusto, pronunció un injusto oráculo, sí, un injusto oráculo, cuando desde la trípode de Temis decretó el execrable asesinato de mi madre. EL CORO _Estrofa 2.ª_ — ¿Ves? Su cuerpo se remueve bajo los vestidos. ELECTRA Tu voz, ¡oh imprudente!, lo ha despertado. EL CORO Creí que dormía. ELECTRA ¿No te alejarás de nosotros y de este palacio sin hacer ruido? EL CORO Mucho duerme. ELECTRA Dices bien. Noche, Noche veneranda, diosa que das el sueño a los cansados mortales: ven desde el Érebo, ven, ven volando al palacio de Agamenón, que los dolores y las penas acaban con nosotros, acaban con nosotros. Habéis hecho ruido. ¿Por qué no en silencio, o hablando en voz baja, huyes del lecho y lo dejas dormir tranquilo, ¡oh amada!? EL CORO _Antístrofa 2.ª_ — Di: ¿cuál será el término de sus males? ELECTRA Morir, morir. ¿Cuál otro puede ser? No apetece ningún alimento. EL CORO Tendrá, pues, que morir. ELECTRA Febo nos mata ahora, habiéndonos ordenado cometer el asesinato impío de una madre. EL CORO Justo fue, es verdad. ELECTRA Pero no digno de alabanza. Muerta estás, ¡oh madre que me diste a luz!; muerta estás, aunque perdiste a mi padre y a estos hijos, nacidos de tu sangre. Como muertos estamos, sí, como muertos, y tú descansas entre ellos, y mi vida triste es entre lamentos y suspiros y lágrimas nocturnas; sin esposo, sin hijos arrastro siempre mi existencia. EL CORO Acércate, virgen Electra, y mira no te engañes y haya muerto tu hermano, porque tan largo descanso no me agrada. (_Al volverse Electra hacia el lecho despierta Orestes_). ORESTES ¡Oh sueño, dulce alivio, remedio de dolores, que tan a tiempo y tan suavemente te deslizas por mis párpados! ¡Olvido adorable de los males! ¡Cuánta es tu sabiduría y cuánto te aman los desventurados! (_Mirando alrededor_). ¿De dónde vine aquí? ¿Cómo llegué? No me acuerdo de nada de lo que pensaba antes. ELECTRA ¡Oh hermano muy querido, cuán grande ha sido mi alegría viéndote dormir! ¿Quieres que te ayude a levantarte? ORESTES Sí, sí, y limpia de mi boca y de mis ojos la espuma que los cubre. ELECTRA Grata obligación; nunca me opondré a tributar a mi doliente hermano mis cuidados fraternales. ORESTES Sostenme con tu pecho y sepárame del rostro estos desaliñados cabellos, que no me dejan ver. ELECTRA (_sentándose a su lado y echando hacia atrás sus cabellos_). ¡Oh mísera cabeza de sórdidos rizos! ¡Cuán hórrida pareces descuidada ha tanto tiempo! ORESTES Reclíname otra vez en el lecho; cuando el delirio me deja, me siento débil y languidecen mis miembros. ELECTRA Ya está; amado es el lecho por el enfermo; molesto es, aunque necesario. ORESTES Levántame otra vez y vuélveme; las angustias impacientan a los que sufren. ELECTRA ¿Quieres bajarte al suelo y andar un poco con cuidado? La variación es en todo muy agradable. ORESTES (_Electra lo sienta en el lecho_). Seguramente, y parecerá que estoy bueno; engaña la apariencia, aunque diste mucho de la realidad. ELECTRA (_sentándose a su lado_). Oye, ¡oh hermano!, mientras las Furias no alteran tu razón. ORESTES ¿Podrás decirme algo nuevo? Si es bueno, me alegraré; si desagradable, bastante tengo con mis desdichas. ELECTRA Ha llegado Menelao, el hermano de tu padre; los bancos de remeros de sus naves tocan ya a las costas de Nauplia. ORESTES ¿Qué dices? ¿Aliviará mis males y los tuyos la venida de ese pariente, que tantos beneficios recibió de mi padre? ELECTRA Ha llegado ya, y como prueba de ello, sabe que, desde Troya, viene con él Helena. ORESTES Sería más envidiable su suerte si se hubiese salvado solo; pero si trae a su esposa, gran calamidad le acompaña. ELECTRA Tindáreo ha engendrado hijas insignes por sus maldades, e infames en toda la Grecia. ORESTES Que no te parezcas a esas mujeres malvadas; en tu mano está, y que no solo lo digas, sino que también lo sientas. ELECTRA ¡Ay de mí! ¡Oh hermano!, túrbanse tus ojos y pronto deliras, estando bueno hace muy poco. ORESTES (_levantándose_). Ruégote, ¡oh madre!, que no concites contra mí a esas vírgenes que destilan sangre, agitando sus cabellos de serpiente. ¡Helas, helas aquí, que saltan hacia mí! ELECTRA (_sujetándolo_). Estate quieto en el lecho, ¡oh desventurado!; nada ves de lo que te figuras. ORESTES ¡Oh Apolo!, me matarán como perros estas diosas atroces de torva mirada, ministros del infierno. ELECTRA (_estrechándolo en sus brazos_). No te soltaré, sino que, sujetándote con mis manos, refrenaré tus furiosos transportes. ORESTES (_desasiéndose de ella_). Suéltame; tú eres una de las Furias, que me oprime entre sus brazos, y me vas a lanzar en el Tártaro. ELECTRA ¡Oh desventurada de mí! ¿A quién llamaré en mi auxilio, si los dioses nos son adversos? (_Se sienta llorando en el lecho, y se cubre la cabeza_). ORESTES Dame el arco de cuerno, presente de Apolo, con el cual me ordenó que ahuyentase a esas diosas si me aterraba su rabia. (_Coge el arco_). Ya vienen, sí, ya se abalanzan (_tiende el arco_) hacia mí. Pues diosas y todo, recibirán mis flechas[257] si no se apartan de mi presencia. (_Dispara el arco_). ¿No oís? ¿No veis las aladas flechas, que vuelan de sus arcos de largo alcance? ¡Ah, ah! ¿Por qué vaciláis? Subid con vuestras alas a lo alto del Éter, y acusad a los oráculos de Febo. (_Deja caer las manos_). ¡Ah! ¿Por qué desfallezco y respiro con tanto trabajo? ¿Por qué, por qué he saltado de mi lecho? Después de la tempestad, veo renacer la calma. (_Andando hacia su lecho_). ¿Por qué lloras, hermana, y ocultas tu cabeza bajo tus vestidos? Avergüénzome de que compartas mis trabajos, y de que mi dolencia moleste a una virgen como tú. No te aflijas por mis males, pues aunque tú aprobaste el asesinato, yo lo cometí; solo acuso a Apolo, que me excitó a perpetrar este crimen muy impío, y me ha consolado con palabras, no con obras. Creo que mi mismo padre, si yo le preguntara si había de matar a mi madre, tocaría muchas veces mi barba, rogándome que no hundiera mi cuchilla en su cerviz, puesto que él no recobraría la vida y yo había de sufrir tantas desdichas. Descúbrete, pues, ahora, ¡oh hermana!, y no llores, por grandes que sean nuestros infortunios; y ya que me ves desfallecer, aplaca mi furia, y refrena y alivia mis sentidos perturbados y descompuestos, que cuando tú lloras, yo debo consolarte blandamente; tal es el deber de los que se aman. Entra, pues, ¡oh mísera!; descansa y cierra tus soñolientos párpados; aliméntate y lava tu cuerpo. Si tú me abandonas, o enfermas a causa de tus asiduos cuidados, no nos queda ningún recurso. Tú sola me asistes, que los demás, como ves, nos han abandonado. ELECTRA No será así; contigo quiero vivir y morir; es lo mismo, porque si tú mueres, ¿qué haré yo, mujer infeliz? ¿Cómo viviré sola, sin hermano, sin padre y sin amigos? Pero, si te parece, haz lo que debes; reclina en el lecho tu cuerpo, y no temas ni te asustes, ni saltes de él tan fácilmente, huyendo de soñados fantasmas; descansa ahora; aunque nada tengas, solo con pensarlo te sucederá lo que a los demás, que sufren y se fatigan. (_Orestes vuelve a su lecho, y Electra entra en el palacio_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — ¡Ay, ay! ¡Negras Euménides, divinidades furiosas de ligeras alas, que jamás asististeis a las fiestas de Dioniso, tocándoos tan solo en suerte las lágrimas y los gemidos, y azotando los aires castigáis a los que derraman sangre, y vengáis los asesinatos! Una y otra vez os suplico que libréis de vuestra rabia loca y frenética a los hijos de Agamenón, de los males y tormentos que sufren desde que Febo, sí, desde que Febo habló en la trípode de los oráculos,[258] en donde se dice que está la entrada del centro de la tierra. _Antístrofa 1.ª_ — ¡Oh Zeus! ¿Qué desdicha, qué lucha homicida es esta que te persigue, sirviéndote tan solo para que algún dios añada nuevas lágrimas a tus lágrimas, o inunde tu hogar con la sangre de tu madre, que te hace delirar? ¡Yo me lamento, yo me lamento! Una gran dicha no es duradera entre los hombres, que la mano de los dioses, rasgándola cual velamen de ligera navecilla, la sumerge, como en el mar, en horribles males y en ondas agitadas y mortíferas. ¿A qué familia debo venerar más bien que a esta, que desciende de Tántalo, fruto de sus nupcias divinas? Pero he aquí a mi dueño Menelao, que se acerca, demostrando con su lujo que es uno de los Tantálidas. Salve, tú, que concitaste contra el Asia una armada de mil naves; grande ha sido tu dicha, cuando con el favor divino has realizado tu deseo. MENELAO (_que llega de sus naves_). En parte, ¡oh palacio!, recibo placer al verte a mi vuelta de Troya; en parte gimo al mirarte, porque jamás hubo otro en todo el orbe tan visitado de míseros males. Ya conozco la desdicha de Agamenón, y la muerte que le dio su esposa cuando acercó su proa a Malea;[259] desde las olas me lo anunció el profeta Glauco,[260] dios veraz, hijo de Nereo, y vate de los marinos, diciéndome con voz clara: «Yace muerto tu hermano, ¡oh Menelao!, cayendo sin vida en el último baño que le preparó su esposa»; y me hizo derramar muchas lágrimas, y a todos mis marineros. Después que arribé a Nauplia, envié delante a mi esposa, y cuando esperaba a Orestes, hijo de Agamenón, y a su madre para abrazarlos, creyéndoles felices, me contó un pescador el impío asesinato de la hija de Tindáreo. Decid, pues, ahora, ¡oh tiernas jóvenes!, ¿en dónde está el hijo de Agamenón, autor de tales iniquidades? Niño era aún en brazos de Clitemnestra cuando dejé mi patria para bogar hacia Troya, por cuya razón no lo conocería si lo viese. ORESTES (_levantándose de su lecho y dirigiéndose hacia Menelao_). Yo soy ese Orestes a quien buscas, ¡oh Menelao! Yo mismo te contaré mis males, aunque suplicante tocaré primero tus rodillas, y te rogaré sin ceñir de hojas mis sienes:[261] ¡sálvame! Has venido en el instante más crítico de mis desdichas. MENELAO ¡Oh dioses! ¿Qué veo? ¿Vienes acaso de los infiernos? ORESTES Has dicho bien; mis males no me dejan vivir, aunque vea la luz. MENELAO ¡Cuán hórridos parecen tus desaliñados cabellos, oh mísero! ORESTES No mi aspecto; mis hechos me atormentan. MENELAO Y horriblemente miras con tus descarnados ojos. ORESTES Mi cuerpo ha desaparecido, pero mi nombre es el mismo. MENELAO ¡Oh! ¡Qué deforme me pareces, cuando esperaba lo contrario! ORESTES Yo soy el asesino de mi desgraciada madre. MENELAO Lo sé; pero deja eso ahora, para que no hables tanto de tus males. ORESTES Sea como dices, y a pesar de las calamidades que contra mí suscita alguna deidad adversa. MENELAO ¿Qué te ha sucedido? ¿Qué enfermedad te consume? ORESTES Mi conciencia, porque conozco que he ejecutado acciones atroces. MENELAO[262] ¿Cómo dices? Es de sabios hablar claramente, no en términos oscuros. ORESTES Profunda tristeza me devora. MENELAO Diosa cruel, pero que puede aplacarse. ORESTES Y delirios que castigan el asesinato de mi madre. MENELAO ¿Cuándo comenzó tu locura? ¿Qué día? ORESTES El mismo día en que sepulté a mi desventurada madre. MENELAO ¿En tu palacio, o cuando estabas junto a la pira? ORESTES Velando sus huesos. MENELAO ¿Había algún otro contigo para compartir tus fatigas? ORESTES Pílades, mi cómplice en el cruel asesinato de mi madre. MENELAO ¿Qué fantasmas te atormentaron? ORESTES Creí ver tres vírgenes semejantes a la Noche. MENELAO Sé quiénes son, pero no quiero nombrarlas. ORESTES Intolerables en verdad. Haces bien en no pronunciar su nombre. MENELAO ¿Y son las que te atormentan por el asesinato de tu madre? ORESTES Cruel persecución que me hace delirar. MENELAO No es intolerable que sufran graves penas los que cometieron delitos atroces. ORESTES Pero tengo una excusa de esta calamidad... MENELAO No digas que la muerte de tu padre; no sería una razón. ORESTES Febo me ordenó matar a mi madre. MENELAO Ignorante como el que más de lo honesto y de lo justo.[263] ORESTES Obedecemos a los dioses, sean como fueren. MENELAO ¿Y cómo no te socorre Apolo en tus males? ORESTES Duda, que tal es la naturaleza de los dioses. MENELAO ¿Cuánto tiempo hace que expiró tu madre? ORESTES Seis días: calientes están aún las cenizas de su pira. MENELAO ¡Qué pronto te castigaron las diosas por haber derramado su sangre! ORESTES No sagaz; franco he sido con mis amigos.[264] MENELAO ¿De qué te ha servido hasta ahora haber vengado a tu padre? ORESTES Todavía de nada, y esta dilación y no hacer nada en mi favor, es para mí lo mismo. MENELAO ¿Y cómo califican tu acción los ciudadanos? ORESTES Tanto me odian, que ni siquiera me hablan. MENELAO ¿No has purificado tus manos de la sangre que derramaron, según las leyes? ORESTES Me rechazan de todas las casas a que me acerco. MENELAO ¿Cuáles son los ciudadanos de este país que más guerra te hacen? ORESTES Éax,[265] que me odia como a mi padre desde el sitio de Troya. MENELAO Ya entiendo: te aborrece por la muerte de Palamedes. ORESTES Con la cual nada tenía que ver, pero siempre resulta que mi suerte es desastrosa. MENELAO ¿Hay más? ¿Quizá algún amigo de Egisto?[266] ORESTES Los que mandan en la ciudad son los que me insultan. MENELAO Pero ¿consienten los ciudadanos que tú empuñes el cetro de Agamenón? ORESTES ¿Cómo, si no me dejan vivir? MENELAO ¿Qué piensas hacer? Dímelo sin ambages. ORESTES Hoy votarán contra nosotros. MENELAO ¿Para desterraros, para condenaros a muerte, o para obedeceros? ORESTES Para matarme a pedradas. MENELAO ¿Y por qué no huyes, y te alejas de este país? ORESTES Cércannos bronceadas armaduras. MENELAO ¿Son enemigos tuyos particulares, o tropas de los argivos? ORESTES Todos los ciudadanos para darme la muerte: helo aquí en pocas palabras. MENELAO ¡Oh desventurado!; no puede ser mayor tu desdicha. ORESTES Tú eres el único refugio de mis males, y ya que, afortunado, encuentras amigos infelices, comparte con ellos tu dicha, y no seas egoísta poseedor de ella; sufre algo a tu vez, y muéstrate agradecido con los hijos del que te favoreciera. Solo en el nombre son amigos los que no nos socorren en la desgracia. EL CORO He aquí que llega con tardos pasos el espartano Tindáreo,[267] vestido de negro y rasurada su cabeza en señal de duelo por su hija. ORESTES ¡Muerto soy, oh Menelao! Tindáreo se acerca, y me avergüenzo mucho de verlo al recordar mis acciones. Él y Leda[268] me amaron no menos que a los Dioscuros, y me alimentó cuando era niño, y me besaba con frecuencia, y llevaba en sus brazos al hijo de Agamenón; y no he correspondido a estos beneficios: ¡oh corazón y ánima desventurada! ¿En qué tinieblas ocultaré mi rostro? ¿Qué nube pondré delante de mí para que no me vea ese anciano? TINDÁREO ¿En dónde, en dónde encontraré a Menelao, el esposo de mi hija? Al hacer las libaciones en el sepulcro de Clitemnestra, supe que, al cabo de tantos años, había desembarcado en Nauplia con su esposa. Llevadme adonde esté, porque quiero saludarlo en persona, estrechar su diestra y verlo después de tan larga ausencia. MENELAO Salve, anciano, que tuviste a Zeus por compañero de tu lecho. TINDÁREO (_estréchanse las manos_). Salve, tú también, ¡oh Menelao, mi pariente! ¡Qué dañoso es ignorar lo futuro! Este dragón matricida,[269] a quien detesto, vibra delante del palacio sus pestíferos rayos. ¿Hablarás tú, ¡oh Menelao!, a este criminal? MENELAO ¿Por qué no? Es hijo de un padre a quien yo amaba. TINDÁREO ¿Y ha nacido de él tal como es? MENELAO Sin duda; y si está afligido, debe respetarse. TINDÁREO Se ha hecho un bárbaro, viviendo entre ellos tanto tiempo. MENELAO Al contrario; los griegos honran como nadie a sus parientes. TINDÁREO Sí, pero siempre sin sobreponerse a las leyes. MENELAO El sabio es esclavo de la necesidad. TINDÁREO Aunque sea esta tu opinión, yo no la aceptaré. MENELAO Tu ira en tus años no es de sabio. TINDÁREO ¿A qué disputar sobre la sabiduría con este hombre? Si todos distinguen lo justo de lo injusto, ¿qué mortal hubo más necio que este, que ni se cuidó de las leyes, ni del derecho común a todos los griegos? Después de morir Agamenón, herido en la cabeza por mi hija, crimen de los más infames (que nunca alabaré), debió perseguir al asesino, acusando a su culpable madre, y expulsarla del palacio: semejante moderación en medio de talos desdichas, sería celebrada; hubiera obedecido las leyes y obrado piadosamente. Su destino es ahora igual al de su madre, porque creyendo, con razón, que era criminal, él lo ha sido más dándole muerte. Esto tan solo te preguntaré, ¡oh Menelao!: si la esposa que te acompaña en el tálamo te mata, y después la asesina su hijo, y el nieto hace lo mismo con su padre, ¿cuándo se acabarán tantos males? Con razón dispusieron nuestros antepasados que ni se dejase ver de nadie el reo de homicidio, ni hablase con ninguno; y lo castigaban con el destierro, no autorizando interminables asesinatos, porque siempre había uno amenazado de muerte y contaminadas las manos con la última mancha de sangre. Aborrezco, en verdad, a las mujeres impías, y a mi hija la primera por haber asesinado a su esposo, y ni alabaré jamás a tu esposa Helena, ni te alabaré tampoco, ni celebraré que hayas ido a Troya por una mujer impúdica: defenderé la ley en cuanto pueda, anulando esta costumbre bestial y parricida, perdición de reinos y ciudades. (_Volviéndose hacia Orestes._) ¿Qué sentías, ¡oh miserable!, cuando tu madre descubrió su pecho suplicándote? Yo, que no lo presencié, derramo lágrimas de mis arrugados ojos. Confirma también mi parecer que los dioses te aborrecen, y pagas la pena que debes a tu madre vagando aterrado y delirante. ¿A qué hemos de oír testigos, cuando nosotros mismos vemos las cosas? Sabe, pues, Menelao, que no debes oponerte a la voluntad de los dioses ayudando a este, sino dejar que lo maten a pedradas; de otro modo no entres en Esparta. Justa ha sido la muerte de mi hija, pero no por mano de este: yo, afortunado en otras cosas, no lo soy con mis hijas, que seguramente no me hacen dichoso.[270] EL CORO Digno de envidia es el que tiene fortuna con sus hijos y no sufre por su causa grandes calamidades. ORESTES Temo, ¡oh anciano!, hablar contra ti, porque te he de afligir y contristar tu ánimo. No nos acordemos ahora de tu vejez, que me turba cuando hablo, y persistiré en mi propósito, rindiendo antes, como he dicho, homenaje a tu años. Yo, en verdad, impío por haber asesinado a mi madre, soy piadoso bajo otro aspecto por haber vengado a mi padre. ¿Qué debía yo hacer? Compara unas cosas con otras: mi padre me engendró, y tu hija me parió, recibiendo como un campo su semilla, pues sin padre nunca nace el hijo.[271] Yo creía, pues, que debía hacer más por el que me engendró que por la que solo me alimentó; pero tu hija (temo llamarla madre), casándose sin más guía que su capricho, subió al tálamo de otro esposo. Si hablo mal de ella, hablaré también de mí; pero no callaré: Egisto era su marido, oculto en el palacio; lo maté y a mi madre después, cometiendo una impiedad, pero también vengando a mi padre. En cuanto a tu amenaza de que he ser apedreado, óyeme para que lo sepa toda la Grecia: si la audacia de las mujeres llega al extremo de matar a sus maridos, buscando luego auxilio en sus parientes y moviendo a lástima con sus desnudos pechos, poco les importará asesinarlos todos pretextando cualquier motivo; pero yo, en el momento en que ejecuté las atrocidades de que hablas, abolí esta ley. Odiaba a mi madre, y la maté con razón, porque ella faltó a su esposo, general de todos los griegos, y ausente antes con su ejército, y no mantuvo su tálamo inmaculado, y cuando conoció que pecaba, no se castigó a sí misma, sino que, en vez de expiar su delito, quedó impune y mató a mi padre. Por los dioses (no debí nombrarlos defendiendo un asesinato), si callando hubiese yo aprobado el delito de mi madre, ¿qué hubiera hecho conmigo el muerto? Si me odiaba, ¿no suscitaría contra mí a las Furias? ¿Auxiliarán acaso a mi madre y no a mi padre, más ofendido y con mejor derecho? Tú, ¡oh anciano!, que engendraste una hija malvada, tú me has perdido, que por su osadía me quedé sin padre y fui matricida. Telémaco no mató a la mujer de Odiseo: no se casó en vida de su primer marido, sino que fue fiel a su esposo. ¿No sabes que Apolo habita en el centro de la tierra, y pronuncia para los mortales certísimos oráculos, a quien todos obedecemos, mande lo que quiera? Por obedecerlo maté a la que me dio a luz. Sea él el impío, y dadle muerte, que él pecó, no yo. ¿Qué debía yo hacer? ¿No te satisface que un dios tome sobre sí la responsabilidad de la expiación? ¿Qué refugio buscarán los hombres, si el que lo ordenó no me libra de la muerte? No digas, por tanto, que no es justo lo que he hecho, sino que fue adversa mi suerte. Feliz la vida de aquellos cuyo casamiento es afortunado: los que no tienen esa dicha, infelices son dentro y fuera de su casa. EL CORO Siempre las mujeres sirvieron de pesada rémora a la fortuna de los hombres. TINDÁREO Ya que tú cobras aliento y no cedes, sino que me respondes de tal modo que me afliges y me incitas a perseverar en tu muerte, coronaré el propósito laudable que aquí me trajo de honrar el sepulcro de mi hija. Yo me presentaré a la asamblea de los argivos cuando se reúna, y excitaré a los ciudadanos, ya inclinados a hacerlo, contra ti y tu hermana, para que sufráis la pena de ser apedreados, pues ella merece morir más bien que tú, porque te alentó contra tu madre, animándote siempre con sus palabras y contándote los sueños en que se le aparecía Agamenón, y hablándote del adúltero Egisto: ojalá que siga siendo odiosa a los dioses infernales, ya que aun en la tierra la aborrecían, llegando a incendiar el palacio con fuego, que no era de Vulcano. Dígote, ¡oh Menelao!, y yo mismo lo haré, que no los defiendas de la muerte contra los dioses si en algo estimas mi amistad y mi parentesco, sino que dejes a los ciudadanos que los maten a pedradas, o de lo contrario, que no entres en territorio espartano. No olvides mis palabras, y no prefieras amigos impíos rechazando los piadosos. Vosotros, servidores, llevadme de este palacio. (_Vase_). ORESTES Vete, para que libre prosiga mi discurso y persuada a Menelao sin el temor que me inspiran tus años. ¿Por qué discurres así, paseándote a uno y otro lado, y en lucha con dos opuestos sentimientos? MENELAO Déjame; por más que reflexiono, no sé qué hacer. ORESTES No te decidas ni deliberes sin oírme antes. MENELAO Habla, que has dicho bien. Hay ocasiones en que el silencio debe ceder su puesto a las palabras, y otras en que las palabras han de cederlo al silencio. ORESTES[272] Hablaré, pues. Más vale una oración larga que breve, que así se comprenderá más fácilmente. No me des nada tuyo, ¡oh Menelao!, sino devuélveme tan solo lo que recibiste de mi padre. No hablo de riquezas, que la más preciada es para mí ahora la vida. Obré mal, y por esta razón debo sufrir algún daño de tu parte, ya que mi padre Agamenón, juntando injustamente a los griegos, fue a Troya, no por falta suya, sino para enmendar la de tu esposa y su injusticia. Solo por esto debes tú concederme otra gracia. Ya he dicho que convocó a unos amigos para favorecer otros, y se puso a tu servicio, pasando por ti trabajos en el campo de batalla para que recobraras a tu Helena. Devuélveme, pues, ahora lo que entonces recibiste de él, trabajando un solo día en mi favor, no diez años cumplidos. No hablaré ahora del sacrificio de mi hermana en Áulide,[273] ni exijo que mates a Hermíone, porque encontrándome en tan triste situación has de tener más ventajas que yo, y me toca ser indulgente. Devuelve mi vida a mi desgraciado padre, y también la de mi hermana, virgen ha largo tiempo, porque si yo muero, se acaba el linaje de mi padre. Dirás que es imposible acceder a mi ruego; pero si no hay duda que los amigos deben socorrerse unos a otros en la desgracia, ¿qué necesidad hay de ellos, si los dioses han de hacer buenamente sus veces? Basta que un dios quiera para auxiliar a quien lo agrade. Todos los griegos creen que amas a tu esposa, y no te lo digo por adularte, sino para suplicarte en su nombre (_Aparte_).[274] (¡Oh cuánta es mi desventura cuando a tales extremos recurro!) (_En voz alta_). ¿Por qué he de sufrir tanto? Por mi linaje imploro tu ayuda. ¡Oh tú, hermano de mi padre; imagínate que oye mis ruegos debajo de la tierra, que su alma vuela a tu alrededor, y que dice lo que yo digo! Tales son mis súplicas entre lágrimas, gemidos y males sin cuento, para pedirte la vida, amada no solo por mí, sino por todos.[275] EL CORO Y yo te suplico, aunque sea una mujer, que, ya que puedes, socorras a quienes imploran tu auxilio. MENELAO Yo respeto tu desgracia, ¡oh Orestes!, y quiero ayudarte en tus males, pues debemos aliviar los de nuestros parientes, si el cielo nos da fuerzas, ya muriendo por ellos, ya matando a sus enemigos. Pido a los dioses que me lo concedan, aunque solo traigo mi lanza, y he sufrido infinitas penalidades y sobrevivido a ellas con un puñado de amigos. Peleando no podemos, pues, vencer a los pelásgicos argivos; pero esperamos lograrlo con palabras persuasivas. Porque ¿cómo hacer grandes cosas con escasas fuerzas? Hasta de necios es intentarlo. Cuando el pueblo se amotina, ardiendo en ira, es tan difícil apaciguarlo como un fuego terrible; pero si se cede con maña y se aprovecha la ocasión oportuna, se mitigará quizá su cólera, y en este caso se conseguirá de él lo que se desee. Domínalo a veces la compasión, a veces espantosa rabia, joya preciosa para el que aguarda el momento favorable. Iré, pues, para persuadir a Tindáreo y a la muchedumbre que moderen sus ímpetus. La nave se sumerge si tiendes demasiado las amarras de las velas, pero vuelve a salir a flote si las aflojas. El cielo odia los arrebatos apasionados, los ciudadanos también; conviene, pues, que yo (y no hablo temerariamente) te libre con cordura de los que pueden más que tú, no por la violencia. No lo conseguiría, como tú crees, empleando la fuerza de las armas, porque una sola lanza no triunfa de los males que te cercan. Nunca fui humilde con los argivos; pero es necesario que los sabios se hagan esclavos de la fortuna. (_Vase hacia la ciudad_). ORESTES Hombre, que solo sirves para pelear por mujeres, ¡oh tú el más cobarde en defender a tus amigos! ¿Huyes y me dejas? Vanos fueron los beneficios de Agamenón. En la adversa fortuna, ¡oh padre!, te abandonan tus amigos. ¡Ay de mí, que me hacen traición y pierdo toda esperanza de escapar al suplicio a que me condenan los argivos! Este era mi único recurso en medio de mis males. Pero veo a Pílades, que viene corriendo de la Fócide,[276] grato consuelo, porque es para mí el mortal más querido; que al hombre que no nos abandona en el infortunio se mira con mejores ojos que al mar tranquilo los navegantes. (_Llega Pílades corriendo_). PÍLADES Más presuroso de lo que debía he atravesado la ciudad y asistido en parte a la asamblea de los ciudadanos convocada contra ti y contra tu hermana, al parecer para mataros en breve. ¿Qué es esto? ¿Cómo van tus asuntos? ¿Que haces tú, el más amado de mis compañeros, amigos y parientes? Todo esto a un tiempo eres para mí. ORESTES Perdidos somos, para darte cuenta de mis males en pocas palabras. PÍLADES Perdido soy yo también, que las desgracias de mis amigos son las mías. ORESTES La conducta de Menelao conmigo y con mi hermana es lo más infame. PÍLADES Natural es que sea esposo malvado de mujer malvada. ORESTES Como si no hubiese venido, puesto que con su llegada no se han aliviado mis cuitas. PÍLADES ¿Pero ha venido aquí en efecto? ORESTES Mucho tiempo ha tardado, pero pronto dio pruebas de deslealtad a sus amigos. PÍLADES ¿Y ha traído en su misma nave a su criminal esposa? ORESTES No él a ella, sino ella a él. PÍLADES ¿En dónde está la mujer que ha perdido sola a tantos argivos? ORESTES En mi propio palacio, si puedo llamarle mío. PÍLADES ¿Y qué has dicho al hermano de tu padre? ORESTES Que hiciese lo posible para no presenciar mi suplicio y el de mi hermana, si así lo decretan los ciudadanos. PÍLADES ¡Por los dioses!, ¿qué dijo? Deseo saberlo. ORESTES Contestó con cautela, como hacen los malos amigos. PÍLADES ¿Y cuáles fueron sus razones? Sabido esto, todo lo comprendo. ORESTES También vino el padre de tan excelentes hijas. PÍLADES ¿Aludes a Tindáreo?; acaso esté airado contigo por la muerte de su hija. ORESTES Así es: entre Tindáreo, su suegro, y mi padre, que es su hermano, se decide por el primero.[277] PÍLADES ¿Y estando aquí, no se ha atrevido a socorrerte en tus males? ORESTES No es guerrero, sino esforzado entre mujeres. PÍLADES Terribles son tus infortunios, y tienes que morir. ORESTES No tardarán los ciudadanos en emitir sus sufragios. PÍLADES ¿Y qué resolverán?, dime; yo tengo miedo. ORESTES Que muera, o que viva: pocas palabras su necesitan para resolverlo, no obstante la importancia del asunto. PÍLADES ¿Por qué no huyes con tu hermana y abandonas este palacio? ORESTES ¿No ves? Por todas partes nos cercan. PÍLADES He visto las plazas de Argos guardadas por soldados. ORESTES Como ciudad sitiada por enemigos estamos nosotros. PÍLADES Pregúntame también lo que me sucede: mi perdición es segura. ORESTES ¿A quién la deberás? Esto solo me faltaba. PÍLADES Mi padre Estrofio me ha desterrado lleno de ira. ORESTES ¿Por algún delito común, o por alguno público contra tu patria? PÍLADES Porque, en su juicio, me había contaminado, siendo cómplice tuyo en el asesinato de tu madre. ORESTES ¿Tú también, ¡oh mísero!, vas a verte envuelto en mis males? PÍLADES No soy como Menelao; no hay más recurso que sufrirlos. ORESTES ¿No temes que también te maten los argivos? PÍLADES No deben ellos castigarme, sino mis conciudadanos los focenses. ORESTES Atroz es el pueblo cuando son malos sus gobernantes. PÍLADES Pero si son buenos, resuelve siempre lo mejor.[278] ORESTES Sea en buen hora; pero deliberemos ambos. PÍLADES ¿Acerca de nuestra crítica situación? ORESTES Si yo me acerco a los ciudadanos para decirles... PÍLADES ¿Que has obrado en justicia? ORESTES Que lo hice por vengar a mi padre. PÍLADES Mira no se alegren de que caigas en sus manos. ORESTES ¿Moriré callando de miedo? PÍLADES Es de cobardes. ORESTES ¿Y qué he de hacer? PÍLADES ¿Tienes alguna esperanza de salvarte si nada haces? ORESTES No. PÍLADES Y si vas allá, ¿podrás lograrlo? ORESTES Quizá lo consiga, si la fortuna me favorece. PÍLADES Luego es preferible a permanecer aquí. ORESTES Iré, pues. PÍLADES Si mueres, mueres con honra. ORESTES Dices bien: así no incurriré en la nota de cobarde. PÍLADES Mejor que si te quedas. ORESTES Y por una causa que creo justa. PÍLADES Ojalá que lo mismo parezca a ellos. ORESTES Y alguno acaso se compadecerá de mí... PÍLADES Vale mucho tu noble alcurnia. ORESTES Recordando la muerte de mi padre. PÍLADES Todo esto es claro. ORESTES Hay que ir: es de cobardes morir deshonrados. PÍLADES Alabo tu propósito. ORESTES ¿Lo diremos a mi hermana? PÍLADES No, por los dioses. ORESTES Tendremos llantos. PÍLADES Y será mal presagio. ORESTES Conviene, pues, callar. PÍLADES Y aprovecharás el tiempo. ORESTES Solo temo... PÍLADES ¿Qué dices ahora? ORESTES Que las diosas me hagan delirar otra vez. PÍLADES Yo te curaré. ORESTES Molesto es vivir un hombre enfermo. PÍLADES Tú no lo estás para mí. ORESTES Guárdate, no te contagie mi locura. PÍLADES Suceda lo que quiera. ORESTES ¿No vacilarás? PÍLADES La duda es mal grave entre amigos. ORESTES Anda pues, que tú eres el timón que gobierna mis pasos. PÍLADES Grato es para mí este cuidado. ORESTES Y llévame al sepulcro de mi padre. PÍLADES ¿Para qué? ORESTES Para suplicarle que me salve. PÍLADES Paréceme bien. ORESTES Y que no vea la tumba de mi madre.[279] PÍLADES Era tu enemiga. Pero apresúrate, no te condenen los sufragios de los argivos; y apóyate en mi brazo, que la enfermedad ha debilitado tus fuerzas. Atravesaré contigo la ciudad sin curarme de la plebe y sin que la vergüenza me intimide. ¿Cuándo te probaré mi amistad, si no te ayudo ahora, agobiado de males tan terribles? ORESTES Esto es tener amigos, no solo parientes. El hombre que, libre de ese sagrado lazo, simpatiza con nosotros, nos sirve mucho más que un ejército de aquellos. (_Vanse a la ciudad_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Las grandes riquezas y el vano esplendor de los Atridas, que, llenando la Grecia, penetraron hasta las orillas del Simois, se desvanecieron desde aquella antigua calamidad de su linaje, cuando la discordia dio a los Tantálidas la oveja de vellón dorado,[280] y desde aquel misérrimo banquete y muerte de nobles hijos; y un asesinato sucede al otro, y una nube de sangre envuelve a los dos Atridas. _Antístrofa 1.ª_ — No honra, que deshonra es herir con el acero el cuerpo de nuestros padres, y enseñarlo a la luz del sol manchado de sangre; al contrario, cometer tales atentados es impiedad insana y delirio de hombres criminales. El miedo a la muerte hizo exclamar así a la hija de Tindáreo: «¡Oh hijo, no eres piadoso matando a tu madre; que por congraciarte con tu padre no contraigas perpetua infamia!». _Epodo_. — ¿Qué causa más justa de dolor y de lágrimas, qué calamidad hay mayor en la tierra que asesinar a una madre? El hijo de Agamenón, que cometió ese crimen, será presa del delirio, y en él se cebarán las Furias para castigar su delito, y andará errante con ojos extraviados. ¡Oh mísero, que sin cuidarse del seno maternal, que dejaron ver sus vestidos desgarrados, se atrevió a matar a su madre por vengar a su padre! ELECTRA (_que sale del palacio_). ¡Oh mujeres!, ¿adónde ha ido Orestes desde este palacio, dominado por el furor que los dioses le inspiran? EL CORO No ha sido así, que fue a la asamblea de los argivos para defenderse en esa terrible lucha, en la cual se ha de decidir de vuestra vida o de vuestra muerte. ELECTRA ¡Ay de mí! ¿Qué ha hecho? ¿Quién lo ha persuadido? EL CORO Pílades; pero pronto nos anunciará aquel mensajero lo que ha sucedido allá a tu hermano. EL MENSAJERO ¡Oh mísera! ¡Oh veneranda Electra, hija infeliz del guerrero Agamenón! Oye la triste nueva que te traigo. ELECTRA ¡Ay, ay! Cierta es nuestra muerte; así lo indican tus palabras; mensajero eres de malas nuevas, según parece. EL MENSAJERO Los sufragios de los argivos han decretado hoy tu muerte y la de tu hermano.[281] ELECTRA ¡Ay de mí! Acaeció lo que esperaba, lo que temía hace ya tiempo, causa de mis lágrimas incesantes. Pero ¿qué certamen, qué discursos precedieron al decreto de los argivos que nos condena a muerte? Di, ¡oh anciano!, si exhalaremos el alma apedreados, o por medio del hierro, víctimas ambos de una misma desventura. EL MENSAJERO Casualmente yo había venido del campo deseando conocer la decisión de este asunto, que os interesaba; porque siempre tuve afecto a tu padre, y tu familia me mantuvo, pobre, es verdad, aunque fiel a mis amigos. Vi al pueblo que se encaminaba a la colina,[282] en donde dicen que Dánao lo convocó primero para resolver su litigio con Egipto. Ya en la asamblea pregunté a uno de los ciudadanos: «¿Qué ocurre en Argos? ¿Alguna nueva de enemigos alborota así la ciudad de las Danaides?». Él me respondió: «¿No ves a Orestes, que llegó hace poco para sufrir su juicio capital?». Entonces presencié un espectáculo inesperado que nunca hubiera creído; a saber: a Pílades y a Orestes, que llegaban juntos, triste este y devorado por su mal, como un hermano aquel, compartiendo los dolores de su amigo, y asistiéndolo en sus males, y cuidándolo como a un hijo. Después que todos se reunieron, levantose el heraldo y dijo: «¿Queréis declarar si Orestes debe o no morir, por haber asesinado a su madre?». Entonces Taltibio, que con tu padre combatió contra los troyanos, pronunció palabras ambiguas, como quien se doblega ante los poderosos, celebrando en verdad a Agamenón, pero sin alabar a tu hermano, y haciendo malévolas alusiones a la ley nada buena que se establecería contra los padres, y mirando siempre a los amigos de Egisto con ojos expresivos. Tales son los heraldos: sonríen siempre a los felices, y son amigos de los que más pueden, y de los magistrados de las ciudades. Luego habló el rey Diomedes,[283] oponiéndose a tu muerte y a la de tu hermano, y defendiendo por piedad la pena del destierro. Aclamáronlo algunos, porque, en su concepto, decía la verdad; otros no lo alababan. Después se levantó un hombre de lengua desenfrenada, temible por su audacia, argivo no verdadero sino intruso,[284] confiado en el tumulto, y a quien su osadía, no su saber, inspiraba, capaz de persuadirle todo lo malo; porque cuando elocuente en sus discursos, aunque de ideas funestas, convence al vulgo, gran daño resulta a la ciudad. Al contrario, los que solo atienden a su bien, son siempre a la larga útiles a su patria. Así debemos juzgar al que más manda en una ciudad, si examinamos este punto, porque igual es la condición del orador a la del que desempeña los cargos más importantes. Este, pues, proponía que tú y Orestes murieseis a pedradas, sobornado por Tindáreo para que hablase en este sentido y recayera sentencia de muerte. Otro sostuvo lo contrario: su traza no era brillante, pero grande su fortaleza, poco amigo de visitar la ciudad y el ágora, dedicado a labrar sus tierras, de los que sirven a su país, de agudo ingenio cuando quiere disputar, íntegro, que vive honradamente: declaró que Orestes, hijo de Agamenón, debía ser coronado porque obró así por vengar a su padre, dando muerte a una mujer tan malvada como impía, y cuando de no hacerlo, nadie querría tomar las armas y hacer la guerra, abandonando su casa, si los que se quedan seducen y corrompen a las mujeres, encargadas de los cuidados domésticos. Aprobáronlo los buenos, y fue el último que habló. Entonces se acercó tu hermano y dijo: «Por vengaros a vosotros, los que poseéis el país pelásgico[285] de Ínaco,[286] y por vengar también a mi padre, di muerte a mi madre. Porque si es lícito a las mujeres asesinar a sus esposos, pronto moriréis o seréis sus esclavos, y haréis lo contrario de lo que debéis hacer. Ha muerto, es verdad, la que fue infiel a mi padre; pero si me condenáis al último suplicio, la ley es inútil, y ninguno evitará la muerte, puesto que la osadía de Clitemnestra tendrá muchas imitadoras». Mas no persuadió a la muchedumbre, aunque pensaron que hablaba con cordura, consiguiéndolo aquel malvado que había sostenido que tú y tu hermano debíais perecer. Con dificultad obtuvo Orestes que no se le apedreara en el acto, prometiendo que ambos os suicidaríais hoy mismo. Pílades, llorando, se lo llevó de la asamblea en compañía de otros amigos, llenos los ojos de lágrimas y compadecidos de sus desdichas; pronto presenciarás un espectáculo doloroso y digno de lástima.[287] Prepara, pues, el puñal o el lazo que ha de poner fin a tu vida, ya que precisamente has de dejar la luz: ni vuestra nobleza ni el pítico Apolo, sentado en su trípode, os han servido para otra cosa que para perderos. EL CORO ¡Oh virgen sin ventura! Tu mirada fija en la tierra y tu silencio anuncian que lágrimas, acompañadas de gemidos, inundarán bien pronto tu faz. ELECTRA _Estrofa 1.ª_ — Ya comienzo mis lamentaciones, ¡oh Pelasgia!, desgarrando mis mejillas con mis blancas uñas,[288] tiñéndolas de sangre y golpeando mi cabeza en honor de la diosa, tan joven como bella, que reina en la subterránea mansión de los infiernos. Gima la clamorosa tierra ciclópea, y corten los argivos sus cabellos. ¡Familia criminal! ¡Compadeceos, compadeceos de los que han de morir en breve, hijos del que capitaneó en otro tiempo a todos los griegos! _Antístrofa 1.ª_ — La estirpe de Pélope, su estirpe y sus hijos no existirán dentro de poco, que los dioses tuvieron envidia de su pasada ventura. Sí, la envidia de los dioses y una sentencia inicua y sanguinaria la han derribado en tierra. ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! Ved, mortales que lloráis y os afligís, cómo sin esperarlo se cumple el destino. Otros tardan a veces mucho tiempo en sufrir desdichas, porque la vida entera de los mortales es instable de suyo. Ojalá que yo vea este peñasco suspendido entre el cielo y la tierra con eslabones de oro, montaña pendiente del Olimpo que se revuelve en remolinos,[289] para aclamar lamentándome a mi viejo abuelo Tántalo, tronco, tronco de mi familia, que presenció tantas desdichas, cuando Pélope, que llevaba a Mírtilo[290] en ligera cuadriga de veloces yeguas, lo precipitó en la mar, turbando el hinchado Ponto en la costa espumosa del Geresto.[291] De aquí los llantos y la maldición de mi linaje, cuando en el rebaño de Atreo, rico en caballos, y por obra del hijo de Maya, nació un prodigio mortífero, sí, mortífero, revestido de vellón de oro, causa bastante de discordia para alterar el curso del sol,[292] que, en vez de dirigirse por su camino de Occidente, retrocedió hacia la Aurora, que cabalga en un solo caballo, mientras Zeus llevaba por otro rumbo a las siete Pléyades. Los asesinatos se suceden unos a otros en esta familia; celébrase el festín, llamado de Tiestes, mánchase el lecho de Aérope, la pérfida cretense, y los últimos males alcanzan a mi padre y a mí después. ¡Oh familia de fatal destino! EL CORO Mira cómo se acerca tu hermano, condenado a muerte por los sufragios, y Pílades, el más fiel de los amigos, ayudándole como un hermano a sostenerse. ELECTRA ¡Ay de mí! Yo gimo, ¡oh hermano!, viéndote ya delante del túmulo y de la pira que ha de enviarte al infierno. ¡Ay otra vez de mí!, que pierdo la razón al mirarte por última vez. ORESTES ¿No te someterás en silencio a lo resuelto, absteniéndote de mujeriles lamentos?[293] Necesario es que sufras estos nuevos males, que tal es nuestra desgracia. ELECTRA ¿Y cómo he de callar? ¿Tan grande ha de ser nuestra desdicha, que no veré más la luz? ORESTES No me mates tú también; basta a mi desventara que lo hagan los argivos; olvídate de nuestros infortunios presentes. ELECTRA ¡Oh Orestes, tan joven y tan desdichado, y debiendo morir tan prematura muerte! Pereces cuando debías vivir. ORESTES Por los dioses, no contristes mi ánimo deplorando nuestra suerte. ELECTRA Moriremos, pero no puedo menos de deplorarla, que la vida, aun llena de amargura, es amada de todos los mortales. ORESTES Este es nuestro último día; menester es, por tanto, preparar los lazos que han de ahorcarnos, o aguzar el acero. ELECTRA Mátame tú, pues, ¡oh hermano!, para que ningún argivo llene de ignominia a los hijos de Agamenón. ORESTES Bastante tengo con la muerte de mi madre; no te mataré: tú, como puedas, morirás por tu propia mano. ELECTRA Sea así: tu espada me servirá, pero quiero estrechar tu cuello entre mis brazos. ORESTES Goza de este vano placer, si placer es abrazar a los que caminan a la muerte. ELECTRA ¡Oh, tú, hermano el más querido! ¡Oh rostro dulcísimo y muy amado!; si tus facciones son las de tu hermana, la misma es también tu alma.[294] ORESTES Tú me obligarás a deshacerme en lágrimas; abrazándote, quiero también corresponderte: ¿y por qué me he de ruborizar? ¡Oh pecho fraternal, oh dulces abrazos! Consolémonos así en nuestro infortunio, ya que somos el uno para el otro el hijo y la esposa o el esposo. ELECTRA ¡Ay de mí! Que el mismo puñal, si es posible, nos dé la muerte, y que un mismo féretro, obra artística de cedro, nos encierre a ambos. ORESTES Sería para mí lo más grato; pero ya ves cómo nos abandonan los amigos, para juntarnos después en la tumba. Nada ha dicho en tu favor, nada ha hecho para que no mueras ese villano Menelao, traidor a mi padre; ni siquiera lo hemos visto; atento solo a no perder su cetro, tuvo miedo de salvar a sus amigos. ¿Qué hemos de hacer? Que sea gloriosa nuestra muerte y digna de los hijos de Agamenón. Y yo probaré mi nobleza a los ciudadanos atravesando mis entrañas con la espada; tú debes hacer lo mismo. Pílades, preside a nuestro suicidio, tributa a nuestros cadáveres los últimos deberes y entiérranos juntos, llevándonos al sepulcro de mi padre. Y adiós; como ves, ahora mismo voy a cumplir mi sentencia. PÍLADES Espera. Tengo que reconvenirte porque has creído que yo querría vivir sin ti. ORESTES ¿Y por qué has de morir conmigo? PÍLADES ¿Qué has dicho? ¿Cómo he de vivir sin verte? ORESTES No mataste a tu madre como yo. PÍLADES Pero sí la tuya, y debo morir como tú. ORESTES Vuelve a buscar a tu padre, y no mueras conmigo. Tú tienes patria, yo no la tengo ya; tu hogar paterno, puerto que te sonríe, ofreciéndote grandes riquezas. Verdad es que no has podido casarte con Electra, como te prometí, para estrechar más nuestra amistad, pero no te faltará otra que te haga padre de larga prole; ya no puede haber ese lazo entre los dos. Que la dicha te acompañe, ¡oh Pílades!, nombre grato entre todos mis iguales. A nosotros nos está vedada la felicidad, no a ti, porque muertos, se acabaron nuestros placeres. PÍLADES Muy distinto es tu parecer del mío. Que ni la fértil tierra acepte mi sangre, ni el éter mi alma[295] si por libertarme yo de la muerte te abandono y te vendo; no niego que yo también maté a tu madre y te aconsejé cuanto te ha acarreado estos males; debo, pues, morir contigo, y con esta al mismo tiempo. Como a mi esposa miro a la que prometí mi mano: ¿cómo podré vindicarme si vuelvo a Delfos al alcázar de los focenses? Yo, que fui vuestro amigo antes de ser vosotros desgraciados, ¿no lo seré ya porque eres infeliz? No es así por cierto; vuestros infortunios serán también los míos. Ya que hemos de morir, discurramos el medio de perder también a Menelao. ORESTES Que así suceda y moriré contento. PÍLADES Haz, pues, lo que te digo, y aplaza ahora tu muerte. ORESTES Sea, pues, si de cualquier manera me vengo de mi enemigo. PÍLADES Calla; tengo en las mujeres poca confianza. ORESTES No desconfíes de estas: son nuestras amigas. PÍLADES Matemos a Helena; el dolor más acerbo para Menelao. ORESTES ¿Cómo? Dispuesto estoy a ello si se presenta ocasión favorable. PÍLADES Degollándola; está oculta en tu palacio. ORESTES Sin duda acogiéndose ya a lugar seguro. PÍLADES Pero no dentro de poco, que será esposa de Hades. ORESTES ¿Y cómo lo lograremos? Bárbaros la acompañan. PÍLADES ¿Cuáles? Nunca he temido a los frigios. ORESTES Como deben ser los que cuidan de sus espejos y perfumes. PÍLADES ¿Todavía le place el lujo y la molicie troyana? ORESTES Tan es así, que la Grecia es para ella estrecha y pobre morada. PÍLADES Nada son los esclavos comparados con los que no lo son. ORESTES Y si lo consigo, no rehusaré morir dos veces. PÍLADES Ni tampoco yo, siempre que te vengue. ORESTES Di cómo hemos de realizar nuestro deseo. PÍLADES Entraremos en el palacio como si fuésemos a morir. ORESTES Entiendo esto, no lo demás. PÍLADES Nos lamentaremos en su presencia de los males que sufrimos. ORESTES Para que llore, aunque en su corazón se ría. PÍLADES Lo mismo que nos sucederá a nosotros. ORESTES ¿Y cómo terminaremos la lucha? PÍLADES Ocultaremos nuestros puñales debajo de los vestidos. ORESTES Pero ¿cómo la hemos de matar, presentes sus servidores? PÍLADES Los enviaremos a distintas partes del palacio. ORESTES Y mataremos al que no callare. PÍLADES Después veremos lo que se ha de hacer. ORESTES _Muerte a Helena_: he aquí la señal. PÍLADES Ya lo has comprendido: ahora te probaré la excelencia de mi proyecto. Si fuese una mujer honesta, sería infame nuestra acción; pero ella pagará lo que debe a toda la Grecia, cuyos padres mató, cuyos hijos perdió, cuyas esposas dejó abandonadas. Habrá júbilo y el fuego brillará en las aras de los dioses; nos colmarán a los dos de bendiciones, porque hemos dado muerte a una mujer criminal. No te llamarán matricida, si la matas, y se olvidará ese nombre odioso, y te apellidarán matador de Helena, causa de muchas muertes. No es lícito, no, que Menelao sea nunca feliz, y que perezcan tu padre, tú, tu hermana y tu madre (dejando esto aparte, que no conviene ahora decirlo), y que posea tu palacio, habiendo recobrado su esposa por la lanza de Agamenón. No viviré más si no esgrimo contra ella el negro acero.[296] Y si no logramos matar a Helena, moriremos después de pegar fuego a este palacio: como no se puede frustrar uno de estos dos propósitos, alcanzaremos fama y pereceremos con honor, o nos salvaremos con gloria. EL CORO Digna es la hija de Tindáreo, que ha deshonrado a su sexo, del odio de todas las mujeres. ORESTES ¡Ah! Nada vale tanto, ni el cetro, ni las riquezas, como un leal amigo; y de necio es posponerlo, siendo fiel, al favor popular. Porque tú hallaste medio de vengarme de Egisto, y me ayudaste en el peligro, y me vuelves a vengar ahora de mis enemigos, y no te alejas de mi lado. Pero no te alabaré, porque la alabanza exagerada es enojosa. Yo, pues, a punto de morir, deseo con todas mis veras ofender a mis enemigos; perdámoslos, pues, que me han hecho traición, y giman por haberme causado tantos males. Hijo soy de Agamenón, que dominó en toda la Grecia, y lo creyeron digno de ese honor por su divina fortaleza, no un tirano; no lo deshonraré sufriendo muerte servil, que moriré como hombre libre, vengándome de Menelao; si realizamos uno solo de nuestros deseos seremos felices; esto es, si matamos, no moriremos, y de cualquier modo nos salvamos. Así lo pido, porque me place y me regocija el ánimo repetir con mis labios estas palabras, que se lleva el aire, expresión de mi mayor anhelo. ELECTRA Creo, ¡oh hermano!, que he encontrado medio de librarte de la muerte, y a este y a mí misma. ORESTES Sería obra de los dioses; pero veámoslo, pues conozco tu prudencia. ELECTRA Oye, y tú (_A Pílades_) atiende. ORESTES Habla, porque se siento cierto deleite acariciando esa consoladora esperanza. ELECTRA ¿Sabes quién es la hija de Helena? Pregunto a quien puede responderme. ORESTES Conozco a Hermíone, a quien educó mi madre. ELECTRA Ha ido al sepulcro de Clitemnestra. ORESTES ¿A qué? ¿Qué esperanza me haces concebir? ELECTRA A hacer libaciones en el sepulcro en nombre de su madre. ORESTES Y bien, ¿qué tiene esto que ver con nuestra salvación? ELECTRA Cuando vuelva, apoderaos de ella, para que sirva de rehén. ORESTES ¿Y cómo nos salvará a los tres? ELECTRA Muerta Helena, si Menelao quiere ofenderte, o a este, o a mí (pues los tres somos uno solo, unidos por la amistad), amenázale con la muerte de Hermíone, desenvaina tu espada, suspéndela sobre el cuello de la virgen, y si Menelao por recobrar su hija no te mata, viendo ya a Helena en tierra, bañada en su sangre, devuélvela a su padre; pero si se deja llevar de la ira y de su rabia impotente y quiere matarte, hiere tú también el cuello de la virgen. Yo creo que aunque se enfurezca al principio, después se ablandará su ánimo: no es osado ni fuerte. Tal es mi áncora de salvación, y lo que tenía que decir. ORESTES ¡Oh doncella de ánimo varonil, y hermosa entre las mujeres! ¡Cuánto más digna eras de vivir que de morir! ¿Perderás, ¡oh Pílades!, esta esposa, cuando si vives serás feliz con ella? PÍLADES Ojalá se realicen tus deseos, y vaya a la ciudad de los focenses, y celebre en ella suntuosas nupcias. ORESTES ¿Cuándo vendrá Hermíone? Porque habrás acertado, si tenemos la dicha de apoderarnos de la hijuela de ese padre impío. ELECTRA Debe estar cerca de aquí, atendiendo al tiempo transcurrido desde que salió. ORESTES Muy bien: tú, hermana Electra, sal del palacio y recibe a la virgen, y observa si alguno se aproxima antes de ejecutar nuestro proyecto, ya sea amigo suyo, ya el hermano de nuestro padre, y avisa entonces, o llamando a la puerta, o dando una voz. Entremos nosotros, ¡oh Pílades!, y armemos con la espada nuestras diestras para el último combate, que tú eres el que me ayudas en mis trabajos. ¡Oh padre, que habitas en la morada de la negra noche!; tu hijo Orestes te invoca para que vengas y lo auxilies: desgraciado, sufro por tu causa injustamente, y a pesar de esto, me hace traición tu hermano, cuya esposa quiero matar: que nos socorras en este trance. ELECTRA Ven al fin, ¡oh padre!, si debajo de la tierra oyes a tus hijos, que te llaman y que mueren por tu causa. PÍLADES Oye también, ¡oh Agamenón!, pariente de mi padre,[297] mis súplicas, y salva a tus hijos. ORESTES Maté a mi madre... PÍLADES Y yo esgrimí la espada. ELECTRA Y yo los animé, y desvanecí sus temores. ORESTES Por vengarte, ¡oh padre! ELECTRA Y yo no te hice traición. PÍLADES Ensalza, pues, estas súplicas, y salva a tus hijos. ORESTES Sírvante de libaciones estas lágrimas. ELECTRA Y yo te ofrezco mis lamentos. PÍLADES Cesad ya, y ejecutemos nuestro proyecto. Sin duda nos ha oído, si las súplicas penetran debajo de la tierra. Tú, ¡oh Zeus!, padre de mi linaje y protector de la justicia, muéstrate propicio a este, y a mí, y a aquella; una es la causa que a los tres mueve, lucha igual nos amenaza, y nos salvaremos o moriremos. (_Orestes y Pílades entran en el palacio_). ELECTRA _Estrofa_. — ¡Oh hijas amadas de Micenas, las primeras en el pelásgico suelo de los argivos! EL CORO ¿Qué voz haces oír, ¡oh princesa nuestra!? Al menos te queda este título en la ciudad de las Danaides. ELECTRA Que parte de vosotras guarde este camino, y otras esta senda que viene hacia el palacio. EL CORO ¿Por qué me ordenas esto, dime, ¡oh amada!? ELECTRA Temo que alguno se acerque y nos amenace de muerte, y añada nuevos males a los que ya sufrimos. (_El coro se divide en dos mitades, y cada una se sitúa en un extremo del teatro, entre el escenario y los espectadores_). PRIMER SEMICORO (_mirando hacia la ciudad_). Ea, apresurémonos; yo vigilaré la senda que se dirige hacia el oriente. SEGUNDO SEMICORO (_hacia la parte opuesta_). Y yo esta otra, que lleva al ocaso. ELECTRA Mirad a uno y otro lado, y después a vuestro frente. PRIMER SEMICORO Ya te obedecemos. ELECTRA _Antístrofa_. — Mirad alrededor, y que vuestros ojos, atravesando los rizos de vuestra cabellera, lo vean todo. SEGUNDO SEMICORO ¿Quién está en la senda? ¿Quién es ese rústico que da vueltas alrededor de tu palacio? ELECTRA (_al primer semicoro_). Perdidas somos, ¡oh amigas!; descubrirá pronto a los enemigos, a las fieras armadas que están aquí escondidas. SEGUNDO SEMICORO No tengas miedo; nadie hay en la senda, aunque creas lo contrario. ELECTRA (_al primer semicoro_). ¿Cómo, pues? ¿No hay temor por esta parte? Dadme una respuesta favorable, y decidme si nada se ve delante del palacio. PRIMER SEMICORO Por aquí todo va bien; pero observa por ahí, para que ninguno de los hijos de Dánao se acerque por esta parte. SEGUNDO SEMICORO Lo mismo decimos; por aquí nadie se mueve. ELECTRA (_dirigiéndose hacia la puerta_). Ea, pues; avisaré llamando a la puerta. (_Hablando a los de dentro_). ¿Por qué vaciláis, vosotros los que estáis dentro, y no inmoláis tranquilamente a la víctima? _Epodo_. — No me oyen, ¡oh desventurada! La belleza embota vuestras cuchillas.[298] No tardará en acometerlos algún argivo armado que se acercará a pie a auxiliar a Helena. (_Al coro_). Mirad con más cuidado, que ahora no es ocasión de estar sentadas, sino de que unas y otras observéis lo que sucede. EL CORO (_varían de lugar los dos semicoros_). Cambiemos de puesto, y miremos por todas partes. HELENA (_desde dentro_). ¡Oh pelásgica Argos! ¡Miserablemente muero! SEGUNDO SEMICORO ¿Oís? Ya los hombres han dado principio a la obra. PRIMER SEMICORO Al parecer son los clamores de Helena.[299] ELECTRA ¡Oh Zeus, oh Zeus de eterno poder; ven, ven a ayudar a mis amigos! HELENA ¡Yo muero, ¡oh Menelao!, y tú no me socorres! ELECTRA (_hablando a los de dentro_). Asesinad, matad, herid; que vuestras manos esgriman las espadas cortadoras de dos filos contra la que abandonó a sus padres y a su esposo y causó la muerte de muchos griegos, que perecieron en la guerra a las orillas del río Escamandro, desde donde las saetas de punta acerada hicieron derramar tantas lágrimas. PRIMER SEMICORO (_acercándose a Electra_). Callad, callad: oigo cierto ruido, como si alguno viniera corriendo a la senda próxima al palacio. ELECTRA (_alejándose un poco y mirando con atención_). Hermíone, ¡oh mujeres muy queridas!, llega ahora, en el momento más crítico; cesen vuestros clamores, que viene a caer en las redes. Presa egregia será si se enreda en ellas. Estaos, pues, otra vez quietas, y que vuestros rostros no den a entender lo que ha sucedido (_Reúnense los semicoros_), que mis ojos aparecerán mustios, como si no supiera nada. (_Detiénese un momento, y habla con Hermíone_). ¿Llegaste al fin, ¡oh virgen!, después de coronar el sepulcro de Clitemnestra y de ofrecer las libaciones a los dioses infernales? HERMÍONE Vengo después de ofrecer las libaciones, pero tengo miedo, porque allá a lo lejos creo haber oído cierto grito en este palacio. ELECTRA ¿Cómo así? Las nuevas desdichas que nos atormentan bien merecen tales lamentos. HERMÍONE No pronuncies palabras de mal agüero. ¿Hablas de nuevas desdichas? ELECTRA Los ciudadanos han decretado mi muerte y la de mi hermano. HERMÍONE Que no lo permitan los dioses, porque sois mis parientes. ELECTRA Se ha decretado ya; el yugo de la necesidad nos oprime. HERMÍONE ¿Es esa la causa de los clamores que se oían? ELECTRA Suplicante y prosternado a las rodillas de Helena exclama... HERMÍONE ¿Quién? Nada sé si no me lo dices. ELECTRA El desdichado Orestes, por salvar su vida y la mía. HERMÍONE Con razón, pues, se oyen tristes clamores en el palacio. ELECTRA ¿Y qué motivo más justo? Pero ven, acompáñanos en nuestras súplicas; prostérnate con tus amigos ante tu madre muy feliz, para que Menelao no presencie nuestro suplicio. Y ya que te educó la mía, compadécete de nosotros y consuélanos en nuestros males; ven y serás testigo de nuestras angustias; yo te precederé, porque en ti sola ciframos nuestra esperanza. HERMÍONE (_dirigiéndose con rapidez hacia la puerta_). Mira cómo me apresuro a entrar en el palacio. Os salvaré, pues, si está en mi mano. ELECTRA (_a los de dentro_). Vosotros, mis amigos, que dentro estáis armados, ¿no os apoderaréis de vuestra presa? (_Orestes y Pílades aparecen a la puerta_). HERMÍONE ¡Ay de mí! ¿A quiénes veo? ORESTES (_apoderándose de ella_). Calla por tu bien; prenda de salvación eres para nosotros, no para ti. ELECTRA (_mientras se llevan a Hermíone_). Aseguradla, aseguradla, y acercando a su cuello la espada, estaos quietos hasta que sepa Menelao que, habiendo aquí hombres, no cobardes frigios, ha sufrido la pena que merecen los villanos. (_Entra en el palacio_). EL CORO _Estrofa_. — ¡Hola, hola, amigas!; haced ruido, clamad y gritad delante del palacio, para que no se aterren los argivos al saber el asesinato cometido y socorran a los tiranos antes de que yo vea muerta a Helena, yaciendo en tierra ensangrentada, o lo anuncie alguno de sus servidores, pues aunque algo ha llegado a mi noticia, no lo sé bien todo. Justa es la venganza que los dioses toman de Helena, que llenó de lágrimas a la Grecia a causa del funesto, del funesto pastor del Ida. Pero callaos, porque se oye ruido en los regios aposentos, y sale algún frigio, que nos contará lo ocurrido en ellos. EL FRIGIO[300] (_saliendo precipitadamente del palacio_). Con mi bárbaro calzado[301] me libré de la muerte con que me amenazaba la espada argiva, dejando los artesonados de cedro del tálamo nupcial, y los dóricos triglifos,[302] lejos, lejos, ¡oh tierra, oh tierra!, en mi bárbara fuga. ¡Ay de mí! ¿Cómo, ¡oh vosotras, que me dais hospitalidad!, cortaré volando el aire lúcido, o las ondas, que con su cabeza de toro revuelve el Océano,[303] que cerca a la tierra? EL CORO ¿Qué sucede, servidor de Helena, habitante del Ida? EL FRIGIO ¡Ilión! ¡Ilión! ¡Ay de mí! Ciudad frigia de fértil tierra, sagrado monte Ida, lloro tu ruina en triste canto, sí, en triste canto y bárbaro lenguaje, que te derribó la hija de Leda y del Cisne, la hermosa y funesta Helena, furia que allanó las murallas labradas por Apolo.[304] Oye mis lamentos, oye mis lamentos, mísera fundación de Dárdano,[305] cuna de Ganimedes, aficionado a los ejercicios ecuestres y querido de Zeus. EL CORO Dinos con claridad lo que ha sucedido en el palacio, que ni aun por conjetura puedo entender lo que acabas de decir ahora. EL FRIGIO _Ælinon, ælinon_, clamoroso grito con que principian los bárbaros sus fúnebres plegarias en lenguaje asiático cuando la cuchilla afilada de Hades derrama sobre la tierra sangre de reyes. Dos leones griegos gemelos, para contártelo todo, llegaron al palacio, y el uno llevaba el nombre del capitán de toda la Grecia,[306] y el otro era hijo de Estrofio, pérfido forjador de males, astuto y doloso como Odiseo, pero amigo fiel, osado en la pelea, hábil en la guerra y mortífero dragón. ¡Muera por su serena prudencia, porque es un malvado! Penetraron hasta el trono de la que fue esposa del flechero Paris, llenos de lágrimas sus ojos, y se sentaron humildes uno a un lado, otro al otro, y los dos nos espiaban a todos. Con sus manos suplicantes abrazan las rodillas de Helena uno y otro, sí, uno y otro. Presurosos acudieron los servidores frigios, presurosos acudieron, y hablaban entre sí temiendo algún lazo. Y los unos creían que no había motivo de desconfianza, y los demás que el dragón matricida atraería a sus dolosas redes a la hija de Tindáreo. EL CORO ¿Y en dónde estabas tú entonces? ¿Habías huido ya? EL FRIGIO Casualmente, según costumbre, según costumbre frigia, echaba yo aire de frente con un abanico de plumas a los cabellos de Helena, de Helena, a la usanza bárbara. Ella hilaba lino con sus dedos y hacía girar la rueca, cayendo en tierra los hilos, porque quería engalanar con ellos frigios despojos para el túmulo de Clitemnestra, y ofrecerle un vestido de púrpura. Así habló Orestes a la lacedemonia: «Que tus plantas toquen la tierra, ¡oh hija de Zeus!: desciende de ese trono al hogar de mi viejo abuelo Pélope, para que oigas mi ruego». Llevósela, llevósela en efecto, y ella le siguió sin adivinar su propósito. El malvado focense le ayudaba también diciendo: «¿Por qué no os alejáis de aquí, frigios imprudentes?»; y nos encerró en distintos lugares, ya en las cuadras, ya en las exedras, ya en distintos aposentos, separándonos a todos de nuestra señora.[307] EL CORO ¿Y qué calamidad sucedió después? EL FRIGIO ¡Poderosa, propicia madre idea![308] ¡Ay, ay, sangrienta calamidad! ¡Males impíos, que vieron mis ojos en la mansión de los reyes! Protegidos por la oscuridad sacan las espadas ocultas bajo sus vestidos de púrpura y miran a todas partes, temiendo que acudiese alguno. Como jabalíes de las selvas revuélvense contra Helena, y le dicen: «Morirás, morirás; te mata tu pérfido esposo, que ha vendido al hijo de su hermano, entregándolo en Argos a la muerte». Ella exclamó, ella gritó: «¡Ay de mí, ay de mí!», y con su blanca mano lastimó su pecho, y golpeó tristemente su cabeza, y huyó, huyó con sus doradas sandalias; pero Orestes la agarró por los cabellos, después de alcanzarla con su calzado miceno, y doblando su cuello sobre el hombro izquierdo, se disponía a hundir en la garganta la negra cuchilla. EL CORO Y los frigios que allí estaban, ¿no la socorrían? EL FRIGIO Después que, dando espantosos gritos, derribamos con palancas los postes y las puertas de los aposentos en que estábamos encerrados, cada cual acudió al socorro desde distintos puntos, este con piedras, el otro con armas arrojadizas, estotro esgrimiendo en sus manos la espada. Contra nosotros se adelantó el invencible Pílades, cual el frigio Héctor o cual Áyax,[309] insigne por su casco de tres penachos, al que yo vi, sí, yo mismo vi a las puertas de Príamo, y comenzamos a pelear. Entonces, en verdad, probamos los frigios cuán inferiores somos a los griegos en la guerra: el uno huyó, el otro cayó muerto, este fue herido, aquel suplicaba pidiendo que le perdonasen la vida, pero las tinieblas nos salvaron a algunos. Parte exhalaban el alma, parte caían; otros, en fin, yacían heridos mortalmente. Hermíone, la desventurada, llegó al palacio cuando ya su madre no respiraba, su mísera madre, la que le dio la vida, y como tierna ciervecilla fue arrebatada por ellos, como ligeras bacantes sin tirsos, e hirieron otra vez a la hija de Zeus, que desapareció del lecho, ¡oh Zeus, y Tierra, y Luz, y Noche!, por encanto, o por arte mágica, o por obra de los dioses. Lo que después sucediera no lo sé, que fugitivo he salido del palacio. Menelao, víctima de tantas calamidades, ha recobrado inútilmente de los troyanos su esposa Helena. EL CORO Después de tan extraños sucesos algún otro ocurrirá, porque veo venir a Orestes hacia aquí con trémulo paso esgrimiendo su espada. ORESTES[310] ¿En dónde está el que se escapó de mis manos en el palacio? EL FRIGIO (_cayendo a sus pies_). Yo te adoro, ¡oh rey!, prosternado a la usanza bárbara. ORESTES Aquí no estamos en Troya, sino en Argos. EL FRIGIO En todas partes creen los sabios que es más dulce la vida que la muerte. ORESTES ¿No has llamado a Menelao para que te socorra? EL FRIGIO Al contrario, para que te diesen ayuda: tú vales más que él. ORESTES ¿Ha sido justa la muerte de la hija de Tindáreo? EL FRIGIO La más justa, aunque tuviese tres gargantas para morir. ORESTES De miedo me alabas, aunque no digas lo que sientes. EL FRIGIO ¿Cómo no, si nos ha perdido a todos, frigios y griegos? ORESTES Jura (porque si no, te mato) que no hablas así por congraciarte conmigo. EL FRIGIO Lo juro por mi alma, por la cual siempre he jurado santamente. ORESTES ¿Tanto miedo tenían en Troya al acero todos los frigios? EL FRIGIO Separa de mí tu espada, que cerca vibra su resplandor cruelmente. ORESTES ¿Temes convertirte en piedra, como si vieras la Gorgona? EL FRIGIO Morir es lo que temo: no he visto nunca la cabeza de la Gorgona. ORESTES Siendo esclavo, ¿odias la muerte, que te librará de tus males? EL FRIGIO Todos los hombres, aunque sean esclavos, gozan viendo la luz. ORESTES Dices bien; tu prudencia te salva, pero entra en el palacio. EL FRIGIO ¿No me matarás? ORESTES Nada temas. EL FRIGIO Grata palabra has pronunciado. ORESTES Pero la retractaré. EL FRIGIO Estas no son gratas. (_Vase_). ORESTES Necio eres si piensas que tengo empeño en derramar tu sangre, porque ni naciste mujer, ni te puedo contar entre los hombres. Vengo del palacio para que no alborotes con tus gritos, que los argivos pronto acudirán si te oyen. No temo salir con mi espada al encuentro de Menelao, aunque venga ostentando sus blondos cabellos esparcidos por los hombros; pero si trae en su ayuda tropas argivas para vengar la muerte de Helena, y no me perdona la vida, ni a mi hermana, ni a Pílades, que ha sido en todo mi cómplice, verá dos cadáveres, el de su esposa y el de su hija virgen. (_Entra en el palacio_). EL CORO ¡Ay, ay! ¡Nueva lucha, nueva y terrible lucha amenaza al linaje de los Atridas! PRIMER SEMICORO ¿Qué hacemos? ¿Lo anunciamos a los ciudadanos? ¿Nos callamos? SEGUNDO SEMICORO Esto es lo más seguro, ¡oh amadas! PRIMER SEMICORO Mira cómo se eleva el humo por los aires delante del palacio, y anuncia algún nuevo suceso. SEGUNDO SEMICORO Encienden las antorchas como para abrasar la morada de Tántalo, y no desisten de su sanguinario proyecto. EL CORO Los dioses acaban con los hombres, sí, acaban con ellos cuando quieren. Su fuerza es incontrastable; un numen vengador ha derruido, ha derruido este palacio con sangrientos horrores, por haber precipitado a Mírtilo de su carro. Pero veo a Menelao, que se acerca a paso rápido, sabedor acaso de la desgracia que aquí ha ocurrido. Atridas, que dentro estáis, que las barras cierren pronto las puertas. Cruel es que el hombre, mimado por la fortuna, haga la guerra a quienes, como a ti ahora, ¡oh Orestes!, se muestra adversa. MENELAO Traénme las execrables maldades cometidas por dos leones osados, pues no los debo llamar hombres. Me han dicho que no ha muerto mi esposa, sino que ha desaparecido del palacio, según cuenta un vano rumor, hijo acaso del miedo del que me lo refirió; pero estas son maquinaciones matricidas y un horrible sarcasmo. Que abra alguno el palacio; mandaré a los esclavos que penetren en él a la fuerza para arrancar al menos a mi hija del poder de estos hombres manchados de sangre, y recobraré el cuerpo de mi desventurada esposa; si no, sus osados asesinos morirán como ella a mis manos. (_Orestes, Pílades y Electra aparecen en lo alto del palacio. Orestes amenaza con su espada el cuello de Hermíone. Pílades y Electra agitan antorchas encendidas_). ORESTES ¡Ay de ti si te acercas a estos aposentos!; a ti digo, ¡oh Menelao!, hinchado por la soberbia, que romperé tu cabeza con esta almena, destrozando tan antiguos techos, obra de ingenioso artífice: con barras están aseguradas las puertas, que te impedirán traer auxilio y entrar. MENELAO ¡Hola! ¿Qué significa esto? Veo el resplandor de las llamas, y a los que aparecen en lo alto del palacio amenazando con su espada el cuello de mi hija. ORESTES ¿Quieres preguntarme, oírme? MENELAO Ni una cosa ni otra; pero por lo visto es necesario escucharte. ORESTES Mataré a tu hija, si quieres saberlo. MENELAO Después de sacrificar a Helena, ¿intentas cometer otro asesinato? ORESTES Ojalá que así hubiera sido y no me engañaran los dioses. MENELAO ¿Niegas que la has asesinado, y lo dices para insultarme? ORESTES Con tristeza lo niego: ojalá que hubiese logrado... MENELAO ¿Qué hacer? Me vence el terror que me inspiras. ORESTES Lanzar al Orco a la furia de la Grecia. MENELAO Devuélveme el cadáver de mi esposa para depositarlo en su sepulcro. ORESTES Pídela a los dioses; pero mataré a tu hija. MENELAO El matricida comete un asesinato tras otro. ORESTES Vengador de mi padre, a quien tú vendiste para que muriese. MENELAO ¿No te basta tu reciente matricidio? ORESTES No me cansaré nunca de matar mujeres perversas. MENELAO ¿Tú también, ¡oh Pílades!, eres cómplice de este asesino? ORESTES Quien calla otorga; basta que yo hable.[311] MENELAO Pero no te alegrarás mucho tiempo si no tienes alas para huir. ORESTES No huiremos, que el fuego devorará al palacio. MENELAO ¿Osarás destruirlo, siendo de tu padre? ORESTES Para que tú no lo poseas, y mataremos además a esta en medio de las llamas. MENELAO Mátala, que si lo haces, me lo pagarás todo. ORESTES Así será. MENELAO ¡Ay, ay! ¡No, por los dioses! ORESTES Calla ya, y ten paciencia, sufriendo este mal merecido. MENELAO ¿Y es justo que tú vivas? ORESTES Y que reine en este país. MENELAO ¿En cuál? ORESTES En la pelásgica Argos. MENELAO ¿Osarías tocar sin escrúpulos las libaciones?... ORESTES ¿Por qué no? MENELAO ¿Y tirar en tierra las víctimas antes de la pelea?[312] ORESTES ¿Y tú puedes hacerlo sin obstáculo? MENELAO Porque están puras mis manos. ORESTES Pero no tu alma. MENELAO ¿Quién te hablará? ORESTES Todo el que ame a su padre. MENELAO ¿Y el que honre a su madre? ORESTES Es feliz. MENELAO No tú. ORESTES No me agradan las malvadas. MENELAO Aleja tu cuchilla de mi hija. ORESTES Te engañas. MENELAO ¿Pero la matarás? ORESTES No lo dudarás mucho tiempo. MENELAO ¡Ay de mí! ¿Qué haré? ORESTES Ve a Argos y persuade... MENELAO ¿Qué? ORESTES A los ciudadanos que anulen nuestra sentencia de muerte. MENELAO ¿O mataréis a mi hija? ORESTES Justamente. MENELAO ¡Oh desventurada Helena![313] ORESTES Y mis desdichas, ¿nada son para ti? MENELAO Desde Troya te traje una víctima... ORESTES Ojalá que así hubiera sido. MENELAO Después de sufrir innumerables trabajos. ORESTES Solo que no han sido por mi causa. MENELAO Crueles fueron mis males. ORESTES Con razón: nada podías hacer entonces. MENELAO A ti me someto. ORESTES Tu misma maldad ha forjado tus cadenas. Pero tú, Electra, incendia este palacio, y tú, Pílades, el más leal de mis amigos, haz lo mismo con los techos sostenidos por estos muros. MENELAO ¡Oh tierra de los dánaos y fundadores de la ecuestre Argos! ¿No acudís armados a mi socorro? Este devasta con violencia vuestra ciudad para salvar su vida, después de haber dado a su madre muerte abominable. APOLO (_que aparece sobre el palacio_).[314] Aplaca tu furia, ¡oh Menelao!, que yo, Febo, te lo digo, hijo de Leto, a quien ves delante de ti; y tú, Orestes, que con tus armas no te separas de esa virgen, oye mis palabras. Helena, a quien deseabas matar por vengarte de Menelao, no teme ya tu ira, y es esta que contemplas en los senos etéreos, salvada por mí, y no muerta a tus manos. Yo la liberté, yo la libré del filo de tu espada por mandato de Zeus, nuestro padre: basta que sea su hija para que viva inmortal con Cástor y Pólux y proteja a los navegantes desde los etéreos senos. Elige, pues, otra esposa, ya que los dioses, a causa de su belleza, hicieron combatir a griegos y frigios y consintieron esos horrores para purgar a la tierra de la soberbia de tantos mortales. Esto por lo que toca a Helena: tú, Orestes, después de atravesar los confines de este territorio, habitarás un año[315] en el suelo parrasio,[316] que en memoria de tu destierro se llamará Oresteo por los arcadios y azanes.[317] Desde allí irás a la ciudad de los atenienses, y darás cuenta a las tres Furias del asesinato de tu madre; pues los dioses, patronos de tu causa, te harán cumplida justicia en el Areópago, y tú vencerás. El destino manda, ¡oh Orestes!, que te cases con Hermíone, cuya cerviz amenazas ahora, pues nunca será esposa de Neoptólemo, a pesar de sus esperanzas. Una espada délfica lo inmolará cuando pida que yo sea castigado por la muerte de su padre Aquiles. Que el himeneo selle la unión de tu hermana con Pílades, a quien en otro tiempo la prometiste, y su vida será feliz en adelante. Tú, Menelao, deja a Orestes reinar en Argos, y regirás a Esparta, dote de tu esposa, causa para ti hasta ahora de incesantes trabajos. Yo arreglaré tus asuntos en aquella ciudad,[318] puesto que te obligué a matar a tu madre. ORESTES ¡Oh profeta Apolo!, no nos engañaron tus oráculos, que has sido veraz, aunque temí haber oído la voz de algún otro numen, creyendo escuchar la tuya; pero todo se ha cumplido felizmente, y te obedeceré en cuanto mandan. Perdono a Hermíone la vida, y será mi esposa si lo aprueba su padre. MENELAO Salve, Helena, hija de Zeus: yo celebraré tu gloria, porque habitas en la afortunada mansión de los dioses. Ya que Febo lo ordena, te doy mi hija por esposa: noble eres tú, y noble ella y su linaje; que seas dichoso y yo también, que te la entrego. APOLO Obedecedme, y que acaben de una vez vuestras disensiones. MENELAO Obedezcamos. ORESTES Y yo también. Propicia como la tuya es ya mi fortuna, ¡oh Menelao!, y propicios son también tus oráculos, ¡oh Apolo! APOLO Andad, pues, y venerad a la Paz, la más bella de las diosas: yo, atravesando el polo, sembrado de espléndidos astros, llevaré a Helena al palacio de Zeus, en donde se sentará al lado de Hera y de Hebe,[319] la esposa de Heracles, y será diosa entre los hombres, y la honrarán con libaciones, juntamente con los Tindáridas, hijos de Zeus, que protegen en el mar a los navegantes. EL CORO ¡Oh Victoria, digna de la mayor veneración!; favoréceme mientras viva, y nunca dejes de coronarme. ALCESTIS ARGUMENTO Desterrado Apolo del cielo por la muerte de los cíclopes, forjadores de los rayos con que Zeus mató a su hijo Esculapio, se refugió en el palacio de Admeto, rey de la Tesalia, cuyos ganados guardó, siendo recompensado por él generosamente. Agradecido a sus beneficios le salvó una vez la vida engañando a las Parcas, y obtuvo después el consentimiento de Zeus para librarlo de la muerte, si encontraba algún otro que quisiese morir por él. La empresa no era nada fácil, y hasta los padres de Admeto, ya ancianos, rehusaron hacer por su hijo este sacrificio. Sin embargo, Alcestis, su esposa, no vaciló en dar por él su vida, aunque joven, bella y reina, y dejando dos hijos huérfanos. La acción de la tragedia comienza poco antes de morir Alcestis, y Apolo y la Muerte discuten sobre este suceso inminente. Ambos esposos se despiden uno de otro con la mayor ternura, y ella muere después muy llorada de todos sus servidores, que la adoraban por su bondad. Admeto se dispone a celebrar sus funerales con gran pompa y aparato, cuando primero se presenta su padre, que trae dones mortuorios para la difunta, dando origen a un altercado nada edificante entre ambos, y después Heracles pidiendo hospitalidad, puesto que ignoraba la desdicha de su amigo el rey de los tesalios. El hijo de Alcmena, que ve impresas las señales del más acerbo dolor en el rostro de su huésped, le pregunta la causa con interés, y a pesar de su insistencia, nada averigua de positivo, porque Admeto desea hospedarlo, y si le descubre la verdad, se expone a que se ausente en busca de otro albergue. Sus réplicas anfibológicas inducen a Heracles a aceptar el hospedaje que se le ofrece, y en su consecuencia penetra en la hospedería aislada del palacio, y a fuer de buen gastrónomo se abandona por completo a los placeres de la mesa, y come y bebe de lo lindo, coronado de mirto y entonando escandalosos y báquicos cantares. El esclavo que le sirve, no pudiendo disimular su pena, excita las sospechas del héroe, que llega al fin a saberlo lodo. Apodérase entonces de sus armas, y escondiéndose junto al túmulo de Alcestis, sorprende a Hades cuando venía a gustar las fúnebres ofrendas, y le obliga a soltar su presa, devolviendo la vida a la difunta, y llevándola cubierta con un velo al palacio de su esposo. Empéñase en persuadir a este que la guarde hasta su vuelta, pretextando que la ha ganado legítimamente en unos juegos, en que se ofrecía por premio al vencedor, y tanto le importuna, que Admeto consiente en hacer este nuevo sacrificio por su amigo, quien le descubre al cabo que aquella mujer confiada a su custodia es su propia esposa. Fácil es de ver que esta tragedia, así por la sencillez de su plan como por la moralidad que resulta de la acción, es una de las mejores de Eurípides, acercándose a las de Sófocles. Apolo, agradecido a los beneficios de Admeto, premia su virtud sin proponerse la satisfacción de ninguna pasión mezquina e indigna de los dioses; Admeto obtiene merecida recompensa por la generosa hospitalidad que dispensa a Apolo y a su amigo Heracles; Alcestis resucita en justo galardón del sacrificio que hace por su esposo; y Heracles, correspondiendo a la amistad de Admeto, paga con usura la hospitalidad que de él recibe. La diferente condición social de la mujer entre nosotros, comparada con la que tenía en Grecia, y el resto de sentimientos caballerescos que todavía conservamos, nos hacen mirar con desagrado la aquiescencia del rey de los tesalios al sacrificio de su esposa, y vituperar el egoísmo de un soberano que, por amor a la vida, consiente en perder la mejor de las mujeres; pero debemos advertir que las costumbres griegas eran muy diversas de las nuestras, y que, suponiendo su existencia, no aparece su acción tan baja como antes. Faltando Admeto, sus hijos quedan entregados a Alcestis en edad temprana, y expuestos a todas las violencias e iniquidades consiguientes al elevado rango que en su país ocupan, y a los amaños e intrigas de los ambiciosos que quieren reinar; la Tesalia pierde un rey piadoso, respetado y justo en la flor de sus años, y corre grave riesgo de sufrir los peligros de una larga minoría o del cambio de soberano; y Apolo, protector de Admeto y de los tesalios, o revela su impotencia en remediar estos males, o, en la imposibilidad de recompensar directamente a su bienhechor y amigo, ha de permitir que baje a los infiernos la dueña del palacio, en donde encontró un asilo en su desgracia. Verdad es que también nos repugna la escena en que se injurian gravemente Feres y Admeto, padre e hijo, ya porque no se conforma con nuestras ideas modernas, ya porque parecen contradecir las que tenemos formadas de los antiguos, los cuales, según dicen, hacían alarde de su respeto a la ancianidad. Téngase, no obstante, en cuenta que los dramáticos griegos, por regla general, no ofrecen caracteres como debieran ser, sino cómo son en realidad, y que sus personajes ceden siempre al sentimiento más espontáneo, natural y sencillo, aunque no sea el más moral, como sucede el _Áyax_, de Sófocles, que se suicida, ciego de vergüenza, al recobrar el juicio y reflexionar en el ridículo en que ha incurrido, y a Admeto, en esta tragedia que criticamos, airado contra sus padres por la pérdida de su amada esposa, y en situación poco a propósito para medir sus palabras y moderar sus pasiones. Lo mismo sucede con Alcestis, algo vana y presuntuosa a nuestro juicio, pero natural y sencilla a pesar de todo. La escena en que se despiden ambos esposos es bellísima, y no menos bella la en que Heracles presenta a Admeto su perdida compañera. Obsérvase también que Eurípides no altera la tradición mitológica, y que el desenlace y algunas escenas son más cómicas que trágicas. Esta última circunstancia se comprende recordando que dicha tragedia era la cuarta de una tetralogía cuyas tres primeras fueron, por su orden, _Las Cretenses, Alcmeón en Psófide_ y _Télefo_, y que por consiguiente ocupaba el lugar del drama satírico, y tenía cierto carácter cómico. Se representó siendo arconte Glaucino, en la olimpiada 86, 2, ganando Sófocles el primer premio y Eurípides el segundo, según se desprende de las palabras del autor del argumento griego de esta tragedia, que dice así: τὸ δὲ δρᾶμα ἐποιήθη ιζ.’ ἐδιδάχθη ἐπὶ Γλαυκίνου ἄρχοντος πέ ὀλ. πρῶτος ἦν Σοφοκλῆς, δεύτερος Εὐριπίδης Κρήσσαις, Ἄλκμαίωονι τῷ διὰ Ψωφῖδος, Τηλέφῳ, Αλκήστιδι. El argumento de _Las Cretenses_ era relativo al crimen de Atreo cuando sirvió a su hermano Tiestes sus propios hijos, y su título provenía del coro, compuesto de mujeres de Creta, servidoras de Aérope, la esposa de Atreo; el de _Alcmeón_ a las aventuras de este en Psófide, en donde se casó con Alfesibea y fue castigado por su suegro Fegeo por haber contraído segundas nupcias con Calírroe, hija del rey Aqueloo, viviendo su primera esposa; y por último el de _Télefo_ a la cura de la herida de este rey de la Misia, hecha por la lanza de Aquiles, que podía solo sanarla. PERSONAJES APOLO. LA MUERTE. CORO DE ANCIANOS DE FERES. UNA ESCLAVA DE ALCESTIS. ALCESTIS, _esposa de Admeto._ UN CRIADO DE ADMETO. ADMETO, _rey de Feres._ EUMELO, _hijo de Admeto y de Alcestis._ HERACLES. FERES, _padre de Admeto._ La acción es en Feres, en la Tesalia. Vese en la escena el palacio de Admeto, del cual sale Apolo. APOLO ¡Oh palacio de Admeto,[320] en donde, siendo dios, me senté a la mesa de los siervos! Porque Zeus dio muerte a mi hijo Esculapio,[321] lanzando la llama contra su pecho, y excitó mi ira hasta el punto de obligarme a matar a los cíclopes, que forjan los rayos de Zeus, y mi padre en castigo me forzó a servir a un mortal. Cuando vine, pues, a esta región, apacentaba los bueyes de mi huésped, y desde entonces he protegido siempre a su familia. Yo, piadoso, tropecé con un varón que también lo era, con el hijo de Feres,[322] a quien salvé de la muerte engañando a las Parcas; concediéronme estas librar a Admeto del duro trance que le amenazaba si en su lugar llevaba otro muerto a los infiernos. Exploré la voluntad de todos, importuné a sus amigos, a su padre, a la anciana madre que lo dio a luz, y ninguno quiso morir por él y dejar de ver el sol, excepto su esposa, la cual ahora, llevada en brazos ajenos, está próxima a expirar: hoy morirá fatalmente. Y yo, para no contaminarme[323] en este palacio, abandono sus techos muy queridos. Ya veo a la Muerte, sacerdotisa de Hades, que la llevará al Orco; oportunamente llega hoy, porque Alcestis ha de morir sin remedio. LA MUERTE (_con negros vestidos, negras alas y armada de su guadaña_). ¡Ah, ah! ¿Qué haces junto a este palacio? ¿Por qué rondas, Febo? Segunda vez eres injusto, pues cercenas y usurpas honores debidos a los dioses infernales. ¿No te bastó impedir la muerte de Admeto, engañando dolosamente a las Parcas?[324] Ahora, armada tu diestra con el arco, parece que defiendes a la hija de Pelias, que ha prometido sacrificarse por su esposo. APOLO No te alarmes, que el derecho y razones sólidas están de mi parte. LA MUERTE ¿Y para qué traes arco si tienes razón? APOLO Acostumbro llevarlo siempre. LA MUERTE ¿Y te es lícito socorrer a los habitantes de este palacio? APOLO Me compadezco de las desdichas de un hombre querido. LA MUERTE ¿Y me robarás también este muerto? APOLO Recuerda que no te arranqué el otro a la fuerza. LA MUERTE ¿Cómo, pues, vive, y no está debajo de la tierra? APOLO Porque su esposa, por la cual vienes, se obligó a morir por él. LA MUERTE Y seguramente me la llevaré ahora a las mansiones subterráneas. APOLO Cuando te apoderes de ella, vete; no se si podré persuadirte... LA MUERTE ¿Que mate a quien debo? Tal es mi deber. APOLO De ninguna manera, sino que te ensañes en trémulos ancianos. LA MUERTE Ya comprendo tu razón y tus deseos. APOLO ¿Podrá Alcestis llegar a la vejez? LA MUERTE No; has de saber que también me agradan los honores que me tributan los mortales. APOLO Pero seguramente no te llevarás más de un alma. LA MUERTE Cuando mueren los jóvenes es mayor mi gloria. APOLO Y si muere anciana la enterrarán con pompa. LA MUERTE Estableces esta ley, ¡oh Febo!, en notoria ventaja de los ricos. APOLO ¿Qué has dicho? ¿Eres acaso sofista, ignorándolo yo? LA MUERTE Los ricos, merced a sus riquezas, morirán entonces ancianos. APOLO ¿No quieres concederme esta gracia? LA MUERTE No, seguramente; conoces mi carácter. APOLO Funesto a los hombres y odioso a los inmortales. LA MUERTE Nada conseguirás que no convenga. APOLO Te aplacarás, sin embargo, aunque tu crueldad es grande: vendrá al palacio de Feres un hombre que envía Euristeo para robar en la fría Tracia un carro tirado por caballos;[325] después de recibir hospitalidad en el palacio de Admeto, te arrebatará por fuerza esta mujer, y nada tendré que agradecerte, y harás, no obstante, lo que quiero, siéndome odiosa siempre. LA MUERTE Por más que hables, nada conseguirás. Esta mujer, por tanto, descenderá al palacio de Hades. En su busca voy para comenzar el sacrificio con mi guadaña, porque consagrado queda a los dioses infernales aquel de cuya cabeza corto un solo cabello.[326] (_Entra en el palacio, y se retira Apolo_). (_El coro, dividido en dos semicoros, aparece en seguida_). PRIMER SEMICORO ¿Por qué tan tranquilos los atrios? ¿Por qué este silencio en el palacio de Admeto? SEGUNDO SEMICORO No vemos aquí ningún amigo que nos diga si ya debemos llorar la muerte de la reina, o si Alcestis, la hija de Pelias,[327] para mí y para todos la mejor de las esposas, ve todavía la luz. PRIMER SEMICORO ¿Oye alguno alaridos de dolor, golpes de manos dentro del palacio, o llanto como sí se hubiera consumado el sacrificio? Al contrario, ni un esclavo hay a la puerta. Ojalá, ¡oh Peán!, que te aparezcas y aplaques las olas de estos males. SEGUNDO SEMICORO No callarían, sin duda, si estuviese muerta. PRIMER SEMICORO Según creo, aún no han sacado el cadáver del palacio. SEGUNDO SEMICORO ¿Por qué dices esto? Aún no me abandono a mi alegría. ¿Cuál es tu esperanza? PRIMER SEMICORO ¿Cómo es posible que haga Admeto a su querida esposa ocultos funerales? SEGUNDO SEMICORO No veo delante de la puerta agua de fuente,[328] según se acostumbra cuando muere alguno, y ninguna cabellera aparece suspendida en el vestíbulo en señal de duelo, ni las jóvenes se golpean con sus manos. PRIMER SEMICORO Y este es el día... en que ha de bajar fatalmente al infierno. SEGUNDO SEMICORO ¿Por qué dices esto? Me afliges y contristas mi corazón. PRIMER SEMICORO Conviene, cuando las calamidades agobian a los buenos, que sean llorados por todos aquellos que siempre los tuvieron por tales. (_Únense los semicoros_). EL CORO _Estrofa_. — No hay nave en parte alguna del orbe, aunque vaya a la Licia[329] o al árido domicilio de Amón, que pueda salvar la vida de esta desventurada: no tardará en cumplirse el cruel destino, y no veo junto a las aras sacerdote alguno a quien acercarme. _Antístrofa_. — Solo el hijo de Febo,[330] si viese esta luz con sus ojos, podría arrancarla del tenebroso palacio y de las puertas de Hades: resucitaba los muertos antes que lo matase el dardo de fuego que Zeus vibra. Pero ahora, ¿qué esperanza puedo abrigar de que recobre la vida? Todo se ha hecho ya por la reina, y sangrientos sacrificios se han acumulado en las aras de los diversos dioses, y sin embargo, no hay remedio alguno contra estos males. Pero he aquí una sierva que sale llorando del palacio.¿Vendrá a decirme que se ha trocado la fortuna? Perdonable es llorar cuando sufren nuestros dueños, si bien lo que deseamos saber ahora es si aún vive esa mujer, o si ha muerto. UNA ESCLAVA Puedes asegurar que está a un tiempo viva y muerta.[331] EL CORO ¿Y cómo ha de ser posible vivir y morir? LA ESCLAVA Cercano está ya su fin, mas todavía respira. EL CORO ¡Oh desventurado! Siendo tú cual eres, ¡qué esposa pierdes![332] LA ESCLAVA No lo sabrá mi señor hasta que no fallezca. EL CORO ¿No hay esperanza alguna de salvarle la vida? LA ESCLAVA Ya llegó el día fatal. EL CORO ¿Se preparan en su honor las debidas exequias? LA ESCLAVA Preparadas tiene ya su marido las galas mortuorias que han de adornarla. EL CORO Sabed, pues, que muere con gloria, y que es la mejor de las esposas a quienes el sol alumbra. LA ESCLAVA ¿Y cómo no lo sería? ¿Quién lo disputará? ¿Qué mujer habrá que la supere? ¿Cómo probará ninguna lo que ama a su esposo, sino muriendo por él voluntariamente? Y esto lo sabe toda la ciudad, y te admirarás de lo que ha hecho en el palacio. Cuando conoció que se acercaba el día funesto, lavó su cuerpo blanco con agua corriente, y sacando de sus arcas de cedro ropas y joyas, se vistió con elegancia, y delante del hogar oró así: «¡Oh señora mía!;[333] yo voy a los infiernos, y ya que por última vez te adoro, ruégote que protejas a los que dejo huérfanos, y des al uno esposa amada, a la otra noble esposo, y que ya que yo que soy su madre muero, no perezcan prematuramente mis hijos, sino que dichosos vivan en su patria bienaventurada». Llegose a todas las aras[334] que hay en el palacio de Admeto y las adornó, y oró, tejiendo una corona de ramos de mirto, sin dar gritos, sin gemir siquiera, y sin que su semblante se alterase un punto al aproximarse la hora funesta. Después entró en su tálamo, y allí lloró y dijo: «Adiós, lecho en donde hice homenaje de mi virginidad al hombre por quien muero; no te aborrezco, pero a mí sola me has perdido, que perezco por no hacerte traición, ni tampoco a mi esposo. Otra mujer te poseerá, si no más casta, acaso más afortunada». Volviose y lo besó, y regolo todo con lágrimas abundantes, que caían de sus ojos. Pero después que derramó copioso llanto, se alejó de él con los ojos bajos, y abandonó el aposento nupcial, y muchas veces dejó el tálamo y volvió a él, y muchas otras se recostó en el lecho y se levantó de nuevo. Los hijos lloraban sin soltar los vestidos de su madre, y ella los besaba, ya abrazando al uno, ya al otro, como la que ha de morir en breve. Y todos los criados lloraban también, compadecidos de su dueña, y ella a todos ofrecía su diestra, y a ninguno, por bajo que fuese su ministerio, dejó de hablar, y él a ella. Tales son las desdichas que ocurren en el palacio de Admeto: si él hubiese muerto nada sentiría, y librándose de este trance sufre tal dolor que jamás lo olvidará. EL CORO ¿Y gime Admeto por estos males, forzado a perder tan incomparable esposa? LA ESCLAVA Llora teniendo en sus brazos a su amada compañera, y, queriendo imposibles, le ruega que no lo abandone: ella se consume y desfallece, aniquilada por su enfermedad, y pesa triste en su regazo. Sin embargo, aunque respira lentamente, desea ver la luz del sol. (Nunca más, y por la vez postrera, mirará sus rayos). Pero iré allá y anunciaré tu venida, porque no todos quieren bien a sus soberanos, y benévolos los consuelan en sus males; no así tú, que eres antiguo amigo de mis dueños. (_Entra en el palacio_). PRIMER SEMICORO ¡Ay, Zeus!, ¿cuál será el término de estos males y el remedio del desastre que amenaza a mis reyes? SEGUNDO SEMICORO ¿Sale alguien? ¿Cortaré mis cabellos y nos vestiremos ya negros ropajes? PRIMER SEMICORO Ya no hay duda, amigos, ya no hay duda alguna; pero roguemos a los dioses, cuyo poder es grande. SEGUNDO SEMICORO ¡Oh rey Peán!,[335] que encuentres algún alivio a los males de Admeto; concédelo, concédelo, ya que antes de ahora lo hallaste, y la librarás de la muerte y ahuyentarás al mortífero Hades. PRIMER SEMICORO ¡Hola, hola, oh, oh, hijo de Feres!; ¡qué desdicha es la tuya de perder a tu esposa! SEGUNDO SEMICORO ¿No merece esto el suicidio, y aun algo más que suspender el cuello de elevado lazo? PRIMER SEMICORO No a una mujer querida, sino a la más querida verás muerta hoy. SEGUNDO SEMICORO Mira, mira cómo ella y su esposo salen del palacio. ¡Oh, clama!, ¡Oh, gime, tierra ferea, que la mejor de las esposas, devorada por la enfermedad, descenderá al infernal subterráneo de Hades!... EL CORO Nunca dejaré de negar que las nupcias traen más placer que dolor, y así lo infiero de lo que nos dice la tradición, y de esta desdicha del rey, quien, después de perder a su esposa, la mejor de todas, no podrá vivir una vida tolerable. (_Llega Alcestis, sostenida por sus esclavas, con Admeto y sus hijos_). ALCESTIS ¡Sol y luz del día, aéreos torbellinos de ligeras nubes! ADMETO A ti y a mí nos ven; a dos desdichados que para morir en nada pecaron contra los dioses. ALCESTIS ¡Oh tierra y techos de estos atrios, y nupciales tálamos de Yolco, mi patria! ADMETO Ten ánimo, ¡oh desventurada!; no me abandones, sino ruega a los dioses poderosos que de ti se apiaden. ALCESTIS (_mirando fijamente, como fuera de sí_). Veo, veo una lancha de dos remos; Caronte,[336] el barquero de los muertos, teniendo en sus manos el garfio, me llama ya. «¿Por qué vacilas? Date prisa; tú sola me detienes». Con estas palabras me insta. ADMETO ¡Ay de mí!, ¡qué amarga navegación me has recordado! ¡Oh desventurada!, ¡qué horribles desdichas sufrimos! ALCESTIS Alguien, alguien me lleva (¿no lo ves?) a la mansión de los muertos. ¿Qué haces? ¡Suéltame! ¡Qué peregrinación emprendo, ay mísera! ADMETO Triste para los que te aman, y aún más triste para mí y para tus hijos, que te llorarán conmigo. ALCESTIS (_volviendo en sí_). Soltadme, soltadme; recostadme, que ya no puedo sostenerme. La muerte se acerca, y noche tenebrosa envuelve mis ojos. ¡Oh hijos, hijos, ya no, ya no tenéis madre! ¡Adiós, hijos, y que veáis esta luz! (_Se desmaya_). ADMETO ¡Ay de mí! Oigo esta triste palabra, peor para mí que el último suplicio. No, por los dioses; no me abandones, no, por tus hijos, que dejarás huérfanos; levántate, reanímate; si tú mueres moriré también. Tú eres para mí todo, viva yo o no viva: solo a tu amor rindo culto. (_Cae a sus pies y apoya la cabeza en su regazo_). ALCESTIS (_abriendo los ojos y fijándolos en Admeto_). ¡Oh Admeto!, (ves en qué estado me hallo), quiero hablarte antes de morir. Dejo la vida probándote mi respetuoso amor, y consiento en que veas esta luz al precio de ella, y cuando en vez de esto podría casarme con el tesalio que quisiera, y habitar en palacio de reyes, no deseo vivir sin ti con hijos huérfanos de padre, ni me apiadé de mí poseyendo gracias juveniles que me prometían largo deleite. Pero tu padre y tu madre te hicieron traición, aun cuando por su edad bien podían haber muerto con decoro, y salvado a su hijo y alcanzado gloria. Tú eras el único fruto de su himeneo, y faltando no tenían esperanza de engendrar otros. Y ambos hubiésemos vivido y no gemirías huérfano de tu esposa, ni educarías a hijos huérfanos también. Pero algún dios ha dispuesto que así suceda: sea, pues. Concédeme una gracia teniendo presente que yo nunca te pediré demasiado, si la vida vale tanto, y será justo lo que te suplique; tú mismo lo conocerás si eres prudente, como creo, y amas a estos hijos no menos que yo: sean ellos los señores en mi palacio y no les des madrastra, que, como ha de ser peor que yo, por celos maltratará a tus hijos y a los míos. Ruégote, pues, que no te cases segunda vez. La madrastra, que sucede a la esposa, es enemiga de los frutos del anterior matrimonio, y no más piadosa que una víbora. Y el varón tiene en su padre gran defensa (porque le habla y con él se entiende); pero tú, ¡oh hija mía!, ¿cómo te educarán mientras seas virgen para vivir honestamente, cual la esposa de tu padre? Torpe fama puede mancharte con su hálito, y en la flor de tu juventud desbaratar tus bodas. No será tu madre la que te lleve al altar del himeneo, ni te infundirá valor con su presencia en los dolores del parto, ¡oh hija!, porque nadie es tan cariñoso como una madre. Pero debo morir, y no mañana o el día tercero de este mes,[337] sino que dentro de muy poco me contarán entre los muertos. Reíd alegres, que tú, ¡oh esposo!, puedes vanagloriarte de haber poseído la mejor de las mujeres, y vosotros, hijos, la mejor de las madres.[338] EL CORO Ten confianza; no temo hablar por él; hará cuanto deseas si no pierde la razón. ADMETO Se hará, se hará lo que ruegas; no temas, que si yo te poseí viva, después que mueras tú sola serás llamada esposa mía, y ninguna otra tesalia ocupará tu lugar, que no hay quien te iguale ni en nobleza ni en belleza. A los dioses pido que me dejen gozar de la compañía de mis hijos, que de la tuya no he disfrutado como quería. No llevaré tu luto un año, sino mientras durare mi vida, ¡oh esposa!, y odiaré a mi madre y rechazaré a mi padre, que me amaban en apariencia, no en realidad; tú me has salvado dando tu existencia por la mía. ¿Y no he de gemir perdiendo tal compañera? Se acabarán los banquetes, no vendrán ya mis comensales, y desaparecerán para siempre las coronas y los cánticos que llenaban mi palacio; jamás tocaré la lira, ni cantaré al son de la flauta libia, que contigo se van todos mis placeres. Tu imagen, obra de hábil artista, será colocada en mi tálamo, y me prosternaré ante ella, y la ceñirán mis brazos invocando tu nombre muchas voces, y se me figurará, aunque no sea cierto, que estrecho a mi esposa amada; frío deleite según creo, pero suficiente, no obstante, para aliviar el peso que me oprime. En mis sueños te aparecerás y me llenarás de gozo, que es grato ver de noche a los que amamos en cualquier ocasión que se presenten. Si yo tuviese el estro y la voz de Orfeo para aplacar con mis versos a la hija de Deméter o a su esposo, descendería al infierno y te sacaría de él sin temer al perro de Hades, ni al barquero que, apoyado en sus remos, transporta a las almas, hasta que te restituyese a la luz. Espérame allí, pues, cuando muera, y prepara la morada en donde vivirás conmigo. Una misma caja de cedro nos encerrará a ambos, y uno junto a otro descansarán nuestros cuerpos, que ni muerto me separaré de ti, ya que tú sola me has sido fiel. EL CORO Y yo llevaré contigo triste luto, como un amigo por otro, por esta reina que tanto lo merece. ALCESTIS ¡Oh hijos, ya habéis oído a vuestro padre, que me ha prometido no casarse jamás en daño vuestro, ni olvidarse de mí! ADMETO Y ahora lo ratifico, y así lo haré. ALCESTIS Bajo esta condición recibe mis hijos de mi mano. (_Pone en las de Admeto las mano de sus hijos_). ADMETO Los acepto, caro presente de una mano también cara. ALCESTIS Que seas tú en mi lugar la madre de estos niños. ADMETO Y mucho lo necesitan, huérfanos de ti. ALCESTIS ¡Oh hijos! ¡Cuando convenía que yo viviera, desciendo a los infiernos! ADMETO ¡Ay de mí! ¿Qué haré, pues, sin ti? ALCESTIS El tiempo mitigará tu pena: el muerto nada es. ADMETO Llévame contigo, por los dioses, llévame allá abajo. ALCESTIS Basta conmigo, que muero por ti. ADMETO ¡Oh destino! ¡Qué esposa me arrebatas! ALCESTIS En tinieblas mis ojos ya me pesan. ADMETO Yo también muero si me dejas, ¡oh mujer! ALCESTIS Ya puedes decir que he muerto, y que nada soy. ADMETO Alza el rostro; no abandones a tus hijos. ALCESTIS Contra mi voluntad lo hago: adiós, hijos. ADMETO Míralos, míralos. ALCESTIS Nada soy ya. ADMETO ¿Qué haces? ¿Nos abandonas? ALCESTIS Adiós. ADMETO Yo muero, desventurado de mí. (_Déjase caer Admeto en el seno de Alcestis_). EL CORO Ya expiró, ya no existe la esposa de Admeto. EUMELO ¡Ay de mí! ¡Cuánta es mi desdicha! Ya mi madre bajó a los infiernos; ya no respira, ¡oh padre!, debajo del sol, sino que, abandonándome infortunada, me deja huérfano. Mira, mira sus párpados y sus manos inertes. Escucha, oye, madre, yo te lo ruego. Yo te llamo, yo, madre, tu tierno hijo; yo te llamo besando tus labios. ADMETO Ya ni oye ni ve: grave calamidad nos ha herido a todos. EUMELO Tan joven, ¡oh padre!, me veo abandonado, y me deja solo mi madre. ¡Oh qué tristes penas sufro! Y tú, mi tierna hermana...[339] también te afliges... ¡Oh padre!, en vano, en vano tomaste esposa, y no has llegado a la vejez en su compañía, que ha muerto antes: contigo, ¡oh madre!, perece también tu familia. EL CORO Preciso es, ¡oh Admeto!, que soportes con valor esta desventura: tú no eres ni el primero ni el último de los mortales que pierde una buena esposa; recuerda, pues, que necesariamente todos hemos de morir. ADMETO Lo sé, y este mal no ha sobrevenido de repente; pero por lo mismo que me era conocido, atormentábame hacía tiempo. Ea, pues, celebremos con pompa sus exequias: quedaos aquí, y relevándoos unos a otros, cantad lúgubre canción al cruel dios de los infiernos. Que todos mis súbditos de la Tesalia lleven luto por esta mujer, corten sus cabellos y vistan negras ropas; y vosotros, los que uncís los caballos a las cuadrigas, y cabalgáis en sendos corceles, cortad con el hierro sus crines. Que en la ciudad no se oiga el sonido de las flautas, ni los acordes de la lira, en doce lunas completas. Nunca daré sepultura a otro cadáver más amado, ni a quien más obligaciones deba: digna es de que yo la honre, ya que solo ha muerto por mí. (_Mientras canta el coro se llevan al palacio el cadáver de Alcestis, seguido de Admeto y de sus hijos_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — ¡Oh hija de Pelias!, que habites contenta en el palacio tenebroso de Hades, y que sepa el dios de negra cabellera,[340] y el anciano que con el remo y el timón transporta sentado a los muertos, que la mujer más buena, sí, la más buena, atravesará la laguna Aquerontia en la birreme barquilla. _Antístrofa 1.ª_ — Mucho te celebrarán los poetas, y la rústica lira de siete cuerdas, y canciones no acompañadas de ella, cuando los años, en su curso, traigan en Esparta el aniversario del mes Carneo,[341] y se vea la luna en toda su plenitud y en la brillante y feliz Atenas. Inagotable materia dejas al morir a los que rinden culto a las Musas. _Estrofa 2.ª_ — Ojalá que en mi mano estuviera, ojalá que me fuese posible devolverte a la luz desde el palacio de Hades y las ondas del Cocito,[342] con los remos del río infernal: que tú, la única, la mujer más querida, tú sola has consentido en rescatar de los infiernos a tu esposo al precio de tu vida. Leve sea la tierra que te cubra, ¡oh mujer! Si tu marido eligiere nuevo tálamo, muy odioso me será, sin duda, y también a tus hijos. _Antístrofa 2.ª_ — Como ni su madre ni su anciano padre quisieran morir por Admeto, habiéndolo engendrado, ni consintieran en salvarlo, a pesar de sus blancos cabellos, tú, en la flor de tu juventud, te sacrificaste por tu esposo. Séame dado tener en mi lecho compañera tan leal, que es suerte rara en la vida; viviría conmigo siempre sin molestia. HERACLES (_que llega desde lejos_). Extranjeros que habitáis esta tierra de Feres, ¿podré encontrar a Admeto en su palacio? EL CORO En él está el hijo de Feres, ¡oh Heracles! Pero di: ¿qué asunto te trae a la región de los tesalios? ¿Cuál es la causa de tu venida a la ciudad ferea? HERACLES Dar remate a uno de los trabajos que me impone el tirinteo[343] Euristeo. EL CORO ¿Y adónde vas? ¿Qué errante peregrinación te ha ordenado? HERACLES Robar el carro de cuatro caballos del tracio Diomedes. EL CORO ¿Y cómo podrás conseguirlo? ¿No sabes acaso quién es ese extranjero? HERACLES No; nunca estuve en territorio bistonio.[344] EL CORO Sin pelear no te harás dueño de los caballos. HERACLES Pero tampoco podía oponerme a este trabajo. EL CORO Tendrás que matarlo para volver, o allí morirás. HERACLES No será, sin duda, mi primera lucha. EL CORO ¿Y qué ganarás si lo vences? HERACLES Traer los caballos al rey de Tirinto. EL CORO No es fácil hacerles tascar el freno. HERACLES Lo tascarán, a no respirar fuego. EL CORO Pero despedazan en un momento a los hombres. HERACLES La carne humana es pasto de las fieras de los montes, no de caballos.[345] EL CORO Verás los pesebres teñidos de sangre. HERACLES ¿Quién es padre del que se jacta de darlos tal alimento? EL CORO Ares[346] es el señor de los tracios armados de peltas, ricos en oro. HERACLES Tal es uno de los trabajos que el destino me ordena (siempre cruel y extremado conmigo), puesto que he de pelear con los hijos de Ares, primero con Licaón,[347] después con Cicno, y en tercer lugar con los caballos y con su dueño. Pero nadie podrá decir nunca que el hijo de Alcmena ha temido a ningún enemigo. EL CORO Mira a Admeto, nuestro soberano, que sale de su palacio. ADMETO Salve, hijo de Zeus, de la sangre de Perseo.[348] HERACLES Salve tú, Admeto, rey de los tesalios; que seas feliz. ADMETO Tal sería mi deseo; ya antes me has dado pruebas de tu benevolencia. HERACLES ¿Qué significa esta lúgubre tonsura? ADMETO Hoy he de sepultar cierto cadáver. HERACLES Que los dioses libren de males a tus hijos. ADMETO Mis hijos viven en el palacio. HERACLES ¿Quizá habrá muerto tu padre, ya de edad avanzada? ADMETO Vive, y mi madre también, ¡oh Heracles! HERACLES ¿Ha muerto acaso tu mujer Alcestis? ADMETO De dos maneras distintas podría replicarte. HERACLES ¿Y hablas de ella como si estuviese muerta, o como si viviese todavía? ADMETO Existe y no existe, y su recuerdo me llena de dolor. HERACLES Nada entiendo; pronuncias palabras incomprensibles. ADMETO ¿Ignoras su destino? HERACLES Sé que se había obligado a morir por ti. ADMETO ¿Cómo ha de existir, pues, si consintió en esto? HERACLES ¡Ah! No llores a tu esposa antes de tiempo; espera que llegue su día. ADMETO El que había de morir ha muerto, y el muerto ya no existe.[349] HERACLES Diferencia hay; tal es la opinión común sobre el ser y el no ser. ADMETO Tú piensas así, Heracles, y yo de otra manera. HERACLES Y al fin, ¿por qué lloras? ¿Cuál de tus amigos es el difunto? ADMETO Una mujer; de ella hablé hace poco. HERACLES ¿Extranjera, o pariente tuya? ADMETO Extranjera; aunque, por otra parte, era de mi familia. HERACLES ¿Y cómo perdió la vida en tu palacio? ADMETO Muerto su padre, se educó en él como huérfana. HERACLES ¡Ay de mí! ¡Ojalá, Admeto, que no te encontrara agobiado por ese dolor! ADMETO ¿Y por qué hablas así? HERACLES Buscaré hospitalidad en otra parte. ADMETO No debes hacerlo, ¡oh rey!; mucho lo sentiría. HERACLES Molesta es a los que lloran la venida de un huésped. ADMETO Los muertos, muertos están; vente a mi palacio. HERACLES No parece bien sentarse a la mesa de amigos afligidos. ADMETO El aposento para los huéspedes, que te aguarda, está separado del palacio. HERACLES Déjame ir, que me harás singular favor. ADMETO No debes ausentarte en busca de otro albergue. Ve delante (_A uno de sus servidores_), abre los aposentos para los huéspedes que no comunican con mi morada,[350] y manda a los esclavos que los sirven que te den abundante alimento; cerrad por dentro la puerta que da al palacio, pues no está bien que quienes cenan oigan nuestros lamentos, ni que contristemos a los huéspedes. (_Vanse Heracles y el esclavo_). EL CORO ¿Qué haces? Tú, víctima de tan intolerable calamidad, ¿te atreves a recibir huéspedes? ¿Deliras acaso? ADMETO ¿Y me alabarías, por ventura, si rechazase de mi morada y de Feres al que me pide hospitalidad? No seguramente, que en nada se disminuiría mi mal, y me llamarían inhospitalario, y a mis desdichas domésticas se añadiría la de recibir mi palacio ese dictado odioso. Heracles es el mejor de mis huéspedes cuando voy al árido país de Argos. EL CORO ¿Cómo, pues, ocultabas la calamidad presente a ese recién venido, tu amigo, según dices? ADMETO No hubiera entrado en mi palacio conociendo mis males. Y paréceme que, si acaso se los participo, no aprobará mi conducta, ni me alabará; pero mis atrios no están acostumbrados a rechazar ni a despreciar a los extranjeros. (_Entra en el palacio._) EL CORO _Estrofa 1.ª_ — ¡Oh palacio de varón liberal!, que a muchos has hospedado, al pitio Apolo, poderoso por su lira, su más digno habitante, que se rebajó hasta el punto de ser pastor de tus ovejas, cantando pastoriles epitalamios en las tendidas laderas con deleite de sus ganados. _Antístrofa 1.ª_ — Y atraídos por sus cantos pastaban cerca de Apolo pintados linces,[351] y le acompañaba escuadrón de rojos leones, abandonando los bosques otrios,[352] y junto a tu cítara, ¡oh Febo!, saltaba el manchado cervatillo cruzando con pies ligeros entre los ásperos abetos, alegre y bullicioso con tus versos. _Estrofa 2.ª_ — Por esto habita un palacio riquísimo en ovejas, cabe la laguna Bebia, de cristalina corriente, y por límites de sus campos y tierras aradas tiene el cielo de los Molosos, hacia donde el sol se pone, y domina en el mar Egeo hasta la costa escarpada del Pelión. _Antístrofa 2.ª_ — Y ahora, húmedos sus párpados, abre las puertas de su palacio para dar hospitalidad, y llora en su regia mansión la reciente muerte de su muy amada esposa. Las almas nobles son naturalmente bondadosas, y los hombres de bien disfrutan de los dones de la sabiduría. Confianza abrigo en mi corazón que su piedad ha de contribuir a que le sea propicia la fortuna. (_Mientras canta el coro, traen a Alcestis en su féretro, rodeada de todos los esclavos, que forman el fúnebre cortejo_). ADMETO Benévolos habitantes de Feres, que estáis aquí presentes: ya los servidores llevan el cadáver, adornado con toda pompa, a la pira y al sepulcro; vosotros, como es costumbre, saludad a la difunta, que sale ahora a recorrer su último camino. EL CORO Veo a tu padre, que se acerca con trémulos pasos, seguido de sus servidores, quienes traen en sus manos tristes galas para ofrecerlas en los funerales de tu esposa. FERES Como tú siento tus males, ¡oh hijo!; has perdido (y nadie podrá contradecirlo) una esposa buena y casta. Pero es menester que te resignes, por insufrible que sea tu desdicha. Acepta estos dones, que cubrirá la tierra; debemos honrar este cuerpo, ya sin vida por salvar la tuya; no ha consentido que la muerte me robe mis hijos, ni que la tristeza consumiese mi vejez, privado de ti. Todas las mujeres deben alabarla eternamente por su valor en ejecutar tan gloriosa hazaña. Adiós tú, que salvaste a este, y nos diste la mano cuando caíamos; que plácida descanses en el palacio de Hades. Con tales esposas debían casarse los mortales y nada perderían, pues de otra manera no les conviene contraer himeneo. ADMETO[353] Ni yo te he llamado para que vengas a estos funerales, ni me es grata tu presencia. Y jamás le servirán tus dones, que nada tuyo necesita para ser enterrada. Debieras haber llorado cuando yo estaba amenazado de muerte; pero te alejaste, y consentiste que muriera otra más joven, siendo tú viejo, y ahora te lamentas de la suerte de esta. No verdaderamente has sido para mí un padre, ni la que dice que me dio a luz, y por eso la llaman mi madre, sino que, nacido de sangre de esclavo, allegáronme a escondidas a los pechos de tu esposa.[354] Viniendo ahora has probado quién eres, y no creo que puedas llamarme hijo tuyo. Cobarde apareces como ninguno, cuando en edad tan avanzada, y habiendo llegado al término de la vida, no quisiste ni osaste morir por tu hijo, sino que aprobaste el sacrificio de esta mujer extraña, a la cual, después de esto, miraré como si hubiese sido a un tiempo mi padre y mi madre. Y renunciaste voluntariamente a la lucha, gloriosa para ti, de dar por tu hijo una vida que de todas maneras habías de perder en breve; si lo hubieses hecho, esta y yo hubiésemos vivido tranquilos el resto de nuestros días, y no gemiría por estos males, privado de mi esposa. Sin embargo, disfrutaste de cuanto puede gozar un hombre feliz; reinaste joven, y me engendraste para heredar tu cetro, y te libraste de morir sin descendencia, y de dejar abandonado este palacio para servir a otros extraños. No dirás por eso que yo, menospreciando tu vejez, he merecido que me condenes a esa pena; siempre te honré como pocos, y en agradecimiento de esto tú y mi madre me correspondisteis de esa manera. Date, pues, trazas de tener pronto otros hijos que te alimenten ya viejo, te sepulten con pompa y celebren en tu obsequio suntuosos funerales. No seré yo quien lo haga, que he muerto ya para ti, si atendemos a tu probada voluntad; y si he encontrado otro salvador, y veo la luz, digo que seré su hijo, y cuidaré con ternura de su vejez. Vanamente los ancianos desean morir, maldiciendo la senectud y larga vida; si la muerte se acerca, ninguno la desea, y ya la vejez no les parece tan intolerable.[355] EL CORO Dejaos de eso ahora: bastante tiene con la calamidad presente, ¡oh Admeto!; no exasperes a tu padre. FERES ¡Oh hijo! ¿A quién insultas con tales oprobios? ¿A algún esclavo tuyo lidio o frigio?[356] ¿Ignoras acaso que yo soy tesalio, y que lo era también mi padre, y hombre libre, según la ley? Con harta injuria me tratas, y ya que has lanzado contra nosotros esos dicterios juveniles, no te irás de aquí sin oír lo que mereces. Yo, que te engendré para mandar en este palacio, y te eduqué, no debo morir por ti, que ni mis padres ni los griegos me han enseñado que los padres han de morir por sus hijos. ¿Qué injusticia he cometido contigo? ¿De qué bien te he privado? No mueras tú por mí, ni yo tampoco por ti. Gozas viendo la luz; y ¿por qué has de creer que a tu padre no sucede lo mismo? He pensado que debe ser insoportable vivir en el infierno, y que, por corta que sea la vida, es, no obstante, dulce. Tú sí que temes la muerte sin decoro, y vives evitando tu funesto destino, y arrancando a esta la vida; y tú, el más pusilánime de todos, ¿me acusas de cobarde, vencido por una mujer que muere por ti, ¡oh bello jovencito!? ¡Sagazmente discurriste no perecer jamás, si persuades siempre a tu esposa que imite a Alcestis, y después afrentas a tus amigos que no han querido hacerlo, siendo tú tan tímido! Calla y piensa que, si tú amas tanto la vida, los demás también la aman; y si me maldices, yo te devolveré tu maldición, y no sin justicia. EL CORO Sobradas injurias se han oído ya y se oyeron antes. Deja, ¡oh anciano!, de maldecir a tu hijo. ADMETO Habla, que yo hablé ya; pero si te amarga la verdad, no debieras haber faltado en mi daño. FERES Pecara, sin duda, muriendo por ti. ADMETO ¿Es lo mismo que perezca un hombre en la flor de sus años que un anciano? FERES Está dispuesto que vivamos una sola vez, no dos. ADMETO ¡Así vivirás más que Zeus! FERES ¿Conque insultas injustamente a tus padres? ADMETO Ya sé que no te desagrada una larga vida. FERES ¿Pero no entierras en tu lugar este cadáver? ADMETO Prueba indubitable de tu timidez, ¡oh tú!, el más cobarde de los hombres. FERES Nadie afirmará que ha muerto por mi causa; no lo dirás tú, en verdad. ADMETO ¡Ay de mí! ¡Ojalá que algún día me necesites! FERES Cásate muchas veces, y habrá más mujeres que mueran por ti. ADMETO Es para ti una afrenta: tú no quisiste dejar la vida. FERES Agrádame esta luz: es de Apolo, y pláceme sin duda. ADMETO Cobarde eres, no cual conviene a los hombres. FERES No te burlarás de mí enterrando el cadáver de un anciano. ADMETO Y morirás sin gloria cuando llegue tu última hora. FERES Después de muerto pueden decir de mí lo que quieran. ADMETO ¡Ay, ay de mí! ¡Qué impudente vejez![357] FERES Alcestis no fue impudente, pero fue necia. ADMETO Vete, y déjame sepultar este cadáver. FERES Me iré y lo sepultarás, habiendo sido tú causa de su muerte; pero todavía pagarás lo que debes a sus parientes. No será hombre Acasto[358] si no venga a su hermana. (_Retírase_). ADMETO Que mueras tú y tu compañera; sobrevivid a vuestro hijo, vegetad como merecéis, que nunca habitaréis conmigo bajo el mismo techo. Si pudiera renegar de tu paternidad por medio de pregoneros, no vacilaría en hacerlo. Pero vamos (ya que es preciso sufrir el mal presente) a acompañar el cadáver a la pira. EL CORO (_mientras el fúnebre cortejo abandona el teatro_). ¡Ay, ay de mí!, desventurada por tu osadía; adiós, noble y la mejor de las mujeres; que Hades y el infernal Hermes te acojan benévolos, y si allí hay premio para los buenos, que participes de él y te sientes junto a la esposa del rey de los infiernos. (_Acompaña al fúnebre cortejo_,[359] _que sale de palacio_). UN ESCLAVO Muchos huéspedes he visto en el palacio de Admeto de distinta procedencia, a quienes he servido a la mesa; pero jamás traspasó sus puertas ninguno como este. En primer lugar, aunque vio llorar a mi amo, entró en él sin miramiento; después no aceptó con modestia los presentes que se le hicieron, sabedor de nuestra desdicha, y si algo le faltaba, nos llamaba hasta que se lo llevábamos. Y tomando en su mano la copa de yedra, bebió el vino puro de negra uva hasta que sus ardientes vapores lo envolvieron, y coronó su cabeza de ramos de mirto, aullando y cantando desatinos.[360] Oíase una doble melodía: él entonaba sus canciones, sin cuidarse de los males que afligen al palacio de Admeto, y nosotros los siervos llorábamos a nuestra soberana, y, sin embargo, ocultábamos al huésped las lágrimas de nuestros ojos, como nos lo había mandado nuestro amo. Y yo ahora lo invito al banquete, cuando será quizá algún ratero redomado o algún salteador, mientras mi dueña deja su morada, y no la acompaño, ni levanto al cielo mis manos, ni la lloro, cuando era mi madre y de todos los esclavos, librándonos de innumerables males siempre que aplacaba con su dulzura las iras de su esposo. ¿No he de aborrecer a un huésped que en tan mala ocasión ha llegado? HERACLES (_que viene coronado de mirto_). ¡Ay de ti! ¿Por qué me miras con esos ojos torvos e inquietos? No agradan a los huéspedes tristes servidores, sino que los traten con cortesía. Tú, al contrario, que ves delante de ti a un amigo de tu dueño, con tu semblante compungido y fruncidas cejas descubres a las claras la aflicción que te causan males ajenos. Acércate aquí, para que aprendas a ser más comedido. ¿Conoces la naturaleza humana? Yo creo que no; ¿y cómo había de ser? Óyeme, pues. Necesariamente han de morir todos los hombres, y no hay uno que pueda contar con el día de mañana. Todos ignoramos el camino que lleva la Fortuna, y ni puede adivinarse, ni hay arte que lo enseñe. Ya que has oído esta lección de mí, alégrate y bebe, mira como tuyos estos instantes, y de los demás no te acuerdes. Rinde culto a Afrodita, la diosa más grata a los mortales, y la más afable. De nada más te cuides, y sigue mi consejo si, como yo creo, te parece razonable. ¿No abandonarás tu excesiva tristeza, y beberás conmigo atravesando estas puertas coronado de guirnaldas? No dudes que el ruido de las copas te llevará a otra región más alegre, y disipará tu pena y tus cuidados. Como somos mortales, debemos saber lo que nos interesa, puesto que, a mi juicio, para los tristes y austeros la vida no es vida, sino una calamidad.[361] EL ESCLAVO Lo sabemos; pero no está ahora mi ánimo para tomar parte en banquetes y bromas. HERACLES La muerta es una mujer extranjera; no llores, pues, más de lo justo, que viven los dueños de este palacio. EL ESCLAVO ¿Cómo que viven? ¿Ignoras la desgracia ocurrida en él? HERACLES Acaso me haya engañado tu dueño. EL ESCLAVO Excesiva es su bondad para con los huéspedes. HERACLES Y por celebrar los funerales de un extranjero, ¿no debía tratarme bien? EL ESCLAVO Sin duda los funerales son peregrinos en demasía. HERACLES Nada me ha dicho por ventura de alguna otra calamidad que le haya sobrevenido. EL ESCLAVO No te inquietes; las desdichas de nuestros dueños solo a nosotros afectan. HERACLES Tus palabras no aluden seguramente a males extraños. EL ESCLAVO A no ser así, de ningún modo debiera contristarte cuando piensas disfrutar de los placeres de la mesa. HERACLES ¿Habré acaso sufrido grave injuria de los que me dan hospitalidad? EL ESCLAVO No has llegado al palacio en la mejor ocasión para que se te hospede; estamos de luto, y ya ves nuestra cabeza rasurada y nuestros negros vestidos. HERACLES Pero ¿quién es el muerto? ¿Alguno de los hijos de Admeto, o su anciano padre?[362] EL ESCLAVO Quien ha fallecido, ¡oh huésped!, es su esposa Alcestis. HERACLES ¿Qué dices? ¿Y después me disteis hospitalidad? EL ESCLAVO Hubiese sentido que te rechazara este palacio. HERACLES ¡Oh desventurado!, ¡qué mujer perdiste! EL ESCLAVO Todos perecemos, no ella sola. HERACLES Ya me lo figuré, sin embargo, al ver su semblante, sus ojos llorosos y su cabeza rasurada; pero me hizo creer lo contrario asegurándome que celebraba esos funerales en honor de un extranjero. Contra mi voluntad traspasé estas puertas, y he bebido en el palacio de un hombre hospitalario, víctima de tal desdicha. ¿Y en tan crítica aflicción me regalé coronando mi cabeza? ¿Tú, hombre, por qué no me dijiste que pesaba sobre esta familia tan grave infortunio? ¿En dónde la sepulta? ¿En dónde podré encontrarla? EL ESCLAVO Fuera de las murallas, y cerca del camino que lleva derecho a Larisa,[363] verás un elegante túmulo.[364] HERACLES ¡Oh corazón, que tantas empresas osaste! ¡Oh alma mía, prueba que naciste de Zeus y de Alcmena la Tirintia, hija de Electrión! Ahora debo salvar a la mujer que ha muerto hace poco, devolver Alcestis a este palacio, y probar a Admeto mi gratitud. Iré, pues, al Orco a visitar al rey de los muertos, de negro manto vestido, y lo acecharé, y acaso lo encuentre junto al túmulo, bebiendo la sangre de las víctimas. Y si me oculto y salgo de repente, me apodero de él y lo ciñen mis brazos, no hay quien pueda arrancarme sus miembros magullados a no soltar esa mujer. Y si se me escapa esta presa y no viniera a saborear la ensangrentada torta,[365] descenderé al oscuro palacio de los infiernos, en donde habitan Hades y Perséfone, y les pediré a Alcestis, y espero traerla y entregarla al huésped que me da asilo en su palacio y no me rechaza a pesar de su grave desdicha; al contrario, la oculta por mi causa, llevado de su nobleza. ¿Qué pueblo será más hospitalario que el tesalio? ¿Qué griego más que Admeto? No dirá, pues, que ha sido benéfico con un ingrato, y que su generosidad no obtiene recompensa. (_Entra Heracles en el palacio, y poco después regresa Admeto con el coro_). ADMETO ¡Ay, ay de mí!; ¡triste es para mí el acceso a este solitario palacio; triste su aspecto! ¡Ay de mí! ¡Ay de mí! ¡Ah, ah! ¿Adónde iré? ¿En dónde me detendré? ¿Qué diré? ¿Qué no diré? ¡Ay si muriera! ¡Desventurado nací! ¡Dichosos los muertos, envidiable es su suerte; yo desearía habitar entre ellos! No me alegra la luz, ni que mis pies huellen la tierra. ¡Funesta prenda que me ha arrebatado la muerte para entregarla a Hades! EL CORO ¡Sigue, sigue tu camino! Ocúltate en el ángulo más recóndito de tu palacio. ADMETO ¡Ay, ay de mí! EL CORO Lamentables son tus males. ADMETO ¡Ah, ah! EL CORO Natural es tu dolor; bien lo sé. ADMETO ¡Ay, ay! EL CORO Pero en nada puedes favorecer a la muerta. ADMETO ¡Ay de mí!; ¡ay de mí! EL CORO Triste es no ver más el semblante de una esposa amada. ADMETO Me has recordado lo que contrista mi ánimo. ¿Qué desdicha mayor para un hombre que perder una esposa fiel? ¡Ojalá que nunca hubiese contraído himeneo, ni vivido con ella en este palacio! ¡Felices los célibes y los que no tienen descendencia! Un alma sola es la suya,[366] y sufrir con ella mediana carga; pero intolerable es contemplar los lechos nupciales devastados por la muerte, y las enfermedades de los hijos, dependiendo de nosotros vivir siempre libres de tales molestias. EL CORO El destino, el destino incontrastable lo dispuso. ADMETO ¡Ay, ay de mí! EL CORO Y no vencerás tus dolores... ADMETO ¡Ah, ah! EL CORO Insufribles son en verdad; pero... ADMETO ¡Ay, ay de mí! EL CORO Resígnate; no eres tú el primero que ha perdido... ADMETO ¡Ay de mí!, ¡ay de mí! EL CORO ...su esposa; otras desdichas agobian también a los demás hombres. ADMETO ¡Oh luto y eterna aflicción por la muerte de la que amo, ahora debajo de la tierra! ¿Por qué me impediste arrojarme en su tumba, y con ella, con esa mujer, la mejor de todas, yacería yo también sin vida? Dos almas fidelísimas obedecerían a Hades en vez de una, y ambas habrían atravesado juntas el lago infernal. EL CORO Yo tuve un pariente, cuyo hijo único, digno de ser llorado, murió en su casa;[367] pero soportaba con moderación su desgracia, aun cuando quedó huérfano de edad ya provecta y blancos sus cabellos. ADMETO ¡Qué triste aspecto tiene este palacio! ¿Cómo entraré en él? ¿Cómo habitaré en él, trocada mi fortuna? ¡Ay de mí! ¡Grande es mi desventura! Penetré en él en otro tiempo, cuando celebré en él mi himeneo a la luz de las antorchas del Pelión,[368] llevando de la mano a mi amada esposa; muchedumbre de amigos me acompañaba, ensordeciendo el aire con sus cantos y alabando mi ventura y la de ella, hoy muerta, porque nobles ambos y de noble estirpe, nos habíamos desposado; ahora se oyen lamentaciones que odia Himeneo, y envuelto, no en blancos, sino en negros vestidos, me encamino al aposento desierto en donde yace mi nupcial tálamo. EL CORO Sobrevínote esta pena cuando te sonreía la fortuna, y no conocías los males; pero no perdiste la vida. Murió la esposa, quedó su amor; ¿qué hay de nuevo en esto? La muerte de una compañera ha roto muchos lazos como el tuyo. ADMETO Mejor es el destino de mi esposa, ¡oh amigos!, que el mío, aunque no lo parezca. Ni sufrirá ya más dolores, ni padecerá molestias, de que se ha libertado con gloria; pero yo, que no debía existir, libre ya de la muerte, pasaré triste vida. Ahora, ahora lo conozco; ¿cómo entraré en mí palacio? ¿A quién llamaré y quién me llamará? ¿Cómo hollaré contento sus umbrales? ¿Adónde me dirigiré? Me rechazará la soledad que reina dentro cuando contemple vacío el aposento de mi esposa y las sillas en que se sentaba, y nada más que el suelo y el techo; sus hijos caerán a mis rodillas llorando a su madre, y otros gemirán por la dueña del alcázar, que han perdido. Esto en mi palacio; fuera no me dejarán sosegar los ruegos de los tesalios para que otra vez me case, y largo séquito de mujeres; yo no tengo valor para ver las compañeras de mi esposa. Todos mis enemigos hablarán así de mí: «Vedlo, vedlo deshonrado; no tuvo valor para morir, sino que, vendiendo cobardemente a su cónyuge, conservó la vida; y después de esto, ¿creerá que es hombre?, y aborrece a su padre cuando él no quiso perecer».[369] Así me infamarán para poner el colmo a mi desdicha. ¿Por qué, pues, he de desear la vida, ¡oh amigos!, si he de oír tales injurias, y tan hondamente afligido? EL CORO _Estrofa 1.ª_ — También frecuentaba yo el trato de las musas, y me remonté al empíreo, y después de profanos estudios nada encontré tan poderoso como la necesidad, ni hallé remedio alguno contra ella en las tablas tracias, que dictó la voz de Orfeo,[370] ni en los medicamentos innumerables que Febo enseñó a los descendientes[371] de Esculapio, manantial de salud para los míseros mortales. _Antístrofa 1.ª_ — De nada sirve acudir a las aras de esta diosa, ni tampoco adorar su imagen; no hace caso de las víctimas. Que jamás en mi vida, ¡oh venerable deidad!, sea más infortunada de lo que he sido hasta ahora. Tú ejecutas cuanto Zeus ordena. Tú doblegas por la fuerza el hierro de los cálibes,[372] y no hay poder bastante para torcer tu voluntad. _Estrofa 2.ª_ — Y te estrechó, ¡oh Admeto!, con sus lazos inevitables. Resígnate, pues por más que llores, nunca devolverás a la luz a los que murieron y yacen en los infiernos. Hasta a los hijos de los dioses se lleva la Muerte a las mansiones subterráneas. La amábamos cuando con nosotros vivía, la amamos después de muerta; noble como ninguna era la compañera de tu lecho. _Antístrofa 2.ª_ — Que el túmulo de tu esposa no sea un montón de tierra como el de los demás difuntos, para que lo adoren los caminantes y le rindan culto, igual al de los dioses. Y alguno dirá, torciendo sus pasos: «Esta murió en otro tiempo por su esposo; ahora es diosa bienaventurada; salve, ¡oh mujer veneranda!, que nos concedas la felicidad». Tales voces la saludarán. Pero he aquí al hijo de Alcmena, ¡oh Admeto!, que se acerca a tu palacio. HERACLES (_con una mujer cubierta con un velo_). Con libertad, ¡oh Admeto!, debemos hablar a los amigos, y no callar, guardando en el pecho nuestras reconvenciones. Como yo llegué a tiempo para acompañarte en tus desdichas, creí que me las hubieses participado para poner a prueba mi amistad; pero me hospedaste en tu palacio como si solo te afligiera mal ajeno, cuando el cadáver de tu esposa yacía en su féretro. Y coroné mi cabeza, y ofrecí libaciones a los dioses en tu triste palacio. Y sin embargo, me quejo, me quejo de esto, aunque sienta agravar tus desdichas. Te diré la causa que me trae aquí de nuevo. Guárdame esta mujer que te entrego hasta que vuelva con los caballos de la Tracia, después de matar al tirano bistonio. Si la suerte no me es contraria, como deseo, tornaré, y mientras tanto te la doy para que sirva a tu familia. Con mucho trabajo llegó a mi poder: asistí a un certamen de atletas en que se proponía premio digno de esfuerzo, y en él lo he conseguido ganando la victoria. A los vencedores en más fácil combate se daba un caballo; ganados a los que lograban la palma en más grave contienda, como en la lucha y en el pugilato; después seguía esta mujer, y como me encontrase allí casualmente, pareciome vergonzoso despreciar tan gloriosa recompensa. Cuida, pues, de ella, como te he dicho; no la he robado, que la gané peleando, y acaso me lo agradecerás algún día. ADMETO No por menosprecio ni por enemistad te oculté la suerte sin ventura de mi esposa, sino porque, además de este dolor, hubiera sentido otro si en distinto albergue buscaras hospitalidad; bastábame deplorar aquella desdicha. En cuanto a esta mujer, te ruego, ¡oh rey!, que si me lo permites, la deposites en poder de otro cualquier tesalio, ya que entre los fereos cuentas muchos amigos, y así no me recordarás mis penas. No podría menos de llorar viéndola en mi palacio; no aumentes mi aflicción, que bastante tengo con la intolerable calamidad que ya conoces. ¿En qué parte del palacio se podrá educar tan tierna joven? Porque lo es, si algo significan su vestido y sus atavíos.[373] ¿Habitará, pues, bajo el mismo techo que los hombres? ¿Y cómo se conservará pura entre jóvenes? No es fácil refrenarlos, ¡oh Heracles!, y solo de lo que te interesa me curo ahora. ¿La llevaré acaso al ala del palacio, en donde se halla el tálamo de la difunta? ¿Y cómo la he de conceder su lecho? Temo dos clases de reconvenciones: una, de los ciudadanos, no sea que alguno me reprenda porque, faltando a una esposa adorable, duermo con otra doncella; y otra, de la muerta (digna de mi respeto) por el poco caso que de ella hago. Mas sabe tú, ¡oh mujer!, seas quien fueres, que tu figura es la misma que la de Alcestis, y tu cuerpo semejante al suyo. ¡Ay de mí! Por los dioses, quita esta mujer de mi presencia; no me asesines, que harta es mi desventura. Me parece que veo a mi esposa cuando la miro: túrbase mi corazón, y ríos de lágrimas brotan de mis ojos. ¡Oh desventurado de mí! Ahora comprendo la amargura de mi suerte. EL CORO Yo no puedo alegrarme de tu infortunio, pero sea cual fuere el don que los dioses te ofrezcan, debes aceptarlo. HERACLES ¡Ojalá que fuese tanto mi poder, que de los infiernos trajese a la luz a tu esposa, y te probara así mi amistad![374] ADMETO Ya sé lo que deseas; pero ¿cómo lograrlo? No es posible que los muertos vuelvan a ver la luz. HERACLES No seas exagerado en tu dolor: súfrelo con moderación. ADMETO Es más fácil exhortarme a ello que tolerarlo. HERACLES ¿Y qué ganarás gimiendo siempre? ADMETO Lo sé también; pero me arrebata el amor que me inspiraba. HERACLES Amar a un muerto fuente es de lágrimas. ADMETO Mi desgracia es superior a toda expresión. HERACLES Perdiste una buena esposa; ¿quién lo negará? ADMETO Hasta el punto de que la vida no tiene encantos para mí. HERACLES El tiempo mitigará tu pena, ahora en todo su vigor. ADMETO El tiempo, es verdad, si el tiempo es la muerte. HERACLES Te consolará una mujer, y desearás celebrar nuevas bodas. ADMETO Calla. ¿Qué has dicho? No lo esperaba de ti. HERACLES ¿Cómo, pues? ¿No elegirás una compañera, y dejarás vacío tu lecho? ADMETO Ninguna dormirá a mi lado. HERACLES ¿Y eso aprovechará algo a la difunta? ADMETO Esté donde estuviere, es menester honrarla. HERACLES Alabo, alabo tu propósito, pero no deja de ser una necedad. ADMETO Y haces bien, porque nunca me llamarás esposo de otra. HERACLES Lo alabo, porque eres fiel amante de Alcestis. ADMETO Moriré si le falto, aunque ya ella no exista. HERACLES Haz, sin embargo, lo posible por acoger dignamente en tu palacio a la que te presento. ADMETO No, por Zeus tu padre. HERACLES Y no obrarás bien si no lo haces. ADMETO Y si lo hago, el dolor desgarrará mi pecho. HERACLES Sigue mi consejo; quizá a trueque de este favor obtendrás proporcionada recompensa. ADMETO ¡Ay de mí! ¡Ojalá que nunca hubieras vencido en la lucha! HERACLES Tú también venciste conmigo. ADMETO Bien has dicho, pero que esta mujer se vaya. HERACLES Se irá, si conviene; pero reflexiónalo primero. ADMETO Así ha de ser, si no quieres indisponerte conmigo. HERACLES Sé muy bien las razones que tengo para insistir tanto en mi propósito. ADMETO Tú triunfas, mas no me es grata tu acción. HERACLES Pero llegará tiempo en que me alabes; obedéceme siquiera ahora. ADMETO (_a sus servidores_). Lleváosla, pues, si la he de recibir en mi palacio. HERACLES No seré yo quien la entregue a tus servidores. ADMETO Guíala tú mismo, si quieres. HERACLES Al contrario, la dejaré en tus manos. ADMETO No la tocaré; puede ir cuando quiera a mi palacio. HERACLES Solo a tu diestra la confío. ADMETO ¡Oh rey!, me obligas contra mi voluntad. HERACLES Atrévete a extender la mano y a tocar a tu huéspeda.[375] ADMETO (_volviendo hacia atrás el rostro_). Ya la extiendo, volviendo mi cabeza como si hubiese de mirar el rostro de la Gorgona. HERACLES ¿La estrechas ya? ADMETO Sí. HERACLES Está bien; guárdala, pues; algún día dirás que el hijo de Zeus es un noble huésped. (_Quítale el velo_). Mírala; quizá te parezca semejante a tu esposa; ya eres feliz, ya debe acabar tu dolor. ADMETO ¡Oh dioses! ¿Qué diré? ¡Milagro inesperado! ¿Miro verdaderamente a mi esposa, o mi alegría es juguete de algún dios? HERACLES No es eso; la que ves es tu misma esposa. ADMETO ¿Será acaso algún espectro infernal? HERACLES No vayas a creer que tu huésped es encantador.[376] ADMETO ¿Pero es esta mi esposa, la que sepulté hace poco? HERACLES No tengas la menor duda, aunque no es extraño que desconfíes así de la fortuna. ADMETO ¿La tocaré y hablaré como si fuese mi esposa? HERACLES Háblala; tienes cuanto podías desear. ADMETO ¡Oh rostro y cuerpo de mi amada cónyuge!; poséote contra lo que esperaba, y cuando pensé que jamás te volvería a ver. HERACLES En tu poder está; cuidado no excites la envidia de los dioses. ADMETO ¡Oh noble hijo de Zeus Máximo!; que seas dichoso, y que te conserve el padre que te engendró. Tú solo me has devuelto la vida. ¿Cómo desde los infiernos la trajiste a la luz? HERACLES Peleando con el dios de las tinieblas. ADMETO ¿En dónde dices que has trabado batalla con Hades? HERACLES Junto al mismo túmulo, acechándolo, y sujetándolo con mis brazos. ADMETO ¿Y por qué no habla esta mujer? HERACLES No te es lícito oír su voz antes de ofrecer la debida expiación a los dioses infernales, y hasta que no pasen tres días.[377] Pero llévala a tu palacio, y ya que eres justo, sigue, ¡oh Admeto!, siendo piadoso con tus huéspedes. Y adiós; yo voy a emprender el trabajo que me ha ordenado el rey, hijo de Esténelo. ADMETO Quédate conmigo, y acepta la hospitalidad que te ofrezco. HERACLES Otra vez será; ahora me urge dejarte sin dilación. ADMETO Pues que seas feliz, y vengas aquí a la vuelta. Mando a los ciudadanos de Feras y a toda la tetrarquía[378] que formen coros en celebridad de este fausto suceso, que sacrifiquen víctimas en las aras, y que el incienso acompañe a sus súplicas. Nuestra vida ahora es mejor que antes; no negaré que soy dichoso. EL CORO Muchas formas toman los sucesos que el cielo ordena, y muchas cosas hacen los dioses contra nuestras esperanzas, y lo que parecía que había de suceder no se verifica, y por obra del cielo termina felizmente lo que no se aguardaba. Así ha acontecido ahora. MEDEA ARGUMENTO Medea, hija del rey de la Cólquida, con cuya poderosa ayuda pudieron los argonautas conquistar el vellocino de oro, se había desposado con Jasón, dando a luz dos hijos, siguiéndole a Grecia, y estableciéndose con él en Corinto. Jasón, sin embargo, en vez de corresponder a los sacrificios que había hecho en su obsequio, ya cediendo al amor que le inspirara la hija de Creonte, rey de Corinto, ya por motivos de conveniencia personal, pretendió la mano de esta, y logró el asentimiento de su padre para celebrar sus segundas nupcias; pero Creonte entonces, conociendo el carácter vindicativo y vehemente de Medea, ya famosa por su crueldad y sus mágicas artes, decretó su destierro inmediato con sus hijos, y solo a sus ruegos consintió en aplazarlo, señalándole un nuevo término. Medea aprovechó este descanso para fingir su reconciliación con su esposo, y llevó su aparente docilidad hasta el punto de regalar a la nueva desposada una corona de oro y un riquísimo peplo. Desgraciadamente ambos dones estaban envueltos en eficacísimo veneno, que estalló en el momento de ponérselos la hija del rey, devorándola juntamente con su padre. No contenta con esto, se vengó también de Jasón matando a sus hijos, y huyó impune a la corte de Egeo, rey de Atenas, atravesando los aires en un carro tirado por dragones. Si sujetamos el análisis de esta tragedia a nuestro criterio moderno, no podemos menos de confesar que es una de las mejores de Eurípides, ya por la sencillez de su argumento, la sobriedad del plan y la perfección de sus detalles, como por el patético que en toda ella reina, y la maestría con que el poeta desenvuelve el carácter cruel y apasionado de su singular protagonista. Así comprendemos también que todavía se sostenga en nuestra escena, y la multitud de imitaciones que se han hecho de ella. Entre los griegos, Neofrón de Sición; Ennio, Pacuvio, Aecio, Ovidio y Séneca, entre los romanos; el italiano Ludovico Dolce; el inglés Glower; La Peruse, P. Corneille, Tomás Corneille, Longepierre, Pellegrin y Clément entre los franceses, han seguido las huellas de Eurípides y de Séneca, deslumbrados, sin duda, por la creación de esta mágica heroína, sin rival en la dramática antigua y moderna. Los críticos que la han analizado no están de acuerdo en sus juicios, y tanto Aristóteles como Augusto Guillermo Schlegel, Lefranc y otros desaprueban algunas de sus partes, aunque a nuestro poco autorizado parecer no se fijen en su defecto capital, que es el sello puramente humano que la distingue, lo cual, desde el punto de vista helénico, es lo más importante. Jasón, en efecto, se casa con la hija de Creonte por razones de utilidad personal, y Medea se venga de él y de los príncipes de Corinto envenenándolos y asesinando a sus hijos, y huye impune después de cometer tales atentados. La moral de la fábula es, por tanto, incompleta, porque el principal delincuente, que es Medea, nada sufre en castigo de sus crímenes, al par que la pena de Jasón, de Creonte y de su hija es desproporcionada. El desenlace trágico no es el que debiera ser, porque estas luchas horribles, que trastornan el mundo moral, no se calman y apaciguan devolviéndole su anterior armonía, como sucede en las de Sófocles y Esquilo. En nuestra opinión, el mérito principal de esta tragedia consiste en el carácter y en la situación dramática de Medea, arquetipo de la mujer fuerte, de pasiones enérgicas, exagerada y vehemente en su amor y en su odio, herida como una leona en lo que más ama, rodeada de ingratos y de hombres inferiores en todo a ella, pero osada y terrible en sus iras y ardiente en su venganza, como el Sol, de quien desciende. Jasón, cual Teseo con Ariadna y Eneas con Dido, es un personaje que, bajo distintos nombres, aparece no una vez sola en la poesía pagana. Para comprender el valor dramático de esta tragedia, baste recordar que han transcurrido cerca de dos mil trescientos años desde su primera representación, y hoy no podemos asistir a ella sin sentirnos profundamente conmovidos, cuando casi ha desaparecido el pueblo que la produjo, y los imperios más vastos y poderosos han caído en tierra, y ha quedado desierto el Olimpo, y son distintas nuestras leyes, nuestras costumbres y nuestra cultura. En cuanto a la fecha de su representación, parece indudable que se verificó antes de la guerra del Peloponeso, si valen algo tres datos de alguna importancia que existen referentes a este punto. El autor del argumento griego dice así: Ἐδιδάχθη ἐπὶ Πυθοδώρου ἄρχοντος κατα τὴν ὀγδοηκοστὴν ἑβδόμην Ὀλυμπιάδα. πρῶτος Εὐφωρίων, δεύτερος Σοφοκλῆς, τρίτος Εὐριπίδης. Μήδεια, Φιλοκτήτης, Δίκτυς, Θερισταὶ σάτυροι. Οὐ σῴζεται. Dedúcese, pues, de estas palabras que se representó en el arcontado de Pitodoro, el año primero de la olimpiada 87 (432 antes de Jesucristo), y que concurrieron a este certamen dramático Euforión, hijo de Esquilo, que ganó el primer premio, Sófocles el segundo, y Eurípides el tercero. Además, en la misma tragedia leemos estos versos, que pronuncia Medea: χρὴ δ᾽ οὔποθ᾽ ὅστις ἀρτίφρων πέφυκ᾽ ἀνὴρ, παῖδας περισσῶς ἐκδιδάσκεσθαι σοφούς· Χωρὶς γὰρ ἄλλης ἧς ἔχουσιν ἀργίας φθόνον πρὸς ἀστῶν ἀλφάνουσι δυσμενῆ. Σκαιοῖσι μὲν γὰρ καινὰ προσφέρων σοφὰ δόξεις ἀχρεῖος κοὐ σοφὸς πεφυκέναι. κ. τ. λ. en los cuales parece aludir Eurípides a las persecuciones que sufrieron los filósofos antes de la guerra del Peloponeso, según Plutarco, _Nic._, cap. XXIII, y de cuyas resultas se vio la célebre Aspasia en inminente peligro de muerte, salvándose solo a ruegos de Pericles. Por último, en los versos 825 y 26 llama el coro al Ática ἱερᾶς χώρας ἀπορθήτου τε, «región sagrada e inexpugnable», indicando, sin duda, que aún no había sufrido los tristes reveses que después experimentó en la guerra. PERSONAJES LA NODRIZA DE MEDEA. EL PEDAGOGO, _o ayo de los hijos de Medea._ ΜEDEA. CORO DE MUJERES CORINTIAS. CREONTE, _rey de Corinto._ JASÓN. EGEO, _rey de Atenas._ UN MENSAJERO. LOS HIJOS DE MEDEA. La acción es en Corinto. Vese en la escena el palacio de Creonte. LA NODRIZA ¡Ojalá que la nave _Argo_[379] no volase a la Cólquida[380] y a las cerúleas Simplégadas,[381] y que nunca cayese en tierra el pino cortado en las selvas del Pelión,[382] ni la hubiesen armado de remos los héroes muy ilustres que fueron a conquistar el vellocino de oro de Pelias![383] No hubiera navegado mi dueña Medea hacia las torres del campo de Yolco,[384] enamorada de Jasón, ni las hijas de Pelias habrían dado muerte a su padre, ni habitaría en Corinto[385] con su esposo y sus hijos, muy querida de estos ciudadanos, a cuyo país vino fugitiva, y complaciendo sin tasa a Jasón; que el lazo más fuerte del matrimonio es la completa sumisión de la esposa al esposo. Pero hoy todo le es hostil, e indecibles sus sufrimientos. Jasón, faltando traidoramente a sus propios hijos y a mi dueña, contrae regias nupcias con la hija de Creonte,[386] rey de Corinto. La desdichada Medea, herida ignominiosamente en la fibra más sensible de su corazón, clama y jura, invoca la fidelidad que Jasón le prometió al darle su diestra, y pone a los dioses por testigos de su ingratitud. Yace sin tomar alimento, presa de intolerables dolores y siempre deshecha en lágrimas, desde que tuvo noticia de la injuria que su esposo le hacía; ni levanta sus ojos, ni los separa de la tierra, sino que, impasible como una piedra o como las olas del mar, oye los consejos de sus amigos, a no ser cuando inclina su muy blanco cuello y llora a su padre amado, a su patria y sus palacios, abandonados por acompañar a su esposo, que ahora la desprecia. La infortunada aprende a conocer sus penas a costa de lo que vale el suelo patrio. Odia a sus hijos y no se alegra al verlos. Y temo que maquine algo funesto, que es de carácter vehemente y no puede sufrir injurias. Yo, que lo sé, me estremezco al pensar que acaso atraviese sus entrañas con afilado acero, o que mate a la hija del rey y al que se casó con ella, y le sobrevengan después mayores desdichas. Repito que es de carácter vehemente y que ningún adversario triunfará de ella con facilidad. Pero he aquí a sus hijos, que vienen del gimnasio en donde corren los carros, sin pensar en su madre, porque en su edad juvenil no se suelen sentir los males. EL PEDAGOGO (_con los hijos de Medea_). Antigua esclava del palacio de mi dueña: ¿por qué estás sola a la puerta reflexionando en tu infortunio? ¿Cómo es que Medea no apetece tu compañía? LA NODRIZA Anciano ayo de los hijos de Jasón: los buenos esclavos comparten las desventuras de sus amos y padecen también. Tan grande es mi dolor, que vengo a contar a la tierra y al cielo los infortunios de mi señora.[387] EL PEDAGOGO ¿No cesa de gemir la desdichada? LA NODRIZA ¡Singular es tu candor! Ahora empieza; aún no ha llegado a la mitad del camino. EL PEDAGOGO ¿Nada sabe la inocente, sí es lícito hablar así de nuestros señores, de sus males novísimos? LA NODRIZA ¿Qué hay, ¡oh anciano!? Dímelo al instante. EL PEDAGOGO Nada; ya me arrepiento de haber hablado. LA NODRIZA Te ruego, por tu barba, que nada ocultes a tu consierva, que, si es necesario, guardará silencio. EL PEDAGOGO Oí a uno casualmente (fingiendo no escucharlo, y acercándome al juego de los dados,[388] junto a la fuente sagrada de Pirene,[389] en donde se reúnen muchos ancianos) que Creonte, señor de esta tierra, había decretado que los hijos y la madre la dejasen. No sé si ese rumor es o no cierto; yo quisiera que no lo fuese. LA NODRIZA ¿Y consentirá Jasón que sufran tal pena sus hijos, aunque no ame a la madre? EL PEDAGOGO Los nuevos amores triunfan de los antiguos, y Creonte no es amigo de la familia de Medea. LA NODRIZA Perdidos somos si al mal antiguo se añade el que anuncias, cuando aún no hemos apurado el primero. EL PEDAGOGO Pero tranquilízate (porque no conviene que lo sepa nuestra dueña), y calla la noticia. LA NODRIZA ¿Oís, hijos, cuán cariñoso es con vosotros vuestro padre? No deseo que muera, es mi señor; pero es criminal su conducta con prendas tan caras. EL PEDAGOGO Entrad en el palacio, que no será inútil, ¡oh hijos! Aléjalos tú cuanto puedas de su madre, y que no los vea airada. He observado el furor que expresaban sus ojos al mirarlos, como si algo tramara, y no se aplacará su ira, lo sé bien, como no la descargue en alguno. ¡Ojalá que la víctima sea algún enemigo, no un amigo! MEDEA (_desde dentro_). ¡Ay de mí, desventurada y mísera! ¡Ay de mis penas! ¡Ay de mí, ay de mí! ¿Cómo moriré al fin? LA NODRIZA Esto es lo que os decía, amados hijos; vuestra madre se agita, su bilis se remueve. Entrad pronto en el palacio, que no os vea; no os acerquéis a ella; guardaos de su índole cruel, y del ímpetu terrible de sus pasiones. Marchaos ya, entrad cuanto antes. Ya se levanta la nube; no tardará en estallar con mayor furia. ¿Qué hará en su rabiosa arrogancia, qué hará su ánimo implacable, aguijoneado por el infortunio? MEDEA ¡Ay, ay, ay, ay de mí! ¡Qué males sufro, mísera! ¡Qué males sufro tan deplorables! ¡Hijos malditos de funesta madre: que perezcáis con vuestro padre; que todo su linaje sea exterminado! LA NODRIZA ¡Ay de mí, ay de mí, ay de mí, desventurada! ¿Por qué han de expiar tus hijos las faltas de su padre? ¡Ay de mí! ¡Pobres hijos! ¡Cuánta es mi angustia, cuánto mi deseo de que nada sufráis! Crueles son los tiranos, y como mandan mucho y obedecen poco, difícilmente se aplacan sus iras. Mejor es acostumbrarse a vivir modestamente. Que yo envejezca tranquila, no rodeada de magnificencia. El solo nombre de medianía es ya grato, su posesión el mayor beneficio de que disfrutan los mortales; nunca los excesos aprovechan a los hombres; al contrario, mayores son las calamidades que los dioses, cuando se enfurecen, lanzan contra las familias. EL CORO He oído las voces, he oído los clamores de la desdichada que nació en Colcos, y cuya ira no se ha mitigado todavía. Cuéntanos, ¡oh anciana!, lo que sucede; he oído lamentos en ese palacio de doble puerta,[390] y no me placen los infortunios de esa familia, ¡oh mujer!, a quien tengo afecto. LA NODRIZA Ya no existe; merced a estos sucesos ha desaparecido. Él duerme ahora en regio tálamo; la dueña se consume en su lecho, y no tiene amigos que la consuelen. MEDEA ¡Ay, ay! ¡Que el fuego del cielo me abrase! ¿Qué gano yo con vivir? ¡Ay, ay! ¡Que la muerte me arrebate esta triste vida! EL CORO ¿No habéis oído, Zeus, Tierra y Luz, las voces de la infeliz esposa? ¿No ves que tu insaciable deseo al verte sola en tu lecho, ¡oh insensata!, precipitará tu muerte? Vano será tu anhelo. Si tu marido descansa en nuevo tálamo, no te enfurezcas contra él, que Zeus te vengará. No te contristes más de lo justo llorando a tu compañero. MEDEA ¡Oh magna Temis y reverenda Artemisa!; ¿veis lo que sufro a pesar de los sagrados juramentos que ligan a mi execrable esposo? Ojalá que lo vea con su esposa (ya que han osado ofenderme primero) bajo las ruinas de su palacio, ¡oh ciudad!, ¡oh padre!, a quienes abandoné torpemente después de matar a mi hermano.[391] LA NODRIZA Ya oís lo que dice, y cómo invoca a Temis y a Zeus,[392] a quienes los hombres miran como a defensores de los juramentos. No es posible que mi señora aplaque fácilmente sus iras. EL CORO Ojalá que Medea se presente y atienda mis ruegos, si se ha de mitigar su furiosa ira y los ímpetus de su rabia. Nunca faltaré yo a los deberes de la amistad. Ve, pues, y sácala de su palacio, y dile que la amamos; apresúrate, antes que descargue su furor en los que están dentro; las lágrimas corren aquí con furia. LA NODRIZA Así lo haré, aunque no tengo confianza en persuadir a mi señora; os complaceré, sin embargo, aunque se lanza contra sus servidores como leona recién parida, si alguno se acerca a hablarle. No errarás si llamas necios e imprudentes a los hombres de los pasados tiempos, que para regocijo de la vida inventaron los himnos en fiestas, banquetes y cenas, y ninguno intentó disiparla con la música o el canto, acompañado de muchas liras, y por eso los asesinatos y las más fatales desgracias arruinan a las familias. Ventajoso hubiera sido curar con el canto los males de los hombres; porque en un alegre festín, ¿a qué modular la voz agradablemente? Él solo, si es espléndido, deleita a los mortales. EL CORO He oído lúgubres clamores, he oído lamentos; quéjase amargamente del traidor a quien dio su mano, de su malvado esposo. Llena de ignominia invoca a Temis, hija de Zeus, defensora de los juramentos, que la arrastró a la Grecia enfrente de su patria,[393] atravesando de noche los mares hasta llegar a este salado y marino estrecho, de difícil paso. MEDEA Salgo de mi palacio, ¡oh mujeres corintias!, para que no me reconvengáis. Sé bien que algunos que viven en el extranjero, lejos de su patria, son orgullosos, y que otros, de costumbres apacibles y olvidadizos de ella, pasan tranquilamente la vida.[394] No mora la justicia en los ojos de los hombres, pues antes de conocer a fondo a los demás, odian a la simple vista, sin ser provocados a ello por injuria alguna. El que recibe hospitalidad debe adoptar las costumbres de la ciudad que se la da, pues no alabo al ciudadano, sea el que fuere, de arrogante índole que con su necedad molesta a sus conciudadanos. Este mal, que me ha sobrevenido cuando no lo esperaba, ha desgarrado mi corazón acabando conmigo, y como la vida no tiene ya atractivo para mí, deseo morir, ¡oh amigas! Mi esposo, el peor de los hombres, me ha abandonado, cuando en él tenía cifrada mi mayor dicha; de todos los seres que sienten y conocen, nosotras las mujeres somos las más desventuradas, porque necesitamos comprar primero un esposo a costa de grandes riquezas[395] y darle el señorío de nuestro cuerpo; y este mal es más grave que el otro, porque corremos el mayor riesgo, exponiéndonos a que sea bueno o malo. No es honesto el divorcio en las mujeres, ni posible repudiar al marido.[396] Habiendo de observar nuevas costumbres y nuevas leyes, como son las del matrimonio, es preciso ser adivino (no habiéndolas aprendido antes, como sucede, en efecto) para saber cómo nos hemos de conducir con nuestro esposo. Si congenia con nosotras (y es la mayor dicha) y sufre sin repugnancia el yugo, es envidiable la vida; si no, vale más morir. El hombre, cuando se halla mal en su casa, se sale de ella y se liberta del fastidio o en la del amigo, o en la de sus compañeros; mas la necesidad nos obliga a no poner nuestra esperanza más que en nosotras mismas. Verdad es que dicen que pasamos la vida en nuestro hogar libres de peligros, y que ellos pelean con la lanza; pero piensan mal, que más quisiera yo embrazar tres veces el escudo que parir una sola. Pero tu suerte es distinta de la mía, y contigo no rezan mis palabras; esta es tu patria, este tu hogar paterno, y aquí disfrutas de las comodidades de la vida y del trato de los amigos; yo sin ellos, desterrada, sufriendo afrentas de mi marido, que me robó de un país bárbaro, no tengo madre, ni hermano, ni parientes que me consuelen en esta calamidad. Solo, pues, desearía que me indicases algún medio de vengarme de estos males que mi esposo me causa, y del que le dio a su hija en matrimonio, y de ella, y que lo calles. Porque la mujer es siempre tímida, cobarde en la lucha, y sin ánimo para mirar tranquilamente el acero; pero cuando la injuria que recibe afecta a su tálamo conyugal, no hay nadie más cruel.[397] EL CORO Haré lo que dices; con razón debes vengarte de tu esposo, ¡oh Medea! No me admira que llores tu desgracia. Pero veo a Creonte, señor de esta tierra, que se acerca a anunciarte sin duda nuevas órdenes. CREONTE Mándote, Medea de torva mirada, llena de ira contra tu esposo, que salgas desterrada, llevándote tus dos hijos, y sin dilatarlo un instante; que soy aquí soberano, y no volveré a mi palacio antes de expulsarte de los confines de este país. MEDEA ¡Ay, ay! ¡Completa es mi desventura! ¡Muerta soy! Ya mis enemigos largan todas las velas y no hay remedio contra estos males. Pero dime, ¡oh Creonte!, a pesar de tu odioso comportamiento: ¿por qué me destierras? CREONTE Temo (dejándome de circunloquios) que infieras a mi hija algún daño irreparable. Muchas son las causas de mi temor; eres astuta, maestra en artificios, y sientes que tu esposo haya abandonado tu lecho; sé que profieres amenazas, según dicen, y que no disimulas tu propósito de vengarte de mí por haber casado a mi hija, y del esposo y de la esposa. Cuidaré, pues, de que no suceda. Más quiero incurrir en tu odio, ¡oh mujer!, que arrepentirme inútilmente de mi condescendencia. MEDEA ¡Ay, ay! No ahora solo, ¡oh Creonte!, sino muchas veces, me ha perjudicado mi mala reputación y me ha acarreado graves males. Nunca conviene que el hombre de recto juicio enseñe a sus hijos demasiada filosofía, porque además de ganar fama de holgazanes, concitan contra sí la envidia de sus conciudadanos. Si enseñas a los necios nuevas y profundas doctrinas, creerán que para nada sirves y que no eres sabio; y hasta aquellos que estiman lo que sabes, si te creen superior, te aborrecerán porque los molestas. Ofrézcote una prueba de lo que digo: por mi saber me envidian unos (estos me llaman ociosa, aquellos perversa), y para otros soy pesada carga, y sin embargo, no sé demasiado. Tú temes sufrir de mí algún daño injusto. No es ese mi pensamiento, ¡oh Creonte!; no receles que yo ofenda a tan ilustres personajes. ¿Qué iniquidades has perpetrado contra mí casando a tu hija, atento solo a su inclinación? A quien detesto es a mi marido; pero según creo, has obrado con prudencia. Y ahora no llevo a mal que salga todo a medida de tu deseo: que se casen, que aquí reinen la felicidad y el bienestar; pero déjame vivir en Corinto; yo callaré a pesar de mi afrenta, y cederé a la fuerza.[398] CREONTE Agrádame oír lo que dices; pero temo que fragües alguna maldad, y ahora tengo en ti menos confianza que antes, porque la mujer de pronta cólera, lo mismo que el hombre, es menos temible que quien calla y solapadamente forma propósito de vengarse. Vete, pues, cuanto antes y no me hables más; así lo he mandado y no hallarás medio de quedarte entre nosotros, siendo mi enemiga. MEDEA ¡Oh, no, por tus rodillas y por tu hija recién casada! CREONTE Hablas en balde; nunca lograrás persuadirme. MEDEA ¿Y me expulsarás de aquí y desoirás mis súplicas? CREONTE No te prefiero a mi familia. MEDEA ¡Cuánto, ¡oh patria!, me acuerdo de ti ahora! CREONTE Fuera de mis hijos, lo que más amo es mi ciudad. MEDEA ¡Ay, ay! ¡Qué grave mal es el amor en los hombres! CREONTE En mi juicio, según sea su fortuna.[399] MEDEA ¡Oh Zeus, no olvides al autor de estos males! CREONTE Vete, insensata, y líbrame de cuidados. MEDEA Bastante tengo con los míos; no necesito más. CREONTE Pronto te desterrarán a la fuerza los de mi séquito. MEDEA No lo hagas; yo te lo suplico, ¡oh Creonte! CREONTE No me precipites tú, como llevas trazos de hacerlo. MEDEA Huiré; no es eso lo que te pido. CREONTE ¿A qué, pues, te opones y no te alejas? MEDEA Concédeme de plazo este solo día, y pensaré en dónde he de refugiarme con mis hijos, ya que su padre no se cuida de ellos; compadécete de su suerte, que tú también los tienes; míralos con agrado. Poco me curo de mí y de mi destierro, pero deploro su mala fortuna. CREONTE No es tiránica mi natural índole, y muchas veces me ha perdido mi bondad. Y veo que no obro bien ahora, ¡oh mujer!, y sin embargo, lograrás lo que deseas; pero advierto que morirás si te llega a alumbrar aquí o a tus hijos la antorcha del sol que ha de lucir mañana: lo dicho dicho está, y no me volveré atrás. Ahora, si te conviene quedarte aquí, quédate por un solo día, que no podrás cometer ningún crimen de los que temo. EL CORO ¡Infeliz mujer! ¡Ay, ay, cuántos son tus dolores! ¿Adónde te encaminarás al fin? ¿Quién te dará hospitalidad, qué techo te cobijará, qué tierra podrás encontrar que te libre de males? ¡En peligrosa borrasca, ¡oh Medea!, te han lanzado los dioses![400] MEDEA Rodéanme solo desdichas: ¿quién podrá contradecirlo? Pero no será como pensáis, no. Nuevas luchas aguardan a los esposos y no pocos trabajos a los suegros. ¿Crees, acaso, que yo le habría hablado nunca con tanta dulzura sino por ganar tiempo y vengarme? Me hubiera callado, absteniéndome de tocar sus manos. Tan grande es su insensatez que, pudiendo desbaratar mis proyectos, desterrándome de aquí ahora, me ha concedido el plazo de un día, que bastará para dar muerte a tres enemigos míos: al padre, a la hija y a mi esposo. Aunque tengo muchos medios de hacerlos morir, no sé, ¡oh amigas!, cuál emplearé primero: si incendiaré el palacio nupcial, o si los atravesaré con el afilado acero, entrando ocultamente en el aposento en que está preparado el nupcial lecho. Solo un obstáculo me detiene: si al cumplir mi propósito me prenden, se regocijarán con mi muerte. Lo mejor es matarlos con veneno, en cuyo arte soy maestra. Sea así; supongamos que ya han perecido: ¿qué ciudad me acogerá? ¿Quién me dará hospitalidad, y me dejará libre, y me ofrecerá un país seguro y un albergue que me inspire confianza? No es fácil. Como me queda tan poco tiempo, si encuentro algún refugio que me tranquilice, cometeré mi crimen dolosa y ocultamente; si la inevitable fortuna trastorna mi plan, los mataré con mi espada, aunque después muera yo; ellos verán hasta dónde llega mi audacia. No, por Hécate,[401] deidad a quien rindo especial culto, y cuya protección he implorado en este trance en el secreto santuario de mi palacio; nadie se reirá de mis dolores. Amargas y tristes serán las nupcias, amargo el nuevo parentesco, amargo mi destierro de este país. Ea, pues, Medea; apela a todos tus artificios, delibera y medita, no vaciles en cometer tu atroz delito; veremos quién es más fuerte. ¿No consideras tu estado? ¿Has nacido de noble padre y desciendes del Sol,[402] y servirás de ludibrio en las bodas de Jasón y de los hijos de Sísifo?[403] Tú eres sagaz; por naturaleza somos las mujeres las más incapaces de hacer el bien, pero artífices los más ingeniosos de todo linaje de males.[404] (_Mientras canta el coro, Medea no abandona el teatro, aunque quede en segundo término_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Hacia atrás corren las ondas de las sagradas fuentes, y la justicia y todas las cosas hacia atrás se revuelven. El dolo preside en los consejos de los hombres y no hay fe en los dioses. Para que mi vida sea alabada ha de cambiar mi fama: sea honrado mi sexo, y las mujeres no gozarán de infausto renombre. _Antístrofa 1.ª_ — Las Musas, madres de las antiguas canciones, no publicarán ya mi perfidia; Febo, dios de la poesía, no nos ha concedido componer cantos divinos, acompañados de la lira,[405] porque entonces yo hubiese entonado un himno contrario a los hombres, ya que la larga edad pasada aduce tantas pruebas contra nosotras y contra ellos. _Estrofa 2.ª_ — Mas tú abandonaste el hogar paterno, navegando airada; atravesaste los dos peñascos del mar,[406] habitas en tierra extranjera, y viuda solitaria yaces en el lecho, ¡oh desdichada!, y te destierran de este país con ignominia. _Antístrofa 2.ª_ — El aire se llevó los juramentos y desapareció el pudor de la Grecia, siendo tan vasta. Tú, desventurada, no tienes palacio paterno al cual recurras en tus miserias, y en el tuyo y en tu esposo domina otra reina más poderosa que tú. JASÓN No solo ahora, sino muchas veces he observado que la rabiosa cólera es mal irreparable. Cuando podías quedarte en tu casa y en este país, si obedecieras resignada las órdenes de los que mandan, los obligas, profiriendo vanas palabras, a que te lancen de aquí. Para mí no hay en esto la menor molestia; no dejes nunca de decir que Jasón es el peor de los hombres; pero en cuanto a tus injurias contra los príncipes, debes convenir conmigo en que no ganas poco siendo solo desterrada. Siempre me esforcé en aplacar la ira de los reyes, enfurecidos contra ti, y deseaba que te quedases; pero tú, siempre insensata, prosigues maldiciendo a los que reinan, y así no habrá otro remedio que desterrarte. Sin embargo, ni aun por esto falto a los que amo; tal es la razón que me ha obligado a venir aquí, ¡oh mujer!, para mirar por ti, para que no salgas pobre con tus hijos, si algo necesitas. Muchos males trae consigo el destierro, y aunque me aborrezcas, nunca podré quererte mal. MEDEA ¡Oh tú, el mayor de los malvados! (que, débil mujer, solo mi lengua debe ofenderte), ¿has venido a vernos, has venido a vernos cuando te odio más que a nadie? (y los dioses conmigo y todo el linaje humano).[407] No es confianza ni fortaleza mirar frente a frente a los amigos a quienes injurias, sino desvergüenza, la más grave de las debilidades humanas. No obstante, has hecho bien en venir, porque me consolaré maldiciéndote, y tú sufrirás oyéndome. Comenzaré, pues, tu apología. Te salvé, como saben todos los griegos que se embarcaron contigo en la nave _Argo_, cuando guiaste los toros uncidos al yugo, que aspiraban llamas, para sembrar el mortífero campo; y después que maté al vigilante dragón que guardaba el vellocino de oro envuelto en sus monstruosos pliegues, visto por mí la luz saludable.[408] Yo misma, abandonando traidoramente a mi padre y a mi familia, te acompañé a Yolco el del Pelión con más ligereza que prudencia, y maté a Pelias (cuando la muerte es el peor de los males) valiéndome de sus mismas hijas, y te liberté de todo temor. Y por estos beneficios, ¡oh tú, el más infame de los hombres!, me has vendido y buscado un nuevo tálamo para que no se acabe tu linaje. Si no tuviera hijos, podría perdonarte tus nuevas nupcias. No has hecho caso de tus juramentos, ni es fácil saber si crees que todavía reinan los dioses que antes reinaron, o si los hombres han recibido otras leyes, aun cuando estés bien seguro de que no me has sido lo fiel que debieras. ¡Ay de mi diestra, que tanto estrechaste! ¡Ay de mis rodillas, que en vano tocó un hombre malvado! Perdimos toda esperanza. Ea, pues, hablaré contigo como si fueras amigo, y aunque no eres capaz de hacerme bien alguno, te hablaré, sin embargo, para que cuando te reconvenga, sea mayor tu oprobio. ¿Adónde me dirigiré ahora? ¿Al palacio de mi padre y a mi patria, abandonada antes por venir aquí? ¿Buscaré las míseras hijas de Pelias? Bien me recibirán, sin duda, en su palacio, después de haber dado muerte a su padre. Tal es mi desesperada situación, que me aborrecen los amigos a quienes no debí nacer mal, y tengo por enemigos a quienes solo dispensé beneficios, como sucede a ti. Soy por tu causa la esposa más feliz y envidiable de la Grecia, y tú un portentoso y fidelísimo marido: tú eres el autor de mis desventuras, tú me obligas a huir de aquí desterrada, sin amigos, sola con mis hijos, también solos. ¡Preclara gloria para el nuevo esposo reducir a sus hijos y a su salvadora a la condición de errantes mendigos! ¿Por qué, ¡oh Zeus!, has permitido que los hombres distingan el oro verdadero del falso, y no has impreso una señal en el cuerpo para que no se confundan los malos con los buenos? EL CORO Grave mal es la ira, y se cura con trabajo si los amigos luchan con amigos. JASÓN Preciso es, según parece, que yo no sea imperito en hablar, sino como prudente piloto que pliega las velas de la nave, ¡oh mujer!, para escapar a tu locuacidad desenfrenada. He de decirte, pues, ya que tanto ponderas tus beneficios, que Afrodita sola, no otro dios ni hombre, me salvó en mi navegación. Sutil es tu ingenio, y te será enojoso que yo cuente cómo te forzó el Amor con sus inevitables saetas a libertarme. Pero no insistiré en esto. No puedo negar que me ayudaste; pero probaré que tú has ganado en ello más de lo que hubieras perdido haciendo lo contrario. En primer lugar, vives en la Grecia y no en país bárbaro, y has conocido en ella lo que valen el derecho y las leyes, no la arbitrariedad y la violencia; todos los griegos alaban tu ingenio, y has alcanzado gloria, y si habitases en los últimos confines del orbe, nadie hablaría de ti. Aunque en mi palacio no tenga riquezas, aunque no pueda componer versos superiores a los de Orfeo, que la fama, en cambio, celebre mis hazañas. He aquí mis obras, ya que tú has suscitado esta disputa. Por lo que hace a mis nupcias, que has escarnecido, probaré primero mi prudencia, después mi moderación, y, por último, que todo ello es la consecuencia del afecto que profeso a ti y a mis hijos. Tranquilízate, pues. Cuando llegué aquí desde Yolco, presa de intolerables sufrimientos, ¿qué mayor ventura para mí que casarme con la hija del rey, no siendo más que un mísero desterrado? No, como tú dices con sarcasmo, porque te aborrezca, ni por los incentivos que me ofrece una nueva esposa, ni por tener muchos hijos (que me bastan los tuyos, y no me quejo de ello), sino lo que es más importante, por vivir vida pacífica y no sufrir la miseria, sabiendo que los amigos huyen del pobre, y para educar a mis hijos como a su cuna corresponde, y si engendrare otros, hermanos de los tuyos, para que todos sean iguales, y verlos juntos, y disfrutar así de ventura. ¿Para qué necesitas a los tuyos? A mí me interesa servir con los que tenga a los que ya viven. ¿He pensado mal acaso? No lo dirías tú si no te amargara mi matrimonio. Vosotras las mujeres creéis poseerlo todo cuando vuestro lecho nupcial queda a salvo; pero si sufrís algo en esta parte, miráis como lo más adverso lo mejor y más útil. Convendría que los mortales procreasen hijos por otros medios, y que no hubiese mujeres, y así se verían libres de todo mal. EL CORO Elegante discurso has pronunciado, ¡oh Jasón!, y sin embargo me parece, aunque de tu opinión disienta, que no has obrado en justicia faltando a tu esposa. ΜEDEA No hay duda que en muchos puntos no pienso como los demás mortales. En mi juicio, el que es sagaz hablando, cuando huella el derecho merece el mayor castigo; confiando en que podrá paliar sus defectos con la palabra, se atreve a obrar mal, y así no es bastante sabio. No pronuncies, pues, contra mí frases especiosas, ni te jactes de tu pericia en hablar, que una sola palabra mía bastará para confundirte. Si no obrabas con mala intención, debiste convencerme primero de ello antes de casarte, y no hacerlo sin conocimiento de tus amigos. JASÓN Seguramente hubieras aprobado mi propósito si te hubiese dicho que pensaba casarme, cuando ahora refrenas tu ira con trabajo.[409] ΜEDEA No te afligía ese cuidado; al contrario, era para ti humillante tener esposa extranjera acercándose tu vejez. JASÓN Te aseguro, ya que ha llegado la ocasión oportuna, que no por esa mujer he deseado y conseguido ese regio matrimonio, sino, como te dije antes, por tu bien y el de tus hijos, y porque tengan otros hermanos de sangre real, columnas de mi familia. ΜEDEA Que no me toque en suerte dicha mezclada con dolor, ni riquezas que atormenten mi ánimo. JASÓN ¿Quieres hacer votos contrarios, y parecerás más prudente? No pienses jamás que los bienes son molestos, ni te tengas por infeliz cuando eres afortunada. ΜEDEA Insúltame, que aquí tienes un refugio, y yo huiré abandonada. JASÓN Tú misma lo has elegido; no acuses a nadie. ΜEDEA ¿Y qué recurso me queda? ¿Casarme con otro y hacerte traición? JASÓN Proferir impías maldiciones contra los reyes. ΜEDEA Y a mí me maldicen también en tu palacio. JASÓN No pasaré más adelante. Si para ti o para tus hijos quieres aceptar algún socorro mío, dilo; pronto estoy a darte con generosidad lo que desees y encargar a los que te den hospitalidad[410] que te traten bien. Y si lo rehúsas, ¡oh mujer!, obrarás neciamente; si aplacas tu ira, ganarás mucho más. MEDEA Ni me hospedarán tus amigos, ni recibiré nada, ni nada me darás, que los dones de hombre malvado nunca aprovechan. JASÓN Pues yo pongo a los dioses por testigos de que soy capaz de hacer todo linaje de sacrificios por ti y por tus hijos; pero sin duda no te agradan los bienes, sino que, contumaz, rechazas a los que te aman, de lo cual has de arrepentirte. MEDEA Vete, que ya no puedes vivir separado de tu nueva esposa, ni estar tanto tiempo lejos de su palacio. Cásate con ella; quizás, si los dioses lo permiten, celebrarás un himeneo que rechazarías más adelante. EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Cuando el Amor domina a los hombres, ni es buena su fama, ni tampoco merecen alabanza; al contrario, cuando Afrodita se acerca a nosotros con modestia, no hay diosa tan grata. Nunca, ¡oh señora!, vibres contra mí tu arco de oro, ni me hiera con tus deseos tu inevitable saeta. _Antístrofa 1.ª_ — Sea mi galardón la continencia, el más hermoso presente de los dioses; que jamás me obligue la poderosa Afrodita a tomar parte en luchas de éxito dudoso, ni en insaciables combates que trastornen el alma con envidia de ajeno lecho, sino que me conceda vivir en pacífico consorcio y distinguir con claridad los tálamos de las demás esposas. _Estrofa 2.ª_ — ¡Oh patria y familia mía!; que jamás sea desterrada, teniendo que pasar la vida en la indigencia, víctima de los más miserables trabajos. Que la muerte, que la muerte me arrebate antes que llegue ese día. No hay mayor mal que habitar lejos de la patria. _Antístrofa 2.ª_ — Lo vemos con nuestros ojos; no hablamos por lo que otros nos dijeron. Ni tu ciudad ni ninguno de tus amigos se ha compadecido de tus gravísimos infortunios. Perezca el miserable, sea el que fuere, que no honre a sus amigos y no les entregue la llave de su puro corazón. Nunca lo será para mí. EGEO[411] Salve, Medea; no hay más bello exordio para hablar a los que amamos. MEDEA Salve tú también, Egeo, hijo del prudente Pandión; ¿de dónde vienes? EGEO De visitar el antiguo oráculo de Febo. MEDEA ¿A qué has ido al fatídico centro de la tierra? EGEO Llevado de mi deseo de tener hijos. MEDEA Por los dioses, ¿todavía arrastras sin ellos la vida? EGEO Sin hijos seguimos por decreto de algún dios. MEDEA ¿Y estando casado vives sin tu esposa? EGEO No carecemos de tálamo conyugal. MEDEA ¿Y qué te ha dicho Febo? EGEO Palabras demasiado sublimes para que un hombre las entienda. MEDEA ¿Podría yo conocer el oráculo del dios? EGEO Sin duda, y con tanta más razón cuanto que se necesita para comprenderlo ingenio sagaz. MEDEA ¿Qué respondió, pues? Dilo, si es que puedo oírlo. EGEO Que no saque mi pie de los odres.[412] MEDEA ¿Antes que hicieres alguna otra cosa, o que llegues a algún país? EGEO Antes de volver al hogar patrio. MEDEA ¿Y por qué causa has navegado a este país? EGEO Hay aquí un cierto Piteo, rey de Trecén.[413] MEDEA Según dicen, el más piadoso de los hijos de Pélope. EGEO Quiero comunicarle el oráculo del dios. MEDEA Es un varón sabio, y muy perito en tales interpretaciones. EGEO Y el más amado de todos mis huéspedes. MEDEA Que seas feliz, y que consigas lo que deseas. EGEO ¿Qué ha nublado tus ojos y consumido tu cuerpo? MEDEA ¡Oh Egeo, mi esposo es el más malvado de todos los hombres! EGEO ¿Qué dices? Cuéntame con franqueza tus penas. MEDEA Jasón me ha cubierto de oprobio sin sufrir de mí mal alguno. EGEO ¿Cuál es su crimen? Dímelo más claramente. MEDEA Ha tomado otra esposa para que gobierne su casa. EGEO ¿Y cómo se ha atrevido a cometer tan vergonzosa maldad? MEDEA Pero no deja de ser cierta: llena estoy de ignominia, cuando antes me amaba. EGEO ¿Enamorado de ella, o harto ya de tu lecho? MEDEA Cediendo a su amor vehemente: no era leal con sus amigos. EGEO Váyale, pues, bien si, como dices, es un malvado. MEDEA Quiso casarse con hijas de reyes. EGEO ¿Quién se la da en matrimonio? Acaba de decírmelo. MEDEA Creonte, que reina en Corinto. EGEO Disculpable era sin duda tu dolor, ¡oh mujer! MEDEA No puedo sufrirlo, y además me destierran de este país. EGEO ¿Quién? Ese es otro nuevo mal. MEDEA Creonte me destierra de Corinto. EGEO ¿Y Jasón lo consiente? No alabo su conducta. MEDEA Si le oyes, no es así; pero en su corazón lo desea. Imploro, pues, tu ayuda; por estas barbas y por estas rodillas te suplico; compadécete, compadécete de mi desventura, no me veas desterrada y sin amigos; dame un asilo en tu reino y hospitalidad en tu palacio. Que los dioses te concedan descendencia, como se lo has pedido, y que feliz mueras. No sabes lo que puedes ganar conmigo; no solo no carecerás de hijos, sino que tendrás muchos; tales remedios conozco. EGEO Por muchas razones, ¡oh mujer!, estoy dispuesto a otorgarte ese favor, ya por honrar a los dioses, ya por tener los hijos que me prometes, perdida ya por completo la esperanza de engendrarlos. Siendo este mi mayor anhelo, si vas a mi reino te hospedaré, porque soy justo. Solo te advierto, ¡oh mujer!, que no quiero llevarte de aquí; pero si te refugias en mi palacio estarás allí segura, y a nadie te entregaré. Sal de este territorio, que no quiero faltar a los que me dan hospitalidad. MEDEA Así lo haré; jura cumplir lo que has prometido y me colmarás de júbilo. EGEO ¿No tienes en mi palabra confianza? ¿Qué temes? MEDEA No desconfío de ella; pero la familia de Pelias y Creonte son mis enemigas. No consentirás, pues, si te obligas con juramento, que estos, cuando quieran, me arranquen de tu reino: pero si solo me das tu palabra y no me lo juras por los dioses, podrás hacerte amigo de los que me odian, y acaso cedas a los ruegos de sus heraldos; yo tengo poco, ellos riquezas y reales palacios. EGEO Gran previsión revelan tus palabras, ¡oh mujer!; así no rehusaré complacerte. Será para mí lo más seguro que pueda dar alguna excusa a tus enemigos, y nada tendrás que temer. ¿Por qué dioses he de jurar? MEDEA Jura por la Tierra, que pisamos, y por el Sol, padre de mi padre, y al mismo tiempo por todos los dioses. EGEO ¿Qué he de hacer o no he de hacer? Dilo. MEDEA Que nunca me expulsarás de tu territorio, y que si alguno de mis enemigos quiere arrancarme de él, tú, mientras vivas, no lo consentirás. EGEO Juro por la Tierra, por la brillante luz del Sol y por todos los dioses que haré lo que dices. MEDEA Basta; ¿qué males sufrirás si no cumplieres tu juramento? EGEO Los que merecen los mortales impíos. MEDEA Vete contento; todo va bien; pronto iré a tu ciudad, así que ejecute lo que medito y consiga lo que deseo. EL CORO Que te acompañe a tu palacio el hijo de Maya,[414] regio guía, y logres lo que ahora te preocupa, porque tú, Egeo, eres conmigo generoso. MEDEA ¡Oh Zeus, oh Justicia, hija de Zeus y del Sol! Ahora, ¡oh amigas!, venceremos con gloria a nuestros adversarios y entraremos en el camino recto; ahora espero que mis enemigos serán castigados. Egeo se nos ha aparecido en medio de nuestros trabajos como puerto en donde podremos realizar nuestros proyectos; en él ataré los cables de mí nave cuando vaya a la ciudad y al alcázar de Atenea. Ahora ya te descubriré mi propósito: oye, pues, mis palabras, no ordenadas para deleitar. Rogaré a Jasón, enviando uno de mis siervos, que venga a verme, y cuando llegue, le recibiré con frases halagüeñas y le diré que me agrada cuanto ha hecho (su regio enlace y vil traición), y que es útil y está bien pensado; y le suplicaré que me deje aquí con mis hijos, no con objeto de abandonarlos en este campamento enemigo y que sirvan en él de ludibrio, sino para matar dolosamente a la hija del rey. Llevarán presentes a la esposa, le pedirán que no los expulse de aquí, y le ofrecerán un finísimo vestido y una corona de oro. Y cuando se ponga estas galas, perecerá miserablemente y todos los que la tocaren: tan poderoso y eficaz será el veneno que ha de bañarla. Nada aquí me obliga ahora a disfrazar mis pensamientos; pero gimo cuando reflexiono en la atroz maldad que he de cometer: mataré a mis hijos, nadie me los arrebatará, y después que arruine el palacio de Jasón, me iré de aquí y expiaré en el destierro la muerte de seres tan queridos, ya que he de atreverme a consumar el más impío de los crímenes. No es tolerable, ¡oh amigas!, servir de escarnio a nuestros enemigos. Sea, pues, así; ¿qué gano yo con vivir? Ni tengo patria ni hogar, ni refugio alguno en mis males. Falté en abandonar el hogar paterno dejándome seducir de un griego, que nos pagará lo que nos debe si los dioses lo permiten. Jamás verá vivos después a los hijos que en mí ha procreado, ni los tendrá de su nueva esposa, porque es menester que esa infame perezca antes envenenada por mí. Nadie pensará entonces que yo soy débil o impotente, ni que sufro mi daño tranquila, sino, al contrario, que soy terrible contra mis enemigos y benévola con los que me aman. Solo de esta manera se adquiere mayor gloria. EL CORO Ya que nos has participado tus proyectos, queremos servirte y defender las leyes a que obedecen los mortales, y te exhortamos, por tanto, a que no los realices. MEDEA No es posible hacer otra cosa; pero te perdono tus palabras, ya que no padeces mis males. EL CORO ¿Pero te atreverás a matar tus hijos? MEDEA Así atormentaré horriblemente a mi esposo. EL CORO Y tú serás al mismo tiempo la madre más desventurada. MEDEA Así sea; superfluo es cuanto hablemos. (_A una enclava suya_). Ve, pues, tú, y haz venir a Jasón, que me sirves en todo fielmente. No le dirás nada de lo que he pensado, si es cierto que amas a tu señora y que eres mujer. EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Desde las edades pasadas son afortunados los descendientes de Erecteo, hijos de los bienaventurados dioses; nútrelos preclara sabiduría en país inexpugnable, y discurren con pompa en lucidísima atmósfera,[415] en donde dicen que un tiempo la blonda Harmonía[416] dio a luz a las castas Musas, a las nueve Piérides. _Antístrofa 1.ª_ — Allí dicen también que Afrodita, con las ondas del Cefiso,[417] de cristalina corriente, refrescó las dulces y suaves auras, y visitó esa región, entretejiendo su cabellera con guirnaldas de fragantes rosas, y envió los Amores,[418] que forman el consejo de la Sabiduría, y que son origen de todo linaje de alabanzas. _Estrofa 2.ª_ — ¿Cómo, pues, la ciudad de los sagrados arroyos,[419] cómo la región que tanto favorece a sus amigos,[420] podrá acogerte como a los demás si matas impíamente a tus hijos? Piensa en su muerte, considera el castigo que mereces. No; todas te suplicamos, abrazadas a tus rodillas y con toda nuestra alma, que no mates a tus hijos. _Antístrofa 2.ª_ — ¿Cómo tu ánimo o tu mano serán tan audaces, cómo tu corazón podrá resolverse a hacer daño a tus hijos y cometer tan horrible maldad? ¿Cómo podrás mirarlos y presenciar sin lágrimas su martirio? No será posible, cuando caigan ante ti suplicantes, matarlos sin piedad, y manchar en su sangre tu mortífera mano. JASÓN A ruego tuyo vengo, aunque seas mi enemiga; no te faltaré en esto: te oiré, ¡oh mujer!, si tienes algo nuevo que decirme. MEDEA Suplícote, Jasón, que perdones mis anteriores palabras; justo es que disimules mi ira, ya que tanto te he servido. He reflexionado más tranquila, y me he dicho lo siguiente: ¿Por qué soy tan miserable que me enfurezco contra los que a mi bien atienden, y soy enemiga de los reyes de esta región, y de mi mismo esposo, que por nosotros hace lo que más nos conviene, casándose con la hija del rey para que mis hijos tengan hermanos? ¿No aplacaré al fin mi furor? ¿Cuánta no es mi locura rechazando estos bienes que los dioses me conceden? ¿No tengo hijos? ¿No sé que nos han desterrado de la Tesalia, y que carecemos de amigos? Después de resolver esto en mi ánimo, reconocí que era insensata en sufrir tan grandes males, y que sin razón me había encolerizado. Ahora te alabo, y me parece prudente que te cases en beneficio nuestro; y yo me tengo por insensata, porque debía haber aprobado tus proyectos, y ayudar a tu esposa, y asistirla en su lecho, y servirla contenta. Pero somos mujeres, somos como somos (no diré más). No debo, pues, confundirte con los malvados, ni has de pagar las culpas de los necios. Cedemos y confesamos que hicimos mal entonces, y que ahora lo pienso con más prudencia. ¡Oh hijos, hijos míos!, venid aquí, dejad vuestra habitación, saludad y hablad a vuestro padre, y reconciliaos con él al mismo tiempo que vuestra madre, por el odio que antes tuvimos a los que nos amaban: la paz sea con nosotros, lejos la ira. Tomad su diestra. ¡Ay de mis males! ¡Cómo embarga mi ánimo el recuerdo de mis recientes extravíos![421] ¿Acaso, ¡oh hijos!, viviréis así mucho tiempo, y me ofreceréis vuestros brazos? ¡Ay, cuán mísera, cuán propensa al llanto, cuán tímida soy! Tarde se acaba el disgusto que tuve con vuestro padre. Las lágrimas surcan ahora mi rostro. EL CORO Una lágrima brota también de mis ojos, y ojalá que no deplore otro mal mayor. JASÓN Alabo tu conducta presente, ¡oh mujer!, y no puedo vituperar la pasada; es natural que las mujeres se enfurezcan contra su marido si se casa con otra. Pero tu corazón ha cambiado favorablemente, y al fin conociste que era el mejor mi proyecto. Así es como obran las prudentes. Vuestro padre, ¡oh hijos!, no ha vacilado, con ayuda de los dioses, en mirar por vuestra futura suerte, pues creo que con vuestros hermanos seréis algún día señores de Corinto. Lo demás, obra es de vuestro padre y del dios que os favorezca. Que yo os vea bien educados llegar al término de la pubertad, superiores a mis enemigos. Mas ¿por qué corre copioso llanto de tus hinchados ojos y no oyes con satisfacción mis palabras? MEDEA No es nada; pensaba en estos hijos míos. JASÓN Ten confianza en mí; yo miraré por ellos. MEDEA Así lo haré, y no desconfiaré de tus promesas; pero la mujer es sensible de suyo, y llorar su destino.[422] JASÓN ¿Por qué, ¡oh desventurada!, sollozas por estos hijos? MEDEA Yo los di a luz, y cuando tú deseabas que vivieran, me compadecía de ellos, dudando si se realizaría o no tu deseo. Ya conoces en parte el motivo que te ha traído aquí, y yo te diré lo restante: ya que place a los reyes de esta ciudad desterrarme de ella, me parece mejor (bien lo conozco), para no servirte de impedimento, ni a los que aquí mandan (pues me miran como a enemiga de tu conyugal reposo), obedecer sus órdenes; pero a fin de que mis hijos se eduquen bajo tu vigilancia, ruega a Creonte que no compartan mi pena. JASÓN No sé si podré persuadirlo; probaremos, sin embargo. MEDEA Al menos rogarás a tu esposa que lo pida a su padre. JASÓN Sin duda alguna, y espero conseguirlo, si es una mujer como tantas otras. MEDEA También yo te ayudaré en esa empresa: le enviaré presentes que exceden en belleza a todos los humanos que he visto; a saber: un sutil vestido y una corona de oro, que llevarán mis hijos. Conviene, pues, que cuanto antes traiga aquí algún criado estas galas. Tu esposa será feliz e incomparable en su dicha, no solo porque se casa contigo, que tanto vales,[423] sino porque poseerá ese don que en otro tiempo hizo el Sol a mis ascendientes. Tomad en vuestras manos estos nupciales dones, ¡oh hijos!, y llevadlos a la afortunada esposa, a quien debéis obedecer. Tales regalos no deben despreciarse. JASÓN ¿Por qué, ¡oh insensata!, te desprendes así de ellos? ¿Crees que faltarán vestidos en el palacio del rey? ¿Crees que faltará oro? Guárdalos, no los des. Mi esposa me estima; me preferirá, sin duda, a todas las riquezas. MEDEA No me digas eso; dícese que hasta los dioses se aplacan con dones;[424] el oro entre los hombres vale más que infinitos discursos; favorécele la fortuna, el cielo le es propicio; mi vida daría gustosa porque no fuesen desterrados mis hijos, no ya oro. Vosotros, ¡oh amados!, así que entréis en ese opulento palacio, rogad a la nueva esposa de vuestro padre, hoy mi señora; suplicadle que os libre de mi pena, y presentadle esos regalos: lo que más interesa es que los reciba en su mano. Id cuanto antes; traed a vuestra madre el feliz mensaje de que ha logrado lo que desea. (_Retírase Jasón con sus hijos_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Ya no tengo esperanza de que vivan sus hijos, ya no; ya caminan a la muerte. Daño recibirá la esposa de la diadema de oro; daño recibirá la desdichada. Ella con sus manos adornará con el letal presente su blonda cabellera. _Antístrofa 1.ª_ — Su belleza y divino brillo la invitarán a ponerse el vestido y la artística corona de oro, y después acabará su tocado en los infiernos. En tal lazo caerá y tal muerte sufrirá la infortunada; no, no evitará el daño que le amenaza. _Estrofa 2.ª_ — Y tú, ¡oh mísero, funesto esposo, yerno de reyes!; tú contribuyes también, sin saberlo, a la ruina de tus hijos y a la muerte deplorable de tu esposa. ¡Oh desdichado, qué distinta de lo que piensas será tu suerte! _Antístrofa 2.ª_ — Pero también me hacen gemir tus dolores, ¡oh madre de hijos sin ventura!, que les darás muerte por vengar la injusta traición que se hace a tu lecho conyugal, y la infidelidad de tu esposo, que te deja por vivir con otra esposa. EL PEDAGOGO (_con los hijos de Medea_). Libres, ¡oh señora!, están ya tus hijos del destierro, y la regia consorte recibió en sus manos los presentes: paz hay ya para tus hijos. MEDEA ¡Ay de mí! EL PEDAGOGO ¿A qué viene ahora tu tristeza, cuando la fortuna te es favorable? ¿A qué ocultas tu rostro y no me oyes con alegría? MEDEA ¡Ay, ay de mí! EL PEDAGOGO No es así como debes recibir mi grata nueva. MEDEA ¡Ay, ay de mí otra vez! EL PEDAGOGO ¿Acaso, sin saberlo, he anunciado alguna desdicha, creyendo falsamente que era alegre mi mensaje? MEDEA Anunciaste lo que anunciaste; tú has hecho bien. EL PEDAGOGO ¿Por qué bajas tus ojos y rompes en lágrimas? MEDEA Mucho lo necesito, ¡oh anciano!; yo extraviada, y los dioses conmigo han pensado así. EL PEDAGOGO Confíamelo: por mediación de tus hijos volverás más tarde. MEDEA Y antes yo, infeliz, me llevaré otros.[425] EL PEDAGOGO No eres tú la primera que se separa de sus hijos. Los mortales han de sufrir con paciencia las desdichas. MEDEA Así lo haré; pero entra en mi palacio, y cuida de mis hijos como todos los días. ¡Oh hijos, hijos!; ya tenéis ciudad y casa, en la cual viviréis siempre sin vuestra mísera madre; yo iré desterrada a otro país, antes de recoger los frutos que habéis de dar y de veros felices; antes de casaros y de engalanar yo misma a vuestra esposa, y el tálamo nupcial, y de llevar las antorchas.[426] ¡Oh, cuán desdichada me hace mi feroz orgullo! En vano os eduqué, ¡oh hijos!, en vano trabajé, y graves molestias me consumieron,[427] y sufrí los intolerables dolores del parto. Sin duda, infeliz, puse en vosotros en otro tiempo mi esperanza, y pensé que me sostendríais en la vejez, y que con vuestras manos cerraríais mis ojos, deseo tan natural en los mortales: ya se desvaneció ese dulce consuelo. Sin vosotros pasaré mi vida llena de tristeza y de amargura. Ya no veréis con vuestros ojos amados a vuestra madre, y viviréis en adelante de otra manera.[428] ¡Ay, ay de mí! ¿Por qué me miráis, ¡oh hijos!? ¿Por qué me miráis y os sonreís así, con sonrisa peor para mí que la muerte? ¡Ah, ah! ¿Qué haré? Desfallece mi ánimo, ¡oh mujeres!, cuando tropiezo con las alegres miradas de mis hijos. No podré... Pero valgan los proyectos anteriores; de la tierra arrancaré a mis hijos... ¿Qué necesidad tengo de afligir a su padre con estos males, de sufrirlos yo duplicados? No seré yo... Constancia en mis propósitos... Pero ¿qué sufro? ¿Serviré yo de risa, quedando impunes mis enemigos? ¡Audacia! ¡Cuánta es mi flaqueza, cuánta debilidad revelan estas frases afeminadas! Entrad en el palacio, ¡oh hijos!; de perpetuo tormento serviréis a ese hombre, que no debe asistir a mis sacrificios. ¡No se enervará mi mano! ¡Ah, ah! ¡No cometerás este crimen, ¡oh mujer!; déjalos, desventurada, perdona ya a tus hijos: viviendo, allá contigo serán tu encanto!... No, por los dioses, que moren en el Orco con los ministros de la venganza; jamás los abandonaré a los ultrajes de los que me odian. No hay más remedio; que mueran, y ya que es preciso, yo que les di la vida, yo se la quitaré. Resuelto está y se cumplirá. Y la corona orna ya las sienes de la regia esposa, y ya perece con su peplo. Ya, ya emprenderé mi funesta fuga, y les dejaré un legado aún más funesto... Quiero hablar a mis hijos. Dadme, dadme, ¡oh hijos míos!, vuestra diestra para que la bese. ¡Oh mano muy amada!, ¡oh labios queridos!, ¡oh noble rostro!, ¡oh talle gentil!; sed felices, pero allá; vuestro padre os arrebata la ventura que podríais disfrutar aquí. ¡Oh dulce abrazo!, ¡oh tez delicada!, ¡oh suavísimo hálito de mis hijos!; salid, salid; no puedo miraros más, que mis desdichas me agobian. Ya comprendo, ya conozco en toda su extensión la horrible maldad que voy a cometer; pero la ira es mi más poderosa consejera, causa entre los hombres de las mayores desventuras.[429] (_Medea permanece en el teatro, deseosa de saber el resultado de su funesto mensaje_). EL CORO _Estrofa 1.ª_ — Ya más de una vez he hecho reflexiones más profundas y estudios más serios de lo que conviene a mi sexo, y también nos favorece una musa que, para hacernos más sabias, conversa con nosotras (no con todas, que acaso encontrarás pocas a quien esto ocurra), y el estro poético es don de las mujeres. _Antístrofa 1.ª_ — Sostengo, pues, que los mortales que no conocen el himeneo ni las dulzuras de la paternidad, son más felices que los que tienen hijos. Como los célibes ignoran si aquellos sirven de placer o de pena a los hombres, se libran de muchas miserias. _Estrofa 2.ª_ — Los que tienen dulce prole, llenos están de cuidados, como yo observo, primero para educarla bien y dejarle medios de subsistencia, y después porque no saben si sufren esos trabajos por quienes han de ser buenos o malos. _Antístrofa 2.ª_ — Recordaré tan solo este mal, el más intolerable para todos los mortales: allegadas a veces abundantes riquezas, y ya hombres y buenos nuestros hijos, es tan grande nuestra desgracia que la muerte los arrebata de la tierra y los lleva al imperio de Hades. ¿Por qué los dioses, además de tantos otros, han de causar a los hombres este dolor, el más acerbo de todos? MEDEA Ya, amigas, gira veloz la rueda de la fortuna; ya veo claramente el término de todo esto. Paréceme desde aquí que se acerca un servidor de Jasón; diríase, por su aspecto, que viene conmovido, como a anunciar alguna desdicha. EL MENSAJERO ¡Qué cruel y nefanda maldad has cometido, oh Medea! Huye, huye, ya en nave que como carro surque las ondas, ya en otro cualquier vehículo que huelle la tierra. MEDEA ¿Qué ha sucedido digno de tal destierro? EL MENSAJERO Han muerto ahora poco la princesa real y Creonte, su padre, envenenados por ti. MEDEA Me anuncias gratísima nueva, y en adelante serás uno de mis bienhechores y amigos. EL MENSAJERO ¿Qué dices? ¿Estás en tu cabal juicio? ¿No deliras, ¡oh mujer!? ¿Te alegras al saber la ruina del real palacio? ¿No temes las consecuencias? MEDEA Algo podría replicarte; pero no te exasperes demasiado, ¡oh amigo!, sino cuéntame cómo han perecido; doblado será nuestro deleite si fue su muerte la más horrible. EL MENSAJERO Cuando llegaron tus dos hijos con su padre y entraron en el palacio conyugal, nos alegramos todos los servidores, que deplorábamos tus desdichas; de uno en otro circuló de repente el rumor de que te habías reconciliado con tu esposo. El uno besaba la mano, el otro la blonda cabellera de tus hijos; y yo, lleno de alegría, los acompañé hasta el aposento de las mujeres. La dueña a quien ahora servimos en tu lugar, antes de venir tus dos hijos miraba a Jasón con amor;[430] después veló su rostro, y volvió a otro lado sus cándidas mejillas, mostrando su disgusto al entrar tus hijos. Pero tu esposo se esforzaba en aplacar el mal humor y la cólera de la doncella, diciéndole: «No seas enemiga de los que me aman; mitiga tu ira y vuelve hacia aquí tu cabeza, y ten por amigos a los que lo son de tu esposo; acepta estos presentes, y ruega a tu padre que por mí revoque el destierro de mis hijos».[431] Ella, al ver tu regalo, no persistió en su propósito, sino prometió a Jasón hacer cuanto deseaba, y antes que saliesen los tres del palacio, tomó en sus manos el gentil vestido y se lo puso, y adornó sus rizos con la corona de oro, sonriéndose al contemplar en el espejo su bella imagen. Y después, descendiendo del solio, se paseaba por el palacio y andaba lenta y majestuosamente, satisfecha de los dones, y mirándose y remirándose desde los pies a la cabeza. Al poco tiempo presenciamos un espectáculo horrible: alterósele el color, retrocedió vacilante, tembló todo su cuerpo, y apenas pudo llegar al solio, cayendo en seguida en tierra. Una de sus viejas servidoras, creyendo que le acometía el furor de Pan o de algún otro dios,[432] dio un grito cuando observó que arrojaba por la boca blanca espuma, y que se extraviaban sus ojos y la sangre desaparecía del cuerpo, y prorrumpió en terribles clamores. Una corrió en aquel momento al palacio de su padre, otra en busca de su esposo, a anunciarles esta desdicha; todo era confusión, voces y carreras. Un luchador ágil hubiese tocado con su carro a la meta recorriendo seis pletros[433] con paso rápido, mientras ella, con los ojos cerrados y sin vida, gemía con pena, despertando al fin presa de dos graves males. La corona de oro que llevaba en la cabeza despedía llamas sobrenaturales que todo lo devoraban, y los sutiles vestidos, presente de tus hijos, se cebaban en las blancas carnes de la desventurada. Huyó, por fin, levantándose del solio ardiendo, y sacudía sus cabellos a uno y otro lado, pugnando por arrojar la corona; pero el oro, firmemente adherido a ella, no cedía, y el fuego, después de agitar sus cabellos, estallaba con doble fuerza. Cayó, por último, en tierra, vencida por el mal y horriblemente desfigurada, hasta el punto de que solo su padre podía conocerla. No se distinguían bien sus ojos; su rostro había perdido toda su gracia; de su cabeza corría sangre mezclada con fuego, y la carne, como gotas de pez, se desprendía a pedazos de los huesos por la eficacia invisible del veneno, ofreciendo un espectáculo horrendo. Nadie osaba tocar el cadáver, temiendo participar de su desdicha. Pero su infortunado padre, que nada sabía de su mal, entró en el aposento de repente y se abalanzó a la muerta, y dio grandes alaridos, y abrazándola y besándola, decía: «¡Oh hija desventurada! ¿Qué dios te ha perdido tan miserablemente? ¿Quién acompañará a tu viejo padre a la pira, si tú mueres? ¡Ay de mí! ¡Perezca yo contigo, oh hija!». Después que cesaron sus gemidos y lágrimas y quiso levantarse, viose adherido al sutil traje, como la yedra a la ramas del laurel. Hubo una lucha horrible: pugnaba por alzar la rodilla, y los paños, firmemente unidos a ella, lo impedían, y cuando forcejeaba, sus viejas carnes se separaban de sus huesos. Al fin exhaló el alma el desdichado, rendido por el dolor. Yacen, pues, muertos los dos, la hija y su anciano padre, el uno junto al otro, calamidad que pide a voces lágrimas. Tú discurrirás el medio de salvarte, que yo nada puedo aconsejarte. Atormenta tu ingenio para evitar el castigo que te amenaza. No es ahora la vez primera que pienso que los proyectos de los mortales son solo humo, ni vacilo en afirmar que los que se tienen por sabios y se consagran a investigar la razón de las cosas, son los que más torpezas cometen. Nadie es feliz: si llega a poseer grandes riquezas, podrá serlo más que otro, pero nunca enteramente.[434] EL CORO No parece sino que un dios ha acumulado en este solo día merecidos males contra Jasón. ¡Oh hija desventurada de Creonte!, ¡cuánto deploramos tu desdicha, pues que, por casarte con Jasón, has bajado al palacio del dios de las tinieblas! MEDEA He resuelto, ¡oh amigas!, matar cuanto antes a mis hijos y huir de esta tierra, y no perderé el tiempo encomendando su muerte a manos más enemigas; sin remedio deben morir, y como es preciso, yo que los procreé, los mataré también. Ea, pues, ármate de valor. ¿Por qué titubeo en perpetrar males crueles, pero necesarios? Anda, mísera mano mía, empuña, empuña el acero, huella la triste meta de la vida, y no seas cobarde ni te acuerdes de tus hijos, a quien tanto amas porque los diste a luz; olvídate, en este breve día, de que los tienes y llora después, que, aunque los mates, siempre te fueron caros y siempre fuiste una mujer infeliz. _Estrofa_. — Vitoreemos a la Tierra y a los rayos del Sol, que todo lo alumbran;[435] ved, contemplad aquella mujer desventurada antes que llene sus manos de sangre infanticida. De ti descienden sus hijos, Febo de cabellos de oro, y es horrible que la mano de los hombres derrame sangre de dioses. Refrénala, ¡oh luz divina!, detenla; arroja de este palacio a la sanguinaria y mísera Furia, inspirada por fatídicas deidades. _Antístrofa_. — En vano los dio a luz con dolores, en vano fuiste tronco de amada prole, ¡oh tú, que atravesaste los escollos inhospitalarios de las cerúleas Simplégadas![436] ¡Oh infortunada! ¿Qué grave ira se ha apoderado de tu corazón, qué rabia fatal, sedienta de sangre, te ha trastornado? Funesta expiación amenaza a los mortales cuando riegan la tierra con sangre de su parientes, y para castigo de los parricidas el cielo envía a las familias calamidades proporcionadas a la pena que merecen. PRIMER NIÑO (_desde dentro_). ¡Ay de mí! ¿Qué haré? ¿Adónde huiré de mi madre? SEGUNDO NIÑO No lo sé, hermano muy querido; ¡vamos a morir! EL CORO ¿Oyes, oyes el clamor de sus hijos? ¡Oh mísera e infeliz mujer! ¿Entraré en el palacio? Salvemos a sus hijos de la muerte. (_El coro se detiene viendo cerradas las puertas_). LOS NIÑOS ¡Pero socorrednos, por los dioses! ¿Vendréis a tiempo? Ya el puñal nos amenaza de cerca.[437] EL CORO ¿Eres, ¡oh miserable!, piedra o hierro, para segar con tu mano infanticida la vida de los hijos que diste a luz? Solo sé de una, solo sé de una mujer de los pasados tiempos que matase a sus hijos; solo sé de Ino,[438] furiosa por orden divina, cuando la esposa de Zeus la arrojó de su palacio y trastornó su juicio, y la miserable cayó en la mar por el impío asesinato de sus hijos, saltando desde la orilla y pereciendo al mismo tiempo que ellos. ¿Puede suceder nada más horrible? ¡Oh funestos casamientos, cuántos males habéis acarreado a los hombres! JASÓN Mujeres que rodeáis a ese palacio, ¿está en él esa Medea que ha cometido tantos horrores? Menester es que se esconda en los abismos de la tierra, o que, cual ave, se lance a las aéreas regiones, para que no pague la pena que merece por su delito contra la real familia. ¿Cree acaso, después de dar muerte a los soberanos de esta región, que podrá escaparse impune? Pero no tanto vengo por ella como por mis hijos; castíguenla los que han sufrido esos males. Mi objeto es salvar la vida de mis hijos, no se venguen en ellos los parientes de Creonte, en represalias de la nefanda maldad que ha cometido su madre. EL CORO ¡Oh infeliz Jasón!, aún ignoras, sin duda, las desdichas que te aguardan; a no ser así, no hablaras como hablas. JASÓN ¿Qué hay? ¿Quiere matarme también? EL CORO Tus hijos han muerto a manos de su madre. JASÓN ¡Ay de mí! ¿Qué dices? ¡Oh, mujer, cómo me has afligido! EL CORO No olvides que ya murieron tus hijos. JASÓN ¿En dónde los ha asesinado? ¿Dentro o fuera del palacio? EL CORO Abre las puertas y los verás muertos. JASÓN Abrid cuanto antes las puertas, servidores; quitad las barras para que contemple dos males a un tiempo y vea a mis dos hijos muertos, y para que los vengue y muera también a mis manos. MEDEA (_que aparece en un carro tirado por dragones con los cadáveres de sus hijos_). ¿Por qué sacudes y das golpes en las puertas buscando los cadáveres de tus hijos, y a mí, que los he asesinado? No te molestes. Si me necesitas, dime lo que quieres: jamás me tocarán tus manos, porque el Sol, padre de mi padre, me ha dado un carro que me protegerá contra mis enemigos. JASÓN ¡Oh, rabia! ¡Mujer odiosa, mujer la más detestada de los dioses, de mí y de toda la especie humana, que has osado hundir el puñal en el corazón de tus propios hijos, en los mismos que diste a luz, y me dejas huérfano, y ves la tierra y el sol a pesar de tu impiedad maldita! ¡Ojalá que mueras! Ahora te conozco, no cuando de un palacio y de un país bárbaro te traje a la Grecia, a ti, que eres el más terrible azote, y has hecho traición a tu padre y a la tierra que te crió. Obra es de los dioses que me arrastrara tu fatal destino cuando asesinaste a tu hermano junto a los altares y te embarcaste en la nave _Argo_, de bella proa. Tales fueron tus primeras hazañas: te casaste conmigo, y después que diste a luz mis hijos, los mataste llevada de tu odio y de tu envidia a mi segunda esposa. Ninguna griega lo hubiese osado jamás; te preferí a ellas, y fuiste mi compañera; enlace fatal y pernicioso para mí, que eres leona, no mujer, de índole más fiera que la tirrena Escila.[439] Pero (vanamente te insultaría con millares de lenguas, siendo tan grande tu impudencia) ojalá que mueras, infame como ninguna, y además manchada con la sangre de tus hijos. Solo puedo ahora deplorar mi suerte, porque ni he disfrutado de mi segundo himeneo, ni podré ya hablar con los hijos que engendré y eduqué, habiéndolos perdido. MEDEA Largamente replicaría a cuanto acabas de decir si el padre Zeus no conociera los beneficios que de mí has recibido y tu negra ingratitud. El destino no podía permitir que, despreciándome, tú y tu real cónyuge vivierais felices, insultándome ambos, ni tampoco que Creonte, que te dio la mano de su hija, me desterrara de aquí impune. Si te agrada, llámame, pues, leona o Escila, que habita en la costa tirrena, pues te he herido en el corazón como merecías. JASÓN Tú también sufres, y participas de mis males. MEDEA Puedes estar seguro de ello; sin embargo, es dolor que me agrada porque no te ríes. JASÓN ¡Oh hijos! ¡Que madre tan perversa os tocó en suerte! MEDEA ¡Oh hijos! ¡Cómo habéis muerto por culpa de vuestro padre! JASÓN Pero seguramente no los mató mi diestra. MEDEA No tu diestra, pero sí tu injusticia y tu segundo matrimonio. JASÓN ¿Y te resolviste a asesinarlos para vengarte de mi enlace? MEDEA ¿Es acaso leve desdicha para una mujer? JASÓN Sí, si es modesta; pero para ti todo es grave. MEDEA Ya murieron; bastante será tu tormento. JASÓN Dioses hay vengadores que te castigarán. MEDEA Ellos saben a quién debe imputarse todo. JASÓN De seguro conocen a fondo tu abominable corazón. MEDEA Te odio, y me burlo de tus palabras amargas. JASÓN Y yo de las tuyas; fácil es nuestra separación.[440] MEDEA ¿Conque eso dices? ¿Qué haré yo ahora? También lo deseo ardientemente. JASÓN Déjame sepultarlos y llorarlos. MEDEA De ningún modo; yo los enterraré, y los llevaré al bosque sagrado de Hera, diosa Acrea,[441] para que ninguno de sus enemigos los insulte, removiendo su sepulcro; en este país de Sísifo[442] instituiré fiestas solemnes y sacrificios para lo futuro, en expiación de tan impío asesinato. Yo iré a la tierra de Erecteo, y habitaré con Egeo, el hijo de Pandión. Tú, que eres perverso, tendrás mala muerte, aunque justa, y los restos de la nave _Argo_ herirán tu cabeza,[443] ya que has sido testigo del amargo fin de mis bodas. JASÓN Acabe contigo la Furia vengadora de tus hijos asesinados, y la Justicia castigue tu crimen. MEDEA ¿Qué dios, qué divinidad podrá escucharte, cuando eres perjuro y traidor a quienes te dieron hospitalidad? JASÓN ¡Fuera, fuera de aquí, malvada, asesina de tus hijos! MEDEA Vete al palacio y entierra a tu esposa. JASÓN Allá voy, huérfano de mis dos hijos. MEDEA Aún no has gemido bastante; la vejez te aguarda. JASÓN ¡Oh, hijos muy amados! MEDEA De su madre, no de ti. JASÓN Y sin embargo los mataste. MEDEA Para ofenderte. JASÓN ¡Ay de mí, desventurado! Solo deseo besar mis hijos queridos. MEDEA Ahora los llamas, ahora deseas verlos, y antes los rechazabas. JASÓN Concédeme, por los dioses, que toque siquiera sus infantiles cuerpos. MEDEA No; vanos son tus ruegos. JASÓN ¿Oyes, Zeus, cómo desoyen mis súplicas? ¿Ves lo que sufro de esta execrable leona, asesina de sus hijos? Pero en cuanto pueda y me sea lícito, me lamentaré así y daré gritos, poniendo a los dioses por testigos de que me prohíbes tocar y sepultar los cadáveres de los hijos que mataste: ¡ojalá que nunca los viese, si habían de perecer a tus manos! EL CORO Zeus, desde el Olimpo, gobierna al mundo, y muchas veces hacen los dioses lo que no se espera, y lo que se aguarda no sucede, y el cielo da a los negocios humanos fin no pensado. Así ha acontecido ahora.[444] FIN DEL TOMO PRIMERO ÍNDICE Páginas. PRÓLOGO DEL TRADUCTOR. 5 Introducción. — Ojeada general histórico-crítica sobre las tragedias de Eurípides. 9 Hécuba. 33 Hipólito. 97 Las Fenicias. 169 Orestes. 257 Alcestis. 351 Medea. 417 NOTAS [1] La obra de M. Victor Duruy, titulada _Histoire Grecque_, que hemos tenido a la vista, es algo parcial por la democracia, cuya defensa parece ser uno de sus principales objetos. Habla siempre de Aristófanes con pasión y con odio, acaso porque no ha sabido apreciar sus relevantes dotes como poeta y como ciudadano, y porque combate los excesos de la demagogia. Fuera de esto, es obra recomendable, si bien no debemos olvidarlo, porque anda en manos de todos. Al leerla, dentro de algunos años, dirá, sin duda, la posteridad: «¡Qué bien escribía este autor la historia de su tiempo, creyendo escribir la de Grecia!». [2] Teofrasto, este hombre que hablaba con tanta gracia, que se expresaba divinamente, fue calificado de extranjero y llamado así por una pobre mujer a quien compraba hierbas en el mercado, y que averiguó, por yo no sé qué perfil ático que le faltaba, y que los romanos llamaron después urbanidad, que no era ateniense: y Cicerón refiere que aquel personaje se admiró de ver que, habiendo envejecido en Atenas, dominando tan perfectamente el dialecto ático, y habiendo adquirido su acento por un hábito de tantos años, no había logrado alcanzar lo que el pueblo poseía naturalmente y sin ningún trabajo. (La Bruyère, _Discours sur Théophraste_). [3] Un pueblo democrático, con sus ciudadanos egoístas, díscolos, frívolos, fanfarrones y vanidosos, no puede prosperar, sino que se suicida, víctima de sus propias faltas. (Hegel, _Esthétique_, traducción francesa de M. Bénard, tomo V, pág. 17, edición de 1852). [4] Aunque el obispo Thirlwall, historiador de la Grecia, habla de _all the attempts which for the last forty years have been systematically made in our own literature —the periodical as well as the more permanent— for political and other purposes to vilify the Athenians_, no por eso es menos cierto, como puede verse en la obra de Druman, titulada _Geschichte des Verfalles der griechischen Staaten_, y sobre todo en Tucídides, Aristófanes y Jenofonte, testigos presenciales de estos sucesos, que el pueblo ateniense contribuyó con sus faltas a la ruina de su patria. [5] Como está tan embrollada la cronología del teatro griego, no es extraño que los eruditos discrepen tanto acerca del año en que nació Eurípides. Nosotros seguimos a Plutarco, _Symps._, lib. VIII, cap. I, y a Diógenes Laercio en su vida de Sócrates. La Crónica de Paros dice que Eurípides nació en el año 3.º de la olimpiada 73 (486 antes de Jesucristo), esto es, seis años antes. De este mismo parecer son Samuel Prevost, Tomás Lydiat, Hesychio y Segismundo Jacobo Baumgarten, el cual añade que el nombre de Eurípides proviene del río Euripo, en cuya desembocadura se dio la batalla de Salamina. Levesque, en sus _Mémoires de L’Instit. national_, tomo I, pág. 325, dice así: «Eurípides nació el año 3.º de la olimpiada 63, (526 antes de nuestra Era).» Este dato es conocidamente erróneo, porque entonces resulta que Eurípides es un año anterior a Esquilo. Samuel Murgrave ha dilucidado suficientemente este punto en su _Chronologia scenica ab Euripidis nati tempore ad ejusdem mortem_, y en Boeck (_Corpus inscriptionum græcarum_. Berlín, 1743) se encuentran también muchas ingeniosas y útiles observaciones. En la obra de Gottl. Chris. Fried. Mohnike, titulada _Geschichte der Literatur der Griechen und Römer_, hallamos esta tabla: 1.º El nacimiento de Εsq. cae en la olimp. LXIII 4 ant. J. C. 525 Su muerte LXXXI 1 — 456 2.º El nacimiento de Sófocles LXXI 2 — 495 Su muerte XCIII 3 — 406 3.º El nacimiento de Eurípides LXXV 1 — 480 Su muerte XCIII 3 — 406 Esquilo murió, pues, a los sesenta años de edad. Sófocles a los noventa y Eurípides a los setenta y cinco. Hemos preferido seguir los datos cronológicos de esta tabla, porque en la Crónica de Paros se observan ciertas contradicciones que han suscitado graves dudas entre los críticos, porque es ilegible en muchas de sus partes, por las dudas que se han promovido acerca de su autenticidad, por la fe que nos merecen Plutarco y Diógenes Laercio, por la tradición constante, seguida hasta ahora por la gran mayoría de los eruditos, de que Eurípides nació el año indicado, y porque, en realidad, es pequeña la diferencia de seis años que se observa entre los datos de la Crónica y los que adoptamos. [6] Llámale, en efecto, hijo de la verdulera (τῆς λαχανοπωλητρίας) en el v. 393 y en otros muchos pasajes de sus comedias, y lo mismo dice Aulo Gelio con referencia a Theopompo. Suidas y Manuel Moscópulo, griego de Constantinopla que pasó a Italia cuando la toma de aquella ciudad por los turcos, aseguran, fundándose en la autoridad de Filócoro, que esta tradición es falsa. Valerio Máximo en el lib. III, cap. IV y Plinio, _Hist. Nat._, lib. XXII, cap. XXXVIII, hablan también de esto. La aserción de Aristófanes, tantas veces repetida y en boca de un autor contemporáneo de Eurípides, es para nosotros irrecusable. [7] Tal es la opinión de Valckenaer en su _Diatr. in Eurip. per. dram. reliquias_, cap. IV, en donde asegura que se encuentran doctrinas de Anaxágoras en las tragedias de Eurípides, y en efecto, si es auténtico el pasaje que se conserva de _Melanipa_, tragedia perdida, su aserción no carece de fundamento. [8] Diógenes Laercio cita dos versos de Mnesíloco, antiguo cómico, que dicen así: Φρύγης ἐστὶ καινὸν δρᾶμα τοῦτ’ Εὐριπίδου ᾯ καὶ Σωκράτης τὰ φρύγαν’ ὑποτίθησι (_Los Frigios_ son un drama nuevo de Eurípides, bajo el cual Sócrates puso también astillas). [9] El epitafio ha sido conservado por Tomás Magister. Distintas opiniones hay también acerca de la muerte de Eurípides. Unos, como el elegíaco Hermesianax y varios biógrafos, dicen que murió despedazado por perros; otros por las mujeres, a quienes tanto había ofendido, y otros, en fin, que murió de viejo. Esta última opinión es para nosotros la más probable, puesto que, a ser ciertas las primeras, no hubiera dejado Aristófanes de hacer mención de ellas en _Las Ranas_, que se representaron poco después de la muerte de Eurípides. [10] Ælian., _Var. hist._, lib. II, cap. XIII. [11] Τραγικὼτατος, _Poet._, lib. XXIII, 14. [12] Tomás Magister ha conservado un epigrama, en el cual dice Menandro que si los muertos sintieran, como algunos piensan, él se alegraría de visitar el infierno para conocer a Eurípides. [13] _Tratado de lo sublime_, cap. XV. [14] _Crítica de los antiguos escritores_, publicada por Jacob, págs. 419 y 20. [15] Aug. Wilhelm. Schlegel, _Vorles. über dram. Kunst und Literatur_. Leipzig, 1846, tomo I, pág. 134. [16] Epist., lib. XVI, ep. 8. [17] Longe clarius quam Æschylus illustraverunt hoc opus Sophocles atque Euripides, quorum in dispari dicendi via, uter sit poeta melior, inter plurimos quæritur. Idque ego sane, quoniam ad præsentem materiam nihil pertinet, injudicatum relinquo. Illud quidem nemo non fateatur necesse est, iis, _qui se ad agendum comparent_, utiliorem longe Euripidem fore. Namque is et in sermone, quod ipsum reprehendunt, quibus gravitas ex cothurnus et sonus Sophocli videtur esse sublimior, magis accedit oratorio generi, et sententiis densus, et in iis, quæ a sapientibus tradita sunt, pene ipsis par; et in dicendo ac respondendo cuilibet eorum, qui fuerunt in foro diserti, comparandus; in affectibus vero cum omnibus mirus, tuum in iis, qui miseratione constant, facile præcipuus. Hunc et admiratus maxime est, et sæpe testatur et secutus, quamquam in opere diverso, Menander. (Quintil., _Instit. orat._, lib. X, cap. I). Obsérvese la frase _qui se ad agendum comparent_, en la cual repara sin duda M. Émile Lefranc en su _Histoire de la littérature grecque_, ed. 1838, pág. 133, y que realmente es un epigrama contra Eurípides, porque son muy distintos el estilo de la retórica y el del drama. [18] Jacob, _Nachtragen zu Sulzer’s Allgemeine Theorie der sch. Künste_, Theil 5, págs. 335-422. [19] Aug. Wilhelm Schlegel, _Vorles. über dram. Kunst und Literatur_, Leipzig, 1846, págs. 131-146. [20] También se ha suscitado la cuestión de si Eurípides es o no enemigo de las mujeres, μισογύνης, como le llamaban los griegos. Aug. Guill. Schlegel cita, en sus _Vorles. über dramatisch. Kunst und Literatur_, tomo I, pág. 141 (Leipzig, 1846), las palabras de Sófocles, que ha conservado Ateneo, según las cuales su aborrecimiento provenía de su extremada afición a ellas. Welcker, en sus comentarios a _Las Ranas_, de Aristófanes, pág. 248, y N. G. Lenz en la _N. Bibl. d. sch. Wiss._, 58, 11, págs. 195-215, lo defienden de esta imputación nada lisonjera, fundándose en lo que dicen Aulo Gelio y Suidas sobre el carácter sombrío e intratable de este poeta. Basta, sin embargo, leer sus tragedias para convencerse de la verdad de ese dictado, y sobre todo a Aristófanes, que, como hemos dicho antes, es el mejor juez en este punto, puesto que conocía otras muchas tragedias suyas además del _Hipólito_, hoy perdidas, en las cuales debió aparecer enemigo declarado del bello sexo. [21] En la genealogía de Hécuba, Eurípides ha seguido una tradición desconocida, fundada acaso en algún poeta griego anterior, cuyas obras no han llegado hasta nosotros. Homero en su _Ilíada_, XVI, 758, dice que el padre de Hécuba fue Dimas, rey de Frigia. Polidoro tampoco aparece en dicho poema como hijo de Hécuba, sino de Laótoe, y muere a manos de Aquiles, no de Poliméstor. (_Ilíada_, XX, 408; XXI, 81 y siguientes). La opinión de Eurípides es también la de Virgilio (_Eneid._, X, 706) y la de Ovidio (_Metam._, 429-575), los cuales, como él, hacen a Hécuba hija de Ciseo. [22] Quersoneso, de las dos palabras griegas χέρσος y νῆσος, continente e isla, equivale a nuestra voz _península_. Los antiguos conocieron varios, y uno de ellos era este de Tracia, hoy Galípoli, entre el golfo Melas y el Helesponto. Perteneció a los atenienses desde Milcíades, y lo perdieron en la guerra del Peloponeso. [23] En el texto leemos ὅπλα, armadura, arma defensiva, lo contrario de ἔγχος, que era la ofensiva. Dice, pues, bien el escoliasta: ὅπλα τὰ φυλακτήρια οἷον θώραξ, κράνος, ἔγχος δὲ καὶ σπάθη ἀμυντήρια. [24] Virgilio, a este propósito, dice en el canto IV de su _Eneida_: Hæc omnis, quam cernis, inops, inhumanataque turba est: Portitor ille, Charon: hi, quos vehit unda, sepulti. Nec ripas datur horrendas, nec rauca fluenta Transportare prius, quam reditus ossa quiescunt. Centum errant annos, volitantque hæc litora circum. Tum demum admissi stagna exoptata revisunt. [25] Para entender este pasaje debemos suponer que Hécuba, asustada de su visión, sale en busca de su hija Casandra, famosa profetisa y concubina de Agamenón, en cuya tienda debía hallarse. La desolada madre desea que le explique su sueño. [26] Estos sueños horribles, distintos de los plácidos, son hijos de la Noche y de la mansión subterránea en donde habitaban. (Véase la _Teog._ de Hesíodo, 212; la _Odisea_ de Homero, XXIV, 12; Virgilio, _Eneida_, VI, 282-894, y la _Ifig. en T._ del mismo Eurípides, 1203). [27] _Timele_, del griego θυμέλη, altar, templo, estrado, segunda división de la orquesta destinada al coro. [28] En el verso 91 se dice claramente que Aquiles, al aparecerse a los griegos, no pidió el sacrificio de Políxena, no obstante las palabras de Polidoro en el verso 40 y las de Odiseo en el 387. Si así lo hubiera hecho, la cuestión promovida en la asamblea de los griegos estaba resuelta y hubiera sido ociosa. Versó solo acerca de si había de ser o no Políxena. Polidoro se expresa así en el verso 40, porque tenía ya conocimiento de lo que había de suceder, y Odiseo por igual razón, pero no refiriéndose a las palabras textuales del espectro de Aquiles. [29] Acamante y Demofonte, hijos de Teseo. (Véase los _Heráclidas_ de Eurípides). [30] M. Artaud, _Tragédies d’Euripide_, tomo I, pág. 21, traduce las palabras τύμβου προπετῆ por _renversée devant le tombeau_, y en nuestro juicio no debe ser así, sino como nosotros lo hacemos. La voz προπετής corresponde exactamente a la latina _pronus_, y por eso el escoliasta la explica, añadiendo ἐπὶ τὸν ταφόν πορευομένην. En este mismo sentido la vemos usada en la _Alc._, 909, y en las _Traqu._ de Sóf., 975. Así piensa también Hermann, y es lo más lógico, porque el sacrificio se celebra luego sobre el mismo túmulo, no delante de él, y no hay necesidad de incurrir en esa contradicción. [31] Llama aurífero al cuello de Políxena porque supone que está adornado de collares de oro. [32] M. Artaud, en sus _Tragédies d’Euripide_, tomo I, 23, llama justamente la atención hacia estas palabras de Políxena. Laudable, bello y hasta cristiano es, en efecto, su amor filial, que, desentendiéndose de las voces del egoísmo, solo se acuerda de las desdichas de su madre. [33] Aunque se nos haga extraño que Odiseo llorara lágrimas de sangre, y la expresión parezca metafórica, no lo es, sin embargo, porque esa sangre provenía de las heridas que se había hecho en el rostro, sea para desfigurarse más, sea para excitar la compasión de los troyanos. Helena cuenta así esta aventura en la _Odisea_, VI, v. 242 y siguientes: «Un día se llena de heridas vergonzosas, cubre sus hombros de viles harapos como un esclavo, y penetra en la vasta ciudad de Príamo disfrazado de mendigo, bien diferente del famoso héroe de la flota de los griegos». [34] Séneca, _Troades_, v. 293, dice: Quod si levatur sanguine infans cinis Opima Phrygii colla cædantur greges, Fluatque nulli flebilis matri cruor. Los lectores observarán la notable diferencia que hay entre la sencillez de Eurípides y la ampulosidad del célebre cordobés. [35] Porque Aquiles murió de un flechazo de Paris, hermano de Políxena. [36] A propósito de este verso, repetido en el 66 de _Orestes_, dice J. A. Hartung en su _Euripides, Hecube_, XI, pág. 150: «Dieser aus Orest. (v. 66) herübergesetzte vers passt hier nicht: denn er sagt zu viel. Wie kann Hecabe, einige Tage nach der Einascherung ihrer Stadt, bereits sagen, dass sie sich freue und ihr Leiden vergesse im Anblick ihrer Tochter?». Al contrario, es lo más natural que después de haber perdido a su esposo, a sus hijos y a su ciudad concentrase en Políxena todo su afecto. No dice, pues, demasiado, ni es inconcebible que así se exprese, y tanto en boca de Helena como de Hécuba, siendo distinto el carácter de ambas, es una frase propia. [37] Algunos eruditos rechazan la palabra πόλις, y ponen en su lugar κόσμος o πόθος, porque, en su concepto, es extraño que Hécuba compare a Políxena con una ciudad. Bien mirado, sin embargo, no lo es, porque su sentido es el más natural y comprensible. Hécuba solo quiere decir que Políxena es para ella un objeto tan amado como lo era Troya antes de perecer. Adviértase además que los griegos profesaban a la ciudad en que nacían el mayor cariño, y que no eran, ni con mucho, tan humanitarios ni cosmopolitas como nosotros. [38] Todo este discurso de Odiseo replicando a Hécuba es un tejido de sofismas, entre los cuales domina la razón de Estado como supremo móvil de tan inhumano sacrificio. Por lo demás, caracteriza bien al astuto hijo de Laertes y al orador popular, despiadado y duro que, por congraciarse el favor del ejército, no retrocede ni aun ante los crímenes. Obsérvase, sin embargo, que el Odiseo que aquí vemos no es el de la _Odisea_ de Homero. [39] El Ida, hoy Kaz-dag, es un monte del Asia Menor a cuya falda estaba situada Troya, célebre por el juicio de Paris y porque de él nacían los ríos Escamandro, Rheno y Gránico. [40] Leemos en Plinio, _Hist. Nat._, l. III, c. 43: «Antiquis Græciæ in supplicando mentum attingere mos erat». Abrazaban también las rodillas, o tocaban la mano, todo lo cual estaba consagrado a Zeus ἰκέσιος. Para no pecar contra Zeus, aquel a quien suplicaban se oponía a que le tocasen, como hace aquí Odiseo. [41] La Frigia, una de las regiones del Asia Menor, se extendía en un principio desde la desembocadura del Meandro hasta cerca de Partenio, y bañábanla los mares Egeo, la Propóntide y el Ponto Euxino. Limitábanla al este el Halis, y al sur los montes de la Pisidia y de Licaonia. Con el tiempo variaron mucho estos límites. En ella estaba edificada Troya. [42] En esta parte seguimos el texto griego de Hartung. En vez de ὀμμάτων ἐλευθέρων, se lee en muchas ediciones ἐλεύθερον, concertándolo con φέγγος, no con ὀμμάτων; pero es indudable, no solo que la luz no es cautiva de los ojos ni se liberta de su prisión al cerrarlos, sino que el poeta alude a la calidad de mujer libre de Políxena, pues aún no tenía dueño. Confirman nuestra opinión los versos 984 de la _Ifig. en A._, 219 del _Hérc. Fur._ y 868 de la _Elect._, en todos los cuales ἐλεύθερος va con ὄμμα. [43] Juvenal va más allá, y dice: _Nobilitas sola est atque unica virtus_. (Sát. VIII contra la nobleza, v. 20). [44] Entiéndese por _peplo_ una especie de túnica ligera que cubría a la interior, sin mangas, bordada a veces de oro o de púrpura, que se sujetaba con broches, ya en el hombro, ya en el pecho. Hacía las veces de las túnicas de brocado con que vestimos a las efigies de las vírgenes, y engalanaba las estatuas de los dioses, y principalmente de las diosas. Los más famosos fueron el de Afrodita, obra de las Gracias, y el de Atenea. Unas veces llegaba hasta el suelo, y otras no. En las estatuas de la antigüedad se ve levantado o ceñido con un cinturón, y ordinariamente deja descubierta parte del cuerpo. [45] El nombre de _Dóride_ se daba a un reducido territorio entre la Fócide, la Lócride y la Tesalia, al ángulo SO de la Caria, en el Asia Menor, por las colonias dóricas fundadas en él y el Peloponeso, en donde se fijó esa raza helénica. Eurípides alude a esta última región, porque habla de riberas, y porque de allí eran Menelao y muchos guerreros griegos. [46] _Ftía_, capital de la Ftiótide, que comprendía toda la parte meridional de la Tesalia. [47] _Apídano_, río de la Tesalia, hoy _Epideno_, que nacía en el monte Otris, pasaba cerca de Farsalia y desembocaba en el Peneo. [48] «Un día en Delos (dice Odiseo, _Odisea_, VI, v. 163), cerca del altar de Apolo, yo vi, esbelto como tú, un tronco nuevo de palmera». — Ovidio en sus _Metam._, VI, 335, alude también a ella en estos versos: _Illic incumbens cum Palladis arbore palmae — Edidit invita geminos Latona noverca_. — Este tronco, según se deduce de las palabras de Homero y de Plin., _H. N._, XVI, c. 89, se guardaba en Delos como una sagrada reliquia. [49] Alusión a la fiesta de las grandes Panateneas, en la cual se ofrecía a la diosa Atenea un peplo suntuoso, labrado primorosamente por las matronas y doncellas atenienses con ayuda de sus esclavas. Estas labores representaban de ordinario las hazañas de la diosa. [50] Cuando dice el coro que trueca el tálamo por el Orco, no debe entenderse que va a morir, sino que el nuevo estado que le aguarda es comparable al infierno, sobre todo recordando los placeres de que hubiese disfrutado en Troya, a no haber sido tomada. Este, en nuestro concepto, es el sentido más natural. [51] Esta larga narración del heraldo Taltibio es tan bella y tan helénica, ya por su sencillez y falta de artificio, ya por las costumbres que nos revela, ya por el patético que en ella reina, que no nos cansamos de leerla. Bárbaro es, en verdad, el sacrificio; pero recuérdese que los héroes del sitio de Troya nada tenían de cultos, y que por eso mismo, en concepto de Hegel, eran más poéticos, puesto que con su sencillez y rudeza primitiva disfrutaban de más libertad e independencia en las acciones que los hombres de nuestros días, siempre cercados por la ley. Hablamos poética, no socialmente. [52] Literalmente, «hasta el ombligo». [53] Poco valen, en verdad, dramáticamente consideradas, estas palabras de Hécuba. En vez de consolarse porque su hija murió con dignidad, otra madre la hubiera sentido más. Tampoco es esta ocasión oportuna de filosofar, sino solo de sentir, y así lo conoce el poeta, que vacila entre sus tendencias sofísticas y su buen gusto literario, y que acaba, después de dejarse llevar de las primeras, por rendir su tributo al segundo. Defecto es este de Eurípides que observamos en otras tragedias, y que nos pinta la sociedad de aquella época, algo semejante a la de Roma desde los emperadores, y a la de Europa en el pasado siglo. [54] Hécuba alude al himeneo de Políxena, la prometida de Aquiles, que se hubiera celebrado a no ser por la traición de Paris, que hirió en el talón vulnerable al hijo de Peleo. Por eso la llama esposa y no esposa, virgen y no virgen. [55] Como que tuvo cincuenta hijos. Así lo dice Príamo en Homero, _Ilíada_, XXIV, 495. «Cincuenta eran mis hijos cuando vinieron los griegos: diecinueve de unas mismas entrañas, el resto de las mujeres que encierra mi palacio». — Virgilio en la _Eneid._, II, 503, dice también: _Quinquaginta illi thalami, spes tanta nepotum_. [56] _Simois_, río de la Tróade que nacía en el Ida, atravesaba la llanura de Troya y desaguaba en el Escamandro. [57] _Eurotas_, hoy Iri o Vauli-potamo, río de la Laconia que bañaba los muros de Esparta y desembocaba en el golfo Lacónico. Era célebre por sus orillas, en las cuales, además de las cañas, crecían el mirto, la oliva y el laurel. [58] Grande efecto debía causar en el público ateniense esta nueva desdicha de Hécuba. Acaso un poeta imperito, para hacer más impresión, hubiera ofrecido de repente a sus ojos el cadáver de su desdichado hijo; pero Eurípides no solo lo anuncia en el prólogo, φανήσομαι γὰρ, ὡς τάφου τλήμων τύχω, δούλης ποδῶν πάροιθεν ἐν κλυδωνίῳ, sino que la misma esclava lo indica ya claramente desde que comienza a hablar. Prepara, pues, el ánimo de los espectadores con ese delicado miramiento que observamos también en Sófocles y Esquilo. [59] Como dice el escoliasta que Hécuba llama amado a Poliméstor irónicamente, κατ’ εἰρωνείαν λέγει τὸ φίλος ἡ Ἑκάτη, asegurando que el texto decía φίλος, no ξένος, hemos seguido esta versión por parecernos la más natural, y porque la palabra ξένος debió ser una glosa que se introdujo después para aclarar el sentido. [60] La presencia de Agamenón, no llamado por Hécuba, se explica naturalmente recordando la proximidad de ambas tiendas, la distinción con que la trataba el general de los griegos, la resistencia que hizo al sacrificio de Políxena y su amor a Casandra, hija de la desdichada exreina de Troya. [61] La expresión de despecho de Agamenón al ver que Hécuba no lo trata con la franqueza y la confianza que esperaba, es de lo más natural y sencillo, casi pueril, pero bello, sin embargo. Esto, encantadora cualidad de todo el teatro griego, más visible aún en Esquilo y Sófocles, es digna de imitación en nuestros tiempos, no solo porque agrada en todos, sino porque en ciertos periodos de la sociedad lo sencillo es al mismo tiempo lo más nuevo. [62] Ya comienza a aparecer el carácter cruel y vengativo de Hécuba. [63] M. Artaud, en sus _Tragédies d’Euripide_, 42, nota, recuerda muy oportunamente que este mismo pensamiento lo hallamos en Cic., _Tusc._, IV, 31, en un trozo de Trabeas que cita el famoso orador: _Fortunam ipsam anteibo fortunis meis_. También dice Plauto en la _Asin._, II, esc. 2, v. 1: _Ubi ego nunc Libanum requiram, aut familiarem filium_ _Uti ego illos lubentiores faciam quam Lubentia est._ Por lo demás, podríamos amontonar innumerables citas como estas, porque ese pensamiento es de los más frecuentes. [64] Ya antes de ahora (V. el Argumento de HÉCUBA) hemos censurado esta razón de Hécuba para mover a Agamenón. Como complemento de lo que allí dijimos, añadiremos que el destino de Casandra, condenada a compartir el lecho del generalísimo de los griegos, era ignominioso, no solo porque perdía su virginidad, y no en virtud de legítimo himeneo, sino porque su suerte era al fin la de una esclava. La única disculpa de Hécuba, o más bien dicho de Eurípides, es que aquella no lo alaba ni enaltece, llevada de su deseo inmoderado de venganza. Limítase a aceptar este hecho consumado, explotándolo en su beneficio. [65] Dédalo, como es sabido, fue un artífice famoso que juega un papel nada lisonjero en la fábula de Pasífae y del Toro, autor del laberinto de Creta, de las primeras estatuas griegas y hasta del arte de volar, que costó la vida a su hijo Ícaro. Este personaje debió ser egipcio, ya por lo que sabemos de sus obras de arte, ya por la época en que vivió, en la cual hubo estrechas relaciones entre el Egipto y la Grecia. Algunos creen que es fabuloso, si bien no hay la menor duda de que su nombre simboliza el ingenio y la más fecunda inventiva. [66] Esta debilidad de Agamenón no se explica de ninguna manera, atendido su tradicional carácter. El hombre ambicioso que sacrifica inhumanamente a su hija Ifigenia por ganar gloria y renombre, el héroe feroz y duro de aquellos tiempos, no es el Agamenón de Eurípides, que se expone a servir de ludibrio a todo el ejército si se descubre su condescendencia a los ruegos de Hécuba por amor a Casandra. Solo lo justificaría alguna pasión violenta, que no consta ni aparece en toda la tragedia. [67] Dánao, padre de cincuenta hijas, las casó con los cincuenta hijos de su hermano Egipto, todos los cuales fueron asesinados por sus esposas en la noche de bodas, excepto Linceo, a quien salvó la danaide Hipermnestra, y fue el vengador de sus hermanos. (V. _Las Sup._ de Esquilo). [68] Los de Lemnos robaron varias doncellas atenienses, de quienes tuvieron hijos que aborrecían de muerte a sus padres por el odio que les inspiraron sus madres. Habiendo intentado exterminarlos, todos ellos murieron a manos de sus esposas e hijos. [69] El texto dice ἐῤῥυθμιζόμαν, de ῥυθμίζω, compongo, ordeno, arreglo. M. Artaud, I, 46, traduce _relever sur la tête_: Hartung, XI, 97, v. 890, _ich band mit der Rind empor_. Siempre es extraño que las troyanas se aliñasen el cabello antes de dormir, a no ser que el poeta aluda a la costumbre de las griegas, que hoy reina entre muchas que no lo son, o de sujetarlo con cintas para rizarlo al día siguiente, o solo para descansar mejor. [70] Esto es, solo con la túnica, el vestido que inmediatamente cubría sus carnes. [71] Las dóricas o lacedemonias usaban solo este sencillo traje, ordenado por Licurgo, ya para que se acostumbrasen a resistir a la intemperie, ya para mayor comodidad en sus luchas y ejercicios varoniles. Sabido es que ni la decencia ni la moral atormentaron mucho la imaginación de este legislador. [72] Este movimiento de Hécuba es muy natural, ya porque se horrorizaba al mirar al asesino de su hijo, ya para disimular el odio que debía reflejarse en sus ojos. [73] Este diálogo es uno de los mejores de Eurípides, tanto por la finísima ironía que reina en todo él, cuanto por la sobriedad y mesura con que lo desarrolla el poeta. Las preguntas que Hécuba hace a Poliméstor son intencionadas y malévolas, y este último contesta con la serenidad y pericia de un consumado criminal. [74] Ocúrresele de pronto a Poliméstor, en medio de sus furiosos transportes, que si abandona los cadáveres de sus hijos, los expone a las iras de las troyanas, que podrán desgarrarlos y ofrecer sus ensangrentados restos a las fieras y a los perros. Sabido es el aprecio que hacían los paganos de la sepultura, de lo cual hallaremos claras pruebas en otras tragedias de Eurípides, análogas a la que observamos en el prólogo de esta, que recita la sombra de Polidoro. [75] De la versificación del escoliasta se deduce que debe de haber leído así: αἰθέρ ἀμπτάμενος οὐράνιον ὑψίπετὴς μέλαθρον, Ὠρίων ἢ Σείριος ἔνθα πυρὸς φλογέας ἀφίησιν ὄσσων αὐγάς; ἢ τὸν ἐς ἀΐδα μελανόχρωτα πορθμὸν ἁιξω τάλας. ὑψίπετὴς se halla en dos códices, y es necesario para entender la frase: ἀναπτάσθαι, construido con acusativo sin preposición, se encuentra también en _Orestes_, 1343. Acaso venga de allí αἰθέρα, cuya autenticidad rechaza otro escolio. Ὠρίων ha sido borrado de un MS. (Flor., 25), y otro (Mosq., B) pone ὁ Σείριος por ἢ Σείριος, haciendo presumir que Ὠρίων ἢ es obra de algún interpolador. Eurípides menciona juntos de ordinario a Orión y a las Pléyades (_Ion._, 1153; _Hel._, 1394), porque así se ven en medio del cielo. Sirio es, al contrario, para él el Perro pequeño, _canicula_, próximo al polo Norte, como observamos en la _Ifig. en A._, v. 68. (N. de Hart.). [76] Aquí comienza una de esas luchas forenses a que tan aficionado se muestra Eurípides, sin duda más indulgente en esta parte con el gusto del público que con los consejos de la razón literaria; y ya sea que la vanidad del poeta en un pueblo tan dado a los encantos de la palabra lo impulsase, ya que quisiese ofrecer al auditorio una imitación de las escenas a que asistía diariamente, ya, en fin, que respetase alguna costumbre dramática recién introducida, el hecho es que no deja pasar ocasión alguna favorable de lucir sus dotes oratorias. De aquí que tan estudiado fuera más tarde por los declamadores romanos. [77] Edonia, región de Tracia, más tarde de la Macedonia, entre el Estrimón y el Nesto, célebre por sus tejidos. [78] Broche o hebilla con que sujetaban sus vestidos. Edipo en Sófocles se ciega también con ellas, porque remataban en punta y era el instrumento que tenían más a mano. [79] Extraño es, en verdad, este odio que Eurípides muestra a las mujeres. Parece imposible que asistiesen al teatro y oyesen tales injurias, falsas de ordinario y destituidas de fundamento, si no recordásemos las comedias de Aristófanes y viésemos probada en ellas la excesiva tolerancia de los atenienses en esta parte. Hoy, con nuestras ideas de igualdad cristiana y con los restos del espíritu caballeresco que conservamos, nos es difícil darnos cuenta de tamaño desacato; pero debemos decir también en defensa de Eurípides que, a nuestro juicio, las mujeres de su tiempo debieron ser peores que las del nuestro, porque su vida triste y retirada y su condición social poco envidiable, hubo de contribuir a su perversión. [80] Entablada la acusación y oída la defensa, el juez, que es Agamenón, pronuncia la sentencia, fundándola, y Poliméstor la respeta y se somete a ella. Adviértase, sin embargo, que, prescindiendo de la forma de esos discursos artificiosos e impropios de los tiempos heroicos, nada es más natural y sencillo, ni más primitivo, que erigir en juez las partes a cualquier hombre respetable, exponer por sí mismas sus razones y sujetarse a su fallo. Así debió hacerse en un principio, ya fuese el juez un anciano o el padre de familia. [81] El culto de Dioniso estaba muy extendido en la Tracia desde que, ayudado de las Ménades, triunfó de su rey Licurgo. Más tarde encontramos una prueba evidente en la afición que mostraron al vino los reyes macedonios Filipo y Alejandro. Su oráculo, según el escoliasta, estaba en el monte Pangeo o en el Hemo. Heródoto habla también (VII, 111) de otro entre los satras, pueblos belicosos de esta región. [82] Lefranc, _Histoire de la littérature grecque_, página 152. [83] Ponto Euxino, hoy mar Negro, al SE de Europa, que comunica con el Mediterráneo por el estrecho de Constantinopla, el mar de Mármara y los Dardanelos, y con el mar de Azov por el estrecho de Yenikaleh. Baña a la Europa al N y al O, y al Asia al S y al E. Llamose primero _Axenos_ o inhospitalario, y después _Euxenos_, hospitalario, como el cabo de Buena Esperanza se llamó primero de las Tormentas. [84] Hipólito era hijo de Antíope, reina de las Amazonas y prisionera de Teseo en la guerra que sostuvo contra ellas. [85] Piteo, abuelo de Teseo e hijo de Pélope y de Hipodamía, rey de Trecén, famoso por su sabiduría. Educó sucesivamente a su nieto Teseo y a su biznieto Hipólito. [86] Trecén, hoy Damala, ciudad de la Argólida, cerca de la costa oriental. [87] Hubo en Atenas dos reyes de este mismo nombre: el uno fue hijo y sucesor de Erictonio y padre de Erecteo, de Procne y Filomela; el otro padre de Egeo, y por consiguiente abuelo paterno de Teseo. Es probable que Eurípides se refiera a este último, y que llame campo de Pandión a las cercanías de Atenas, en donde estaba edificada Eleusis. [88] Estos sagrados misterios son los de Eleusis, instituidos en honor de Deméter, de su hija Perséfone y de Triptólemo. Consistían en ciertas reminiscencias del culto cabírico o pelásgico, se celebraban todos los años y duraban nueve días. Menudeaban las procesiones, las abluciones, las carreras con antorchas y los juegos. El iniciado en el primer grado se denominaba _mysto_, y en el secundo, _epopto_ o _que veía_. Eleusis, según Pausanias, fue fundación de Ógiges, y estaba situada en el golfo Sarónico, a 17 kilómetros al NO de Atenas, entre el Pireo y Mégara. Pericles edificó allí a Deméter un templo suntuoso. [89] La acrópolis de Atenas. [90] Cécrope, egipcio fundador de Atenas, que instituyó el Areópago y el culto de Zeus y Atenea. Enseñó también la agricultura y ordenó los casamientos y las sepulturas. [91] Los Palántidas eran los cincuenta hijos de Palante, hermano de Egeo, que intentaron arrebatarle el cetro de Atenas, y fueron vencidos por Teseo. [92] Este coro secundario, distinto del principal y compuesto de cazadores, abandona pronto el teatro para dejar su puesto a las mujeres trecenias. El escoliasta cita otros dos ejemplos de coros de esta especie: el uno de la tragedia de _Paris_, hoy perdida, en la cual aparece este personaje rodeado de pastores, que se retiran, y el otro en el _Faetón_ del mismo poeta, en que el rey Mérope sale a la escena con otro coro secundario, semejante a estos. [93] Generalmente se traduce este verso: «Puesto que solo a los dioses se puede llamar señores»; pero varias razones nos inclinan a traducirlo de otra manera. No es probable que un esclavo que osa hacer a su señor esta advertencia comience, para conciliarse sus buenas gracias, recordándole la distancia que lo separa de los dioses. Lo natural es lo contrario. Además la palabra ἄναξ (príncipe o rey) es más honorífica que la de δεσπότης, porque esta era aplicable a cuantos tenían esclavos, y la otra solo a los personajes del más elevado rango. El texto de Jenof., _Anab._, III, 2-8, que cita Valckenaer, nada prueba, porque allí se habla de griegos libres, aquí de un esclavo. Estas anfibologías, que a veces se encuentran en griego y en latín por la construcción de dos acusativos con un infinitivo, o por las licencias del hipérbaton, deben entenderse siempre con arreglo a lo que indique el buen sentido. Tradúzcase esta frase de Juvenal, _Sát._ 8, 20, _nobilitas sola est atque unica virtus_, y será incompresible, o se expresará lo contrario de lo que quiere decir el poeta, puesto que solo asegura que la virtud es la sola y única nobleza. [94] Gran verdad, sin duda, que no supo o no quiso practicar Diógenes el Cínico y sus secuaces antiguos y modernos. [95] Esto es, que cuanto los hombres poseen es don de los dioses, y la afabilidad uno de ellos. [96] Ya se ha visto que su estatua estaba a la entrada del palacio. [97] Lo que quiere decir este servidor de Hipólito es que su dueño, como joven, irreflexivo e inexperto, no es tan racionalmente religioso como él, ya anciano, y, en efecto, es lo que sucede de ordinario. [98] Punto de reunión, sin duda, como sucede entre nosotros. [99] Mirábase a Pan como al dios que inspiraba repentinos e infundados terrores; a Hécate como a la diosa de encantadores y mágicos, que enviaba a la tierra espectros y fantasmas, y a Cibeles como a la deidad que daba la locura. Loco estuvo, en efecto, Atis, pastor frigio, que la desdeñó. Los coribantes eran sacerdotes que danzaban y aullaban como furiosos para impedir que Cronos oyese los gritos de su hijo Zeus. [100] Dictina, advocación de Artemisa, de δίκτυον, red, porque cazaba con ella. [101] Fedra era hija de Minos, rey de Creta, y de su mujer Pasífae. [102] Limnes, paraje inmediato a Trecén, de donde viene el sobrenombre de Artemisa. El escoliasta dice así: Λίμνη, τόπος Τροιζῆνος ἔνθεν Λιμνῆτες Ἄρτεμις καλεῖται. Allí mismo debía haber un gimnasio, pues también dice el escoliasta: Λίμνη γυμνάσιον ἐν Τροιζῆνι, ὡς καὶ ἐν τοῖς ἐζῆς φησὶ Λίμνης τροχόν. [103] El escoliasta reprueba este anacronismo, puesto que hasta la olimpiada 89 no consiguió el premio en Olimpia el lacedemonio León con caballos vénetos, y en esta época, si damos crédito a Polemón, ni siquiera se conocían. [104] Esta máxima, fundada en el egoísmo, es inmoral y absurda, y probablemente alude a ella Cic. cuando dice en su libro _De amicitia_, cap. XIII, lo siguiente: _Nam quibusdam, quos audio sapientes habitos in Græcia, placuisse opinor mirabilia quædam, sed nihil est quod illi non persequantur argutius; partim fugiendas esse nimias amicitias, nec necesse sit nullum sollicitum esse pro pluribus: satis superque esse suarum cuique rerum: alienis nimis implicari molestum esse: commodissimum esse, quam laxissimas habenas habere amicitiæ, quas vel adducas, quum velis, vel remittas_; cuya traducción, de don Fernando Casas, Cádiz, 1841, pág. 76, dice así: «Rarísimas son en esto las opiniones de algunos que, según oigo, son tenidos en Grecia por sabios, los cuales nada hay que no trastornen con sus agudezas. Pretenden que hayan de huirse las muchas y muy estrechas amistades para no verse uno rodeado de graves atenciones, pues harto tiene cada cual, y le sobra, con el cuidado de sus propios negocios, sin necesidad de mezclarse en los ajenos. Por esto les parece que deben traerse muy flojas las riendas de la amistad, para apretarlas o aflojarlas todavía más si conviniere». [105] Alude a los amores de su madre Pasífae con el toro de Creta, en los cuales tanto le sirvió el ingenioso Dédalo. [106] Ariadna, que dio a Teseo el hilo para salir del laberinto y matar al Minotauro, y huyó después con él, siendo abandonada en Naxos, de donde se la llevó Dioniso. [107] Porque viniendo del Ática hacia el Peloponeso era la primera ciudad de esta región que se encontraba. [108] Este discurso filosófico de Fedra no está exento de algunos errores, aparte de su inoportunidad dramática. La sagrada Biblia, al hablarnos del pecado original, nos recuerda la imperfección humana y la necesidad de poseer el supremo bien a costa de infinitos esfuerzos. La diferencia que hay entre el bien moral y el intelectual, es que el primero no se oculta a la generalidad de los hombres; no así el segundo, por lo mismo que aquel es más esencial que este. La vida del hombre virtuoso es una constante lucha contra el vicio y las pasiones, época de peregrinación y de prueba, oscuro laberinto a cuya salida le espera el paraíso. Obsérvese que el poeta vacila muchas veces, y ya atribuye la pasión de Fedra a causas humanas, ya a la ira de Afrodita; que el cristiano no da a la vida esta importancia, ni se resuelve nunca a quitársela, ni alcanza así gloria alguna. [109] Recuérdese la escasa consideración social de que disfrutaba la mujer en la sociedad antigua. [110] Porque nació de la espuma del mar. [111] La madre de Dioniso. Tan lejos fue su amor, que llegó a abrasarla. [112] Céfalo, esposo de Procris, hermosísimo mortal, de quien se enamoró la Aurora. Como esta deidad deseaba alejarlo de su esposa, a quien amaba tiernamente, le persuadió que probase su fidelidad disfrazándose. Procris no salió bien de la prueba, y se separó de ella, aunque se reconcilió después. Por último la mató involuntariamente con un dardo, y, desesperado, se atravesó con él. La Aurora entonces lo llevó al Olimpo. [113] Los filtros (en griego φίλτρον, de φιλεῖν, amar) eran de dos especies: unos trastornaban el juicio, y otros infundían o borraban el amor. Para componerlos valíanse de los más variados y repugnantes ingredientes, como del pescado llamado _rémora_, de ciertos cartílagos de rana, de la piedra astroides, del hippomanes, de sangre menstrual, de cortaduras de uñas, etc., etc. Preparado el filtro, según leemos en el idilio 2.º de Teócrito, se hacía a la claridad de la luna un sacrificio. Echábase harina en el fuego, que simbolizaba los huesos del hombre, y después hojas, cera y salvado, fleco o resto de su traje y zumo de hierbas. Si a su conclusión se oía ladrar algún perro, era señal indudable de que Hécate en persona venía a dar su aprobación y consentimiento. [114] Esto es, Hipólito. [115] Alfeo, río de la Élide que nacía en la Arcadia, cerca de Megalópolis, pasaba por Olimpia y Pisa, y desembocaba en el mar Jónico. Estas hecatombes de que habla el poeta se hacían en Olimpia en honor de Zeus, y en Delfos en honor de Apolo. El Amor, dios alegórico, no tuvo altares ni templos hasta más tarde. [116] La Ecalia era una ciudad tesalia, próxima a la Etolia. Eurito, su rey, prometió dar la mano de su hija Yole al que lo venciera tirando el arco. Heracles lo venció, y no queriendo cumplir su promesa, fue tomada su ciudad y él pereció delante de su hija, que como furiosa bacante recorría el campamento enemigo. (V. las _Traquinias_, de Sófocles.) [117] Teseo. [118] Célebre frase, sutileza de Eurípides tan inmoral como sofística, que justamente ha levantado contra él a todos los críticos sensatos. Sin embargo, como el ingenio humano es siempre el mismo, y siempre hábil en buscar argucias para eludir sus deberes o paliar sus faltas, no han escaseado en épocas posteriores sectas heréticas y perniciosas que han aplicado este mismo principio falso, probablemente sin conocer las palabras de Eurípides. [119] Esta larga y sangrienta sátira contra las mujeres, tan del gusto de Eurípides, es, sin embargo, en nuestro juicio, muy inferior a la celebérrima de Juvenal, imitada después por tantos otros, y entre ellos por nuestro Quevedo. Afortunadamente no escasean en ella las puerilidades, y en general es injusta y poco sólida. Shakespeare en su _Cymb._, acto II, última escena, se desata también contra el bello sexo en estos términos: Could I find out The woman’s part in me! For there’s no motion That tends to vice in man, but I affirm It is the woman’s part: be it lying, note it, The woman’s; flattering, hers; deceiving, hers; Lust and rank thoughts, hers, hers; revenges, hers; Ambitions, covetings, change of prides, disdain, Nice longings, slanders, mutability, All faults that may be nam’d; nay, that hell knows Why, hers, in part, or all: but, rather, all; For even to vice They are not constant, but are changing still One vice, but of a minute old, for one Not half so old as that. I’ll irrite against them, Detest them, curse them. Yet ’t is greater skill In true hate, to pray they have their will: The very devils cannot plague them better. [120] La castidad de Hipólito envolvía al mismo tiempo no leve ofensa a la diosa Afrodita, una de las más veneradas, y no dejaba de ser extraña en un pueblo que siempre dio grande importancia a los goces de los sentidos. Sin embargo, la venganza de Afrodita es inmoral, cruel y egoísta. Es seguro que ni en Sófocles ni en Esquilo encontraremos nunca dioses de esta índole, que si infunden temor, infunden también desprecio. [121] Porque Minos, su padre, rey de Creta, era hijo de Zeus y de Europa. [122] Conocida es generalmente la fábula de Faetón, hijo de Apolo y de Clímene, su disputa con Épafo, en que este sostenía que no era hijo del Sol, el juramento de su padre, y su desventurado ensayo al regir el carro paterno, siendo precipitado en el Erídano o Po, a cuyas orillas le lloraron tanto sus hermanas las Helíades, que fueron convertidas en álamos blancos y sus lágrimas en ámbar. [123] Conocida también, como la anterior, es la fábula de las Hespérides Egle, Aretusa y Hesperetusa, hijas de Atlante y de Hespéride, y su jardín de manzanas de oro, y el dragón que las guardaba. Eurípides indica claramente que moraban al pie del Atlas, en la Mauritania. Otros dicen que habitaban en la Cirenaica, en donde había una ciudad llamada Hésperis, o en nuestra España, cerca de Cádiz, o en las Canarias o islas Afortunadas. [124] Muniquia, aldea y puerto del Ática, entre el Pireo y el cabo Sunio, uno de los tres puertos de Atenas, célebre por su fortaleza y por el templo de Artemisa que había allí edificado. [125] Teseo, que, según dice, vuelve de consultar al oráculo, trae puesta una corona de las hojas del árbol consagrado al dios Apolo. Tito Livio (lib. XXIII, § 11) dice así hablando de la embajada a Delfos de Q. Fabio Píctor: _Hæc ubi ex græco carmine interpretata recitavit, tum dixit, se oraculo egressum ex templo iis omnibus divis rem divinam thure ac vino fecisse; jussumque ab templi antistite sicut coronatus laurea corona et oraculum adisset, et rem divinam fecisset ita coronatum navem adscendere, nec ante deponere eam, quam Romam pervenisset_. [126] Ordinariamente se ponen en boca del coro las palabras que siguen, contra el sentido y la costumbre, puesto que, al contemplar tan doloroso espectáculo, Teseo es quien debe hablar, y porque su versificación y traza indican claramente qué las pronuncia Teseo, no el coro. [127] El texto griego dice ἀβίοτος βίου, una vida que no es vida. [128] Esto es, el de la Providencia, que todo lo ve. [129] El texto vulgar griego dice καὶ δι᾽ ἀψύχου βορᾶς σίτοις καπήλευ᾽. Valckenaer, comentando esta frase, se expresa así: _Vim non animadverto, quam istis_ δι᾽ ἀψύχου βορᾶς _adjungere possit vox_ σίτοις. Mathias, por el contrario, observa que σίτα _opponuntur_ τῇ ἀψύχοῳ βορᾳ, _et fruges, ac fructus, herbas, radices, etc. significat, quibus terra natis homines vescuntur_. Parece, pues, que por ἀψύχου βορᾶς debe entenderse los vegetales, _cibus inanimis_. Es extraño, sin embargo, que tan célebres críticos no hayan leído con atención las palabras del escoliasta, que literalmente son estas: ἢ ἐν λόγοις ἐμπορεύου, καθάπερ οἱ λεγόμενοι λογέμποροι, καὶ μὴ κατὰ φύσιν φιλοσοφοῦντες, ἀλλ᾽ οἱ τοὺς λόγους καπηλεύοντες. De ellas se deduce que Eurípides alude a los sofistas charlatanes, esto es, a ciertos pitagóricos que, alimentándose de vegetales, engañaban al vulgo hipócritamente. Adviértase también que, como dice Suidas, καπηλεὺειν se construye con acusativo, como vemos en Esq., _Los Siete del T._, v. 545, ἐλθὼν δ᾽ ἔοικεν οὐ καπηλεύσειν μάχην, traducido por Ennio (Cic., _Off._, I, 12) _non cauponantes bellum, sed belligerantes_. No vacilamos, pues, en traducir, como Hartung, λόγους, en vez de σίτοις. [130] Ya en tiempo de Eurípides circulaban muchos versos órficos, compuestos por sectarios de Pitágoras, fórmulas ridículas de encantamiento para devolver la salud corporal y la espiritual. Platón, en su _Rep._, II, 7, califica a los sectarios de Orfeo de ἀγύρται καὶ μάντεις, charlatanes y adivinos. [131] Por Atenea, aunque realmente fuese fundada por Cécrope, y por una colonia egipcia. [132] Sinis, famoso bandido griego que en el istmo de Corinto robaba a los caminantes, arrojándolos al mar, o matándolos con su maza, o atándolos a dos pinos encorvados hasta la tierra, que después soltaba de repente. Murió a manos de Teseo. [133] Escirón, bandido del Ática, hijo de Éaco, que robaba en el camino de Atenas a Mégara, precipitando a sus víctimas en el mar desde unos elevados peñascos. Teseo lo venció también, y le dio muerte. [134] Es un verdadero anacronismo suponer la existencia de los juegos en una época en que no se conocían; pero a este propósito recordamos los que cometió el pintor Rafael en su cuadro titulado _La Escuela de Atenas_, que no por eso deja de ser excelente. No defendemos por eso tales yerros, sino solo observamos que, a pesar de ellos, sus autores fueron grandes poetas o grandes artistas, y que, evitándolos muchos de nuestros contemporáneos, no lo son; en una palabra, que, sin ser arqueólogo, es posible remontarse mucho en la poesía o en el arte. [135] Este discurso de Hipólito es muy bueno como discurso, y justifica los elogios que Quintiliano prodiga a Eurípides. Como Hipólito ha sido atacado en lo más sensible, tiene que hablar de sí, pero lo hace con cierta modestia, sin faltar a la verdad. Su carácter se retrata en él al vivo, y está trazado de mano maestra. [136] Esto es, más allá de las columnas de Heracles, último término del mundo entonces conocido. [137] Vemos, pues, que Hipólito, a pesar de las célebres palabras que profiere en su diálogo ron la nodriza, ἡ γλῶσσ᾽ ὀμώμοχ᾽, ἡ δὲ φρὴν ἀνώμοτος, no viola su juramento. Así se comprende fácilmente que, apoderándose de una sola frase de una composición poética, cuyo correctivo o complemento viene después, se haga decir al autor lo que no quiso. En este caso, sin embargo, es preciso confesar, no solo que Eurípides nunca debió escribirla en absoluto, sino que ni aun ponerla en boca de Hipólito, tan religioso y tan puro; adviértase, no obstante, que Hipólito no lo quebranta sino por lo convencido que se halla de que no le serviría, dando a entender que lo haría en otro caso. [138] El carro de los griegos era de dos ruedas como el romano, y se entraba en él por detrás. Por delante no tenía abertura alguna, y era descubierto. Iban en él dos personas: el guerrero y el cochero o conductor. El carro griego era más ligero, elegante y esbelto que el romano, según se deduce del bajorrelieve de un vaso que se encontró en Santa Ágata. [139] Parece, según dicen Eustacio y el escoliasta, que en los carros se usaban estos borceguíes, o como quiera llamárseles, con el objeto de ofrecer sólido apoyo al que lo regía y no exponerlo a los continuos vaivenes, naturales en vehículos sin muelles y que caminaban por toda clase de terrenos. [140] Caminando de Trecén a Epidauro se encuentra a la derecha una pequeña península, en donde está edificada Metana, e inmediatamente después, siguiendo por la costa, el golfo Sarónico, entre Epidauro y Mégara. Hacia el norte se descubren los altos peñascos Sarónicos, en donde se halla el desfiladero que lleva de Corinto a Mégara, en donde habitaba el bandido Escirón, y cerca, y a la derecha, la costa de la península mencionada, desde la cual se alborotaron las olas y arrojaron al toro que mató a Hipólito, e impedían ver el istmo y el promontorio de Esculapio. [141] M. Artaud dice así: _Il s’agit ici du mont Ida de La Crète, patrie de Phèdre_. ¿Por qué ha de ser el Ida de Creta y no el de Troya, mucho más célebre y conocido en toda la Grecia, a no ser que hagamos la singular suposición de que Fedra trajo las tablillas de Creta, de que eran del Ida, y lo sabía este esclavo? [142] Aunque Valckenaer opine que este canto del coro es superfluo, adviértase que siempre se oía su voz en la transición de una escena cualquiera a otra interesante, aludiendo, sin faltar a la discreción, a la causa de los sucesos ocurridos. [143] La frecuencia con que intervienen los dioses en las tragedias de Eurípides, sobre todo a su conclusión, y cuando la intriga parece más complicada o el desorden moral más profundo, nos autoriza a pensar que no siempre es pobreza de recursos dramáticos del poeta. Acaso el carácter religioso de esta clase de espectáculos, o la necesidad de que fuese obra de un dios el restablecimiento del equilibrio moral, perdido por la influencia de otro, inclinaran al poeta a desatar el nudo de esta manera. Como en las de Esquilo y Sófocles eran los conflictos humanos resultado de los decretos del destino, superior a todos los dioses, no podía suceder esto. [144] Teseo, como Heracles y los demás héroes de la antigüedad pagana, no era hijo de Egeo, en opinión de las gentes, sino de Poseidón y de Etra, esposa de aquel. Alejandro Magno pretendió serlo más tarde de Zeus Amón. [145] El suicidio de Fedra y la muerte de Hipólito. [146] Aunque no estemos completamente de acuerdo con Hartung (_Religion der Römer_, P. I, pág. 100 y siguientes), que sostiene, fundándose en algunos datos, que entre los griegos y romanos el _omen_, el oráculo y la imprecación determinaban los sucesos, y no declaraban simplemente lo resuelto con anterioridad, no podemos prescindir de llamar la atención de los lectores hacia estas palabras de Hipólito, que revelan la creencia universal de todos los pueblos en el carácter religioso y respeto inherente a los padres, cuyas maldiciones (justas de ordinario) eran ensalzadas por la divinidad. [147] Piteo, abuelo materno de Teseo, era hijo de Pélope y de Hipodamía, esto es, de la familia de los Tantálidas o Pelópidas, tan famosos por sus crímenes. [148] M. Artaud cita muy oportunamente a este propósito las palabras del _Prometeo_, de Esquilo, v. 115, al acercarse las Oceánidas, que dice: Τίς ἀχώ, τίς ὀδμὰ προσέπτα μ᾽ ἀφεγγής. y las de Virgilio (_Eneida_, I, 407): _Ambrosiæque comæ divinum vertice odorem spiravere._ [149] Por más que algunos sostengan, por defender ciegamente a Eurípides, que estas palabras no debían asustar al público, nosotros pensamos que son irreligiosas en absoluto, e impropias de Hipólito, varón santo y perfecto. [150] M. Artaud, citado hace poco, dice que _C’est Adonis, qui fut tué à la chasse par un sanglier_, sin acordarse de que este jabalí era Ares, celoso de Adonis, tan querido de Afrodita. [151] Luciano (_de Licia Dea_, p. 60) dice así: Τροιζήνιοι τῇσι παρθένοισι, καὶ τοῖσι ἠιθέοισι νόμον ἐποιήσαντο, μή μιν ἄλλως γάμον ἰέναι πρὶν Ἱππολύτῳ κόμας κείρασθαι. [152] Políxena en _Hécuba_ dice también a Odiseo: Κόμιζ᾽ Ὀδυσσεῦ μ᾽ ἀμφιθεὶς κάρα πέπλοις y Macaria a Yolao en _Los Heráclidas_: πέπλοις δὲ σῶμ᾽ ἐμὸν κρύψον παρών. [153] Se comprende desde luego que esta es la Tebas griega, capital de la Beocia, distinta de la Tebas egipcia de las cien puertas. [154] Cadmo, hijo de Agénor y hermano de Europa. Fue a buscarla por mandato de su padre, después que la robó Zeus, y no encontrándola, se fijó en la Beocia y fundó a Tebas. Créese que importó en Grecia la escritura fenicia. [155] Harmonía, hija de Ares y de Afrodita, esposa de Cadmo, transformada como él en serpiente. [156] De aquí que su linaje se llame Labdácida. [157] Podía ser hijo de distinta madre. [158] El Citerón es un monte famoso al sur de Tebas. En uno de sus extremos, confinante con el Ática, se encontraba un valle consagrado a Hera, en donde fue expuesto Edipo. [159] Οἰδίπους, de οἰδέω, me hincho, y πούς, pie. [160] Monstruo que tenía el cuerpo de mujer, la cabeza de león y las alas de águila. Proponía enigmas a los caminantes, y los ahogaba si no los acertaban. Cuando Edipo descifró el que le propuso, se precipitó despechada en la mar. [161] Broche con alfiler de oro y piedras preciosas, marfil, bronce y otras materias con que se sujetaban las vestiduras en el pecho o en el hombro. [162] Bajo el nombre de pedagogo (de παῖς, niño, y ἄγω, yo llevo) entendían los griegos ciertos esclavos que desempeñaban con los niños las funciones de nuestros ayos. Unas veces se nombraba para este cargo al de más experiencia, otras al más servicial, a veces al más inútil. Plutarco, en su tratado de _La Educación_, nos dice que se empleaban en este servicio los esclavos más estropeados del trabajo y los que habían costado menos. Acompañaba al niño a las escuelas y gimnasios, vigilaba sus pasos, le aconsejaba y enseñaba, pero sin el derecho de castigarle. Diógenes fue pedagogo de Jeníades de Corinto. [163] Como el pedagogo queda solo en la escena, el escoliasta dice que esto provenía de la necesidad en que estaba el actor que había representado el papel de Yocasta, de mudar de traje y de máscara para representar el de Antígona. [164] Ismeno, río de la Beocia que nacía al norte de Tebas, consagrado a Apolo. [165] A Dirce, segunda esposa de Lico, rey de Tebas, Zeto y Anfión, hijos de Antíope, primera mujer de Lico, la ataron a las colas de varios potros cerriles, que la desgarraron. Compadecidos de ella los dioses, la convirtieron en fuente, que corría cerca de Tebas. [166] Por ser las armas de bronce, no de acero. [167] Anfión, hijo de Lico y de Antíope, reinó en Tebas con su hermano Zeto. Había recibido de Apolo una lira de oro de tan dulce sonido, que las piedras se movieron al oírla, y colocándose unas sobre otras, formaron los muros de Tebas. Casó con Níobe, hija de Tántalo. [168] Clípeo, escudo grande y redondo que usaba la infantería griega. Era convexo, y tan vasto que resguardaba el cuerpo desde el cuello hasta las piernas. A veces era todo de bronce, aunque de ordinario se componía de varias pieles de toro superpuestas y cubiertas de placas de metal. En ocasiones estaba resguardado con ramas de mimbre entrelazadas, forradas de cuero crudo y de metal. [169] Lerna, región y famosa laguna de Argólida. En ella habitaba la hidra que mató Heracles, y sus aguas recibieron las cabezas de los esposos de las Danaides. [170] Hermano de Adrasto, rey de Argos. Se llama rey porque rige o manda tropas. [171] Tideo, hijo de Eneo, rey de Calidón. Mató involuntariamente a su hermano Menalipo y se desterró a Argos, en donde se casó con Deípila, hija de Adrasto. Fue padre del célebre Diomedes. [172] Etolia, región de la Grecia antigua, separada al oeste de la Acarnania por el Aqueloo. Confinaba al este con los Dorios Ozoles, el Parnaso y los Eteos; al norte con el Epiro y la Tesalia, y al sur con el golfo de Ambracia y el de Corinto. Sus ciudades principales eran Calidón y Termo. [173] La lanza griega se componía de tres partes: punta de hierro o bronce, astil de madera y _spiculum_ o cuento, terminado en punta. Era también arma arrojadiza. [174] Zeto, hijo de Zeus y de Antíope, y hermano de Anfión. Fue gran cazador, y ayudó a su hermano a edificar los muros de Tebas. [175] Su padre fue Meleagro. [176] Atalanta, célebre cazadora, la primera que hirió al jabalí de Calidón. Su amante Meleagro le regaló la cabeza. [177] Adrasto, rey de Argos y generalísimo de esta expedición desastrosa. En la segunda, o de los Epígonos (descendientes de los capitanes de la primera), perdió a su hijo Egialeo, y murió de dolor. [178] Níobe, hija de Tántalo y mujer de Anfión. Tuvo siete hijos y siete hijas, y orgullosa con ellos, insultó a Leto, madre solo de Apolo y Artemisa, que se vengó de ella matándolos a flechazos. Níobe, de dolor, fue convertida en piedra. [179] Anfiarao, hijo de Ecles y de Hipermnestra, famoso adivino griego, que se casó con Erífile, hermana de Adrasto. Conociendo en virtud de su don profético el triste éxito de su expedición contra Tebas, se ocultó, negándose a tomar parte en ella; pero fue descubierto por su propia esposa, sobornada por un collar de diamantes. Antes de partir hizo jurar a su hijo Alcmeón que castigaría a su madre. [180] Capaneo, hijo de Hipónoo y de Astínome o de Laódice, y padre de Esténelo. Había jurado apoderarse de Tebas contra la voluntad de los dioses. [181] Némesis, hija de Zeus y de la Necesidad, o del Océano y de la Noche, o del Érebo y la Noche, o de la Noche sola. Castigaba a los malos, y sobre todo a los hijos que ultrajaban a sus padres. En concepto de Platón, Némesis era la única furia. [182] Según dice el escoliasta, la ninfa Amimone fue perseguida por Poseidón, que clavó su tridente junto a la laguna de Lerna, e hizo brotar una fuente de agua viva. Lo que parece positivo es que esta fuente estaba próxima a dicha laguna, según es de colegir de las siguientes palabras de Estrabón: δείκνοται δὲ καὶ Ἀμυμνώνη τις κρήνη κατὰ Λέρνην. [183] Esta estrofa encierra tales desatinos geográficos, que es muy difícil entenderla, a no suponer que Eurípides no sabía una palabra de Geografía, lo cual dista mucho de ser cierto, pues en todo caso sería el único error de esta especie en que incurre. No solo la Fenicia no era una isla; sino que para venir a Tebas era imposible que diesen el absurdo rodeo de navegar hacia ella por el mar Jonio. En nuestro juicio, lo que dice solo debe entenderse de la Sicilia, adónde en todo caso vinieron desde Tiro, colonizado por los fenicios, y más tarde por los cartagineses, que tanto se les asemejaban. [184] Cadmo era hijo de Agénor. [185] El Parnaso, monte de la Fócide, tenía dos cumbres: en una estaba situado el santuario de Apolo, y en la otra el de Dioniso. En ambas se veían de noche las antorchas de las fiestas que se celebraban. Inmediata al santuario de Dioniso se ostentaba una vid que producía diariamente un pesado racimo, de cuyo zumo se hacía el vino destinado a las libaciones del dios. También se enseñaba a los devotos la caverna de la serpiente Pitón, cuya piel se guardaba en el templo, y el lugar desde donde el dios pudo sorprenderla y matarla. [186] Ío era hija del río Ínaco. Enamorose de ella Zeus, y temiendo a la celosa Hera, la convirtió en vaca para ocultar sus amores. Habiéndosela pedido Hera, y no atreviéndose a negársela, la dio a guardar a Argos, de cien ojos, que murió a manos de Hermes. Al fin, después de largas correrías, se detuvo a las orillas del Nilo, y dio a luz a Épafo, padre de Belo, Agénor y Fénix. Se cree que era la diosa egipcia Isis, y Épafo, su hijo Apis. El coro alude a la fundación de Tebas por los fenicios. [187] La solemnidad inherente a esta clase de espectáculos no permitía que se hablase en otra lengua que en la griega. El poeta, sin embargo, supone que el coro habla en fenicio, cuando su lenguaje es griego castizo. Tal inverosimilitud no debe extrañarnos habiendo leído obras maestras de los más célebres poetas dramáticos, que suelen cometerlas a cada paso. Por lo demás, esta escena es tan tierna y bella, que acaso no se encuentre otra semejante en todas las tragedias de Eurípides. [188] Hay tanto y tan profundo sentimiento en estas frases de Yocasta, y encierran tan triste verdad, que no es posible leerlas sin melancolía. Tiene razón: ¡pobres madres, que sufren penas infinitas, convertidas de ordinario en doloroso centro adonde convergen todos los males y disgustos de las familias! [189] El texto griego, antes que Jacobs lo corrigiera, aparecía tan defectuoso, que hemos preferido seguir su opinión, teniendo en cuenta que la primera condición de cualquier obra literaria es la claridad. En efecto, desde el verso 395, si adoptamos el texto vulgar, hallamos tal incongruencia entre las preguntas y respuestas de Yocasta y Polinices, que es imposible creer en su autenticidad. Por ejemplo, cuando Yocasta pregunta a Polinices cómo llegó a Argos y con qué objeto, este contesta que Adrasto tuvo conocimiento de cierto oráculo de Apolo. Así es fácil comprender, o que se ha trocado el lugar que estos versos deben ocupar respectivamente, o que falta algún complemento del sentido. Hemos creído, pues, que basta conservarlo, alterando solo la numeración de los versos. [190] Padre de Adrasto, rey de Argos. [191] La centuria, en griego λόχος, varió, según los diversos tiempos, desde 8 hombres hasta 100 entre los atenienses, y 125 entre los lacedemonios. [192] Estas palabras de Eurípides y las frecuentes alusiones que hace a los encantos de la oratoria en otras tragedias, son un monumento histórico de la mayor importancia, que nos inician en los misterios del ágora y en los graves inconvenientes del gobierno democrático. Sin profundizar mucho, y solo en vista de esta y otras frases de Eurípides, se llega a concluir que los oradores, abusando de su arte y de sus facultades, arrastraban más de lo justo al pueblo que los escuchaba, las más veces en daño de su patria. [193] Schiller en su _Wallenstein_ ha expresado este mismo pensamiento diciendo: «Gleich heisst ihr alles schändlich oder würdig. — Bös oder gut; und was die Einbildung — Phantastisch schleppt in diesem dunkeln Namen — Das bürdet sie den Sachen auf und Wesen.» Preferimos, sin embargo, la sencillez de Eurípides a la novedad de Schiller. [194] Cicerón en sus _Officiis_, lib. III, cap. XXI, dice que César repetía continuamente estos versos de LAS FENICIAS, y en efecto, cuadran al divino Julio y a todos los ambiciosos. Augusto G. Schlegel menciona también y comenta estas palabras de Cicerón, y acusa a Eurípides de sembrar en sus tragedias máximas perniciosas. En nuestro juicio, sin embargo, es esta vez injusto, porque el poeta dramático puede representar malos caracteres que en sus palabras sean consecuentes consigo mismos. Aquí no sucede como en el _Hipólito_, cuando se habla del juramento de la lengua, distinto del que hace el alma, y pretender lo contrario sería quitar al poeta la facultad de representar todo lo que es, así lo bueno como lo malo. [195] Anfión y Zeto, fundadores de Tebas, como Rómulo y Remo de Roma. Debían tener en la primera de estas ciudades algún templo suntuoso, además de los santuarios aislados que podían existir. [196] Polinices quiere decir que, a causa Eteocles, y habiendo fracasado su reconciliación con él, su conducta en adelante no será la de un hijo con su madre, perdiendo esta sus derechos maternales. [197] Según observa el escoliasta, este Φοῖβος Ἀγυιεύς, semejante al Jano de Roma, se encontraba a la entrada de las casas, representado por una columna. [198] De πόλυς, mucho, y νείκη, combate. Sin embargo, aunque diga Quintiliano (v. c. 60) que _illud apud Euripidem frigidum sane, quod nomem Polynicis, ut argumentum morum, frater incessit_, nada es más natural en estas disputas que asociar la significación del nombre al carácter que suponemos en quien lo lleva. [199] De aquí el nombre de Beocia, de βοῦς, buey. [200] Nombre antiguo de la Beocia. [201] Sémele, hija de Cadmo y de Harmonía. Sabedora Hera de sus amores con Zeus, la aconsejó, apareciéndose bajo la forma de Beroe, su nodriza, que rogase a su amante que se le mostrase en toda su gloria. Accedió Zeus por haberlo jurado antes, y abrasó su palacio y a ella también. Dioniso, a quien llevaba en sus entrañas, fue conservado en un muslo de su padre. [202] Cadmo llegó a purificarse a la fuente Dircea para sacrificar la ternerilla que le había indicado el lugar en que había de edificar a Tebas, y encontró en ella al dragón de que habla el coro. [203] El carácter de Eteocles, irreflexivo y fogoso, forma natural contraste con la serenidad y la prudencia de Creonte. El primero solo oye la voz de su belicosa impaciencia, y con la imprevisión propia de sus pocos años, no piensa siquiera en el éxito de la batalla, y mucho menos en la posibilidad de que sea funesta. Creonte, al contrario, atento solo a rechazar a los sitiadores sin peligro, prueba su previsión y su capacidad en las cosas de la guerra, y da a conocer que ha reflexionado seriamente en las distintas peripecias que puede ofrecer el combate. [204] Las malignas alusiones de Eurípides a las tragedias de su antecesor Esquilo, que debía hacerle no poca sombra, puesto que sobre ellas versan siempre sus críticas, se refieren ahora a la prolija enumeración que hace en sus _Siete delante de Tebas_ de los capitanes enemigos. Naturalmente en las obras de Esquilo domina el elemento épico, que después va desapareciendo. [205] Dioniso. En sus fiestas se armaban las bacantes con tirsos; cubiertas con pieles de manchados cervatillos, cantaban en coro las alabanzas del dios. [206] Espartos, de σπαρτός, sembrado, esto es, de los hijos de los dientes del dragón, que sembró Cadmo. [207] Dedúcese de estas palabras de Tiresias que los augurios de los griegos eran semejantes a los de los romanos y etruscos. Generalmente se elegía un lugar alto y sagrado, fijándose dos objetos en el horizonte, desde los cuales, y desde otros puntos intermedios, tiraba el observador hacia sí líneas ideales. El vuelo de las aves y los fenómenos celestes eran el objeto de sus observaciones, las cuales se apuntaban con cuidado. Debemos suponer que estos eran obra de Tiresias y de su hija, porque él solo, siendo ciego, no podría hacerlos. Las tablillas eran de madera, cubiertas con una capa de cera. [208] Erecteo, rey de Atenas, e hijo de Pandión, sacrificó a su hija Ctonia por vencer a los habitantes de Eleusis. Mató a Eumolpo, nieto de Poseidón, y en castigo fue herido por un rayo. Se le atribuye la institución de los misterios de Eleusis. [209] Eumolpo, rey de Eleusis, guerrero y poeta religioso, natural del Ática, según unos, y nieto de Triptólemo, y según otros, oriundo de Tracia y yerno de Tegirio, su rey. Murió a manos de Erecteo en la guerra que ambos se hicieron por la posesión del trono de Atenas. Sus descendientes, por espacio de mil doscientos años, tuvieron el privilegio de presidir los misterios de Eleusis. [210] Recordemos, para apreciar la moralidad de esta fábula, que todas las desdichas de los Labdácidas provienen de la inobediencia de Layo al oráculo. Muere a manos de su hijo, y expía su ligereza incalificable. Edipo espera también eludir los decretos del destino, y es castigado casándose con su madre, cegándose y dando la vida a hijos incestuosos e ingratos. Estos, por último, sufren las tristes consecuencias de su odio fratricida, y se matan uno al otro cuando creían también evitar la muerte que les aguardaba. La inmensa superioridad del destino sobre la frágil voluntad humana, queda, pues, plenamente confirmada. [211] Nos agrada por su sencillez este cambio repentino de Creonte. En general, puede decirse que los personajes del teatro griego obedecen siempre a sus primeras y naturales impresiones, y que jamás obran por cálculo ni por refinamiento de la pasión que sufren. Parécenos que es un dato muy importante para estimar su mérito, y que los diferencia esencialmente de los personajes del teatro moderno, como se diferencian también ambas sociedades. [212] La Tierra, antigua deidad, como los monstruos que encerraba en su seno, y como los que produjo en un principio, según la mitología primitiva, era un numen inexorable, que representa aquí la lucha de los dioses antiguos con los nuevos; y aunque Ares aparezca en la _Ilíada_ como hijo de Zeus y more en el Olimpo con los demás dioses, no es simpático al cielo ni a los hombres, y bajo este aspecto se confunde con los hijos de la Tierra. Si nos dejáramos llevar de los ensueños de algunos mitólogos, diríamos que todo esto alude a la resistencia que hace la tierra a la intrusión en ella del linaje humano para cultivarla y aprovecharse de sus frutos. [213] En efecto; no era fácil prever que en Roma existieran L. Junio Bruto y L. Manlio Torcuato, y en España el inmortal Guzmán el Bueno. [214] Región del Epiro occidental al oeste de Ambracia, e inmediata a la mar. Sus ríos principales eran el Aqueronte y el Cocito, y sus ciudades Butrinto y Onquesmo. [215] Ciudad del Epiro, en la Caonia, al pie del Tomaro, rodeada de espesas selvas, santuario y oráculo pelásgico de Zeus. La sacerdotisa profetizaba observando la encina fatídica, ya por el ruido de sus hojas, ya por el de ciertos vasos de cobre que se suspendían de sus ramas, ya por el canto de las palomas que se albergaban en ellas. [216] Equidna, monstruo mitad mujer y mitad serpiente que nació de Crisaor, engendrado él mismo de la sangre de Medusa. De ella y de Tifón fueron hijos el Cancerbero, la Hidra de Lerna, la Quimera, la Esfinge, el León de Nemea y otros muchos monstruos. [217] Este alcázar fue fundado por Cadmo, y se llamaba Cadmeo. [218] Teumeso, monte a cuatro leguas de Tebas, a cuya falda estaba acampado el ejército argivo. [219] Himno guerrero que precedía y seguía al combate. [220] Estas yeguas Potniades eran de Glauco. Habiendo perdido el instinto, devoraron a su dueño en Potnia, ciudad de la Beocia. Acaso por esta furia de que se hallaban poseídas llame Eurípides a las Furias propiamente dichas ποτνιάδες en el verso 305 de _Orestes_, cuando dice: δρομάδες ὦ πτεροφόροι ποτνιάδες θεαί... [221] Porque había otro Partenopeo argivo, hijo de Tálao y hermano de Adrasto. [222] Llamada así del Ménalo, monte situado en el centro de la Arcadia, continuación del Hipionte y del Falanto. Estaba consagrado a Pan. [223] Ixión, rey de los lápitas, asesinó traidoramente a su suegro Deyoneo, y fue desterrado por este crimen. No encontrando quien le diese hospitalidad, Zeus se compadeció de él y lo admitió en su corte; pero le pagó tan mal este beneficio, que quiso seducir a Hera. Zeus, para no errar, dio a una nube la forma de su esposa, y ya sin escrúpulo, lo condenó en el infierno a dar vueltas en una rueda. Fue padre de Pirítoo y de los Centauros. [224] Cuando leemos la descripción de este asalto, no podemos menos de convenir con J. B. Vico en la perfecta identidad que se observa entre las edades heroicas de los distintos pueblos. Parécenos que vemos un combate de la Edad Media. Eurípides ha imitado mucho de Esquilo en sus _Siete delante de Tebas_. [225] Se ve que Yocasta, acariciando una consoladora esperanza, se cree ya libre de una parte de sus males, puesto que se compadece de la suerte de Creonte. Al fin, sin embargo, y aleccionada por triste experiencia, vuelve a recelar de su suerte, y no sin razón. [226] Estas armaduras protegían las espaldas, el pecho, el vientre y los costados hasta más abajo de la cintura, y eran de cuero o de metal. Las hubo de diferentes especies, ya compuestas de dos láminas juntas o separadas (θώραξ σιάδιος, γυαλοθώραξ), ya formando escamas (θώραξ λεπιδωτός φολιδωτός). (V. Antonio Richy, _Antigüedades griegas y romanas_). [227] Las vírgenes heroínas de Eurípides manifiestan siempre en iguales casos la misma vergüenza, sin duda a causa de la vida retirada que hacían en sus gineceos. [228] Llamábase Aqueronte un lago del Egipto al sur de Menfis, en el cual había una isla con su necrópoli. Antes de enterrar en ella a los muertos sufrían el famoso juicio de su vida, de que hablan todos los historiadores. De aquí el considerarlo después los griegos y romanos como un río que corría en el infierno. En el Epiro había también otro del mismo nombre. [229] La verdad es que los personajes de Eurípides lloran y se quejan tanto, y repiten sus plegarias y lamentos en tonos tan distintos, que no faltaba razón a Aristófanes para criticarlo. [230] No sabemos por qué razón se ha de suprimir el verso δισσὼ στρατηγὼ καὶ διπλὼ στρατηλάτα, cuando no repugna al sentido ni mucho menos, y hallándose en los códices más antiguos y fidedignos. Valckenaer los ha conservado, y su juicio y autoridad es de gran peso en tales cuestiones. Hermann, quizá por su prurito de rebajar el mérito de aquel, fue el primero en borrarlo, dando razones nada convincentes. [231] Patrona de Argos. [232] No es nada fácil percibir la relación que puede haber entre la trompeta y la antorcha. [233] Extemporáneo es en demasía este recuerdo de Antígona ante sus hermanos moribundos y su desconsolada madre. [234] Esta redecilla era una cinta o cordón con que las griegas se sujetaban graciosamente los cabellos. [235] La estola era una especie de faja que servía de ordinario para ceñir la túnica, y caía después por detrás hasta los pies a manera de cola. [236] La única Furia primitiva de los griegos. Más tarde fueron tres: Tisífone, Alecto y Megera. [237] Lo dice por sus cabellos. [238] El hijo de Creonte. [239] La edición de Eurípides de Théob. Fix, la más conocida en España, escribe este verso así: Οὐκοῦν ἔδωκε τῇ τυχῇ τὸν δαιμώνα. «Ha dado, pues, el destino a la fortuna», lo cual ni entendemos nosotros ni podrá nunca entender nadie. Δαίμων y τύχη significan la suerte, con la diferencia de que la primera es obra de los dioses y la segunda de la casualidad, como lo prueban estas palabras de Polinices, verso 403: ὁ δαίμων μ᾽ ἐκάλεσεν πρὸς τὴν τύχην. Sin embargo, con el verbo ἔδωκε no nos es posible traducir el verso, y como ἔτισε de τίω, resuelve la cuestión satisfactoriamente, no hemos vacilado en aceptarlo, siguiendo la opinión de Hartung. (_Comm. a Las Fen._, páginas 262-263). [240] Creonte y Eteocles defienden en esta cuestión las leyes y costumbres griegas, con arreglo a las cuales el que venía armado con un ejército extranjero a hacer la guerra al suelo y a los dioses patrios, no podía ser sepultado en su territorio. Autígona, al contrario, personifica nuevas ideas, más filosóficas y humanitarias, más propias de nuestro tiempo, las cuales, como sucede de ordinario, están en abierta contradicción con las antiguas. [241] Creonte recuerda la amenaza de Antígona de matar a Hemón, cual otra Danaide, en la noche de sus bodas. [242] Colono, aldea inmediata a Atenas, con un bosque consagrado a las Euménides, en donde murió Edipo. Había allí también un templo de Poseidón, dios que creó el caballo al golpe de su tridente, cuando Atenea hizo brotar el olivo. [243] Es de presumir que esta tragedia en su conclusión ha sufrido la misma suerte que la _Ifigenia en Áulide_. Es probable que los últimos folios del códice más antiguo fueran arrancados, o que se llenaran las márgenes con citas y versos de la Antígona, del mismo Eurípides, y del _Edipo_, de Sófocles. Los primeros comentaristas hubieron de embrollarlo más, deseando corregirlo; y como Valckenaer, el erudito más capaz de enmendar estos errores, cansado ya al fin de su trabajo, los dejó como los encontrara, nada tiene de extraño que su autoridad haya sido tal que ninguno osase tocarles. Nosotros seguimos el texto de Hartung por parecernos el más auténtico. [244] Nada dice Eurípides en este prólogo de los demás tormentos de Tántalo, conocidos hoy hasta por los menos versados en la mitología griega. Fue castigado, como Ovidio por Augusto, por haber revelado lo que debió callar. Algunos mitólogos aseguran que el secreto era relativo a Zeus y Ganimedes. [245] Pélope, según la fábula, murió a manos de su padre Tántalo, que lo sirvió a los dioses a la mesa para probar su naturaleza divina; pero Zeus conoció el engaño y le devolvió la vida. Después pasó a la Élide y se casó con Hipodamía, hija de Enómao, y engendró a Atreo, Tiestes, Piteo y Trecén, llamados los Pelópidas. [246] Cloto, una de las tres Parcas. [247] Tiestes, por reinar, sedujo a su cuñada Aérope la cretense, mujer de Atreo, y tuvo de su adúltero comercio varios hijos; pero Atreo lo descubrió, y para vengarse los mató, fingió reconciliarse con él y se los sirvió en este festín fraternal, revelándoselo después de comidos. [248] Para asesinarlo sin riesgo. (V. el _Agamenón_ de Esquilo). [249] Para vengarse de los amores de su esposo con Casandra, y por afecto a Egisto, su adúltero amante. [250] Nauplia, antiguo golfo de Argos, en el cual, y en una lengua de tierra a 40 kilómetros al sur de Corinto, se halla la antigua ciudad del mismo nombre. [251] Hija de Menelao y de Helena. [252] Estas palabras de Helena, verdaderos insultos a Electra, son incomprensibles, cuando lo natural era que intentara ganarse su corazón, según se comprende de la súplica que le hace en seguida. [253] Micenas, al norte de Argos y a corta distancia de ella, en la Argólida; fue fundada por Ínaco. Una y otra, sin duda por su proximidad, se confunden frecuentemente por los poetas. [254] Ordinariamente las libaciones destinadas a los muertos se componían de leche y miel mezcladas, que se llamaba μελίκρατον, otras veces eran de vino dulce o de agua. _Odis._, X, 619. En la _Ifig._, v. 618, se habla también de aceite. Además de los cabellos se les ofrecían flores. [255] El sueño de Orestes. [256] Es costumbre de Eurípides indicar, así a los actores como a los músicos, la manera particular con que han de declamar y acompañar sus versos. El acompañamiento musical y el canto han de ser aquí en un tono elevado, pero suave, como el de una flauta de caña. Según dice Arist., _Probl._ XI, 16, el tono débil ό la voz débil (v. gr., de niños o de mujeres) es claro (ἡ λεπτὴ φωνὴ ὀξεῖά ἐστιν). Y aunque este tono sea penetrante, debe sonar aquí suave y oscuro (ἀτρεμαῖος καὶ ὑπόφορος), como si solo se oyese entre cuatro paredes, según indica la voz ὑπόφορος. Este tono tan dulce favorece el sueño, como dice Estacio en la _Theb._, I, 585, _suadetque leves cava fistula somnos_. Y como prueba de que la composición musical de este canto alternado ha de ser como decimos, ateniéndonos a las palabras de Eurípides, añade el escoliasta al verso 170: «Este canto era acompañado por las cuerdas más graves (ταῖς λεγομέναις νήταις ἄδεται) y es del tono más alto (ἔστιν ὀξύτατον). Porque es inverosímil que Electra cante con voz clara e imponga silencio al coro, y lo más natural parece que usara del tono elevado, pero tan débil y concentrado como era posible». Para mayor ilustración, véase la nota de Hartung al verso 144. Adviértase, además, que Eurípides habla de la σύριγξ, flauta compuesta de varios trozos de caña desiguales, y distinta de la llamada ὄροφος, de una sola caña. Es la misma a que alude Virg. en su _Egl._ II, 36, cuando dice: _Et mihi disparibus septem, compacta cicutis fistula_. [257] Este verso, que en muchos códices y traducciones pronuncia Electra, no puede ser suyo, como acertadamente han pensado Hartung, Hermann y Diesdorf. En efecto; no solo conviene con esta opinión la cita que hacen de él Diógenes Laerc., IX, 60, y Plut. Simp., IX, pág. 737, a., sino que también se colige de los antecedentes y consiguientes. Orestes, en medio de su furor, la ha tomado por una de las Furias, y no es natural que ella, viéndolo en este estado aflictivo, le hiciese esa reflexión absurda, que para nada había de servir, y que era impropia en sus labios, aquejada por un espectáculo tan doloroso como el que su hermano le ofrecía. Por esto mismo extrañamos mucho encontrarlo en M. Artaud, cuya traducción, en lo demás, es inmejorable. [258] Varios fueron los lugares de la antigüedad célebres por sus oráculos, como los de Dodona, Delfos, Trofonio, Cumas, Preneste, y el de Zeus Amón en la Libia. Las respuestas se daban de distintas maneras. En Delfos, la pitonisa desde el trípode sagrado; en Dodona, ciertas mujeres o la deducían del vuelo de las palomas o de las hojas de los árboles; en la cueva de Trofonio, de los sueños; otras veces se interpretaba como oráculo la primera palabra que se oía al salir del templo, el más leve ruido, el menor movimiento de cualquier ser objeto perteneciente al dios. Ordinariamente estaban en verso, o se escribían en hojas de cañas, siempre en términos oscuros o ambiguos. [259] Malea, promontorio del Peloponeso, entre los golfos Lacónico y Argólico. [260] Glauco, dios marino, fue en un principio un pescador de Antedón, en la Beocia, que habiendo comido cierta hierba se precipitó en el mar, fue convertido en dios y recibió el don de profetizar. [261] Estas hojas eran de oliva o de laurel, y las usaban los suplicantes. Orestes no había tenido tiempo de prepararse. [262] Esta pregunta de Menelao no tiene nada de oscura, ni en nuestro concepto merecía los comentarios que se le han hecho. Como pregunta a Orestes cuál es su enfermedad, esto es, su mal físico, extraña naturalmente la contestación, que no es directa, y en efecto, la conciencia no es enfermedad, sino todo lo más causa de ella, y esto es lo que pregunta Menelao. [263] No se encontrarán en Sófocles ni en Esquilo estas frases irreligiosas y escépticas, que justifican las acerbas censuras que bajo este aspecto se han hecho de Eurípides. La impiedad y las doctrinas de los sofistas se reflejan en ellas claramente. [264] Sin duda alude Orestes a Agamenón y a Menelao: al primero, porque lo vengó sin vacilar ni calcular las consecuencias de su delito; al segundo, porque le ha descubierto la verdad desnuda, sin disfraz ni ambages. [265] Este Éax y su hermano Palamedes eran hijos de Nauplio, rey de Eubea. Dícese que Palamedes inventó los pesos y medidas, el juego de ajedrez, las cuatro letras ξ, θ, φ, χ, y varias maniobras militares. Descubrió la astucia de Odiseo, que se fingió loco para no ir a Troya, y él en venganza lo acusó de traidor a los griegos, y lo hizo apedrear. Agamenón, padre de Orestes, no se opuso a este suplicio. [266] Por la enemistad que reinaba entre las dos familias de Atreo y de Tiestes. Orestes era nieto del primero, y Egisto hijo del segundo. [267] Tindáreo, hijo de Ébalo, rey de Esparta, debió suceder a su padre en el trono; pero su hermano Hipocoonte lo usurpó y se retiró a la Mesenia, hasta que Heracles le devolvió el cetro. Se casó con Leda, y tuvo de ella a Cástor y Pólux (los Dioscuros), Helena y Clitemnestra. [268] Leda, hija de Testio, rey de Etolia, seducida por Zeus bajo la forma de un blanco cisne. A los nueve meses puso dos huevos: del primero nacieron Pólux y Helena, y del segundo Cástor y Clitemnestra. [269] Creían los griegos que el macho de una serpiente llamada ἔχις o ἔχιδνα moría en la cópula a manos de la hembra, y que esta sufría la misma suerte de los hijos que concebía. [270] Extrañan algunos que Eurípides, celoso defensor de la justicia en este discurso de Tindáreo, no justifique la contradicción que se observa entre sus dichos y sus hechos, puesto que nada intentó contra Clitemnestra después que asesinó a su esposo Agamenón. Adviértase, sin embargo, que Tindáreo no mandaba en Argos, y que sus esfuerzos hubieran sido inútiles; que era al fin su padre, y que, de ordinario, vemos la paja en el ojo del vecino y no la viga en el nuestro. [271] Esquilo en _Las Euménides_, verso 656-664, dice también: Οὔκ ἔστι μήτηρ ἡ κεκλημένου τέκνου τοκεύς, τροφὸς δὲ κύματος νεοσπόρου· τίκτει δ᾽ ὁ θρῴσκων, ἡ δ᾽ ἅπερ ξένῳ ξένη ἔσωσεν ἔρνος, οἷσι μὴ βλάψῃ θεός. Τεκμήριον δὲ τοῦδέ σοι δείξω λόγου. Πατὴρ μὲν ἂν γένοιτ᾽ ἄνευ μητρός. «No es la madre la que engendra al hijo, sino la que conserva el licor genital. Engendra el hombre; pero ella, como en hospedaje, guarda el germen para que el dios, así escondido, no le dañe. Daré una prueba de mi opinión. Puede haber padre sin madre». Alude claramente a Atenea, que nació, sin concurso de mujer, de la cabeza de Zeus. De estas frases y de las que profiere Orestes debemos colegir que tal era la creencia vulgar de los griegos, en armonía con la distinta consideración social de que disfrutaban el hombre y la mujer, o el padre y la madre. [272] Aunque diga el escoliasta ἔνιοι δὲ ἀθετοῦσι τοῦτον καὶ τὸν ἑξῆς στίχον· οὐκ ἔχουσι γὰρ τὸν Εὐριπίδειον χαρακτῆρα, esto es, que algunos suprimen este verso y el siguiente, porque no parecen de Eurípides, la verdad es que este trágico, enemigo de largos discursos en la ágora, no lo es en sus tragedias, como lo prueban innumerables ejemplos. [273] En Áulide, hoy Mocsovathi, ciudad de la Beocia, frente a Calcis, en la Eubea, se juntó la flota de los griegos antes de navegar hacia Troya y fue sacrificada Ifigenia, hija de Agamenón y de Clitemnestra y hermana de Orestes, para obtener de los dioses un viento favorable. [274] El escoliasta advierte oportunamente que desde las palabras ὦ μέλεος, Orestes habla aparte (ἠρέμα καθ᾽ ἑαυτὸν λέγει), deplorando su humillación cuando invoca el nombre de Helena, a quien tanto odiaba. [275] Si a alguno parecen poco dignas las últimas palabras de Orestes, recuerde que los griegos, prontos como nosotros a sacrificar su vida cuándo lo exigía la salud de su patria, lo sentían, sin embargo, y sin degradarse daban rienda suelta a sus sentimientos. Entre ellos no era humillante apelar a los ruegos y lágrimas, como tampoco lo era recurrir en el foro a ciertos medios para excitar la compasión, que no están en uso entre nosotros. [276] Fócide, región de la Grecia que confinaba al este con la Beocia, al oeste con la Etolia, al NE con el mar de Eubea y al sur con Corinto. Sus ciudades principales eran Delfos y Elatea. Estrofio, padre de Pílades, era su rey. [277] Los agnados, lo mismo entre los griegos que entre los romanos, eran siempre preferidos a los afines, y de aquí que Orestes insista en esto particularmente. [278] No olvidemos que Eurípides habla a un pueblo democrático. [279] Este diálogo entre Pílades y Orestes, rápido, natural y animado, es uno de los mejores trozos de esta tragedia, y de los más notables del teatro antiguo. [280] Atreo y Tiestes, deseosos de reinar, se habían convenido en dejarlo al arbitrio de los dioses cuando estos les manifestasen su voluntad. En efecto, apareció una oveja de vellón dorado en los rebaños de Atreo; pero Tiestes, con ayuda de Aérope, su cuñada, mujer de Atreo, pudo sustraerla y usurpar el trono. [281] Obsérvese el poco miramiento con que el mensajero anuncia a Electra nada menos que su sentencia de muerte. En un drama moderno no se haría así, porque se seguirían convulsiones y una explosión de dolor demasiado violenta. Pero realmente Electra estaba ya preparada a oírla, y las primeras palabras del mensajero lo hacen presumir. [282] Sobre esta colina, estaba edificado el castillo o ciudadela de Larisa, y en ella, según parece, se reunía el pueblo para emitir sus sufragios en tales casos. El litigio a que se refiere Eurípides fue el promovido por el asesinato de los hijos de Egipto a manos de las hijas de Dánao. [283] Este Diomedes debe ser el hijo de Tideo, rey de Etolia, y uno de los griegos más esforzados que sitiaron a Troya. Peleó con Héctor y Eneas, se apoderó de las flechas de Filoctetes y de los caballos de Reso (véase el _Filoctetes_ de Sófocles y el _Reso_ de Eurípides), robó el Paladión y, asistido de Atenea, combatió contra los dioses, hiriendo a Ares y a Afrodita. A su vuelta, vendido por su esposa Egialea, huyó de su patria y, según cuentan, fundó en Italia a Arpi y Benevento. [284] Algunos han creído que Eurípides aludía al demagogo Cleón, fundados en estas palabras, porque, según dice Aristófanes, no era ateniense, sino extranjero; sin embargo, Eurípides solo da a entender que no obraba como lo hubiera hecho un ciudadano probo y honrado, un argivo patriota. Por lo demás, este retrato es el de todos los demagogos, y así es aplicable a Cleón como a cualquiera otro. [285] Los pelasgos fueron un pueblo indo-germánico que penetró en la Grecia hacia el año 2000 antes de Jesucristo. Poblaron primero el Norte, la Tracia, la Macedonia, la Iliria, el Epiro y la Tesalia, y después se extendieron por toda la Grecia. Fueron vencidos por los dorios, y de ellos vinieron los ilotas de Lacedemonia. Aunque era un pueblo bárbaro, tenía conocimiento de la metalurgia y de la arquitectura, como lo prueban las construcciones ciclópeas de la Grecia y de la Etruria, y de la poesía. Su gobierno era generalmente monárquico y sacerdotal; su religión, una especie de fetichismo combinado con el culto de ciertos dioses orientales. [286] Ínaco, fenicio fundador de Argos que residió también en Egipto, desde donde vino con pastores fenicios, egipcios y árabes. [287] Alude a la próxima llegada de Orestes con Pílades y otros amigos. [288] Hartung, en sus _Comm._ a esta tragedia, pág. 219, dice así: _Die Nägel sind nur bei den Leichen weiss, bei lebenden Menschen haben sie die Farbe der Finger_. «Solo las uñas de los cadáveres son blancas, las de los vivos del color de los dedos»; pero Eurípides las da el epíteto de blancas porque son de una princesa. Los esclavos, ocupados en trabajos mecánicos, no debían tenerlas así. [289] Cadena de montañas entre la Macedonia y la Tesalia. [290] Mírtilo fue un cochero de Enómao, rey de Pisa, y padre de Hipodamía, la esposa de Pélope, y fue sobornado por este para vencer a Enómao a la carrera. En efecto, le dio un carro cuyas ruedas, sujetas débilmente al eje, se estrellaron en el certamen, muriendo su dueño. Hipodamía, su hija, premio de la victoria, se casó con Pélope, y Mírtilo fue arrojado al mar cuando pidió el premio de su atentado. [291] Promontorio de la Eubea. [292] Horrorizado el sol de las atrocidades cometidas por Atreo y Tiestes, retrocedió en su carrera. [293] Por pueril que parezca esta exclamación de Orestes, es, sin embargo, la más natural. [294] En la edición de Théob. Fix, que hemos tenido a la vista, dice así el texto griego: Ὦ φίλτατ᾽, ὦ ποθεινὸν ἥδιστόν τ᾽ ἔχων τῆς σῆς ἀδελφῆς ὄνομα καὶ ψυχὴν μίαν, que traducido al latín es: _O carissime, o qui desiderabile et dulcissimum habes nomen (fratris) ex tua sorore et unam (cum ea) animam_, cuyas palabras, vertidas al castellano, dan un verdadero absurdo bajo todos aspectos, así en el fondo como en la forma. Lo más probable, como observa oportunamente Hartung (_Comm._, página 225), es que en vez de ὄνομα, causa del error, dijese ὄμμα. Electra debió sentir aún más la pérdida de su hermano, porque se asemejaban sus facciones a las de su padre y a las suyas propias, como sucede de ordinario en las familias. [295] En opinión de Eurípides, a la muerte del hombre los átomos que lo componen vuelven a su antiguo ser, el cuerpo a la tierra y el alma al éter, en donde vive inmortal. _Supp._, 533, πνεῦμα μὲν πρὸς αἰθέρ᾽, τὸ σῶμα δ᾽ εἰς γῆν. _Hel._, 1016, ὁ νοῦς τῶν κατθανόντων ζῇ μὲν, οὔ γνώμην δ᾽ ἔχει ἀθάνατον, εἰς ἀθάνατον αἰθέρ᾽ ἐμπεσών. [296] Eurípides, casi siempre que habla de la espada, acero, cuchilla o puñal, usa de los epítetos μέλαν, μελαίνον o μελάνδετον, negro, oscuro, de negro puño. No se refiere, pues, a la muerte o a la sangre, sino a la materia o instrumento que la causa o derrama. [297] Pílades alude aquí a su madre Anaxibia, hermana de Agamenón, o a Cidrágora, hija de Atreo y esposa de Criso, padre de Estrofio, su abuelo. [298] Según dice el escoliasta, este pensamiento es de Estesícoro, en cuya tragedia _Helena_ esta pronuncia dicha frase en el momento en que van a apedrearla, y hace tal efecto que sus verdugos, admirando su belleza, dejan caer las piedras de las manos. [299] Seguimos aquí a Hermann, porque lo natural es que los semicoros pronuncien estos versos, no Electra, a la cual corresponde lo que dice más abajo. [300] El lenguaje ampuloso del frigio y sus continuas repeticiones caracterizan a esta clase de personajes, con arreglo a las ideas que reinaban entre los griegos acerca de los bárbaros. [301] Este calzado bárbaro de que habla Eurípides, cuya descripción no hemos encontrado en ningún escoliasta ni comentarista, ni en muchas obras de Arqueología, debió ser una especie de borceguí que cubría todo el pie y parte de la pierna, según es de colegir de los antiguos monumentos que representan a Paris vestido. [302] Triglifos (τρίγλυφος, de τρεῖς, _tres_, y γλύφω, _esculpo_), ornamento arquitectónico, especie de almohadillado, que en el friso dórico ofrece ranuras profundas y verticales, llamadas glifos o canales: se compone de dos estrías en medio y dos semiestrías a los lados, que juntas hacen tres. Los triglifos están separados por las metopas, y representan las extremidades de las vigas transversales que descansan en el arquitrabe. En su origen eran pequeñas ranuras prismáticas destinadas a facilitar el paso de las aguas. Como Helena era mujer de Menelao, rey de Esparta, los adornos arquitectónicos son dóricos. [303] Océano, que, según Homero, rodea a la tierra y abraza todos los mares; dios cuyo poder solo cedía al de Zeus, y esposo de Tetis. Moraba con esta en un palacio situado al occidente. Hesíodo dice que era hijo de Urano y de Gea, el primogénito de los Titanes, padre de tres mil ríos y otras tantas oceánides o diosas de las fuentes subterráneas que provenían del Océano. Se le representaba con cabeza de toro para indicar su fuerza. [304] Las murallas de Troya fueron construidas por Apolo y Poseidón en el reinado de Laomedonte. Apolo había sido desterrado del cielo por haber dado muerte a los cíclopes, forjadores de los rayos que exterminaron a su hijo Esculapio. [305] Dárdano, natural de Córito, en la Etruria. Intentó asesinar a su hermano para apoderarse del trono, y tuvo que huir al Asia Menor, en donde se casó con la hija del rey de Teucria. Mírasele como el fundador de Troya. [306] Hijo de Agamenón. [307] Para comprender estas palabras del frigio, tengamos presente la construcción de las casas griegas, que, según se colige de los distintos datos que se han reunido; era la siguiente: entrábase por la puerta (θύρα) a un vestíbulo (θυρωρεῖον) que tenía distintos aposentos a derecha e izquierda, y servían de establos o cuadras, de portería y de habitaciones para los esclavos; seguía el primer patio con su peristilo y aposentos en los corredores, todo destinado a los hombres (ἀνδροῖτις), y separado por una puerta del gineceo, compuesto también de patio, peristilo y habitaciones (γυναικωνῖτις). En el extremo del gineceo, opuesto a la puerta, había una sala en donde residía de ordinario la dueña de la casa; junto a ella el tálamo nupcial, y detrás las piezas en que trabajaban las esclavas. [308] Cibeles, hija del Cielo, esposa de Cronos y madre de Zeus, Hera, Poseidón y otros muchos dioses. Representaba a la Tierra, y era adorada principalmente en Frigia y en Creta. [309] Áyax, hijo de Telamón, rey de Salamina, el más valiente de los griegos después de Aquiles. Peleó con Héctor un día entero sin decidirse la victoria por ninguno de los dos. Tomada Troya se atravesó con su espada, no habiendo conseguido las armas de Aquiles, que disputó a Odiseo, y lleno de vergüenza por haber degollado en su delirio los rebaños de los griegos. (Véase el _Áyax furioso_, de Sófocles). [310] Esta escena entre Orestes y el frigio es más bien cómica que trágica, no obstante la situación especial del primero, poco a propósito para abandonarse a tan divertidos diálogos. [311] Pílades aparecía sin duda como personaje mudo cubierto con su máscara, y el mismo actor representaba su papel y el de Menelao. El tercero, en todo caso, se reservaba para el de Apolo, que no tarda en presentarse. [312] Los paganos observaban la costumbre de sacrificar antes de ciertos actos solemnes, como las declaraciones de guerra, las batallas, etc., lo cual hacían en Esparta los reyes, como los cónsules en Roma. En este caso era requisito indispensable que el sacrificador no estuviese manchado, como Orestes, con la sangre de su madre. Eurípides, sin embargo, no parece muy conforme con estas ceremonias externas, cuando indica más abajo que lo principal es tener el alma pura. [313] Esta exclamación de Menelao retrata al vivo su carácter de esposo débil y apasionado de su esposa infiel. Su recuerdo le atormenta, y no puede menos de expresarlo. [314] Quizá la intervención de Apolo, mirada por algún crítico moderno como un simple adorno de la tragedia para darle más pompa o interés, es necesaria, en nuestro concepto, para desatar el nudo, porque el pueblo argivo, dado caso de intervenir en la contienda, solo trataría de cumplir su sentencia y matar a Orestes, no de incurrir en tan corto plazo en una flagrante contradicción. [315] Plazo indispensable para purificarse en el destierro del asesinato; según las costumbres griegas. [316] Región de la Arcadia, llamada así de Parrasio, hijo de Licaón, cerca del monte Estínfalo. Ovidio en el libro II, _Fast._, dice: _Altaque Trœzene Parrhasiæque nives_. [317] Azanes, en la Arcadia, del monte Azán o Azón, próximo al Peneo y Estínfalo, célebre por la fuente de Azania, que, como la Clitoria, tenía la virtud de infundir la sobriedad. Estacio en el libro IV, _Teb._, dice: _Venit et Idæis ululatibus æmulus Azan_. [318] Atenas. [319] Hebe o la Juventud, hija única de Hera, que servía el néctar a la mesa de los dioses. Resbalose un día en el ejercicio de sus funciones y cayó al suelo, avergonzándose tanto que no quiso comparecer más ante la celestial asamblea. Entonces robó Zeus a Ganimedes, que fue desde su ascensión al cielo el copero de los dioses. Hebe se casó después con Heracles. [320] Admeto, rey de Feras, en Tesalia, uno de los argonautas y de los cazadores del famoso jabalí de Calidón. Apolo fue protector de su familia porque habiendo sido su pastor fue tratado con benevolencia, y por esta causa libró a su protegido de la muerte, prometiendo a las Parcas otro muerto. Ninguno de su familia quiso dar por él su vida, excepto su virtuosa esposa Alcestis, salvada por Heracles. [321] Esculapio, hijo de Apolo y de Coronis, dios de la medicina, que le enseñó su protector el sabio centauro Quirón. Acompañó a los argonautas, y a su vuelta resucitó a Esculapio, si bien lo trasladó al cielo, en donde forma una de las constelaciones del Zodiaco. Adorábasele principalmente en Epidauro, Atenas, Pérgamo y Esmirna, y le estaban consagrados el gallo y la serpiente, símbolo de la vigilancia y de la prudencia. Apolo, para vengarse de su padre, mató a los cíclopes, forjadores de los rayos, y por esta causa fue desterrado del cielo. [322] Feres, según dice Apolod., _Bibliot._, 1, 9, 11, 14, fue hijo de Creteo y de Tiro, fundador de Feras, ciudad de la Magnesia, a algunas millas de la costa. [323] Recuérdese que Artemisa dice lo mismo cuando se acerca el momento en que debe expirar Hipólito. [324] Ni ahora ni después cuenta Eurípides cuál fuese este primer engaño de Apolo. El escoliasta, siguiendo a Esquilo, _Euménides_, 728, dice que embriagó a las Parcas. [325] Uno de los trabajos de Heracles, de orden de Euristeo: apoderarse del carro y de los caballos de Diomedes, rey de la Bistonia o Tracia, que se alimentaban de carne humana. [326] En _Electra_, en el sacrificio celebrado por Egisto y Orestes, el sacrificador corta también algunos pelos de la víctima y los arroja al fuego. Virgilio, en la _Eneida_, IV, 698, dice así: _Nondum illi flavum Proserpina vertice crinem_ _Abstulerat, Stigioque caput damnaverat orco._ _Ergo Iris, croceis per cœlum roscida pennis_ _Mille trahens varios adverso sole colores,_ _Devolat, et supra caput adstitit: Hunc ergo Diti_ _Sacrum jussa fero, teque isto corpore solvo._ _Sic ait, et dextra crinem secat; omnis et una_ _Dilapsus calor, atque in ventos vita recessit._ Adviértase que se trata de la muerte de Dido, y que Iris es la mensajera enviada para acelerar su muerte. [327] Pelias, hijo de Poseidón y de la ninfa Tiro, rey de Yolco. De Anaxibia, hija de Biante, o según otros, de Filómaca, hija de Anfión, tuvo a Acasto y a Alcestis, Pisídice, Pelopia e Hipótoe. (Véase la _Medea_). [328] Alusiva a las abluciones que se hacían al cadáver. [329] Licia, región del Asia Menor, al sur de la Frigia, entre la Caria y la Panfilia, cuyas ciudades principales eran Mira y Patara, famosa por su templo de Apolo. A él alude Virg., _Eneid._, IV, 143, cuando dice, comparando a Eneas con Apolo: _Qualis ubi hibernam Lyciam Xanthique fluenta_ _Deserit, ac Delum maternam invisit Apollo,_ _Instauratque choros, mistique altaria circum_ _Cretesque, Dryopesque fremunt, pictique Agathyrsi._ [330] Esculapio. [331] Dice la esclava que es tan débil la vida de Alcestis, que se puede llamar muerta. Por esto añade al coro que tanto monta llamarla viva o muerta. [332] A Admeto, su señor. [333] Es probable que esta diosa a quien invoca Alcestis sea la Ἑστία griega (Vesta romana) que presidia al hogar doméstico, y cuyo culto, entre los helenos, era muy semejante al de los latinos. Era hija de Cronos y de Rea. [334] Las de los dioses penates o domésticos, patronos de la familia, así de las personas como de los bienes. [335] Παιάν, nombre que da Homero al médico de los dioses, y sobrenombre de Apolo y de su hijo Esculapio, como de dioses que curan los males físicos. [336] Muy sabido es que Caronte, hijo del Érebo y de la Noche, tenía la obligación de transportar a los muertos de una a otra orilla del Aqueronte, siempre que hubiesen sido sepultados y que le pagasen el óbolo del pasaje. Su barca era birreme, y llevaba, además un garfio para atracarla a la orilla. [337] El texto griego dice así: ... καὶ τόδ᾽ οὐκ ἐς αὔριον, οὐδ᾽ ἐς τρίτην μοι μηνὸς ἔρχεται κακόν. Hartung traduce _Ich muss ja sterben: dieses Schicksal stellt sich auch nicht etwa morgen oder übermorgen ein_. Fúndase sin duda en estas palabras del escoliasta: οὐκ εἰς τὴν αὔριον τοῦ μηνος τούτου οὐδ’ εἰς τὴν μετὰ τὴν αὔριον, en las cuales el τρίτην μοι μηνὸς se comprende como el día que sigue al de mañana. La exactitud y la fidelidad que merece el original nos impiden aceptar su opinión, porque así no sería la versión cual debiera ser. Según todas las probabilidades, Alcestis alude a un plazo, vulgar entre los atenienses y muy conocido, ya sea que se refiera al que se concedía a los deudores por sus acreedores para el pago de sus deudas, ya al de los condenados a pena capital, que era de tres días, ya, en fin, porque en general se pagasen las deudas el día primero del mes. [338] Chócanos no poco lo que Alcestis hace valer su sacrificio a los ojos de su marido, con escasa modestia y excesiva alabanza de sí misma, lo cual no está muy acorde con nuestras costumbres. A pesar de esto y de lo inverosímil que parece tan larga tirada de versos en boca de una moribunda, no puede negarse que es un bello trozo de poesía dramática, tanto por el patético que en él domina, cuanto por la naturalidad de las ideas y sentimientos que expresa. Si ella insiste con tanto ahínco en el sacrificio que hace por su marido, es para obligarlo más a cumplir sus deseos y llevada de su amor maternal, que la fuerza a mirar con previsión por la suerte de sus hijos. Solo así se disculpan algún tanto sus exageradas alabanzas. [339] No hay necesidad de decir que la hermana de Eumelo, personaje mudo, está presente, puesto que ya lo advertimos a la llegada de Alcestis. Es fácil de deducir que no debía ser muy tierna la edad de este hijo de Admeto y de Alcestis, porque sus razones y quejas casi son ya de hombre, y porque en edad más temprana solo se imita lo que se ve hacer a los demás. [340] Representábase de ordinario a Hades con una corona de ébano en la cabeza, en la mano unas llaves, y en un carro tirado de negros caballos. [341] Carnos fue un poeta, hijo de Zeus y de Europa, que debió morir con violencia, pues Apolo, para vengarlo, envió crudísima peste a los dorios. Para aplacarlo instituyeron en su honor las fiestas Carneas, que duraban nueve días del mes Carneo (agosto), casi en la misma época que las Olímpicas, y poco después de las Jacínticas. Había carreras y luchas, y según dice Aten. (XIV, pág. 635 D.) leíanse también composiciones poéticas. Adviértase que Apolo amó mucho a Carnos, a Alcestis y a Jacinto. [342] El Cocito era un arroyo del Epiro, de aguas negras y fangosas, que desembocaba en la laguna Aquerontia. De aquí la fábula de que corría por los infiernos. [343] Porque reinaba en Tirinto, ciudad de la Argólida, a corta distancia del golfo Argólico y al NE de Nauplia. Fue fundada por Tirinto, hijo de Argos. [344] Parte de la Tracia, al sur del monte Ródope. [345] No es fácil de explicar cómo ignora Heracles este apetito antropófago de las caballos de Diomedes, sabiéndolo el coro, a no suponer que su desidia y ningún temor a los peligros y ciega sumisión a las órdenes de Euristeo le impedían informarse previamente de las hazañas que acomete. [346] Ares fue dios muy venerado de los tracios. [347] En los mitólogos griegos solo encontramos un Licaón, hijo de Pelasgo y de Melibea o Cilene (Apolod., III, 8.º-1.º), a quien mató Zeus con un rayo; pero no puede ser este hijo de Ares, según asegura Eurípides. Cicno fue hijo de Ares y de Pelopia, y murió a manos de Heracles. [348] Alcmena fue hija de Electrión, y este de Perseo. [349] Adviértase que Admeto no contesta a Heracles categóricamente, y que unas veces le dice que vive y que ha muerto, otras da a entender que falleció hacia ya tiempo, y otras, en fin, le habla en términos vagos y generales. Para nosotros, que conocemos su muerte, son claras sus palabras; no así para Heracles, que nada sabe. [350] El texto griego dice: δωμάτων ἐξωπίους ξενῶνας, _la hospedería que se halla fuera del palacio_, puesto que ἐξώπιος es un adjetivo, derivado del adverbio ἔξω, fuera. Aristófanes, _Tesm._, 881, dice también αὐτὸς δὲ Πρωτεὺς ἔνδον ἔστ᾽ ἢ ᾽ξώπιος. Esta hospedería era, por tanto, un ala lateral del palacio, ya a la derecha, ya a la izquierda de los aposentos que daban al patio, y no detrás de él, porque en este lugar estaban las habitaciones de las mujeres. Es probable que estuviera unida al edificio por un corredor y una puerta intermedia, y de aquí el epíteto μέσαυλος con que la distingue el poeta. Una vez cerrada, la hospedería quedaba incomunicada con el resto del edificio. [351] Esto es falso, porque los linces, animales carniceros, no se alimentan de hierba. [352] El monte Otris estaba al S de Feres, y llegaba hasta el Osa. Entre uno y otro, de SE a NO, hallábase la laguna Bebia. Los Molosos, famosos por sus perros, eran habitantes del Epiro. Según la descripción que hace aquí el coro, los dominios de Admeto tenían por límites al O el país de los Molosos, y el Pelión al E hasta el mar Egeo. [353] No puede negarse que en estas quejas de Admeto, según nuestras ideas, encontramos mucho que reprender y poco o nada que alabar. Parécenos el colmo del egoísmo, de la cobardía y de la infamia que un hombre digno injurie nada menos que a su padre por no haber querido morir por él, y que consienta en el sacrificio de su esposa, por salvar su vida, cuando en nuestro juicio debiera hacer lo contrario. Nosotros, en efecto, creemos que esto es lo racional, lo justo y lo verdadero. Tengamos, no obstante, en cuenta que, a pesar de la veneración que se mostraba en general a los ancianos antiguamente, y mucho más a los padres, con arreglo a sus creencias los viejos se miraban como una verdadera carga del Estado, y en algunos pueblos se sacrificaban inexorablemente. Sabido es también que la mujer se miraba de ordinario como un mal irremediable y necesario, y que en esas épocas heroicas lo primero y más sagrado, aquello a cuya salud todo se sacrificaba, era la persona del rey, cabeza y eje del Estado, porque faltando, venían guerras y revueltas que se habían de evitar a toda costa. Sin embargo, esta escena entre Admeto y su padre Feres es más bien cómica que trágica, y en vez de excitar el terror y la compasión, solo a risa nos mueve, porque ridículo es, a no dudarlo, que un padre y un hijo se injurien tan gravemente, defendiendo lo que ambos defienden. [354] Los lectores recordarán que entre los griegos eran muy frecuentes estas sustituciones y exposiciones de hijos, como veremos en Ion, y como nos lo prueban algunas comedias de Terencio y de Plauto, y hasta ciertas leyes que se han conservado de romanos y griegos. [355] Verdadera y oportuna es esta observación, ya porque el amor a la vida nunca nos abandona, ya porque, en realidad y contra la común opinión, los bienes humanos son más numerosos que los males, y en fin, porque el hombre, por grande que sea su fe, teme siempre dejar un mundo conocido por otro desconocido. En esta verdad se funda la fábula de _El Leñador y la Muerte_. [356] Los lidios y frigios en la antigüedad, como sucedía hace algunos años en nuestras colonias de América con los negros de Loango y de Angola, vendían sus hijos y prisioneros de guerra a los demás griegos. Debían ser los que más abundaran y los más baratos, porque el poeta los nombra como a los más despreciables. [357] Poco edificante es, en verdad, este diálogo, y escandalosa o irreverente en sumo grado la conducta de Admeto. Llama cobarde a su padre, reniega de él, amenázale no sepultarlo como conviene a su rango y abandonarlo si algún día lo necesita, y por último le desea la muerte, y todo ello por no haber querido dar por él su vida. Con nuestras ideas modernas es incomprensible todo esto. [358] Acasto, hijo de Pelias y de Anaxibia o Filómaca (Apolod., _Bibl._, libro I, 10), era hermano de Alcestis. Su esposa Creteida se enamoró de Peleo, el padre de Aquiles, y viéndose despreciada como la mujer de Putifar y Fedra, hizo creer a su esposo que había querido seducirla. Acasto intentó ahorcar a Peleo; pero pudo escaparse y después se vengó matando a uno y a otra, apoderándose de Yolco, su reino. [359] M. Artaud, I, 340, observa muy oportunamente que hay pocos ejemplos de que el coro abandone la escena, como sucede ahora. Solo ocurre esto en _Las Euménides_, de Esquilo, y en el _Áyax_, de Sófocles. [360] Ya hemos visto antes que Heracles ni siquiera sabe las extrañas propiedades de los caballos antropófagos de Diomedes; y ahora, consecuente el poeta con la idea singular que había formado del carácter de este héroe, nos lo ofrece entregado por completo a los placeres de la gastronomía, sin dársele un ardite de la aflicción de su huésped. Nada tiene, pues, de extraño que Aristófanes nos lo presente en sus comedias como un glotón borracho y grosero, ya para satirizar a Eurípides, ya quizá acomodándose a las ideas de su tiempo acerca de este personaje. [361] Eurípides, por boca de Heracles, condena aquí el ascetismo y la mortificación corporal como lo hubiese hecho un economista moderno. Adviértase, sin embargo, que con esta doctrina sucede lo que con otras muchas de aplicación práctica, que raras veces se observan con rigor. Los antiguos ascetas conocían la naturaleza humana mucho mejor que los materialistas modernos, puesto que sabían que, a pesar de los rigores de su predicación, pocos la observaban, y que para alcanzar una mediana virtud, era preciso defender el ascetismo. Para que el hombre llegue a la mitad siquiera del camino que ha de recorrer, debe poner su mira en lo más alto, porque su naturaleza lo arrastra hacia la tierra, y si no se le contiene, se hunde por largo tiempo en el cieno y la inmundicia. [362] Como antes preguntó Heracles a Admeto claramente si habían muerto sus hijos o su padre, replicándole aquel que uno y otros vivían, y ahora repite la misma pregunta al esclavo, es de presumir que lo hace, o por creerse engañado y para averiguar la verdad, o porque con sus libaciones y cánticos se ha olvidado de lo que antes dijo. [363] Ciudad de la Tesalia, a orillas del Peneo, capital de Ftiótide, en donde reinó Aquiles. [364] Según nos dice Cicerón, _De leg._, l. II, cap. XXV, _in Athenis jam ille mos a Cecrope, ut aiunt, permansit ocius terra humandi; quam cum proximi injecerant, obductaque terra erat, frugibus obserebatur, ut sinus et gremium quasi matris mortuo tribueretur_. Los primeros monumentos funerarios de los griegos fueron montones de tierra, γῆς χῶμα, rodeados de un muro circular que los sostenía, κρηπίς. El sepulcro de Patroclo, τύμβον, que edificó Aquiles junto a los muros de Troya, era de esta especie. El de Aquiles, que se ve en el promontorio Sigeo, no era distinto de estos, y lo mismo debieron ser los de otros muchos héroes celebrados por Homero. Consistían en verdaderos túmulos, κολῶναι, formando eminencias más o menos elevadas. Tales eran las de las Amazonas, las de los frigios, la de Enómao, el padre de Hipodamía, la de Ífito, Ticio y otros. Todavía se encuentran en Grecia muchos túmulos de esta suerte, observados unos por los viajeros modernos y descritos otros por Pausanias. Sirva de ejemplo la eminencia que se ve cerca de Psófide a orillas del Erimanto, cercada de cipreses, la cual, según opina M. de Pouqueville, es la tumba de Alcmeón. Hállanse túmulos como este en Italia y en el Asia Menor, y cerca de Micenas se veían otros, descritos por Pausanias, que tenían la forma cónica. Otros pueblos de la Grecia enterraban sus muertos en sepulcros abiertos en la roca viva, como se ve en los laberintos de Nauplia. [365] La de salsa mola, que se rociaba con la sangre de las víctimas. [366] El texto griego dice terminantemente μία γὰρ ψυχή, porque su alma es solo una. Estas palabras que pronuncia Admeto, inmorales en absoluto, porque revelan un deseo egoísta y antisocial, son, sin embargo, muy naturales en su estado, porque el hombre a quien ciega una pasión, no suele ser enteramente responsable de lo que dice. Verdad es que pocos debieran callar como él, porque si se ve solo, a sí, no a otro lo debe. [367] Estas palabras que Eurípides pone en boca del coro, han servido a varios glosadores para levantar castillos en el aire. Unos han sostenido que aludía a algún hijo de Pericles, cuando se sabe que los dos que tuvo murieron casi al mismo tiempo, y aquí solo se habla de uno; y otros que a Anaxágoras, del cual dice Cicerón en su _Tuscul._, III, 14: _Fuerat enim auditor_ (Eurípides) _Anaxagoræ, quem ferunt, nuntiata morte filii, dixisse: Sciabam me genuisse mortalem_. La verdad es, en nuestro concepto, que el coro dice esto en general para exhortar a Admeto a que sufra con resignación la pérdida de una esposa, cuando no ha faltado quien soporte con moderación la muerte de un hijo único. [368] La antorcha se componía de pedacitos de pino unidos empapados en resina, y servía en las nupcias y procesiones; su figura era cónica, encendiéndose por la base, no por el vértice, y en este caso los romanos le llamaban _tæda_. La _fax_ era de un solo trozo de madera resinosa, acabado en punta y mojado en aceite o pez, o bien manojos de estopa bañada en cera, sebo, pez, resina otras materias inflamables metidas en un tubo de metal, ya continuo, ya formando una especie de enrejado. [369] Eurípides, conociendo que la acción de Admeto era innoble y egoísta, pone ahora en sus labios estas frases que expresan sus remordimientos. No se puede negar que, dada la fábula de la tragedia, este es el lugar acomodado a las quejas de Admeto contra sí mismo, puesto que la conciencia, como juez sapientísimo, solo pronuncia sus sentencias acabada toda la causa, y cuando se disipa la pasión que perturba el ánimo. [370] Ya en nuestra nota al verso 936 del _Hipólito_ hemos hablado de los órficos y de sus tablas. Enseñaban misteriosas ceremonias y cantos, con los cuales se recuperaban las perdidas fuerzas y se ahuyentaban las enfermedades y los espíritus malignos. Así lo dice Pausanias, IX, 30, pág. 768. Filócoro, en su _Tratado de la adivinación_, cita una poesía de Orfeo, y Pausanias dice de él que sus versos épicos aventajaron en belleza a los de todos sus predecesores. Heráclito el físico habla también de las tablas órficas, y el escoliasta de _Hécuba_, al verso 1243, Matth., dice así: οἱ μὲν περὶ τὸ Παγγαῖον εἶναι τὸ μαντεῖόν φασι τοῦ Διονύσου, οἱ δὲ περὶ τὸν Αἷμον, οὗ εἰσὶ καὶ Ὀρφέως ἐν σανίσιν ἀναγραφαί. Unos sostienen que el oráculo de Dioniso estaba en el monte Pangeo; otros que en el Hemo, en donde se guardan también las tablas de la doctrina de Orfeo. [371] Macaón y Podalirio, hijos de Esculapio y de Epione o Arsínoe, célebres médicos y hábiles cazadores, capitanes de los guerreros de la Ecalia en el sitio de Troya. Macaón curó a Menelao, herido de un flechazo, y murió a manos de Eurípilo, hijo de Télefo. Podalirio, después de la toma de Troya, naufragó y desembarcó en Caria, en donde se casó con la hija del rey. Ambos fueron adorados después de su muerte. [372] Pueblo poco numeroso del Asia, en la Paflagonia, entre los tibarenos al O y los mosinecos al E. Abundaba en su país el hierro, y se fabricaba allí mucho acero. [373] Es natural que Heracles, al devolver Alcestis a su esposo, y no queriendo que la reconozca de pronto, la cubra con un velo y la adorne de distinta manera de la que convenía a una mujer casada. [374] El doble sentido que tienen estas palabras de Heracles solo el público lo comprendía. Admeto nada sabe del noble propósito de Heracles, y por consiguiente solo mira sus palabras como la expresión de un deseo generoso; no así los espectadores, que han oído antes al héroe declarar su proyecto, que lo han visto ausentarse, y volver después con esa mujer velada. [375] Eurípides intenta sin duda persuadir al lector que si Admeto recupera a su esposa, es en premio de su hospitalidad, puesto que Apolo solo aparece al principio de la tragedia, no después. Por otra parte, aquel rey lleva tan lejos su amabilidad, tratándose de un amigo, que por darle gusto se resuelve a hacer cuanto desea. Heracles, en cambio, quiere probarlo hasta el fin, y acumula ruego sobre ruego y exigencia sobre exigencia. [376] Ψυχαγωγός, conductor o guía de almas, exorcista, encantador, mágico. El escoliasta dice así: «Hay ciertos mágicos entre los tesalios que, en virtud de sus artes y encantos, evocan las almas de los muertos. Los lacedemonios los mandaron llamar cuando el alma de Pausanias se aparecía en el templo de Atenea Calcieco, y espantaba a cuantos se acercaban a él, según cuenta Plutarco en sus estudios sobre Homero». [377] Como Alcestis pertenecía ya a los dioses infernales y les había sido arrebatada, era menester aplacarlos con sacrificios. El plazo de tres días durante los cuales Alcestis no podía hablar, es parte de esa misma expiación. [378] La Tesalia (primitivamente Hemonia) era una de las siete regiones de la Península helénica, al S del Escardo y del Hemón, en la costa oriental, entre la Macedonia al N y la Grecia propiamente dicha al S. Confinaba al O con el Pindo, que la separaba del Epiro; al E con la mar, y al S con el monte Eta. El Olimpo, el Osa y el Pelión formaban una cadena casi paralela a la costa. Sus ríos principales eran el Esperqueo al S y el Peneo al N. Esta tetrarquía (cuatro provincias o gobiernos) eran, según Focio, la Tesaliótide, la Ftiótide, la Pelasgiótide y la Histiótide. [379] _Argo_, famosa nave en donde se embarcaron varios héroes griegos al mando de Jasón para conquistar el vellocino de oro de la Cólquida. Los más célebres, además de Jasón, fueron Heracles, que los dejó en la travesía, Orfeo, Tifis el piloto, Esculapio, Linceo, Cástor y Pólux, Calais y Zetes, Tideo y Néstor. Salieron del puerto de Yolco, y después de sufrir muchos peligros y contrariedades, llegaron a la Cólquida, y con ayuda de Medea, hija del rey de este país, se apoderaron del codiciado vellocino y volvieron a Grecia, según unos, por el Danubio y el Mediterráneo, o, según otros, por el Volga, el Báltico, el Océano y el estrecho de Gibraltar. Tres poemas se han escrito sobre esta expedición: uno que se atribuye falsamente a Orfeo, otro de Apolonio de Rodas, y el último de Valerio Flaco. Es probable que se hubiese verificado, o para explotar las minas de oro del Cáucaso, o para colonizar las ricas regiones situadas al norte del Asia Menor. [380] La Cólquida, hoy Imeretia y Mingrelia, región del Asia, yacía entre el Ponto Euxino al O, el reino del Ponto al SO, el Cáucaso al N y la Iberia al E. Su río más célebre era el Fasis. [381] Simplégadas o Cianeas, escollos que se abrían y se cerraban para destrozar las naves en el estrecho de Constantinopla, hasta que las atravesó la nave _Argo_. [382] Pelión, monte de la Tesalia, en la Magnesia, prolongación del Olimpo, que; formaba un cabo al S. [383] Pelias, rey de Yolco, era hijo de Tiro y de Poseidón. Usurpó el trono de Yolco, que correspondía a Esón, padre de Jasón, su hermano uterino, y sugirió a este la expedición de los argonautas con el objeto de verse libre de este rival, y esperando que perecería en ella; pero a su vuelta, engañadas sus hijas por Medea, que prometió rejuvenecerlo, pereció, sufriendo una muerte horrorosa. [384] Yolco, ciudad de la Hemonia, en el golfo de Págasas, cerca del mar. [385] Medea, hija de Eetes, rey de la Cólquida, y de la mágica Hipsea. Enamorada de Jasón, le ayudó en la conquista del vellocino de oro, y huyó con él a Grecia. [386] Creonte, hijo de Sísifo, y por lo tanto pariente de Odiseo. [387] Cicerón, en el libro III, Tuscul., cap. XXVI, dice así: _Sunt autem alii, quos in luctu cum ipsa solitudine loqui sæpe delectat, ut illa apud Ennium nutrix:_ _Cupido cepit miseram nunc me proloqui_ _Cælo at terræ Medeai miserias._ [388] Los dados eran pequeños cubos de marfil, hueso o madera, en cada uno de cuyos lados se señalaban desde uno a seis puntos. Ordinariamente su jugaba con tres, que se tiraban con un cubilete; la mejor jugada era cuando cada uno de ellos presentaba en el mismo lado distintos puntos, y la peor la contraria. Otras veces servían para este juego los huesos de la ranilla de ciertos animales, o se montaban en piedra o bronce. Solo tenían cuatro lados, no seis, y los puntos que se señalaban eran uno y seis en los dos lados opuestos, y tres y cuatro en los otros dos; dos y cuatro no se señalaban si no se jugaba con cuatro dados en lugar de tres. Los corintios tenían fama de jugadores. [389] Famosa fuente al pie de la acrópolis de Corinto, dedicada a las Musas. [390] El texto dice ἀμφιπόλου, de dos puertas; pero en nuestra opinión esa palabra no quiere expresar que el palacio tenía dos puertas, una primero y otra después, y que eran tales los clamores de Medea que habían atravesado a ambas. Conocida la construcción y el plan de las casas griegas, y sabiendo que las habitaciones de las mujeres o el gineceo se encontraban en el extremo opuesto, es evidente que, ni aun teniendo Medea la voz de Esténtor, se hubiese oído fuera. Lo más natural, por consiguiente, es que el coro le llame palacio de dos puertas, de puerta de dos hojas o batientes, como eran las de los teatros y palacios, distintas de las otras más pobres, que de ordinario constaban solo de una hoja. [391] Para retardar la persecución de su padre mató Medea a su hermano Apsirto, y dejó sus restos abandonados por el camino para que el padre, cuidadoso de darles sepultura, no pudiese alcanzarla. [392] Medea no ha invocado a Zeus, sino a Temis y a Artemisa; pero la nodriza, turbada por su emoción, confunde las especies. [393] Porque la Cólquida, patria de Medea, estaba en la costa opuesta. [394] Hasta ahora se puede decir que han sido tantas las traducciones hechas de estos versos, distintas entre sí, cuantos han sido los traductores, extraviados por los versos siguientes de Ennio: _Quæ Corinti altam arcem habetis, matronæ opulentæ optimates,_ _Nobis ne vitio vertatis hoc, quod a patria absumus: nam_ _Multi suam rem bene gessere et publicam patria procul;_ _Multi qui domi ætatem agerent propterea sunt improbati._ Sin embargo, se ve fácilmente que Ennio tradujo palabra por palabra, sin cuidarse gran cosa del sentido, porque ἐξῆλθον δόμων lo vertió en _patria absumus_, σεμνοὺς γεγῶτας en _rem bene gessere_, y leyó δομάτων ἄπο en vez de ὀμμάτων ἄπο. El sentido, como siempre, nos aclara este enigma, dictándonos que el objeto de Medea, extranjera en Corinto, no es otro que captarse la benevolencia del coro, para que la proteja y no la descubra, y en este concepto parécenos nuestra versión la más natural y aceptable. [395] El escoliasta observa que en la edad heroica sucedía lo contrario de lo que dice Eurípides, esto es, que el marido compraba a la mujer, no la mujer al marido. [396] Desde las leyes de Solón, la mujer podía separarse del marido o abandonarlo, no repudiarle, aunque con ciertas restricciones, y exponiéndose a la murmuración pública. [397] Eurípides, con su ordinaria sencillez, expresa este pensamiento tan profundo como verdadero, porque, en efecto, es una de las más graves injurias que puede recibir una mujer. Séneca, en cambio, en su _Medea_, verso 573, hace decir al coro estas palabras: _Nulla vis flammæ, tumidique venti_ _Tanta, nec teli metuenda torti,_ _Quanta, quum conjux viduata tædis,_ _Ardet et odit._ [398] Medea, para conseguir su intento, como mujer de claras luces y consumada astucia, no obra como lo hubiera hecho un criminal ordinario. En virtud de un esfuerzo supremo, finge conformarse con las órdenes de Creonte, a quien detesta en realidad, pues bien sabía que Jasón era esposo de Medea y que estaba en su mano oponerse a este enlace, no autorizarlo ni consentirlo; pero no dice que ama a su esposo, a pesar de su infidelidad, sino claramente que lo aborrece, porque lo contrario hubiera sido sospechoso. [399] Aunque en general sea cierta esta máxima, y en ello, como en todo, tenga gran importancia la buena o mala fortuna, no es lo menos que mucha parte de estos males nos son imputables, examinados de cerca y conocidas sus causas. La fortuna hace un gran papel en el mundo cargando con nuestras torpezas y desaciertos, y si no existiera, más de una vez habíamos de vernos en apurado atolladero. [400] A los partidarios de la exagerada verosimilitud, no de la prudente, diremos que nos expliquen la connivencia de las mujeres corintias que componen el coro en los proyectos criminales de Medea, extranjera, odiosa por su mala fama y por su orgullo, y dirigidos contra Creonte, su rey, y contra su inocente hija. Parecía natural que el coro no se hubiese compuesto de corintias, sino de esclavas de Medea, o de otra cualquier manera. [401] Hécate, deidad infernal llamada así, según algunos etimologistas, de la palabra griega ἑκατόν, ciento, porque retenía cien años a las orillas de la Estigia a las almas de los insepultos. A veces se confunde con Artemisa, y a veces es una diosa distinta, hija del Sol, según Hesíodo. Otros aseguran que fue una mágica temible, que envenenó a su padre y se casó con Eetes, de cuyo matrimonio nacieron Medea y Circe. El triple culto de Hécate, Artemisa y la Luna parece una reminiscencia del de la Isis egipcia. [402] Eetes, el padre de Medea, era hijo del Sol y de Perseis, y Creonte, como dijimos al principio, hijo de Sísifo. [403] Sísifo era hijo de Eolo y esposo de Mérope. Fundó a Éfira, después Corinto, cerró el Istmo, obligó al Asopo a regar con sus aguas la acrópolis de Corinto, y exigió a cuantos pasaban por allí cierta cantidad de dinero. Murió a manos de Teseo, y habiendo conseguido de los dioses infernales que le permitiesen volver un día a la tierra para ser sepultado, no quiso regresar al infierno y fue arrastrado de nuevo a él a viva fuerza, y, ya sea en castigo de esta informalidad, ya por sus tropelías en vida, condenado a llevar un peñasco a la cima de una montaña, desde donde en seguida se despeñaba. [404] Estamos casi seguros que Eurípides no conoció a su madre. [405] Safo, Corina, Telesila y otras ilustres poetisas griegas anteriores a Eurípides, o sus coetáneas, podían muy bien haberlos escrito. [406] Las Simplégadas o Cianeas. [407] El texto vulgar griego dice así: ὦ παγκάκιστε, τοῦτο γάρ σ᾽ εἰπεῖν ἔχω γλώσσῃ μέγιστον εἰς ἀνανδρίαν κακόν. La traducción latina de estos versos es la siguiente: _O pessime omnium! (hoc enim quo te appellem habeo_ _Linguæ summum, in (tuam) ignaviam convicium)._ M. Artaud los traduce de esta manera: _O Le plus scélérat des hommes! (car ma voix peut donner ce nom le plus outrageux de tous à ta lâcheté)._ Hartung, a su vez, lo interpreta así: _O schlechter Mann! ach leider kann ich Schlimm’res nicht_ _Dir mit der Zung’ entgegnen, als ein schwaches Weib!_ Si quisiéramos citar otros intérpretes o traductores además de estos, veríamos que todos ellos, sobre poco más o menos, se afanan en atormentar dichos versos para entenderlos y expresarlos, indicando de esta manera que son oscuros o defectuosos, como sucede de ordinario. En nuestro concepto, la palabra griega que puede darnos la clave para comprender estas palabras de Eurípides es ἀνανδρία, que significa propiamente afeminación; pero como esta afeminación se echa en cara al esposo de Medea, nos dice el sentido que no puede ser así, porque ni el casamiento de Jasón con Creusa es prueba de ello, sino de lo contrario, ni antes ni después se atribuye por Medea a afeminación dicho casamiento. Además, tampoco se comprende que se llame a un hombre afeminado, el peor de todos, porque esto es evidentemente falso, y entre ambas ideas no hay clara relación. Para salir de dudas consultemos al escoliasta, que se expresa en estos términos: τοῦτο γὰρ εἰπεῖν ἔχω σοι μέγιστον κακὸν διὰ τὴν ἀσθένειαν τὴν ἐμήν, γυνὴ γάρ εἰμι καὶ ἀσθενὴς. Es, pues, de advertir que Medea insulta de este modo a Jasón por su debilidad: διὰ τὴν ἀσθένειαν τὴν ἐμήν: porque soy débil mujer, γυνὴ γάρ εἰμι καὶ ἀσθενὴς. La palabra ἀνανδρία no se refiere, por tanto, a Jasón, sino a Medea; por consiguiente, si la conservamos con una leve variación en el caso y sin alterar la versificación, habremos conseguido nuestro objeto. [408] Según parece, las aventuras de Jasón para conquistar el vellocino de oro son semejantes a las de Cadmo cuando fundó a Tebas. Eetes, padre de Medea y dueño del vellocino, tenía dos toros gigantescos y bravos, de pies de bronce y abrasador aliento, que fueron uncidos al mismo yugo para labrar la tierra y sembrar en los surcos dientes de dragón, que se convirtieron en hombres armados, a los cuales venció Jasón con ayuda de Medea. Después, esta misma lo llevó de noche al lugar en donde el dragón guardaba el vellocino, lo aletargó y Jasón le dio muerte, robando a Medea y huyendo con ella a la Grecia. (V. Apolod., libro I, cap. IX, § 23). [409] Ironía. [410] El texto griego dice ξένοις τε πέμπειν σύμβολ᾽, y enviaré símbolos a los que han de hospedarte. Estos símbolos, llamados en latín _tesseræ hospitales_, consistían en una pequeña tablilla que el dueño de la casa daba al huésped cuando la dejaba, se partía en dos pedazos, y cada cual se quedaba con uno para que, si volvían a verse ellos o sus descendientes, se reconociesen y prestasen hospedaje y ayuda. [411] Egeo, rey de Atenas e hijo de Pandión, y padre de Teseo. Vencido por Minos, rey de Creta, tuvo que pagarle anualmente un tributo de siete doncellas y otros tantos mancebos, que devoraba el Minotauro. Teseo mató a este monstruo, y a la vuelta, y habiéndosele olvidado arbolar en su buque la señal que había de anunciar el fausto éxito de su expedición, Egeo creyó que había perecido, y se precipitó en la mar, que desde entonces llevó su nombre. [412] Este oráculo enigmático significa lo que traducimos, o bien si πόδα equivale a _pudendum_, y ἀσκοῦ, _venter_, que no toque a mujer alguna. Adviértase que este oráculo, no decente del todo, no es invención de Eurípides, sino tradicional y conocido de todos, y así no extrañemos que se oyese en una tragedia, fiesta solemne y religiosa. [413] Sobre Piteo véase la nota al prólogo del _Hipólito_, que pronuncia Afrodita. [414] Hermes, hijo de Zeus y de Maya, dios de la elocuencia, de los comerciantes y ladrones; era también el conductor de las almas a los infiernos y mensajero de los dioses. Habiendo robado el tridente de Poseidón, la espada de Ares γ el cinturón de Afrodita, fue desterrado del cielo y guardó con Apolo los rebaños de Admeto. Transformó a Bato en piedra de toque, y hurtó las armas y la lira de Apolo. Fue también el matador de Argos, el de los cien ojos, como se ve representado en el cuadro del inmortal sevillano Velázquez. [415] Creían los griegos y romanos que la densidad del aire que se respiraba influía en los ingenios de los hombres, y por esto eran tardos los beocios y vivos los atenienses. Horacio, en el libro II de sus _Epístolas_, verso 244, dice así: _Quod si_ _Judicium subtile videndis artibus illud_ _Ad libros et ad hæc Musarum dona vocares,_ _Bœotum in crasso jurares aere natum._ Cicerón, en el libro II de _Nat. deorum_, 16, dice también: _Etenim licet videre acutiora ingenia et ad intelligendum aptiora eorum, qui terras incolant eas, in quibus aer sit purus ac tenuis, quam illorum, qui utentur crasso cœlo atque concreto_. [416] Quizá sea solo Eurípides el que diga que Harmonía es la madre de las Musas. Apolod., cap. CXI, 1, asegura que ἐκ δὲ Μνημοσύνης μούσας, πρώτην μὲν Καλλιόπην, εἶτα Κλειώ, Μελπομένην, Εὐτέρπην, Ἐρατώ, Τερψιχόρην, Οὐρανίαν, Θάλειαν, Πολυμνίαν. El aserto de Eurípides parece fundado en alguna opinión filosófico-pitagórica, y no va descaminado, porque la armonía es uno de los principales encantos de las obras de las Musas. [417] El Cefiso era un riachuelo que bajaba del monte Parnés, bañaba las murallas de Atenas, atravesaba el Pireo y desembocaba en el golfo Sarónico. [418] Véase el _Hipólito_ y la distinción que hace Eurípides entre los Amores. Aquí alude, sin duda, a los castos y sosegados. [419] El Iliso y el Cefiso. [420] Atenas era, en efecto, la más hospitalaria de las repúblicas y estados de la Grecia. [421] Llamamos la atención de los lectores hacia estas palabras de Medea, que debieron producir mucho efecto en su auditorio. Para Jasón llora de arrepentimiento; para el público, que conoce ya sus terribles proyectos, llora de pena, reflexionando en la triste suerte que ella misma depara a sus inocentes hijos. [422] Esta es la verdad, dicha con la sencillez con que suelen decirla los griegos. Hay opiniones, sin embargo, acerca de la causa de este llanto femenino, pues los unos creen que proviene de su naturaleza especial, parecida a la de los niños por la energía, la prontitud y la breve duración de sus sentimientos, y otros que es originado de su posición en la familia y en la sociedad. De todas maneras, y tratándose de la mujer griega, las frases de Medea dicen mucho en brevísimos términos. [423] La ironía con que habla Medea no puede ser más manifiesta. [424] Hesíodo, citado oportunamente por M. Artaud, había dicho ya que Δῶρα θεοὺς πείθει, δῶρ᾿ αἰδοίους βασιλῆας. Es probable, por tanto, que Eurípides lo conociera, y que sin temor alguno lo reprodujese en esta tragedia. Lo mismo hacen Esquilo y Sófocles, y en general todos los griegos, que, por lo visto, y en una época en que era más fácil que ahora, no pretendían pasar en todo por originales. Al contrario, hacían un servicio al público, obligándole de esta suerte a aprender bien notables frases tradicionales. [425] Alude a la muerte de sus hijos, y dice que los llevará al infierno. [426] En _Las Fenicias_, versos 335 y 336, dice también Yocasta a Polinices: ἐγὼ δ᾽ οὔτε σοι πυρὸς ἀνῆψα φῶς νόμιμον ἐν γάμοις, ὡς πρέπει ματέρι μακαρίᾳ. «Ni yo llevé en tus bodas la nupcial antorcha, como lo hubiera hecho otra madre afortunada». [427] Este mismo verso se halla en _Las Troyanas_, en donde dice también Andrómaca: μάτην δ᾽ ἐμόχθουν καὶ κατεξάνθην πόνοις. «Vanamente trabajé, y graves molestias me consumieron». [428] Como viven los muertos en el infierno. [429] Pocas situaciones dramáticas pueden compararse a esta de Medea, y pocos poetas han creado caracteres tan eminentemente trágicos como el de esta heroína griega. Luchando a un tiempo con tantas y tan poderosas pasiones, víctima de los celos, de su amor a Jasón, del cariño a sus hijos, de su ignominia, viéndose despreciada tan públicamente, y de su ardiente sed de venganza, ya como frágil nave arrastrada por opuestos vientos cede a la fuerza del más poderoso, ya endereza con trabajo su rumbo y prosigue su peligroso viaje. [430] Debemos suponer que Jasón entró primero y anunció a la hija de Creonte, su esposa, el regalo que le traían sus hijos, porque de otra manera, y siendo tan rápida la visita, ni tuvo la desposada tiempo para fijarse en uno con complacencia, y en los otros con desagrado, ni pudieron advertirlo sus servidores. [431] Rogamos al lector que nos perdone la repetición de la palabra hijos, necesaria si la traducción ha de ser fiel y ha de expresar con sencillez el pensamiento del poeta. En esta parte no eran los griegos tan exigentes, ni el gusto del público se paraba en tales nimiedades. Advertiremos para lo sucesivo que cuando las encuentren tengan en cuenta que nosotros nunca repetimos una misma voz ni la mitad de las veces que el original. [432] Creían los griegos que la epilepsia era producida por Pan o por otra deidad, y miraban a los que la padecían con cierto temor respetuoso. Todos sabemos el partido que sacó Mahoma de esta enfermedad. [433] Estos símiles, familiares a todos los griegos, son comunes en sus poetas. El pletro equivale a unos 31 metros. [434] Este epifonema, algo largo en verdad para llamarlo así, es más natural de lo que a primera vista parece, porque ocurre de ordinario en estos o parecidos términos a los que presencian la muerte de los poderosos de la tierra. También es cierto que los filósofos, o los que se dedican exclusivamente a la investigación de la verdad, son los más propensos a extrañas aberraciones, ya arrastrados por su espíritu sistemático, ya por su escaso conocimiento del mundo y de los hombres, como lo prueban, entre otros muchos, Platón en su _República_, y el obispo Berkeley. [435] Ennio traduce así el principio de este canto del coro: _Jupiter, tuque adeo summe Sol, res omnes qui inspicis,_ _Quique lumine tuo maria, cœlum ac terram contues_ _Inspice hoc facinus, priusquam fiat; prohibissis scelus._ [436] Véase la nota al prólogo de esta tragedia, que pronuncia la nodriza. [437] M. Artaud dice en su nota a estos versos que pronuncian los hijos de Medea: _Plusieurs critiques ont acusé ici le chœur de nonchalance et de lenteur; mais, dès qu’il a entendu les cris des enfants, il a couru vers le palais, et aussitôt que les portes s’ouvrent, il voit le crime consommé: c’est alors qu’il prononce les imprecations suivantes contre Médée_. No; el coro no socorre a los hijos de Medea porque encuentra cerradas las puertas, y las imprecaciones que pronuncia contra Medea no son hijas de la indignación que le produce el asesinato de esos niños inocentes, puesto que Jasón, que llega poco después, las halla también cerradas y manda a los servidores que las abran. [438] Ino fue hija de Cadmo y de Hermíone, y mujer de Atamante, rey de Tebas. Repudiada por su esposo, que se casó con Néfele, volvió después a ocupar su lecho, y dio a luz dos hijos, llamados Melicertes y Learco. Celosa de los que Atamante tenía de Néfele, a saber, de Frixo y Hele, logró que su marido decretase su muerte; pero ambos, sabedores de la desdicha que les aguardaba, huyeron a la Cólquida en una oveja de vellón dorado. Atamante, presa de las Furias, estrelló a Learco contra una muralla, e Ino, desesperada, se arrojó a la mar con Melicertes, siendo transformados una y otro en dioses marinos. Hartung, en su nota al verso 1245, expone el argumento de una tragedia perdida de Eurípides, titulada _Ino_, cuya fábula es distinta. Hemos preferido seguir la opinión más admitida en este punto. [439] Escila, ninfa siciliana, amada de Glauco, el dios marino. Circe, su rival, la transformó en peñasco que tenía cierta semejanza con una mujer. Su busto se elevaba sobre la mar, y de su cintura salían las cabezas de seis perros horribles que ladraban sin cesar. Las olas se arremolinaban alrededor y hacían muy peligrosa la navegación. Yacía en el mar Tirreno. Hoy, sea por los progresos de la náutica, sea por revoluciones volcánicas que acaso hayan variado la configuración de estos peñascos, no es su paso tan difícil. [440] Esta disputa conyugal, no del todo trágica, nos recuerda los insultos que Aquiles prodiga a Agamenón en el canto I de la _Ilíada_. Tiene, sin embargo, su mérito, como las inocentadas de los niños y de los campesinos, indicio de ordinario de cierta virginidad de corazón y falta de malicia, que nos agrada por el contraste que forma con épocas más cultas y seres más corrompidos. [441] Tito Livio, XXXII, 231, dice así: _Promontorium est adversus Sicyonem Junonis, quam vocant Acræam, in altum excurrens; trajectus inde Corinthum septem milia ferme passuum_. [442] Sísifo, hijo de Eolo, fundador de Éfira, después Corinto. [443] Así, en efecto, murió luego Jasón. [444] Estos versos, que pronuncia Medea y hallamos también en _Helena, Las Bacantes, Las Suplicantes_ y _Andrómaca_, indican que Eurípides, ya que no lo hiciese en el fondo y traza de las tragedias, rendía, sin embargo, homenaje a las opiniones del público, acerca de lo que debían ser tales composiciones dramáticas, y a los precedentes sentados por Sófocles, Esquilo y otros poetas. Adviértase, no obstante, que no es el destino el autor de estas calamidades, sino Zeus o la Providencia. *** END OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK OBRAS DRAMÁTICAS DE EURÍPIDES (1 DE 3) *** Updated editions will replace the previous one—the old editions will be renamed. Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright law means that no one owns a United States copyright in these works, so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United States without permission and without paying copyright royalties. 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